Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es fanficsR4nerds, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is fanficsR4nerds, I'm just translating her amazing words.


Thank you fanficsR4nerds for giving me the chance to share your story in another language!

Este capítulo no está beteado, así que todos los errores son míos.


.: Treinta y cinco :.

No sé cómo salgo a la superficie. No recuerdo qué dice Edward al verme. Recuerdo su cara, pálida y llena de pánico, mientras me saca del agua y me lleva a la costa rocosa. Recuerdo su aliento, caliente sobre mi piel helada.

No sé qué clase de magia pone en mí, alentando a regresar mi cuerpo a la vida.

Solo me duermo.

Al despertar me encuentro en una suave cama, enterrada en gruesos edredones. Me duele el cuerpo, todos mis músculos tiemblan y protestan al moverme. Todo me duele, y el dolor es tan complete, que se vuelve casi natural empezar a desasociarme de mi propio cuerpo.

—Oh, no, no lo harás, Pequeña. Regresa aquí.

La voz de Edward es como un ancla, jalándome de regreso. El dolor cala de nuevo y jadeo, mis ojos arden con lágrimas.

Está junto a mí en un momento, se agacha para que sus ojos puedan ver a los míos.

—Duele —grazno.

Los ojos de Edward se tornan pesados.

—Lo sé, Pequeña. Descansa. Estás a salvo.

Sus palabras me brindan confort, y estira una mano, apartándome el cabello de la cara. El movimiento es tranquilizador y me arrulla de regreso al sueño en momentos.

Cuando vuelvo a despertar me encuentro temblando, mi cuerpo sufre espasmos que están fuera de mi control. Escucho a Edward maldecir y luego está ahí, sobre mí, me detiene y me ancla una vez más. Mi cuerpo continúa luchando, continúa temblando, pero él es más fuerte que yo, y eventualmente mis músculos empiezan a cansarse y relajarse. Hay lágrimas cayendo por mi cara y siento que Edward las limpia con sus besos, su boca se siente suave y tierna al rozar sobre mi piel.

—Oh, Pequeña. —Gime, sus palabras envían pequeños hormigueos a través de mis ojos y hacia mi sangre—. Perdóname, Pequeña. No debiste haber sido tú.

Me quedo dormida otra vez antes de poder preguntarle a qué se refiere.

—Estabas tan madura como la mora más dulce cuando te cruzaste en mi camino. —Sus labios rozan mi piel, y a pesar del dolor que siento hasta el alma, el movimiento me brinda confort—. Brillante y reluciente y roja como todas las cosas más deliciosas que este mundo tiene por ofrecer. Eras tentación en cada centímetro, y esa sonrisa inocente en tus labios perversos casi me hizo caer de rodillas. —Presiona los labios en la parte trasera de mi cuello—. ¿Sabías que la primera vez que nos tocamos tu magia me jaló? Exigió mi atención, me obligó a someterme a tu seducción. No hay fuerza en la Tierra que pudiera haberme alejado de ti en ese momento. —Se ríe suavemente, su cara acaricia mi cabello—. Aunque no tenías idea del poder que de repente poseías. —Deja otro beso en mi cuello y quiero girarme en sus brazos, jalarlo a mí, pero me duele el cuerpo y el peso de la fatiga me está aplastando—. Pequeña, tú piensas que yo te he capturado, pero eres tú la que me está capturando a mí.

Sus palabras arden a través de mí, y quiero hundirme en él. Quiero decirle que he dejado de resistirme a él, que no estoy aquí porque tengo que estar. Quiero estar… lo quiero a él…

—Oh, Pequeña. —Gime, sus labios me rozan la piel—. ¿Qué me has hecho?

Quiero decirle que lo entiendo, que también tengo miedo de la fuerza entre nosotros, porque hay algo ahí, más que deseo o lujuria – algo profundo y poderoso se está cociendo entre nosotros, y es tan aterrador como excitante.

En mi cabeza le digo todas estas cosas, pero mi cuerpo se ve empujado de regreso al sueño antes de siquiera poder abrir la boca.

Edward está dormido cuando me vuelvo a despertar, tiene la cabeza en la almohada a mi lado, sus brazos envueltos con fuerza alrededor de mi cuerpo. Nunca he tenido la oportunidad de verlo dormir, y a pesar de que necesito orinar con desesperación y encontrar un poco de agua, me quedo acostada viéndolo, hipnotizada.

No se vuelve más fácil admirar o acostumbrarse a su belleza sobrenatural. Pienso en el Rey Hazel y la Reina Serpiente y su enorme y terrible belleza, y es diferente.

Edward es todo un tipo de belleza por sí solo.

Por alguna razón, eso me pone inimaginablemente triste.

Me levanto de la cama, soltándome del agarre de Edward. Al hacerlo observo la habitación. Parece una cabaña de playa, probablemente de renta en base a la decoración genérica. Salgo de la habitación y busco el baño, casi lloro cuando descubro que sí hay agua corriente.

Me tomo mi tiempo, permitiéndome la oportunidad de deleitarme con las comodidades de lo conocido. Me miro en el espejo y casi de inmediato me arrepiento. Me veo enferma: tengo las mejillas firmes y hundidas debido a la fatiga extrema y la falta de nutrición adecuada.

Hay una enorme marca roja en mi cuello y me tomo un minuto para inspeccionarla. Arde, pero no está infectada.

El recuerdo de esos dientes resplandecientes, el aroma de la sangre al acumularse en el agua a mi alrededor, dedos huesudos agarrando mis brazos y deteniéndome…

Me estremezco y bajo la mano de mi cuello. La mordida ya tiene costra, pero creo que tardará mucho tiempo más antes de sanar. Creo que la marca que ha dejado en mí tampoco desaparecerá.

Dejo caer las manos a mi lado y respiro profundamente. Necesito una ducha con desesperación.

Me volteo hacia la tina, jugueteo con las llaves para hacer que salga el agua caliente. Me quito la ropa que está llena de sal, suciedad y sangre, y me meto bajo el chorro del agua. El agua está caliente y lentamente empieza a filtrarse en mi alma, calmándome.

Luego de quedar limpia, le pongo el tapón a la tina y la dejo llenarse de agua caliente para poder sentarme aquí un rato.

Escucho que se abre la puerta del baño y alzo la vista a la cortina. Puedo sentirlo vacilando, sentir su preocupación, y estoy demasiado cansada para contenerme, así que abro un poco la cortina. Sus ojos se encuentran con los míos, de un azul clarito resplandeciente al reflejar los colores de playa de la cabaña.

—¿Puedo entrar?

Le hago una seña y se mete al baño. Se ve incómodo e inseguro. Es una contradicción tan grande que casi me hace sonreír.

—¿Cómo te sientes?

Me remojo los labios.

—Como si me hubieran masticado y escupido. —Le lanzo una mirada—. Y no de buena manera.

Sus labios apenas se alzan en una leve sonrisa.

—Creí que habías muerto.

Lo miro.

—Yo también.

Hay una pesadez en el aire y Edward exhala un brusco aliento, se acerca para sentarse sobre la tapa del inodoro. Lo miro más allá de la cortina ligeramente abierta, dividida entre querer alejarme de esta malvada criatura para nunca volver a posar mis ojos en él, o invitarlo a destruirme completamente.

—¿Me contarás la verdad? —pregunto después de un momento.

Edward me mira.

—No puedo mentir.

Frunzo el ceño.

—¿A qué te refieres?

Traga y sacude ligeramente la cabeza.

—Es la maldición de todos los elfos. No podemos mentir.

Lo reflexiono por un momento, mirándolo.

—Tal vez no —digo lentamente—, pero tienen una forma de no ser honestos.

Su sonrisa se muestra vacía.

—¿Quién te envió en esta búsqueda?

Los ojos de Edward se mueven a los míos.

—¿Qué?

Me enderezo en la tina, abriendo un poco más la cortina. Esto deja mis pechos expuestos ante él, pero no me importa. No estoy avergonzada de mi cuerpo, ya no.

—¿Quién te envió en esta búsqueda? ¿A cuál monarca le sirves?

Los ojos de Edward se encuentran con los míos y, a pesar de la distracción de mi cuerpo desnudo, sé que tengo toda su atención.

Se queda callado mientras lucha por buscar qué decir, y entre más tiempo pasa sin responderme, más caen mis esperanzas. Estoy a punto de levantarme de la tina y salir de su vida cuando exhala un largo aliento.

—Tanto el Rey Hazel como la Reina Serpiente tienen mi lealtad —dice después de un momento—. Soy un peón que mueven entre ellos en una lucha de poderes sin fin.

Me recargo en la tina y asiento para que continúe. Exhala un profundo suspiro.

—Todo empezó —dice suavemente— cuando la Reina Serpiente me llevó a su cama.