Harry Potter Au. Slytherin!Elsa x Gryffindor!Hiccup

(Alguien en TikTok preguntó que pasaría si un profesor ve que un boggart se transforma en el padre de un alumno... quería trabajar con eso).

Advertencia: violencia intrafamiliar, racismo, lenguaje vulgar, Remus Lupin slander, JK slander.


Hora del té.


Había muchas reglas en el mundo mágico. Había reglas mágicas y reglas humanas, había reglas que solo aplican con elfos o goblins, había reglas que solo aplicaban con dragones o centauros, había reglas que se aplicaban con basiliscos o con sirenas. En el mundo mágico habían demasiadas reglas que seguir. Las reglas de los sangre puras, las reglas de los mestizos, las reglas de los squibs, las reglas de los nacidos de muggles. El mundo mágico se basa en reglas y expectativas imposibles de cumplir sin lastimar a alguien por el camino, sin dejar un herida física y/o psicológica en alguien.

También hay muchas reglas en Hogwarts, el colegio de magia y hechicería de Reino Unido, el único en Reino Unido, por muy tonta que parezca la idea de poner a todos los humanos mágicos menores de edad de cuatro países diferentes en un solo colegio –aunque bueno, hablamos del mismo mundo donde casi toda Latinoamérica va a un solo colegio en BRASIL–.

Todos conocen las reglas de Hogwarts: no estar paseándote por el colegio luego del toque de queda, no ir al pueblo de al lado sin la autorización de tus padres –eso sí, si te quieres enfrentar al Señor Tenebroso en los pasillos de la institución tienes vía libre–, no entrar en las habitaciones de tu sexo opuesto –porque aquí todo el mundo es muy heterosexual y la única razón por la que alguien se metería en una habitación del género contrario es para "hacer el innombrable", a pesar de las otras tres personas que se encontrarían allí–. Pero la regla más importante que todos conocían en Hogwarts era aquella que se relacionaba con las casas del colegio, las malditas casas de Hogwarts, porque ¿quién no quiere formar una enemistad estúpida a los once años por el color de tu corbata y de los adornos de tu uniforme?

Los Ravenclaw eran unos raritos, unos amargados y unos antipáticos de mucho cuidado. Con las narices metidas en sus libros y sus labios pronunciando los más asquerosos rumores que ellos mismos se inventan cuando se aburren. Los Ravenclaw solo servían para conseguir tareas o meterte en problemas. Después de eso, eran básicamente nada. Eso eran lo que pensaban el resto de casas, según los estudiantes de azul, ellos no eran otra cosa que inteligentes y lógicos estudiantes que veían con facilidad aquello que postraba frente a sus narices mientras el resto de casas balbuceaban como bebés atontados en busca de la misma cosa.

Los Hufflepuff eran unos inútiles blandengues, unos squibs lloricas a quienes, por lastima y misericordia, se les había brindado la oportunidad de estudiar magia junto a la gente útil. Los Hufflepuff no eran más que el muñeco de entrenamiento del resto de las casas, el chivo expiatorio, el desahogo para aquellos que sí valían la pena. Según los estudiantes de amarillo, ellos eran los únicos con una superioridad moral suficiente como para perdonar todas las cosas malas que les hacían, ellos eran mejores porque eran de buen corazón, más que nadie en el castillo de Hogwarts. Un Hufflepuff no te perdonaba porque creía que te merecías ser perdonado, te perdonaba porque era demasiado bueno, porque era demasiado paciente y comprensivo. Los demás eran cabronazos desalmados, ellos no, ellos eran cachitos de pan que no se merecían ningún maltrato.

Los Slytherin eran unos soberanos hijos de... mortífagos. Racistas con un complejo de superioridad blanca que harían temblar a los neonazis. Unos desgraciados con muy mala leche que miraban a todo el mundo por encima del hombro. Unos asquerosos asesinos que solo esperaban por el momento correcto para tirarte un Avada Kedavra y luego jugar a las canicas sobre tu cadáver. Según los estudiantes de verde, ellos solo tenían responsabilidades, expectativas y reglas que cumplir, tenían personas que contentar, pactos que establecer, posiciones sociopolíticas que mantener; eran gentes muy ocupadas y acosadas por el tictac del reloj, no tenían tiempo, mucho menos ganas, de llevar a cabo esos planes maquiavélicos de los que se les acusaba, a menos, claro, que su deber sea llevar a cabo esos planes maquiavélicos.

Los Gryffindor eran valientes, nobles, los héroes inamovibles de la historia... según ellos. Porque para el resto de Hogwarts ellos no eran otra cosa que las mascotitas consentidas de Dumbledore, unos mamarrachos que aceptan orgullosos y sonrientes premios que sencillamente no se habían ganado, eran creadores de incontables problemas que, por necesidades del guion, jamás recibían el castigo que se merecían.

Y es por eso que las reglas de Hogwarts establecían que rojos no se juntan con verdes, verdes no se juntan con azules –¡mucho menos con amarillos!–, a menos que tengan planes de dominio mundial; los amarillos no se juntan con los rojos porque siempre va a ser una relación basada en el abuso de poder; y los azules no se juntan con nadie porque todos los demás son idiotas menos ellos.

Por eso nadie se ayuda, por eso la política del país se basa en el color de tu condenado uniforme en tus años estudiantiles, por eso en las calles del Londres mágico se miran con asco cuando se reconocen entre rivales.

Por eso todo el mundo se ríe ante esa broma, por eso ese profesor subnormal hace esa broma.

El profesor Lupin, por mucho que le guste fingir una superioridad moral a la de sus fallecidos o encarcelados antiguos amigos ahora que es adulto –e incluso lo hacía de joven–, en verdad era un chucho de muy mala leche. Como quería y cuidaba a sus rojitos, pues era un fiel seguidor del favoritismo entre alumnos, aunque también respetaba la ingeniosa mente de los azulitos y apreciaba la dulzura de los amarillitos, ¿pero los verdes? Esos mortífagos en preparación podían besarle su peludo trasero en una noche de luna llena.

No pudo evitarlo, sencillamente no pudo. Había sido demasiado bueno para no comentarlo ¡y era en contra de una Slytherin de gran importancia política! ¡era sencillamente perfecto!

Vamos, ¿quién no lo hubiera hecho? No todos los días ves eso.

No todos los días ves a una fría Slytherin huyendo llorosa y temblorosa lejos de un boggart... un boggart que ha tomado la forma de su tutor legal sosteniendo con firmeza una tetera en una de sus manos. No todos los días ves a una niña de quince años teniendo un ataque de ansiedad por algo tan ridículo como eso, ¿su abuelo con una tetera? ¿en serio? ¿ese era el mayor temor de una respetada Slytherin de quinto año? Entre ella y el niño de Hufflepuff que temblaba y lloriqueaba por la imagen de su cariñosa madre –porque Lupin conocía a esa mujer y sabía que era una amor de persona, y eso de que ella pudiera hacerle daño a su propio niño era una soberana gilipollez–, Lupin no sabía elegir quien era el más patético.

Mientras ella se tambaleaba desesperada hasta el final de la clase, Lupin suelta un simple comentario.

–¿Qué pasa, señorita Arendelle? –pregunta gozando cada palabra, enorgullecido de ver los inicios de las risillas de sus leones–, ¿las tardes de té con su abuelo no son sus favoritas?

La chica hiperventiló violentamente mientras escuchaba las carcajadas de sus compañeros y a su profesor poner la cereza al pastel.

–Esta clase ya no es tan ridícula, ¿verdad, señorita Arendelle?

Susodicha salió corriendo y llorando del aula, para sorpresa de Lupin y risa del resto de alumnos. La puerta se estampa contra la pared y Lupin se limita a soltar una última risilla mientras niega con la cabeza, esos verdes nunca dejaban de formar escandalo e intentar ponerse bajo el foco de atención. Su abuelo con una tetera, que gran tontería, ¡él sí que tenía miedos de verdad! No como esa hija de mortífagos.


Hiccup, luego de salir disimuladamente de la clase, luego de buscar por casi media hora a la chica de verde, la encuentra detrás de una de esas anticuadas armaduras que decoraban los pasillos de Hogwarts, hecha un ovillo en el suelo, llorando entre violentos espasmos.

Un ataque de ansiedad, sí, eso era. Tal y como sospechaba.

Se arrodilla a su lado y toca delicadamente su hombro, espantando a la serpiente.

–Hey, hola –dice con nerviosismo, sintiéndose estúpido por no haber pensado mejor en lo que le iba a decir–. No nos conocemos, pero aún así...

–Yo... –a la muchacha le cuesta hablar entre sus hipos y sollozos–, yo sé quien eres, Haddock.

Hiccup abre los ojos. –¿En serio?

Ella, de alguna manera que no entra dentro de su lógica de hijos de muggles, logra reírse con crueldad.

–Pues claro, sangre sucia, tu nombre revolotea por todos lados desde lo que hiciste con ese dragón.

Se sentiría tontamente avergonzado por la mención del dragón, al cual llamó Toothless, que él consiguió calmar en una caótica clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, sino fuera por el uso de ese insulto racista.

–Lo de sangre sucia sobraba, sobre todo teniendo en cuenta que estoy intentando ayudarte –masculla con el ceño fruncido por la indignación. Ella vuelve a dedicarle una risa cruel.

–¿No quieres llamar a papi Dumbledore primero? –pregunta mientras se aleja de él–. ¡Quinientos puntos para Gryffindor, por tener decencia humana básica!

Hiccup pone los ojos en blanco. –¿Me va a hablar una racista de decencia humana básica?

Ella, temblando y aún llorando, consigue levantarse, apoyándose en las paredes, mirándolo con rabia. Hiccup imita la acción, testarudo en la idea de ayudarla.

–No necesito tu pena, sangre sucia e inmunda.

Él se cruza de brazos. –Cielos, ¿tanto te cuesta aceptar un poquito de ayuda, condenada supremacista blanca?

–Vete al demonio –escupe mientras intenta caminar hacia el lado contrario. Al verla tropezar patéticamente, por mucho que no quiera, Hiccup suspira pesadamente y la sostiene de la cintura para ayudarle a caminar, en una dirección diferente a la que tomaba–. ¿Qué crees que haces? –grita mientras zarandea para alejarse, descubre rápidamente, y con la sangre hirviéndole por la rabia, que el hijo de muggles es demasiado fuerte como para lograr nada–. Suéltame en este momento –ordena con los dientes apretados.

–Voy a llevarte al patio, para que tomes aire fresco –dice, ignorándola completamente.

–No –gruñe–, llévame a la sala común de mi casa.

Hiccup voltea a verla con firmeza. –He dicho que al patio, nos podemos esconder detrás de unas plantas, si quieres, pero no te irás de ahí hasta que me asegure de que estás bien.

–¿Sabes esa asquerosa broma que los gemelos Weasley han hecho hace poco?

Hiccup alza una ceja por el cambio de tema. –¿Lo del disco volador con colmillos que os perseguía a los Slytherin? –preguntó con vergüenza, odiaba las abusivas bromas de los gemelos Weasley, eran demasiado violentas y destructivas, le avergonzaba y asqueaba estar en la misma casa que ellos. Elsa asiente y le devuelve la mirada intensa.

–Voy a hacerte lo mismo como no me sueltes.

Hiccup bufa y la suelta en ese momento, con gran brusquedad y empujándola un poco, haciendo que se cayera de bruces contra el suelo de piedra. Ella vuelve a gruñir mientras se voltea a verlo, él se limita a cruzarse de brazos, la observa batallar para ponerse de pie, sus piernas y brazos no dejan de temblar con una fiereza dolorosa, Hiccup suspira pesadamente para luego volver a arrodillarse y así levantar con delicadeza a la muchacha

–¿Por qué? –masculla Elsa mientras acepta apoyarse en Hiccup para caminar–, ¿qué piensas que sacarás de esto, niño dragón?

–¡Eh! Ya no soy sangre sucia –bromea con una sonrisa ladina, con la que logra hacer que la sangre pura ponga los ojos en blanco–. Oye, solo estoy intentando ayudarte por lo mismo que has dicho: decencia humana.

–¿Desde cuanto los leones empatizan con las serpientes? –pregunta con amargura–, somos malvados, ¿recuerdas? Mortífagos en práctica, futuros asesinos... la maldad encarnada, y tú, leoncito, se supone que tienes que pelear en contra de eso.

Él solo hace una mueca. –Un poco cabrones sí que sois.

–Nosotros no abucheamos a niños de once años porque un sombrero viejo les dice que se pongan un corbata verde.

–Nosotros no somos unos racistas.

–¡Ja! ¡Pero claro que hay puristas de sangre en tu casa, Haddock! –se burla de él mientras bajan escaleras–. De la misma manera que en mis casa hay nacidos de muggles.

Hiccup alza una ceja. –¿Ellos son nacidos de muggles pero yo soy un sangre sucia? ¿Así funciona?

–Los Slytherin nos defendemos entre nosotros, sin importar quien seas –proclama con firmeza–, es nuestra manera de sobrevivir en este colegio.

–Madre mía, tampoco lo tenéis tan mal.

–¿Qué no lo tenemos tan mal? –pregunta incrédula mientras palmea el hombro del muchacho, indicándole que necesita tomar un descanso, sus piernas siguen temblando–. Somos los monstruos del colegio, se nos culpa de todo lo malo que sucede, nos pone en peligro y los profesores pasan olímpicamente de los problemas familiares de los que deberían protegernos. Porque esto es Hogwarts y nosotros somos Slytherin... Hogwarts otorgará ayuda a aquellos que lo necesitan, a menos, claro, que vistan de verde.

–Veo tu punto, no te niego que muchas veces los profesores permiten y fortalecen la separación y discriminación entre casas, además de pasarse por el arco de triunfo los casos de violencia intrafamiliar –admite mientras se apoya junto a ella contra una pared fría–. Pero en verdad eso es un problema general más que enfocado en vuestra casa, ¿has visto a todos los tejones victimas de acoso? ¿has visto a alguno de los profesores hacer algo al respecto? ¿conoces a Anthony Goldstein? Dicen que Pomfrey le encontró quemaduras producidas por cigarrillos en toda la espalda y no hizo nada al respecto, otros dicen que ella intentó hablar con Dumbledore, pero que el viejo decidió hacer la vista gorda.

Elsa observa en completo silencio a Hiccup por unos largos segundos luego de que este terminara hablar, haciendo que el león solo se quedara confundido, compartiendo las miradas.

–¿Por qué tu abuelo? –se atreve a preguntar.

Elsa alza una ceja. –¿Para qué quieres saberlo?

–Curiosidad.

–Eres un león, no un águila. Lo tuyo es la caballerosidad de no preguntar eso, no la curiosidad.

–Venga, Arendelle –suspira Hiccup cansado–, ¿no podemos dejar por dos segundos la tontería esta de las casas y hablar como personas civilizadas?

–Una conversación normal no implica explicar los traumas de la infancia a una persona con la que hablas por primera vez –murmura con obviedad y sorna. Hiccup intenta protestar, pero Elsa lo interrumpe–. Dime tú cual sería tu boggart y por qué, y yo te explicaré lo de mi abuelo y su maldita tetera.

–Un sujeto llamado Dagur –responde de inmediato Hiccup, sorprendiendo a Elsa, volviendo a sujetarla para recomenzar la caminata–, le conozco desde los cuatro años, es un vecino, un muggle.

–Ajá –dice mientras llegan a una vano del segundo piso, en una ala poco concurrida–. Quedémonos aquí, la cuestión es tomar aire fresco, ¿verdad?

Hiccup asiente mientras se sienta frente a Elsa y continúa con su relato. –Él es cinco años mayor que yo, siempre ha sido un abusón. Más grande, más fuerte, con más amigos –Hiccup apoya su espalda contra el muro frío nuevamente–. Una vez me arrastró hacia el bosque cerca de nuestro vecindario, me llevó bastante adentro y me ató a un árbol. Yo tenía siete años, ni siquiera había intentado desatarme porque me había amenazado con darme una paliza si lo intentaba... él se fue y les costó una hora encontrarme –Hiccup suspira con pesadez, para luego mirar fijamente a Elsa, ¿por qué narices le había contado algo como eso a esa niña racista? Bendita curiosidad y su tendencia de matar a felinos.

Elsa solo hace una mueca. –Menudo psicópata.

Hiccup se ríe con amargura. –¿Sabes que dijeron sus padres cuando mi padre fue a reclamarles? –preguntó con una sonrisa extraña surcando su rostro. Elsa solo hace un gesto con la cabeza, indicándole que continúe–. Dijeron que eran cosas de niños, y que me lo había ganado por ser un llorica.

Es entonces que logra espantar a la sangre pura.

–¿Qué demonios...?

–Lo sé –ríe para ignorar el dolor del trauma–. Ahora tú, te toca contarme lo que pasa con tu abuelo,

Elsa chasquea la lengua y hace un mueca. –Realmente no creía que fueras a aceptar el trato –confiesa–, os maldigo a ustedes y a vuestra condenada estupidez.

–Yo lo llamaría valentía.

–Un grave error, en verdad.

Ambos logran reír con honestidad. Se miran y piensan lo raro que es todo lo que ocurre en ese preciso momento. Elsa toma aire y suspira lentamente.

–Lamento haberte llamado sangre sucia –dice mirándole fijamente a los ojos–. Solo intentabas ayudar y yo me estaba desquitando contigo porque Lupin es un cretino subnormal.

Hiccup le dedica una preciosa sonrisa. –Vaya... eso es lindo de tu parte, incluso la parte del profesor Lupin –vuelven a reír, sueltan uno que otro comentario contra el nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, y cuando acaban las risillas, Hiccup la mira a los ojos y le dice–. No tienes por qué contármelo si no quieres.

Elsa alza una ceja. –Hicimos un trato, Haddock, soy una mujer de palabra, una Arendelle, yo cumplo lo que digo.

–Chica, tampoco hemos hecho un juramento inquebrantable. Con que me lo cuentes algún día está bien.

–No, porque ahora tengo ventaja sobre ti, no es justo.

–¿Ventaja?

–¿No sería divertido ir contando esa historia por toda la escuela? –pregunta con fingida crueldad con la que consigue hacer temblar a Hiccup–. Es su manera de castigarme –murmura dejando de mirarlo a los ojos, confundiéndole por unos instantes hasta que encuentra la lógica.

Y se queda asqueado y espantado, con ganas de vomitar.

–Él... él, tu abuelo... ¿te hecha agua hervida como castigo? –Elsa solo asiente–. ¿Dónde?

Lame sus labios y responde. –En la espalda.

Hiccup se acerca a Elsa, ella se retuerce incómoda por la cercanía, pero tampoco se aparta. Hiccup le sujeta una mano y le dice que tiene que contárselo a alguien.

–Te lo estoy contando a ti.

–A alguien que pueda hacer algo, Arendelle.

Elsa se hunde en hombros. –Él es demasiado importante, mi familia es demasiado importante... la mejor opción es esperar a que se muera para convertirme en la matriarca de los Arendelle. Entonces estaré libre.

Hiccup aprieta las pálidas manos de Elsa, ella no sabe cómo sentirse por esa acción.

Ella suspira y se intenta convencer de que así será, que sus palabras son ciertas. Que solo tiene que esperar a la muerte de su abuelo para que su vida mejore... solo eso.


Hiccup recordaba perfectamente cómo, a inicio de su quinto año, Elsa Arendelle le había contado la verdad de acerca de su relación con su abuelo. Hiccup había comprendido y escuchado a la Slytherin en sus momentos más bajos en los siguientes meses, incluso le ayudó a curar algunas de las heridas con las que llegó después de las vacaciones de invierno. Y sencillamente había hecho oídos sordos cada vez que ella repetía que solo hacía falta que su abuelo muriera, porque cada vez que Elsa lo decía, lo hacía con más rabia y más sed de sangre, pero, tal vez él se lo imaginó, siempre había algo en su mirada que decía que en verdad solo esperaría a los actos de la naturaleza.

Maldita sea, no esperaba que al llegar a Hogwarts para su sexto año todo el mundo estuviera hablando de cómo Elsa Arendelle había asesinado a su abuelo durante las vacaciones de verano, todo el mundo insistía en que, a pesar de no existir prueba alguna, era evidente que ella había sido la culpable.

Por lo que, perseguido por algo de culpa, al tercer día de clases la confrontó.

–Me he enterado lo de tu abuelo –le dice cuando finalmente la encuentra en un pasillo solitario. Elsa voltea a verlo y le dedica una sonrisa juguetona.

–¿Y? ¿Estas dudando entre darme el pésame o las felicitaciones? –Hiccup no responde, Elsa suelta una risilla cansada y le alza una ceja–. ¿O vienes para cumplir tu papelito de héroe?

–¿Le has matado tú? –pregunta seriamente.

–¿Te crees que te lo confesaría a ti?

–Sí –responde mirándola a los ojos–, sé que me lo confesarías a mí, sé que dependes de mí lo suficiente como para hacerlo, sé que piensas que no contarme la verdad significa perderme, y sé perfectamente que preferirías morir a perderme.

Dejan de caminar y se miran el uno al otro directamente a los ojos. Los corazones laten confundidos, los cerebros les gritan que se maten entre ellos de una buena vez, los cuerpos se mantienen quietos.

Elsa bufa. –Odio cuando tienes razón –dice mientras camina a él con los brazos cruzados–, sí, sí que te lo contaría a ti, y es verdad que lo último que quiero es perderte –se queda a tan solo unos centímetros de él–. Por eso me tienes que creer ahora cuando te digo que no lo hice.

Hiccup sonríe honestamente, alza su mano para acariciar el rostro de Elsa mientras empieza a hablar. –Confió en ti...

–No del todo.

Elsa sonríe juguetona, Hiccup, de golpe, cruza los brazos como si estuviera regañando a una niña pequeña.

–¿Qué?

–Hombre, fue en parte mi culpa, pero matarlo lo que es matarlo con todas sus letras, pues no, no le he matado.

–Elsa –insiste el león.

–Solo le dije una mentira en un mal momento –dice levantando las manos a modo de rendición–, o bueno, una posible verdad. Depende de cómo lo veas.

Hiccup alza una ceja. –¿Que diantres le dijiste?

La serpiente le sonríe de oreja a oreja con esa picardía que le pone de los nervios –en el buen y en el mal sentido al mismo tiempo–.

–Le dije que le arruinaría su precioso linaje de sangre puras... casándome con un hijo de muggles.

Las mejillas de Hiccup se enrojecen hasta un rojo brillante, sus ojos se abren al máximo y su corazón empieza a latir con una desenfreno doloroso.

–¿Qué? Espera... ¿qué?

Elsa se limita a sonreír mientras Hiccup balbucea. En algún momento su cerebro deja de funcionar por completo y se limita a taparse la cara con ambos manos mientras intenta recordar cómo diantres se respiraba.

–¿Me estás pidiendo salir? –cuestiona sin mirarla, dirigiendo su vista al enorme techo.

–Te estoy pidiendo que me pidas salir, Haddock –responde mientras toma su cuello para que vuelva a observarla.

–De eso nada, me estás pidiendo salir –dice acercándose más, provocando que sus respiraciones se chocaran–. Asúmelo, Arendelle, estás dando el primer paso.

Elsa pone los ojos en blanco. –¿Serás más feliz si admito eso?

–Pues sí, la verdad es que sí.

Ella suelta una risa encantadora que le hace poner una cara de idiota.

–Me gustas, Hiccup Haddock –murmura contra los labios del chico–, tengamos una cita este viernes después de clases.

Hiccup pone sus firmes manos en la cintura de Elsa, quien tiembla y muerde su labio por los nervios.

–Me encantaría.

–Ya lo sé.

Hiccup le da un dulce beso en la mejilla antes de irse, Elsa regresa a su sala común con una tonta sonrisa de oreja a oreja. Draco Malfoy, que por algo es su primo menor, exige saber que le ocurre, ella se limita a ignorarlo y a recordarle que, como matriarca de una casa que era, ella no tenía por qué recibir sus tontas órdenes. En Gryffindor Hermione Granger, mientras él le entrega apuntes de otros años, le pregunta a Hiccup por qué está tan ausente ese día, él tampoco explica mucho, solo dice que se trata de alguien muy especial, con eso se conforma la chica de oro.