Cupido.


Modern Au! TadErida.


Nunca en toda su vida había creído en aquel bebé alado vestido con pañales y armado con arco y unas cuantas flechas con diferentes propósitos, jamás había pensado que el amor fuese como un flechazo repentino e inesperado, para él un sentimiento y tan hermoso no podía venir de la nada, tenía que trabajarse, tenía que tomarse con tiempo, como un buen vino. No puedes ir por ahí, tomar la primera uva que veas, exprimirla con tus propios dedos amateurs, tomar su jugo y decir que aquello era un licor decente, no, sencillamente no podías ni debías hacer eso. El amor era como esos vinos viejos que se guardan en las perfectas condiciones por largos años, con tantos cuidados, con tanta delicadeza, con tanto esmero que por narices tenía que salir algo, por lo menos, bueno de allí.

Tadashi era un hombre firme en aquel aspecto, el amor instantáneo, los flechazos a primera vista, el amor a primera vista eran sencillamente mentiras de un mundo con demasiadas prisas e infestado por las ideas palurdas de las malas novelas, películas e historias románticas. Había pocas cosas que Tadashi odiará y la figura de Cupido y su deseo sexual vulgarmente vestido de amor puro y verdadero ocupaba el primer puesto de su corta lista de odios.

Supuso, en el momento en el que su corazón se vio afectado para la repentina imagen de aquella espectacular muchacha, que Cupido, después de tantos años escuchando las críticas de Tadashi en contra de su imagen y su trabajo, decidió hacerle la mayor peineta de toda a historia mientras que le gritaba con todas sus fuerzas contra sus oídos "¡Ahora te jodes, listillo! Vamos a ver quién es el idiota ahora, pedazo capullo".

¿Por qué narices se sentía así por una completa desconocida? ¡Las cosas no funcionaban así con él! ¡Nunca le había pasado nada similar! ¿Un flechazo? ¿Amor a primera vista? ¡Qué sarta de tonterías! Él era Tadashi Hamada, estudiante de la universidad de San Fransokyo, un genio en robótica, amante de la ciencia y la lógica, ¿cómo podía tener las hormonas tan alborotadas por una completa desconocida que sencillamente estaba ahí, sentada tomando alguna bebida fría de color blanco, acompañada por amigos, charlando con normalidad.

–Y eso es lo que... ¿me estás escuchando? –finalmente presta atención a la voz de su hermano menor, el pequeño superdotado que acababa de iniciar sus estudios en su misma universidad.

–No, la verdad es que no –confiesa sin remordimiento Tadashi, ganándose un golpe en el brazo que a penas le afecta–. Espera aquí, tengo que hacer algo.

–Espera, ¿qué? –suelta alzando las cejas y mirando cómo se enderezaba para moverse directamente a una dirección–, ¿de qué estás...? ¡Tadashi!

Con una confianza que no reconocía como suya, Tadashi avanzó directamente hacia aquella desconocida, con una sonrisa cariñosa en la cara y con las manos en los bolsillos, no siendo notado hasta que estuvo delante de ella. La muchacha lo miró con una ceja alzada y con la pajita de colores de su bebida aún en la boca. Siente miradas sobre él, varias y muy acusatorias en verdad, pero no le llega a importar mucho.

–Hola, ¿te parece bien que te invite a comer algo este sábado por la tarde? –dice como si se conocieran de toda la vida.

La chica se está ahogando en ese preciso momento, él no está muy seguro de cómo tomarse eso, sobre todo porque sabe que su hermano menor le está mirando fijamente.

–¿Me... demonios... me estás hablando a mí? –cuestiona entre toces y señalándose con un dedo, completamente incrédula.

Joder, lo último que Mérida se había esperado cuando accedió a ir con sus amigos –todos emparejados– a esa cafetería tan conocida llamada Lucky Cat era que un tío completamente desconocido, con una sonrisa arrebatadora y cálida y unos ojos que brillaban con ternura y algo de picardía –y bastante bien parecido, tenía que admitirlo– se le acercará a invitarle a una cita de momento a otro, sin tan siquiera haber hecho nada... según ella.

Cuando el chico ensancha la sonrisa y dice entre risillas que sí, que obviamente le está hablando a ella, Mérida siente la calma llegar a Hiccup, a Kristoff y a Jack, sus pobres amigos más que acostumbrados a que liguen con sus novias, también siente a Elsa, a Anna y a Rapunzel emocionándose por la llegada del completo desconocido que venía a pedirle una cita. Ah, y también se estaba poniendo más roja que su cabello, pero eso no era lo importante en ese momento.

–Yo... ah... ¿nos conocemos? –es todo lo que llega a poder soltar de sus titubeantes labios, para desesperación de sus amigas.

–En lo absoluto, es la primera vez que te veo.

¿Un completo desconocido la había mirado por primera vez y había decidido que quería ligar con ella? Aquello era nuevo... e inesperado, eso le pasaba a Elsa, en ocasiones a Anna, aunque mayormente a Rapunzel, pero ¿a ella? ¡Eso no le pasaba a ella! Joder, no es que fuese poco agraciada ni nada, pero mayormente tenía una expresión neutra que decía "te voy a partir la crisma como respires cerca mío". Ella solía atraer a tías, y de eso no se quejaba, pero jamás había llamado la atención de ningún chico, ni uno solo. La gente no ligaba con ella por los pasillos, ni en los gimnasios, no se querían acercar en las discotecas por miedo a llevarse una buena paliza, y era ya de por sí raro de narices que alguien se acercara de golpe y porrazo a otro alguien cuando está rodeado de amigos. Aquel chaval era raro y Mérida, ahora siendo foco del ligoteo diario, no sabía qué hacer.

–Ah... ¿y cómo sé que no eres un secuestrador?

–¡Mérida! –le regañó Anna, pero la ignoró.

–Bueno, yo tampoco sé si tú eres una secuestradora –dice él hundiéndose en hombros–, ¿te parece bien si nos arriesgamos los dos?

Mérida sabía a la perfección lo mucho que a sus amigas les estaba costando no gritar como fangirls locas.

–Me llamo Tadashi Hamada por cierto, por si te sientes más segura buscando mi registro criminal en Internet.

Elsa le dio un manotazo a Hiccup para que él no lo iniciara la búsqueda.

Mérida, finalmente, pudo reaccionar un poco y seguirle el rollo al desconocido-tal-vez-secuestrador que le estaba tirando los tejos tan descaradamente.

–¿Encontraré algo o me estás dando un nombre falso?

Mientras el muchacho se reía, sus amigas se aguantaban los gritos y saltos de emoción, mientras que los chicos seguían con los nervios a flor de piel y preparados para meter hostias.

–Tal vez algo con respecto a peleas robóticas, pero tengo buena explicación para esa pequeña mancha en mi historial.

–¿Ah sí? ¿Y cuál es esa buena excusa?

–Te la contaré este sábado –le dice guiñándole un ojo.

De acuerdo, tiene que admitir que ahora ella también se está aguantando los chillidos emocionados.

Ríe y niega con la cabeza, qué demonios, ¿qué puede perder a parte de tiempo?

–Dame tu móvil, te apuntaré mi número –dice finalmente extendiendo su brazo, aguantándose la risa cuando ve la emoción y la sonrisilla del muchacho, quien saca rápidamente su aparato. Apunta rápidamente su número, el que se sabe ya de memoria, y se lo devuelve de manera que se pueden rozar los dedos. Ambos tiemblan un poco por la emoción.

–Mérida DunBroch –lee él, pronunciando su apellido perfectamente, sorprendiéndola por completo por ello, eran pocas las personas no escocesas que podían pronunciarlo bien, e incluso aún más pocas las que lo hacían a la primera–. Un nombre de origen romano y un apellido inglés.

–Escocés –corrige ella.

–Escocés –repite, sorprendido y maravillado–, que encantador.

Entonces su teléfono empezó a sonar, lo sacó dubitativamente y, cuando vio que era un número desconocido y notó que él sonreía con orgullo lo miró con una ceja alzada. Tadashi se hundió en hombros y contestó con algo de diversión y picardía.

–Por si acaso.

Ella solo ríe como tonta ante toda la pedantería y las sonrisas, aunque algo coquetas, increíblemente cálidas y reconfortantes de aquel muchacho. Acuerdan un par de últimas cosas antes de que él se despida con un guiño de ojo para luego irse por donde vino, dejando a Mérida con una sonrisilla tonta dibujada en el rostro y con muchas ganas de que llegase el sábado. Nadie más lo notó, pero ambos muchachos gritaban internamente por la emoción de volver a verse.

Jodido Cupido y su forma de hacer las cosas. Pensó Tadashi viendo y releyendo el número y el nombre de la chica.