Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es fanficsR4nerds, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.
Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is fanficsR4nerds, I'm just translating her amazing words.
Thank you fanficsR4nerds for giving me the chance to share your story in another language!
Este capítulo no está beteado, así que todos los errores son míos.
.: Treinta y tres :.
El abismo es insondable, incluso desde la costa.
Mis ojos contemplan el inquietante índigo del mar, la superficie de cristal asegurando la inimaginable oscuridad a la que se abre paso. Incluso desde la costa, queda claro que no se debe confiar en el agua.
Yo crecí en el mar; conozco la peligrosidad y volubilidad del océano, y entiendo el cambio de la marea. Pero incluso con su humor cambiante, conocía y confiaba en el mar de mi infancia.
Este mar no es un mar que conozco, ni en el que confío.
Él se mueve a mi lado, y sin siquiera alzar la vista, puedo sentir su tensión e inquietud.
—No te gusta el mar —digo en voz baja, mis ojos siguen fijos en la profundidad turquesa.
Se aclara la garganta y es la primera vez que lo escuchado sonar tan humano.
—No es un sitio para mí.
Alzo la vista a él, siento curiosidad por lo que quiere decir. Sus ojos –plateados que reflejan el mar y el cielo– están fijos en el horizonte, sus pesadas cejas fruncidas. Se ve más tenaz aquí en el cielo abierto, sus facciones más angulares. Ante la luz baja y cargada colgando sobre el océano, me pregunto cómo es que alguna vez pude confundirlo con un hombre ordinario. Por un humano.
—¿Sabes nadar?
Ante esto, me mira, sus ojos reflejan su sorpresa.
—Puede que sea un ser del bosque —dice lentamente—. Pero no soy incompetente.
Sonrío a pesar de la ansiedad que crece en mí.
—Muy bien —digo, girándome de nuevo hacia la pesada agua—. No quiero tener que actuar de salvavidas hoy.
No responde a eso, y no sé si es porque piensa que el comentario no vale su tiempo para contestar, o si es porque no sabe qué es un salvavidas.
—Entonces —digo después de un momento—, ¿qué hacemos?
Lo siento mirarme.
—Este es tu espectáculo —me recuerda.
Frunzo el ceño.
—¿Algún consejo?
Exhala un pesado aliento, y cuando no responde de inmediato, me doy cuenta de que no lo sabe. Lo vuelvo a mirar. Le está frunciendo el ceño otra vez al horizonte, su rostro taciturno. Me pregunto si sigue mareado por el viaje en carro.
—¿Podemos solo convocar a un hada que se tu amiga o algo así?
Sé que detesta cuando uso esa palabra y efectivamente, siento su molestia en el momento en que sus palabras salen de mi boca. Contengo mi sonrisa, me alivia un poco que él ya haya regresado en cierta manera a sus respuestas normales.
—Primero que nada —dice, girándose hacia mí—, ese es un término ridículo. Tú no me oyes refiriéndome a ti como un simio —espeta—. Segundo, ni yo mis soberanos tenemos jurisdicción en el océano. Estas criaturas pertenecen a su propio mundo. No pueden ser invocados por seres como tú o como yo.
Frunzo el ceño.
—¿Qué clase de criaturas? ¿Cómo la kelpie?
Me lanza una mirada de enojo ante el recuerdo de nuestra interacción con ella. Intento no sonreír.
—La kelpie es la última de mis preocupaciones. Muchas criaturas morar en las profundidades del mar. Ninguna de las cuales quisiera volver a ver.
Eso me hace detenerme. He visto mierdas muy aterradoras desde que me secuestró hace unas semanas y él enfrentó todo eso con una sonrisa en su rostro hermoso y aterrador. ¿Qué podría existir en el agua que pudiera asustarlo más que eso?
—Al carajo —murmuro, sacudiendo la cabeza. Meto la mano a nuestra mochila y saco la pequeña ánfora que Edward le robó al granjero. Abriéndola, volteo a verlo—. Estoy cansada de tener miedo. Si voy a morir, al menos valdrá la pena por algo. —Me echo un trago del ardiente alcohol, y empieza a calentarme de inmediato. Le ofrezco la pequeña ánfora. Al ver que no hace ademán de tomarla, se la acerco al pecho—. Bebe. Es una poción; te mantendrá caliente.
Resopla una carcajada y, durante un momento muy breve, veo al hombre que me encantó en Samhain. El mismo que estaba a punto de tomarme hace unas horas. Toma la ánfora y se la bebe, dándole un trago más largo que yo. Cuando termina, le pone la tapa y me la entrega. La meto en la mochila y me alejo un paso de él, deambulando hacia la rocosa orilla.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta. Lo miro.
—Estoy buscando un sitio donde guardar mi mochila.
Encuentro una roca con un hueco de tamaño decente, lo suficientemente alto para evitar la marea. Me quito el abrigo, me estremezco al destaparme. Me desnudo hasta llegar a la capa de ropa más sencilla que llevo, una camiseta de algodón, antes de quitarme el pantalón y también los tenis. Cuando prácticamente estoy desnuda, mi ropa y mochila aseguradas, me giro hacia Edward. Me está viendo con un interés no disimulado, y aunque sé que me desea con una ferocidad que está a la par de mi propio deseo, también sé que ciertamente pude haber malinterpretado su interés. Solo porque parece que quiere devorarme justo ahora no necesariamente significa lo que creo que significa. Por todo lo que sé, él en serio quiere comerme. Todavía no estoy del todo segura con él.
—Desnúdate —le digo, mis dientes empiezan a castañear. Alza su mirada hacia la mía, y durante un momento muy breve, me veo cautivada por su mirada, atrapada en ese líquido plateado.
Luego sonríe y empieza a desnudarse. Es provocativo y me hace sonrojar, lo cual no es una sensación muy desagradable en este momento.
El calor crepita en la superficie de mi piel mientras intento mirar a todos lados menos a él.
Cuando ya no lleva puesto nada más que el pantalón, tomo su ropa y la meto junto a la mía en el hueco de la roca. Luego de que todo queda asegurado, lo miro.
—¿Listo? —pregunto.
Su respuesta es inmediata.
—Sí.
…
El agua está glacial, más fría que nada de lo que hubiera imaginado. En el momento en que toca mi piel, estoy estremeciéndome y temblando, mis dientes castañean mientras lucho por recuperar el control sobre mí misma.
—¿Estás bien?
Lo miro.
—No —le digo con honestidad. Frunce el ceño y vadea más adentro del agua.
Recuerdo leer sobre encantamientos, sobre invocar elementos, y me concentro en esos pensamientos, centrando mi mente en el calor; el abrasador calor de una fogata, el cálido abrazo del sol del desierto. Enfoco mi energía en generar calor, en dejarlo empaparme mientras me hundo más en el agua ártica.
Ya me llega el agua a la cintura cuando Edward gruñe.
—Detente —dice, sacudiendo la cabeza.
Lo miro.
—¿Detener qué?
Traga con fuerza.
—Puedo sentir tu poder, siento que invocas algo, pero está llamando demasiada atención. Vas a atraer a todas las criaturas que se encuentren a una milla de nosotros.
Mierda.
Asiento y amargamente suelto el calor que estaba sosteniendo en mi mente. Se filtra fuera de mí y es reemplazado por un frío abrasador y ardiente.
Gimoteo al hundirnos más.
—Sumérgete, te ayudará a aclimatarte más rápido —aconseja Edward. Ambos nos sumergimos debajo del agua y, durante un momento, siento que estoy suspendida en el tiempo, ahogada fuera de la existencia por el implacable frío.
Cuando salgo a la superficie, mis pulmones arden al inhalar. Solo estuve sumergida durante un momento, pero el frío me está robando el oxígeno diez veces más rápido de lo normal.
No puedo respirar.
—Relájate —dice Edward, su cabeza apenas sobresale del agua—. Si batallas mucho, llamarás la atención.
Todo mi cuerpo se sacude al asentirle para indicar que entiendo. Se da la vuelta y empieza a dirigirse más adentro, y agradezco que al menos las olas no son tan grandes hoy. Son vertientes gentiles que son fáciles de nadar mientras nos adentramos más al mar.
Mis músculos se están acalambrando, mi cuerpo temblando, y siento que mi corazón está a punto de ceder bajo la presión. Nada, nada puede valer la pena tener que pasar por esto.
Estoy a punto de decirle que no puedo hacerlo, que tengo que rendirme y regresar a la costa. Quiero decirle que busque otra bruja para hacer su trabajo sucio, que renuncio a cualquiera que sea este juego que está jugando, pero al inhalar para decirle, una mano me agarra el tobillo. Ni siquiera tengo tiempo para gritar antes de verme arrastrada debajo de la superficie, mi corazón se estremece con terror al verme jalada hacia ese insondable abismo.
