Capítulo 14

Hotch iba mirando el móvil cuando entró en el despacho de su jefa. La escuchó susurrar, pero no estaba a la vista.

-¿Erin? -preguntó extrañado al no verla.

-Estoy aquí.

Se acercó con cautela a su mesa cuando la vio salir de debajo con una sonrisa triunfante en su cara.

-¿Qué hacías ahí debajo? -preguntó todavía sin comprender nada.

-Estaba buscando esto -respondió ella mientras se sentaba a la mesa y guardaba con sumo cuidado un bolígrafo en una caja.

-¿Un bolígrafo?

-No es un bolígrafo normal. Tiene mi nombre grabado, y la fecha en la que fui nombrada jefa de sección. Me lo regaló Mark. Se me cayó cuando lo saqué de la caja -respondió mientras volvía a guardarlo en el cajón.

-¿Lo has usado alguna vez? -preguntó mientras se apoyaba en el escritorio, junto a ella.

-Muy pocas. Pero es especial -se encogió de hombros y sonrió levemente.

-Hay objetos que aunque apenas les demos uso, siempre tendrán un significado especial para nosotros ¿verdad?

Asintió mientras se echaba para atrás en la silla. Hotch estaba apoyado en la mesa, con una pierna elevada y la otra en el suelo, con el móvil en la mano. Parecía relajado.

-¿Necesitas algo? ¿O sólo has venido a vigilarme? -dijo divertida.

-Muy graciosa -respondió con una pequeña sonrisa-. Me ha llamado el agente inmobiliario, que tiene una casa que te puede interesar. Por si quieres ir a verla.

Aunque era ella la que iba a comprar la casa, solían ir juntos a ver todas las casas, y aunque el agente inmobiliario tenía el número de teléfono de los dos, solía avisarlo siempre a él.

-¡Claro! Me acompañas ¿verdad? -dijo mientras se levantaba y cogía el bolso.

Hacía casi dos meses de aquella mañana en la que se despertó llena de energía y decidió recuperar su vida de nuevo, y casi todos sus planes habían salido como había planeado.

Hacía apenas dos semanas que había conseguido vender su casa, a pesar de las protestas de sus hijos pequeños, que decían que les encantaba. Nora, que sabía la razón por la cual quería hacerlo, la ayudó a hacerles ver que era lo mejor, puesto que era una casa muy grande para ella sola y encontraría otra más acorde a ella.

Consiguió un guardamuebles donde tenía el piano a buen recaudo, junto con el resto de muebles que quería mantener. Sin embargo, todavía no había conseguido una casa que la llegara a enamorar tanto como para comprarla.

Se había dado de plazo un par de semanas más, si no lo conseguía, buscaría algo de alquiler para dejar el hotel y seguir buscando.


Hotch aparcó el coche frente a la casa y vieron que el agente inmobiliario ya los estaba esperando. La casa tenía un bonito jardín delantero, delimitado por una valla blanca. La casa era de dos plantas y con un pequeño porche a la entrada. Estaba pintada de beige, y con el borde de la puerta y las ventanas de color blanco. A Erin le gustó mucho por fuera. Esperaba que por dentro también.

Saludaron al hombre cuando se acercaron a la puerta, y entraron. Si, definitivamente le gustó lo que vio. El salón era enorme, y podría instalar allí sin problema el piano. La luz entraba a raudales por el gran ventanal, lo cual también era una ventaja. Podía pasar al jardín a través del salón.

El hombre iba explicándoles todo mientras avanzaban por la casa. De todas las que había visto, era la que más le había gustado a Erin. La cocina también era grande, muy bien equipada. Le encantaba cocinar, (aunque no lo solía hacer tanto para ella sola), y eso era un punto a favor.

Siempre habían ido juntos a esas visitas, así que el agente inmobiliario supuso que estaban casados. Nunca lo sacaron de su error, y se divertían con sus indirectas. A punto de subir las escaleras a la segunda planta, el hombre se giró ligeramente hacia ellos mientras hablaba.

-La casa tiene cuatro dormitorios, tenían hijos ¿verdad?

-Tres -respondió Aaron pensado en los hijos de Erin.

-Cuatro -dijo ella pensando también en Jack. Si tenían que fingir, al menos hacerlo con todas las consecuencias.

El hombre se giró completamente y los miró con una ceja levantada.

-Mi marido trabaja demasiado y siempre se olvida de nuestro hijo pequeño -dijo ella sonriendo mientras palmeaba el brazo de Aaron y lo miraba de reojo.

-De todas formas, alguno de sus hijos tendrá que compartir habitación -respondió mientras seguía con sus explicaciones y caminaba hacia el dormitorio principal. Los dos sonrieron con complicidad mientras intentaban aguantar la risa.

Erin se quedó impresionada por la estancia. Era muy amplia, con un gran vestidor y un pequeño balcón que daba al jardín. Le cabrían perfectamente sus muebles. Había cambiado todo su dormitorio después del divorcio, y excepto la cama (fue lo único que no había guardado. No quería ningún recordatorio de su violación), había guardado todos los muebles. Ya tenía encargada otra cama, que a ojo, encajaba a la perfección.

Siguieron el recorrido por la casa, y Aaron pudo ver que a Erin le gustaba. Escuchaba en silencio, y preguntaba todas sus dudas. Y aunque obviamente había hecho lo mismo en las otras casas, supo que esta era diferente.

De nuevo en la planta baja, el agente inmobiliario les dio un poco de espacio para que pudieran hablar a solas.

-Aaron, ¡me encanta! Creo que por fin la he encontrado -susurró muy cerca de su cara.

-Pues entonces adelante. No lo pienses mucho -la instó él con una sonrisa.

Ella asintió mientras sonreía y se dirigió hacia donde esperaba el hombre. Él aprovechó para observarla detenidamente. Estaba a cierta distancia del hombre, aunque lo suficientemente cerca para que no pareciera que lo rehuía. Los hombros y la mandíbula tensos, que fue relajando con el pasar de los minutos. Escuchaba atenta las explicaciones que le daba sobre la alarma que su agencia tenía contratada con una empresa, aunque movía nerviosa el anillo que tenía en su dedo.

Seguía sin encontrarse cómoda entre extraños, y mucho menos hombres, pero Hotch sabía que si él estaba allí, ella estaba más tranquila, y conseguía relajarse lo suficiente como para ser la Erin Strauss de antes.

Llevaba el pelo más largo, por los hombros, con un tono de rubio más oscuro y mechas claras. Esa mañana, se había planchado el pelo, y se sorprendió pensando en cómo se sentiría meter los dedos entre su melena y masajear su cabeza para relajarla.

En un momento dado, Erin apartó la vista de los papeles que le ofrecía el hombre, lo miró y sonrió ampliamente. Fueron menos de diez segundos, pero en ese instante, fue totalmente consciente de lo que llevaba intentando evitar pensar desde hacía meses. Se había enamorado de ella.


Tres semanas después, Hotch se sentó pesadamente en el sofá de la nueva casa de Erin. Miró a su alrededor, todo el salón lleno de cajas, todavía por desembalar.

Habían terminado la mudanza, pero faltaba colocar cada cosa en su sitio. Iban a tomarse un descanso y continuar más tarde. La casa era más pequeña que la otra, aunque tuviera cuatro habitaciones y un salón grande.

Erin entró con dos tazas de café y el teléfono en equilibrio sobre el hombro. Estaba terminando una conversación con Mark. Cogió las dos tazas de sus manos y respondió a su sonrisa. Ella se sentó en el sofá colocando las piernas debajo de ella mientras colgaba el teléfono.

-Déjame adivinar, ¿los niños quieren venir a ver la nueva casa? -preguntó Aaron pasándole la taza.

-Así es. He quedado con Mark en que los recogeré el Miércoles para cenar aquí y enseñársela. Estamos a Sábado, me dará tiempo a colocarlo todo.

La vio tomar el café a pequeños sorbos, y pudo ver que le estaba dando vueltas a algo. Llevaba una camiseta larga y vieja, leggins negros y el pelo recogido en un moño desordenado. Fuera llovía a cántaros y el frío estaba haciendo acto de presencia poco a poco. El otoño estaba asomando tímidamente.

-¿A ti te gustan los perros, Aaron? -preguntó de repente. No pudo evitar soltar una pequeña risa, sin humor, antes de contestar.

-Jack lleva como tres años pidiéndome un perro, aunque yo no creo que esté preparado para cuidar de uno. Un niño de ocho años no es responsable -señaló sonriendo levemente.

-Tal vez es al contrario -se inclinó un poco y dejó la taza sobre la mesa. Él la imitó-. Puedes enseñarle a ser más responsable cuidando de un perro.

-Puedes ser…pero de momento no lo voy a comprobar -Erin esbozó una sonrisa triste mientras asentía comprensiva-. ¿Qué te preocupa, Erin?

-¿A mí? Nada. Sólo tenía curiosidad…

-¿Estás pensando en adoptar un perro?

-Es algo que se me ha pasado por la cabeza, sí. Aquí hay mucho sitio y así me haría compañía.

Aaron pensó en sus palabras, y estaba seguro que no era solamente por eso. Se movió un poco, acercándose a ella y cogiéndole la mano. Acarició suavemente con su pulgar su muñeca y el dorso de la mano.

-Erin, no tienes que tener miedo. La alarma es buena y aquí estás segura. No necesitas un perro para que te proteja -indicó él con cariño.

-No lo hago por eso. Quiero un perro, en serio. Ya lo había pensado antes. Antes de…todo esto -dijo en voz baja.

-Está bien. Buscaremos una buena protectora y conseguiremos un perro entonces.

Notó cómo su mirada se iluminaba de nuevo y asintió en silencio. Las caricias que en principio eran en la mano y la muñeca, se habían extendido al resto de su brazo. Erin se había movido también, y ahora estaba de rodillas junto a él. Apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos. Esta vez, lo que notaba era su cuerpo relajado a su lado. En todos esos meses, muy pocas veces había estado así.

-Hay algo que no entiendo -ella hizo un sonido indicándole que continuara-. ¿Por qué me has preguntado a mi si me gustan los perros?

Erin levantó la cabeza y lo miró, como si fuera obvio. Puso los ojos en blanco antes de contestar.

-Porque quiero que si tengo un perro te guste cuando vengas aquí. Y que tú le gustes a él. No quiero conflictos -se encogió levemente de hombros y Aaron pudo notar que se había sonrojado. Siempre controlándolo todo, y pensando en él.

Acarició suavemente su mejilla, y la vio morderse el labio. Quería besarla, decirle lo que había empezado a sentir, pero su cerebro le decía que era una mala idea. Sin embargo, su corazón lo estaba impulsando a hacerlo. Antes de siquiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, se inclinó hacia ella y la besó dulcemente.

Los primeros segundos Erin se quedó congelada, pero luego le devolvió el beso. Ninguno de los dos sabía lo que en realidad significaba ese beso para ambos.

Continuará…