Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es fanficsR4nerds, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is fanficsR4nerds, I'm just translating her amazing words.


Thank you fanficsR4nerds for giving me the chance to share your story in another language!

Este capítulo no está beteado, así que todos los errores son míos.


.: Cuarenta :.

—Carajo, estoy hambrienta.

Edward me sonríe y le pongo los ojos en blanco. La avena se quemó por completo y tengo que tirar toda la olla a la basura. Me siento mal por el daño que le estamos causando a la cabaña y hago una nota mental de averiguar dónde estamos para poder enviarles un cheque cuando regrese a mi vida.

Mis dedos se detienen sobre el fregadero al pensar en la vida real. Hace unas semanas todo lo que quería era regresar a eso, pero ¿ahora?

Miro a Edward, a quien he desterrado de la cocina. Está sentado en un taburete en la barra alta que está junto a la cocina. Sigue desnudo, pero afortunadamente todo lo que puedo ver es de su pecho hacia arriba. Incluso eso ya es distracción suficiente.

—¿Dónde estamos? —pregunto, volteándome de nuevo al fregadero para llenar una nueva olla con agua.

—No estoy seguro —dice Edward en voz baja—. Manejé al sitio más cercano que pude encontrar luego de sacarte del agua.

Mis dedos se resbalan sobre la olla y lo vuelvo a mirar.

—¿Manejaste?

Por alguna razón no había pensado en cómo habíamos llegado aquí. Edward asiente, se ve un poco divertido.

—No tuve otra opción —dice lentamente. Tiene la mirada tensa y me lamo los labios, bajando la vista a la olla.

—Gracias —susurro, incapaz de mirarlo. Es más fácil estar cerca de él cuando estamos teniendo sexo. Cuando es sexo, solo somos nosotros y el espacio divino que creamos entre nosotros. Cuando no estoy distraída por eso, empiezo a sentir la carga de todo lo que no se dice.

Mi mente regresa otra vez a mi sueño y lucho por contener mi estremecimiento. No sé si estoy lista para contarle a Edward lo que sé. Sigo teniendo la esperanza de que haya alguna otra respuesta allá afuera para él.

—Cuando te enviaron en esta búsqueda —digo lentamente, poniendo la olla con agua en la estufa. Alzo la vista para encontrar sus ojos enfocados en mí—. ¿Tú…? —Hago una pausa, no estoy segura de cómo hacer mi pregunta—. ¿Esperabas encontrar alguna clase de artefacto o solo un rito perdido?

Edward se echa hacia enfrente en la barra.

—Los cuentos que nos contaban hablaban de algo impregnado con el poder —dice—, pero no sé qué tanta fe poner en esos cuentos.

Lo miro.

—Entonces, ¿entraste en esto a ciegas?

Edward me regresa la mirada.

—¿Qué pasa?

Parpadeo y bajo la vista a la olla.

—Nada —digo rápidamente—. Solo que no estoy segura de qué se supone que debo hacer. Hasta ahora solo hemos vagado por ahí, metiéndonos en lío tras lío. —Hago una pausa y me agarro el cuello. No recuerdo todo lo que pasó debajo del agua y no estoy segura de cuál fue el objetivo de ir ahí aparte de poner nuestras vidas en riesgo.

Necesitas saberlo.

Las palabras hacen eco en mi mente y, durante un momento, puedo sentir unos dedos huesudos envueltos en mi garganta. Trago con fuerza, espanto esa horrible sensación mientras me obligo a concentrarme otra vez en la estufa.

De pronto el cuerpo de Edward se encuentra pegado a mi espalda, sus manos se deslizan sobre las mías. No puedo concentrarme cuando me está tocando, y durante un momento anhelo eso. Me apoyo en él y su cabeza cae sobre mi hombro, deja suaves besos a lo largo de la orilla de su camiseta.

—En el tiempo que llevamos juntos —dice Edward suavemente—. Has llegado más lejos en el viaje de esta bruja de lo que creí posible —murmura—. Estás olvidando que yo esperaba llegar tan lejos como lo has hecho dentro de un año, eso si tenemos suerte. Solo han pasado unos meses.

Alzo la vista ante eso.

—¿Qué sucederá si no puedo averiguar la respuesta en un año? —pregunto con voz vacía. Edward baja la vista a mí, sus brazos siguen a mi alrededor. Intento ignorar el confort que me trae estar rodeada por él.

Suspira.

—Honraré nuestro acuerdo —murmura—. Regresarás a casa y yo seguiré sin ti.

Detesto lo desgarrada que me siento al escuchar esto y me giro de nuevo hacia la estufa, agarrando la avena cruda. La echo en el agua hirviendo y la tapo, bajando la mecha.

Edward me aprieta suavemente.

—¿Qué te inquieta?

Me giro en sus brazos. Es una jodida distracción que esté desnudo. Quiero devorarlo y olvidarme por completo de esta conversación.

—Nada —le digo, agradezco que si él no puede mentir, al menos yo sí puedo. Frunce el ceño, pero agarro sus caderas, aferrándome a su piel cálida. Mis pulgares se hunden en la V que se dibuja hacia abajo, y se le oscurece la mirada.

—Tienes hambre —me recuerda.

Me lamo los labios.

—Sí, estoy absolutamente famélica. —Mi voz suena ronca al mirarlo entre mis pestañas.

Gruñe.

—Pequeña. —Su voz es una advertencia y lo miro con toda la inocencia que puedo mientras mis manos bajan más y más. Un suspiro escapa entre sus labios cuando lo tomo en mis manos.

Mis palmas lo acarician, mis dedos lo aprietan con gentileza al acariciar su longitud. Sus manos se estrellan en la encimera detrás de mí, su frente cae sobre la mía.

—Tal vez podamos quedarnos aquí —susurro, ladeo la cabeza para dejar un beso francés en su pecho—. Solo un poco más. —Dejo otro beso en su pecho y lo siento estremecer al pasar mis dedos sobre su punta.

Empiezo a dibujar un camino bajando por su pecho, besando y chupando su piel mientras sigo acariciándolo con mis manos. Embiste en mis manos, incapaz de contener su placer.

Estoy a punto de ponerme de rodillas y tomarlo en mi boca cuando un agudo silbido irrumpe entre nuestras pesadas respiraciones. Edward se aparta de mí, me levanta y me gira hacia la estufa. Apago la mecha y siento que Edward sale de la cocina. Exhalo una respiración temblorosa mientras me concentro en la comida. Mi estómago grita en busca de algo nutritivo y por mucho que quiera, sé que no puedo vivir solo de Edward. Sirvo la avena en dos tazones y cuando me doy la vuelta, Edward ya está de nuevo en el taburete. Deslizo los tazones a través de la barra hacia él junto con la miel y dos cucharas. Agarro mi taza de té y rodeo la barra para sentarme a su lado. Ya está usando pantalón, para mi gran alivio y decepción. Me subo en mi taburete y agarro el tazón. Edward me mira y me dedica una sonrisita antes de empezar a comer su propia comida.