Aquí estoy.


Hiccup se sienta de golpe en el borde de la cama, soltando un lastimero suspiro, con la mirada perdida en el vacío y la sonrisa falsa desapareciendo de inmediato de su rostro. Sus ojos se cristalizan mientras aprieta el casco entre sus manos con toda la rabia del mundo. Lágrimas silenciosas nacen en sus ojos llenos de arrepentimiento y concluyen su vida en la quijada del vikingo, descendiendo algunas hasta el suelo. Aprieta sus labios con fuerza para evitar sollozar a la par que las celebraciones se escuchan a fuera de su hogar.

Su padre está muerto, pero lo que en verdad importa es que han derrotado a Drago Manodura y la amenaza que él simbolizaba, lo que importa que él ahora es el nuevo jefe de Berk, lo que en verdad importa es que Chimuelo es el nuevo alfa de los dragones y que la vida en Berk volverá a ser como hace tan solo unas semanas... con la diferencia de que Estoico el Vasto ahora está en el Valhala, lejos de su mujer, lejos de su pueblo... lejos del hijo que crió por su cuenta, lejos del hijo que aún lo necesitaba y que no sabía qué hacer ahora que él no estaba.

Se abraza al casco que su padre le entregó hace tantos años, la otra parte de un conjunto, una de esas tantas cosas que los unía pero que Hiccup nunca tomó muy enserio por ese infantil sentimiento de que su padre siempre estaría allí. Un sollozo quiere salir de su garganta pero él manda aquella necesidad de regreso por donde vino, no le deja escaparse entre sus labios, no tiene forma de pasar de su garganta.

Escucha a alguien abriendo la puerta de su hogar bruscamente, escucha como llaman su nombre con desesperación, no responde porque sabe que en cuanto lo haga se romperá a llorar. Toma aire con dificultad, respira tan tranquilamente como puede hasta que logra relajarse un poco, dejar el casco a un lado y encaminarse hasta la puerta de su habitación. Sale de su cuarto y baja las escaleras, encontrándose cara a cara con Elsa, quien estaba a punto de subir. Le sonríe con dificultad a su prometida mientras ella sube lo más rápido posible.

–¡Hiccup! –vuelve a exclamar mientras se acerca a acunar su rostro, él se aferra rápidamente a su frío tacto que se siente tan reconfortante para él–. Oh, Hiccup, he venido tan pronto como he podido, pero la carta se demoró tanto en llegar y ya sabes lo complicado que es llegar aquí desde Arendelle.

–Tranquila –le dice mientras la atrae a su cuerpo, la necesita, necesita el abrazo de Elsa, necesita que lo consuele, pero no puede pedírselo, no puede mostrarse débil, no es lo correcto–. Estamos bien, tengo que presentarte a mi madre, creo que fue lo más...

–Hiccup –lo llama con un tono que parece acusatorio, pero que está lleno de delicadeza–, ya me lo ha contado Astrid.

–Vaya, y yo que quería presentártela, ¿qué tal te cae mi madre? –pregunta sonriendo con gracia, intentando ignorar sus sentimientos mientras avanza escalera abajo, decidiendo soltarla para evitar romperse a llorar. Ella le sigue, abrazándole la espalda desde un escalón arriba–. Ah... cariño.

–Me ha contado lo de tu padre –aclara, él huye de inmediato de sus brazos.

–Sí... eso, mi padre –balbucea aguantándose las lágrimas con rápidos pestañeos–… Chimuelo... Chimuelo no tiene la culpa.

–Lo sé.

Hiccup aprieta con fuerza sus labios mientras la ve intentando acercarse a él.

–Ha sido... ha sido ese tipo, Drago... él... él le obligó a...

–Sí, fue todo culpa de Drago –asintió Elsa con delicadeza, tomando con delicadeza las manos.

–Chimuelo... él...

Elsa lo vuelve a abrazar, logrando esta vez que al vikingo se le escape un sollozo patético por el que rápidamente se reprende en silencio. Se siente tan bien que quiere seguir llorando, los abrazos de Elsa son mágico para él, son refrescantes, tiernos, intensos y llenos de esperanza. Siempre corre a sus brazos cada vez que se siente levemente estresado, se aprovecha un poco para que ella le calme... pero ahora es diferente, este es un tema serio por el cual seguramente ella también se sienta destrozada, ella seguramente también quiere ser consolada y él está ahí, siendo un llorica incapaz de poner sus sentimientos en orden para poder ayudarla a ella. Estoico no solo había sido su padre, había sido la figura paterna a la que Elsa se había aferrado con la muerte de sus padres, había sido la figura paterna que había apoyado en todo momento a Elsa, que la había defendido cuando su pueblo quiso atacarla, la que le había aconsejado cuando no sabía cómo expresar sus sentimientos... Estoico había sido el eterno protector de Elsa, era evidente para Hiccup que ella ahora necesitaba una nueva figura protectora, era más evidente aún que él tenía que ser esa figura, que no tenía tiempo para sentir ni sufrir.

Pero su abrazo se siente tan bien que más sollozos se le escapaban de los labios, se siente tan bien que lágrimas ardientes se resbalan desde sus ojos por sus mejillas, se siente tan bien que se aferra a su cuerpo con desesperación.

Tiembla, y cuanta rabia le da pero tiembla como un maldito crío, tiembla porque Elsa le da esa seguridad para temblar sin vergüenza. Tiembla tanto que necesita apoyarse en la pared. Tiembla tanto que las piernas ya no le dan para más y necesita deslizarse por la pared hasta el suelo, sin soltar a Elsa en ningún momento, aferrándola firmemente a su cuerpo, justo donde la necesita.

Ella le está susurrando cosas preciosas mientras acaricia el cabello, se siente tan querido que no puede contener sus emociones, no puede dejar de llorar, incluso cuando siente que se le secan los ojos, incluso entonces sigue llorando con fuerza.

–Aquí estoy –le dice en algún momento, dándole dulces besos en la cabeza–, aquí estoy mi amor.

Él se aleja un poco para mirarla a los ojos. A Elsa se le rompe el corazón al ver al amor de su vida tan destrozado.

–Nunca te vayas –ruega con la voz temblorosa–, nunca te alejes de mi lado, cariño, te necesito conmigo.

Ella le besa con tanto amor y cuidado que Hiccup siente que toca todos los cielos alguna vez imaginados por los hombres.

–Nunca lo haré –promete mirándole con una sonrisa preciosa, logrando calmarle.