Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es fanficsR4nerds, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is fanficsR4nerds, I'm just translating her amazing words.
Thank you fanficsR4nerds for giving me the chance to share your story in another language!
Este capítulo no está beteado, así que todos los errores son míos.
.: Treinta :.
Por alguna razón, me despierto con el olor de pan recién horneado.
Me enderezo, desenterrándome de la montaña de paja donde estoy enterrada. Edward está sentado a mi lado, masticando la mitad de una barra de pan. Cuando me ve, me ofrece la otra mitad. La tomo y de inmediato me meto un bocado enorme en la boca. Sonríe alrededor del pan mientras devoro mi desayuno.
—¿De dónde sacaste esto? —gruño entre mordidas.
Edward señala la puerta del establo.
—La casa de campo está a unos metros más abajo. La esposa del granjero acababa de preparar el pan —dice, arrancándole otro pedazo. Asiento. Una parte de mí se siente mal ya que probablemente Edward se lo robó, pero tengo demasiada hambre para protestar.
Desayunamos nuestro pan y eso me llena el estómago, poniéndome feliz. Qué no daría por tener una taza de té.
Al terminar, me giro hacia Edward.
—¿Cómo estás? —pregunto, me salgo de la paja y me muevo a su lado. Lo obligo a moverse hacia enfrente para poder revisar las cortadas y heridas en su espalda. Gruñe cuando lo maltrato.
—Estoy bien —dice con una pequeña sacudida de cabeza—. He sufrido cosas peores, créeme.
Lo miro enojada.
—Eso no hace que esto esté bien —espeto. Pone los ojos en blanco mientras reviso su espalda. Luego de sentirme satisfecha, lo obligo a moverse hacia atrás para poder ver su pecho. Se recuesta en la paja mientras yo me mantengo sobre él.
—¿Sería más fácil si me montaras? —pregunta, su tono es muy inocente y estoy tan enfocada en mi tarea, que por el momento más breve del mundo, casi le acepto la oferta. Luego entiendo lo que está diciendo y le lanzo una mirada de enojo. Se ríe, y a pesar de que me siento molesta, el sonido me trae tal alivio que siento que mis ojos se empiezan a llenar de lágrimas.
Parpadeo para alejarlas, sintiéndome tonta.
—Necesitamos ropa —digo después de un momento—. Ambos estamos prácticamente desnudos y está nevando.
Edward gruñe.
—Yo estoy muy a gusto con nuestro estado actual de vestimenta —dice, sube una mano para apoyarla en mi cintura. Sus dedos son tan largos que tocan las heridas de mi espalda y frunce el ceño, sentándose. Me hace inclinarme hacia enfrente y me muevo para que pueda verme las heridas. Maldice.
—Estás lastimada.
Niego con la cabeza.
—No es tan malo —le digo—. Solo tengo que mantenerlas limpias.
Edward gruñe.
—Bien, quédate aquí. Iré a conseguirnos provisiones, luego seguiremos avanzando para encontrar un lugar menos expuesto donde dormir esta noche.
Abro la boca para protestar, pero él se levanta de la paja y cruza las puertas del establo antes de poder decir algo. Tiene razón, y por mucho que deteste la idea de robar, necesitamos desesperadamente más provisiones.
Mientras Edward no está paso el tiempo intentando limpiar todo rastro de que estuvimos en el establo. Para cuando termino, Edward ya está de regreso, me ofrece un abrigo y tiene una mochila colgada al hombro.
—Vamos —me dice con gentileza—. Creo que hay una casa de campo abandonada a unas millas de distancia.
…
No sé cómo lo sabe, pero Edward tiene razón. Es más tarde de lo que esperaba cuando salimos del establo y para cuando llegamos a la casa de campo abandonada, ya está oscuro otra vez. Nos aseguramos de que esté despejada antes de entrar. Está todo lleno de polvo, pero hay unas cuantas habitaciones se encuentran en buen estado. Nos dirigimos a la sala, y Edward enciende un fuego en la vieja chimenea mientras yo reviso las provisiones que él pudo conseguir.
—Edward —pregunto mientras reviso los materiales. Alza la vista a mí—. ¿Por qué fuimos a ese lugar?
Sabe inmediatamente qué es lo que estoy preguntando y su rostro se torna sombrío al bajar la vista a la chimenea.
—La Reina —dice lentamente y me encojo ante la mera mención de ella—. Ella lleva un amuleto. Es poderoso, antiguo. —Se detiene, sacude la cabeza—. Enfoca su magia. —Me mira—. Pensé que si podíamos ponértelo, podríamos encontrarle un sentido a nuestra dirección.
No sé cómo responder. Sé que no soy una bruja muy buena – lo he admitido bastantes veces – pero duele más de lo que quiero escucharlo admitir que cree que no puedo hacer esto por mi cuenta.
—¿Y? —pregunto con la garganta cerrada. Me mira.
—La Reina no se portó tan abierta como había esperado —dice lentamente—. No perdona.
Sus ojos se ven atormentados al hablar y me pregunto qué lo hizo sufrir la Reina.
—La has tratado mucho antes, ¿no?
Edward parpadea y me ve, los fantasmas pesan en sus ojos.
—Ella atesora a sus mascotas —dice con voz tensa—. Y su voluntad es la ley.
Estoy horrorizada por las implicaciones. ¿Cuánto tiempo ha sufrido Edward en las manos de esta criatura? ¿Cuántas eternidades ha perdido por ella?
—¿Todo esto es solo sobre el dolor? —pregunto con voz temblorosa.
Me mira.
—El sexo y el dolor son lo mismo para la Reina Serpiente —dice suavemente.
Le frunzo el ceño.
—¿Creí que era la Reina Hazel?
—Lo es por título, pero nació como la Reina Serpiente. La crueldad está en su naturaleza.
Una ira furiosa arde en mí al pensar en esa cosa usando a Edward, abusándolo para su propio placer enfermizo. ¿A él le gustó? ¿Lo anhelaba?
—¿Volvimos para que tú pidieras regresar con ella? —Tan solo preguntarlo me hace sentir enfermo, pero necesito saber.
Edward me mira y entre más permanece en silencio, más nauseas siento. Estoy a punto de levantarme e irme cuando él exhala.
—Lo pensé —dice después de un momento—. Honestamente no sabía si era su poder el que quería tener, o si era su control sobre mí otra vez. —Mueve los ojos hacia mí—. La odio con todo mi ser, pero un objeto roto seguirá buscando calidez de la mano que lo destruyo.
Creo que voy a vomitar. Me paro de donde estoy agachada sobre la mochila y Edward me mira.
—Soy un juego, ¿no? —susurro, mi corazón se ahoga con los sentimientos hinchándose en él.
—Todo es un juego —susurra, su voz suena hueca—. Todos somos peones.
Lo miro, a su espíritu quebrantado que estoy viendo de verdad por primera vez. Llega más profundo que las heridas sobre su pecho; es una criatura perdida.
Trago con fuerza contra las lágrimas y me giro para salir de la habitación.
—¿Pequeña?
Lo miro. Se ve solo y perdido. Me duele verlo así. Qué no daría por una sonrisita engreída más.
—Solo necesito un minuto a solas —le digo. Salgo al frío antes de que él pueda detenerme.
Estoy demasiado agitada, demasiado enojada y temerosa y confundida. Necesito espacio para pensar, para respirar.
El aire ártico me golpea, enfriando mi enojo hasta que no me queda nada más que agotamiento. Edward me confunde y ya no sé cómo sentirme respecto a él. Puedo admitirme libremente que lo deseo, al menos en el sentido físico. Intento analizar mi corazón, me encojo al darme cuenta de que en algún momento dejé de pensar en el cómo mi captor y empecé a pensar en él como algo más gentil, más dulce… ¿un amigo? ¿Quiero que sea mi amigo? ¿Quiero más?
Síndrome de Estocolmo. Le dije que no sería víctima de ello, pero ¿es eso exactamente lo que he hecho? Edward es complejo y cada problema que me ha causado ha sido complicadamente peor, pero incluso yo tengo que admitir que desde que entró a mi vida en Halloween, finalmente empecé a sentirme viva.
Pero queda claro que él está roto y no sé si soy una sanadora lo suficientemente fuerte para traerlo de regreso a la vida.
Entierro la cara en mis manos y me permito inhalar unas cuantas respiraciones cuidadosas antes de sentir demasiado frío y tener que regresar adentro.
Edward alza la vista a mí en la sala junto al fuego.
—Estás congelada.
Lo miro desde el otro lado de la sala y asiento. No tiene caso negarlo – ambos podemos escuchar el castañear de mis dientes. Se hace un gesto para que me acerque a él.
—Ven, Pequeña. Necesitamos conservar el calor entre nosotros.
Entrecierro ligeramente los ojos, pero en realidad no puedo discutirle. Él tiene razón, y a pesar de que estoy confundida sobre qué sentir por él, justo ahora esto se trata de supervivencia.
Me muevo a su lado y estira el brazo, pone una mano en mi cadera y me mueve frente a él. Frunzo el ceño.
—Recuéstate entre mi cuerpo y el fuego. Así estarás más caliente —me dice. Asiento y me siento en piso junto a él.
—¿No te dará frío? —pregunto.
Sonríe un poco, y durante un momento veo a su viejo yo, el Edward que era antes de volver a encontrarse con la Reina.
—Estaré bien.
Me rodea con sus brazos, jalando mi cuerpo junto al suyo. Me acurruco en él, incapaz de detener mis estremecimientos.
—Debería revisarte las heridas —digo, las líneas de su abuso están quemadas en mi memoria. Quiero apoyar la cara en su corazón y sacarle el veneno que lleva dentro. Ardo con la necesidad de ayudarlo.
Se ríe ligeramente.
—Si quieres que me desvista, Pequeña, no hay necesidad de portarse tan recatada.
No puedo detener mi risa. Es un alivio escucharlo bromear después de todo, incluso si también me lastima de una manera que no entiendo.
—¿Estás bien? —susurro, mis dedos suben para pellizcar la tela de su camisa.
Tararea.
—He estado peor.
No es una respuesta y frunzo el ceño, mirando el hueco en su garganta.
—¿Cómo escapaste?
Exhala una pesada respiración.
—Esperé mi oportunidad —dice suavemente—. Sabía que la cacería tendría toda su atención. Me aproveché de eso.
—Estaba preocupada por ti —admito, mi voz suena muy sabe y quedito. El fuego crepita y sisea detrás de mí, y sigo—: Fui a buscarte.
Se queda callado un momento y no soy lo suficientemente valiente para encontrarme con su mirada. Finalmente veo que su garganta se mueve al tragar.
—Sí lo hiciste.
No sé qué significa el tono de su voz, y alzo la vista a él. Sus ojos están ardiendo con el reflejo del fuego a mis espaldas, pero entre las llamas veo algo que no puedo identificar. Sus ojos revolotean hasta encontrarse con los míos.
—¿Estarás bien? —Es una mejor pregunta, y puedo sentir sus brazos flexionarse al suspirar.
—Sí, Pequeña. Estaré bien.
Asiento, acurrucándome en el espacio entre su mentón y su hombro. Encajo perfectamente, como si hubiéramos sido tallados de uno todo.
—¿Edward? —pregunto, un bostezo se roba mis labios. Puedo sentir sus manos flexionarse sobre mi espalda.
—¿Sí, Pequeña?
Mis ojos se cierran con un revoloteo cuando el cansancio se apodera de mí.
—¿Tienes una polla?
Estoy demasiado cansada para filtrar mis pensamientos y la pregunta sale de mi boca antes de poder detenerla. Mi cansancio es tan profundo que ni siquiera puedo empezar a intentar retractarme de mis palabras.
Edward se ríe fuerte y el sonido es como un rayo de sol cayendo sobre mi alma cansada. Me deleito con él.
—Oh, Pequeña. —Se ríe entre dientes, abrazándome con más fuerza—. Si estuviéramos de mejor ánimo, felizmente te lo enseñaría.
Sonrío un poco sobre su pecho, mis pesados ojos no pueden ni siquiera mirarlo. Siento que mueve la cabeza y luego deja un suave beso en mi cabello.
Me estoy sumiendo en el sueño cuando lo escucho susurrar:
—Gracias, por rescatarme.
