Soluciones a la vikinga.


La nieve caía en pequeños copos sobre Arendelle y sus confundidos ciudadanos, el pueblo, arremolinado dentro de los portones del gran palacio, observaba atemorizado como los copos seguían cayendo y cayendo sobre ellos y sus hogares... todo en pleno verano. Anna intentaba avanzar junto a Hans entre la gran multitud de arendelianos mientras abrazaba sus delgados y descubiertos brazos, el guante de su hermana aún apretado por una de sus manos.

–¿Estás bien? –le preguntó Hans con delicadeza, intentando alcanzarla.

–No –murmura sin siquiera mirarle.

–¿Sabías algo acerca de esto? –insistió en seguir cuestionando.

Finalmente, Anna, con la preocupación marcó todo su rostro, se giró a verlo directamente a los ojos. –No –responde llena de pesar.

–¡Es nieve! –aullaba con cobardía el duque de Weselton, sosteniéndose en sus guardias–. ¡Es nieve! ¡La reina ha hechizado estas tierras! –el pequeño y anciano hombre, entonces, saltó para sujetar el rostro de uno de sus guardaespaldas–. Tenéis que detenerla –ordenó con un doble sentido que no se le escapó a nadie.

Anna reacciona de inmediato, acercándose sin tan siquiera pensarlo.

–Esperad un segundo, no podéis...

–¡Vos! –la interrumpe el duque, escondiéndose tras los dos gigantones que lo acompañaban– ¿También sois bruja? ¿También sois un monstruo?

Antes de que Anna pudiera defenderse por sí misma, antes del que supuestamente encantador príncipe de las Islas del Sur pudiera saltar por ella, aquella criatura negra como la noche, de feroces fauces y cuerpo escamoso se abrió paso desde las puertas del palacio congeladas hasta el extranjero. El duque de Weselton soltó un patético chillido y dio un traspiés torpe en cuanto aquel temible dragón se presentó a unos pasos de él, ni tan si quiera sus guardias podían hacerle frente.

Anna y Hans también retroceden, asustados ante los afilados colmillos de aquella bestia enorme de alas oscuras, el príncipe tiembla al escuchar el terrible sonido de pasos metálicos acercándose, el pueblo retrocede para abrir el paso y Anna observa con algo de vergüenza al hombre que se acerca, quien, aprovechando que su dragón había apartado a los hombretones, se acercó amenazantemente al duque de Weselton.

La mirada de aquel sujeto estaba llena de rabia, y sus manos, que tomaron fieramente la ropa del hombre, compartían bien la emoción.

–¿Qué demonios ha dicho usted de la reina, enano asqueroso?

Mientras el duque balbuceaba lleno de pavor, Hans se preguntaba quién era ese sujeto y por qué diantres Anna se acercaba tan apresuradamente a él.

–Hiccup, no, espera, no hagas ninguna tontería –le ruega tomándolo de un brazo.

El vikingo voltea indignado a mirar a su cuñada. –¿Qué no haga ninguna tontería? Este hombre ha ofendido a mi mujer, tu hermana ¿y quieres que me quede de brazos cruzados? Soy un vikingo, maldita sea, lo mío es cortar las cabezas o lenguas de quien se atreva a hablar mal de mi esposa.

–Bueno –ríe nerviosamente Anna, viendo como el duque de Weselton cierra la boca y se sujeta el cuello–, es tu prometida.

–Esposa –corrige mascullando–. Estamos casados según las leyes vikingas por mucho que a vosotros no os guste admitirlo.

Hans tan solo observaba incrédulo... ¿la reina estaba casada? ¿con un pagano vikingo?

Anna se siente desesperada al ver a su cuñado tan dispuesto a decapitar a ese pobre infeliz.

–Solo... solo tranquilízate, ¿de acuerdo? –le insiste, logrando, finalmente, que Hiccup coja aire y suelte la ropa del extranjero, quien corre a esconderse detrás de sus guardias–. ¡Por favor, traedme mi caballo! –pide la princesa en cuanto el vikingo se aleja un poco. Hans e Hiccup voltean confundidos mientras ven a algunos sirvientes llevándole una capa y un potro que montar.

–¿Qué? ¿Qué haces? –cuestiona Hiccup colocando sus manos a cado la de su propio torso.

–Fui yo quien causó todo esto –dice mientras se anuda ella misma las cuerdas de la capa–, yo lo arreglaré.

Hans cumple a la perfección su papel. –Anna, no, es muy peligroso.

Pero la princesa de montó a los lomos del caballo... para ser inmediata tomada de la cintura y bajada por Hiccup.

–Wow... ja, que fuerza.

–No, es que no pesas nada –responde de inmediato mientras la deja en el suelo–. Tú te quedas aquí, yo me encargo.

–Espera, ¿qué? ¡No! Es mi hermana y...

Hiccup chifla para llamar a su dragón, Toothless deja de gruñirle a los guardias extranjeros y corre contento junto a su humano.

Anna tira de uno de sus brazos para llamar su atención y toma toda su fuerza de voluntad para no caer en la tentación de acariciar al dragón. –Yo provoqué esto, lo arreglaré yo.

–¿Qué se supone que arreglarás Anna? No tienes ni idea de cómo lidiar con esto –dice, señalando la nieve que sigue cayendo.

–Oh, ¿y tú sí?

Hiccup la reta con la mirada. –Yo sé cómo calmar a Elsa cuando sus poderes se salen de control –Anna abre los ojos, impresionada–, y sí, yo sí sabía de esto.

–¿Qué? ¿Por qué tú sí?

Hiccup bufa y gira los ojos. –Larga historia, la cosa es que tú eres la princesa, a falta de Elsa quien se encarga de Arendelle eres tú, yo soy su esposo, sé cómo tranquilizarla, sé que necesita escuchar y, si se niega, tengo la fuerza y la herencia genética como para traerla a rastras.

Anna frunce el ceño. –¿Hablas de secuestro?

–Prefiero llamarlo "movilización a la fuerza por necesidad".

–Quieres secuestrar a mi hermana –acusa escandalizada.

Hiccup alza las manos. –Solo para traerla sana y salva aquí –insiste, ahora subiéndose a los lomos de su dragón y mirando a la servidumbre y a la guardia real fijamente–. La princesa Anna protegerá cumplirá su labor real y cuidará al pueblo de Arendelle, yo buscaré a la reina y la traeré aquí –la gente del palacio asiente con firmeza, aceptando las maneras del marido vikingo de la reina–. Quiero que mantengan al duque de Weselton y al príncipe Hans lejos de la princesa Anna.

Anna parpadea confundida. –Espera, ¿qué? ¿por qué Hans también?

–Porque soy el esposo de la reina y según vosotros eso me convierte en el rey consorte y, por tanto, mando yo –le responde con una sonrisa burlona mientras mira de vez en cuando por el rabillo del ojo al supuesto príncipe encantador que seguía dándole mala espina–. Escucha, principito –le llama con rudeza, ignorando a Anna y haciéndolo temblar de pieza a cabeza–, si llego a enterarme que si quiera intentaste estar en la misma habitación o quisiste saludar a la princesa mandaré a que te lo corten, ¿me estás entendiendo?

Muerto de miedo, Hans asiente repetidas veces. Anna intenta volver a quejarse, pero, antes de que lo note, Hiccup sale volando y la servidumbre rápidamente se acercan a la princesa para apartarla de los hombres mencionados.


Llegó un poco enfurruñado por las acciones imprudentes que había cometido su esposa, pero se quedó callado y maravillado cuando la encontró en un palacio de hielo cubierta con un precioso vestido del mismo material que resaltaba todo lo que él creía que merecía ser resaltado.

–Santo Valhala estoy casado con Freya misma –es lo primero que dice desde el inicio de una de las escaleras interiores, mientras observaba boquiabierto a su esposa sonrojarse y soltar una risilla nerviosa–. Se supone que te tengo que devolver a Arendelle lo más pronto posible... pero no creo que alguien se quejé porque nos tardemos... ah, no sé, un poco más.

Hiccup se esperaba una reacción avergonzada, tal vez levemente enojada, Elsa solía ponerse a la defensiva cuando él mencionaba algún tema subido de tono, pero a diferencia de todo lo común, Elsa solo apretó sus manos contra el pecho y dio unos cuantos pasos atrás. Hiccup alzó una ceja por la confusión.

–No... Hiccup, me ha dado cuenta de algo muy importante y significativo estando aquí.

–Llevas como mucho media hora aquí arriba –murmuró mientras subía por las escaleras con dificultad–, no sé cómo has podido tener una epifanía tan rápido.

Elsa frunce el ceño. –Te estoy hablando en serio –insiste mientras que, para desgracia del vikingo sin una pierna, se aparta un poco del final de la escalera–, creo... creo que lo mejor es que me quedé aquí, Hiccup –el vikingo alza el rostro hacia su esposa, incrédulo de sus palabras, mirándola como si hubiera perdido la cabeza–, sola... donde pueda ser yo misma... sin lastimar a nadie.

El silencio los acompaña por a penas unos leves pero pesados segundos.

–No sé qué es peor –dice, cuando finalmente llega al nivel de Elsa–, lo de casarse con un tío que acaba de conocer o la estupidez que acaba de decir.

–¡Hiccup! ¡Te estoy hablando en serio!

Él se limita a sujetar la mano derecha y ponerla al nivel de sus rostros. –¿Qué es esto, Elsa?

Ella, frunciendo el ceño por la confusión, responde. –Mi anillo de casada.

–Exacto, ¿y qué significa, querida?

–Que estoy casada contigo.

Hiccup sonríe. –Exacto, lo que significa que estás atada a mí, y yo estoy atado a ti. Así que deja ya esas tonterías de quedarte sola por qué "lastimas a la gente".

–Hiccup, si tú quisieras... ¡AH! –la reina chilla en cuanto el vikingo la toma de las piernas y la tumba en uno de sus hombros para luego empezar a bajar con el mismo cuidado con el que subió–. ¡Hiccup, bájame!

–¿Acaso quieres divorciarte? –pregunta con frialdad, Elsa enmudece de inmediato, con los nervios y las ganas de llorar inundándola.

Apretando la armadura de su esposo, ella logra murmura su respuesta –No, no es que quiera...

–Entonces deja de decir tonterías de quedarte aquí sola. Soy tu marido y voy a quedarme a tu lado sin importa qué.

Antes de que se den cuenta, ambos ya están fuera del palacio de hielo que Elsa acababa de construir, bajando las escaleras, con Toothless esperando por ellos.

Hiccup sienta con delicadeza a su esposa en la silla de montar, ella sigue insegura.

–Hiccup, mereces a alguien mejor que yo –le dice sin mirarlo, tan solo dejándose llevar por todas sus inseguridades. La reina tiembla de pieza a cabeza cuando su marido acuna su rostro para obligarla a mirarlo a los ojos por unos segundos antes de besarla con todo el cariño del mundo.

El vikingo reposa su frente contra la de su mujer con delicadeza. –No existe persona que pueda ser mejor que tú, cariño. Venga... vamos de regreso a casa –Elsa, sonriente, asiente con lentitud y firmeza– y vale ya de tonterías, no vas a volver a escaparte a una maldita montaña.

La reina se ve ofendida. –No son...

–Ah, y se lo vas a explicar todo a tu hermana.

–¿Qué? No, no puedo.

Hiccup se sienta bruscamente en la silla de montar. –Ya accediste, lo arreglaremos a mi manera porque las vuestras son dramáticas y complicadas.

–¡Eso no es...! ¡Ah! –un chillido se le vuelve a escapar cuando el dragón se alza en vuelo sin aviso alguno–. ¡Te he dicho miles de veces que no hagas esto sin aviso!


Tres años después.


La voz vuelve a resonar por todas partes, Elsa abre los ojos con brusquedad.

Tiene que descubrir qué es eso.

Se arma de valor para levantarse pero un fuerte brazo la mantiene quieta en su lugar.

Sin tan siquiera abrir los ojos, Hiccup comienza a preguntarle. –¿A dónde crees que vas?

Elsa, asustada por saber que está despierto, intenta pensar en una mentira.

–Ah... solo... solo quiero tomar aire.

Perezosamente Hiccup alza su brazo para apuntar las ventanas, abiertas.

–¿Me estás diciendo que me congelo cada noche por gusto?

–Solo... solo necesito salir un momento.

Hiccup abre los ojos pesadamente. –¿Qué quieres hacer de verdad?

Elsa mordisquea su labio inferior.

–No sé como explicártelo –murmura jugueteando con sus dedos, girándose para encarar a su marido–, pero necesito salir y... bueno... no estoy segura.

Elsa cierra los ojos al sentir los dedos de su esposo acariciando dulcemente una de sus mejillas. Ella se inclina y logra capturar sus labios en un lento beso.

–De acuerdo, haz lo que tengas que hacer –murmura alejando un poco su mano de su rostro–, estaré aquí para lo que me necesites.

Ella le sonríe. –Te amo.

–Y yo a ti.


Unos días después.


Elsa intenta apartarse del abrazo de Hiccup, pero, evidentemente, no lo logra.

–Hiccup, yo...

–No pienso dejarte sola, Elsa –dice firmemente, apretándola más. Hay algo en su voz, algo que le dice a Elsa que su marido está realmente preocupado por perderla para siempre–. Voy a quedarme a tu lado... si te llegara a pasar algo... si te perdiera, solo por que no estuve ahí –lo escucha aguantarse un sollozo–. Nunca me lo perdonaría.

Ambos se separan un poco para verse a los ojos, ambos sueltan una risilla cuando, angustiado por sus humanos, Toothless asoma su cabeza entre sus brazos.

–Déjame quedarme a tu lado, cariño... en lo bueno y en lo malo, así lo juré, ¿no es así?

Volvió a besarla tiernamente en los labios, intentando transmitirle todo el amor que sentía por ella, intentando dejarle en claro que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella.

–Además, tienes que admitir que llegarás más rápido en dragón –añade fingiendo tranquilidad mientras apunta a Toothless con la cabeza, logrando sacarle una risilla a Elsa, quien, al final, termina asintiendo y sonriéndole llena de cariño.

–De acuerdo, vayamos al Ahtohallan, amor.