Capítulo III: Voluntad.
Y tener la capacidad de aceptarlo y hacer algo al respecto.
Talanji no fue amigable en cuanto vio a Jaina alcanzar de vuelta la zona donde la había juzgado Krag'wa el Enorme, pero había dejado completamente a un lado la hostilidad. Si los loa que cuidaban de Dazar'alor no la habían matado, quién era ella, su sirviente, para decidir lo contrario.
Y, de todos modos, había tenido tiempo de lidiar con sus penas. Además, el porte y la mirada de Jaina le decían que era honesta. Le causaba menos malestar su presencia que la de Sylvanas Windrunner.
Poco después de una corta aclaración acerca de que si bien no era momentáneamente bienvenida en la ciudad, eventualmente estarían en conversaciones, porque alguien aprobado por los loa debía ser, como mínimo, permitido en la ciudad, la hechicera se retiró. Tenía muchos fantasmas más que enfrentar, pero iría poco a poco.
Hasta ahora, había sido un muy buen comienzo.
Su siguiente parada fue el exterior de la pequeña casa de Thrall y Aggra en medio de Nagrand en Outland.
La última vez que le había contado algo acerca del lugar, había dicho que la sabana, que esta parte en particular solía ser, estaba desapareciendo. Tocar las plantas muchas veces hacía que se desarmaran y el viento se las llevara.
Sólo por curiosidad, acarició con los dedos una y lo vio suceder. Cedió ante sus dedos y se deshizo.
Apartando todas las sensaciones de incomodidad que le causó eso, atravesó la entrada al terreno sobre el que habían construido. Nunca había visitado realmente, así que observó que había un pequeño establo, uno o dos cobertizos y una casa simple de un solo piso.
Medio esperaba escuchar una pelea cuando llegara, pero, en su lugar, oía, y veía, a los niños jugar, entrando y saliendo de la casa, cuya puerta estaba abierta de par en par.
No tardaron en verla.
- ¡Mamá! - gritó uno de ellos. - ¡Llegó Jaina! -
En otras circunstancias, se hubiera hallado divertida con lo que dijo, pero, sabiendo que con eso sellaba su destino y comenzaba un nuevo ciclo de odio, contempló escapar y dejar a Aggra preguntándose si su hijo había visto un espíritu nada más.
Pero no lo hizo.
Esto sólo eran Thrall y ella siendo honestos. Y Aggra siendo honesta. Que resultara lo que debiera. Ninguno podía seguir corriendo de la verdad.
La mag'har apareció en el marco de la puerta, y contrario a cualquier expectativa de la hechicera, le ofreció una expresión diplomática al verla.
- Bienvenida, Jaina. - gesticuló con el brazo que se aproximara. - Go'el y yo estábamos precisamente hablando de ti. Pasa. -
Ouch.
Todo el corto camino hasta hallarse dentro de la casa, la humana se sintió cada vez más pesada, con más miedo, con más expectativas de algo malo sucediendo, pero, en cuanto hubo entrado y Aggra hubo cerrado la puerta, vio a Thrall sentado al final de la pequeña mesa, con una expresión de alivio en el rostro, y extrañamente se relajó.
- Estás ilesa. - observó.
Jaina ofreció una sonrisa débil.
- Físicamente. - remarcó. - Pero mi cabeza ahora mismo es un pequeño tornado. - se dio unos golpecitos con los nudillos entre los cabellos blancos.
- ¿Por qué? - preguntó la orca, genuinamente preocupada. - ¿Qué estabas haciendo? -
La maga sufrió una punzada de dolor.
- Estaba en Zandalar. Fui a… Enfrentar... A Talanji. - eligió decir.
Y entonces, antes de que ella o él dijesen nada más, Aggra llevó la conversación donde debía ir.
- Encomiable. Me parece bueno que saliera bien. Eso a un lado, sé lo que pasa. - confesó, algo desanimada, pero desde luego con mejor compostura que la que Jaina hubiera esperado. - Lo supe cuando Go'el amaneció con cara de pocas palabras. - se apoyó contra la pared, su vista apuntando a través de una ventana. - No, seré honesta. Fui una ilusa. - miró a Thrall. - Desde aquella primera noche que compartimos, he sabido que llegaría este día. Los espíritus me lo dijeron. - posó sus ojos en Jaina. - Que su fuerza no era yo, ni lo sería. - como uno esperaría de un orco de las costumbres anteriores, su voz sonaba firme. Inmutable. Casi fría. - Pero me miraba de tal forma… - volvió a ver hacia afuera. - Que me hizo dudar de si los espíritus estaban equivocados. Así que tomé mis chances, sabiendo que podía salir mal. - frunció la nariz un momento y apoyó sus corpulentas manos en los respaldos de dos sillas delante de ella. - A lo que quiero llegar es a que no me sorprende que finalmente hayan reaccionado. - dejó caer la cabeza, permitiéndose un momento para elegir sus próximas palabras. - Siendo… Totalmente honesta… Aunque me molesta no haberte superado, Jaina Proudmoore… - la miró fijo, y la hechicera se sintió casi tan intimidada como cuando Bwonsamdi rompió la punta de su trenza. - También me alegra. - ante la incredulidad en la cara de la receptora de sus palabras, Aggra continuó. - Los espíritus me han mostrado mucho de lo que lograron juntos. - explicó. - Tanto en el pasado como en los últimos tiempos. Y también… Lo que no se logró... Únicamente porque partieron en direcciones opuestas. Como mujer, sin embargo, te envidio más de lo que pondré jamás en palabras. Y a ti, - miró a Thrall. - no te odio. De nuevo… - se llevó una mano al pecho.- Yo dejé que esto pasara, y es mi responsabilidad que esta conversación tenga lugar. - dejó que sus palabras se asentaran en ellos, y entonces los alcanzó a cada uno por el hombro con sus manos. - Sin embargo, como persona, y como chamana… No quiero, ni tengo derecho a, hacer nada contra ustedes. De hecho, siempre me pregunté, desde que te conocí, hechicera, cómo era que aunque provocase un cataclismo no le habían dejado saber al mundo que Theramore y la Horda eran un mismo país. - se encogió de hombros. - Querían que la gente lo entendiera, supongo. Pero no fue así. Hay muchos más Garrosh de lo que queremos admitir, ¿no? Me incluyo en la negación. - los soltó y volvió a enderezarse. - Eso es todo lo que tengo para decir. En resumidas cuentas, sabía dónde me metía y que esto iba a pasar. Los espíritus no se equivocan. - un tenso silencio se extendió por la habitación. Tras dos o tres minutos de nadie hablando, Aggra suspiró. - ¿Es que son niños? - reclamó.
- No. - respondió Jaina saliendo de su estupor. - Pero me siento como uno. - carraspeó. - Quiero decir, llegué aquí esperando… Poder demo… - casi dijo "demonizarte". A un orco, de todas las razas. - Poder pensar en ti como la villana, pero…. -
- No seré demonizada de ninguna forma. - respondió la mag'har tranquilamente, deteniéndola. - Y como he dicho, se me advirtió cómo acabaría todo, y aun así elegí ser ciega. Ese es mi problema, no tuyo. Nuestro único "problema" como seres vivientes y con raciocinio, es no poder evitar lo que clama nuestro corazón. - suspiró. - Porque entiendo eso es que no te desprecio ni te odio. - ofreció una sonrisa diplomática. - Ni sembraré en mis hijos odio hacia ti. No debes culparte por algo tan natural como el flujo de los acontecimientos. No hay un villano en esto. -
- No diré que lo siento. - habló Thrall desde su lado de la mesa, en cuanto fue claro que no habría más palabras entre ellas. - Porque no es así. No lamento mis vivencias contigo, Aggra, en absoluto. Siempre serán memorias que atesoraré. Simplemente, no puedo seguir corriendo de mí mismo. Contigo, no soy quien quiero ser. No soy yo. Y creo que eso está mal. -
La humana tragó saliva.
Vio los musculosos brazos desnudos de la orca tensarse un momento, pero entonces se relajaron.
- Concuerdo. - contestó, impasible. - Ahora, si no hay nada más que decir que valga la pena ser dicho, sugiero que terminemos esta conversación. Iré a buscar a los niños para que se despidan de ustedes. -
Cuando abandonaban la casa, Aggra les extendió la permanente invitación de pasar a visitar.
A ambos. No sólo a Thrall, que era el que cambiaba su estatus de residente a invitado.
Jaina no supo cómo sentirse al respecto, así que decidió no mostrar su cara por ahí. Las palabras de Aggra le habían dejado bastante claro que no la consideraba culpable de nada, pero aun así sentía que lo era, mas, sin embargo, no quería renunciar a lo que conseguía. Mientras abría un portal a su habitación en Kul Tiras y lo atravesaban, supuso que así se sentiría por un tiempo. Él, por su parte, no medió por su cuenta palabra al respecto.
El orco miró el lugar. Era una versión algo más chica del dormitorio que había tenido en Theramore. La cama, doble, en el medio de la pared opuesta a la puerta, una chimenea a la izquierda, un armario del otro lado, acompañado de una silla y un taburete, pilas de libros por todas partes y un espejo en medio del desastre de páginas.
La habitación era un pequeño desastre que claramente llevaba tiempo sin limpiarse. En parte, porque Jaina hacía mucho que no estaba en el lugar, y en parte, no lo dudaba, porque no dejaba a nadie entrar a su cuarto. Ni siquiera a los de limpieza.
Aun así, ningún olor le asaltó la nariz. La habitación casi se sentía… Estéril. Demasiado vacía de vida que no fueran ellos dos.
Refleja demasiado cómo se encuentra ahora mismo.
- ¿Cómo te sientes? - le preguntó ella, incapaz de aguantar la tensión, sacándolo de sus pensamientos.
El corpulento orco le dio una mirada de soslayo, muy compleja.
- Estaré bien. - dijo, sin ninguna emoción en particular. - Puede que te pida portales para ir de visita cada uno o dos días. No necesitas acompañarme si te incomoda. - se dejó caer en el taburete más cercano sin libros encima que halló, y casi lo rompió sólo con su peso. - Lo siento. -
- No pasa nada. - lo disculpó Jaina, sentándose en su cama, frente a él. - Thrall, me gustaría saber… -
- Estoy seguro, sí. - la reafirmó, evitando decir algo como "no es como que lo pueda deshacer". - Estaré mejor en unos días. Simplemente es un gran cambio. - le lanzó una mirada que raramente un orco dejaría subir a sus ojos. - Pero uno que recibo de buena gana. -
La humana no podía discutir con esa mirada.
Una semana más tarde, y después de haber viajado por más de medio Azeroth enfrentando todo error del pasado del que pudo pensar, Jaina finalmente tachó de su lista mental su penúltimo objetivo, Lor'themar.
El elfo no había dado muchas vueltas sobre el tema. Sabía que el mayor problema que había tenido con Jaina, la masacre de los Sunreavers, había sido provocado por Garrosh. Pero escuchar de ella misma, en persona, una disculpa, acompañada de la mención de que también había perdonado al orco que la quebró más allá de lo imaginable, hizo que Lor'themar enmudeciera.
No era para nada normal que se quedara en blanco.
Cuando recuperó el habla, lo único que atinó a decir fue que probablemente le costaría lo suyo hacerle ver a los demás sin'dorei lo que veía en ella.
Pero, al final, comenzó a mirarla con ojos renovados. Incluso hablaron sobre Dalaran, Kael'thas y Tyrande mientras tomaban algo de té.
Fue allí que Jaina supo que Tyrande había visitado el lugar no hacía más que una semana, preguntando por Thalyssra. Lor'themar no tenía en claro si habían entrado en contacto o no, pero el intento, al menos, había tenido lugar.
Jaina estaba segura de que la coexistencia y la convivencia no estaban en el horizonte. No las veía.
Pero seguiría buscando. Ese era el objetivo de su manada, había decidido. Sólo tenía que empezar a hablarlo con ellos. Con su madre y su hermano, para empezar, algún día pronto. Y lo trabajaría desde allí.
Si tan sólo Anduin se recuperara más rápido… Pero no quería agobiarlo. Se la pasaba mayormente callado, teniendo terribles dolores de cabeza que habían llegado a hacerle escupir sangre, al principio, aunque esa parte ya había pasado. La influencia del Jailer sobre su cuerpo había dejado secuelas, nada irreparable, pero...
En todo caso, lentamente estaba recuperándose. Paladines y sacerdotes lo atendían a intervalos de seis horas, sin excepción, y, en el tiempo que llevaban de haber vuelto, la mejora era palpable.
Por supuesto, no faltaban los que habían intentado apoderarse del trono, tanto en su ausencia como luego de su regreso, viéndolo debilitado.
Pero primero Turalyon y Alleria, y ahora Bolvar y su hija, habían probado tanto el trono como la habitación de Anduin intocables, y los pocos intentos que hubo fueron frustrados sin fallas.
Al regresar a su habitación desde Quel'Thalas, Jaina se dejó caer en su cama, con los ojos cerrados, pensando en que le quedaba una última persona con la que hablar, Lorewalker Cho, e inmediatamente la encontró más baja de un lado que del otro. La sombra de una sonrisa se formó en sus labios, pensando en lo claro que era que un humano no podría de ninguna forma hacerle eso a un colchón nuevo. Agitó la mano con cierta pereza y lo arregló con magia.
- Vaya. - dijo Thrall desde el lado de la cama. - Iba a voltearlo para aplastarlo del otro lado esta noche. -
- Lástima. Lo restauré. - respondió la maga empujando con las manos para levantar su cuerpo. - Te gané. De nuevo. - chasqueó los dedos y el colchón se alzó en el aire mientras ella se enderezaba, giró ciento ochenta grados y cayó suavemente, a la vez que las sábanas y cobijas se acomodaban por su cuenta con algo más de lentitud. - Y otra vez. - habiéndose puesto de pie, se puso las manos en la cintura y miró al orco con fingido desdén. - Ustedes… -
- Ustedes son demasiado veloces y eficaces. - se adelantó él, con sorna.
Jaina le regaló una corta risa.
- Oh, dioses. - le dijo en un artificial tono sorprendido. - ¡El orco es un seductor! ¡Ayuda! - chilló en voz baja mientras se le acercaba. - ¿Qué será de mí? - se llevó el dorso de la mano a la frente, en una postura típica de obra teatral.
Thrall se rió también mientras pasaba a su lado.
- Debo admitir, Jaina, - susurró con su voz gruesa. - es bueno volver a verte con esta actitud jovial. -
La mujer se cruzó de brazos, forzando una expresión indignada a aparecer en su rostro.
- ¿Volver a verme jovial? - siseó, divertida, con una mueca entre graciosa y burlona. - ¿Me estás diciendo vieja? Te haré saber, grandulón, que apenas tengo treinta y siete años. - y en cuanto terminó de pronunciar la última palabra, se dio cuenta de que nunca le había compartido a Thrall su edad. Ni sabía la de él. - ¿Soy… Uh… Muy vieja para ti o algo? - preguntó, con verdadera preocupación, aunque bien podría haber contado los años desde la primera guerra y restar uno.
Los ojos del orco tomaron un brillo malvado, entendiendo lo que le pasaba por la mente.
- Podría llamarte mamá. - mintió, y Jaina palideció, más, si eso era siquiera posible todavía, ante lo cual, Thrall, notando que lo había llevado más allá de lo gracioso, levantó las manos. - No, no, no era en serio. - su gran boca se contrajo por los bordes, alrededor de sus sobresalientes colmillos, en un tic nervioso suyo, convenciendo a la mujer, que suspiró aliviada llevándose una mano al pecho.
- Deberías tener unos treinta y tres. - observó, razonando en su cabeza. - Pero había que reírse de Jaina, ¿cierto? - sonrió mientras le sacaba al orco una mueca apologética.
- Si realmente te preocupa, - convino, dando un dubitativo paso hacia ella, que viéndolo acercarse dejó caer sus brazos. - efectivamente llevo treinta y tres años humanos caminando sobre este mundo. Obviando el tiempo que hayamos estado en las Shadowlands. -
- Oh, gracias a lo que sea, me estaba sintiendo tu abuela. -
Thrall se rió de todo corazón, aunque por lo bajo. Se detuvo, sin embargo, cuando alguien llamó a la puerta de la habitación.
- ¿Debería meterme al armario? - preguntó, sólo moviendo los labios, y Jaina estaba a punto de responder con la mano cuando, del otro lado, los alcanzó la voz de Katherine Proudmoore, ante lo cual, se relajaron.
- Retírense. - le decía a los guardias a la vuelta de la esquina. - Quiero hablar con mi hija a solas. -
Oyeron el ruido del metal de la armadura de los guardias que se alejaban y soltaron el aire que retenían mientras la puerta se abría.
- Madre. - saludó Jaina.
- Señora Proudmoore. - la imitó Thrall.
Katherine les lanzó una sonrisa incómoda.
- Sigue sorprendiéndome lo bien que habla el idioma. - comentó. - Como sea, - siguió, al verlos mudos, tan incómodos como ella. - voy a despejar el comedor para sólo la familia hoy. No habrá guardias, no habrá cocineros, nadie. Sólo ustedes dos, Derek, Tandred y yo. -
- ¿Derek? - la joven la miró sorprendida. - ¿Se…? - carraspeó. - ¿Pudieron hablar? -
La mirada de Katherine halló refugio en la alfombra del suelo.
- Mi única hija sale con un orco. Mi marido era un fanático. Mi otro hijo no tiene el más mínimo problema con nada de esto, aparentemente. ¿Qué más me da el hedor de un muerto vivo? - se encogió de hombros. - He tenido tiempo de hacerme a la idea. Sigue siendo mi hijo. -
Thrall miró de una mujer a la otra, regocijándose en la feliz expresión de Jaina y en el que empezara a haber más humanos lentamente abriéndose a la idea de… Todo. No sólo que hubiera más gente aparte de Anduin Wrynn que aceptase una relación interracial, sino que también esa misma persona aceptara de vuelta en la familia a un Forsaken.
- ¡Oh! - fue repentinamente consciente de que las dos lo miraban, Jaina con cierta vergüenza y Katherine… ¿Contenta? - Así que los orcos sí pueden poner una sonrisa entre ese par de colmillos. - comentó. - O doble par, en tu caso. - añadió con cierta malicia, pero carraspeó cuando él la vio sin entender. - En fin. Me iré ahora. Los mandaré a buscar cuando empecemos a preparar. -
- Señora. - la detuvo Thrall, y la mujer mayor lo miró con cierto cuidado mientras le alcanzaba algo que tomó de entre los pliegues de su ropa. - Si pone esto a quemar pronto, debería neutralizar el hedor de un Forsaken por varias horas. -
La mirada de la madre de Jaina se ablandó.
- Gracias. - le dijo, aunque sonó un poco forzado.
Pero, aun así, lo había dicho.
En cuanto la oyeron alejarse, ella se giró hacia el orco. Lo miró a los ojos por unos instantes, sopesando el momento. Thrall la vio morderse el labio y entendió lo que quería preguntarle.
En silencio, le ofreció su enorme mano izquierda.
Jaina se quitó el guante con placas metálicas y lo dejó al borde de su cama. No era como que nunca lo hubiese tocado antes. Sabía cómo se sentía la piel de Thrall. Dónde era áspera y dónde suave. Dónde le sacaba un gruñido el contacto y dónde no.
Se detuvo a lo que creyó que era medio centímetro de la punta de sus dedos.
Y lentamente acarició la yema de los mismos.
Él ni la presionaba ni se quejaba. Simplemente extendía la mano cuando expresaba querer tocarlo y la observaba hacerlo, con infinita paciencia, tanto como quisiera. La veía hacer un progreso que había empezado lento, pero iba ganando momentum. Cada ocasión se pasaba más tiempo en ello. Primero habían sido solamente sus dedos y su mano. La última vez había frenado en su muñeca.
Y aunque no decía nada al respecto, Thrall, de hecho, entendía la complejidad de los pensamientos de Jaina. No estaban en Theramore, o en Orgrimmar. No estaban en medio del desierto en una casucha improvisada, como habían hecho alguna vez.
Estaban ni más ni menos que en Boralus. Bajo el techo de Katherine Proudmoore. Y esta vez, en lo que intentaba ser una relación romántica y seria.
Aunque muy pocas veces el orco había pronunciado un derivado de "amar", lo mismo que ella. Probablemente no usarían esa expresión ningún día pronto. No estaba en sus personas, por ahora. Pero, cada uno a su manera, habían expresado quererse a lo largo de los años. Jaina, por ejemplo, nunca olvidaría la expresión de Thrall cuando creyó que moriría en sus brazos. Para Thrall, probablemente hubiera comenzado en aquel banquete, cuando la vio reír. O quizás después, cuando entendió a través de ella que mostrarle a un grupo selecto de personas qué lo aquejaba no era signo de debilidad, sino de confianza y deseo de fortalecimiento.
Vio la pequeña mano derecha alcanzar su brazo izquierdo y posarse en él como aquella vez a las afueras de Thunder Bluff. En esa ocasión, habían tenido una pequeña audiencia, compuesta de Baine, Saurfang y Matthias Shaw.
Vio a Jaina cerrar los ojos, probablemente pensando en lo mismo que él, y su expresión se agrió cuando los abrió.
- Aquella vez… - empezó ella. - Hablo de cuando… - lo vio asentir. - Dijiste que desearías haber hecho todo distinto. Que sentías… Que habías hecho todo mal. - le dio un suave apretón. - ¿Te sirvió decírmelo? -
Thrall respiró hondo.
Por supuesto que lo preguntaría así. Podría haber dicho "¿no podías irle a otro con el cuento?", "díselo a los muertos de Theramore" o "¿qué Aggra no te demandó que no fueras débil?", pero no lo hizo. Sólo preguntó si le había servido. Porque sólo eso le importaba.
La tomó del codo con la mano izquierda, pero no tiró de ella. Elevó su otra mano y la dejó sobre la de Jaina, en un gesto demasiado expresivo para un orco.
- Sí. - soltó el aire que había tomado. - Lo lamento si te agobié. No… Era mi intención. -
La mujer ofreció una sonrisa honesta.
- Me alegro de que te quitara al menos un poco de peso de encima. - la vio apretar con fuerza la otra mano antes de dirigirla a la de él que descansaba sobre la otra suya e intentar apartarla.
Thrall se dejó hacer, y Jaina guió su enorme mano a su cara, dejándola sobre su mejilla.
O más bien, sobre su clavícula. Desde allí, la palma del orco cubría todo el costado de su cuello y su cara, sus dedos alargándose entre sus cabellos sueltos, a excepción de uno, el pulgar, que terminaba sobre el final de su ceja. La vio acomodarse contra su mano, buscando tanto contacto como fuera posible, con los ojos cerrados.
Suspiró muy despacio.
Lentamente, Jaina dio un paso, y Thrall entendió lo que quería, pero esperó a verla tomar otro como confirmación, que ella dio con cierta incertidumbre.
- Hazlo si quieres. - le susurró, y la hechicera prácticamente se lanzó contra su cuerpo, abrazándolo en el proceso.
Apenas podía rodearlo con los brazos.
El orco, por su parte, poniéndole las manos en la cintura, podía casi tocarse los dedos, fallando por dos o tres centímetros igualmente por el frente y por la espalda.
La exhalación de Jaina cerca de su cuello le hizo tener un pequeño escalofrío. Por primera vez en muchísimo tiempo, quiso encerrar a un humano entre sus brazos. Así que, despacio, buscando signos de rechazo, deslizó sus manos por la cintura de la mujer, dejó una allí y subió la otra por su espalda.
La notó temblar, y se detuvo.
- No, no. - le oyó decir suavemente. - Abrázame también, grandulón. - iba a agregar "si lo deseas", pero estaba implícitamente claro que sí, así que se lo calló.
Llevó su mano hasta el hombro de Jaina, dejando la otra rodeando su cintura, y allí se quedó.
Thrall no había abrazado a un humano desde Taretha Foxton. Aunque la hechicera había intentado múltiples veces en el pasado darle uno, principalmente cuando él terminaba de relatar alguna historia que lo entristecía, sin gastarse en esconder su malhumor, siempre la había rechazado. Temía que, de hacerlo, solamente pudiera pensar en aquella humana de hacía más de diez años.
Que le hiciera pensar en su cabeza rodando hacia sus pies en Durnholde Keep.
Pero no fue así.
Tener a Jaina Proudmoore entre sus brazos le resultó extremadamente reconfortante. El tenue frío que desprendía su cuerpo se le hacía calmante. La suelta cabellera que rozaba con su mentón parecía que lo invitaba a dormirse. Para no tentarse a hacerlo, decidió subir más su mano y acariciar su cabeza con los dedos.
Eso le sacó a la mujer un bufido divertido.
- Gran blandengue. - le susurró con un tono amable. - A esto me refería en Oribos cuando dije que nadie había sido más gentil. - se revolvió un poco, hundiéndose más en el abrazo del orco.
- No era consciente. - confesó, torciendo la cabeza para descansarla de lado sobre la de ella y cerrando los ojos. - No sabía cuánto podía calmarme esto. -
- ¿El fuertísimo orco estaba molesto? - se burló Jaina, y Thrall gruñó en respuesta.
- Molesto de no verte en todo el día. Pero entiendo que había cosas que necesitabas hacer sola. -
Nunca había expresado una cosa como esa. La hechicera halló que le gustaba su declaración. Toda su vida, habiendo crecido en una corte como noble, y luego madurando en Dalaran rodeada de gente que codiciaba su proeza mágica, había asociado ese tipo de cumplidos con mentiras y artimañas. Sin embargo, Thrall no tenía nada que tomar de ella. Absolutamente nada.
Así que creyó en la veracidad de sus palabras.
- Ya estoy aquí. - le susurró, intentando que su voz sonara relajante. - Siempre volveré aquí. A ti. -
El orco abrió los ojos. Quería tenerla en su campo de visión. La apartó apenas, tomando su cabeza con sus grandes manos.
Y entonces vio algo que le llamó la atención. Comenzó a revisar la cabeza de la humana, pero la soltó reactivamente cuando la escuchó soltar un quejido de dolor.
- ¡Lo siento! - se apresuró a decir, con sus ojos bien abiertos. - ¡Lo siento muchísimo, es que…! ¡Tu cabello! - lo señaló, y Jaina, confusa, fue hasta el espejo de pie en una esquina de la habitación.
No vio nada fuera de lugar.
Llevó las manos tras su cuello y echó todos sus pelos por detrás de sus hombros, para verse mejor las raíces delanteras, pero no había nada irregular. Sólo la ya típica melena blanquecina y cenicienta, y los escasos mechones todavía rubios que le quedaban.
- ¿Qué tiene? - pidió. - ¿Por qué… ? - y entonces lo vio.
Sorprendida, e indecisa, porque primero creyó que era una alucinación, se acercó más al espejo y observó detenidamente las raíces de sus pelos blancos.
Algunos estaban creciendo dorados de nuevo.
- ¿Lo ves? - preguntó Thrall. - Tu… Tu cabello está volviendo a tomar color. -
Jaina se quedó como en trance mirándose. Le tomó cerca de un minuto volver a hablar. Miró al orco a través del espejo.
- Me había acostumbrado a tenerlo blanco. No sé cómo sentirme al respecto. - tomó algunos mechones en sus manos y los miró pensativa. Se giró, mirando a su compañía directamente. - ¿Está… Mal dejarlo recuperarse? -
Thrall supo que lo que sea que dijera podía tener un efecto muy fuerte en ella. Y supo lo que realmente preguntaba. Lo que de verdad la aquejaba no era si estaba bien o mal per say, sino si se merecía recuperar el color de su cabello.
Así que optó por ir hasta Jaina y tomar su melena en sus manos.
- ¿Podrías… Arrancarte un pelo grisáceo y uno rubio? - la mujer alzó las cejas, pero en silencio se arrancó uno y uno. Los miró un momento, confusa, y se los ofreció. Thrall entonces se arrancó dos gruesos cabellos negros, y sostuvo en una de sus manos uno de ellos junto al rubio de ella. En la otra, el otro par. - Yo creo que no está mal. Pero no se trata de si lo mereces o no, Jaina. Está sucediendo. Así que, si quieres trivializarlo, se me ocurre que podrías elegir el que te parezca que combina mejor. -
Siempre haciendo cuanto puede de cualquier situación que se le presente.
En la cara de la hechicera se asomó una expresión de ternura, y él pensó que nunca había visto nada más hermoso. Por supuesto, no lo puso en palabras, pero sus ojos se lo dijeron a ella.
- Creo que… No me molestaría ser rubia de nuevo. - comentó, mirando el mechón dorado en la mano de Thrall, que dejó el par negro y blanco en una mesita al lado del espejo. - Tendré que perder este… Aspecto demacrado. - se quejó.
- Ah, si quieres hacer eso, conozco el lugar perfecto. El sol en Thunder Bluff siempre es bastante fuerte. He notado que a ustedes humanos les cambia el tono de la piel si están mucho tiempo al sol. - se sentó en la cama de Jaina y se inclinó, tomando algo del suelo bajo la misma. - Aunque probablemente no sería bueno que tomes color demasiado rápido. Intuyo que sería malo. -
- Estaría bien visitar a Baine. - accedió, intentando esconder una sonrisa ante la preocupación dirigida a ella, mientras caminaba al lado del orco y se sentaba junto a él.
- Creo que a él también le gustaría. - dijo el antaño chamán sin mirarla, mientras ataba los dos cabellos y los usaba para, a su vez, atar eso que había tomado de debajo de la cama. Se giró hacia la humana a su lado. - Jaina, querría… Darte esto. -
La maga observó lo que le ofrecía.
Era un pedazo de metal muy filoso, con los cabellos que se habían arrancado, trenzados, cuidadosa pero firmemente sosteniéndolo, a modo de collar.
- ¿Es esto alguna costumbre orca que no conozco? - preguntó mientras tomaba la pieza y la miraba más de cerca. - Porque, de ser así, por favor explícame. Quisiera saber qué me estás dando, qué peso tiene para ti. -
Thrall puso una sonrisa complicada.
- No es una costumbre orca. - tomó aire. - Es un fragmento de la alabarda de Cairne. Lo tomé el día en que fue honrado y devuelto a los espíritus. -
- Oh. - Jaina hizo silencio, observando más detenidamente el fragmento. Se había carcomido un poco con el paso del tiempo, pero, en cuanto le echó algo de magia, pudo restaurarlo. - "Curación." - leyó la runa que descansaba allí, claramente legible ahora. Miró a su compañía. - Gracias. No soy capaz de imaginar lo que significa para ti. Lo cuidaré, te lo prometo. - acercó el objeto de vuelta a Thrall, mientras despejaba su cuello de su cabello. - ¿Me lo atarías? -
Él obedeció. Tan delicadamente como se lo permitían sus dedos, ató los cabellos del collar bajo la nuca de Jaina, y se permitió, por un momento, apoyar la frente en sus cervicales, susurrando una plegaria.
Ella lo escuchó farfullar, pero supo que era una súplica para Cairne, de alguna forma, así que no inquirió al respecto. Le tomó la mano en cuanto se volvió, después de darle unos segundos.
- Thrall… - llamó Jaina, con voz preocupada. - ¿Estás… Bien? ¿Estamos bien? -
- Lo estamos, de mi lado. - contestó de inmediato y sin ninguna duda. - Ya estoy algo mejor en relación a dejar mi casa anterior. ¿Qué hay de ti? -
- También. - le aseguró sin dilación. - Admito que… Creo estar siendo muy… - se rió de sí misma. - Bochornosa. -
- No lo pienses tanto. - le empujó el hombro con un dedo. - Sólo necesitas acostumbrarte. Lo entiendo. No es diferente para mí. - la miró con verdadero entendimiento en sus ojos. - Piensa nada más en lo que me costó abrazarte. Como… Realmente abrazarte. ¡Una semana! Muchísimo más si contamos el tiempo que pasamos en Oribos desde decidir esto. -
- No pareció costarte cuando sabías que tenía frío después de lo del Santuario. - comentó ella ladeando la cabeza y con una vocecita cómica. - ¿Debería decir que tengo frío más seguido? -
Soltó una carcajada, y Thrall bufó.
- Estabas cansada y teniendo fiebre. -
Divertida y envalentonada, se trepó un poco por el grueso brazo verde cerca suyo y susurró en su oído.
- Tengo fiebre. -
El orco no le hizo caso. Movió el hombro de tal forma que lanzó a la mujer sobre la cama con sólo ese movimiento, con apenas algo de fuerza, mientras chasqueaba la lengua, y Jaina se rio mientras rebotaba en el colchón una vez. Adoraba molestarlo. Era demasiado fácil, había descubierto, y la dejaba hacerle cualquier cosa.
Tuvo una punzada de dolor en el corazón por estar disfrutando del momento.
Pero no se quedó en el pensamiento como solía hacer. No pensó en su gran lista de asesinatos. No pensó en el daño que había causado. No se hundió en el autodesprecio, como hubiera hecho dos semanas atrás.
Resignada, se sentó. Estaba a punto de sugerir que pasaran el rato hasta que Katherine los llamase jugando cartas cuando Thrall se giró un poco y la miró entre confuso y avergonzado.
La vista de un orco de su tamaño con esa expresión habría hecho que se riera mucho, pero, siendo ese orco quien era, más que gracia le causó incertidumbre.
Cuando Thrall ponía esa cara era porque estaba por preguntar acerca de sentimientos.
- Jaina… - empezó, y subió una rodilla a la cama para girarse más y verla de frente, apoyando la mano en el colchón a medio camino entre ambos para sostenerse. - ¿Cómo se dice en humano… ? - se quedó callado unos momentos. - Hay una palabra en tauren que le da a entender a otro que, en su compañía, uno se siente en armonía. - explicó.
- ¿En armonía… Con qué? - indagó la hechicera, desde ese momento sintiendo que quería aplastarlo en otro abrazo, asumiendo que lo que fuera que quería expresar tenía que ver con ella, pero aguantándose. - ¿Con la persona? -
Él miró al suelo unos instantes, como pensando más en cómo traducirlo.
- No solo. - decidió decir. - Tiene que ver con cuestiones filosóficas también. Sabes que los tauren aprueban mucho de lo natural y poco y nada de lo demás, ¿no? - ella asintió. - Bien. En su cultura, cuanto uno más sabe y se acopla a la naturaleza, menos consciente es de que está allí. Algunos tauren llegan a una forma de vida tal que ya ni siquiera piensan en las acciones de la naturaleza, por instinto las anticipan y actúan acorde. - frunció el ceño. - Es difícil de explicar en humano. -
- Creo que lo entiendo. - ofreció Jaina. - Con la magia pasa algo similar. Al principio, necesitas estar muy consciente de las palabras y movimientos de mano que estás usando, pero, a medida que te familiarizas con ella, puedes llegar al punto en que tus movimientos son únicamente los necesarios y ya no usas palabras, salvo que sean un atajo o necesitases un refuerzo. - puso una sonrisa a modo de disculpa. - Y sí, sé que comparar naturaleza con magia sería un insulto atroz en presencia de un tauren. -
Thrall se rio brevemente.
- Ni que lo digas. - carraspeó. - Pero sí, en esencia, de eso hablo. Esa sensación. ¿Hay alguna palabra en humano que sea eso? -
Jaina lo pensó. Repasó cada palabra del diccionario, cada construcción posible, y no halló una que cuadre del todo.
- Me viene a la mente sintonía, o sincronía, pero… -
- No alcanza a describirlo completamente. - dijeron los dos al mismo tiempo.
Se quedaron viéndose con una expresión que a todas luces decía que sabían que acabarían diciendo exactamente lo mismo. Jaina puso su mano cerca de la de Thrall y empujó sus dedos entre los de él.
- Bueno, eso fue una buena ejemplificación de lo que buscabas ilustrar, ¿cierto? - miró a la chimenea apagada. - ¿Sabes? Acabas de usar filosofía tauren en mí, así que… Ahora yo voy a usarla en ti. Baine me dijo una vez que… No vale la pena vivir una vida que no puede ser fiel a su propia naturaleza. - miró a sus dedos entrelazados, y no levantó la vista. - Está en la naturaleza de la mayoría de los tauren buscar ese comportamiento. Lo que describiste es su meta. - tragó saliva, sintiéndose extraña por lo que estaba por decir. - Pero estas metas… Uno no siempre las conoce desde el comienzo. A veces, las descubre por el camino. Mientras vive. - pocas veces en su vida se había sonrojado, habiendo crecido en una ciudad portuaria, con todo lo que eso implicaba. Pero si algo difícilmente había sido últimamente, era abierta con sus sentimientos. Esta vez era de las pocas excepciones a ambas cosas. - Creo… No, estoy segura… - se corrigió. - De que mi naturaleza no está completa si no estás, Thra… Go'el. - apretó la mandíbula con fuerza, porque su voz empezaba a temblar. - De que… - no quería llorar, pero sintió que se le aguaban los ojos, así que los cerró. - De que yo… - su respiración se agitó.
Los dedos del orco la apretaron. Su otra mano delicadamente la tomó por la nuca, y sus frentes se tocaron. Algo que no habían hecho antes, jamás. Nunca había sido así de personal.
- No tienes que expresarlo todo, Jaina. - dijo con su usualmente calma voz gruesa sufriendo de algunos temblores también. - Yo lo sé. Mírame. - la última palabra sonó extremadamente demandante, como nada que hubiera dicho antes dirigido a ella. Nunca le había dado una orden, y esa solitaria palabra sonó a eso. En el momento en que abrió los ojos y miró directo a los de él, supo que ya no podría sentir por nadie ni nada lo que desde ese instante la ató a Thrall. En su mirada azulada, en la expresión de su rostro, ardía aquello que Jaina había sido incapaz de decir. - Yo lo sé. -
La hechicera entonces exhaló despacio el aire que estaba reteniendo involuntariamente y volvió a cerrar los ojos. Tragó con fuerza y cerró sus brazos alrededor del cuello de Thrall, arrodillada en la cama para mantener su cabeza al lado de la de él, que reciprocó el abrazo.
- Te prometo… - la oyó susurrarle. - Te prometo que algún día podré decirlo. -
Él se limitó a frotarle la espalda.
- No te preocupes. - le aseguró. - Estoy seguro de que lograrás cualquier cosa que te propongas. -
Jaina se apartó tanto como pudo estirar sus brazos sin quitar las manos de los hombros del orco.
- Gracias. - reconoció. - Eres… - bufó. - No logro decir la palabra que quiero usar, pero supongo que… Podría decir que pones la vara muy alta para los demás hombres. Una no podría tomar en serio a ninguno después de conocerte. -
- El resto no tiene nada que temer. - refunfuñó Thrall, visiblemente irritado. - No hay otra Jaina Proudmoore. -
No escondió lo bien que sus palabras la hicieron sentir, pero no expresó palabras al respecto tampoco. Se dejó caer en la cama boca abajo.
- ¿Dónde deberíamos ir? - preguntó, cambiando totalmente de tema. - No puede ser Kalimdor ni Eastern Kingdoms. -
- Ni Northrend. - agregó Thrall poniéndose de pie y comenzando a caminar por la estancia. - O Zandalar. O esta isla. -
- Eso sólo deja Pandaria. - Jaina se volteó, mirando el techo. - Para ser honesta, aunque visité la isla y estuve hablando con varios pandarens, preferiría… No vivir allí. Oh, nos queda Broken Isles… Pero no creo que sea un buen lugar. - se rió tristemente. - Vaya, no somos bienvenidos juntos en ninguna parte. -
Él la miró sin dejar de ir y venir.
- No es así. Tu madre me permite esta habitación. Y el baño de al lado. -
- Esta no es vida para ti, Thrall. - argumentó Jaina. - No quiero que para estar conmigo debas renunciar a todas tus libertades excepto las que pueda ofrecerte con portales y hearthstones. -
- Oh, pero sí es vida. - negó, y ella levantó una ceja. - Con Blackmoore apenas tenía una habitación de un tercio el tamaño de esta. Y al final del día... - se detuvo al ver a la hechicera morderse el labio.
- No tienes idea de lo triste que es ese comentario. - observó. - Y me... Duele. Tanto que pasaras eso como que sea la mejor comparación con humanos que pudiste hacer. -
El orco meditó su respuesta un momento.
- No es la mejor. Tampoco estaba comparando a tu madre con Blackmoore, en caso de que pensaras eso. Y como iba diciendo, al final del día, siempre podemos conversar. -
Jaina permaneció en silencio un rato, jugando con sus dedos como un niño que no sabe qué argumentar.
- ¿Tanto llega a ahogarte mi ausencia? - preguntó finalmente.
Thrall, que estaba de frente al espejo que ella había usado un rato atrás para revisarse los cabellos, se volteó.
- No es así. - dijo firmemente. - No necesito que estés a mi lado sin interrupción. Sólo observaba que nuestras conversaciones al final del día, sean largas o cortas, son suficientes para compensar cualquier falta durante el resto del mismo. - y agregó. - No deseo limitarte de ninguna forma. -
Jaina se enderezó, abrazándose las rodillas.
- Eres demasiado. - farfulló. - Con toda la desconfianza que recibes. Con todo lo que te han hecho, ¿cómo… ? Debería incluirme, me corrijo, hemos hecho... ¿Cómo es que permaneciste firme en tus creencias todo este tiempo? -
La mirada de Thrall sufrió un cambio.
- Tenía que hacerlo. - fue todo lo que dijo.
Pero por cómo la seguía observando fijamente, Jaina intuyó el resto.
Por mí.
- No necesitamos un lugar fijo. - dijo, después de un rato de deleitarse con su mirada. - No todavía. Podríamos… Simplemente ir por ahí. - se paró. - Ya sabes, sólo… Ir caminando, parar donde podamos ayudar y… Continuar. Ahora mismo rige un tratado de paz, de todos modos. Y si surgen problemas, nos teletransporto aquí o a… -
- Jaina. - la llamó, con voz dubitativa. - Esto… Puede que sea mucho para ti, pero… En relación a ayudar al mundo, como te propuse en Oribos… ¿Y si intentamos reconstruir Theramore? -
La hechicera se quedó callada. Casi sintió que las raíces rubias se le hacían blancas. Sintió una oleada de incomodidad y rabia nacer dentro de ella, pero se obligó a sí misma a no dejarla salir.
En primer lugar, Thrall no lo sugeriría con la intención de enfurecerla, ni por ser idiota. Si lo estaba diciendo, debía haber algún motivo benevolente detrás de sus palabras.
Controló su respiración. Intentó calmar la intensidad con que palpitaba su corazón.
- ¿Con qué propósito? -
- Esta vez - dijo el orco, con tanta certeza y firmeza como cuando le ordenó que la mirara, pero sin el tono autoritario. - no la dejaré caer. Esta vez la defenderemos juntos. - la tomó de los brazos. - Y esta vez, si hemos de morir por tener una ciudad así, entonces… - trabó mirada con ella. - Moriremos juntos también. - la cara de Jaina se contorsionó. Hizo un esfuerzo colosal por no arrancarse los pelos. - Si estoy pidiendo mucho de ti, dímelo. No volveré a sacar el tema. -
Estuvo a nada de decirle que sí, que efectivamente estaba pidiendo excesivamente mucho de ella, que ni él tenía derecho a pedirle esto, cuando le vinieron a la mente las palabras de Pa'ku.
Espero que, desde ahora, puedas ver de nuevo el horizonte que perdiste hace tiempo, y que no vuelvas a perderlo.
Las de Gonk.
No siempre podrás proteger a toda tu manada, pero no por eso no lo intentarás. Jamás actúes de nuevo como durante el ataque de la Legión de Fuego.
Las de Bwonsamdi.
Comenzaste a hacer esa trenza cuando te arrebataron la oportunidad de vengarte. Es momento de deshacerla.
Y las de Vol'jin.
Esta deber ser la frimera de muchas manos no humanas que tú volver a estrechar.
Tomó tanto aire como sus pulmones oprimidos le permitieron. Lo retuvo unos segundos. Y exhaló.
Finalmente, halló en ella la voluntad de intentarlo.
- Hagámoslo. - sentenció. - Recibiremos a quien sea, sin peros ni condiciones, a menos que sepamos que no seguirá las reglas si no hay una situación extrema de por medio, como Genn o Gallywix. Por más que lo intento, no puedo ser tan permisiva como la Jaina del pasado. - tragó saliva. - No tendremos pena de muerte, pero sí exilio. - lo vio asentir en consentimiento. - Y hay mil cosas más que pensar. -
- Por supuesto. - coincidió él. - No es algo que debamos definir completamente ahora. - bajó sus manos hasta las muñecas de ella y les dio un suave apretón. - Tenemos tiempo. Podemos seguir tu sugerencia, mientras despacio lo vamos discutiendo. -
Jaina asintió de inmediato. Quería poner tanto tiempo entre ella y la fundación de esa ciudad como fuera posible.
- Suena como un tema para tratar con buenos paisajes, sí. - contestó, pero aún temblando visiblemente. Pensar mucho en Theramore seguía despertando sus peores instintos. Probablemente siempre lo haría.
Fue entonces que llamaron a la puerta de la habitación.
- Almirante. - los alcanzó la voz de un hombre. Un soldado, probablemente. - La señora mandó decir que vaya a la reunión. -
- Gracias. Puede retirarse. - le dejó saber, controlando sus emociones. Velozmente, deseando dejar el tema, aunque Thrall no daba señales de querer continuar tampoco, agitó las manos llevando a cabo un hechizo de teletransporte.
