N/A: este fic empieza momentos después del final de la raid Sanctum of Domination y antes del último capítulo de la campaña Chains of Domination. No esperen una resolución a Shadowlands, no es lo que intento explorar, tampoco voy a pasar más que un capítulo ahí, desde el segundo simplemente salto al futuro y no se menciona más que muy por arriba cómo supongo que se va a resolver, únicamente por referencias al pasado. Tengo presente que Sanctum of Domination se supone que transcurre al poco de devolverle la memoria al Primus, pero lo voy a ubicar después del siguiente capítulo de la campaña Chains of Domination, durante el cual los campeones atacan Desmotaeron junto a Draka, Thrall y los maldraxxi, básicamente porque ese capítulo consiste en limpiar el camino a Torghast, barrer bajo la alfombra a Helya y despejar la entrada a la raid.

N/A 2: siendo honesto, este fic empezó como un berrinche por satisfacer mi undying fantasy de ThrallxJaina, pero, mientras iba escribiendo las escenas posteriores a la primera, la de Oribos, empezó a mutar en una jornada de Jaina acerca de redescubrirse, de aceptación propia y de cambio. En mucha menor medida, también para Thrall, pero más que nada para ella. Son personajes con los que crecí, Warcraft Orcs & Humans es el primer juego que toqué en mi vida, y si bien estos dos no son de ese, sino de la cuarta entrega (Orcs & Humans, Tides of Darkness, The Dark Portal, Reign of Chaos, The Frozen Throne, WoW), son los que siento que fueron cruciales y nunca tuvieron el reconocimiento que merecían en WoW. Ni la paz que se ganaron.

N/A 3: esto es un Thraina, por si no quedó claro de la nota anterior. Si no es de tu agrado, no tenés nada que hacer en este fic, cerralo y fue un gusto. No tengo nada en particular en contra de Aggra, pero, la verdad, para mí, Thrall y Jaina son el uno para el otro y no hay lugar para más. Al menos no tengo que terminar con Kalecgos porque ya Blizzard me hizo el trabajo de sacarlo del medio.

N/A 4: probablemente no sepa todo el lore ni todos los acontecimientos de WoW, pero en eso simplemente tomen como cierto lo que se dice acá para el entorno que se crea alrededor del fic, ¿okay? No juego WoW desde Classic, estuve en negación muchísimo tiempo sobre jugar. Finalmente fui por mi historia y me quedé por las raids, porque la historia me decepcionó terriblemente.


Acto I: Limbo

Porque a veces, uno entiende que perdió el rumbo.


Capítulo I: Caso aislado…

Y muchas veces, es algo que deja de, o comienza a, suceder, lo que lo hace notarlo.


Jaina permanecía sentada en el mismo lugar donde había sido encadenada y luego liberada, abrazándose las rodillas. Ahora mismo, considerando cómo se sentía tras lo que acababa de presenciar, estar atrapada en Torghast, siendo torturada sin motivo aparente, habría sido menos doloroso.

Se habría sentido menos… Vacía.

Eso describía bien en qué desasosiego se hallaba. Anduin había estado tan cerca, y aun así tan lejos. Thrall, Bolvar y ella habían hecho todo cuanto pudieron al enfrentarlo mientras los campeones distraían a Sylvanas, pero, en su afán por no lastimar al joven rey, aunque no se arrepentía de su intento, no habían logrado detener al Jailer.

Se había ido a quién sabía dónde, llevándose a Anduin consigo, dejando atrás a una Sylvanas inconsciente, vaya uno a saber en qué estado mental, a todos los campeones bastante malheridos, y a la existencia entera preguntándose si el momento actual sería el último.

¿Tenían tiempo de intentar algo más? ¿El Jailer tenía todo lo que necesitaba? ¿Tenía sentido seguir buscando algo que hacer? ¿Había algún remedio? ¿Podía la, supuestamente, hechicera más poderosa de Azeroth hacer algo al respecto? ¿Dónde estaba el maldito Khadgar ahora?

Khadgar no vendrá.

Porque él, contrario a ella, había pasado el último tiempo intentando salvar el mundo, en lugar de librando una guerra que sólo lo partió más. Reparó en lo que acababa de pensar y suspiró.

¿Sería ese su último suspiro? Sólo por comprobarlo, dejó ir uno más.

Thrall y Bolvar no estaban allí. Se habían llevado a los campeones a Oribos, ella misma les había abierto un portal para facilitar el transporte. Sylvanas, por otro lado, seguía tirada donde había caído, inmóvil, con un lado de su cara pegado al helado suelo de piedra trabajada.

Se preguntó qué pensarían los líderes de las curias acerca de ellos después de este catastrófico fallo. Ahora que lo pensaba, apenas había entablado conversación con ninguno de aquellos entes. Ni con Renathal de Revendreth, ni con Kyrestia de Bastion, ni con la orca Draka o el antaño Ashbringer, Alexandros Mograine, mucho menos la Reina del Invierno. Algo le decía que se cuidara de ese ente. No se veía tan paciente ni benévolo como los otros cuatro.

Y el Primus… Menos de un día había transcurrido desde que los campeones lo recuperaron. En menos de un día, condenaron toda la existencia por devolverle la memoria.

Jaina bajó la cabeza, apoyó la frente en sus rodillas, teniendo ganas de llorar, pero, al mismo tiempo, preguntándose si tenía derecho. Ella misma había participado de esto. No habían tenido la intención de que terminara así, pero… Bueno. Tampoco habían querido que Varian muriera, ¿cierto? Y aun así, fue asesinado por Gul'dan.

¿Quizás deberían intentar volver a Azeroth por aliados? ¿A Outland? ¿A Argus, o al Panteón de los Titanes, en busca de Illidan Stormrage?

Bufó.

¿Desde cuándo buscaba ayuda para los problemas que creaba? Nunca la había tenido.

En su momento, creyó que Arthas Menethil sería el que estuviera siempre presente para ella. Pero entonces se quebró. Luego, creyó que Kalecgos podía ser esa persona, pero se halló a sí misma alejándose de él eventualmente. Incluso había creído casi ciegamente en Thrall, hasta que dejó a Garrosh a cargo de algo de lo que claramente no podía ocuparse. Ni estaba en el lugar correcto mentalmente ni tenía la capacidad. Pero, muy en el fondo, entendía que el orco necesitaba respirar. Muy en el fondo, sabía por qué le había dejado el cargo al primero que le vino a la mente.

Unirse a un grupo de chamanes que trabajaba por un bien mayor y poner sus habilidades en uso en otra parte, donde se las necesitara más ciertamente sonaba a Thrall. Siempre había sido alguien que buscaba la más noble causa posible para sus acciones, y se arrepentía terriblemente de sus errores.

Por eso Garrosh lo había roto a él también.

Thrall y ella, sin embargo, eran bastante parecidos. Es decir, Jaina no había sido una esclava ni le habían dado un nombre que literalmente significaba eso, pero, al igual que él, ni había sido criada para liderar, sino todo lo contrario, ni lo había deseado. Al principio, cuando sólo era Theramore y la Horda, no era mucho problema. Pero luego, hubo que considerar a los Night Elves. Después, apareció Varian Wrynn en su ciudad, sin recuerdos. Luego, Thrall encontró al hijo de Grommash y no pudo dejarlo. Y así la situación siguió escalando. Dragones desquiciados, reyes locos, rebeliones, sociedades secretas, el Azote, la Legión, el descubrimiento de Pandaria, la ferviente e irrefrenable necesidad de Garrosh de asegurarle algo a su gente, la infinita incapacidad de Varian para confiar en Thrall, el malhumor de este último por ser puesto a prueba una y otra y otra vez, aun después de que junto a ella, Tyrande y Malfurion salvaran el mundo de Archimonde y volviera a hacerlo, luego, de Deathwing…

Hecho que todo el mundo simplemente menospreció.

Ella también había hecho todo eso, igual que él, y no había dejado a cargo a un idiota descontrolado.

Se recostó en el suelo de piedra.

Se dijo a sí misma que no debía caer presa de esos pensamientos otra vez. Por supuesto, ya nada sería nunca como Thrall y ella lo habían pensado alguna vez, pero estaba quedándose en el pasado.

Torció la cabeza a un costado cuando oyó pasos, y vio al objeto de sus últimos pensamientos, junto a Bolvar, saliendo del portal. Ya sólo debían llevarse a Sylvanas.

Y el segundo así lo hizo, dándole la espalda, pero el orco siguió mirándola con una expresión difícil de leer hasta para ella.

- ¿Están bien los campeones? - preguntó para quitar esa mueca de su rostro.

No sabía por qué, pero le asustaba lo que veía en esos ojos azules.

- Lo están. - confirmó el corpulento ser verde. - Les dimos primeros auxilios y ahora Tal'Inara los está supervisando. -

Para sus adentros, Jaina bufó divertida, pensando en ser atendida médicamente por un ente fantasmal del "más allá", pero su fugaz momento de alegría no llegó a dejarse ver en su cara.

- Al menos algo está bien. - dirigió sus ojos hacia arriba, a la infinita penumbra que se erguía todo alrededor de la Ciudad Eterna.

Oyó pasos muy pesados en su dirección, y supo que su amigo verde se aproximaba. No se movió en absoluto.

- Jaina. - le oyó decir en tono de súplica. - Levántate. Ve a descansar. -

Esta vez la mofa sí alcanzó el exterior de la hechicera.

- ¿Tú vas a decirme eso? ¿Qué sigue, me lo va a decir Bolvar? -

- Quizás la banshee. - comentó el de piel carbonizada mientras metía un pie en el portal llevándose a la susodicha al hombro. - No tarden. Debería cerrar el portal cuanto antes, Señorita Proudmoore. Está agotada. Se nota. -

Ella hizo como que no lo escuchó. Siguió mirando al cielo, ignorando el cansancio del que era presa. No había hecho tanto como cuando ocurrió el ataque de la Legión, así que seguramente era agotamiento mental, pero se sentía como si hubiera estado corriendo sin dormir por un buen tiempo.

Algo que seguramente era verdad. ¿Qué día era en Azeroth siquiera? ¿Cuánto había pasado desde que había dormido algo?

- Jaina. - volvió a llamarla Thrall, y ofreció. - Puedo llevarte si no quieres moverte. -

La comisura derecha de los labios de la maga intentó levantarse apenas, pero eso hizo que le doliera la mejilla. El puñetazo que había recibido de Anduin todavía le dolía horrores.

Así que, en su lugar, simplemente retorció los dedos en un hechizo y se ayudó a sí misma a ponerse de pie sin dilación. Se quedó allí, mirando a los ojos de Thrall, unos instantes, notando una intensa preocupación en ellos.

Apartó los suyos.

No era capaz de mirarlo directamente más que unos segundos desde que chocaron agua contra viento y ella había sopesado empalarlo con una lanza de hielo, aunque hubieran hecho las paces durante los acontecimientos de Pandaria.

Decidiendo que no tenía el valor para intentar enfrentar esa mirada, y apenada por su propia falta de agallas, comenzó a caminar hacia el portal, pero las piernas le fallaron. Soltó un quejido de dolor y alcanzó a levantar un bloque de hielo del que sostenerse para no caer al suelo, pero, antes de que llegara a agarrarse, una enorme mano verde detuvo su caída.

La palma y los dedos que la sostuvieron se cernían sobre todo el frente de su abdomen, y la mujer, por reflejo, acabó por agarrarse del brazo de Thrall.

- Creo que… Estoy más cansada de lo que pensé. - cedió. - Pero aun así no… -

El orco la ignoró.

La volteó con facilidad, pasó su otra mano por detrás de sus rodillas y, sin esfuerzo aparente, la alzó y salió caminando hacia el portal.

Jaina no se quejó ni pataleó. Estaba demasiado exhausta y deprimida para hacerlo. Tampoco atinó a congelar las manos que la cargaban como había hecho una vez en el pasado. No, esta vez, culpando a su debilidad mental momentánea, todo lo que hizo fue regodearse en el contraste del helado suelo con las manos calientes de Thrall, y, tan disimuladamente como le fue posible, descansar su cabeza en el brazo verde de su amigo mientras lágrimas se escapan de entre sus pestañas, sin ser acompañadas por espasmos ni sollozos.

Así de harta estaba de ser fuerte. De no expresarse. De resistirse. Ni siquiera se había permitido una solitaria lágrima frente a su madre allá en Thros. Pero con Thrall… Siempre acababa expresando lo que le pasaba.

Siempre había sido así con él, incapaz de fingir, con lo que realmente pensaba escapándose de entre sus labios. Con quien más había podido expresarse era este orco. Con quien más había hablado de corazón a corazón. Con quien más momentos de confianza había compartido. Con quien más veces se había jugado la cabeza.

Y él siempre la había cuidado.

Incluso mientras ella le dio la espalda y declaró que mataría a todo orco que se cruzara en su camino, este en particular jamás levantó la mano en su contra, ni la acusó de nada, sino todo lo contrario.

- Thrall… - lo llamó en un hilo de voz, algo que a él le preocupó, ya que Jaina nunca jamás había usado ese tono, ni siquiera cuando mató a su propio padre. - Lo lamento. - la voz le tembló mientras apretaba el enorme brazo con su mano. - Lo lamento tanto. Nunca debí… - lo miró por un instante y luego volvió a cerrar los ojos. - Sólo… Lo siento. -

Él no respondió de inmediato. Simplemente siguió caminando hacia quién sabe dónde, a ella le daba igual, sabía que la llevaba a descansar. Siempre lo hacía. Finalmente, fue dejada sobre algo que parecía ser una cama improvisada a base de tela esparcida sobre el suelo, en un rincón de la sala que habían estado usando para reuniones.

No abrió los ojos. Decidió que dormiría cuanto pudiera. Al menos, lo que su cabeza le permitiera antes de llenarla de pesadillas como era costumbre. Fue entonces que sintió sobre su mejilla fría unos dedos grandes, los de quien la había cargado hasta ahí.

- Ya no te culpes. - susurró con su voz gruesa. - Yo no te culpo. Debí escuchar a Cairne cuando me dijo que no dejara a Garrosh a cargo. - apartó su mano, la apoyó en el suelo, habiéndose sentado en el mismo previamente, al lado de la mujer, y dejó ir un largo suspiro. - Temía que no fuéramos a preocuparnos el uno por el otro nunca más luego de lo de Theramore. Lo habría entendido, - aclaró. - pero no me habría gustado. Y quiero repetirte que… -

- No. - lo detuvo ella. - No hay nada más que decir sobre eso. Ya lo hemos dicho todo. Sólo… Dejémoslo atrás, ¿sí? - hizo un pequeño esfuerzo para retorcerse y poner su pequeña mano, en comparación, sobre la del ser verde. - Thrall, ¿cómo… Cómo es que eres tan gentil conmigo? - pidió. - Te he oído discutir con Varian, con Anduin incluso, y no usas ese tono. Pero en el instante en que te diriges a mí, tu voz… Es como si… -

- ¿Como si no fuera una bestia de otro mundo? - aventuró él, y Jaina cabeceó de mala gana.

- No te refieras a ti mismo así, eres de lo más… -

- ¿Humano? - volvió a interrumpirla, y la hechicera dudó un momento antes de cabecear en afirmación. - En mis ojos, tú eres tan obstinada que pareces una orca. - comentó, y eso le quitó a la mujer una suave y corta carcajada, que en seguida se vio opacada por un quejido.

El orco apretó los labios y atinó a revisarle el torso, pero fue detenido por la pequeña mano sobre la suya dándole un apretón.

- Estoy bien, ya me eché algunos hechizos por mi cuenta. No te preocupes, orco grande y feo. -

En respuesta, Thrall bufó. Eso sonaba relativamente normal. Notó entonces que sus manos seguían en contacto, contrario a lo que era la norma desde hacía un tiempo, aunque no hizo el más mínimo intento de alejarse.

- Jaina, estaba pensando… Todo este rato he pensado en que… Nunca antes en mi vida había tenido las sensaciones de terror y ahogo por las que estoy pasando ahora. Ni siquiera cuando la Legión invadió Azeroth. - tragó saliva dificultosamente. - O cuando enfrenté a Deathwing. Porque sabía… - guió sus ojos a los de la hechicera y los halló cargados de entendimiento. Le pasaba lo mismo. - Sabía que aunque fallara, aunque el mundo se viniera abajo, habría alguien más allá afuera que intentaría hacer algo. Había más gente detrás de mí. Pero esto… - miró alrededor. Oribos era un desastre. - Esta vez no hay nadie detrás de nosotros. Por lo que sabemos, podríamos desaparecer de un segundo a otro, y… -

Jaina se rió.

- Ya pasó un segundo. - intentó aligerar el ambiente, aunque ella misma estaba casi temblando.

Thrall se quedó pasmado por un instante, y luego le ofreció una suave sonrisa.

- Punto entendido. - dijo. - Pero… -

- Pero no respondiste mi pregunta. - lo cortó en seco ella, apartando cualquier deseo previo de dormir por el momento. - Siempre fuiste directo, grandote. No dejes de serlo ahora. Yo también tengo algo que decir. - forzó una mueca burlona, soportando el dolor en su mejilla esta vez. - Si el gran ex-líder de los orcos tiene miedo de hablar, ¿quizás la débil princesa humana debería hacerlo primero? -

Tono de mofa de por medio incluido, él sabía que ella sólo lo estaba molestando. Jaina nunca le había reprendido por dejar ver sus debilidades. Incluso le pagaba con la misma moneda y le permitía ver las suyas. En todos los años que llevaban de conocerse, jamás las habían usado en su contra.

Si acaso habían hecho algo con eso, era cubrirlas mutuamente.

- Gran hechicera, desconozco qué haría este humilde y débil guerrero sin su consejo. - confesó desde lo profundo de su corazón.

Ella movió levemente el hombro en respuesta.

- ¿Quién sabe, quizás correr por ahí con una orca y pequeños orquitos? -

Thrall iba a reírse, pero entonces reparó exactamente en lo que sus oídos habían escuchado. En que la mujer lo observaba fijamente sin humor.

- Jaina, ¿estás insinuando que tomé a Aggra… Porque estábamos distanciados? -

Cualquier mueca se fue de la expresión de la hechicera, que procedió a dirigir su mirada al techo y permanecer en un silencio absoluto por minutos enteros. Finalmente, aspiró profundamente y soltó todo el aire contenido. Su cara permaneció inmutable.

- No. Creo que adoras a Aggra. Sólo digo que hemos pasado por mucho. - eligió las palabras con cuidado. - Y que creo, de verdad, que nos mezclamos demasiado en política y nos perdimos a nosotros mismos. Extraño al Thrall que aparecía de un momento a otro en mi puerta, con frutas, a escondidas, ¿sabes? Estoy segura de que extrañas a la Jaina que se metía a Grommash Hold sin permiso y sin que los guardias lo supieran. Y si dijera que no eres la persona que más agradezco conocer y tener cerca, estaría mintiendo. - se mojó los labios con la lengua. - La magnitud de la mentira sería similar al problema que causó el que Gul'dan fuera lanzado a esta dimensión desde la del otro Draenor. -

El orco tragó saliva. La garganta se le había secado de pronto y sentía todo su cuerpo hormiguear.

- ¿Estás… Diciendo que… ? -

La humana sólo afirmó con la cabeza. Una única vez. Nada más. No pronunció una respuesta, ni lo miró ni se movió un solo milímetro más.

- ¿Cuánto llevamos así? - preguntó, retóricamente. - ¿Cuánto tiempo llevamos manteniendo esto en silencio? ¿Cuántas visitas nocturnas hemos compartido sin dejar ni rastro de los acontecimientos en nuestras caras? - forzó una sonrisa de vergüenza y dolor. - Le mentí por omisión a Kalec. Tú a Aggra. Y también nos mentimos a nosotros mismos. - su expresión se agrió mucho más en menos de un segundo.

Él observó su rostro. Notó que hacía un terrible esfuerzo por no dejar salir nada de lo que pasaba por su cabeza ahora mismo, algo que hizo que a Thrall le hirviera la sangre, puesto que no soportaba verla sufrir, así que giró la mano sobre la cual descansaba la de ella y la tomó en la misma. Alargó la que le quedaba libre a la cabellera de la hechicera y se permitió hacerle una caricia. La vio hacer el más leve de los movimientos en un intento de acercarse al contacto, y eso fue su confirmación. Cerró los ojos, sintiéndose repentinamente culpable de esas acciones. Hasta la fecha, habían siempre actuado como si nunca hubiera ocurrido nada.

No era como que desde que comenzó una familia con Aggra la hubiera engañado. Sólo convenientemente no había mencionado su afecto por una hechicera humana. Ni las incontables noches que habían compartido con anterioridad. Y lo mismo había pasado del lado de Jaina.

- Cuando estuvimos frente a frente por primera vez, en la cueva a la que nos guió Medivh… Mi primer instinto fue ponerme en guardia. - empezó el antaño líder de la Horda. - Pero luego, un día, después de la batalla de Mount Hyjal, ya no pensé en tener cuidado de ti. - cerró los ojos, rememorando la ocasión. - Recuerdo que incluso te envié una carta con un corredor, sugiriendo un banquete. -

Los labios de Jaina se curvaron en una suave pero muy pequeña sonrisa. Demasiado pequeña. Triste.

- Y yo cociné con magia para más de veinte mil humanos, enanos, gnomos, trolls, taurens y orcos. Lo recuerdo. - miró a Thrall por primera vez en lo que habían sido minutos enteros. - Aunque insististe en asar tú mismo lo que Cairne, tú y yo comimos. Lo recuerdo también. Nunca había tenido a nadie cocinando para mí voluntariamente. - reconoció, acomplejada. - Fue… Se sintió bien. Y luego… Uh… Mi temperatura debe estar alta, estoy teniendo frío. - el orco sin dilación ni dudas se quitó la piel de lobo de los hombros y la estiró sobre el pequeño cuerpo de la hechicera, asegurándose de cubrirla entera. - No… -

- No lo decías con la intención de que hiciera esto. - se adelantó él. - Pero nada en este lugar te calentará tanto como la piel de mi viejo lobo. Lleva un buen tiempo cuidando de mí, y cuidará de todos mis allegados. Especialmente de ti, Jaina. -

Un gesto tan… Simple. Y aun así… Aunque no es el único que ha hecho esto por mí… Es el único que me afecta tanto cuando lo hace.

Le lanzó al grandulón una mirada tan cargada de agradecimiento como pudo.

- Como decía, - continuó en cuanto lo vio asentir en reconocimiento. - luego de comer, recuerdo claramente que no hubo mucha interacción entre nuestras tropas. Se mantuvieron cada grupo por su lado… Aunque tampoco se quejaron unos de otros ni se pelearon. Seguro, había miradas problemáticas, pero no escaló. Y fue cuando tuvimos esa conversación. - le lanzó una sonrisa socarrona como pudo.

Thrall apoyó los codos en sus rodillas y el mentón en sus puños.

- Fue gracioso ver cómo te sonrojaste imaginando el tema en cuestión. Es una vista que nunca voy a olvidar. -

- Parece que fue hace tanto. - comentó ella con expresión soñadora. - Y Cairne… Dioses, nunca pensé que diría esto, pero lo extraño tanto… No me imagino lo que debió dolerte. -

El orco adoptó una mueca solemne.

- Y lo que sigue doliendo, por más que no sea reciente. - Jaina vio su expresión ablandarse. - No tenías mucha relación con él. Gracias por apreciarlo de todos modos. Fue como haber conocido a mi padre, saber lo que era tener uno y perderlo antes de realmente disfrutarlo. - suspiró pesadamente. - Pero no estábamos hablando de eso. - carraspeó. - Hablábamos de… Cosas que no hemos dicho. - la miró fijo por unos momentos, que a ella se le hicieron minutos enteros. Finalmente, continuó. - ¿Hasta dónde tiene sentido expresar algo de esto? - preguntó, con tristeza y temor en su gruesa voz. - ¿Hasta dónde sería aceptado? - su mirada se suavizó aun más. - ¿No te perseguirían por ello? Hay muchos, a mi parecer, que querrían quemarte en la hoguera por estos sentimientos. Y el poco respeto que todavía comando en la Horda se iría al océano. -

La mujer apretó los labios. Thrall no estaba equivocado.

Sin ir más lejos, los mismos kul tiranos querrían quemarla por abrirse de piernas a un orco voluntariamente, ni hablar de si lo aceptarían. El único que le venía a la mente que aceptaría sin más el que la hechicera humana más poderosa de Azeroth saliese con un orco era Anduin, y no estaba en condiciones de aplacar a las masas, ni lo estaría en mucho tiempo.

¿Hasta dónde tiene sentido expresar algo de esto? Resonaron las palabras de Thrall en su cabeza.

Pero entonces notó algo. La predisposición implícita del orco de dejar atrás a su familia, simplemente porque no los incluyó en sus planteos.

Jaina se sintió derretirse por dentro. No es que quisiera destruir una familia, pero eso no le impedía regodearse en la sensación de saber que alguien abandonaría todo por ella. Ni tampoco quería seguir callando. ¿Qué había hecho para ganarse tal devoción? No era capaz de entenderlo.

- Quizás estoy siendo irrazonable, o egoísta, pero la verdad es que ya no me importa. - bufó fuerte. - Me importa tan poco ahora mismo que si no supiera que te molestaría, te abrazaría en este instante. -

- Deliras, mujer. - el orco se retorció un poco en el lugar, pero no se apartó de donde estaba. - Debe de habérsete subido la fiebre. - le acarició la frente y notó que había acertado.

Jaina lo miraba con una ceja levantada, como cuestionando si realmente estaba tomándola en serio.

- Me angustia no poder hacerlo. - reconoció con un dolor en el pecho. - Pero también me angustia que para eso debas renunciar a… - no pudo expresarlo, pero el cambio en la mirada del orco delató que había interpretado las palabras faltantes.

Ahora fue el turno de Thrall de verse cuestionante. Retiró su mano de la frente de Jaina y se la quedó viendo.

- ¿En serio tú estás diciéndome eso? ¿Sabiendo a qué cosas has renunciado por mí en el pasado? -

Ella quiso protestar, pero se halló incapaz. No podía decir que no había sido por él. Si hubiera sido Grom Hellscream liderando la Horda, probablemente no lo habría hecho. Pero aun así, no estaba cómoda permitiéndole abandonar lo que había construido. Ella podía esperar. Quizás en tres o cuatro décadas, con suerte, Aggra moriría antes que Thrall y todavía podrían disfrutarse algunos años sin culpabilidad.

¿En qué estoy pensando?

Tomó aire y lo contuvo en sus pulmones, intentando alejarse del tema. Y cuando estaba abriendo la boca, alguien la interrumpió.

- Go'el. - dijo una gruesa y firme voz de mujer.

Parada detrás del aludido, la hechicera reconoció a una orca maldraxxi.

Inalterable, el antaño chamán se puso de pie despacio, volteándose en el proceso.

- Madre. - la reconoció. - ¿Llegaron a una resolución? -

- Nada. - contestó. - Sólo podemos hablar acerca de redoblar defensas y terminar de tomar las Fauces. El Primus está pensando cómo proseguir, pero no expresó nada por lo pronto. Se ve preocupado. - cabeceó hacia la mesa donde siempre Bolvar y Tal'Inara habían estado discutiendo las Shadowlands y el Jailer. - Draven quiere encargarte algo, ve para allá. -

- Enseguida. - miró hacia Jaina un momento. - ¿Podrías vigilarla mientras no estoy? Tiene la costumbre de hacer locuras estando en mal estado. -

La hechicera rodó los ojos y lanzó un suspiro exasperado.

La orca, por su parte, captó el significado detrás de las palabras de su hijo: me preocupa, no quiero dejarla sola.

Debería haber hecho alguna mueca de desagrado ante la muestra de debilidad. Cualquier otro orco lo habría hecho. Pero los del clan Frostwolf no eran como el resto. Tenían… otro tipo de orgullo. Otro tipo de fuerza.

- Por supuesto. - la orca se dejó caer en el suelo, sentándose a los pies de la mujer. En cuanto su hijo se hubo alejado, entornó los ojos en su dirección sin perder un solo instante. - Cuando morí, no habría ni soñado por casualidad ver un día algo como lo que acabo de presenciar. - reparó en la expresión de Jaina, que iba de dolor a pena y de vuelta. - Esto es un caso aislado, ¿cierto? No hay ninguna paz. Tu gente y la mía siguen en conflicto. -

Asintió con la cabeza.

- Las atrocidades sólo han ido escalando. No todo fue iniciado por los orcos, sin embargo. - no dijo nada más al respecto, y la orca pareció entender que no quería hablar de ello.

- Imagino que tú eres Jaina Proudmoore. - aventuró. - No veo ninguna otra mujer por aquí canosa y con unos pocos mechones rubios. -

Tosca. Su cara es similar a la de Thrall. La llamó madre. Ha de ser Draka, la líder suplente de Maldraxxus, de la que me habló en algunas ocasiones. Murió cuando terminaba la primera guerra. Lo que sea que sepa es de la boca de él.

- Lo soy. - accedió. - Su hijo le habrá contado las atrocidades que cometí. - puso una sonrisa avergonzada. - Maté muchísimos orcos. -

Draka chasqueó la lengua.

- No dijo más que buenas cosas de ti. - miró un momento hacia su hijo y luego de vuelta a Jaina. - Acerca de cómo sacrificaste incluso a tu propio padre por intentar la paz. Cómo eres el humano más valiente que conoce y casi pasarías por orca. - se rió a modo de mofa. - No podía creer lo que me contaba. Pero después de escuchar acerca de lo que aconteció en el Santuario… Te respeto. Serías una excelente adición a los ejércitos de Maldraxxus, pero, la verdad sea dicha, niña, es probable que termines entre los Venthyr. - estudió su cuerpo. - Eres demasiado flacucha para tener tanto poder. Igual que ellos. Y tienes tanto odio y rencor en tu ánima… Similar a ese Kael'thas en el que viene trabajando la Accuser. -

La humana miró el grueso brazo de la dirigente suplente de Maldraxxus y tragó saliva. Era del tamaño de su pierna. Imaginaba que no tenía tanta fuerza como Thrall, pero no podía evitar sentirse intimidada.

- Me… ¿Siento honrada? - dijo, todavía incierta, ignorando la parte final. - Lo lamento, todavía hay cosas que no entiendo de su cultura, aunque reconozco un cumplido. -

La maldraxxi se quedó en silencio por unos momentos, claramente sorprendida. Cuando volvió a hablar, no sonó como un orco bruto como debía haber sido, considerando la época en la que vivió, sino a un ser vivo agotado.

- Eres una gran influencia para mi hijo, ¿lo tienes presente? Go'el creció para no ser un orco cualquiera. Sufrió mucho por tu especie, pero, por lo que veo, también hubo otros que lo trataron bien. Como tú, o ese Anduin que anda por ahí arrastrado por el Jailer. No puedo hablar con ese otro humano, así que te lo preguntaré solamente a ti. - la miró fijo a los ojos. - Jaina Proudmoore, ¿qué es Go'el para ti? -

Jaina no era alguien fácil de intimidar. Se había parado frente a Archimonde y le había dicho 'no' sin dudar. Había enfrentado a Illidan Stormrage. Al Azote de los Muertos Vivos, a Kel'Thuzad, a Arthas, a Deathwing, a dioses de una isla perdida, a la Horda de Hierro, a la Legión de Fuego, a Azshara y N'Zoth… Pero esta situación la incomodaba de maneras en que no era consciente de que se la podía incomodar.

- Me he... Estado preguntando eso mismo, y no… Hemos hablado mucho del tema… Primero por situaciones políticas… - ¿por qué se lo estaba diciendo? Desvió la mirada y acabó cerrando los ojos. Frunció el ceño. - Luego por tragedias… Después hubo guerra de nuevo y yo… Le había dado la espalda. Lo culpaba por cosas que… Aunque eran su responsabilidad, no eran su culpa. Y… -

- Alto. - la detuvo Draka, levantando la mano, y la hechicera abrió los ojos para verla. - Estás dando vueltas. No es nada complicado. Yo ya lo entendí, para que lo sepas, y en vida no fui ninguna chamana ni estudiosa de nada, contrario a ti. Necesitaba saber si tú lo entendías. Si él lo entendía. - juntó las cejas. - Nunca se te ocurrió que podrías anhelar a un orco, pero lo haces. No te tengas lástima, humana, eso es para los idiotas. - entornó los ojos, que desprendían un fuego verdoso, típico de un maldraxxi. - Y no pienses mucho en la compañera de mi hijo. Esa orca probablemente supiera que Go'el no era para ella. Nadie elige de quién sentirse atraído. - puso una mirada complicada y se puso de pie ágilmente. - Necesita aceptar que mi hijo no es totalmente un orco. Y por lo tanto, una orca no puede darle lo que necesita. Es la cruda verdad. Además… - hizo una mueca. - Eso de compañero de vida no es para todos. A veces, uno elige erróneamente. - bufó. - Esta estupidez que están haciendo de no ser honestos es deshonrosa. Entiendo que hubiera problemas de liderazgo y demás, pero, entonces, en todo caso, simplemente desafíen a un Mak'gora a quien esté en su camino. Si pierden, simplemente significará que no debía ser. O que no son lo suficientemente fuertes para realizarse. Fin de la historia. -

Jaina no alcanzó a replicar.

Vio a Thrall llegar a ellas. Por eso Draka se había puesto de pie. Para irse. Para dejarla sin posibilidad de respuesta. La estaba arrinconando.

Los orcos despreciaban la debilidad. ¿La estaba midiendo? ¿Le molestaba que su hijo fuese débil cuando ella estaba cerca? ¿Que no fuera un verdadero orco?

Sufrió mucho por tu especie, pero, por lo que veo, también hubo otros que lo trataron bien.

No. No había nada detrás de sus palabras. No había segundas intenciones. Sólo lo que se veía a simple vista.

- Go'el. - dijo la orca inclinando la cabeza en su dirección. - Jaina Proudmoore. - cabeceó hacia ella. - Piensa en lo que te dije. -

Y luego echó a andar sin más.

- Discúlpala. - dijo Thrall tras un breve silencio. - Se mueve con las viejas costumbres, no sabe… -

Ella movió la mano en un gesto disuasivo.

- No, no. No fue irrespetuosa ni nada, si eso es lo que te preocupa. Incluso puede que… Ofreciera consejo. - decidió decir, y el orco la miró sin entender. - Y creo… - se le secaron los labios. - Creo que he temido algunas cosas por demasiado tiempo… Por nada. Quizás… Debí simplemente actuar sobre ello y al diablo las consecuencias. - suspiró. - Nunca quise ser una líder, Thrall. Ese era el futuro de Arthas. El de Uther. El de Varian. Anduin. No el mío. Pero lo hice. - hizo un esfuerzo por sentarse, acomodándose contra la pared, todavía envuelta en la piel de lobo. - Y aunque no me arrepiento, y, de tener la oportunidad, volvería a dirigir Theramore… Quizás me permitiría ser más abierta contigo. Más… Cálida. - se miró las manos mientras pensaba como siempre quise ser, cosa que no convirtió en palabras. - Es gracioso que mi proeza sea con el hielo. - comentó distraída.

El orco no respondió enseguida. Masticó sus palabras con lentitud, pensó en ellas, se preguntó cuál era su postura.

- Jaina. - la llamó un rato más tarde. - ¿Cómo siquiera lo haríamos? ¿Podemos, incluso? Nuestras culturas son muy diferentes. -

De nuevo la implicancia de que dejaría todo en un suspiro por ella. ¿Cómo debía sentirse sobre ello?

- Lo sé. - respondió amargamente la hechicera. - Sé que no sería fácil. Sé que somos de mundos diferentes. Pero, Thrall, ¿no solíamos pensar también que no podríamos sentarnos a la misma mesa? Y sí tuvimos ese banquete del que hablamos antes. - tragó saliva. - Esto no es diferente. -

Se preguntó por qué estaba tan predispuesto a dejar a su esposa.

- Pero… - se detuvo, captando el punto. - Jaina, temo lastimarte. Quiero decir físicamente. Un apretón de manos demasiado fuerte, un abrazo demasiado fuerte, un sacudón, o cuando… -

- No lo sabes. - espetó ella, algo molesta. - No sabes si nada de eso va a suceder. Yo no creo que suceda. La cantidad de veces que sacudiste mi hombro es incontable, - argumentó. - y nunca me lastimaste. - adoptó una mueca burlona. - Ya hemos compartido cama antes, incluso. Además, conmigo siempre has sido más delicado que incluso cualquier humano. Más considerado también. - suspiró. - Yo tampoco sé cómo lidiaríamos con cada cosa exactamente, pero estoy más que dispuesta a intentarlo. Ya no puedo seguir con estas dudas. - sacó una mano de debajo de la piel de lobo. - Ni quiero. Así que, grandote… ¿Lo quieres intentar? - tragó, con los nervios a flor de piel. - No… No tomaré mal una negación. Soy… Soy consciente de que… Estás casado y todo eso, pero si… Si hubiera la más remota chance… Quiero por fin que esto suceda. -

Thrall la miró fijo unos momentos, atontado. Ni en sus más salvajes sueños se le habría ocurrido que tendrían esta conversación.

- No perderé la oportunidad, independientemente del precio. - confesó, con cierta alegría. - Pero, ¿estás segura? No querría… No querría que te sintieras mal, o… -

- Es por ese tipo de pensamientos – lo interrumpió ella. - que esta conversación está ocurriendo. De nada he estado más segura en mi vida. -

Sin más dilación, el orco tomó la mano de Jaina entre las dos suyas, con una delicadeza que uno no creería que alguien de su tamaño tendría.

- No tengo idea de cómo esto se supone que funcione. - aclaró. - Pero… Por ti, Jaina… Haría lo que fuera. Esto, lo sé. -

La vio sonreír genuinamente y lanzarle una mirada cargada de aprecio y cariño, como hacía años que no podía, y cerrar los ojos antes de volver a recostarse.

- Gracias. - dijo, controlando su voz, que, de otra forma, habría temblado. - ¿Qué será de Aggra? ¿De tu familia? - preguntó, a pesar de saber que era un tema complejo.

Lo oyó suspirar. No abrió los ojos. No lo soportaría.

- Será lo que deba ser. Todo lo que sé es que con ella no soy yo mismo, y lo nota. Lo sabe. Es consciente de que me fuerza a ser algo que no soy, y es consciente de que no podía continuar así por siempre. Estoy seguro de que lo va a entender. - tragó saliva sonoramente. - Tan mal como eso suena. Los niños, por otro lado… No lo sé. Puede que me odien por un tiempo. O para siempre. Pero simplemente seguiré cuidándolos. - se resignó. - Y eso es todo. -

Jaina se sintió enfurecida y halagada a partes iguales. Enfurecida consigo misma por estar provocando estas cosas y halagada porque al orco le bastase un único latido de su corazón para dejar todo por ella.

- En eso te di experiencia. - dijo, en un hilo de voz. - En… Cuidar a alguien que te odia, quiero decir. - tragó saliva.

Él no respondió al comentario. No quería pensar en lo mucho que le dolía el pecho durante aquella temporada en que no se dirigían la palabra y se suponía que debía temer por su vida si la veía.

Y en cuanto a Aggra… Era tal y como había dicho. Él sabía que ella tenía presente que le exigía un cambio que no era capaz de mantener. Y aun así, lo había intentado, porque realmente la quería y disfrutaba de su compañía.

Pero no era Jaina.

Otra cosa que ambos sabían.

- Me gustaría que dejaras de sentirte culpable. - pasó suavemente su dedo gordo por el dorso de su mano. - Es el pasado. Esto es el presente. -

Siempre había sido mala dejando las cosas ser. Pero quizás… Quizás… Que lo primero que dejara ser fuera dejarse querer por este orco en particular… La guiaría a ser una vez más la Jaina que fue durante su juventud.

Su curiosidad había muerto con el paso de los años, devorada completamente por el rencor y el deseo de masacre. Por un tiempo, se había desquitado con demonios. Había enfrentado oleadas enteras ella sola, intentando probarle a la Horda que la retirada que tomaron durante el ataque inicial había sido únicamente un signo de debilidad, pero, en realidad, todo lo que probó, supo cuando casi la mataron después de la muerte del rey Rastakhan, fue que era una idiota.

Que debió haber permanecido junto a los demás. Que los verdaderos héroes de esa guerra habían sido los draenei, la Armada de la Luz, Illidan Stormrage y los Campeones de Azeroth, de los cuales aproximadamente la mitad eran miembros de la Horda.

Y aun cuando casi la mataron esa vez, igual colaboraron en dejarle saber de los planes de Sylvanas de usar a su difunto hermano Derek en su contra.

Suspiró. Había perdido la cuenta de cuántas veces había hecho eso durante este rato.

- Está bien. - accedió. La verdad era que ya no quería tentar al destino. Si Thrall decía estar seguro, si se lo decía a ella, era porque esa era la verdad. - Voy a creerte. - le lanzó una mirada fugaz e inquieta antes de volver a clavar los ojos en el alto techo, notando que la observaba fijamente. - Para ser honesta, ya no me importa nada. Estoy harta. Esto es el colmo. Si sobrevivimos a todo este asunto, por favor… - miró a cualquier parte menos a sus ojos azules. - Vámonos lejos. Donde nadie nos encuentre. Y quedémonos allá. Solos. Alejados de toda esta basura. - sabía que era mucho pedir. Que él habría de ir y venir para ver qué era de sus hijos. Pará estar presente para la Horda. Y que ella era, todavía, la Almirante de Kul Tiras. - Te ayudaré a movilizarte. Sé que no puedes mágicamente abandonar a tus hijos, tu círculo de chamanes, o el consejo de la Horda, o… -

- Cuanto sea posible, si realmente quieres eso. - accedió, cortándola. - Podemos irnos a algún rincón del mundo, siempre y cuando sea en Azeroth. Lo encuentro un buen término medio. Aunque… - carraspeó. - Es nada más una propuesta, una negación no será mal recibida… - clavó sus ojos azules en los de ella, instándola a mirarlo. - Podríamos... Crear otro grupo como el Anillo de la Tierra, pero no sólo de chamanes. Tú misma lo dijiste, hace un tiempo. Nosotros somos distintos. Así que, literalizando eso, no vamos a andar intentando que el Consejo de la Horda y, o, el Rey de Stormwind estén de acuerdo. Lo haríamos digan lo que digan. Demos nuestro mejor esfuerzo. Nuestro último esfuerzo. Aceptemos a quien sea, mientras estemos seguros de que desea el bien de Azeroth. No intento sonar como que todo es blanco o negro, sólo digo que… No quiero que sigas haciendo de intermediaria. Estoy cansado de verte sufrir haciéndolo, así que quiero sufrirlo contigo. Estoy cansado de que me duden, así que quiero ser dudado a tu lado. Y estoy cansado de dudar, así que quiero que estés al alcance de mi mano para despejarme. Y quiero pedirte, y ofrecerte, las mismas cosas. Sabes, mi madre me dijo algo antes de que atacarámos el Santuario… No olvides lo que fuiste, pero enorgullécete de quien eres. Sé lo que fui. Y lo que fuiste. Pero no me agrada lo que somos ahora mismo, Jaina. Creo fervientemente que volver a colaborar, a trabajar juntos por un buen objetivo, puede devolvernos a algo con lo que ambos estemos más cómodos. ¿Lo considerarías? -

La mujer lo miró asombrada.

Una vez le había dicho a Kalec que ya no era la Jaina Proudmoore interesada en la paz, y que le disgustaba en qué se había convertido, pero que ya no sabía qué otra cosa podía ser. Y él simplemente lo había aceptado. No había intentado detenerla.

Y Thrall tampoco, en su momento, pero aquí estaba ahora, extendiéndole una oportunidad, una redención, según cómo se mire.

Estaba a punto de negarse, temiendo que no sirviera para más que dolores de cabeza, pero las palabras de Draka se repitieron en su mente y le hicieron morderse la lengua.

Nunca olvides lo que fuiste. Pero enorgullécete de quien eres.

¿Se refería a ciegamente creer que estaba en lo correcto? ¿Era esta misma frase el motivo por el que Garrosh se había descarriado tanto? O acaso lo que debía hacer en realidad era preguntarse…

¿Podía enorgullecerse de ser quien era hoy?

Sus labios se torcieron en una pequeña sonrisita de entendimiento. Eso era lo que Draka había intentado decirle a Thrall. No que ciegamente creyera que tenía razón, sino que se preguntara si estaba haciendo lo que consideraba realmente correcto y bueno para él, se viera como se viera.

Por primera vez en años, lanzó un suspiro de alivio. Y decidió.

- Bien. Lo pensaré. - dijo, en el típico tono altanero a medias fingido que solía usar años atrás, lo cual, viniendo de ella, era equivalente a acceder a la petición. - Ahora, sé bueno y permíteme dormir hasta que me despierte por mi cuenta. No creo que pueda hacerlo más de dos o tres horas seguidas sin tener pesadillas, de todos modos. -

Jaina, entonces, sintió que la movían. Supo que Thrall se había sentado apoyando la espalda en la pared donde ella había estado apoyada momentos atrás, y la había subido parcialmente a su regazo.

La gigantesca musculatura del orco, como tantas veces en el distante pasado, le resultó sorpresivamente maleable y relajante.

- ¿Estás cómoda? - le preguntó, y ella sintió un grueso dedo apartarle unos mechones de la mejilla como preludio de una caricia en su cabeza.

- Lo estoy. - le dio unas palmadas en la rodilla, disfrutando en absoluto silencio del gesto. Habían pasado décadas desde la última vez que alguien le había provocado tantas cosas con una simple caricia. Ni siquiera Kalec, en toda su parsimonia y sus variopintos manerismos, la había hecho sentir así. - ¿Sostendrías mi mano, grandulón? -

- Por supuesto. -

El orco no pudo más que obedecer y meter su gran mano entre la de Jaina y su rodilla. También le rodeó el torso con un brazo como pudo, intentando no aplastarla, ante lo cual la mujer se movió un poco y halló una forma de dejarle descansar el brazo sobre ella sin hacerle daño.

- ¿Ves? - fue lo último que dijo la hechicera antes de dormirse. - Así es como lo hacemos. -

Sin que se dieran cuenta, Draka, mientras abandonaba la estancia después de una acalorada discusión acerca de cómo asegurar Desmotaeron, los vio.

- Definitivamente no habría soñado con esto ni aunque enloqueciera en vida. - miró hacia el torrente de almas que caía hacia Las Fauces sin cesar y se llevó una mano al corazón que ya no podía sentir latir. - Nuestro hijo, Durotan, para bien o para mal, está haciendo historia. No como esperábamos, eso es seguro… Pero historia de todos modos. - emprendió su camino de nuevo.

Mograine pasó caminando a su lado y se detuvo, siguiendo su mirada

- Vaya. - comentó. - ¿Estamos viendo lo mismo? ¿Un orco abrazando una humana? - miró mejor. - ¿Son esos Thrall y Jaina? -

La mujer lo miró por un momento, luego lo tomó del hombro y se lo llevó con ella.

- Vemos lo mismo. - le confirmó. - Es una lástima que se reúnan ahora para terminar separados. El día en que mueran, esa humana irá a parar a Revendreth, mientras que mi hijo vendrá a Maldraxxus. -

Alexandros no se mostró tan seguro.

- Yo pensé que debía estar en Bastion. Luego entendí por qué no estaba allí. - sopesó algo por un momento. - ¿Quién sabe? Con todo lo que está pasando con los Mawsworn, puede que los Kyrian cambien sus formas. - sonrió burlón. - Puede que los dos terminen en Bastion por devoción mutua. - le dio un codazo en el brazo a la orca.

Draka se sumó a la burla.

- Eso me encantaría verlo. Kyrestia se volvería loca. -

- Definitivamente deberíamos sugerirle el cambio. Siempre alegra ver un Kyrian horrorizarse. -

Se rieron de su propia malicia mientras se alejaban del lugar, no conscientes de que, en su estado más básico, eran un humano y una orca llevándose bien.