Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es fanficsR4nerds, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is fanficsR4nerds, I'm just translating her amazing words.


Thank you fanficsR4nerds for giving me the chance to share your story in another language!

Este capítulo no está beteado, así que todos los errores son míos.


.: Treinta y dos :.

Me despierto de golpe, mi cuerpo se sobresalta. Los brazos de Edward se aprietan a mi alrededor, incrementando mi pánico por un momento.

—¿Pequeña? —dice con voz pastosa, sus ojos parpadean lentamente. Me doy cuenta de que estoy agarrando su camiseta con ambas manos.

—El mar —jadeo—. Ella fue al mar.

Edward parpadea unas cuantas veces.

—¿La vieja bruja?

Asiento con la garganta cerrada.

—Sí. Tuvo que ir a buscar respuestas de algo allí. —Parpadeo con fuerza—. Creo que quiere que haga lo mismo.

Edward se queda callado, así que alzo la vista a él.

—¿A qué te refieres con que quiere que hagas lo mismo?

—Me está llamando, en mis sueños —digo lentamente—. Me está mostrando lo que pasó. Creo que quiere que siga su camino.

Edward me mira sin saber qué hacer. No lo culpo. Sueno ligeramente desquiciada. Lo sé.

Sigo herida en sus brazos, atada en su abrazo, y se siente demasiado bien.

Lentamente voy recordando la pregunta que le hice mientras me quedaba dormida y en cuanto la recuerdo, puedo sentirlo apoyado en mí.

Se me seca la boca, mi cuerpo grita en busca de más contacto. Mis ojos se alzan para encontrarse con los suyos y me veo atrapada por su oscura mirada. Puede que el fuego que había detrás de mí ya se haya apagado, pero estoy ardiendo.

—Tenemos que movernos —susurro. Edward mueve lentamente la mano, subiendo por mi cuerpo sobre mi ropa, y quemándome. Mi cuerpo se arquea bajo su caricia, hacia su propio cuerpo, y un gemido estremecedor sale de mí.

—Oh, Pequeña —murmura con voz grave y rica y oscura—. Eres tan potente cuando estás excitada. —Su nariz recorre mi mandíbula, y mi cuerpo se somete a él, arqueándose con fuerza, abriéndose para invitarlo a entrar por completo. Se mueve, me pone de espaldas mientras su cuerpo se desliza sobre el mío, acomodándose en el espacio como si hubiera sido tallado solo para él.

Sus dientes rascan sobre mi mandíbula y jadeo, inhalo tan abruptamente que mi pecho se alza para encontrarse con el suyo. Su otra mano se sale de debajo de mi espalda, girando para acunar uno de mis pechos.

—No puedo sacarme de la mente la imagen de estos. —Gruñe, me muerde el cuello antes de acariciar otra vez mi pecho—. Una criatura podría morir de hambre al darse un banquete tan solo con el recuerdo. —Pellizca mi pezón sobre la camiseta y mis piernas se aprietan alrededor de sus caderas, acercándolo a mí. Lo siento sonreír sobre mi cuello, lame y chupa la piel expuesta antes de bajar con cuidado la camiseta, capturando mi clavícula entre sus dientes.

Mis manos vagan sobre sus brazos, sobre los músculos largos y definidos, y cruzan por su espalda. Mis caderas se mueven contra él, urgidas y desesperadas. No importa nada más en el mundo justo ahora – absolutamente nada.

Mis dedos se aferran a los músculos de su espalda y Edward se encoge, un siseo suave escapa de su boca.

La realidad cae sobre mí como una cubeta de agua helada. Ambos estamos heridos, seguimos huyendo, y deberíamos concentrarnos en la tarea que tenemos por delante.

No es hora de perdernos a nosotros mismos.

—Mierda. —Gimo, me hago hacia atrás, obligando a mi cuerpo a ceder el agarre que tiene en él—. Lo siento.

Edward exhala largo y tendido.

—Como siempre, Pequeña —murmura— has demostrado ser una gran tentación.

Trago con fuerza y me dedica una sonrisita perezosa. Empieza a quitarse de encima de mí, y empiezo a sentarme también cuando él se agacha otra vez, sorprendiéndome por completo. Toma uno de mis pezones en su boca, lo muerde con gentileza sobre mi camiseta. La se sanción se dispara a través de mí y jadeo. Sonríe y me suelta, poniéndose de pie.

—Solo necesitaba una probadita para aguantar. —Se ríe sombríamente.

Tardo un minuto en componerme lo suficiente para ponerme de pie.

Tenemos que robarnos un carro para llegar a la costa. Si soy honesta, ni siquiera sé si seguimos en Nueva York. Tengo el presentimiento de que no estamos para nada cerca de la playa.

Recogemos las cosas de la casa de campo y nos ponemos en marcha, siguiendo una carretera hasta que nos cruzamos con una pequeña villa. Por lo que se ve, ni siquiera estoy segura de que estemos todavía en los Estados Unidos.

—¿Edward? —pregunto, admirando las pequeñas casas de piedra. Me ve mientras buscamos en el lugar el carro adecuado para robarlo—. ¿Dónde estamos?

Frunce el ceño.

—No sé. Podría ser cualquier sitio del mundo.

Lo miro.

—¿Qué significa eso?

Me regresa la mirada.

—La tierra de las hadas existe en un plano sub natural. Puedes entrar por un lado, pero salir del otro lado del mundo al cruzar por un sitio diferente.

Lo dice como si fuera muy simple y obvio. Lo miro mal.

—Entonces, ¿podríamos estar en cualquier parte del mundo? —reclamo. Me mira sorprendido, como si no estuviera seguro de por qué me siento molesta.

—Sí.

Sin embargo, no me da una cantidad adecuada de tiempo para molestarme por eso porque se acerca a un carro viejo que está estacionado al final de una calle vacía. La puerta no tiene seguro y, de alguna manera, Edward pudo encontrar las llaves escondidas en el visor.

—¿Qué? —exclamo.

—Es porque es una villa pequeña —dice con un encogimiento—. Son demasiado confianzudos.

De inmediato me siento culpable por tener que tomar el carro. Estoy a punto de sugerir otro método cuando él me deja las llaves en la mano. Lo miro sorprendida.

—¿Qué? —grazno.

—No puedo manejar, y probablemente me marearé al estar encerrado en esta caja mortal. —Le lanza una mirada enojada al carro. Sacudo la cabeza.

—No sé a dónde debo ir —protesto.

Edward se encoge de hombros.

—Sigue tu instinto.

Ante sus palabras, recuerdo a la mujer que conocí en el bosque, la que me bendijo con orientación verdadera, y se me estruja el corazón ante su recuerdo. Agarro las llaves y asiento.

—De acuerdo, vamos.