Ventana.


Modern Au! HiccElsa & HeAstrid: Astrid e Hiccup están divorciados, pero eso no los detiene a, incluso con sus nuevas parejas, mantener su relación de amistad lo más sana posible por el bien de sus hijos.

(A pesar de lo lindo que suena el Au –porque la situación me parece tiernísima–, en verdad quiero experimentar un poco con el género de terror en este one-shot, a ver que sale)


Acababa de comenzar la noche, hace a penas media hora ocurrió que la luna sea alzó en el cielo y el sol se escondió por completo, dejando tras de él un manto oscuro y gélido. La brisa que recorría las calles y se metía en las casas por las ventanas estaba helada, propia de los primeros meses del año en el norte europeo. Las gentes se veían obligadas a abrigarse de sobremanera y a cerrar por completo sus ventanas, expulsando al frío de sus hogares, llamando al calor artificial de las máquinas para cubrirse de la naturaleza cruel. Una de las pocas ventanas que no están cerradas pertenecen a un amplio apartamento que es propiedad de una mujer a la que poco o nada le molesta la brisa invernal de mediados de enero. Están cerradas las ventanas de las habitaciones infantiles, una llena de dibujos de réptiles y otra llena a rebozar de peluches de osos y dragones; la habitación con una cama matrimonial también tiene la ventana cerrada, pero aquella que está recién pintada y que pronto guardará una cuna tiene puerta y vano abiertos para que el viento corra a eliminar el fuerte olor a pintura.

La cocina, espaciosa como el resto de la casa, también tiene las ventanas abiertas, y es por ello que Zephyr tiembla por el frío mientras se encamina a dejar su plato de comida vacío en el lavaplatos.

–Ya hace mucho frío, mami –le dice la niña a su madrastra mientras se soba con fuerza los brazos cubiertos por una fina camisa mangas largas. Elsa voltea a verla con una sonrisa tierna mientras cierra el grifo y se seca las manos con un pañuelo. A Elsa le encanta que la hija de su prometido la llame así, sobre todo porque la pequeña de ojos azules no se había tomado muy bien el tema de la separación de sus padres en un inicio, pero con el tiempo consiguió tomarle mucho cariño a ella y a la nueva pareja de su madre. La pequeña Zephyr, quien no se quería tomar tantas molestias como su hermano menor –quien llamabas a todas por su nombre, poniendo un mami por delante–, había llegado un día y les había dicho a sus tres madres que tenía un apodo especial para cada una de ellas: Astrid era mamá, porque aquello se sentía más serio y más acorde a la actitud de su madre biológica; Heather, la pareja de su madre, era sencillamente ma, porque era lo más corto e informal, lo que se acoplaba muy bien a la insistencia de Heather con ser más una amiga y confidente que una madre estricta; Elsa, la nueva pareja de su padre, era mami, porque los niños la veían como la más consentidora y cariñosa, así que le que quedaba bien.

Y a Elsa le encantaba ser mami, por lo tierno que le parecía y el orgullo que le daba ser siempre a la que corrían para mimos y consentimientos. Cada vez que alguno de los otros adultos les negaban algo, los niños corrían desesperados a ella, que accedía encantada a sus caprichos.

La mujer acaricia con ternura los cabellos castaños de Zephyr, la niña sonríe por los mimos.

–¿Ya tenéis mucho frío? –la niña asiente poniendo morritos–. De acuerdo, ¿por qué no vas a cerrar la ventana mientras yo termino de secar esto? –Zephyr vuelve a asentir, ahora complacida mientras se encamina al vano–. No te asomes mucho, cariño, ya sabes que siempre tienes que tener cuidado con las ventanas.

–Sí, mami –le responde la pequeña mientras se encamina, abrazándose los brazos por el frío.

Cuando Zephyr se acerca a los cristales, por el rabillo del ojo llega a ver algo extraño a unos pocos metros de ella. Alza la cara y encuentra una figura oscura en la ventana de uno de los pisos del edificio de al lado. Se aferra con fuerza al borde la ventana y achica los ojos para mirar mejor al desconocido, pero la oscuridad de su figura a penas le permite diferenciar nada, se inclina un poco más, llevándose un susto cuando, repentinamente, la luz de aquella habitación se enciende dejando ver a un hombre enmascarado haciendo movimientos extraños con un brazo.

Elsa, por ese instinto materno que siempre la ha acompañado, voltea a ver a Zephyr.

–Cariño, ¿qué te he dicho de no asomarte mucho en la ventana? –pregunta con algo de reproche en su voz, pero con mucha calma. Un escalofrío le recorre cuando ve que su hijastra no se aleja del lugar, sino mantiene fijos su ojos–. ¿Qué pasa, cielo? –pregunta con delicadeza mientras deja el plato y el pañuelo que utilizaba a un lado. Con el ceño fruncido por la confusión, Zephyr se voltea a verla mientras señala con su dedo a algo fuera de la ventana.

–Mami, ¿qué está haciendo ese hombre? –pregunta inocentemente, Elsa se acerca apresurada a la ventana, preocupada por aquella cuestión extraña.

Mira a dónde la niña señala con el dedo.

–¡Oh por Dios! –chilla asustada al ver al hombre con una máscara espantosa que mueve de arriba abajo uno de sus brazos. Mueve rápidamente a Zephyr lejos de la ventana para luego cerrarla y tapar el asqueroso espectáculo con las cortinas blancas. Las ganas de vomitar le atacan la garganta mientras procesa el hecho de que aquel desconocido iba desnudo en el momento que lo vio, con tan solo esa máscara de verdugo ensangrentada cubriéndole la cara.

Escucha los pasos apresurados del resto de los adultos llegando a la cocina, esa era una de esas noches en las que ambas parejas pasaban juntos en un solo departamento tiempo de calidad con los niños.

Hiccup se acerca preocupado a su prometida y a su hija, sus pasos son rápidos y sus piernas largas por lo que llega antes que Heather y Astrid.

–¿Qué pasa? ¿Por qué has gritado? –pregunta Hiccup con el corazón nervioso, levantando a su hija del suelo y mirando atentamente a su prometida que abre y cierra la boca, incapaz de poder explicarse.

Elsa siente el corazón en la boca y las ganas de vomitar ardiéndole contra la campanilla. Se aferra a un brazo de Hiccup mientras intenta a hablar.

–Lle... llévate a otra habitación a la niña, ahora te lo explico –le dice mientras palmea levemente contra su hombro, Hiccup frunce el ceño, confundido. Zephyr, sin comprender la conmoción, decide que lo mejor será ayudar a su madre a explicar la situación.

–Había un hombre raro en la ventana –dice, señalando el vano cerrado con cristales.

–¿Un hombre raro? –repite Astrid mientras se acerca a la ventana, Elsa la detiene para volver a insistir a su prometido.

–Hiccup, lleva a la niña con su hermano, por favor –le pide, apretando su brazo, es entonces que recuerda que las habitaciones de los niños dan con el otro bloque de pisos–. Llévalos a la sala –le dice, al recordar que aquella habitación da a la carretera y siempre se mantienen las cortinas cerradas allí–, ponles algún dibujado animado o algo.

Hiccup parpadea confundido, pero asiente y se encamina fuera de la cocina con su hija en brazos, quien entiende que luego se lo explicarán todo.

Astrid y Heather, en cuanto salen padre e hija, se encaminan a la ventana para abrir las cortinas, sin esperar a Elsa, quien prefiere explicarlo y no volver a ver aquello.

Astrid cierra de golpe las cortinas mientras Heather se tapa la boca con ambas manos. Las dos se alejan de la ventana, asqueadas.

–¿Sigue ahí? –pregunta Elsa, con ganas de llorar. Las dos mujeres asienten a la vez que apoyan sus espaldas contra la pared.

Hiccup finalmente regresa, aún muerto de preocupación. Al ver su estado, abraza con fuerza a su prometida, quien entierra su cara en el pecho del hombre y lo aprieta con todas sus fuerzas para sentir la seguridad que transmite su persona. Hiccup comienza a acariciarle la espalda con dulzura mientras gira la cabeza para ver a las otras mujeres. Astrid está apretando con fuerza una de las manos de Heather mientras susodicha lucha por controlar su respiración.

–¿Qué narices está pasando? –pregunta desesperado a las dos mujeres. Astrid toma aire y le habla con voz temblorosa.

–Hay un sujeto en el piso de enfrente –masculla sin mirarle, con el corazón enloquecido dentro de su pecho–. Lleva una máscara de verdugo muy extraña...

–¿Qué?

–También está desnudo –añade Heather un poco más calmada–… creo que la máscara tenía sangre, no sé si es real, pero... joder, joder, ¿qué hacía mirando para aquí? –masculla lo último mientras da golpes leves contra la pared tras ella.

Elsa, aguantándose las lágrimas, sintiendo la tensión de Hiccup, concluye el abrazo y mira al resto de adultos.

–Estaba mirando a Zephyr –explica titubeante, los padres bilógicos de la niña se ponen alerta de inmediato, dejando que lo peor se les pase por la cabeza, rezando por equivocarse.

–No me jodas –logra decir Hiccup mientras niega con la cabeza–. No me digas eso, Elsa, por favor dime que no es lo que estoy pensando.

–Creo que... –Elsa tiembla al recordar lo visualizado, ignorando las súplicas de su prometido–, creo que se estaba...

–No acabes esa maldita frase –le gruñe Astrid, con el temor cubriéndole el rostro y con las ganas de vomitar dificultando su hablar–. No la acabes que no hace falta.

Hiccup, con los puños apretados y el cuerpo temblándole, camina a base de pisotones hacia la ventana para abrir las cortinas.

Allí lo ve, tal y cómo se lo han descrito. Con una máscara que le cubre toda la cara, completamente desnudo, con algo de sangre sobre la única prenda que lo mantiene en el anonimato. Lo mira fijamente, tembloroso, lleno de rabia. No sabe por qué, pero se lo imagina sonriendo mientras levanta una mano enguantada y saluda lentamente, como si solo fueran vecinos que se topan con el otro mientras toman café.

Hiccup levanta el teléfono y le saca una foto. Cierra las cortinas nuevamente.

–¿Para qué has tomado una foto? –pregunta escandalizada Heather.

–Evidencia –dice, mientras marca al número de la policía.

–Vale, sí, policía, buena idea –murmura Astrid mientras sigue apretando la mano de Heather–. No pienso dejar que viváis con un jodido psicópata al lado.

Hiccup pone el móvil en su oreja. Elsa sigue con el temor carcomiéndola.

–Vamos con los niños –pide mientras comienza a andar–, no me siento tranquila dejándolos solos.

Los adultos asiente, Hiccup comienza a hablar, pasan, inevitablemente, por la habitación de los adultos, y la de invitados, Elsa se remueve al pasarle una idea por la cabeza. Intranquila por el otro edificio que se ve por esas ventanas, Elsa entra para cerrarlas con seguro. Sin poder evitarlo, abre también el armario, encontrándose, obviamente, con nada. Dejándose llevar por el nerviosismo y el terror, hace lo mismo con la habitación de los otros niños rápidamente, encontrando absolutamente nada. Suspira más tranquila y vuelve rápidamente con los otros adultos que ya han llegado a la sala, donde Nuffink ve contento el programa infantil pero Zephyr se ve alarmada.

Astrid se acerca rápidamente a sus hijos, el menor la recibe con una sonrisa, y la mayor la abraza rápidamente y le murmura algo. Escuchan a Astrid decirle que no pasaba nada, pero la niña no parece creerle. Heather se acerca a los niños y se sienta con Astrid en el sofá mientras que Elsa se queda a acariciar la espalda de su prometido.

–Sí, como le digo, en el edificio de al lado, más o menos el piso sexto, hay un sujeto con una máscara ensangrentada de verdugo que está mirando fijamente a mi casa –Hiccup se escucha estresado, angustiado, pero se mantiene firme y calmado para no alterar a los niños que tiene delante de él. Incluso sonríe con dificultad cuando su hija se voltea a verlo–. No, no se le veía la cara en lo absoluto, iba desnudo con esa máscara... creemos... creemos que se estaba tocando mientras miraba a nuestra hija pequeña –susurra lo último, apretando con fuerza la mano de Elsa–. Tengo a los niños a unos pasos, no quiero asustarles, solo es eso –explica cuando le preguntan por el otro lado por qué ha comenzado a susurrar–. Sí, de acuerdo, gracias, de verdad gracias.

Cuelga y deja su cabeza reposar en el hombro de Elsa mientras suspira cansado y empieza a temblar. Ella lo abraza con fuerza y le murmura dulces palabras en el oído par tranquilizarlo.

–Estarán aquí en diez minutos –le dice con un hilillo de voz.

–Está bien, perfecto. Ya pasará cariño, ya terminará –le consuela mientras aprieta levemente su cuerpo contra el suyo.

Él la aprieta con fuerza la cintura de la mujer. Está temblando horriblemente.

–Deberíamos mudarnos... –propone con duda.

–¿Tú crees? –le cuestiona con ternura mientras acaricia su cabello–. ¿A dónde?

–Vamos a mi barrio –le dice–, todos conocen a todos, hay muchas casas con patios para tener perros cuidadores, hay varias escuelas muy cerca, la gente es de confianza... estaríamos cerca de mis padres, ya sabes que los policías de la zona le tienen aprecio a papá, por eso de que fue jefe policía. No encontraríamos tipos raros como ese imbécil.

Elsa separa un poco el abrazo para mirarlo a los ojos. Los tiene cristalizados, sigue temblando, está muerto de miedo.

–No suena mal –le sonríe compasiva–. Es más, me gusta como suena.

–Perfecto –susurra aliviado, volviendo a abrazarla.

–Venga, vamos a ver tele con los niños –le motiva tomándole de las manos–. Olvidemos por unos momentos de todo este tema –Hiccup asiente, dejándose guiar hasta el sofá, donde se sienta junto a su hija, quien lo abraza rápidamente con fuerza y acepta gustosa los mimos que Elsa le da en el cabello.

Los cuatro adultos intentan fingir que no está ocurriendo nada raro, intentan fingir que son lo mismo de siempre, un familia un tanto peculiar, pero feliz, dos parejas que hacen todo lo posible para criar a sus niños pequeños en el ambiente más sano y seguro posible. Miran distraídos la televisión, respirando lentamente, fingiendo que nada ha ocurrido.

Pasa una media hora y llaman a su puerta, se miran entre ellos, dejan a los niños con Heather y se encaminan a la puerta. Los tres, Hiccup, Astrid y Elsa, se sienten aliviados cuando el hombre revisa por la perilla y anuncia que son policías.

–Buenas noches –saluda luego de abrirles la puerta–. Pensé que llegarían en diez minutos –comenta como cualquier cosa, procurando no sonar demandante ni quejica, tal y como siempre se lo recomendaba su padre.

–Sí, hemos ido al edificio que nos dijo, señor, pero queríamos que nos indicará exactamente donde vio al sujeto –le dice uno de los oficiales–. Tal vez hayan sido los nervios, pero en el piso que nos dijo, en el de abajo y en el de arriba, no había nada sospechoso.

Elsa aprieta el ceño por la confusión. –¿A qué se refiere con eso? –pregunta delicadamente mientras se encaminan hacia la cocina. Astrid cierra bien la puerta, y luego, cuando los niños los ven, les asegura que no pasa nada malo, que solo ayudan con algo.

–Pues en el sexto solo estaban una señora y su hija adolescente, el señor de la casa estaba en el trabajo y lo comprobamos –empieza a explicar uno luego de sonreírle amablemente a los niños–, en el quinto habían tres chicas de veintitantos que nos permitieron revisar la casa por completo, por miedo de tener un intruso en casa, y en el séptimo había una pareja de ancianos que a penas y podían moverse por su casa.

–¿Tiene alguna forma de que podamos identificar al sujeto, señor? –le pregunta otro oficial a Hiccup–, seguramente el tipo se haya ido ya de la ventana, solo necesitamos comprobar a que piso se refiere. Tal vez nos hayamos confundido de número y tengamos que pedirle a nuestro compañeros que revisen.

Hiccup saca su móvil. –Le tome una foto por si acaso –en su pantalla se ve la foto del sujeto, la pared del edificio y parte de la ventana de su casa.

–Joder, menudo psicópata –maldice uno de los oficiales–. ¿Dice que se estaba pajeando mientras miraba a su hija? –vuelve a preguntar escandalizado.

–Por Dios, no lo diga de esa manera –le reprende Elsa, nuevamente sintiendo las ganas de vomitar mientras entran en la cocina. El hombre asiente avergonzado como disculpa.

Llegan a la ventana, los oficiales abren las cortinas y allí lo ven. Sigue allí, con la misma máscara, aún desnudo, con la cabeza algo ladeada, y moviendo la mano de un lado a otro. Hiccup puede jurar que sigue sonriendo, algo en él se lo dice. Los policías maldicen por lo bajo.

–¿Qué coño está pasando aquí? –masculla el que les explicó la situación de los demás pisos–. ¿Este es el piso sexto, no es así? –Astrid asiente. El hombre se inclina levemente en la ventana, dándose cuenta que a su derecha estaba un parque común para esa zona de departamentos–. Hemos estado ahí, pero el cuarto se ve diferente.

–¿Cómo que diferente? –cuestiona Astrid.

–Pues, por ejemplo, no había papel en la pared –explica señalando por la ventana, pero Astrid se niega a mirar al hombre que sigue saludando–, estaba pintada de un azul claro.

–Revisad todos los departamentos del sexto piso, lo estamos viendo –ordena el otro oficial por su comunicador.

–Ya hemos revisado todo señor, no hay nada raro –le responden por el aparato.

–¿Me estás vacilando? Lo estoy viendo ahora mismo –gruñe señalando por la ventana. El sujeto mueve los hombros de arriba a abajo, como si se estuviera riendo de ellos. Los policías maldicen ante la imagen–. Lo tengo a unos metros, maldita sea, te digo que está ahí. Entrad en todos los departamentos y revisadlo todo.

–Señor –llama el oficial que sigue mirando por la ventana, con el rostro pálido y los ojos desorbitados.

–¿Qué está haciendo? –pregunta mientras se acerca, Hiccup no puede evitarlo y le sigue. El sujeto ha levantado una cabeza de maniquí goteante de un brebaje negro pegajoso mientras sigue saludando con una mano– ¿Qué demonios pasa con ese tipo?

–¿Llamo a refuerzos, señor? –pregunta con la mano en el comunicador, el otro hombre sencillamente asiente mientras sigue mirando por la ventana. El oficial comienza a hablar por el aparato, recibiendo breves respuestas a cada dos frases, respuestas que ignoran la angustia y ansiedad de su voz.

Hiccup mira a Elsa directamente a los ojos, transmitiendo todo su miedo y estrés. Ella abraza a su prometido con fuerza, él insiste con la idea de la mudanza, ahora más serio, ella también parece más dispuesta a aceptar aquella ocurrencia radical.

–Estaremos rodeando el edificio, señores –dice uno de los oficiales, alejándose finalmente de la ventana–. Pueden estarse tranquilos por esta noche, créame que sabremos si ese cabrón sale o no de su casa. No les molestará más, se lo aseguro.

Hiccup y Astrid agradecen a los oficiales mientras Elsa seguía repitiéndose en sus adentros que, de ninguna manera se sentiría segura esa noche ni ninguna otra por mucho, mucho tiempo.

Los policías se fueron, Astrid cerró con rabia la puerta de la cocina, Hiccup propuso quedarse en la sala con los niños, mover la mesilla de aquella habitación y tirar en el suelo dos colchones, hacerles creer a los niños que era una noche especial en la que les dejarían ver caricaturas hasta tarde. Las mujeres estuvieron de acuerdo y se movieron hasta la sala a comentarle el plan de aquella noche a los demás. Los niños brincaron de alegría, incluso parecía que Zephyr se había olvidado de lo que había visto.

Sin embargo, cuando su hermano ya parpadeaba cansadamente entre los brazos de su padre, mientras Astrid y Heather pensaban en la mejor manera de ponerle el pijama al niño sin despertarlo –aunque al final tuvieron que hacerlo, porque el pequeño no se había cepillado los dientes–, Zephyr se acercó a Elsa, se colocó en su regazo y tomó sus brazos para que la abrazara mientras la miraba fijamente a los ojos.

–¿Qué pasa, cielo? –le pregunta mientras deshace su trenza para hacerle un peinado menos ajustado.

–¿Podemos hablar de lo que pasó en la ventana, mami?

Elsa hace una mueca de inmediato, asegurándose de que Zephyr no la viera. –Es... es complicado, cariño.

–¿Qué hacía el hombre?

–Algo muy desagradable –contestó intentando evitar aquella platica. Zephyr no ve más resultado que aceptar su derrota.


Un mes después.


Estoico le da dos palmadas en la espalda a Hiccup una vez terminan de mover el último mueble. La mudanza está completa, una nueva vida comienza para la joven pareja. Hiccup le dedica a su padre una sonrisa cansada, su padre le propone beber algo fresco para aliviar el sofoco del trabajo duro, el muchacho asiente y se encamina con su padre hasta la cocina.

Desde que vieron a ese sujeto en el otro edificio las cosas habían cambiado bastante. Las visitas entre las dos parejas habían aumentado bastante, ninguno de los dos padre biológicos se sentía cómodo sin asegurarse cada vez que podían que no había nada extraño cerca de sus hijos o sus ex-parejas. Astrid y Heather habían adoptado dos pastores alemanes entrenados para cuidar de Zephyr y Nuffink, los niños los adoraban y los canes parecían muy contentos en su nuevo hogar, por lo que había sido una gran decisión. Elsa en todo ese mes había estado buscando con ayuda de su padre el mejor sistema de seguridad que pudieron encontrar; se lo llegó a plantear, pero al final decidió rechazar la idea de sus padres de contratar guardaespaldas para los dos hijos de su prometido y para el siguiente niño que se sumaría a la familia; Hiccup, por otro lado, con ayuda de su padre, se hizo de buenas amistades con los agentes de policía del nuevo sector en el que se mudaban, una casa con patio ubicada en el barrio de su infancia, cerca de la casa de sus padres y rodeada de gente que los conocía y literalmente mataría por proteger a los niños de Hiccup Haddock.

Muchos de sus amigos les habían comentado que tal vez, solo tal vez, estaban un poco paranoicos, pero esas acusaciones, después de enterarse que jamás habían llegado a atrapar al sujeto porque no lo encontraban por ningún lado, les parecían ridículas.

Allí afuera, sabrán los Dioses dónde, había un maldito psicópata que se había tocado mientras miraba a Zephyr y ninguno de los cuatro adultos podía vivir tranquilamente con esa idea. Cualquiera precaución era poca para ellos.

Valka y Elsa los reciben en la cocina con una sonrisa y les acercan latas frías de refresco al verlos tan cansados.

Hiccup se lo agradece a su prometida con un beso en la mejilla mientras se acomoda al lado de la ventana de la cocina que da para el patio trasero.

Le parece ver algo por el rabillo del ojo, por eso, mientras corta el sorbo que está tomando, voltea.

Se le cae la lata produciendo un estridente sonido, asustando a su familia, derramando todo el contenido que aún quedaba.

Está ahí a unos pasos de la cerca de su patio.

Vestido en esta ocasión.

Moviendo su mano derecha de lado a lado como saludo.

Con ese mismo brebaje negro pintando una grotesca sonrisa en su máscara de verdugo.

Mirándolo fijamente.