El Baile de la Unión.


Pequeño one-shot "continuación" de El destino siempre te alcanza. Para los que querían leer un poco más de nuestro querido niño Harald. Aquellos que no hayáis leído la saga, creo que vais a poder pillar la mayoría de las cosas, pero, hombre, recomiendo leeros esos fanfics primero.


Ceana suelta un agudo chillido al escuchar las puertecillas de sus ventanas abrirse de momento a otro, dejando entrar una potente ráfaga de aires que desordena todos sus papeles. Se gira bruscamente, casi desperdigando su cuenco de tinta negra encima de toda su mesa, para observar al descarado intruso que se ha atrevido a meterse a su habitación del palacio de DunBroch. Harald le sonríe pícaramente desde el vano en el que se ha sentado como si el castillo y el reino entero le perteneciesen. Su cabello negro, el cual ha dejado crecer en los últimos dos años hasta el punto que ya no tiene zonas rapadas en su cabeza, flota por la brisa inglesa al ritmo de las cortinas blancas que adornan la ventana de la princesa. Sus ojos marrones brillan con esa emoción digna del protagonista de un romance prohibido que, para gracia de todos en Berk, es lo que es.

–Su majestad –saluda inclinándose elegantemente ante su princesa.

Ceana finalmente reacciona. –¡Harald! –su voz suena firme y dura, como cada vez que él se cuela en su habitación sin siquiera enviar una carta primero–. ¡No puedes estar aquí! –señala mientras avanza rápidamente hacia él. El menor de los muchachos Haddock se limita a esperar por ella, cuando finalmente la tiene cerca, se levanta en un emocionado salto y rodea con firmeza la fina cintura de la princesa con sus largos brazos. Ella responde con un respingo y un sonrojo que ganaba en tonalidades al cabello de sus hermanos, su madre y tíos combinados–. ¡Harald! ¡Detente! –chilla en un susurro mientras aprieta los músculos de los brazos del joven vikingo, seguramente después diría que era para alejarlo, pero Harald sabía que, en el fondo, su princesa disfrutaba inmensamente de tantear la firmeza de su cuerpo–. ¡Harald! De verdad que no puedes estar aquí.

–¿No es eso lo que hace aún más emocionante lo nuestro? –pregunta con sorna mientras la elevaba levemente para comenzar a darle vueltas en el aire. Ella se aferra rápidamente a los hombros de él y le mira fijamente a su ojos marrones. El corazón le da un vuelco a Ceana, maravillada por el encanto del rostro de su amado. Sus mejillas mantienen ese tono rojizo, pero ahora es más por la emoción de tenerlo tan cerca suyo que por la vergüenza o los nervios que siente por la posibilidad de ser atrapados por alguien de los reinos ingleses o nipones.

Cuando finalmente la baja, Harald atrapa el cuerpo de su princesa contra el suyo propio y una de las columnas de madera adornada de su cama. Atrapa sus finos labios en un suave y lento beso desbordante del más puro amor que él es capaz de transmitir. Ceana acepta el beso con gusto, olvidándose por completo por el temor de ser descubiertos, lleva sus manos finas hasta el rostro de Harald, repleto de cicatrices profundas y de extensa longitud. Le gustan las cicatrices de Harald, le gusta acariciarlas y recordarle, porque él muchas veces se siente abrumado por ellas y la manera en la que afectan a su rostro, que aquellas marcas de guerra y supervivencia son uno de los aspectos más maravillosos de todo su cuerpo.

Tal vez sea culpa de la romantización que el tema bélico tiene en las dos patrias a las que pertenece, tal vez sea ese gusto por lo prohibido que desarrollo luego de años y años escuchando a sus padres, matronas, hermanos y concejeros qué es lo que tiene que hacer y qué es lo que no tiene que hacer, tal vez sea por la seguridad que le brindaba saber que a su merced tenía el amor del único joven que puede llevarse el título de haber sufrido la tortura y maltrato de Valentino Westergaard y haber sobrevivido a ello de manera victoriosa... quien sabia por qué era en verdad, pero Ceana Hamada sencillamente no podía concebir la idea de no adorar todas marcas de fuerza y valentía de su amante.

Cuando se separan lentamente el uno del otro, la princesa pasa suavemente la yema de sus dedos por la cicatriz más extensa de Harald, aquella que le viaja desde una oreja hasta otra, pasando por su nariz. El vikingo arruga levemente su nariz, conteniéndose las cosquillas y la incomodidad que ese roce le genera. Ceana sujeta con toda la delicadeza del mundo las mejillas de Harald, apretando un poco, haciendo que el rostro del muchacho se quedará en una mueca graciosa y tierna. Coloca un dulce beso sobre sus labios, un beso rápido y corto, pero precioso.

–Te amo –murmura mirándole fijamente a los ojos–, pero en serio tienes que irte.

El humor de Harald se arruina de inmediato. –Venga ya, ¿por qué?

–Mi padre podría entrar en cualquier momento para saber cuando he acabado con eso –explica señalando con la cabeza la pila de papeles de su escritorio–. ¿Que te parece si nos vemos mañana?

–Tengo reunión con el nuevo presidente italiano, un tal Leoluca Riina –masculla mientras se desliza lentamente lejos del agarre de su amada–. Estaré con él unos días, tal vez una semana entera, ¿qué tal entonces?

Ceana hace una mueca. –Estaré ayudando a mi madre a preparar el Baile de la Unión.

–¡Aún quedan dos meses para ese dichoso baile! ¿Vais a estar trabajando los dos meses enteros? ¡Eso es una locura! –añade lo último al verla asentir con cansancio.

La princesa suelta una risilla mientras se cuelga del cuello del vikingo.

–Intenta explicárselo a ella –reta con sorna mientras juguetea con la pequeña coleta de Harald–. Esto de tener una relación clandestina es complicado, ¿eh?

–Bastante, la verdad –suspira él pesadamente para luego dedicarle un preciosa sonrisa que resalta cada una de sus cicatrices–, pero vale por completo la pena, amor.

Ella le regala un nuevo beso en los labios, se separan con algo de pena, sabiendo que ya se estaban despidiendo. –Entonces, ¿hasta el Baile de la Unión?

Él le dedica una sonrisa lastimera.

–Hasta el Baile de la Unión –se despide con elegancia, tomando uno de los largos y negros mechones de liso cabello de su amada, dejando un galante beso sobre las hebras, provocando que la jovencita mordiera delicadamente su labio inferior–. Te veré entonces, amada mía.

–Ve con cuidado –le ruega tomando una de sus callosas manos–, no dejes que los italianos te arrastren a sus locuras.

El muchacho se aleja con una sonrisa divertida, sin dejar de observarla en ningún momento, caminando de espaldas mientras disfruta de su presencia.

–Por favor, mi señora, vos sabéis a la perfección que tan solo vos sois capaz de arrastrarme hacia locuras –Ceana se sonroja ante las palabras de su pareja, Harald llama a su dragón y se despide con un guiño y una galante inclinación.

Salta de la ventana a los lomos de su dragón, regalándole una preciosa sonrisa de oreja a oreja, la princesa le responde mandándole un beso, provocando que ahora fuera el turno de Harald para sonrojarse.

Suspirando lo ve retirarse por los cielos, con una sonrisa boba dibujada en su rostro de oreja a oreja, con los ojos brillando con amor puro.

Su madre abre la puerta repentinamente, pegándole un susto de muerte.

–¡Madre! –exclama mientras voltea a verla con el corazón latiendo locamente dentro de su pecho.

Mérida observa con indignación e incomodidad la ventana mientras su hija baja la mirada al suelo, esperando alguna reprimenda extremadamente fuerte.

–¿Alguna vez llegue a contarte que su padre me salvó la vida? –Ceana levanta la cabeza y frunció el cejo por la confusión–. ¿Lo he hecho? –insiste mientras entra cerrando la puerta.

–No, madre, no me habíais relatado aquello que mencionáis.

Mérida hace una mueca indigna de la emperatriz de un gran imperio asiático en ese momento, desconcertando por completo a su hija.

–Ese hombre sigue restregándome en la cara que hace muchos años me mantuve viva gracias a su acción. Cada vez que tiene la oportunidad lo comenta, sin falta alguna –Mérida, finalmente, observa con fiereza a su hija, haciendo que esta tiemble de pieza a cabeza–. He de suponer que sabe lo vuestro –Ceana asiente, entiendo al punto al que su madre quiere llegar. Su madre, emperatriz de Japón, se niega por completo a también sufrir las burlas del hecho de que el hijo del Jinete de la Furia Nocturna esté relacionado sentimentalmente con la princesa del imperio japonés–. Hija mía, no quiero ser yo, quien se casó con un hombre en la otra punta del mundo por puro capricho y amor, quien te diga con quien puedes o no puedes mantener una relación. Solo te diré dos cosas, dos cosas que aceptarás y cumplirás a rajatabla a menos, claro, que quieras que le de la orden de disparar a matar a nuestros soldados cada vez que vean a tu querido vikingo, ¿quieres eso? –Ceana niega con firmeza y vehemencia–. Me lo suponía, así que escúchame atentamente, jovencita. Eres una princesa, no solo de la gran Inglaterra sino también la princesa del imperio de Japón, ¿qué crees que se pensará de ti cuando a los vikingos se les escape el secreto de que Harald, el aprendiz de Valentino Westergaard, se pasea por tu habitación como si ya estuvieras casados? Las mujeres de su familia, por mucho que me disguste, están rodeadas por terribles rumores y cotilleos, si piensas formar parte de su vida, más te vale no formar parte de esas horribles mentiras también, ¿me estás entendiendo? Desde ahora ese muchacho te cortejara adecuadamente o puedes decirle que no lo haga en lo absoluto. Sus visitas serán una parte más de tu horario, te conseguiré todas las chaperonas que hagan falta, no volverá a pisar el suelo de tu habitación bajo ningún concepto, os veréis en los salones o los jardines, ¿me estás entiendo, Ceana? Porque no uso a Dios en vano cuando te juro por Él que ese muchacho no volverá a siquiera pisar ninguno de los terrenos de nuestra familia si vuelve a presentarse sin aviso ni permiso, ¿queda todo esto claro?

–Por supuesto, madre –asiente temblorosa mientras se inclina–, ¿se me permite preguntar cuál es la otra condición?

Mérida asiente con firmeza y continúa con sus nuevas normas. –Escucha esto aún más atentamente, hija mía, porque está es la primera responsabilidad internacional que te estoy otorgando. Tú y solo tú serás responsable si se descubre fallo alguno, ¿de acuerdo? –Ceana, sin más opción, asiente con firmeza–. Como a uno solo de esos bárbaros se le escape algo de vuestra relación antes de que nosotros lo anunciemos correctamente no solo no podrás volver a verle, sino también que pienso hacer que nuestros reinos corten toda relación con las tribus vikingas y, si así hace falta, te conseguiré un buen pretendiente para mejorar tu imagen.

Ceana se aguanta un quejido estridente. –Madre, no os comprendo, hace unos minutos me habéis dicho que no seríais vos quien me dijera con quién podía mantener una relación y ahora me habláis de un matrimonio arreglado.

Mérida analiza a su hija, viendo como aprieta los puños disimuladamente y mantiene su expresión estoica con falsa vergüenza. Se siente orgullosa al ver lo bien que la menor de sus descendientes mantiene sus sentimientos y sus expresiones separadas.

–No soy quien para hacerlo, es cierto, por el momento –responde con cierta crueldad y malicia escapándole por los labios–, sin embargo, comprenderás que, si me demuestras ser incapaz de mantener tu relación, hasta hora clandestina y tan polémica, en receloso secreto, no me veré con más opción de guiarte por el camino de una correcta relación –Mérida entonces le da la espalda a su hija para comenzar a salir de la habitación–. Esas son las condiciones, hijas. Cúmplelas. Demuéstrame los frutos de la educación que tu padre y yo te hemos brindando durante todos estos años. No vayas en contra de la imagen de tu familia, no ataques a nuestra imagen y prestigio. Haz que estemos orgullosos, como siempre lo haces. No nos decepciones, no lo has hecho antes, ni se te ocurra hacerlo ahora.

Cierra la puerta con fuerza y Ceana solo tiembla un poco hasta volver a sus obligaciones olvidadas en el escritorio, con las últimas palabras de su madre resonando insistentemente en su cabeza.

Los siguientes dos meses serían muy, muy complicados.


Antes de que Harald pudiese acercarse a su amada, su hermano mayor, el ahora casado con un hijo de cazadores de dragones, Jens Haddock dio zancadas hasta ella, la llevó a rastras a la pista de baile y, antes de comenzar a bailar, le dedicó una sonrisa cruel a su hermano menor y un guiño descarado.

–¿Qué narices hace? –gruñe mientras escucha las carcajadas poco disimuladas de su padre–. Mamá –llama a Elsa quien suspira derrotada al verse metida en esa nueva disputa–, ¿qué coño hace el imbécil de tu hijo?

–Esa boca –regaña Elsa.

–¡Que se ha ido a bailar con mi princesa!

–Tendrá sus motivos, cariño. Seguro solo te está jugando una broma pesada.

Harald alza una ceja mientras ve a Raner acercarse. –¿Y a su marido también?

–No –responde él después de asentir como saludo a los jefes de su tribu y de acariciar los cabellos de Elin–. Yo sé lo que planea.

Las ganas de asesinar a su hermano vuelven a Harald luego de tantos años.

–¿Y qué está planeando? –exige saber mientras pelea contra sus ganas de tirarle una daga a la cabeza de su hermano mayor.

–Ya lo sabrás, Harald, ya lo sabrás.

Ceana intenta buscar con la mirada a Harald, pero entre la gente a su alrededor, su constante fijación a su confundida familia y los movimientos de Jens Haddock no llega a ver nada.

–Perdone mi descortesía, futuro jefe Haddock –comienza con un tonito inocentón y aniñado, de esos que siempre funcionan con figuras políticas que no conoce muy bien–, pero, ¿me dejaría preguntarle por qué me ha sacado a bailar de una manera tan... inesperada y repentina?

Una sonrisa petulante se le forma a Jens en el rostro.

–Voy a ser directo contigo, mi encantadora princesita –dice con una sonrisa y acercándose de manera amenazante–. Me vas a escuchar aquí y ahora, zorrita mojigata –Ceana quiere gritarle y salir corriendo al escuchar aquel insulto, pero Jens la aprieta con fuerza y le reta con la mirada–. Mi pobre hermanito ha pasado por mucha, muchísima mierda. Le han jodido de todas las formas posibles, le han torturado, lo han dejado abandonado y ahora, por si faltara algo, Italia lo quiere utilizar como puta carne de cañón. Lo último que necesita, lo último que le falta es que tú, una jodida niñata hija de la emperatriz Mérida, le haga trizas el corazón, ¿me estás entendiendo? Como le hagas algo malo a mi hermano te juro por Dios que entenderás por qué quisieron apodarme el Asesino del Hielo.

Ceana aprieta con fuerza las partes que sostiene de Jens. ¿De qué iba ese intento de caballero? Ella era una noble dama, una princesa de los reinos más importantes de toda Eurasia, y ella, evidentemente y sin ninguna duda, amaba con todo su ser a Harald, ¿quién se creía Jens Haddock para hablarle de esa manera?

–Soltadme en este preciso momento –gruñe mientras mueve los brazos, pero Jens no le obedece–. Me niego a dejaros seguir tocándome mientras me insultáis de esta manera. No quiero escuchar lecciones acerca de proteger a Harald del hombre que años atrás participó en el desprecio que las altas cunas europeas tenían en su contra. Desde que nos reencontramos no he hecho nada más que quererle, venerarle y cuidarle, ayudarle con todas las heridas de su corazón, cuidando cada cicatriz, cada dolor, ¿quién sois vos para amenazarme de esta manera por una maldita suposición?

Jens la soltó de inmediato, aún retándola con la mirada, aún juzgándola inmensamente. Ceana se contuvo las ganas de voltearle la cara con una bofetada y se limitó a irse con dignidad de la pista de baile. Toda la aristocracia europea miraba atentamente la situación, preguntándose qué narices acababa de pasar entre el mayor de la descendencia Haddock y la menor de la descendencia Hamada.

Harald va rápidamente tras Ceana mientras, con la cabeza en alto y una elegancia que le recuerda a todo el mundo por qué él es el Adonis de Noruega, Jens se encamina hasta la mesa de su familia, donde recibe un golpe en la nuca por parte de su padre.

Cuando los amantes se encuentren lejos de todo el mundo, ocultos tras muros y plantas, platicarán calmadamente sobre la amenaza pronunciada por Jens, se dejarán salir algunas dudas, algunos temores, una que otra inseguridad y una que otra diferencia. Se entienden, se escuchan, no discuten, solo se hablan y se confiesan aquello que con recelo se guardaban por vergüenza. Harald se disculpa por el comportamiento de su hermano, Ceana jura que jamás nadie volverá a dudar de lo mucho que lo ama. Se quedan fuertemente abrazados, en una zona del inmenso palacio que nadie más conoce ni habita excepto por ellos, rodeados por el amor y el secretismo, rodeados por su romance.


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No sé deciros si estos dos tendrán su final feliz, si se quedarán juntos... tal vez vuelva a escribir sobre ellos, no tengo ni idea, solo sé que, por el momento, son un lindo romance que va tener varias complicaciones.