Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es fanficsR4nerds, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is fanficsR4nerds, I'm just translating her amazing words.


Thank you fanficsR4nerds for giving me the chance to share your story in another language!

Este capítulo no está beteado, así que todos los errores son míos.


.: Cuarenta y uno :.

—Hay una opción que no he considerado —dice Edward lentamente.

Lo miro.

—¿Sí?

Le echa más miel a su avena. Verlo comer es algo más. El hombre es todo un adicto al azúcar.

—Es peligroso —dice, mirándome.

Alzo una ceja.

—¿Más peligroso que la Corte Hazel o entrar al océano?

Edward gruñe.

—Sí.

De acuerdo.

Me lamo los labios, meto mi cuchara a la avena. Es el segundo tazón que me como y al fin me siento un poco menos hambrienta.

—¿Nos ayudará? —pregunto, mirándolo.

Edward frunce el ceño.

—Existe la posibilidad.

Me quedo callada mientras sopeso las opciones. Por un lado, estoy razonablemente segura que en este punto todo lo que elijamos hacer nos llevará a tener más problemas, pero no estoy segura de que ir en busca de problemas sea el mejor curso de acción. Sin embargo, ya no tengo más ideas, y a pesar de lo mucho que me gustaría quedarme en esta pequeña cabaña, tenemos cosas del mundo real de las cuales preocuparnos.

Pienso otra vez en las hierbas que necesito conseguir y se me hace mundo el estómago. Tengo que salir de esta cabaña.

—¿Qué pasa por esa ocupada mente tuya, Pequeña?

Lo miro, vacilo antes de hablar.

—No estoy ansiosa por meterme en más problemas —digo lentamente—, pero ya no tengo ideas. —Frunzo el ceño—. ¿Dije o hice algo cuando salí del mar?

La cara de Edward se endurece.

—Estoy intentando con todas mis fuerzas no pensar en eso —admite—. Estabas a un suspiro de ser un cadáver.

Me quedo callada al pensarlo. No recuerdo lo que aprendí allá abajo. Recuerdo el dolor de los dientes hundiéndose en mi cuello y el ardor que inundó mi cuerpo cuando la criatura habló de verdades ocultas en mi mente. Estoy aterrada de cuáles podrían ser las consecuencias de entregarle mi sangre, especialmente ya que no sé si aprendí algo de ello.

—¿Qué encontraste?

Todavía no me lo había preguntado y alzo la vista, sorprendida de que lo pregunte ahora. Trago con fuerza.

—Era algo… —hago una pausa. No hay palabras para describir a la criatura—. Viejo —digo al fin.

Edward alza una ceja.

—¿Viejo?

Me lamo los labios.

—Viejo, como del viejo mundo. Una reliquia de un mundo que albergaba dioses y monstruos.

Edward se remueve, inquieto. Sé que él es viejo, pero ninguna criatura que haya encontrado antes se sintió como esa magia tan antigua y primal de la bestia debajo del mar.

—¿Y no te dio nada?

—Me dejó vivir —digo, esquivando el tema. Edward se mueve en su taburete y al verlo, encuentro sus manos hechas puños sobre sus muslos.

—Algo por lo que agradezco en cada momento —murmura.

Tengo que alejar la vista. La tensión que crece en la habitación es un tanto desconocida. Esto no es solo lujuria, esto, lo que sea que es, es más profundo y oscuro que el placer.

Al final Edward se aclara la garganta.

—Muy bien.

Se termina su tazón de avena y se para del taburete. En la cocina hay marcas negras de quemadura en el sitio donde me inclinó sobre la encimera. Las miro mientras termino de comer.

—¿A quién iremos a ver? —pregunto.

Edward me mira.

—A alguien muy vieja. —Al verme vacilar, él continúa—. Es considerada una especie de oráculo.

Frunzo el ceño.

—¿Podemos confiar en ella?

Edward suspira.

—No es alguien con quien me endeudaría voluntariamente —dice con cuidado—, pero como bien dijiste, actualmente ya gastamos todas las otras opciones.

—¿Por qué no empezamos con ella?

Edward suspira.

—Porque es tan capaz de intentar comerme como de ayudarme. Esperaba poder evadir su consejo.

Bajo la vista a mi tazón, picoteo mi comida. Una parte de mí se siente culpable por no decirle lo que sé, pero necesito tiempo para procesarlo más porque, sin importar cómo lo vea, es un precio que no estoy dispuesta a pagar y todavía no puedo obligarme a decirle eso a Edward. ¿Quiero ir con un oráculo que podría comernos? No, absolutamente no, pero necesito más ayuda.

Limpiamos la cocina lo mejor que podemos antes de intentar hacerlo con el resto de la cabaña. No tiene caso. La fuerza de nuestra magia ha destruido casi todo.

—Me siento mal —le digo a Edward mientras me pongo mi ropa. Está endemoniadamente sucia. Necesitamos algo limpio con urgencia. Es una lástima que no hubiera lavadora o secadora aquí.

—Destruimos completamente el lugar —concuerda Edward.

Me pongo a trenzarme el cabello para mantenerlo fuera de mi cara, pero mis dedos se detienen al entrecerrar mis ojos cuando lo veo.

—¿Qué estás pensando?

Me mira.

—Quemaré el lugar.

Mis dedos se resbalan de mi cabello.

¿Qué?

—Será una amabilidad —dice simplemente.

Lo miro boquiabierta.

—Edward, estás loco. —Sacudo la cabeza—. ¡No vamos a quemar su casa!

Edward me alza una ceja, sus ojos barren la habitación.

Está absolutamente destruida, con marcas de quemaduras sobre la cama y en la pared que hay detrás. Incluso hay algunas en el techo.

—Les enviaremos dinero —insisto.

Edward pone los ojos en blanco.

—Recibirán más dinero cuando les pague el seguro —señala.

No puedo creer lo que estoy escuchando.

—¡Ni siquiera sabes si están asegurados!

Edward se gira hacia la cama para agarrar su camiseta que me quite hace poco. Se la pasa por la cabeza y me mira.

—No soy responsable de su negligencia si no tienen seguro —dice tensamente—. Recoge tus cosas. Empezaré en fuego en cuanto estés lo suficientemente lejos.

Quiero protestar más –esto es una jodida locura– pero Edward sale del cuarto antes de poder pelear con él.

Recojo nuestras cosas y las echo en nuestra mochila. Me detengo en la cocina para agarrar un poco de comida y un abrelatas antes de salir.

Si soy honesta, la idea de que esta dulce cabañita se queme me rompe el corazón. Soy sentimental e incluso si no hay nada más entre Edward y yo que este sexo que altera el universo, este es el sitio donde inició.

Salgo de la cabaña, alejándome de la costa. Subiendo por un corto camino pavimentado está el carro y expulso un largo suspiro antes de avanzar hacia allá.

Abro la puerta de atrás y echo ahí la mochila antes de girarme hacia la casa. No sé qué está haciendo Edward ahí y en realidad no quiero saberlo.

No tardo mucho en ver el humo opacando las ventanas, o las llamas que oscilan detrás de ellas. Siento que mi corazón se aprieta, se relaja un poco cuando Edward aparece afuera de la cabaña. Se dirige hacia donde estoy, deteniéndose cerca de mí donde estoy recargada en el carro.

—No te preocupes, Pequeña —dice gentilmente—. Estoy seguro de que habrá muchas oportunidades para que hagamos arde un camino y dejar así nuestra huella en otro lugar.

Resoplo y me aparto del carro, pegándole en el brazo. Me sonríe y sacudo la cabeza.

—Cállate —digo débilmente—. Vámonos.

Edward asiente y rodea el carro hacia el asiento del copiloto mientras yo me subo detrás del volante. Bajamos las ventanas cuando enciendo el motor. Lo miro y respiro profundamente.

—Bien, ¿a dónde vamos?