Le dijo "Te amo".
Después de besarla hasta que Ami sintió temblar el suelo bajo sus pies, justo antes de abordar el taxi que lo llevaría al aeropuerto, él se despidió prometiendo volver muy pronto.
Ella se quedó ahí, pensativa, frente al parque en el que su picnic tuviera lugar, recargada contra el coche.
¿Sería normal que el amor provocara miedo?
Su escasa experiencia en ésa área no le era útil.
Sólo había escuchado aquellas dos palabras como un medio rápido para tratar de llevarla a la cama. Carecían ya de encanto.
No le respondió.
Ni siquiera con un "Yo también".
La desconfianza la detuvo.
Su corazón trató de replicar, pero la lógica se impuso.
Las decepciones hacían crecer el muro de la cautela.
Conocía el amor, sí. Por ello le costaba creer que pudiera nacer uno tan grande como el que él expresaba, así, de repente.
Taiki no le era indiferente. Lo suyo iba más allá de mera atracción física.
Admitía que algo surgió entre ellos.
Algo que le daba alegría a su corazón.
Pero era menos complicado dejarlo fluir que darle nombre.
Estaba feliz, por ahora bastaba con eso.
Lo extrañaría, también era cierto.
En el fondo de su alma, deseaba que él no mintiera, que cumpliera su promesa.
Ella era capaz de seguir adelante con su vida, superar su ausencia y, a la larga, olvidar éste episodio.
La incógnita aquí era si estaba dispuesta a compartir su ser, su tiempo con él.
Taiki mostraba una tenacidad tan admirable que rozaba lo falaz.
Todo para conseguir su amor.
No una noche, no una aventura ni la pasión de un rato.
Ami se sorprendió al reconocer que estaba más dispuesta a darle eso que su corazón.
En cuanto llegó a casa, buscó a Lita; tenía mucho qué contarle.
La encontró en el patio de atrás, degustando té y galletas. Se tumbó en la mecedora a su lado.
— ¿Cómo te fue?
— Dijo que me ama.
— En la primera cita, qué atrevimiento.
No pasaba desapercibido para la peliazul el sarcasmo en la frase, pero entre amigas, valía.
— Me besó, me declaró su amor, y se fue; no sé cuándo regresará. Suena a novela romántica.
— Si lo pones así... Es tu historia, lo que siga en el guión lo decides tú.
— Sólo estoy segura de que no me quedaré pegada al teléfono esperando que me llame.
Y como si se tratase de un truco ensayado, el aparato sonó en ése preciso instante. Las amigas se miraron. Ami pronuncio en voz baja "es él", y Lita río, divertida por su gesto sorprendido.
— Estoy por abordar. Serán varias horas de vuelo, no podré comunicarme contigo hasta mañana. Pero, estaré pensando en ti.
— Comprendo, no te preocupes. Buen viaje, hablamos después. Descansa.
— Ami, sé que todo ha sucedido muy rápido, pero, en mi defensa diré que no estoy dispuesto a dejarte ir otra vez sin intentar ganarme tu amor.
— Pareces muy seguro de tus sentimientos.
— Lo estoy, voy a demostrártelo. Y para cuando te des cuenta, ya te habrás enamorado también.
— No sé qué responder a eso.
— Podría apostar que no es común que te dejen sin argumentos. Pero, la próxima ocasión que te deje sin palabras, será porque habré silenciado tus labios con los míos.
Un profundo suspiro fue la única respuesta.
Ami escuchó una suave risa antes de que él colgara.
— Me impresiona. Menos mal que no puede ver tu rostro ahora, no te gustaría.
— ¿Qué has dicho?
— Que espero que regrese pronto.
— ¿Por qué?
— Deseo verte así de feliz.
— Así de confundida, querrás decir.
— Llámale como gustes, ya era hora de que alguien te sacudiera las ideas y el corazón.
— No estoy enamorada.
— Y está bien, que te tomes tu tiempo y pongas todo en la balanza, sólo recuerda que quien se arriesga por amor encuentra en ése acto su propia victoria.
— Gracias por el consejo, lo tendré en cuenta. ¿Tienes planes hoy?
— No, estoy a tu disposición.
— Bien, entonces, iré a darme un baño y a cambiarme. Te invito al cine, y después vamos a cenar a tu restaurante favorito.
— Qué espléndida, amiga.
— Aprovecha, que de esto no hay todos los días.
Cuando ya avanzada la noche se recostó en su cama, le costó conciliar el sueño.
Imaginaba qué estaría haciendo él.
A pesar de que hablaron durante horas y sobre diversos temas en aquél parque, seguía sin conocer detalles de su vida.
Sabía que era escritor y compositor, que apoyaba las carreras de sus hermanos: Seiya, pop idol en ascenso; Yaten, actor y modelo. Se enterneció al recordar como se expresaba con orgullo respecto a ellos, su amor y preocupación en la mirada. Fugazmente, pensó en que le hubiese gustado tener una hermana.
Al cerrar los ojos y recapitular los acontecimientos, el día se le antojaba alucinante.
Si fuera una mujer romántica, diría que el reencuentro entre ellos se había dado porque ya estaba escrito como parte de su destino.
Pero no lo era.
Siendo realista, considerando los antecedentes en su récord de parejas, tenía suerte si volvía a verlo.
Con eso en mente, gozó de cada segundo de su compañía.
No se mortificaría.
Si no volvía, tenía un buen recuerdo.
Y si es que regresaba a buscarla, entonces, vería qué tan lejos podían llegar juntos.
El lunes, Molly le comentó que la notaba distinta. "El amor", dijo.
Ami sólo se rió.
Tal vez estaba en lo cierto.
Conocía aquél dicho popular de " El amor y el dinero no se pueden ocultar".
Si bien lo suyo no era amor, existía la posibilidad de que se diera, con el tiempo. Era innegable que con sólo pensar en Taiki su humor cambiaba.
Resultaba revitalizante ésta sensación. La expectativa, la ilusión, el contar los días... Había olvidado lo que era eso.
Cuando revisó el correo electrónico y vio en su bandeja de entrada uno de él, su alegría se intensificó.
Al notar la extensión del mismo y la impecable redacción, le pareció una pena que tal medio se considerara casi arcaico en la actualidad, entre las redes sociales y diversas aplicaciones tan de moda.
Todas las mujeres del mundo deberían recibir cada mañana una misiva como la suya, que iniciara con un "Buen día, querida mía" y terminara con "Cada hora lejos de ti, será un beso que te daré."
Imposible no suspirar.
Sin duda, era hábil con las palabras. De ahí su profesión.
Lo sentía sincero. Algo en su mirada la instaba a creerle, a confiar.
Leyó línea tras línea con interés y fascinación, añorando acompañarlo al recorrer los sitios que le describía.
Al finalizar, respondió con igual esmero y detalle, con la intención de hacerlo partícipe de su acontecer desde que se despidieran.
Aquél intercambio se convirtió, de manera casi imperceptible, en parte importante la rutina diaria de ambos.
Compartían anécdotas, opiniones, gustos, aficiones; abordaban toda clase de temáticas con honestidad y confianza, sin inhibiciones. Se enfrentaban por vez primera a una apertura y cercanía que antes creyeron imposible de lograr con otra persona.
Se daban las buenas noches con una videollamada, siendo cada uno el último pensamiento del otro.
Ami se halló sumergida en el romanticismo de Taiki, llegando a desear ser la musa de sus versos y la única dueña de sus besos.
Un hecho insólito.
Aún así, la escurridiza palabra que inspiraba locuras, aquella que motivaba al mundo a mover montañas y cruzar océanos en su nombre, seguía sin escapar de sus labios.
Una tarde, después de varias semanas, recibió un mensaje de texto que decía: "Te veo mañana".
De la impresión, tropezó con Lita al salir de la cocina con el celular en mano.
— ¿Estás bien? Te ha cambiado el color de pronto.
— Taiki viene mañana.
— ¡Qué bien! Esperemos que tu entusiasmo vaya en aumento con el paso de las horas.
— Casi daba por hecho que no volvería...
— Cariño, te equivocaste. Sé que para ti no es sencillo de digerir. Pero, nada en el amor es perfecto, no te pierdas del disfrutar por tratar de analizarlo.
— No tengo idea de qué voy a ponerme.
— Eso no es problema, ¡iremos de compras! Anda, sube por tu bolso, te espero en el coche. Elegiremos un atuendo que lo deje atónito.
Contagiada por el buen ánimo de su amiga, Ami se dirigió a su boutique preferida dispuesta a no salir de ahí hasta encontrar el outfit ideal.
Horas después, contemplando un precioso y ajustado vestido negro extendido sobre su cama, se sintió capaz de lo inimaginable.
Poco antes de dormir, llegó a su celular otro mensaje con los pormenores de la cita.
No hubo videollamada, pues ya pronto estarían juntos.
Ésa fue su excusa.
Al serle negada una parte de su preciada rutina, de forma inesperada, en ése momento lo extrañó mucho más que durante todos los días pasados.
La expectación le impidió dormir, los minutos transcurrieron tan lentos que la noche se hizo eterna.
Durante el día, realizó sus actividades como en automático, con las emociones entre la felicidad y el pánico.
Se marchó a casa más temprano de lo normal para así poder dedicarse al ritual de embellecimiento sin prisas.
"¡El apocalipsis!", bromeó alguien al verla salir antes del término de la jornada laboral.
A solas en su habitación, eligió un playlist de música clásica en el reproductor: Tchaicovsky, Mozart, Bach, Beethoven.
Dejó que las magistrales notas de "Sonata claro de luna" la relajaran, entre las burbujas y el aroma del incienso en la tina. Aquella hermosa música era un alimento para su espíritu.
Después de un rato, le dedicó una gran sonrisa a su imagen en el espejo.
No requería mucho maquillaje, sólo resaltó el color de sus ojos y aplicó brillo en los labios. El vestido y la dicha que la invadía, bastaban para darle confianza en su apariencia. Unas zapatillas de tacón y discretos aretes a juego complementaban el conjunto.
Tomó su cartera, buscó las llaves del coche, y partió a la cita con una sensación extraña anidada en su pecho, como si se dirigiera a un encuentro que marcaría un hito en su vida.
Fue la primera en llegar.
A pesar de la ausencia de Kou, se mantuvo de buen humor; no iba a permitir que el nerviosismo se lo arruinara.
Segura y confiada, buscó un sitio vacío.
Sentada en aquella banca, abrió un e-book en el Smartphone. La lectura le ayudaría a mantener la serenidad mientras esperaba.
Él llegaba tarde.
Debía haber una buena explicación para eso, puesto que la impuntualidad era un rasgo que ambos hallaban inadmisible.
Con eso en mente, respiró profundo en busca de paciencia, y continuó leyendo.
Un breve dejavu de su desastrosa última cita la hizo detenerse en la tercera página.
Recordaba perfectamente la decepción que sintió al no ver a Richard aparecer. La desazón que la invadió al no obtener respuesta a ninguno de sus mensajes, mucho menos a sus llamadas. Las lágrimas que contuvo, orgullosa y enfadada consigo misma por haber creído ese bonito cuento creado por el durante los meses en que la pretendió. Cuando fue evidente que no llegaría, revisó sus notificaciones en las redes sociales. Error, pues ahí supo el porqué de su inasistencia: otra chica. Una más complaciente, según se apreciaba en las fotografías. Le costaba definir si estaba aliviada o dolida, pero en definitiva distaba mucho de la mujer radiante que cruzara la puerta horas antes. La había cambiado con facilidad por alguien que sí podía exhibir públicamente sin una pizca de recato ni buen gusto.
Cuando Taiki llegó junto a ella esa inolvidable noche, casi se sintió en deuda con Richard.
Ése giro de los acontecimientos fue afortunado.
Y aquí estaba ahora.
Esperando por un hombre que, tenía que aceptar, extrañaba terriblemente y no aparecía por ningún lado.
Ilusionada como pocas veces.
Demonios.
Tal vez el exceso de trabajo había nublado su buen juicio, o las noches de insomnio acumuladas afectaran su criterio. Quizá debía correr antes de que la fortuna finalmente le concediera lo que pedía.
¿Era necesario pasar por esto? ¿Realmente deseaba tanto verlo otra vez?
En cuanto lo tuvo frente a ella, con esa sonrisa absolutamente encantadora, tuvo su respuesta.
Le devolvió el gesto con espontaneidad.
No importó nada.
Ni el pasado, ni el futuro; sólo éste instante en el que coincidían.
Él ocupó el sitio a su lado, colocó una mano sobre su pierna con aire despreocupado, como si no lo notase. Tras la emoción contenida, ella ardía, con ése simple roce.
Increíble.
Rayos.
Sabía lo que ésas manos eran capaces de provocarle. Lo que esos labios que pronunciaron casualmente un "Hola" podían hacerle sentir.
Su cuerpo reaccionó a él al instante, como si apenas ayer hubieran intercambiado apasionados besos y caricias. Sus latidos se aceleraron cuando la abrazó; envuelta en el delicioso aroma de su colonia, suspiró.
Él mencionó algo sobre un vuelo retrasado.
Fue toda una proeza para Ami el poder mantener una conversación coherente en ése momento. Sin duda, merecía un premio.
Y lo tenía justo frente a ella.
Podía tomarlo.
Él lucía dispuesto.
Ésta vez el temor a lo desconocido no se interpondría.
Averiguaría por fin si lo que provocaba en ella iba más allá del calor de la pasión.
Caminando tomados de la mano, salieron del Mall, sin decidir aún a dónde ir.
No tardaría en oscurecer, la calle se hallaba casi desierta.
Los días anteriores, hablaron de ir a comer, después al cine, y por último, culminar la velada en un bar.
No tenía apetito ni deseaba estar rodeada de gente, y ya se sentía afectada sin necesidad de alcohol.
Todas sus elucubraciones murieron de golpe cuando se encontró cubierta por el peso del cuerpo masculino en un rincón apartado. Con ávida maestría, sus labios se apoderaron de los suyos como si reclamaran lo propio, adueñándose por entero de su ser.
Fue como tocar la gloria flotando en una nube de deseo puro y tangible.
Dudó por un instante; sin embargo, inevitablemente, correspondió al arrebato con ahínco.
Tanta pasión le resultó abrumadora, como si su cuerpo hubiera dejado de responder al mandato del sentido común, abandonándose a ése placer hasta hoy negado.
— Hace mucho que soñaba con esto.
— Sólo fueron unas semanas.
— Se sintieron como un siglo.
Dijo él, separando apenas los labios. Las manos vagaban por su cuerpo con osadía, como un imán atraído hacia el otro buscando la unión inminente.
El roce de sus dedos al acariciar la piel a su alcance bajo el dobladillo del vestido la hizo temblar y la regresó de pronto a la realidad,
Estaban en plena calle.
— Lamento ser aguafiestas, pero debo señalar lo inapropiado del lugar.
Sonrió contra los labios masculinos al referirse a la ocasión anterior.
— Entonces, vayamos a donde podamos estar solos.
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Porque aún con el corazón roto se puede escribir de amor. Incluso, se escribe mejor.
¡Saludos! Gracias por leer.
