Todos necesitan descansos de la vida.


PJO Au. (ya hacía falta hacer algo para celebrar el adelanto que han sacado de la serie)


Elsa quería coger a las Moiras de los pocos pelos que –creía ella– tenían y zarandearlas con fuerzas hasta que, después de quince años de pura tragedia y de tocarle las narices sin parar, aceptaran dejarla en paz por dos malditos segundos, ni siquiera pedía cinco segundos, le bastaba con dos malditos segundos sin tener el mundo entero explotándole en la cara. Todo había empezado, vaya sorpresa, con su nacimiento, por muy negativo y depresivo que eso pudiera sonar, todo en verdad había comenzado en su nacimiento... o tal vez un poco atrás, cuando sus madres llegaron a la conclusión de que siendo ambas mujeres no tenían por qué cuidarse, olvidándose por completo de que una de ellas era nada más ni nada menos que la maldita diosa griega de las nieves: Quíone... aunque, cuando lo pensaba seriamente, se cuestionaba si realmente una diosa podía evitar embarazarse o un dios podía evitar dejar embarazado a alguien, la cosa es que Elsa siempre le recordaba a su madre que al menos debió de planteárselo porque, menuda sorpresa, su madre sí que sabía que Quíone no era precisamente humana.

La cosa es que de aquella unión tan catastrófica entre mortal y diosa repudiada, nació ella. Elsa Snow –ese apellido tan gracioso no sabía si adjudicarlo a un humor muy ridículo de su madre divina o a algún otro dios con ganas de echarse unas buenas carcajadas–, la única hija de Quíone que se conocía por el momento, la semidiosa con más olímpicos respirando en su nuca esperando a que dijera o hiciera algo malo para castigarla a ella y a su madre, la pobre campista que tenía una reputación bastante similar a la que, en su momento, había tenido cierto hijo de Hades, la chica que con doce años tuvo que aventurarse a una misión encargada por un estresado Apolo al que no dejaban ir a rescatar a una de sus hijas.

Luego de que hace varios años Apolo hubiera sido convertido en mortal por su leve ayuda en el levantamiento de Gaia, luego de largos y maravillosos años en los que el dios del sol se la pasó visitando ambos campamentos y cuidado de todos sus hijos y todo semidiós que podía, cuando llegó a enterarse que una hija suya había sido secuestrada por una mujer loca, envió a la primera semidiosa que estuvo dispuesto a ayudarle a recuperarla cuando Zeus le prohibió meterse en medio por... motivos –cof cof fastidiar a Apolo cof cof–.

Elsa se había apuntado más que nada para arreglar un poco su imagen, siendo hija de quien era, ayudar a rescatar a una semidiosa de Apolo, el olímpico más querido, sería algo bueno para ella. Y realmente salió muy bien parada su misión, encontró a Rapunzel, la ayudó a volver con su madre mortal biológica y cada verano la acompaña para llegar hasta el Campamento Mestizo.

Pero el muy cabrón de Apolo se lo agradeció tirándose a su padrastro.

Es cierto que Agnarr y Apolo habían tenido un rollo muy informal y tierno hace ya varios años, pero Elsa decidió tomárselo más personal de lo lógico porque ahora iba de un lado a otro siendo siempre arrastrada por las dos hijas de Apolo, Rapunzel y Anna, a las que tuvo que acompañar a una misión bastante sencilla en la que faltaba una persona, nuevamente se ofreció para arreglar un poco el cómo los demás la veían –el hecho de que nadie pudiera seguirle el emocionado ritmo a esas dos no tenía nada que ver–. Y fue allí, un año después de rescatar a Rapunzel, que conoció a Jack Frost –porque las ironías seguían ahí–, un hijo de Bóreas a quien su hermana, la madre de Elsa, le había regalado un cayado que congelaba todo a su paso. En ese entonces no solo sé enteró de que algunos antiguos griegos afirmaban que Bóreas se había liado con su hija para dar vida a tres sacerdotes –lo cual censuró para siempre de su memoria, porque ya le dolía demasiado la cabeza luego de años de intentar comprender su árbol genealógico–, si no que sintió, por primera vez, ese dolor de saberte abandonada.

Quíone le había regalado a Jack, que como herencia de su padre solo podía volar y soportar un poco más de lo normal el frío, un arma para defenderse de los monstruos que siempre iban por semidioses, también se le aparecía de vez en cuando en sueños para darle una que otra pista de que problemas podría encontrar en el futuro, y, para colmo, se había llegado a presentar frente a él en una de las misiones del muchacho, varios años después. Elsa, cada vez que Jack le desviaba la mirada al sentirse culpable por contactar con Quíone, se preguntaba entre rabia y lágrimas por qué su madre la ignoraba de esa manera. Ella no creía que fuera un tema de protección, como hacían otros dioses, no creía que esa tontería que le había propuesto Anna de que su madre no se acercaba a ella para que Zeus no le tirase un rayo en toda la cara, porque si así hubiera sido Quíone hubiera sido lo suficientemente inteligente como para no tener hijos... La diosa griega de la nieve era solo una cruel mujer egoísta que había sentido un calentón y no le importó en lo absoluto ninguna de las consecuencias.

Odiaba que todo lo que Quíone hubiera hecho por ella hubiera sido simple herencia. Su magia de hielo, el aguante a extremas temperaturas y la dificultad de quemarse eran cosas que su madre divina no había decidido ni controlado, no eran regalos, era pura genética... de alguna forma, porque supuestamente los dioses no tenían ADN. Ah, y claro, la maldita dislexia y el TDAH.

Oh, y como olvidarlo, la profecía.

La maldita profecía.

Para escapar de la marca

Que la traición en ella dejó

Tegirio tendrá que perdonar

Los pecados que su sangre causó

Pero solo lo logrará

con la ayuda y el amor del mar.

Le dieron la profecía con trece años, y llevaba dos veranos enteros –porque, según su madre, podría tener que salvar su vida, pero esos exámenes se tenían que aprobar y no, no me importa ese minotauro que está afilando sus cubiertos fuera de la ventana, sigue estudiando jovencita– intentando descifrar qué diantres significaba todo lo que el oráculo le había dicho. Tenía claro qué debía buscar, pero no tenía ni la más remota idea de cómo lo lograría.

Sabía que el primer verso hablaba del estigma que había llevado toda la vida por ser hija de Quíone, eso era evidente. El segundo verso ya lo complicada, porque podría referirse a la guerra en contra de Gaia o tener relación con el siguiente verso. Tegirio había sido el rey de Tracia hace ya demasiados siglos, no se acordaba mucho de qué pasaba con ese sujeto, solo lo importante. Un hermanastro suyo, Eumolpo, había conspirado en su contra de manera fallida.

Así que por el momento tenía eso. Para dejar de ser una paria social tenía que ganarse el perdón de un antiguo rey de Tracia, y solo lo lograría con la ayuda de alguien relacionado al mar.

Poseidón quedó descartado pues ningún olímpico le tenía mucho aprecio que digamos. Así que su segunda opción eran leyendas de carne y hueso y un par de años encima.

Percy Jackson o Frank Zhang.

En cuanto pudo ubicarle, fue en búsqueda del hijo de Poseidón... quien no la recibió con toda la emoción del mundo.

–¿Por qué otra vez? –había gruñido aquel día–. Solo pido algo paz.

–Bueno, de acuerdo, supongo que la otra opción es morir. Muchas gracias, señor Jackson –le respondió con una ironía muy manchada por la indignación. Pero antes de que se fuera, él logró detenerla.

Bufando, le preguntó. –¿Qué quieren que hagas?

–Tengo que ganarme "la ayuda y el amor del mar" para que un tal Tegirio me perdoné por algo que hizo o mi madre o un hermanastro mío y así vivir con normalidad sin que cierto rey de dioses no quiera electrocutarme... suena fácil para usted.

–¿La ayuda y el amor? –repite en forma de pregunta Percy Jackson.

Elsa alzó una ceja. –¿Eso le parece lo más interesante?

–¿No tendrá algo que ver con Afrodita también? ¿Por qué si no está también el amor?

Percy pudo ver a la perfección como el mundo se desmantelaba para la pobre semidiosa en aquel momento. Por décima vez en su vida, todo estalla en la cara de Elsa.

–¿Quién es tu padre o madre divino?

La chiquilla hizo una mueca. –Quíone –respondió insegura, sin saber cómo reaccionaría uno de los semidioses que batalló en contra de su madre.

Él se limitó a chasquear la lengua. –Suena a que te tienen mucha manía por allí arriba –ríe un poco señalando al cielo, que poco a poco se está nublando–. Entra, te daré algo de comer, sería tonto morir de hambre y quitarle el gustillo a Zeus.

Mientras pasa, Elsa pega un respingo.

–¡No podemos decir sus nombres! –le recuerda muerta de pánico, olvidándose por unos segundos que está hablando con el maldito Percy Jackson, hijo de Poseidón, héroe del Olimpo, parte importante de dos grandes profecías.

El señor la mira con una sonrisa algo burlesca. –Vaya... hace tiempo que no oía eso –bromea mientras la guía hasta la cocina–. Cuando le rechazas la inmortalidad de Zeus, te la pasas salvándole el trasero a los dioses y te paseas un tiempo por el Tártaro... bueno, te olvidas de esas normas de los primeros años.

Mientras se sienta con cuidado de no manchar nada en un pequeña silla que había en la cocina, Elsa ve al señor Jackson abriendo un tarro de galletas y sacando un plato de una alacena. Él se sienta junto a ella y deja el plato de galletas azules en la pequeña mesa.

–¿Es tu primera misión? –le pregunta mientras ella toma una galleta. Luego del primer mordisco, Elsa niega–. ¿Qué has hecho antes?

–Ayudé a Apolo a buscar a una de sus hijas, una mortal la había secuestrado, y también a guiar a un hijo de Bóreas hasta al campamento.

Él asiente con una sonrisa, como si le gustara lo que estaba escuchando.

–Señor Jackson...

–Llámame Percy –le interrumpe con amabilidad, Elsa asiente.

–De acuerdo, Percy... ¿por qué son azules? –dice apuntando a las galletas–. No me quejo –se apresura a dejar en claro–… solo... solo es curiosidad...

Él se hunde brazos. –Me gusta la comida azul.

–Pero esto es colorante artificial.

Él insiste. –Me gusta la comida azul.

–No hay comida naturalmente azul.

Percy se muestra un poco enojado. –Los arándanos –contradice como si fuera un argumento irrefutable.

Elsa le da un par de mordiscos más a la galleta que tiene en mano hasta acabársela.

–Los arándanos son morados.

–Y la última persona que me dijo eso se convirtió en piedra por la cabeza cercenada de Medusa.

Elsa y Percy se quedaron en silencio por unos tensos segundos.

–Comprendo –asiente para luego pillarse otra galleta–. Están muy buenas –añade, no fuera a ser que el señor aún tuviera en su poder la cabeza de Medusa–. Por cierto, ¿sabes que tenemos un hermano en común?

Percy abrió los ojos. –¿Qué?

–Eumolpo, hijo de Quíone y Pose... su padre –se corrige porque ella no ha pasado por el Tártaro ni ha ganado dos guerras–, adoptado por una hermana suya, desterrado a Tracia, luego conspiró contra Tegirio, así que lo desterraron a Eleusis, le enseñó a Heracles a tocar la lira. Lo mató un tal Erecteo, su padre vengó la muerte de nuestro hermano.

–¿Tocaba la lira?

–Realmente elige cosas extrañas en las que concentrarse. Pero sí, tocaba la lira y le enseñó al dios de la valentina, no sé sería buen alumno o sí aún recuerda cómo hacerlo.

Percy parece intentar recordar algo.

–Bah... no parecía saber tocar la lira cuando unos amigos le dieron una paliza.

Ambos soltaron unas cuantas risas, que tan solo se acabaron con la llegada de un saludo que se escuchaba desde la entrada.

–Oh, es mi esposa –le avisa mientras se levanta, ella, sin pensárselo mucho, le sigue–. ¡Listilla, tenemos a una campista de visita!

Elsa, tímidamente, saluda a la mujer de rubios cabellos y piel bronceada, quien le sonríe y le devuelve el saludo con amabilidad.

–Tenéis migajas de galleta en las mejillas –señala con algo de gracia, avergonzada, Elsa se limpia rápidamente, Percy se toma un poco más de tiempo y calma–. ¿De quién eres hija?

Elsa vuelve a costarle responder. –Mi madre es Quíone...

La mujer la mira con sorpresa. –Vaya... jamás había oído de una semidiós hijo de Quíone.

–Sí... soy algo reciente.

Para aliviar la tensión, Percy sonríe y pregunta. –¿Sabías que tenemos un hermano en común? –dice mientras señala a la campista y a sí mismo.

–¿Qué?

–Eso mismo dije yo.

–¿Poseidón y Quíone? ¿Quién fue su hijo?

–Eumolpo –contestó Elsa–, Quíone lo abandonó en el mar para evitar la furia de Bóreas, ya que su relación con Poseidón había sido a escondidas. Fue desterrado de unos tres lugares antes de morir por mano de Erecteo. Lo desterraron de Tracia por conspirar contra su rey y, al parecer, para tener algo de paz después de quince años de ser el punto de mira de los olímpicos tengo que lograr el perdón de susodicho rey pero solo podré hacerlo con "la ayuda y el amor del mar".

–Así que necesitas a alguien relacionado con Afrodita y Poseidón.

Elsa quería golpearse la cabeza contra la pared por saber que era la única idiota que no había pensado en la absoluto en que Afrodita estuviera relacionada.

–¿Crees que deberíamos buscar a algún hijo de Afrodita que sea legado de Poseidón? –propone Percy.

–Encontrar a un legado de Poseidón será muy complicado, ¿por qué crees que tú y Frank destacáis, sesos de algas?

–Sí, buen punto, listilla.

–¿Podrías decirnos la profecía entera...? Ah...

–Elsa, Elsa Snow, y sí, soy consciente de la ironía –se apresura a responder con cierta gracia–. Para escapar de la marca... Que la traición en ella dejó... Tegirio tendrá que perdonar... Los pecados que su sangre causó... Pero solo lo logrará... con la ayuda y el amor del mar.

Ambos adultos se quedan pensando por unos largos minutos.

–El segundo verso podría tener relación con la profecía de los siete, Quíone traicionó al Olimpo después de todo, conspiró en su contra.

–Como su hijo –añade Percy.

–Tal vez si tú, Frank y Piper la ayudáis a buscar a Tegirio...

–Así cumpliría mi misión –concluye Elsa, con una sonrisa asomándose en su rostro–. Finalmente dejaría ser la hija de la traidora, finalmente no tendría al Olimpo esperando algún fallo... –emocionada, la niña les sonrió a los adultos, quienes no pudieron evitar sentirse enternecidos.

–De acuerdo, nos contactaremos en cuanto podamos con Frank y Piper, luego veremos como podemos conseguir el perdón de Tegirio –Annabeth se acerca para acariciarle la cabellera blanca–. No te pareces mucho a tu madre, la verdad –dice, esperando de verdad que aquello fuera algo bueno que decirle a la chica. Se siente aliviada al verla sonreír encantada.

–Lo sé, me parezco más a mi madre mortal, muchos dicen que sería idéntica si no fuera por el cabello blanco.


Elsa estaba en conflicto, realmente no sabía si quería que acabara ya el año estudiantil o no. Estaba a mitad del nuevo curso y hace unos pocos meses que Annabeth Chase le había informado por mensaje Iris que ya tenía una pista por la cual empezar su misión. Los adultos que en su juventud salvaron el mundo, para sorpresa de Elsa, estaban de acuerdo con su madre mortal que podían esperar a que su curso terminara y en verano comenzar su misión. Así que Elsa estaba ansiosa por terminar de una vez con aquel año... sin embargo.

Por primera vez, Afrodita y Eros llamaban a su puerta... o más bien llegaron con mucha purpurina, luces de discoteca, música a todo volumen y tirando la puerta abajo con una maldita hacha.

Porque la manera en que se enamoró de aquel chico nuevo llamado Hiccup Haddock no había sido ni medio normal. Fue casi de inmediato, sin siquiera tiempo para respirar. Había aparecido en su vida con esos verdes radiantes, con una sonrisilla algo pícara que se dibujaba en un lado de su rostro, y ese cabello castaño alborotado que quiso acariciar en cuanto lo vio.

Y al parecer los dioses del amor también llegaron bruscamente al muchacho, porque rápidamente ambos encontraron tranquilidad y armonía junto al otro. Tuvieron poco tiempo de amigos en verdad, porque, en cierto punto, los dos sabían a qué querían llegar.

Quería pasar todo el tiempo posible con antes de volver a meterse en una misión que pudiese matarla porque, bueno, eso era lo que significaba ser un semidiós.

El momento de querer exigirles un buen descanso a las Moiras llegó un simple jueves, cuando la libertad del fin de semana se podía sentir en la punta de las lenguas. Cuando una arpía se apareció en uno de los pasillos de su instituto. Paseaba agarrada de la mano de Hiccup, con el corazón alocado dentro de su pecho y preguntándose cómo dar el paso para poder darle el primer beso. Había maldecido en griego en cuanto la vio y quiso acabar con su vida en cuanto notó algo terrible.

Hiccup podía verla.

Así que, casi sin pensarlo, eligió la ruta de la huida para sobrevivir. Tomó con fuerza su mano y empezó a correr mientras Hiccup preguntaba qué era lo que estaba pasando y la arpía gritaba por ellos... por los dos... por ambos.

Elsa se detuvo a pensar en cuanto se encerró en un aula vacía junto a su confundido y enloquecido novio. La arpía llamaba por ambos... la llamó la hija de la traidora... pero ¿cómo le llamó a él?

Mientras la arpía destroza la puerta de la habitación, ruge con todas sus fuerzas.

–¡Hijo de Poseidón!

A Elsa se le fue el aire, pero logró crear púas de hielo que convirtió al monstruo en polvo dorado.

–¡Ah! ¡Se me ha metido en la boca! –lloriquea Hiccup mientras toce y escupe–. ¿Qué era eso? ¿qué era eso?

Ella intentó tomarlo de las manos, fue una sorpresa para ella lo fácil que lo consiguió, la manera en la Hiccup se detenía por ella.

–Eh, eh, calma –le empieza a susurrar, acercándose cada vez más a él, tranquilizándolo con cada sonido y toque–. Estoy aquí de acuerdo –alza una mano a su frente, esperando tranquilizarlo con su toque refrescante–. Esto es complicado, ¿de acuerdo? Es muy complicado de explicar, pero voy a intentar hacerlo lo mejor posible... escúchame... sabes de la mitología griega, ¿verdad? –Hiccup asiente levemente, aún complicado–. Los dioses, los doce olímpicos, Medusa, Cerbero, los cíclopes –Elsa gira para apuntar el polvo dorado del suelo–, las arpías... todo eso... todos y cada uno de ellos –Elsa toma un poco de aire–… son reales, Hiccup.

Y ahí estaba, la primera vez que el mundo estaba frente al rostro de Hiccup.

–Estás... ¿estás diciendo que llevo dieciséis años creyendo en la religión equivocada? ¿los dioses nórdicos no son reales?

Y ahí había algo aún más complicado.

–Bueno... en verdad sí...

Hiccup parpadeó. –¿Qué?

–Sé al menos que hay un chico llamado Magnus que es hijo de... ¿cómo era? ¡Ah sí, Frey! Aunque no estoy muy enterada de cómo funciona eso, pero los dioses griegos, nórdicos y egipcios existen... Y posiblemente eres hijo de un dios griego... uno importante.

Hiccup tira de su pelo. –¿Uno importante? –repite sin querer creérselo.

–Sí... el dios de los mares.

–¿Poseidón? –Elsa le tapa la boca de inmediato con las manos, luego las retira al darse cuenta de su tontería-

–Perdón, la costumbre, los nombres importan, no puedes pronunciarlo así como así... aunque imagino que al, seguramente, ser su hijo, no pasará nada.

Hiccup aún se ve confundido. –¿Por qué crees que soy su hijo?

Entonces, apuntó al polvo dorado que aún le quedaba en la quijada. –Bueno, ella solo dijo –señala con algo de gracia. Hiccup se espanta de inmediato.

–Quítamelo, quítamelo –pedía mientras se daba manotazos en la cara–. ¿Por qué se convirtió en polvo? ¡No lo entiendo!

–Solo es así, para luego regenerarse.

Hiccup se pone blanco, luego vuelve a darse manotazos en la cara.

–¿Se va a regenerar en mi cara? ¡Ayúdame a quitármelo!

–Calma, calma, no se te va a regenerar en la cara –le dice mientras le limpia el resto del rostro con la manga de su suéter–. Ya está.

–Ahora está en tu ropa –dice señalando la manga de Elsa.

–No se va a regenerar en mi ropa –insiste, ahora tomándole de la mano–. Venga, tenemos que hacer una "llamada".

–¿Por qué las comillas? –pregunta Hiccup angustiado.

–No importa.

–¿Por qué las comillas? –insiste aún más preocupado.


Percy observa con la boca abierta a Hiccup, quien está sentado en su casa, con unas galletas azules delante de él y una en su mano.

–Dices... ¿dices que se os apareció una arpía?

–Aja –asiente Elsa.

–¿Por qué son azules? –pregunta Hiccup, angustiado por la idea de que en verdad las galletas con chispas de chocolates estuvieran rancias.

Frank se remueve un poco. –A ti también se te apareció una arpía, ¿verdad? Cuando ocurrió lo del rayo.

Percy asiente, sin quitarle ni un solo segundo la mirada de encima a Hiccup... esto de tener un nuevo hermano menor, uno semidiós en esta ocasión, le estaba costando asimilar, no es similar a lo que ocurrió con Tyson, pero no deja de ser chocante.

–En serio, ¿por qué son azules?

–Así me gustan –contesta el hermanastro mayor de Percy–. Así que dime, hermanito...

–¿Podrías repetirme quién eres? –pide mientras sigue vacilando si darle un bocado o no al dulce.

–Percy Jackson, hijo de Poseidón.

Piper decide aprovechar el momento. –En verdad se llama Perseo, pero todos le llamamos Percy.

–Eso no era necesario –murmuró el hijo mayor de Poseidón–. Lo que quería preguntarte, ¿Dices que te llamó hijo de Poseidón?

Elsa es quien asiente asiente.

–Y es tu novio –añade Piper señalando a los adolescentes, ambos se sonrojan y asienten–. La ayuda y el amor del mar... tal vez no se refería a un descendiente de Afrodita, sino a precisamente eso, amor y ayuda de un hijo de Poseidón. ¡Tu novio tenía que ser un descendiente de Poseidón!

–Y claramente no podían ser ninguno de estos dos –señala Hazel con cierta gracia. Elsa hace una mueca de asco.

–Tengo problemas con mi madre, no con mi padre... no tengo padre en verdad.

Hiccup frunce el ceño. –¿No tienes padre?

–Quíone se lio con una mujer, así que no, no tengo padre, aunque no tengo queja alguna de Agnarr.

–Ah sí, es un buen sujeto. Por cierto ¿que es eso de "la ayuda y el amor del mar"?

–Parte una profecía –responde Annabeth–. Su profecía –especifica apuntando a Elsa–. Para escapar de la marca... Que la traición en ella dejó... Tegirio tendrá que perdonar... Los pecados que su sangre causó... Pero solo lo logrará... con la ayuda y el amor del mar.

Tardaron una media hora en explicarle todo lo básico a Hiccup, que todavía, cada vez que podía, insistía que a pesar de tener TDAH y dislexia él sí que podía mojarse y jamás había hablado con peces, pero Percy le insistía con que los poderes se amplificaban cuando descubrías lo que eras.

Cuando terminaron, lo primero que pregunto fue.

–¿Tenemos un hermano en común? –cuestionó algo asqueado. Elsa se removió.

–Sí, lo tenemos. Solo uno, no es como si nuestro padres tuvieran algo... ah, regular.

–¿Y tu madre lo abandonó?

Elsa asiente. –Es lo suyo, aunque en esa ocasión fue porque Bóreas se pondría como loco.

–Dijiste que no se podían decir nombres.

–Sí, pero es mi abuelo, y está muy liado, así que realmente no le importa quien dice o deja de decir su nombre. Es como lo que dije, tú si puedes decir el nombre de tu padre.

Annabeth asiente. –Sí, esa opción solo la tendrá cuando salve el mundo o algo así... tal vez tenga que hacerlo dos veces. Ya te hemos dicho que ahora mismo al Olimpo no le agrada demasiado Quíone.

–Exacto, momento perfecto para tener hijos –bromeó Elsa con amargura.

–Entonces... ¿tenemos que adentrarnos en una misión para encontrar aún antiguo rey y lograr que te perdone por algo que hizo nuestro hermanastro?

–Sí, exactamente eso es lo que tenemos que hacer –asiente Elsa–. Así que... ¿qué dices? ¿comenzamos con esto? ¿me acompañas?

Hiccup mira fijamente a su novia, toma un poco de aire y, a pesar de que no se ha detenido ni dos segundos a pensarse todo lo que podría salir mal, responde sin duda alguna que la seguirá hasta el fin del mundo si eso es lo que hace falta para mantenerse siempre a su lado.


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Sé que antes he comentado que Hiccup me parece un hijo de Ares en toda regla por ese consejito de pensar que dios se interesaría en alguno de sus padres. Pero, además de que me convenía para este one-shot, no puedo evitar pensar que Poseidón podría llegar a fijarse en el espíritu libre de Valka... aparte de que todos aquí sabemos que Hiccup y Percy tienen muchísimas cosas en común al punto que suelen comparar el HiccStrid con el PercAbeth.

Puede que este one-shot tenga una continuación... no sería algo de aventura ni mostraría peleas como tal porque, por si no lo sabíais, no sé escribir peleas épicas, sé escribir de sentimientos, feos o lindos, pero de sentimientos, estaría centrado en Hiccup y como maneja ser un hijo de Poseidón, veríamos un poco de los Olímpicos –quiero meter escenas bonitas de Apolo porque amé su saga– y alguna disputa entre los Tres Grandes y el pobre hijo del dios de los mares que sigue creyendo firmemente en sus dioses nórdicos.

También comentar la comedia, he intentado meterla lo mejor posible porque, bueno, es un fanfic de Percy Jackson.