Capítulo 12
Se miró en el espejo por tercera vez en menos de media hora. Llevaba un simple jersey azul de cuello alto, unos vaqueros, y el pelo recogido en una coleta. Aaron estaba a punto de llegar, y sin embargo, ella no conseguía verse bien.
Las veces que hasta ahora había salido, lo había hecho con ropa más cómoda e informal, prácticamente sin preocuparse de qué es lo que vestía. Excepto las dos veces que había estado en la consulta de la doctora Osman, que había escogido un look más formal.
Pero ahora, y después de que en su cabeza hubieran aparecido pensamientos negativos de que todo el mundo la mirará y sabrá lo que le había ocurrido, no lograba encontrarse bien con ninguna cosa.
-¿Erin? -la voz de Aaron llegó desde la sala.
-Voy enseguida -respondió. Suspiró una vez más a su reflejo en el espejo y se alejó resignada.
Cogió el abrigo y el bolso y fue al encuentro del agente, que miraba por la ventana.
-He llamado varias veces, y cómo no abrías, terminé usando mi llave.
-Está bien Aaron, no me importa, es mucho más cómodo así -respondió mientras se ponía el abrigo.
-¿Lista? -asintió, aunque seguía sin estar segura de abandonar la seguridad de esas cuatro paredes-. Pues vámonos.
La noche anterior, antes de irse a casa, Aaron había propuesto que salieran a pasar el día fuera. Enseguida notó cómo el color abandonaba su cara, y aunque al principio no quiso hablar, al final terminó confesando su miedo. No se sentía segura en la calle, rodeada de gente.
Él insistió en que debía salir, no podía pasarse la vida en esa habitación, así que finalmente, terminó aceptando.
Desayunarían en el hotel, y luego pasearían por el parque que estaba a un par de manzanas. El resto del día, lo planearían sobre la marcha.
Cuando salieron a la calle, la respiración de Erin volvió a acelerarse. Hotch lo notó, y posó una mano en su espalda para tranquilizarla. Unos pasos más adelante, le ofreció el brazo para su comodidad. Ella se aferró a él como su salvavidas. Caminaron en silencio hasta el parque y luego se sentaron en un banco apartado.
Erin se quedó mirando a la gente pasar, hasta que Aaron la sacó de su ensimismamiento.
-Erin, vamos a hablar ahora ¿vale?
-¿Por qué tenemos que hacerlo? -preguntó girando la cabeza y mirándolo. Él suspiró.
-Para que te sientas mejor. Pero que si prefieres dejarlo…-dijo a sabiendas de cuál sería su respuesta.
-No, está bien -susurró. Suspiró profundamente-. Cuando salí el otro día con mis hijos, lo único en lo que podía pensar era en que todos lo sabían. Era como si sintiera la mirada de todo el mundo sobre mí. Y cuando salí de la consulta de la doctora Osman el Lunes, me ocurrió lo mismo. Sé que no es así, pero no puedo evitarlo…-bajó la cabeza avergonzada.
-¿Se lo has contado a la psicóloga?
-No…
-No tienes que avergonzarte de nada, Erin. Tu reacción es lo normal. Lo único es que no debes dejar que te supere. Coméntaselo a la doctora Osman el próximo día y ella te dará algún consejo -la vio asentir despacio-. También me he dado cuenta que a lo mejor soy yo el que lo estoy haciendo mal y te estoy obligando a hablar cuando no quieres.
-No, está bien. En realidad me siento mejor cuando hablo contigo. Es sólo…que me cuesta hacerlo. No me gusta hablar de mi ni de mis sentimientos -sonrió con tristeza.
-Lo sé. Sé que es difícil.
-Pero me alegro de tenerte a ti…-se sonrojó y desvió la mirada.
Se quedaron en silencio, disfrutando del sol suave de mediados de Abril hasta que Erin volvió a hablar.
-Sigo teniendo pesadillas. No hay una noche que la duerma entera, sin que me despierte angustiada, sudando o llorando -confesó-. Y sigo teniendo flashback del ataque…
-Los flashback son normales. Son producto de la ansiedad que tienes. Has sufrido estrés postraumático, Erin. Date tiempo para que todo pase.
-Ya, lo sé.
-¿Quieres volver al hotel? -preguntó cuando vio que volvía a quedarse en silencio.
-No, está bien. En realidad esto no está tan mal. Siempre me ha gustado observar a la gente.
Él la miró interrogante, pero divertido, haciendo que terminara sonrojándose pero sonriendo.
Un vendedor de rosas pasó junto a ellos, y se paró a su lado.
-Amigo, regálele una rosa a su esposa, mire que cara de tristeza tiene. ¡Así la alegra un poquito!
Erin aguantó la sonrisa mientras Hotch le compraba una rosa al hombre y le daba algo más de propina. El hombre se fue agradecido y Hotch se sentó de nuevo, entregándole la rosa.
-Gracias. No tenías por qué hacerlo -dijo con timidez oliendo la rosa.
-¿Y por qué no? Ayudamos al pobre hombre, y…a ti se te ha iluminado la mirada. Ha merecido la pena -respondió sonriendo. Erin no pudo evitar sonrojarse de nuevo.
-¿Puedo preguntarte algo? -preguntó ella al cabo de un momento.
-Claro.
-¿Se sabe algo del juicio? ¿Cuándo será? -quiso saber.
Él la miró serio, luego esbozó una ligera sonrisa.
-No deberías pensar en eso ahora, Erin. No es importante. Al menos de momento.
-Sí que lo es. Pero para tu información, no estoy obsesionada con eso, simplemente lo he recordado ahora -desvió la cabeza hacia el otro lado, molesta-. Tengo derecho a preocuparme por eso si quiero.
Hotch cogió suavemente la mano que tenía en su regazo y le dio un apretón. Esperó a que ella lo volviera a mirar para hablar.
-No quería decir eso, Erin. Claro que es importante. Lo más probable es que sea dentro de nueve o diez meses, un año a más tardar. Lo que en realidad quería decir es que ahora debes centrarte en tu recuperación, ya nos preocuparemos más adelante de eso ¿de acuerdo?
Ella asintió despacio y esta vez fue ella la que apretó su mano. Luego descansó su cabeza en su brazo. Aaron sabía que necesitaba pensar en lo que le había dicho, así que permaneció en silencio.
A veces no sabía cómo actuar, o si lo que decía iba a hacerle daño, pero también la entendía. Y aunque en ocasiones sabía que él mismo la estaba "obligando" a estar bien, cada uno tenía un ritmo para eso. Aunque no tenía ninguna duda que en el futuro, Erin conseguiría superar su violación. Por muy frágil y rota que estuviera ahora, era una mujer fuerte, capaz de superar cualquier cosa.
-¿Aaron? -lo miró con el ceño fruncido y con preocupación.
-Perdona, estaba distraído -sonrió para tranquilizarla-. ¿Me estabas diciendo algo?
-No, no es nada importante…-cogió la rosa de su regazo y la olió de nuevo, en un gesto que indicaba que quería dejarlo estar.
-Erin…
-Sólo…es una tontería, pero echo de menos tocar el piano. Lo hago siempre cuando necesito abstraerme de los problemas, del trabajo. O simplemente cuando me apetece. Y creo que nunca he estado tanto tiempo sin hacerlo -dijo sin mirarlo, centrándose en la rosa, acariciando despacio sus pétalos.
-¿Quieres que te lleve a tu casa y lo tocas? -vio su cara de horror-. No necesitas entrar más que al salón dónde está el piano, vamos directos allí y nos vamos. Y si quieres hacerlo antes, no hay problema.
Ella se mordió el labio mientras lo pensaba, aceptando finalmente. Camino al coche, agarró fuertemente el brazo de Aaron, pero levantó la cabeza, mirando al frente y tarareando una canción para sí que siempre la había tranquilizado, desde que era una niña. Se sintió orgullosa de sí misma cuando entró en el coche y notó que su corazón apenas se había acelerado. Una pequeña victoria. Un paso a la vez, y ahora, iba a por el siguiente.
Había cerrado los ojos al entrar en el vecindario, y no los había vuelto a abrir hasta que sintió detenerse el coche.
-¿Preparada? -preguntó Aaron al cabo de un momento.
-Preparada -murmuró ella agarrando fuertemente las llaves de casa y saliendo del coche.
Se tomó otro momento antes de abrir la puerta, pero una vez que lo hizo, prácticamente corrió a la sala donde tenía el piano. Se fijó que todo estaba como aquella noche: la silla en la que ella se había sentado mientras la interrogaban y encima la manta que la cubría para intentar que entrara en calor.
Se quedó quieta en la entrada, mientras miraba fijamente la silla y volvía a recordar los acontecimientos de aquella noche. Aaron entró unos segundos después y posó una mano en su hombro.
-Lo recogeré -dijo mientras se adelantaba a ordenar, como si estuviera leyendo su mente.
Fue incapaz de moverse hasta que hubo terminado. Luego se acercó despacio hasta el piano.
-¿Necesitas algo de la casa? Puedo cogerlo mientras estamos aquí -se ofreció.
-No…pero ¿puedes traerme un poco de agua? Tengo la boca seca -pidió en voz baja mientras se sentaba.
-Por supuesto.
Mientras él salía de nuevo, ella tocó algunas notas. Lo afinó y preparó para tocarlo. Sin hacer ruido, Aaron dejó el vaso sobre el piano y luego se sentó junto a la ventana. Bebió un pequeño sorbo y comenzó a tocar.
La estancia se llenó con el sonido del piano, y Aaron sintió que la música se filtraba en cada poro de su piel. Cerró los ojos y se dejó llevar por las melodías que salían de los dedos de Erin. Jamás se imaginó que pudiera tocar tan bien.
Cuando abrió los ojos, y aunque ella seguía tocando (una pieza triste, se dio cuenta), se levantó y se sentó en el banco junto a ella. Erin lloraba en silencio, con las lágrimas cayendo en cascada por sus mejillas. Posó una mano suavemente en su brazo, y ella dejó por fin de tocar. Se aferró a su pecho y lloró. La abrazó con fuerza mientras pensaba que pasara lo que pasara, la protegería con su propia vida.
Continuará…
