Capítulo II: Apoyo.


Y a veces, por el camino se tiene compañía.


Cuando despertó, la hechicera no estaba allí.

Durante la noche, se había despertado tres veces, y las tres fervientemente la había apretado ligeramente contra él para relajar sus sueños. Dos de esas tres veces, había estado llorando.

Y la peor parte era que no se despertaba por su cuenta.

Prefiriendo no interrumpirle el sueño, intentaba calmarla sin despertarla, pero había ocasiones en que tenía que hacerlo, como cuando se pasaba cerca de dos minutos sin respirar y luego volvía a hacerlo, ahogada, como si estuviera aguantando el aire bajo el agua.

Thrall quería intentar hallar una solución más adecuada, y permanente, a esto, pero imaginaba que necesitaría pedirle consejo a los espíritus.

Sin embargo, no le hablaban desde que mató a Garrosh.

Se propuso no pensar en eso, mientras se enderezaba y se echaba sobre los hombros la piel de lobo. Miró hacia su hacha, en el rincón, y luego la chimenea. Dos solitarios troncos descansaban dentro esperando ser quemados. Todavía no hacía mucho frío, pero Boralus era un lugar muy húmedo y ventoso. O hacía un calor imposible o hacía un frío que te crecería hielo en la barba.

Tomó la piedra con runas que Jaina le había dejado al comienzo de la semana por si quería ir al bosque y volver sin atravesar las calles. Sosteniéndola en su mano, y, asegurándose de que tenía la de regreso atada a la cintura, activó la que descansaba entre sus dedos.

En cuestión de segundos, se halló entre árboles, lejos del murmullo constante de la ciudad portuaria. El aire fresco hizo que la peluda piel sobre sus hombros comenzara a agitarse suavemente, y, disfrutando de la sensación, golpeó el primer árbol.

Intentó medirse, pero no salió como quería. Lo tumbó.

Desde que había tenido aquel Mak'gora en Nagrand, sus golpes no habían vuelto a ser los mismos. No podía controlarse. Como si todavía siguiera en ese duelo.

Había intentado medirse contra Garrosh, porque realmente no tenía intención de matarlo, pero en cuanto quedó claro que él no se estaba conteniendo y pretendía arrancarle la cabeza, Thrall había mandado al diablo todo nivel de restricción.

Golpeó otro. Cayó.

Garrosh no tocaría a su familia. No seguiría destruyendo sus enseñanzas a la Horda. No seguiría masacrando ciudades.

No habría más Theramores.

Y no habría más Jainas.

Los pandas lo habían sentenciado a aprender. Y realmente había creído que eso era lo mejor. Pero ver que Garrosh se había convertido en aquello contra lo que Thrall siempre había peleado… No pudo soportarlo.

Ni salvarlo.

Garrosh se había convertido en un monstruo igual o peor que los que habitaban las filas de la Legión de Fuego. Se preguntaba si, en parte, había sido su culpa por no prestarle suficiente atención.

Otro hachazo. Otro árbol.

¿Dónde había hecho las cosas mal?

Garrosh siempre había detestado a Jaina. Ella era la única cuestión que seguía aflorando cada vez que discutían. Una y otra vez. No los tratados con Varian. No las discusiones con Tyrande. No la Legión.

Jaina.

Por eso había intentado apartarse de ella. Para protegerla. Para intentar hacerle entender a Garrosh.

Cuando conoció a Aggra, y se halló disfrutando su compañía, pensó que, además de aportarle felicidad, también calmaría la rabia de Garrosh.

Pero no lo hizo.

Si acaso, lo enrabió más. Empezó a amenazar a su familia.

Ajustó su agarre sobre Dra'gora y tumbó un cuarto árbol.

¿Por qué todo el mundo estaba empeñado en cuestionar que le gustara una humana?

Apretó más fuerte el mango.

¿Por qué nadie podía entender, excepto ella y Cairne, que podían coexistir?

Caminó rabioso a otro árbol.

¿Por qué todos en la Horda le lanzaron miradas desaprobatorias cuando partió a detener a Deathwing?

Gruñó enfurecido.

¿Por qué los elementos lo habían abandonado cuando mató a Garrosh?

Apoyó una mano sobre la corteza del árbol.

¿Cómo era que nadie podía aceptar que él y Jaina eran mejores personas, mejores líderes, si se paraban juntos?

Descargando toda su ira, blandió el hacha en un amplio arco con una sola mano.

El árbol pareció saltar unos centímetros por la fuerza del golpe, las astillas saltando por doquier, y cayó estrepitosamente al suelo.

Thrall clavó a Dra'gora en el tronco todavía agarrado al suelo y tomó una bocanada de aire fresco, intentando calmarse.

- Eso se vio… No como tú. - observó una conocida voz femenina a su espalda. - Por si acaso, nos he hecho invisibles e insonoros. -

- Lamento que vieras eso, Jaina. - se reprendió mentalmente por no notar su presencia mientras se giraba.

Estaba sentada en el último árbol que había tumbado, cruzada de piernas y sólo en su camiseta, pantalones y botas. Tenía el ceño levemente fruncido y las bolsas bajo sus ojos azul intenso estaban bastante marcadas.

- ¿Por qué me importaría? - replicó. - Te lo he dicho antes, grandulón, no tienes por qué fingir ser un bastión inamovible. - ofreció una sonrisa conciliadora. - Yo, desde luego, no lo soy. Quizás deberíamos empezar por aceptar que no somos de piedra. - miró al lago cercano, apartándose los cabellos sueltos que le pegaban en la cara por el viento. - ¿Quieres hablar de ello? -

- Sigo pensando en Garrosh. - confesó Thrall mientras levantaba uno de los troncos.

- Esa sombra nos persigue a todos. - aceptó la hechicera levantando otro de los árboles caídos con su magia y bajándolo en el agarre de él. - ¿Qué en particular te tiene así? -

- Sería más correcto preguntar qué no. ¿Subirías más troncos, por favor? - acomodó los dos que ya tenía sobre un solo hombro.

- Claro. - levantó un tercero mágicamente.

- Gracias. - Thrall suspiró. - Me molesta haber sido tan necio como para creer que sería como Grom. Que se daría cuenta de qué estaba haciendo mal y se detendría. Todo lo que hizo fue empeorar… Y empeorar… Hasta que se convirtió en Gul'dan. Hizo básicamente lo mismo. - recibió el peso del tercer tronco.

- Ya veo. - hizo levitar el cuarto. - Te entiendo. Yo también supe creer que alguien que quería se rectificaría. Y nunca lo hizo. Ni siquiera en sus últimos momentos. Tampoco en el más allá, por más que se reconciliara con otro de mi pasado. -

El orco sabía que hablaba de Arthas. No había necesidad de nombrarlo. Por más que hubiera cooperado con Uther y empezara un camino de rectificación nuevamente bajo su tutela, cuando abandonaron las Shadowlands no había habido mucho progreso. El cuarto árbol casi le hizo doblar las rodillas.

- ¿Podrías cortar las ramas? - pidió, y ella lo hizo con un movimiento de la mano. Todas las ramas de los cuatro árboles en el hombro de Thrall, y también las del que estaba usando como asiento, cayeron cercenadas al suelo. - Gracias. -

Jaina entonces se puso de pie y comenzó a elevar el último tronco.

- Me da la impresión de que hay algo más que quieres decir, grandote. - lo observó fijamente unos momentos. - Sí, definitivamente ese es tu semblante de "estoy fingiendo ser un orco grande y feo de antes del Black Portal". -

Thrall ahogó un bufido divertido.

- Me molesta que parezca que el mundo no quiere que compartamos todos los días juntos. Me molesta tanto que hace que me hierva la sangre. Y con todo lo que hizo Garrosh, ese parecer se intensificó, excesivamente. - recibió el quinto tronco y otra vez casi se le fueron las rodillas. - Vamos. - indicó. - Los llevaré al aserradero, no hay nadie ahí todavía. Demasiado temprano para estos marineros borrachos. - no lo dijo con tono despectivo, aunque sonara a eso, sino a una simple queja.

- Coincido. - se sumó Jaina. - No aparecen hasta media mañana, ahora apenas está saliendo el sol, es el momento idóneo para los preparativos. - chasqueó los dedos, levantando a Dra'gora, llevándola flotando a su lado, e hizo aparecer su vieja capa morada con capucha y runas por todas partes. La que no usaba desde la muerte de su padre.

El orco no comentó al respecto.

Pensó que decir algo la inhibiría, y no quería limitar la etapa que estaba atravesando.

- Hablando de preparativos, - reencaminó la conversación. - querías ir a Stormwind. -

- Ya fui. - respondió. - Primero pasé por Pandaria para hablar con Lorewalker Cho, luego fui para allá. Hablé con Bolvar. Anduin nos espera después del almuerzo. Si soy honesta, quiero hablarle sobre lo que me propusiste. Y luego… Eh… - lo miró un poco incierta. - Me tomé el atrevimiento de pedirle una reunión al Consejo de la Horda. Para hablarles de lo mismo. -

- ¿La ciudad? - preguntó Thrall, y la mujer cabeceó en afirmación. - Tener su visto bueno sería un excelente comienzo. Baine seguramente aprobaría. No estoy seguro acerca de Rokhan, pero, con suerte, Vol'jin le sugerirá hacerlo. - frunció el ceño. - Gazlowe es razonable. Verá los beneficios de una ciudad neutral. Lillian… puede probar complicada. Thalyssra y Lor'themar dudo mucho que no aprueben del concepto, pero son un peligro, porque los demás podrían pensar que abandonarían la Horda, y eso… -

- Thrall. - lo detuvo Jaina. - No vayamos ahí. Todo el punto de esto es que lo haremos lo aprueben o no. Sea quien sea. No estamos buscando la aprobación de nadie, ¿recuerdas? -

Él parpadeó. Cierto. Lo harían o morirían en el intento. Eso habían dicho. Lo que sea que pasara, lo harían juntos.

Asintió en su dirección.

En cuanto dejaron los troncos apilados con otros que ya estaban el aserradero, Thrall tomó unas cuantas ramas y tronquitos de la pila de deshechos.

Cuando tuvo los brazos rebosantes de los mismos, fue de vuelta hasta Jaina.

- Listo. - dijo. - Suficiente para la chimenea. -

Ella entonces los teletransportó de vuelta a su habitación, donde lo observó bajar la gran pila de madera al lado de la chimenea.

- Estoy tan acostumbrada al frío que creo que en mi vida he prendido esa cosa. - comentó la peliblanca.

- Se nota. - pasó un dedo por los ladrillos. - No hay ni una pizca de hollín. -

- ¿Thrall? -

- ¿Jaina? -

- ¿Podemos pasarnos la mañana bajo las mantas con la chimenea encendida? -

Él tuvo que reír en respuesta. Jaina nunca había pedido esto. Lo más 'romántico' que había hecho en el pasado era demandar que la alimentara con uvas mientras hacía su papeleo después de que compartieran la noche. Antes de esta semana que llevaban juntos de vuelta en Azeroth, eso es.

Al principio, él había sido tan malo lanzando uvas a su boca que ella había empezado a atraparlas con magia sin mirar después de ver en el borde de su visión el lanzamiento. Eventualmente, sin embargo, lo habían convertido en un pequeño juego. Jaina levitaba la uva y esperaba a que Thrall le pegara un tinclazo en su dirección. Entonces, la atrapaba con la mano y se la comía. Si no lograba atajarla, cambiaban lugares, y así sucesivamente.

Aunque 'romántico' era algo que, como orco, apenas entendía.

- Lo que quieras. -

- ¿Sabes? - dijo la humana en cuanto ambos se acostaron. - Acaba de volver a mi mente algo que Anduin dijo… Cuando intentábamos recuperar Lordaeron de las manos de Sylvanas. -

- ¿Cuando llegaste con el barco? - recordó que se lo habían contado. - Salvaste vidas ese día, no importa si muchas o pocas. Yo no estaba allí, pero Baine me lo relató con lujo de detalles. -

Jaina le dio una mirada de agradecimiento por la elección de palabras.

- Recuerdo que le dijo a Sylvanas: "Fuiste tú la que quemó Teldrassil, pero fui yo el que le falló a esa gente. No volveré a cometer el mismo error. Ríndete, o muere." - se quedó viendo el techo unos segundos, y, antes de que Thrall dijese algo, continuó. - Se veía muy enojado. Pero aunque Sylvanas intentó provocarlo una y otra vez, no cedió. No le dio el gusto de atacarla. Creo que a ese comportamiento voy a apuntar por el momento. - lo miró girando un poco la cabeza. - No quiero seguir siendo quien fui durante la última guerra, no ahora, no nunca. Pero tampoco puedo ser la Jaina de Theramore. No, al menos, ningún día pronto. - volvió a ver el techo. - Espero que eso no… Haga que quieras apartarte. Pero si lo hace, bueno... No sería la primera vez que pierdo a alguien que aprecio. O que te pierdo a ti. -

Él suspiró pesadamente.

- Yo tampoco puedo volver a ser el Thrall que creía que podía rectificar a toda su gente. - cerró los ojos, rememorando. - Somos dos personas rotas intentando rehacer nuestras vidas. - guardó silencio, sopesando algo. - Pero confío en que podremos manejarlo. -

Jaina captó la declaración implícita en el plural. Podremos, no podré o podrás. Podremos. Honestamente, le gustaba que no hablaran tan directamente de sentimientos. Ya demasiado se había hundido en la tierra con la conversación que habían tenido en Oribos.

Y Thrall también entendió la distinción que hacía entre "alguien que quería" y él. Y también disfrutaba de lo implícito.

- Ey. - lo llamó la mujer.

- ¿Mmm? -

- Está… Bien si no quieres decirlo, pero…. ¿Hay algo más que quieras compartir acerca de… Esos hachazos en el bosque? Tengo la sensación de que… No dijiste todo. -

El orco guardó silencio otra vez. Al final, no pudo no decírselo.

Jaina se sentó en la cama, tomó las sábanas al límite de la misma y las echó sobre ellos mientras metía unos troncos a la chimenea con magia antes de chasquear los dedos y encenderla. Luego, lo miró espectante.

- Desde que maté a Garrosh, escucho a los espíritus cada vez menos. Como si eso los hubiera enfurecido conmigo. Me prestaron su fuerza cuando cruzábamos las cadenas hacia Oribos, cuando quería ayudarte, pero… - suspiró. - Aggra dice que no es así, que no están enojados, aunque… No le creo. -

- Me parece que alguien necesita un masaje. - comentó, viendo la expresión en su cara. Antes, ya no le causaba nada en particular verlo apenado o deprimido, sólo incertidumbre. Pero, después de aquella conversación tras los sucesos del Santuario, cuando comenzó a pasar tiempo cerca de Thrall de nuevo, empezó a sentir que quería aliviar sus malos ratos, igual que él intentaba distraerla de los suyos. Lo cual sucedía demasiado estos días. - Vamos, date la vuelta, pon esa cara fea contra la almohada y lejos de mi vista. - bromeó, con un dejo de humor en la voz, y él obedeció, algo renuente. - ¿Te acuerdas de cuando hacía esto unas tres o cuatro veces a la semana? - preguntó, rememorando, mientras se sentaba sin mucho cuidado bajo la cintura del orco a la vez que lo veía afirmar con la cabeza. - Aegwynn siempre me gastaba bromas al respecto. 'Eres toda una princesa, excepto con el más bruto de tus lacayos. Caíste bajo, mujer.' - la imitó sin miramientos. - No era la mejor de las personas, pero me gustaría que siguiera viva. - suspiró. - Ella aprobaría de nosotros, ¿sabes? Se ponía muy sugestiva en relación a ti conmigo. -

Porque sí, las visitas "sorpresa" que se hacían antes de Aggra y Kalec solían terminar como el momento actual. Con ella masajeándole la espalda, a medias con los dedos, a medias con magia, para luego recibir uno de él en su cuello agarrotado.

Esta vez, la espalda de Thrall estaba casi completamente llena de nudos y contracturas. Y Jaina rara vez no se distraía con las cicatrices del látigo. Sus dedos siempre acababan por recorrerlas todas y cada una. A partir de una ocasión, había empezado a contarlas, incluso, pero ocasionalmente aparecía alguna nueva, recibida en alguna batalla reciente.

No había visto los resultados de su enfrentamiento con Garrosh en su cuerpo. Prestarles especial atención ahora mismo le hizo morderse el labio. Había creído, hasta ahora, que no había salido lastimado, pero había estado muy equivocada. Los tajos que había recibido, fueran de arma, arañazo o causadas por algo en el suelo, no eran pocos. Y tampoco eran superficiales.

- Veintidós nuevas. - susurró, con una punzada de dolor en la boca del estómago.

- ¿Veintidós qué? - preguntó Thrall, y luego recordó el hábito que Jaina había tomado hacía años. - Hablas de mis cicatrices. - la miró de reojo, como pudo.

- Sí. - respondió, todavía revisándolas. - Esta debe haber dolido mucho. - acarició con los dedos una de ellas con delicadeza. Era particularmente larga y de unos tres centímetros de grosor. - ¿Cómo te la hiciste? -

El orco quiso no contestarle. Pero prefería lastimarla un poco que negarle la respuesta.

- Alguna cosa volando cuando intentaba detenerte aquella vez. - tragó saliva. - Pero no te preocupes. No fue tan terrible como se ve. -

Se mordió el labio con más fuerza. Intentando dejar el tema, porque acabaría sintiéndose muy mal, guardó silencio por aproximadamente media hora mientras trataba de deshacer los nudos en la espalda del orco con magia y sus dedos, a la vez que meditaba qué responderle. No quería simplemente decir lo primero que le viniera a la mente, porque sabía que este era un tema complejo para un chamán. Era como si un mago perdiera la capacidad de usar sus hechizos. Se sentiría como si le faltaran los brazos.

- ¿Sabes? Podría intentar quitar todo esto. - ofreció, como tantas otras veces antes, sólo para recibir la misma respuesta.

- Te lo agradezco, Jaina, pero no. - reparó en que si bien ella nunca había cuestionado por qué, tampoco le había dado una justificación a su negación. En todo caso, antes no habían sido tan cercanos como ahora. No habían prestado suficiente atención para notar que había más en sus interacciones que simplemente descargarse. - Son un recordatorio. - las manos de Jaina se detuvieron. Se quedó viendo la que le había llamado la atención antes, la que se había ganado cuando chocaron marea contra viento en la costa de Kalimdor.

- ¿Y qué significa esta para ti? - preguntó con temor, pasando su dedo por la marca que le causaba incertidumbre. - Confieso que me da… Miedo… Que… -

- Tranquila. - intervino Thrall ahogando un gemido de satisfacción ante el reanudamiento del trabajo de sus dedos en su espalda. - Como dije, es un recordatorio. De lo que perdí por inacción. - gruñó levemente. - De una persona que no deseo volver a ver sufrir. -

Jaina guardó silencio otro rato, sopesando sus palabras. Por un lado, le causaban un dolor increíble, porque se sentía una basura pensando en cuánto seguramente lo había lastimado, cuánto la había soportado, cuánto…

Detente.

Y por otro, se deleitaba en sus últimas palabras.

Se limitó a seguir atacando los nudos que tenía, hasta que los hubo aflojado un poco todos, y, entonces, tras palmearle la espalda unas pocas veces, se dejó caer de vuelta a su lado mientras lo veía acomodarse boca arriba otra vez, con una expresión relajada en el rostro.

- Yo nunca escuché a los espíritus como tú solías hacer. O como Aggra hace. - meditó lo que estaba por decir, entrelazando los dedos de una de sus mano con los de él. - Pero sí sé cómo se ve, y se siente, alguien que no quiere escuchar. - la mirada que le dirigió cargaba toda la intención de sugerir que no se trataba de que los espíritus no quisieran hablarle. - Lo entiendo, tuviste suficiente. Te viniste abajo. - puso su otra mano en el pecho de Thrall, sobre su corazón. - He estado ahí. No me imites. - se elevó un poco hasta su oído y susurró. - Pero ya sea que quieras permanecer sordo o vuelvas a escuchar, no volveré a darte la espalda. ¿De acuerdo?- y, preguntándose si le molestaría, dejó un suave y nada corto beso en la mejilla del orco, que le apretó la mano en respuesta, antes de relajarse sobre su hombro.

Es probable que tenga razón. Que yo sea el sordo. Puede que me haya estado mintiendo a mí mismo.

Cerró los ojos.

Pero no quiero escuchar el juicio de los elementos.

- ¿Sabes? - siguió Jaina, asumiendo que no diría nada. - En estos días de andar de aquí para allá, disculpándome, siendo insultada, o perdonada, en algunos casos, he entendido que, más allá de la resolución de la conversación, cada vez que cerraba una de esas puertas abiertas, era más capaz de encontrar mi camino otra vez. Tú no tienes mi suerte. - reconoció. - Garrosh está muerto. Y eres demasiado buena persona para poder perdonarte a ti mismo, ¿cierto? - puso una sonrisa triste. - Tonto. - cerró los ojos ella también, hablándose ya más a sí misma, porque pensó que estaba dormido. - Encontraré una forma de ayudarte. Tan solo espera. -


La visita a Anduin fue tranquila y corta.

Cuando llegó la hora, Jaina los teletransportó a Thrall y a ella directo a la habitación del rey. Lo hallaron al lado de la ventana, sentado delante de una pequeña mesa, con otras dos sillas alrededor, una robusta y otra como la suya, de lado a ellos, observando fijamente la pared, metido en un par de botas, pantalones y una camisa.

Ni bien los oyó aparecer, sin embargo, se giró despacio y les ofreció una honesta sonrisa de bienvenida, levantándose a saludarlos.

- Thrall. Jaina. - les dio a ambos un apretón en el brazo y dejó caer sus manos. - ¿Cómo se encuentran? -

Los huéspedes se miraron un momento y le devolvieron la bienvenida con una mueca ligeramente incómoda.

- Bueno, - dijo la maga. - como sabrás, un orco no pesa para nada lo que un humano. - se cruzó de brazos, bajó un poco la cabeza, cerró los ojos y frunció el ceño ligeramente, fingiendo molestia. - Lleva siete noches casi rompiendo mi cama. -

Por toda respuesta, él puso los ojos en blanco mientras negaba con la cabeza sin ocultar que le divertía el comentario.

Anduin, por su parte, parpadeó, como atontado, al principio. Entendía lo que decía Jaina indirectamente, pero no era capaz de asimilarlo en un abrir y cerrar de ojos.

- ¿Están…? - preguntó. - Esto no es una broma, ¿cierto? - inquirió, estudiando sus rostros, pero, al ver que se mantenían serios, dejó ver su sorpresa mientras ensanchaba más los labios. - ¿No lo es? - los observó negar lentamente con la cabeza. - ¡Me alegro por ustedes! Dejé de creer que pasaría cuando terminó el Cataclismo. - Jaina, viendo la alegría del muchacho, se sintió relajada. El motivo de la visita ya estaba cumplido, creyó, pero enseguida tendría que retractarse. - Aunque… Temo que la mayoría no está ni remotamente cerca de aceptar este tipo de cosa. - su cara se contorsionó por el dolor. - No quiero que deban esconderse. -

Thrall entonces dejó caer una de esas grandes manos en el hombro de Anduin, casi desestabilizándolo.

- Esto no es totalmente una visita amena. Venimos a hablarte de algo en lo que hemos empezado a pensar. -

- Lo que sea. - dijo el rubio, señalando la mesa. - Por favor. -

Después de sentarse, los huéspedes explicaron sus planes.

Cuando Anduin escuchó que planeaban, algún día, no pronto pero tampoco lejos en el futuro, reconstruir Theramore, pero, esta vez, realmente aliándose o con ningún bando o con ambos, puso una expresión tanto de alivio como de tristeza. Lo último porque ya no tendría a Jaina en su Consejo, y lo primero porque se alegró de ver que finalmente estaba encontrando su camino de nuevo.

- Me da gusto ver que estás mejor, tía. - le dijo. - Y que quien te ayuda es Thrall. Nadie sería mejor apoyo para ti. - le palmeó la mano un par de veces. - Ahora, acerca de esta ciudad… Dalaran sigue anclada en Broken Isles. ¿No consideraron hablar con Khadgar? -

- Es un grupo exclusivamente de magos. - respondió Jaina. - Igual que el Anillo de la Tierra está compuesto únicamente de chamanes. Lo que queremos hacer… No limitaría individuos por sus capacidades. Podrías ser una persona sin ninguna peculiaridad, y lo mismo serías bienvenido en esta ciudad hipotética. - miró a Thrall mientras continuaba. - No queremos que se hagan diferencias por nada. -

Viéndola en diagonal mientras decía eso último, Anduin estuvo seguro de que nunca había visto a Jaina mirar así a nadie.

- Entiendo. La moción me agrada. - afirmó. - No es que no vaya a haber problemas, los habrá, pero estoy seguro de que si alguien en este mundo puede lidiar con eso, son ustedes dos. - entrelazó sus dedos mientras se acomodaba en su silla. - Sigo siendo rey de Stormwind, y no pienso dejar de serlo, pero tienen mi soporte. - miró primero a uno y luego a otro. - Ambos. En ambas cosas. -

- ¿No vas a decir que soy un mal padre? - preguntó Thrall, sorprendiendo tanto al rey como a la hechicera.

Anduin le dirigió una intensa mirada.

- Para mí, ser padre no tiene que ver con vivir en la misma casa. - sentenció. - Seguro, tener a tu padre y tu madre bajo tu mismo techo puede ser bueno. Pero también puede ser un infierno. Lo aprendí del mío. - argumentó. - No imagino que Aedelas Blackmoore hubiera sido un buen padre, si hubiera tenido una familia. - iba a continuar, pero se reprendió mentalmente. - Lo siento, no intentaba poner el dedo en la llaga, sólo dar un ejemplo de una mala persona. - carraspeó. - Mi padre no fue el mejor, pero lo intentaba. Y lo amo por eso. Voy a su tumba cada día que puedo. Así que, querido Th… Go'el, no se trata de estar ahí todo el tiempo. Se trata de dar el ejemplo. Y ser alguien que le inspire a los niños confianza. ¿Qué ejemplo habrías dado permaneciendo en una familia en la que no estás cómodo? ¿No siguiendo lo que te dice tu corazón? A corto plazo, puede que uno de lealtad. A largo, sin embargo… Uno de miedo. Miedo de ser tú mismo. Y eso genera que no se te respete. -

Thrall no respondió enseguida.

- No dudo de lo que dijiste. Lo pienso yo mismo. Me preguntaba, simplemente, si no estaba siendo pedante. -

- No lo creo. - lo calmó el rey humano. - Pedante sería creer que porque son tus hijos, van a ser iguales a ti sin tenerte de ejemplo, lo cual… Estoy seguro de que no piensas. O Jaina no te vería como te ve. -

Ella no dijo nada, pero Thrall no necesitaba mirarla para saber que pensaba eso mismo.

- Gracias, Anduin. - le agradeció, pero el aludido le restó importancia con un ademán.

- No hay por qué. No es más que la verdad. - volvió sobre el tema anterior. - ¿Piensan comentar en la Horda esto acerca de la ciudad? -

- Sí. - se adelantó Jaina a cualquier respuesta del orco. - Y también les diremos el nombre de este lugar que pensamos crear. -

- ¿Lo haremos? - preguntó Thrall con cierta sorpresa. - ¿Pensaste en un nombre? -

La maga lo miró directo a los ojos mientras revelaba lo que había ideado.

- Sí. He pensado que la primera vez que colaboramos, tú y yo, fue para purgar a Grommash de la sangre de demonio. No me importa que Garrosh fuera su hijo, él actuó bien al final. Así que - se mojó los labios con la lengua. - he decidido que la ciudad va a ser nombrada en su honor, y en el de Medivh. Porque aunque nosotros pusimos la predisposición, Medivh nos llevó a Kalimdor. Y Grom fue nuestra primera operación exitosa. Así que quiero llamar este nuevo lugar de una manera que represente tanto a la Horda como a la Alianza. Corrígeme si estoy usando mal la palabra, pero… ¿Cómo suena Guardian's Mash? -

- Corazón del Guardián. - sopesó Thrall. - Suena tosco y raro mezclar nuestros lenguajes así. Pero… - se rascó el mentón. - Es verdad que eso en sí mismo es representativo de la dificultad de permanecer unidos. - afirmó con la cabeza. - Me agrada. -

- Corazón del Guardián. - repitió Anduin. - Suena bien, ciertamente. A un lugar de paz. - les ofreció una amplia sonrisa, arrancándoles una a ellos en el proceso. - Ya quiero verlo. -

- Te invitaremos a la apertura. - confirmó Jaina. - A ti, a los líderes de la Horda, a Tyrande, Malfurion, todos, incluso Genn. -

- Prometo mantener un ojo en él, aunque creo que se comportará mientras nadie sea demasiado sarcástico. - el joven rey vio la posición del sol. - Deberían irse yendo. No intento echarlos, para nada, pero pronto vendrán a revisarme de nuevo. - se puso de pie y se encaminó a un armario. - Sin embargo, antes de eso… - lo abrió y tomó algo del suelo del mismo, haciendo un esfuerzo visible por enderezarse sosteniendo lo que sea que hubiera agarrado. - Quiero que tengas esto, Thrall. Era tuyo, después de todo, y el campeón chamán lo cedió al castillo en cuanto se drenó su poder, considerándose indigno de portarlo más tiempo. He querido devolvértelo desde entonces, pero siempre había algo en el camino. -

Aprovechando el envión de girarse en el lugar, y, en un lanzamiento casi perfecto, lanzó el objeto hacia el orco, que lo atrapó sin esfuerzo, como si perteneciera en su mano. Un mazo que sería, por lo general, muy pesado para un humano. Con runas grabadas por todas partes.

- El Doomhammer… - Jaina miró del arma a Thrall, a Anduin y de vuelta. - ¿No se declaró perdido? -

- Hay muchos que lo hubieran querido para hacer daño. - respondió enseguida el ex chamán. - Pero, Anduin, ahora no es más que un simple martillo, ¿por qué…? -

- No. - negó el rey humano. - Ese martillo es un símbolo para tu gente, y lo sabes. Tanto como Shalamayne significa para la Alianza. La ven en combate y gritan orgullosos, con aguante renovado. El Doomhammer es eso mismo. -

- Supo ser visto como protección. Luego, la manifestación de la esperanza de dejar atrás a los demonios. De independizarnos. Hace mucho que cumplió su propósito. No lo quiero. - lo alargó de vuelta hacia Anduin, que no se acercó, firme en su postura de que debía retomarlo.

- Insisto. Si dices que perdió su significado, entonces dale uno nuevo. Siempre hay algo por lo que luchar. Y no todas las batallas son entre Horda y Alianza. -

Thrall suspiró en resignación. Cuando estaba a punto de repetir que no lo tomaría, Jaina cerró su mano sobre el mango del Doomhammer y suavemente tiró de él hacia ella.

- Yo lo sostendré por ti. - le dirigió una mirada llena de acerada determinación, y el orco relajó su agarre.

Asistiéndose con magia para aligerar su peso, se lo colgó del cinto y miró de nuevo a Anduin.

- No tomaremos más de tu tiempo. Nos esperan en Orgrimmar. Sigue recuperándote así de bien, por favor. - pidió, tomándolo del brazo.

El rey puso su mano sobre la de ella.

- Lo haré. Quiero quitar el ceño de la cara de la gente. -