Capítulo 6: "El Dolor de Inuyasha"
El joven hombre entró a paso lento en la lúgubre mansión, con el cuerpo encorvado como si llevara el mundo en su espalda. Sus ojos dorados intensos y brillantes parecían a punto de derramar una lágrima, pero él se contuvo, ya había llorado bastante por su desgracia. Se detuvo en el primer escalón de la larga escalera para encontrarse con el pequeño y anciano sirviente que lo conocía desde que era un bebé y que lo observaba con infinita pena y dolor. Inuyasha se irguió y lo miró con cara de pocos amigos.
- ¡No me mires de esa manera, Myoga!- Ordenó y su voz era muy ronca y fuerte, temible. El anciano sirviente tragó asustado y sus ojos se desviaron hacia el traje raído y sus pies descalzos. Entonces retuvo el aliento y lo volvió a mirar asustado. El joven de ojos dorados hizo una mueca y subió las escaleras conteniendo la rabia que sentía. Odiaba que sintieran lástima por su desgracia. Igual que su hermano... igual que Kikyo...
Cruzó su oscura habitación y se dirigió al baño que ya estaba preparado. Se quitó lentamente la ropa y así, sin más se dejó caer en la bañera de agua fría. El barro de sus pies se desprendió y también las ramitas y hojas secas cayeron de su largo y enmarañado cabello negro. Él hundió la cabeza en el agua deseando morir. No se podía vivir así... no podía...
- No se puede pasar la vida huyendo... amo... - Murmuró el anciano que estaba en el umbral de la puerta del baño con una gran toalla blanca en sus manos y esta vez mirándolo con seriedad. El joven hizo una mueca de desprecio y comenzó a lavar sus cabellos con frenesí... deseaba quitar toda la tierra que estaba impregnada en él y así olvidar, por un momento, en lo que se había convertido.
- ¿Sabes?... hoy la vi... a ella... no a Kikyo... - Sus ojos estaban fijos en la espuma de la bañera-... a su hermana... la pequeña... - Sonrió con ironía al recordar que no era más la pequeña que él recordaba. Qué tonto había sido, aún tenía grabada en la memoria el recuerdo de la chiquilla impetuosa y habladora.
- ¿La pequeña Kagome?- Preguntó el anciano imprecionado. Todos sabían que ella estaba desde hacía muchos años en un internado de señoritas, el lugar estaba a bastantes horas desde donde ellos vivían.- ¿Pero cómo? ¡No puede ser! ¡Nadie la ha visto desde hace mucho!
- Tiene que haberse escapado... siempre fue así... - Murmuró hundiendo nuevamente la cabeza en el agua y a su mente vino el rostro sereno y bello de la menor de las Higurashi... un ángel... un ángel caído... era lo único que le evocaba. Tragó con fuerza quitando el sentimiento extraño que comenzaba a adueñarse de su turbulento corazón y salió de pronto del agua con los ojos fulgurantes. Había sido buena idea ocultarse de ella antes que recobrara el conocimiento... no podía verlo así... lo mejor es que nunca se vieran...
Arrebató la toalla de las manos del anciano y se la puso en las caderas. El agua de sus cabellos chorreó abundantemente mojando el piso por completo.
- Me he dado cuenta de muchas cosas... - Dijo de pronto caminando hacia su habitación y sentándose en la cama. El fiel sirviente lo había seguido hasta allí y lo observaba con atención-... en parte... aquella muchacha también fue juguete del destino...
- No diga eso amo... usted... - Musitó Myoga intentando reconfortarlo pero el otro nuevamente le dio una mirada temible.
- ¡No puedo evitar en lo que me he convertido! ¡Soy un monstruo! un monstruo... - Sollozó y tragó con fuerza-... estaba tan seguro del amor de Kikyo que creí que ella sería mi salvación pero... nunca me quiso... aunque siempre lo supe... nunca quise aceptarlo... - Meditó esta vez perdiéndose en sus recuerdos-... creí que me aceptaría así...
- No pierda la esperanza amo... agradezca que aún tiene vida... - Musitó Myoga y hubiera deseado posar una mano amiga en su hombro pero el joven Inuyasha era tan arisco y malhumorado. Su cambio había sido sorprendente. Antes, era un joven alegre y amable, dueño del corazón de muchas jovencitas... ahora, un ermitaño malhumorado que se había ganado la reputación en el pueblo de estar "maldito". Aunque en algo tenían razón...
Inuyasha se recostó en la cama y cerró los ojos. Hubiera deseado estar tal vez muerto en vez de estar así...
- Dormiré... - Murmuró sintiéndose cansado. El anciano movió negativamente la cabeza.
- Amo... su comida estará lista para cuando despierte... pero por favor... no salga esta noche... podría ser peligroso... ya se ha expandido el rumor y andan hombres armados...
- Déjame... tal vez me harían un favor... - Aún así su mente se llenó de la imagen de la joven y hermosa Kagome y entonces sintió que su corazón latía muy fuerte. Abrió los ojos asustado ante aquella reacción y se volteó más malhumorado que nunca. Intentaría pensar en otra cosa... no en ella... no ella...
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- ¡Estas loca!
Kagome se encogió de hombros y se anudó la capa al cuello y luego puso la capucha para ocultar sus cabellos. Al notar que estaba siendo ignorada, Sango la sujetó con fuerza de un brazo y la miró con seriedad.
- No puedes salir, no puedes... ¡esta prohibido!
- Tú no entiendes, Sango... - Respondió quietamente mirándola con dolor esta vez-... porque has podido salir de aquí cuantas veces quieras... en Navidad y Año Nuevo tu familia te manda a buscar y yo me quedo sola aquí... en las vacaciones también te vas y vuelvo a quedarme sola...
La muchacha la miró con tristeza. Era cierto, Kagome jamás había salido del internado desde que había llegado. Siete años encerrada era mucho ¿qué clase de familia tenía? ¿Cómo podían hacerle eso? Sabía que tenía una hermana, pero aquella mujer sólo aparecía una vez al año para entregarle regalos de Navidad... y luego ya no sabían más de ella... qué cruel le resultaba todo... Kagome parecía pagar un crimen que no había cometido... o tal vez sí pagaba uno... pero ¿cuál?
- Entonces... cuidate... - Murmuró con pesar y la muchacha de ojos castaños le sonrió jovialmente, saliendo casi saltando de la habitación. Sango movió la cabeza ¿cómo podía ser tan alegre a pesar de las circunstancias? la admiraba por eso...
Cabalgó con rapidez mientras sentía que la capa flotaba en su espalda producto del fuerte viento tibio. La capucha cayó de su cabeza y los cabellos se desordenaron de inmediato, sonrió al sentirse completamente libre nuevamente. Las estrellas en lo alto, las conocía perfectamente. Extendió esta vez ambos brazos y cerró los ojos. Era una loca temeraria, pero era experta en cabalgar ahora.
Youkai rodeó el río y galopó esta vez con suavidad adentrándose luego al bosquecillo. Un hilillo de luna se asomó en el horizonte y a Kagome le pareció un paisaje digno de los cuentos orientales, esos de un genio que vivía dentro de una lámpara y que ayudaba a un muchacho a conquistar a una princesa. Se rio ante el pensamiento. Vaya, tenía la tendencia a comparar las cosas con las historias de los cuentos. Sacudió la cabeza. Ya no era una niña para pensar en príncipes ni mucho menos.
Los árboles de frondoso y verde follaje la recibieron inclinando sus ramas suavemente, y producto del viento, murmuraron como susurros en la quietud de la noche. Se bajó de un salto y caminó hasta la orilla de la laguna admirando nuevamente el lugar. Él tenía razón, aquí nadie podía molestar. Era un lugar solitario, solo ella y la naturaleza. Se sentó sobre la hierba con gracia y cerró los ojos poniendo atención a las cigarras que cantaban. Youkai no se encontraba muy lejos y comenzó a pastar. La muchacha abrió sus ojos castaños y fijó la vista en el agua del estanque. La noche estaba demasiado tranquila y esta vez ni siquiera había escuchado un aullido de lobo. Soltó el nudo de la capa que se amarraba a su cuello y aún así el aire tibio la sofocaba. Tal vez había cabalgado demasiado y por eso ahora sentía tanto color. Entonces quitó sus zapatos y caminó al agua de la laguna levantando su faldón de colegio.
Caminó sintiéndose demasiado feliz, era agradable estar así. Jamás en su vida se había bañado en un río o laguna. Sabía que las criadas que trabajaban en su casa comentaban lo agradable que les resultaba darse baños en verano, pero ella no podía hacer eso. Su madre la había mirado horrorizada cuando le comentó que quería bañarse en el río.
- ¡¡Una señorita no hace eso!
Ella levantó una ceja al recordar esa repetitiva frase. ¿Qué tenía de malo si estaba sola ahora? Entonces sus ojos se iluminaron y salió nuevamente a la orilla. Allí se quitó la falda que le llegaba a los tobillos y luego comenzó a desabotonar los botones de su blusa, dejando todo en el pasto. Apenas con la enagua blanca, que era como un vestido que llegaba a los tobillos y con escote prominente pero sin nada de mangas, se volvió al agua caminado lentamente hasta que esta le llegó a la cintura. Miró a todos lados cerciorándose de que estaba completamente sola y la actitud quieta de Youkai la tranquilizó. Se hundió con rapidez y cuando salió del agua esbozando una sonrisa se paralizó abriendo los ojos con sorpresa y creyendo que incluso el corazón había dejado de latir.
En el borde de la laguna, junto a su ropa del colegio, un hombre vestido de negro se encontraba de pie mirándola atentamente. A la luz de la claridad del tenue amanecer, denotó su cabello largo. Dejó de respirar, aunque no podía verlo bien por el contraste de luces y sombras, su corazón comenzó a bombear como si le fuera a estallar. Cabello largo... como él... ¿podría ser? pero entonces se aterró... no, no podía ser... no... el sujeto que estaba enfrente suyo era un desconocido... un desconoccido que ahora la observaba semi desnuda y estan solos en el bosque. Retuvo nuevamente el aliento ahogando un grito de pánico.
- Una señorita jamás sale de noche, una señorita jamás sale de noche... - Repitió su cerebro. Cruzó sus brazos sobre su pecho para ocultar en algo su dignidad, aunque sabía que con el agua la enagua estaba casi transparente, entonces sus piernas temblaron tanto que creyó iba a desmayarse. Pero no, no podía desmayarse... lucharía si fuera necesario, tenía que enfrentarlo como fuera si así la situación lo requería. Los rayos de sol comenzaron a salir tras las colinas y entonces lo vio más claramente, reconociéndolo enseguida. Era alto y algo musculoso, nada comparado como hacía siete años atrás. Su cabello negro tenía el mismo largo, a la cintura, pero estaba más enmarañado. Su rostro era serio, duro, el mentón casi cuadrado, los labios apretados, tensos, sus ojos... ella creyó morir... dorados... pero dorados demasiado intensos, casi anaranjados. Era sin lugar a dudas, él.
- ¿Inu... Yasha?- Musitó apenas sintiendo que todo era tal vez un sueño... un muy hermoso sueño. El joven la miró arrugando más el ceño y para sorpresa de ella, caminó hasta donde estaba hundiendo sus botas negras en la laguna hasta estar enfrente de la muchacha. Kagome se había quedado sin habla, temblaba tanto que creía iba a desfallecer, incluso su respiración se hizo forzosa. Lo estudió atentamente sin ser capaz de emitir un sonido. Él estaba tan serio, tan... no se parecía en nada al chico amable que ella recordaba...
- Veo que no has cambiado nada, pequeña Kagome... - Dijo con la voz tan ronca que la muchacha se sorprendió. No era la juvenil que recordaba, esto parecía incluso un reproche.-... sigues tan impetuosa...
Ella estaba paralizada y se abrazó más a sí misma sin saber qué responder. No sabía si sentirse feliz por ver a la persona que más había querido u... odiarlo por burlarse de esa forma...
- Yo... - Musitó bajando la vista de pronto totalmente avergonzada y sintiendo, a pesar del frío que tenía y que la piel se le había puesto de gallina, las mejillas completamente febriles-... debo irme...
Pasó por su lado rápidamente y percibió que apenas podía caminar. Finalmente llegó hasta la orilla y comenzó a vestirse con prisa, mirando de reojo al hombre que seguía de espaldas y que ella agradeció, aun así sus dedos temblaron tanto que apenas podía abotonar su blusa. Ya estaba lo suficientemente avergonzada como para nunca más mirarlo a la cara. En cuanto terminó de vestirse caminó con torpeza hasta el caballo y se subió de un salto. Lo miró nuevamente con pesar y él volteó. Ambos se observaron a los ojos y Kagome sentía que el estómago se encogía. Su ceño demasiado fruncido le erizaba la piel. Estaba cambiado, era obvio y no era el hecho de que fuera más robusto y musculoso y que las facciones de su rostro eran más varoniles incluso. Era su mirada temible, el color de sus ojos más oscuros que lo que recordaba, el ceño fruncido que la atemorizaba, y que siempre tuviera las manos en puño... como si estuviera conteniendo la ira.
Hubiera deseado decirle tantas cosas, tantas cosas que siempre había soñado mientras estaba en el internado, lo mucho que lo extrañaba, lo hermoso que eran sus cuentos, qué era lo que había hecho todo este tiempo... volteó sabiendo que la situación era embarazosa y aún peor... sintiéndose totalmente triste porque no era el encuentro que alguna vez imaginó sucedería. Instó al caballo a andar pero su voz llamándola la hizo detenerse en seco.
- ¡Kagome! - Ella no volteó, estaba paralizada y tragó nerviosamente-... sería prudente que no te acercarás a este lugar. Nunca más.- Ordenó categóricamente.
Ella apenas podía respirar, su voz tan agresiva la hizo tragarse las últimas palabras que hubiera deseado decirle: "Te extrañé... te extrañe mucho... no me importa que Kikyo te haya dejado... quiero verte otra vez... ¿puedo? ¿puedo?". Se marchó rápidamente de allí, deseando con toda su alma no encontrárselo nunca más. Y mientras cruzaba los prados verdosos al tiempo que el cielo se teñía de naranjas y amarillos, igual a los ojos diabólicos de él, comenzó a llorar con tanto dolor como hacía tiempo no lo hacía. Una pena tan grande comparada a cuando vio a sus padres ahogándose en el frío mar frente a las costas de América. No debía mirar atrás, no debía ¿para qué? tanto tiempo sin verlo, tanto tiempo añorando por encontrarlo nuevamente ¿y ahora? ¿a donde se había ido el Inuyasha amable y con su encantadora sonrisa en los labios? ¿a dónde? ¿qué había pasado?
Con la vista aún clavada en el lugar en que ella había desaparecido, dejó que su cuerpo se aflojara y sus puños se liberaron dejando denotar un par de garras que asemejaban a las de una bestia. En cuanto los rayos de sol lo tocaron estas se desvanecieron y el color de sus ojos también cambio al ámbar normal. Entonces cayó sentado en el agua golpeando con su puño esta, de rabia y de dolor. Debió haberse ocultado cuando la vio sentada al borde de la laguna meditando. Debió haber escapado cuando ella comenzó a desvestirse. Jamás debió aparecer delante de ella mostrando parte de su horrible faceta, a ella, a su pequeña Kagome que ahora sólo le inspiraba sentimientos contradictorios pero muy lejanos a la ternura que antes le hacía sentir. Era porque ahora aquella muchacha era mujer... y no la chiquilla que aferraba su mano mientras dormía y que le murmuraba un dulce "te quiero".
- ¡No! ¡No! - Quiso apretar su cráneo con sus propias manos intentando sacarse los pensamientos turbulentos que tenía por aquella muchacha. ¿Porqué le estaba sucediendo eso? ella era la chiquilla que él le enviaba cuentos infantiles... ella era la pequeña que se aferraba a su chaqueta ocultándose de aquella bruja tía ya muerta llamada Kaede... ¿pero qué había pasado? desde el momento en que la había visto inconsciente sobre la hierba le era imposible sacársela de la mente... sentía que el corazón le iba a explotar... ¡¿qué era lo que estaba sintiendo? apenas la había visto y ya le era una tortuosa agonía... jamás debió aparecer enfrente de ella... jamás...
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- ¿Kagome? ¿Kagome?- Sango quiso detenerla pero la muchacha entró en la habitación echa un mar de lágrimas. Corrió hasta el baño y allí la otra la siguió. Pensó lo peor. Tenía el cabello desordenado y húmedo y la ropa mal puesta. Retuvo el aliento ¿qué le había sucedido?- Kagome... - Murmuró arrodillándose a su lado mientras la muchacha se sentaba al borde de la bañera- ¿Qué pasó?
La joven que ocultaba el rostro entre sus manos se enderezó algo y Sango se estremeció. Jamás la había visto tan acongojada en su vida.
- Lo he visto... lo he visto... Sango... - Susurró ahogando los suspiros de dolor y mirándola atentamente. La otra muchacha arrugó el ceño sin entender, pero tranquilizándose en parte, al menos no le había pasado nada "malo".
- ¿Lo viste? ¿a quién?- Preguntó angustiada. Una lágrima rodó por su mejilla lentamente y Sango se angustió más. - ¿A quien viste, Kagome?
- A... a mi príncipe... - Respondió y se ocultó el rostro nuevamente. Sango no sabía qué decir ¿su príncipe?. Se levantó lentamente y la miró con atención mientras Kagome aún lloraba. ¿Su príncipe? Y de pronto la muchacha abrió los ojos con sorpresa como si entendiera todo finalmente... ¿Kagome desde cuando estaba enamorada!
Continuará...
N/A: n.n amo este fic... sí, ni yo me creo haber escrito dos capítulos en dos días... espero tengan paciencia para el prox. me toca una semana dura u.u... gracias por sus reviews... ya casi llegamos a los 100, gracias por el apoyo, se los agradezco de corazón.
Nos vemos amigas.
Lady Sakura Lee.-
