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El ánimo festivo de la víspera de Año Nuevo burbujeaba entre los habitantes de la ciudad que transitaban alegres por las iluminadas calles.
Taiki debía estar en otro sitio, pero incluso estando solo no lamentaba el no haber asistido a la celebración anual organizada por los directivos del periódico, en agradecimiento por el apoyo de su personal.
Podía haber aprovechado para convivir con los compañeros, pues normalmente durante la jornada laboral sólo tenían tiempo de saludarse y mantener una breve charla; no le entusiasmó el pensar en los diversos grupos ahí congregados: parejas de enamorados, amigos pasados de copas, bailarines aficionados que presumían sus dotes en la pista, los cómicos de clóset y uno que otro solitario triste.
Él no encajaba en ninguno de esos círculos.
Además, el lunes ya no se encontraría en las filas del periódico y odiaba las despedidas; se prestaban para hipocresías que le desagradaban.

Entró en el primer bar cuya fachada complació a su vista.
Una deliciosa melodía de jazz le dio la bienvenida.
Aunque el lugar no se hallaba atestado, había muy pocas mesas libres.
Avanzando entre la gente, alcanzó a distinguir un rostro conocido.
Ella también debía estar en otro sitio, y en compañía de alguien más.
Por lo que había escuchado, gracias a que el tipo en cuestión se encargó de que se enteraran la mayor cantidad de personas posibles, Richard sería su pareja ésa noche, en la fiesta del periódico.
Se arrepintió por no haberla invitado él, pero, parecía que entre ellos existía algo, por lo cual desistió en su empeño.
Quedaba claro que, o su impresión era equivocada, o la había dejado plantada.
A juzgar por la expresión afectada de ella, se trataba de lo último.
Estúpido Richard.

Decidido, se encaminó hasta su sitio.
Ocupó la silla libre, y la saludó, atento a su reacción.

— Hola, ¿Puedo invitarte una copa?
— Gracias, pero ya he tomado dos de algo de nombre peculiar que se veía antojable y no sabía a alcohol.
— Ya veo. Parece que han sido suficientes, ¿no crees?
— No estoy ebria, Kou. No te preocupes.
— Entonces, asumiré que sonríes más de lo normal por mi agradable compañía.
Una desenfadada carcajada le siguió a sus palabras.
— No he bebido tanto como para no darme cuenta que flirteas conmigo.
— ¿Y eso te molesta?
— No. De hecho estás de suerte, mi cita de ésta noche me plantó para irse con una Barbie.
— Supongo que debo agradecerle, aunque, él salió perdiendo, te lo aseguro.
— Bueno, pudo ser peor. Cuéntame ¿tú por qué estás solo?
— Soy antisocial.
Otra carcajada.
Si no estaba ebria, sin duda su humor había cambiado.
Ojalá él tuviera algo que ver con ello.
— Un rasgo que compartimos, brindemos por eso.
Sin más, apuró el contenido del vaso que sostenía.
La pista de baile frente a ellos se llenó de luz, y las parejas comenzaron a levantarse de sus asientos para bailar.
— ¿Me concedes ésta pieza?
Preguntó, poniéndose en pie, ofreciéndole el brazo.
Ella trastabilló al incorporarse con rapidez, aunque se recompuso al instante.
Se alisó la tela del vestido aguamarina y lo miró, candorosa, aproximándose a él.
— ¿Puedo confiar en que me sostendrás si tropiezo?
— Por supuesto que sí.

Estaban cerca.
Más de lo que estuvieron alguna vez desde que se conocían.
Sentir la tibieza de su cuerpo, el aroma atrayente de su perfume, era tentador.
Taiki la condujo hasta la pista de baile tomándola de la mano, entrelazando los dedos con los suyos.
Si fuera posible, no la soltaría jamás.

No prestó atención a la música. Seguramente, a ella tampoco le importaría.
Marcó un ritmo lento, disfrutando así del tenerla entre sus brazos.
Ami colocó su cabeza sobre su hombro, cerrando los ojos, el peso de su cuerpo descansando relajado contra el suyo.
Taiki se desconectó del mundo, entregado por completo a la felicidad que le brindaba ése momento.
Cuando el ritmo cambió, ella no se separó.
— No me sueltes.
— No lo haré.
Pronunció en su oído, como en un susurro.
— En serio, no me sueltes, estoy mareada.
Fue el turno de él para reír, por la forma en que ella puso fin a su espontáneo romanticismo.
— Será mejor que descanses hasta que pase el malestar. Vamos a sentarnos.
Con sumo cuidado, la guió hasta su mesa y le pidió al mesero una jarra con agua.
Ami le agradeció el gesto con una ligera sonrisa, un tanto avergonzada.
— Qué pena. No acostumbro beber, y me queda claro porqué no debo hacerlo.
Dijo, refiriéndose a lo que había tomado.
— Entiendo. De cualquier manera, si tienes resaca mañana, te reafirmará el propósito.
— No me lo quiero ni imaginar.
— Te vendría bien tener a la mano analgésicos, y mantenerte hidratada.
— Gracias.
Fue lo último que ella le dijo, antes de recargarse contra su costado, tanto como sus asientos juntos se lo permitieron.
Él le pasó el brazo por sobre los hombros de forma protectora, cambiando la postura hasta que consideró que ella se encontraba más cómoda.
Los minutos transcurrieron sin sentirlos.
No se movió, buscando prolongar ése instante, tan preciado para él a pesar de las circunstancias.
Finalmente, tras un rato, volvió a escuchar su voz.
— ¿Taiki?
— Dime.
— Sé que te marchas del país. Sinceramente, me hubiera gustado convivir más contigo. Me agradas.
— Tú me gustas.
La inesperada declaración la sorprendió, no lo había notado.

Obviamente, lo había visto a él. Cuando llegó a la empresa, se hizo cargo de impartirle el curso de inducción y del proceso de incorporación. Llamó su atención por sus capacidades e inteligencia. Que era apuesto, tampoco se podía negar.

Pero si no hubiese escuchado de su boca que le gustaba, no lo creería.

Alargó la mano para tomar la de él, ladeando la cabeza para mirarlo.
— Mientras no te vayas al fin del mundo, algo se podrá hacer.
— Empecemos por irnos de aquí. ¿Qué opinas? Mi auto está afuera, ¿a dónde quieres ir?.
— Vayamos a ver las estrellas hasta que desaparezcan con el amanecer.
La respuesta brotó impulsiva y honesta.
Deseaba conocer más de él, sus gustos, metas e ideas; no podía cambiar los hechos pero sí sacar provecho de éste encuentro fortuito.
— Concedido, señorita. La noche es nuestra.

Taiki condujo por la ciudad hasta llegar a la autopista.
Tomó una desviación que los llevó hasta las afueras; en el camino, las piedrillas sustituyeron al asfalto. Subieron por una colina desde cuya altura se podían apreciar las luces multicolores a lo lejos.
Se sentaron en la parte trasera del coche y al dar las doce, observaron juntos en silencio los fuegos artificiales adornar el manto estelar.

Se miraron.
Él a los labios.
Ella a los ojos.

La atracción fue poderosa.

La distancia, insoportable.

Taiki la tomó entre sus brazos, sus manos aferrándose a su cintura.

En un apasionado arrebato, ahí, con la luna de testigo, la besó como había soñado desde hacía tanto.
Con vehemencia, se prendió a sus labios como si la vida se le fuese en ello.
Si ésta era la única oportunidad que tenía, la haría inolvidable.

Ami jadeó, pero no lo rechazó.
Tras el desconcierto inicial, sus instintos le demandaron devolver el beso con igual fervor.
Lo abrazó a su vez, el espacio entre los dos casi nulo; el beso, más intenso a cada segundo.
Lo que experimentaba era tan irreal como placentero; tal química, fascinante.

Imposible mantener las manos quietas.
Él se arriesgó a acariciarla, fue recorriendo su espalda, bajó uno de los tirantes del vestido y posó los labios en su hombro desnudo. Sus dedos descendieron hasta tocar la suave piel de sus muslos, con el pulso acelerado y la pasión al borde de la locura.
Siempre supo que así sería.
Su corazón casi se detuvo cuando sintió la redondez de sus pechos bajo sus dedos.
Ella se estremeció.
Jamás nadie había llegado tan lejos.
Se quedó inmóvil, con la respiración entrecortada.
Él supo que debía detenerse o lo arruinaría.
La abrazó con ternura, ésta vez intentando transmitirle su sentir, como si fuese lo más preciado que tuviera.
— Ami, te aseguro que la única razón por la que no sigo es porque éste no es él sitio más indicado. Pero, mi deseo por ti haría palidecer la más ardiente llama del mismo infierno.
— No dejas de impresionarme, Taiki Kou. Me trajiste a ver las estrellas, y con tus besos casi me llevas a tocarlas.
Frente a frente, volvieron a mirarse.
Se sonrieron y suspiraron.
Con gentileza, él la ayudo a bajar.
Se despojó del saco y lo extendió sobre el suelo.
Sostuvo su mano mientras ella se se sentaba, y después se colocó a su espalda.
Permanecieron así, fundidos en un abrazo sin darle importancia al tiempo.
Una estrella fugaz surcó el cielo.
Taiki pensó que ya no necesitaba pedir nada.
O, tal vez sí.
— Pasa el día conmigo mañana. Mi vuelo sale a las 6:00 p.m.
— ¿Es una cita?
— Puede ser más que eso. Dí que sí, por favor.
— ¿No estarás planeando secuestrarme, verdad?
— Me lo he planteado, créeme.
Le dijo, besando su mejilla.
— ¿Será la despedida?
— Espero que no.

Lo sucedido después, no pudo haberlo previsto. A veces el azar es más eficaz que cualquier plan.

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Ésa mañana de domingo, Ami rompía su rutina. No habría hoy maratón de películas en la cama; nada de trabajar en casa como si su habitación fuera una sucursal de la oficina.

Hoy todo sería distinto.

Aún era temprano. Taiki quedó de recogerla a las 10:00, y estaba lista con algunos minutos de anticipación. Vestía casual, acorde al soleado día; no sabía que era lo que él tenía en mente ni a dónde irían, pero su atuendo de falda de mezclilla y la blusa halter con detalles florales, accesorios y zapatos a juego, quedaría bien en muchos sitios. Eso había dicho Lita antes de irse un poco antes a su curso de cocina europea.

Cuando el reloj de pared marcó la hora esperada, salió de la recámara sintiéndose nerviosa. Caminó por la sala, re acomodó los cojines, alineó un cuadro, movió una maceta, hasta que se convenció de que su inquietud estaba de sobra. Después de todo, él se iba de viaje y no había mencionado si volvería. Lo que ocurriera, bien podía ser principio y fin, olvidado sin problema.

Pasaron diez minutos. El timbre seguía sin sonar.

Fue a la cocina, se sirvió un vaso con agua y revisó su celular, por si tenía algún mensaje.

Veinte minutos, y nada.

Treinta y cinco minutos después, ya se había quitado los zapatos, dispuesta a meterse en la cama y no salir hasta que dejara de sentirse tan tonta.

Tras comenzar a subir las escaleras, reconoció el tono de videollamada del teléfono.

Se sentó en uno de los escalones.

Era él.

Pensó en no responder, pero lo consideró infantil.

Cuando oprimió "Aceptar", un rostro desconocido y sonriente la saludó.

— Hola, señorita Mizuno. ¿Puedo llamarte Ami? Mi hermano habla tanto de ti, que ya eres como de la familia. Soy Seiya, por cierto. Taiki fue a la recepción a discutir algo con las enfermeras. Parece que durante el ensayo de hoy me tomé muy en serio lo de "rómpete una pierna", ¿ves?.
Dijo, señalando la extremidad enyesada.
Era un chico simpático, pero hablaba demasiado.
— Mucho gusto, Seiya. No hay problema en tutearnos, espero que lo que hayas escuchado de mí hasta hoy sea bueno.
— Más que bueno, te lo aseguro.
— ¿Porqué me has llamado?
— Sé que Taiki tenía una cita contigo hoy, y ya que soy el motivo por el cual no pudo llegar, te debo una disculpa. Realmente lo siento. Desde hace mucho que él no estaba tan feliz. ¿Podrías, por favor, darle otra oportunidad? No es fácil ser el responsable hermano mayor de dos desastres como Yaten y yo. Si se va sin poder verte hoy, tendremos que lidiar con su amargura por el resto de nuestras vidas. Apiádate de nosotros. Por favor, por favor, por favor.
Resultaba irresistiblemente encantador, Ami le sonrió.
— Esta bien, dime ¿cuál es el plan?
— ¡Genial, gracias! ¿Puedes venir al hospital? Me darán de alta hasta mañana, pero no necesito grandes cuidados. Aún faltan horas antes de que él tenga que estar en el aeropuerto, mientras tanto, es tuyo. No creo que te cueste mucho disuadirlo para ir contigo.
— Okay, dame la dirección y el número de habitación.

En cuanto terminó la llamada, Ami corrió a su recámara, se puso los zapatos, tomó su bolso y las llaves del coche; pasó rápidamente por la cocina, puso en una cesta algunos víveres, y partió entusiasmada a su improvisada cita.

Aguardaba impaciente por el ascensor.
Cuando las puertas se abrieron y Taiki apareció ante sus ojos, se resistió al inexplicable impulso de abrazarlo.
La resplandeciente sonrisa que le dedicó en cuanto la vio hizo tambalear su convicción.
— ¿Almorzamos juntos?
Lo invitó, alzando la cesta, mirándolo anhelante.
— Te seguiría hasta los confines de la tierra.
Declaró, e incapaz de contenerse, la atrajo hacia él y la besó.