Valka.
AU: Hiccup sigue los pasos de su padre y se convierte en un gran cazador de dragones luego de matar al último Furia Nocturna. Años después de eso conoce a la Bruja de las Nieves, una reina con poderes mágicos que vive aislada y atemorizando a los reinos vecinos. Desarrollan una relación más que interesante que encuentra su punto crucial cuando, luego de los años, Hiccup se reencuentra con su madre.
El vikingo se paseaba por toda la estancia mediante zancadas, dando vueltas cuando se le apetecía, elevando los brazos, apretando los puños y farfullando cosas incomprensibles. De vez en cuando hacía imitaciones patéticas de su padre, riéndose cruelmente luego de ellas, jalaba su cabello de un lado a otro, mordía sus ya destrozadas uñas, escupía el suelo y gritaba de vez en vez. En algunos momentos, muy escasos, se detenía en el enorme escritorio de madera firme con decoraciones de hielo y buscaba la aprobación de su acompañante, quien asentía o negaba dependiendo de lo que le estuviesen preguntando.
Con cada paso o movimiento que daba, todas sus armas rechinaban estruendosamente, el metal chocaba, el cuero hacía ruidos sordos y su falsa pierna –esa misma que perdió hace muchas batallas atrás –chirriaba molesta por todo lo que tenía que soportar.
–¿Ya has terminado? –preguntó Elsa luego de que Hiccup se desplomase furioso en una esquina de la habitación, finalmente callado y clavando uno de sus miles chuchillos en la pared, haciendo agujeros en el papel de la pared.
Los ojos verdes y carentes de brillo del vikingo se clavaron en ella, con la fiereza de un asesino que podría formar un ejercito temible con los cadáveres que había ocasionado, pero la reina ni se inmutó ante la furia de sus ojos. Solo alzó el mentón y lo miró con indiferencia. La mirada de él se oscureció aún más, y, en una centésima de segundo, viajó al cuchillo que empuñaba. Elsa se preparó para que una disputa física cobrase lugar, recopilando el hielo en sus manos.
En sus constantes guerras de poder ningún de los podía fallar o rendirse. Hiccup siempre tenía que demostrar que su fuego sería capaz de derretir todos los cimientos de hielo y nieve que ella había creado, mientras que Elsa se encargaba de dejar en claro que, en aquel infierno helado que ella había erguido, ni la más inofensiva de las llamas tenía la más mínima posibilidad de supervivencia. Cuando dos monstruos se alían para causar miserias y dolor juntos, las guerras de mirada y las batallas por poder son el pan de cada día. La furia y poder del otro los mantenía despiertos, porque en un mundo donde solo uno tiene poder el aburrimiento te quita toda gana de vivir, y querer destruirse entre ellos en el día mientras que se amaban lujuriosamente en la noche era lo que les motivaba a seguir en pie.
–Tú no lo entiendes –gruñó en algún momento, sacando las ideas de pelea de la cabeza de Elsa. La reina suspiró pesadamente mientras apoyaba su cabeza en una de sus heladas manos.
–¿Qué no entiendo, querido? –cuestionó agotada de ese trato. El conocimiento era el único campo donde pelear no tenía sentido. Claro, Elsa sabía cómo ser una reina decente, cómo funcionaban los reinos y había memorizado todo saber de los antiguos genios, pero Hiccup tenía experiencia de un mundo en guerra, de como matar y manipular de verdad, él había visto el tono exacto de la sangre, mientras que ella se había limitado que otros pelearan en su nombre mientras leía como lucía todo aquello que Hiccup veía sin preparación. Competir contra él en temas de vida era una perdida de tiempo, así que solo le quedaba aprender para algún día superarle.
Hiccup extendió los brazos, indignado, como si fuera obvio. –La situación, querida –respondió con los dientes apretados, intentando imitar su tono sin éxito alguno.
–¿Te refieres el reencuentro con tu madre o la destrucción de mi oficina? –preguntó burlesca mientras señalaba con una pluma la estancia entera, Hiccup gruñó como respuesta–. Esa no es una respuesta clara, cielo –pero él respondió de la misma manera. Ella sonrió más gustosa–. Un gruñido para el tema de tu madre, dos para lo de mi oficina.
La respuesta esta vez fue el raspón que el cuchillo de Hiccup le había dejado en una de sus mejillas, arrancando algunos cabellos y clavándose en el cuadro detrás de ella.
En el cuadro de su hermana.
La sangre se le heló, si es que alguna vez no fue hielo.
Lo miró asustada y preocupada. De acuerdo, aquello era serio.
Desde la primera noche en la que compartieron cama, miedos, secretos y vergüenzas, Hiccup había respetado mucho la integridad y el dolor de la reina. Jamás le hacia una herida por mucho que se enojará, pues para los vikingos herir a una mujer desarmada era sencillamente un acto aberrante, además de que Hiccup realmente la adoraba demasiado como para hacerle daño de verdad. Tampoco había dañado uno solo de los pocos cuadros que quedaban de su familia, porque Hiccup comprendía que herir esas pinturas significaba dañar la memoria de aquellos a los que amó con todas sus fuerzas. Por lo que haber llegado a ese punto significaba solo una cosa: Hiccup estaba en verdad furioso, ya sea con ella, con él mismo o con su madre, estaba furioso.
Elsa volteó rápidamente a ver el estado de la pintura, temerosa de que el arma se hubiese clavado en una parte importante del cuerpo pintado de su hermana, suspiró aliviada cuando notó que el objeto se había incrustado en una de las rosas que servían de fondo para el retrato, las cuales sobraban en cantidad.
La reina regresó la mirada atrás cuando notó la respiración pesada de Hiccup en su cuello (a veces deseaba que su amado no fuera tan sigiloso), encontrándose su rostro inexpresivo. Un escalofrío violento le recorrió por completo cuando las enormes manos del vikingo tomaron lugar en sus caderas para luego atraerla violentamente a su cuerpo, la espalda de ella chocó con la incómoda armadura del vikingo obligándola a arquear la espalda y a soltar un quejido.
–Calma tus instintos –ordenó, alejándose bruscamente–, ¿Qué eres? ¿un adolescente precoz? –Hiccup parecía estar a punto de gruñir, pero Elsa se colgó de su cuello y acercó sus rostros de manera que sus respiraciones se empezaron a mezclar. Volvió a mirarle a los ojos, dándose cuenta por primera vez en ese día que, luego de años de paz y algo de armonía, Hiccup tenía una nueva grieta en su alma ya rota. Hacía años que no lo veía así, y eso le preocupó de verdad–. ¿Qué ocurre, amor? –preguntó con más suavidad, pasando los dedos por su quijada, desordenando el poco vello que le crecía allí.
Él soltó un suspiró cansado, harto de no ser comprendido.
–¿Qué ocurre? –repitió él molesto, pero aferrándose más a ella y al confort que le proporcionaba su presencia–. Ocurre que mi madre, luego de veinticinco años de haberla creído muerta, aparece nuevamente. Luego de que abandonará a mi padre –espetó rechazando la mirada de Elsa, arañando la cintura de ella sin darse cuenta–, de que abandonará su puesto como jefa, luego de abandonar a su gente… luego de que…. De que…
Hiccup abrazó a la reina, ocultando su rostro, a punto de romperse en llanto, en el cuello de ella. Aspirando su aroma, embriagándose con él y sujetándola de manera que no pudiese salir del abrazo, de manera que jamás pudiese salir de su vida. Elsa por otro lado, empezó a enredar sus dedos en el cabello alocado del vikingo, sintió como las lágrimas ardientes de él se congelaban al contactar con su piel.
Hiccup murmulló algo más que Elsa no pudo escuchar, pero lo siguiente lo entendió a la perfección. Recordándole abruptamente la manera tan horrible en la que ambos habían sido destrozados por la mala crianza y el destino.
–¿Cómo es posible que no me quisiera? Es mi madre, maldita sea –le escuchó sollozar a la par que sentía sus manos apretándola más. Se quedaron un momento en profundo silencio, escuchando solo sus respiraciones, sus palpitaciones y los sollozos del vikingo–. No te alejes de mí… no te alejes jamás–dijo de forma que ninguno de los dos sabía si era una petición o una orden.
A Elsa el corazón se le contrajo, por lo que se aferró más a Hiccup, deseando que, por lo menos por un segundo, ella dejase de ser ese ente maligno de hielo e invierno y pudiese transmitirle a su amado algo de calidez. Nuevamente estaba deseando deshacerse de esa fuente de magia que tanto poder le había brindado y que tanto amor le había arrebatado. Hiccup, por otro lado, deseó despojarse de todas las armas que tenía encima y de la armadura con la que a veces incluso dormía, quería colgar su traje de guerra solo por un momento, darle a entender a su reina que él no se iría a morir en un campo de batalla cualquiera y que no la dejaría sola nunca.
Hiccup deseó no estar cubierto de inseguridades y escamas de dragones asesinados, Elsa deseó no estar protegida por muros de hielo y oculta tras la desconfianza que la muerte y la traición traían.
Hiccup deseó nunca haberse convertido en el Gran Asesino de dragones y Elsa deseó no haber sido jamás la Bruja de las Nieves.
La reina retiró la cabeza del vikingo de su cuello, lo miró directamente a los ojos, encontrándose con esa alma calcinada con fuego de dragón. Él, por otro lado, se encontró con el dolor de un corazón de hielo. Ambos, entonces, decidieron hacer lo único que sabían hacer cuando se encontraban con el sufrimiento del otro.
Amarse.
Así que, con un rapidez impresionante, Hiccup la subió al escritorio y Elsa se desvistió con un solo movimiento de muñeca.
Y se amaron hasta que los gemidos se confundieron con sollozos. Se amaron hasta que no supieron qué era lo que resbalaba por su cuerpo, si sudor o lágrimas.
Vale, sí, se supone que estas historias son tiernas y carentes de drama, pero realmente quería escribir algo de este Au que tengo en la cabeza desde hace mucho. Para empezar, yo siempre he tenido muchos problemas con el tema de Valka y el hecho de que no intentase volver con su familia por 20-21 años y creo honestamente que por lo menos alguien debería resaltar que hay algo malo en eso.
Quien sabe, tal vez le dedique más historias cortas o una larga a este Au, porque, en serio, no me lo puedo sacar de la cabeza.
