(Quería hablar de esta costumbre vikinga, solo eso. No es completamente correcta, así que no os creáis mucho lo que aquí pone.)
Llaves.
Hiccup comienza todo la ceremonia con gran seriedad y tranquilidad, rezando un poco delante de ella mientras la sujeta de las manos, para luego guiarla hasta la chimenea, procede a arrodillarla al costado del fuego y se coloca detrás de ella. Cepilla su pelo con cuidado, lentamente, sin prisa alguna, haciendo que Elsa recuerde un poco las veces que sus nodrizas o su madre hacían lo mismo con ella antes de dormir, hay algo diferente en ello, algo más romántico y sagrado, algo que hace que su corazón arda por el cariñoso candor de su esposo, algo que lo diferencia por completo de cualquier otra caricia que le han ofrecido a lo largo de su vida –que tan poco fueron muchas–. Él deja a un lado el peine luego de sacar todos los pelos y arrojarlos al fuego, acerca las cuencas llenas de runas a su lado en el suelo y comienza a hacerle trenzas a su mujer. Para Elsa un peinado tan ajustado, pero tan caótico al mismo tiempo es inusual, está acostumbrada a tocados extravagantes o a un peinado sencillo que solo sirve para alejarse el pelo de la cara, está incluso más acostumbrada a dejar a su melena libre de cualquier atadura, pero a varias trenzas, cada una yendo en una dirección diferente es algo que nunca se había hecho ni había dejado que le hicieran.
Pero, bueno, esto era lo que significa casarse con un vikingo y aceptar su religión.
Hiccup coloca en el cabello blanco de Elsa cada una de las cuencas marcadas por runas de protección y buen augurio luego de rápidos rezos a los diferentes dioses nórdicos, se levanta por un momento y luego regresa con un pequeño espejo después de haber terminado con el peinado. Elsa se observa a sí misma, le cuesta un poco reconocerse al inicio, con el centro del cabello apretado en varias pequeñas trenzas que luego se unen en una sola, con cabellos sueltos al costado que cubren sus orejas, acompañados de diminutas trenzas que apenas se distinguen de finos mechones. Mueve, por pura curiosidad infantil, la cabeza de un lado a otro. No puede evitar reír tontamente al escuchar las cuentas chocar entre ellas.
Hiccup imita su risilla, luego la toma dulcemente de una mejilla para besarla dulcemente en los labios.
–Aprieta un poco –confiesa con algo de vergüenza, porque se sentía como una niña pequeña lloriqueando.
–Lo sé, amor –asiente él, comprensivo como siempre–, ¿quieres que lo afloje un poco?
–No, es mejor que me vaya acostumbrando –contesta soltando el espejo y recostándose un poco en el cuerpo de su marido–. ¿Por qué no he visto a más mujeres con estos peinados?
–Porque te has juntado más que nada con doncellas, amor. Ellas son solteras y guerreras, mi vida –explica mientras le acaricia la cintura–, tú, ahora, eres un matriarca. Ellas se dedican a ir a las expediciones con nosotros, tú has de quedarte aquí a proteger el pueblo de los invasores.
–Quedarme en casa y cuidar de los niños, pero en vikingo –bromea Elsa asintiendo. Hiccup aprieta los labios, aguantándose las risas y la poca indignación que el comentario le genera–. Sigo sin ver la relación con los peinados, honestamente.
–Lo tuyo es puramente simbólico –dice señalándola–, ellas eligen el peinado más práctico. Bueno, en verdad, esto también es práctico para ti. Alejas los mechones de arriba de tu rostro –explica, acariciando las trenzas que le había hecho–, y mantienes el cabello de los costados para no congelar tus orejas –concluye, metiendo sus rasposas manos debajo del pelo blanco de su mujer, apretando y acariciando las orejas–. No vas a estar constante en batalla o algún trabajo físico muy arduo, por eso te tienes que proteger las orejas del frío.
–El frío a mi nunca me ha afectado.
–Te resfriaste hace un mes.
–Ya, pero no por el frío –insiste ella–. Fue tu culpa por cambiarme tan abruptamente las temperaturas, entrando y saliendo todo el tiempo del taller de Gobber.
Hiccup suelta una carcajada mientras niega con la cabeza.
–Venga, ya, hay que continuar con toda la ceremonia –dice entre risas y levantándose–. Arrodíllate como si fueras a rezar –le pide mientras toma las llaves que había dejado reposando en el mueble más cercano. Elsa obedece sin pensarlo mucho, arrepintiéndose de inmediato al notar que estaba a la altura de esa parte de su marido. Ella desvía la mirada rápidamente y, al voltear y notarlo, Hiccup no puede evitar burlarse un poco–. Ah, ¿así que ahora te avergüenzas? Hace dos noches no parecía molestarte en lo absoluto –Hiccup sencillamente no puede evitar posar un mano sobre la cabeza de Elsa, simulando lo sucedió aquella noche, acariciando nuevamente las pequeñas trenzas.
–Sigue así y la próxima vez te lo arrancó de un mordisco –amenaza con las mejillas y las orejas enrojecidas por la vergüenza.
–Mira tú por donde, te estás volviendo más vikinga cada día –bromeó él.
–¡Hiccup!
–De acuerdo, de acuerdo –asiente mientras se aparta, no vaya a ser que Elsa iba en serio con eso de volver a su esposo un eunuco–. Ya no molesto más, está bien –accede, a pesar de que se sigue riendo. Elsa se limita a girar los ojos y alejarse un poco del cuerpo de su marido. Él toma un poco de aire para recuperar la seriedad que el tema acredita. Vuelve a tomar las llaves, extiende la cuerda que las unes y empieza colocárselas a Elsa–. Estas llaves no son solo las llaves de nuestro hogar –se supone que él tenía que seguir un monologo en específico. Pero él era el primer vikingo en domar un dragón, y ella era un espíritu de la naturaleza que hace a penas unos meses era una devota cristiana, tampoco les afectaría mucho a ninguno romper la tradición–, son las llaves de nuestro pueblo, las llaves de nuestra gente –continúa, ahora poniendo otro collar de llaves–, son las llaves de nuestros tesoros, nuestros logros, aquellos que obtuvimos con sangre, sudor y lágrimas, aquellos por lo que tanto hemos trabajado –coloca un nuevo collar de llaves sobre los hombros de su mujer, ya el último. Decide arrodillarse frente a ella, quedando cara a cara–. Confío en ti, Elsa, con todo mi ser –él toma ambas manos de su mujer para ponerlas sobre su corazón–. Más que en nadie, más que en nada –él se inclina para dejar apoyadas sus frentes–. Y lo haré incluso después del Ragnarök, cuando peleemos juntos en el fin del mundo.
Y aunque, oficial y reglamentariamente, debería de haber más sangre, animales decapitados, heridas, cuchillos y cicatrices, los nuevos representantes de Berk y de la familia Haddock sellaron aquella ceremonia con un dulce beso.
