Tatuaje.


Ella no entendía los caracteres paganos, aquellas letras, esas pronunciaciones confusas, esos extraños dibujos... realmente no significaban nada para ella. A veces los comprendía, conocía algunas palabras, muy pocas como para decir que entendía en lo más mínimo la lengua vikinga. A veces se confundía, a veces se olvidaba de la caligrafía de ciertos caracteres, pero había una sola palabra, seis letras que tenía grabadas a hierro vivo en su cerebro. Se sabía el nombre de Astrid, se lo sabía a la perfección, incluso podría escribirlo ella misma sin ningún tipo de ayuda , incluso lo reconocería en cualquier lado pues lo ha visto miles de veces, lo ve cada dos o tres meses, durante largas horas, pues aquel nombre, aquel dichoso nombre escrito con el alfabeto vikingo, está tatuado en el pecho de su amante con tinta negra.

No pudo evitar reírse la primera vez que lo vio, fue a penas una risilla corta, que pudo camuflar por las risillas que solo soltar cuando él se veía especialmente necesitado. Realmente todo el escenario fue divertidísimo, el encantador joven jefe de Berk, Hiccup Haddock, hijo de Estoico el Vasto, el gran vikingo pacifista que también destacaba por el gran amor que le profesaba a su queridísima esposa... ese mismo Hiccup Haddock, ese mismo gran esposo, mostraba el tatuaje que se había hecho del nombre de su mujer al quitarse la ropa frente a su amante.

Era muy divertido cuando lo presentabas de esa manera, de verdad que sí. Saber que todo el mundo creía que él estaba perdidamente enamorado de Astrid, saber que esa pobre vikinga ilusa afirmaba con orgullo tener el corazón de Hiccup para ella sola, saber que Hiccup era reconocido por ser un gran marido... Ah... si tan solo el mundo supiera que, tal vez, Astrid podría tener el corazón del jefe de Berk, pero ella tenía todo su cuerpo a completa disposición, tenía su mente entregada a la mayor de las subordinaciones, Elsa podía chasquear los dedos y tener a Hiccup arrodillado ante ella, ya lo sentía mucho por su esposa, pero dudaba mucho que esa habilidad la compartieran.

Por eso se sonreía con algo de sorna cada vez que le arrebataba la ropa y veía el tatuaje. A veces delineaba las letras con los dedos, riéndose ante sus gruñidos, en otras ocasiones posaba los labios sobre el nombre y le pedía que le diera un beso de su parte a Astrid, lo que siempre provocaba que Hiccup se pusiera de morros e intentara irse, pero siempre volvía, siempre se quedaba, jamás podía realmente irse del todo. Había momentos más radicales, en los que lo dejaba tendido en la cama y buscaba por un recipiente de tinta, manchaba el tatuaje hasta taparlo por completo, hasta que no se leyera nada, para luego escribir su propio nombre en su propio alfabeto por todo el recorrido del cuerpo de su amante. Era tan maravilloso quitarle el nombre de Astrid del cuerpo, sobre todo porque en esos momentos, y solo en esos momentos, él no hacía nada cuando jugueteaba con el tatuaje. Era tan maravilloso saber que a Hiccup realmente no le parecía mala idea tener su nombre repetido miles de veces en cada centímetro.

Esa misma noche, cuando lo ve llegando con su dragón oscuro, ya tiene preparada la tinta, ya tiene claro que quiere dejar su firma por todas partes, su nombre, escrito con su alfabeto... es más, la idea de dejarle el símbolo de Arendelle justo en el lado del corazón para así indicar que, al igual que algunas mercancías o textos, él es propiedad de la reina de Arendelle está tentándola de una manera muy dulce, se pregunta si realmente le llegaría a molestar, se pregunta si eso sería una línea que no quiere pasar... pero luego recuerda que Hiccup no pone límites para ella, recuerda que él acepta todo lo que ella quiera, cómo ella lo quiera, cuando ella lo quiera.

Cuando él llega a su habitación ella ya está medio desnuda, tumbada en la cama, aguardando por él y sus caricias. Ve nuevamente esa culpa oscureciendo se verde mirada, rueda los ojos sabiendo que será ella quien tenga que liderar el asunto por completo, por lo que se levanta de la cama y camina con sensualidad y elegancia hacia él. Se cuelga de su cuello luego de darle unas caricias en el torso sobre la ropa, se pone en puntillas para alcanzar sus labios, sin embargo Hiccup mueve el rostro para evitar el beso, incluso da unos pasos hacia atrás, pero no mueve en absoluto los brazos de Elsa que siguen rodeándolo.

–No puedo seguir con esto –masculla ignorando su mirada–. No volveré a verte, Elsa.

Ella no puede evitar sonreír con sorna.

Eso fue lo que le dijo cuando se comprometió con Astrid.

Eso fue lo que le dijo cuando acabó su guerra con ese tal Viggo.

Eso fue lo que le dijo cuando su padre falleció y él se volvió el jefe de Berk.

Eso fue lo que le dijo cuando se casó con Astrid.

–Estoy segura de que la vez pasada que viniste era la última vez que venías a verme, Hiccup –dice con una sonrisa ladina–, ¿cómo fue que lo dijiste? Oh, sí –chasquea los dedos antes de empezar a imitar de forma tonta la voz del vikingo–. No me volverás a ver, ya no puedo seguir con esto...

Lo siente temblar. –Para –le ordena.

–Amo a Astrid, no pienso seguir haciéndole esto –continúa, imitando lo mejor posible su voz grave.

–¡Elsa!

–Pero eso fue lo que dijiste –insiste la reina de Arendelle–. Esas fueron tus exactas palabras –asegura mientras vuelve a pasar sus manos por su torso–, pero aquí estás, conmigo, kilómetros y kilómetros lejos de ella, de tu queridísima esposa, dejando que te toque, seguramente a punto de dejar que te toque aún más... Dime, cuando te estés cambiando, cuando estés dejando mi cama, ¿me volverás a decir lo mismo?

Hiccup finalmente se aleja por completo de ella. Por un momento Elsa cree que se dirigirá a la puerta y saldrá de allí lo más rápido posible, pero no, no lo hace así, él se queda a tan solo tres pasos de ella, sin tan siquiera considerar la salida que tiene tan cerca, sin tan siquiera considerar la opción de dejarla de verdad. Algo en ella se tranquiliza cuando se da cuenta que Hiccup, al igual que siempre, realmente no se quiere ir.

–No puedo –lo escucha mascullar mientras desordena su cabello–, no puedo seguir con esto... Ella... Astrid, ella...

–La amas, la amas de verdad, lo sé –lo corta, acercándose delicadamente para pasar unos dedos por su pecho cubierto–, detrás de estas ropas que siempre te quitas por mí hay un tatuaje que siempre me muestra lo mucho que amas a tu querida esposa.

Hiccup le frunce el ceño y la mira con rabia. –Astrid está embarazada –confiesa con el cuerpo temblándole. Elsa se limita chasquear la lengua y contener una mueca de asco y pena a sencillamente una asco.

Por supuesto, ahí estaba eso que solo su esposa podría entregarle: un verdadero heredero. Claro que ella podría otorgarle hijos a Hiccup, pero esos muchachos como mucho algún día podrán ser considerados líderes de Arendelle, jamás serían considerados verdaderos vikingos de Berk, ellos jamás podrían seguir con el legado de la familia Haddock, jamás podrían conocer la tierra natal de su padre. Una pequeña ventaja que a Elsa le interesaría si alguna vez hubiera tenido la intención de gobernar en tierra de paganos...

Aunque la idea de que los hijos que pudieran llegar a tener tuvieran derecho a llamarse miembros oficiales de la familia Haddock era realmente tentadora.

–Felicidades –dice con sorna–, pronto tendréis a vuestro heredero. Es un buen motivo, en verdad, para no venir más, no es como cuando te comprometiste o te casaste con ella, no, esta vez es diferente, más importante ¿sabes? –una sonrisa cruel se le forma en el rostro–. Tal vez ella no valía la pena, pero seguramente esa criatura sí –lo ve temblar de la furia y la vergüenza, pero decide que si en verdad piensa dejarla, ella tiene derecho de ser cruel–. No la amaste lo suficiente como para dejar de verme, espero que realmente si ames a vuestro hijo, Hiccup.

–Basta.

Elsa alza una ceja. –¿Por qué? –cuestiona retándolo–, vas a irte, ¿no es así? Ya te ibas, ¿qué más da que te diga todo esto? Es más... ¿por qué no te has ido ya? ¿por qué sigues aquí escuchando mis tonterías? Estás casado, esperando a un hijo, tu mujer aguarda como una buena esposa por ti, entonces... ¿qué haces aquí, Hiccup? –nuevamente, mientras lanza su veneno, Elsa se cuelga de su cuello–. ¿Quieres que me arrastre por ti, cariño? ¿Me quieres de rodillas pidiendo que te quedes para siempre a mi lado? ¿Quieres que sea la pena que sientes por mí tu excusa perfecta para quedarte? ¿Eso quieres?

Hiccup se aparta de golpe. –Quiero irme.

Ella se hunde de hombros, sonriente. –Pues vete, Hiccup, yo no te retengo.

Él titubea, pero logra, luego de respirar profundamente, dar media vuelta e irse.

Elsa sonríe y se encamina hacia la puerta de su habitación, esa puerta que Hiccup siempre deja abierta, hasta ahora siempre ha entendido ese gesto como una indicación de que volverá, así que piensa disfrutarla sobre todo en esa ocasión.

–¡Nos vemos en dos o tres meses, cariño! –se despide aguantándose las risillas crueles, él ni siquiera se molesta en gruñirle ni gritarle nada.


Habían pasado cinco años ya desde la ocasión en la que Hiccup solo había viajado hasta Arendelle para decirle que nunca más se verían, para decirle que definitivamente no volvería a caer en sus encantos, que nunca más lo tendría a sus pies. Había sido la primera vez, en todos esos años de encuentros carnales a escondidas en las que él realmente solo vino para hablar con ella y para irse tan rápido, fue la primera vez que Elsa creyó que realmente todo se había terminado. Durante esos cinco años los reinos de ambos amantes habían tenido una paz inigualable que no ayudó en nada a la reina de Arendelle para dejar de pensar en Hiccup, durante esos cinco años el Consejo se negó al abdicación de la reina sobre su hermana menor y la obligaron a casarse con un hombre diez años mayor que ella con quien mantuvo unas cuantas relaciones reglamentarias antes de enviarlo a un palacio a la otra punta de su reino, no lo envió a su castillo de hielo solo porque no se lo permitieron.

Le permitieron mandar a su esposo lejos de ella porque, después de todo, no costó mucho hasta que un niño de ojos azules, pálido como la nieve y de cabello rubio fue traído hasta este mundo.

Fue un inmenso alivio que el pequeño Arvid se pareciera en cada aspecto a su madre y no a su padre, porque Elsa no hubiera tenido ninguna manera de excusar por qué su hijo, supuestamente concebido con aquel hombre de rojos cabellos y marrones ojos, se parecía tanto a aquel hombre misterioso que la reina insistía que solo era un embajador de un pequeño reino del norte. Elsa no hubiera tenido manera de explicar por qué, si así llegaba a suceder, por qué Arvid se parecía tanto a Hiccup.

Porque Hiccup seguía viniendo cada dos o tres meses, claro que lo hacía, jamás había dejado de hacerlo.

Porque ni Zephyr ni Nuffink habían sido suficiente motivo para que el jefe de Berk dejara de volar por horas para refugiarse dentro de las faldas de su amante, ninguno de los verdaderos niños Haddock había sido lo suficiente como para que su padre decidiera dejar de verdad su enfermiza obsesión con aquella reina cristiana que esperaba por él al otro lado de un extenso mar de culpa y vergüenza. Los tatuajes que se había hecho con sus nombres, esos nuevos tatuajes que Elsa ya se había memorizado, no habían sido escudo suficiente para el débil corazón de su padre.

Elsa sonríe mientras ve como Hiccup baja a Arvid, a quien había alzado en brazos durante unos segundos para despedirse cariñosamente, el niño aceptó con una sonrisa que dentro de unos meses volvería a ver a su padre (al que no podía llamar padre frente a nadie más que a los miembros de su familia) para luego irse a jugar con sus primos mayores. La reina se acerca para rodear el torso de Hiccup con sus delgados brazos, acepta la mano firme de él rodeándole la cintura y sonríe tontamente cuando siente que él se agacha un poco para dejarle un beso en la frente.

–Ten un buen viaje –le dice mientras se aleja luego de decidir que tal vez aquel no era el día ideal para molestarle acerca de su otra familia que lo espera al otro lado del mar–, ¿cuándo te volveré a ver?

La mueca que dibuja en su rostro se pierde un poco por la barba que se ha dejado crecer para contentar a su esposa. Había mañanas en las que quería rasurársela mientras dormía, pero sabía que eso solo le metería en problemas, un poco como el tatuaje de la flor oficial de Arendelle que se había hecho en el cuello cuando nació Arvid.

–No estoy seguro –logra responderle luego de que se alejen un poco–, pero intentaré volver lo antes posible –promete para después darle un corto beso en los labios–. Te amo.

Elsa se aguanta la sonrisa victoriosa, la camufla lo máximo posible. –Y yo a ti, querido.


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No me gusta mucho el trope de infidelidad... pero es que hace poco me enteré de que para un comic oficial o algo así se revelaría que Hiccup tenía un tatuaje del nombre de Astrid en el pecho, cuando me enteré lo primero que pensé fue en cambiarlo para que lo que tuviera fuera un tatuaje con el nombre de Elsa...

Pero luego me obsesioné con Unholy de Sam Smith y sabía que tenía que hacer algo como esto.

No consideraría a esta un Evil!Elsa, aunque no estoy del todo segura.