Ami pausó el beso para verlo a los ojos.
Las implicaciones de sus palabras eran claras. La decisión, suya.
Sujetó sus manos.
El ligero temblor que percibió al entrelazar los dedos delataba el nerviosismo que tan bien ocultaban sus pupilas violetas.
Se sintió desarmada ante la tierna sonrisa, subyugada por su pasión, que incendiaba ahí donde la tocara.
En su abrazo encontró un regocijo incomparable.
La respuesta se la dio esa mirada plena de sinceridad, de anhelo y promesas.
- Amor mío, ven conmigo; regálame el paraíso de tu piel desnuda y tendrás por siempre un corazón devoto amándote cada día.
Hasta la más mínima duda se desvaneció con el sonido su voz; la intensidad que le transmitía aniquiló cualquier miedo anidado en su alma.
¿Cómo decir que no, si cada parte de su ser deseaba fundirse con él y olvidarse del mundo?
¿Cuándo fue la última vez que se sintió tan conectada con alguien?
Ami pronunció con alegría un "Sí", convirtiendo a Taiki en el hombre más feliz y afortunado que hubiese caminado sobre la tierra.
Había esperado por la mujer que amaba durante mucho tiempo, y la tenía entre sus brazos, dispuesta a todo.
En incontables ocasiones soñó con ése momento.
Cruzar por fin la frontera de lo onírico a lo real, parecía inverosímil.
Él creyó que podría morir de dicha.
Pero, no.
No sería ahora.
Hizo acopio de cordura, si es que algo le quedaba; tras besar la frente de su amada y abrazarla, detuvo un taxi.
Abordaron, le dio las indicaciones pertinentes al conductor, y el silencio reinó entre ellos por breves segundos.
- No puedo creer que esto esté sucediendo.
Declaró Ami, emocionada.
- Pues hazlo, amor, porque es sólo el comienzo.
El trayecto fue realmente corto.
El hotel en el que Kou se hospedaba se hallaba a pocas calles del lugar.
Al pasar por la recepción, Ami pensó que la decoración era de muy buen gusto y el enorme florero en la mesa de centro le daba un toque alegre.
Toda distracción valía con tal de evadir los nervios.
Taiki lucía relajado, feliz.
Llegaron a las puertas del ascensor. Antes de que éstas se abrieran, se inclinó muy cerca de su oído y murmuró un "Te amo".
Se sonrieron, compartiendo la excitación previa de los amantes.
No había nadie al otro lado.
Con la soledad de cómplice, él la tomó entre sus brazos, besándola sin poder contenerse más.
Cuando el aparato se detuvo, sus labios se separaron.
Negándose a dejar de tocarla, él mantuvo sus manos unidas mientras caminaban rumbo a su puerta.
Con rapidez, buscó en su saco la tarjeta para abrir.
Galantemente, le cedió el paso.
Ami colgó su bolso en un perchero en la entrada, y observó el lugar. Era acogedor, con tonos cálidos y pequeños detalles de vibrante colorido en los adornos.
Se sentó en un bonito sillón estilo victoriano color gris oscuro, cruzó una de sus piernas, y con ése movimiento la zapatilla quedó colgando de la punta de sus dedos.
La risa se apoderó de ella hasta convertirse en una carcajada.
A Taiki le pareció preciosa.
Con su celular capturó ésa imagen en una fotografía.
Ella se percató, pero no dijo nada.
- Posa para mí.
Le pidió él.
La sonrisa que le brindó en señal de aceptación, fue la protagonista en la segunda toma.
Su novel modelo cambió de una postura a otra, con soltura y coquetería en cada uno de sus gestos.
¡Qué maravilla el ser único testigo!
- ¿Satisfecho, caballero?
Inquirió ella, después de varios minutos de jugar con la cámara.
- Ni un poco, mi amor. De ti, jamás tendré suficiente; eres adictiva. Te necesito, como las aves a sus alas; como las estrellas a la noche.
Ami se aproximó a él, sujetó su rostro entre las palmas, mirándolo con la intensidad de su sentir brillando en los ojos.
- Estoy aquí por ti. Para ti.
Y lo besó.
Con un furor hasta ese instante desconocido y el deseo alterando cada uno de sus latidos.
Él no demoró ni un segundo en devolver la caricia con igual ímpetu.
Ansiaba tocarla, sentirla; recorrer cada parte de su cuerpo hasta fundirse en uno solo.
La inmensa pasión por ella amenazaba con nublarle la razón.
El erótico roce de su lengua lo invitaba a perderse en aquella sensualidad que le exigía réplica.
- ¡Te amo tanto!
Rodeó su cintura.
Con su fuerte pecho presionado contra los suaves senos, la alzó, dando unos cuantos pasos hasta que la pared frenó su avance.
El espacio casi nulo entre los dos le permitió a Taiki percibir con delirante claridad las seductoras formas femeninas.
Sus labios vagaron audaces por la tersa piel, descubriendo, cimbrando cada parte de su ser hasta perder la calma por completo.
Superada la barrera de lo imposible, la realidad fue rebasando de a poco a la fantasía.
Beso a beso, las inhibiciones desaparecieron.
Las hábiles manos llegaron hasta la espalda. Cuando los dedos, prestos, deslizaron hacia abajo el cierre del vestido, él sonrió complacido; ella suspiró, anhelante.
La prenda cayó.
Segundos después, el sostén de encaje le siguió.
El choque de su boca y la piel desnuda desató una tormenta entre los dos.
Taiki fue descendiendo poco a poco por la bella anatomía, fascinado de tocarla, de besar cada milímetro de su cuerpo.
Era maravilloso.
Ahí, en ésa habitación de hotel, un joven enamorado se postró de rodillas ante su amada.
Las manos se asieron a sus caderas, ardientes como fuego.
El último obstáculo fue retirado lentamente con los dientes.
Ella, la tentación personificada; él, aún ataviado con su traje, enajenado con su inigualable hermosura.
Finalmente, sus besos derramaron como gotas de lluvia en su intimidad.
Por vez primera, Ami descubrió en carne viva, más allá de las letras, la magia del acto de amar.
Clamó a los dioses, nombró a Taiki una y otra vez hasta que él la llevó a estallar en deleite con sus osadas y dulces caricias.
Entonces, él se incorporó, tomándola entre sus brazos.
Con exquisita delicadeza, la recostó sobre la cama.
Poder contemplarla así era como visitar el Paraíso.
Sus miradas se encontraron.
El mundo dejó de importar.
La vida cobró sentido.
Él se despojó del saco en un santiamén. La paciencia no le alcanzó para abrir los botones de la camisa uno por uno. Apresurado, se la sacó por encima de la cabeza, lanzándola al piso, donde terminó el resto de su ropa.
Ami lo miraba absorta y con un ligero sonrojo coloreando sus mejillas, pero no apartó la vista de la espléndida desnudez masculina.
Era impresionante, tanto como la adoración que sus ojos le transmitían.
Extendió los brazos hacia él.
Sus cuerpos se acoplaron como si se hubiesen pertenecido siempre, incluso desde otras vidas.
La sintió tensarse con el primer contacto.
- Confía en mí, amor. Sólo bésame.
Y así lo hizo.
Enredó sus piernas tras su ancha espalda, abandonándose al placer que le brindaba.
Al perderse dentro de ella, Taiki renovó su fe en los dioses, en Cupido, en los ángeles, en el destino.
A cada movimiento la sentía temblar.
A cada segundo, confirmaba que ella era la dueña de su corazón.
El silencio en la alcoba fue sustituido por palabras entrecortadas, gemidos que paulatinamente se iban convirtiendo en gritos, al ritmo del vaivén que él marcaba. Cada vez más fuerte, más rápido, más salvaje... ¡La gloria!
El amor y la lujuria en conjunción crearon una melodía en la que sus almas vibraron al compás de sus agitadas respiraciones.
La culminación arrastró a Ami como un huracán a una hoja a la deriva; laxa y palpitante, se aferró a Taiki.
Él se retiró antes de dejarse ir, proclamando su amor.
Felices, sudorosos y trémulos, se abrazaron bajo las sábanas.
Permanecieron así largo rato, pues ninguno de los dos quería poner fin a esa paz de ensueño.
Él sólo se movió para acariciar sus pechos con parsimonia.
"Perfectos", musitó antes de cubrirlos de besos uno a uno.
Ami se retorció contra sus labios.
- Eres increíble.
- Y tú eres extraordinaria. Mi musa, mi diosa... No me tortures nunca más con tu ausencia. Viaja conmigo.
Soltó de repente él, tomando sus manos entre las suyas, como quien ruega por un milagro.
Ami se quedó sin palabras, evitó mirarlo a los ojos.
No sabía qué decir.
Esto era nuevo, atemorizante y estremecedor.
Los sonidos morían en su garganta, incapaz de darle voz a lo que no atinaba a pronunciar.
Le había entregado más de lo debido.
Aquello fue más allá de la mera unión carnal.
Lo sabía.
Así lo sintió en cada beso, en cada roce.
No quería perderlo justo ahora, pero tampoco estaba dispuesta a perderse por él.
Su vida, su trabajo y sus amigos estaban aquí.
Abandonar todo así, de pronto, era una locura, una traición a su espíritu libre.
- No puedo.
Fue lo único que la angustia que la invadió le permitió decir.
Unas silenciosas lágrimas brotaron, inexplicables.
- Cielo, no llores, por favor.
La ternura de su voz no tuvo el efecto esperado. Así que Taiki cambio de posición para quedar de lado, cara a cara junto a ella.
La sujetó del mentón y le habló con franqueza.
- Te pido la oportunidad de demostrarte que esto es real. Que la felicidad que sentimos con nuestra unión será infinitamente mayor a partir de hoy. Te besé una vez y nunca logré olvidarte. Hicimos el amor, me será imposible dejarte ir y volver a ser el mismo. Regálame unos días de tu vida o la posibilidad de un futuro juntos. Tú eliges.
- ¿Y después?
- Lo que tú quieras, te aseguro que lo aceptaré sin rencores.
- ¿Aunque prefiriera no volver a verte?
- Aún así.
- ¿Por qué?
- Porque te amo, soy incapaz de imponerte mi presencia o mis sentimientos por ti. Dime, ¿al menos vas a pensarlo?
Su tono y expresión le suplicaban que aceptara.
La inquietud que le aguijoneaba el corazón era una señal indefinida pero fuerte.
Ella contempló su rostro esperanzado.
Cerró los ojos un segundo, quizá más.
Con el temple de quien se lanza a profundas aguas sin tener la certeza de salir a flote, cuando sus miradas volvieron a enfrentarse, valiente, dijo que sí.
Una vez más.
Preferible arrepentirse después de sus acciones que de sus omisiones.
Suspiró.
El amor...¿será?
