—Adelante, pasa.
Tras escuchar la voz de Luna, Ami entró.
El aroma del café y del exquisito perfume de su jefa impregnaba el ambiente con una mezcla extravagante.
En cuanto cruzó la puerta, se puso en pie para saludarla con un efusivo abrazo y sonoro beso en la mejilla, contenta por el encuentro.
Poseía una belleza que llamaba la atención, con una elegancia admirable desde cualquier ángulo, superada únicamente por su calidez humana.
—Querida, ¡qué gusto! Me sorprendió tu mensaje, pero, ahora que te veo, radiante y feliz, creo que aceptaría cualquier cosa que me pidieras con tal de no quitarte ése brillo en la mirada.
—Me alegra verte. Y, ojalá mantengas en mente eso último.
Dichosas y sonrientes, se sentaron juntas en uno de los sillones de la espaciosa oficina. De cierta forma, para ambas era casi como estar en casa, dado el amor por su trabajo y el cariño que se tenían.
Luna la miró a los ojos, estrechó sus manos entre las suyas, emocionada, antes de volver a hablar.
—Y bien, ¿quién es él? Cuéntamelo todo.
Ami se sorprendió por la perspicaz insinuación, preguntándose a su vez si entre las múltiples cualidades de su acompañante estaría la adivinación.
—¿Qué te hace pensar que hay un hombre involucrado?
—Empezaré por mencionar tus mejillas sonrojadas ante la pregunta, tus gestos; continuaré con tu expresión corporal, que te deja en evidencia, y finalizaré con señalar tu atuendo: el vestido es hermoso, pero, inapropiado para una mañana de domingo; te conozco, no lo usarías justo ahora a menos que no tuvieras opción. Las deducciones de un buen observador suelen ser acertadas. ¡Brindemos por el amor! A falta de vino, el café es perfecto.
Tras un guiño cómplice, ante la muda confirmación, se levantó y se acercó a la cafetera para servir dos tazas, extendiéndole una. Ella la tomó, pensando en cómo iniciar el relato de su romance.
—Su nombre es Taiki Kou, trabajó en la editorial hace algunos años. Inteligente, poeta, apasionado, atractivo... Y me mira como si yo fuera la más bella creación del universo.
Con un largo suspiro y un sorbo de café, Ami terminó la descripción, sin el más mínimo titubeo entre cada palabra pronunciada.
—¿Lo amas?
—Sí.
Sus radiantes pupilas azules dejaban clara su emoción, sin tener que recurrir a calificativos exagerados.
—Por favor, dime que estás aquí porque vas a escaparte con él a algún paraíso terrenal.
La aludida apuró el líquido caliente por su garganta antes de que terminara ahogándose de la impresión. A veces, ése aspecto de la personalidad de Luna era perturbador.
—De hecho, así es. Sé que tendría que haberte notificado con anticipación, pero, dadas las circunstancias, ha resultado imposible seguir el procedimiento normal.
—Nada que no pueda remediarse. Así es esto, no hay reglas. Excepto una: El amor propio va primero. Recuerda eso.
—Gracias, lo tendré siempre presente. Me mantendré en contacto, para que no te preocupes. Llevaré lo necesario para asegurar mi bienestar.
—¿Incluido el gas pimienta de bolsillo, ése en forma de labial, que te obsequió tu amiga Mina?
—Prometido, lo dejaré en mi bolso, por si acaso.
Ami solía traerlo consigo, aún cuando en un principio creyó que Aino exageraba; pero bastaba con leer o ver las noticias para darse cuenta de que las mujeres necesitaban poder defenderse de alguna forma, sobre todo si, como ella, con frecuencia tenían que trabajar hasta tarde y volver solas a casa.
—Bien, linda, ¿cuántos días de vacaciones de los muchos que tienes pendientes vas a tomar? Sólo espero que me garantices tu regreso sana y salva y puedas concederme a continuación algo de tu tiempo para enviar los e-mails que se requieren, así como organizar en papel lo más indispensable durante tu próxima ausencia. Apuesto que Molly estará tan encantada con tu viaje que nos apoyará en lo que haga falta.
—Claro, no hay problema con eso. Puedo hacerme cargo de algunas cosas desde mi lap top, cuando me haya instalado, y así estaremos todas más tranquilas. Llamaré a Taiki, luego tú y yo hablaremos de trabajo. Gracias, Luna.
—Muy bien. Permíteme retirar esto.
Al irse Luna con las tazas, Ami se levantó y buscó su celular.
Él respondió de inmediato.
—Voy a demorarme poniendo en orden lo más posible aquí. La buena noticia es que podré viajar contigo. ¿Te molestaría esperarme un rato? Me comunicaré en cuanto terminemos.
—Ya te esperé años, qué más dan un par de horas. Estaré aquí, amor, tómate el tiempo que necesites.
Al colgar, ella mantenía una sonrisa pletórica de alegría, como toda mujer enamorada y correspondida.
Aunque se esforzaba por mantener un pie en el suelo y no construir castillos en el aire, por ahora, se concentraría en disfrutar junto a él. Sin importar si era un día, un fin de semana o el resto de sus vidas.
Luna, quien discretamente se alejara para darle privacidad, volvió con varias carpetas en mano y las colocó una a una sobre el escritorio.
—Bien, ¿con qué deseas empezar?
Y así, ambas mujeres se enfocaron en los asuntos de la oficina. Entre café, notas, correos electrónicos y gran camaradería los minutos fueron pasando sin que lo advirtieran; sin duda, cuando se ama la profesión el trabajo es un placer.


Para hacer amena la espera, Taiki bajó del coche y comenzó a caminar por las calles cercanas.
Al ser temprano, pocos transeúntes se hallaba a su paso; luego de andar por un rato, entre escaparates y anuncios, encontró una cafetería con cierto aire hogareño, que, aunado a su apetito, lo instó a entrar. La decoración era armoniosa; desde las cortinas, el mobiliario, hasta los manteles, todo le transmitía un aire familiar que echaba de menos.
Se sintió cómodo entre los tonos cálidos y los muebles estilo artesanal que lo rodeaban.
Eligió una de las mesas cercanas a la ventana, así podía contemplar las vibrantes tonalidades de las flores en jardineras del exterior y el incipiente bullicio de la ciudad conforme avanzaba la mañana. En cuanto ocupó su silla, una camarera se aproximó a entregarle el menú, dispuesta a tomarle la orden.
—Buen día, joven, ¿qué le gustaría desayunar?
Él correspondió la sonrisa con gesto amable.
Tras un rápido vistazo, detuvo su inspección en las tostadas francesas. Añadió ensalada de frutas y café, e hizo un pedido adicional con los mismos platillos y más porciones, dándole la dirección a la señorita para el envío.
En una de las paredes del fondo alcanzó a ver una réplica del cartel de "Le Chat Noir". Sacó el teléfono celular del bolsillo y se acercó hasta obtener una buena fotografía, pensando que Ami le gustaría.

"Desearía que estuvieras aquí".
Le escribió al pie de la imagen adjunta.
"Disfruta el desayuno, te comparto mi elección de hoy".
Esperaba que, como le aseguraron, no demoraran en hacer la entrega, pues sólo eran unas cuantas calles de distancia hasta el edificio de "Moonlight Editorial".
Con las prisas, se habían saltado los alimentos; si Ami iba a enfocarse en sus deberes, seguramente ignoraría los reclamos de su estómago. Aquello no era sano ni permisible, por eso le había puesto remedio.

Incontables las ocasiones como aquella en que, un lugar, una imagen, una frase de algún libro o una canción le hizo recordarla, e incluso extrañarla.
Era curioso cómo sentía que la había echado tanto de menos, a pesar de que recién habían comenzado su relación.
Siempre supo que ella estaba en su corazón, aún cuando sus caminos se alejaron.
Notaba vívido su recuerdo en detalles cotidianos. Evocaciones simples y constantes que lo acompañaron a lo largo de los últimos años y que lo llevaron a intentar contactarla más de una vez, sin lograrlo.
"Si yo no pude olvidarla, quizá ella tampoco".
A ése endeble argumento asió sus esperanzas y anhelos.
Por fin tenía la oportunidad de continuar su historia, de llevarla mucho más allá de donde la dejaron y crear a su lado una nueva. Sabía que funcionaría, que lograrían ser felices, porque se encargaría de que así fuera.
Cuando percibió el aroma del desayuno sobre la mesa, pausó sus elucubraciones ante la prioridad de saciar su hambre. Bebió el café con deleite, saboreó las tostadas cual niño al pastel y se relajó con la música que, a un volumen moderado, le llegaba desde algún sitio del establecimiento.
Definitivo, traería a Ami aquí después de su viaje.
Un hondo suspiro se le escapó al pensar en los planes en puerta.
La "Isla Madre", como se le conocía a Hahashima era un sitio pequeño y distante para muchos, —incluyendo sus hermanos— pero ideal para un escritor: tranquilo, lleno de paisajes e historias por contar.
Yaten y Seiya pocas veces lo visitaban. El estilo de vida en la isla no iba mucho con el de ellos, acostumbrados al trajín de la gran ciudad.
Se disponía a probar la ensalada, cuando el sonido del teléfono interrumpió su festín. Respondió al segundo timbrazo, sabiendo que al tercero Yaten colgaría, molesto.
—¿Dónde te habías metido? Perdí la cuenta de los mensajes que te he dejado desde ayer, ¿te encuentras bien?
Taiki no le tomó a mal la preocupación disfrazada de reclamo, pues no le había prestado atención a ninguna aplicación, red social o correo electrónico desde que se reunió con Ami.
—Lamento no haberme comunicado contigo antes, hermano. Estoy bien. Muy feliz, de hecho.
—Entonces, la encontraste, estás con ella.
—La encontré; la estoy esperando, está en su trabajo. Nos vamos de viaje.
—Vaya, no pierdes el tiempo, eh. Pensé que podría verte, ahora que me encuentro en la ciudad para una sesión de fotos. Pero, no me interpondré en tu idilio.
—¿En donde estás?
—En el Templo Hikawa. Estamos por irnos; lograron muy buenas tomas en los jardines, aunque, empieza a fastidiarme cierta dama de larga cabellera oscura que me repite una y otra vez que "ésta parte es acceso restringido" y justo ahora me dirige desde lejos una mirada fulminante.
—Hermano, mostrar un poco más de respeto por un sitio sagrado no va a matarte, inténtalo.
—Si eso no me mata, parece que ella podría.
A ésa frase le siguió una suave risa. Indicio que levantó sospechas en el mayor, pero en cambio hizo otra pregunta. Yaten no solía dar detalles sobre sus conquistas.
—¿Has hablado con Seiya? Sería bueno que lo visitaras, sufrió una fractura hace poco. Nada grave, pero debe aburrirse mucho, confinado a su apartamento.
—Okay, pasaré por ahí más tarde. Ve tranquilo con tu musa, estaremos bien. Cuando bajes de tu nube, ven y cuéntanos todo. O, mejor aún, tráela contigo. El fotógrafo me busca, debo colgar.
—Hasta luego, gracias. Cualquier cosa, llámenme.
—No, no lo haremos. Sólo vete y olvídate de nosotros.
Y así, sin más, cortó la llamada.
Por su parte, Taiki interpretó aquello como un "podemos cuidarnos solos".
Terminó sus alimentos con calma.
Aún no tenía mensaje de Ami.
Pidió la cuenta, fue a la caja a pagar y dejó una propina. Luego, volvió andando al auto para sacar su lap top y verificar los horarios del ferry hacia la isla, además de otros puntos en su itinerario.
Convenientemente, solía viajar ligero, con lo indispensable. Su pequeña maleta se hallaba ya en la valija.
Así que, estaba a la orden de lo que ella necesitara para facilitarle las cosas.

Por hacerla feliz, se sentía capaz de todo.
Cuando el viento soplaba a favor, era maravilloso dejarse llevar.