Capítulo III: Purgatorio.


Y a veces, surgen problemas.


Tras unas cortas despedidas, Jaina se teletransportó, junto a Thrall, al interior de Grommash Hold, donde se hallaron en el centro de un círculo de personas, compuesto de todos los demás Consejeros de la Horda.

Pero no llegaron a empezar ninguna conversación.

Cuando aparecieron, Lor'themar y Baine estaban abriendo la boca para darles la bienvenida cuando de repente hubo un temblor. El semblante de todos los presentes cambió de un momento a otro, de predisposición a confusión y luego preocupación.

El temblor escaló en cuestión de segundos a casi un terremoto, y, alarmados, todos salieron fuera de la edificación, sintiendo la tierra retumbar con violencia.

Varios edificios visiblemente se movieron, y luego hubo calma de nuevo.

- ¿¡Qué fue eso!? - reclamó Gazlowe. - ¿¡El idiota de Gallywix explotando Deepholme!? -

- Lo dudo. - negó Thrall. - No habría vivido ni un segundo allí abajo. Esto… -

- La Madre Tierra está sufriendo. - informó Baine, sobre una rodilla, con una mano en el suelo. - Se siente… Como si se estuviera partiendo. -

Por una simple corazonada, Jaina se teletransportó a la cima de la colina más cercana y miró hacia Silithus. La gigantesca espada hundida en el mundo se hallaba rodeada de energías arcanas, y entonces confirmó lo que suponía.

Durante la semana, había visitado Dalaran. Khadgar había dicho algo acerca de que él y Magni creían que ya podían intentar quitar la espada y empezar a rellenar el agujero que dejaría. Habían intentado achicarla, pero todo intento había sido inútil, mágico o físico, así que intentarían simplemente tirar para retirarla.

Vio a lo lejos cómo la magia arcana alrededor del arma se intensificaban.

Entonces hubo otro terremoto.

Volvió en un parpadeo con los líderes de la Horda y se preguntó cómo informarles.

- Hay que evacuar. - dijo en una vocecita, mientras intentaba pensar en las consecuencias de este intento. Se cuestionó si Dalaran era consciente de las potenciales repercusiones que esto tendría. - Hay que evacuar. - repitió, más alto.

- ¿Cómo? - pidió Rokhan, nervioso. - ¿For qué? -

- Se les informó acerca de que intentarían quitar la espada de Sargeras de Silithus, ¿verdad? -

- Sí. - dijo Lor'themar. - Varios de mi gente están allí ahora, ayudando. -

- Parece que… Va a haber repercusiones. Estos terremotos vienen de allí. Todo lo que podemos hacer es evacuar, no hay tiempo para ir hasta allá y… -

El temblor se hizo más fuerte, y pequeños puestos de comida en las calles de Orgrimmar se derrumbaron. Por suerte, no aplastaron a nadie.

- Esto va a doler. - dijo Gazlowe, pensativo. - Les voy a cobrar hasta la última moneda de cobre. - farfulló mientras tomaba un largo, al menos para él, palo de entre los escombros más cercanos. - ¡Lárguense! - empezó a gritar a pleno pulmón. - ¡Vamos, evacúen, no hay nada que hacer! -

Rokhan y Baine se pusieron manos a la obra, haciendo correr la voz, pero enseguida supieron que no habría tiempo cuando otra vez el terremoto aumentó en intensidad, comenzando a hacerles difícil mantenerse en pie.

Los demás líderes echaron a correr para intentar reunir a la gente y sacarla del lugar, con la excepción de Thalyssra, que permaneció con ellos, intuyendo lo que habría que hacer.

Fue entonces que Jaina supo que algo andaba terriblemente mal. En las profundidades del océano, el suelo se sacudió violentamente, y toda la masa de agua se movió en respuesta.

- ¡Thrall! - lo llamó asustada. - ¡Hay un desplazamiento tectónico! -

Los ojos del orco se salieron de sus cuencas.

- ¡Hay que decirles que paren! - rugió, atajando al primer soldado que pasó cerca de él. - ¿¡A dónde diablos vas!? ¡Lárgate de la ciudad! ¡Se viene abajo! -

- P-pero… Mi… Mi familia… - tartamudeó el orco, y algo en Jaina se quebró.

- ¡Bien, tómalos y escapa a las montañas, vuelve cuando hayan parado los temblores, ve! - lo empujó en la dirección hacia la que había estado corriendo. Se giró hacia la maga de nuevo. - No tendrá tiempo. ¡Abre un portal, por favor! - le pidió agitadamente. - ¡Tenemos que…! -

- No tiene caso. - intervino Thalyssra. - No podemos abrir un portal cerca de tal cantidad de magia, e incluso si pudiéramos, la catástrofe ya empezó. - miró hacia el océano. - Sólo podemos intentar resistir el grito de Azeroth. -

Jaina siguió su mirada.

Todavía no estaba en el horizonte, pero el desplazamiento debía haber provocado un tsunami en esta dirección. La verían en cualquier momento

- Thrall. Thrall. - se volvió hacia él, que, por primera vez en mucho tiempo, tenía una expresión desesperada. - Lo vamos a intentar. Como dijiste. - forzó su lengua a pronunciar orco en voz alta. - Bin mog… - repasó velozmente las palabras que sabía. - G'thazag cha. - ante la pasmada cara del orco, exasperada levantó las manos. - ¡¿No puedo haber aprendido orco?! -

Fue entonces que la masiva ola de agua empezó a ser visible en el horizonte.

Thrall la apretó contra su pecho brevemente con los brazos antes de mirarla a los ojos sin esconder su miedo.

- Yo también voy a protegerte, Jaina. Con toda mi fuerza. - sin previo aviso, tomó su cabeza en sus manos y la acercó, tocando su frente con la suya. - Sé que dije que si falláramos, moriríamos juntos, pero todavía no... -

Apareció un portal a un lado repentinamente, y vislumbraron una Stormwind temblante. No había un tsunami de su lado, por lo que veían, pero el terremoto era mucho más fuerte que en Orgrimmar. Las piedras de parte de las murallas se estaban cayendo, el monumento a Varian estaba ya en ruinas, la torre del mago estaba rodeada de energías arcanas que intentaban mantenerla firme…

- ¡Lady Jaina! - los alcanzó una voz desde el otro lado. - ¡Ayuda, por fa...! - el pedido fue ahogado por un grito horripilante.

Quien fuera que gritaba había muerto, probablemente aplastado por algo.

Jaina instintivamente alargó la mano hacia el portal, pero Thrall la detuvo. Miró al tsunami y de vuelta por el portal. Respiró hondo y su mirada adquirió la firmeza que había perdido.

- Yo iré a Stormwind. Estoy más familiarizado con la tierra. El agua es lo tuyo. -

Una tormenta se estaba formando rápidamente en la zona, y las trenzas del orco empezaron a ser arrastradas, igual que los cabellos sueltos de la hechicera.

En un arrebato de incertidumbre, por si no fuera a tener la oportunidad otra vez, Jaina ignoró lo que él pudiera pensar y dejó un corto beso entre sus colmillos sobresalientes, prestándole nada de atención a Thalyssra, que, de todos modos, hacía rato que les había dado la espalda, evaluando qué podía hacerse con el tsunami.

Se apartó, empujándolo hacia el portal.

- Ve. - le dijo, con la voz agarrotada. - Asegúrate de que Anduin esté bien. ¡Y vuelve conmigo! ¡Es una orden! - él asintió. Se disponía a pasar un pie hacia Stormwind cuando lo llamaron. - ¡Thrall! Dije que lo llevaría por ti... - tomó el Doomhammer en su mano, y, tras mirarlo un momento, lo lanzó hacia el orco, que no lo atrapó, dejándolo caer a sus pies. - Pero realmente creo que deberías llevarlo contigo. -

Entonces le dio la espalda, enfrentando el tsunami, que llegaría en cuestión de un minuto o poco más.

- Jaina, no… - cerró los ojos, enfurecido con el innegable hecho de que no había tiempo. - No mueras. -

Sin pensar demasiado, tomó el martillo del suelo con la mano derecha y atravesó el portal, que la maga cerró instantáneamente después para no tentarse a saltar también.

- Creo que podemos pararlo. - propuso Thalyssra. - Ya hemos hecho cosas imposibles juntas antes. -

La humana bufó.

- Intentar no puede ser peor que no hacer nada. -

Sin mediar más palabras, al mismo tiempo se desplazaron a la orilla cerca de Orgrimmar y acumularon tanta magia como pudieron, mientras, en el cielo, sobre ellas, la tormenta seguía creciendo y, por debajo, la tierra amenazaba con quitarles el equilibrio.

Comenzó a llover.

- Barreras. - sugirió Jaina, apartándose los pelos que instantáneamente se pegaron a su frente. - Tantas como podamos levantar. Y sustento. O seremos lanzadas. -

Thalyssra asintió en acuerdo y procedieron. Barreras arcanas y de hielo se alzaron entre ellas y la enorme ola, y también se ataron al suelo con magia.

- Vamos. - pidió la nightborne, y juntas intentaron atajar el agua.

Tardaron cerca de veinte segundos en reducir la velocidad lo suficiente para que el impacto no causara un desastre como los tsunamis que habían ocurrido durante el Cataclismo.

Aunque lograron detener casi del todo la fuerza del agua, igual las golpeó con violencia.

Las barreras estallaron prácticamente al mismo tiempo, y Thalyssra, decidiendo en una fracción de segundo que, en caso de que no fuese el único tsunami, Jaina tenía más probabilidades que ella contra el agua, la escudó, y fue golpeada casi de lleno por la ola por falta de tiempo para protegerse.

Pero eso no evitó que la humana también fuese alcanzada.

Arrastrada por el agua, y con sus músculos palpitando por el violento y corto estreñimiento, su cabeza hundida en un chillido constante y sus articulaciones doliendo tanto que podrían hacerla gritar, perdió la consciencia.


Mientras tanto, en Stormwind, Thrall había encontrado a Anduin. No había sido difícil. Lo había divisado en la calle cerca del portal intentando levantar escudos de Luz para proteger a quien pudiera. Cientos de paladines estaban ayudándolo, y nadie prestó atención cuando un orco armado con un martillo fue visto corriendo por la ciudad en pleno derrumbe.

Así que Thrall había acabado escoltando al rey, dándole martillazos a escombros o paredes enteras que se les venían encima.

No tardó en sentir el impulso de defender también a una familia cerca de la que pasaron, pero Anduin lo hizo antes, proyectando un domo de Luz a su alrededor.

La siguiente vez no hubo tanta suerte.

El rey no estaba en pleno estado todavía, y el orco acabó interviniendo, destrozando parte de una pared que se caía sobre un niño.

Luego, se vio forzado a recibir una ventana con la espalda, escudando a una mujer. El vidrio se clavó tanto en su espalda baja como en la piel de lobo que le cubría los hombros y la parte superior.

Incluso se sacó un pequeño fragmento cubierto de sangre del cuello.

Pero pronto la situación se salió de control.

Anduin y los paladines no daban abasto, y las salidas de la ciudad estaban colapsadas, ya fuera con escombros o con gente. Y no había una poca cantidad de muertos.

Thrall entonces respiró hondo y tomó al rey del brazo, arrastrándolo con él fuera de la ciudad rápidamente, hacia el puerto.

- Thrall, ¿qué haces? - le reclamó. - No hay tiempo, ¡tenemos que ayudar! -

- Eso hago. - respondió, apretando más el Doomhammer.

Padre. Madre. Orgrim. Grom. Cairne.

Corrió sin soltar a Anduin, alcanzando el puente al distrito de la torre del mago, pero se había caído. Se lo subió al hombro y saltó al otro lado del canal sin esfuerzo aparente.

Sin bajar al joven, se lo llevó contra su voluntad en dirección a la costa.

Fallé como líder.

Atropelló una pila de escombros y los apartó con el brazo, lastimándose en el proceso. Con sangre cayéndole de las heridas, gritó salvajemente para intentar sobreponerse.

- ¡Thrall! ¡No me arrastres! ¡No quiero fallarles! -

- ¡Confía! - le gritó en respuesta. - ¡Confía en mí! -

Fallé como amigo.

Alcanzó el final del distrito, saliendo a Lion's Rest, colapsado en restos de lo que supo ser una magnífica tumba.

Fue hasta ella y sólo entonces bajó a Anduin, que lo miró en parte reclamante y en parte dubitativo.

Fallé como mentor.

Thrall entonces se volvió hacia la ciudad. Casi le parecía verla temblar entera.

Saltó del acantilado, desapareciendo de la vista del rey, que se lanzó hacia el borde, viéndolo aterrizar en el resquicio de arena que había al nivel del agua. Lo vio alzar el Doomhammer y descargarlo brutalmente contra el suelo, sin resultado aparente más que el de levantar una polvareda.

No me permitan también fallar ahora.

Alzó el martillo de nuevo y Anduin lo vio emitir una muy tenue luz. Su cara se llenó de esperanza por un momento, pero eso fue todo lo que duró. Enseguida se había apagado otra vez.

No me permitan fallarle a la Horda de nuevo.

Golpeó el suelo otra vez, sólo consiguiendo agrietar un poco la arena apelmazada. Intentando llamar de nuevo a lo que alguna vez fue una inagotable fuente de fuerza para él, lo alzó una vez más.

Sus pies se sacudieron, y se tambaleó, creyendo que caería, pero algo familiar lo sostuvo a último momento, ofreciéndole firmeza.

Descargó el martillo de nuevo, y frustrado vio que no lograba nada.

No me permitan fallarle a mi familia.

Lo levantó una última vez. Si no funcionaba ahora, aunque siguiera intentando no lograría detenerlo a tiempo. Stormwind caería.

No me permitan fallarle a los habitantes de Azeroth.

Anduin lo volvió a ver. El Doomhammer parpadeó, iluminándose desde dentro. No debería ser posible. Cualquier capacidad que hubiera tenido se había ido para apagar la espada de Sargeras.

- ¡Creo en ti, Thrall! ¡Puedes hacerlo! - le gritó desde arriba, sosteniéndose del pilar tras la losa de su padre, lanzando otro domo de Luz sobre gente que iba hacia ellos, escapando de los temblores, y tosiendo fuertemente en el proceso.

No me permitan fallarle a Jaina.

Lo sintió por fin, y se halló inmóvil por un momento. Le pareció sentir que los dueños de los nombres que había invocado estaban allí con él. Ellos lo estaban sosteniendo firme. No se veía afectado por el traqueteo del suelo.

No volveré a ser sordo por elección. Me enorgullezco de lo que soy.

La fuerza que alguna vez lo pobló volvió a llenarlo. Los espíritus le respondían. Le prestaban su proeza.

No soy orco. El honor no me importa como a ustedes. Pero forjaré un lugar en este mundo para nuestra gente.

Con un grito triunfante golpeó la tierra de nuevo.

Con este martillo.

Esta vez, abrió un cráter en ella. El agua de la costa, que había tapado el puerto por la marea excesivamente alta, se filtró dentro y le tapó los pies.

Ayúdenme. Por favor.

Cerró los ojos y se dejó ir, como tantas veces había hecho en preparación para su enfrentamiento con Deathwing. Extendió sus sentidos y los dejó replicar en él lo que pasaba en la zona. Halló el problema.

Abriendo los ojos, y esperando que Jaina siguiera atenta del otro lado del océano para enfrentar la consecuencia, poniendo toda su confianza en ella, con el Doomhammer brillando como antaño una vez más, lo alzó hacia el cielo, pidiéndole ayuda a los elementos cercanos. Cuando supo que sería suficiente, descargó el mazo contra la tierra otra vez, ahora sin consecuencia aparente, con el agua obedientemente apartándose de la trayectoria del arma.

La reverberación del golpe alcanzó Deepholme. Gran parte de Azeroth sufrió un último temblor, mientras los desplazamientos tectónicos se detenían, aplacados por los elementos de tierra.

En momentos, se hizo el silencio.

Despacio, la gente de Stormwind comenzó a notar que los temblores habían parado.

Incapaz de oír los vítores de las personas, y del mismísimo rey, mientras escalaba de vuelta hacia arriba, desbordante de preocupación, Thrall se volvió hacia Orgrimmar, preguntándose qué sería de su gente por allí.

Porque sabía que lo que acababa de hacer, aunque había evitado que Stormwind se cayera por completo, condenaría su ciudad, y no podía volver corriendo hacia allá sin estar seguro de que no habría otro terremoto.

Sólo podía confiar en que su compañera de tantas batallas la salvaría.


Jaina abrió los ojos, todavía atontada. La lluvia le estaba golpeando el rostro con gotas gruesas y pesadas. Tardó unos momentos en darse cuenta de que seguía en la capital de la Horda. O más bien, de que la ola la había arrastrado de vuelta afuera de la ciudad. Alguien debía haberla llevado dentro.

- Despertaste. Qué alivio. - oyó la voz de Baine, aunque algo distorsionada. Quiso enderezarse, pero se encontró con que estaba mareada todavía. - Despacio, despacio. - la ayudó a ponerse de pie.

Apoyada contra él, todo mojado, intentó centrarse.

- ¿Qué pasó con Thalyssra? - preguntó. - Me protegió y… La ola la golpeó con más fuerza que a mí. -

- La encontré justo antes. No salió ilesa. - confesó. - Pero nada mortal. Aunque sigue inconsciente. -

Sólo entonces Jaina reparó en que se hallaban en lo alto de la muralla que rodeaba Orgrimmar. El mar parecía ligeramente más calmo, pero la tormenta continuaba.

- Baine, - llamó, intuyendo lo que pasaba. - ¿por qué estamos aquí en vez de... Abajo? ¿O huyendo hacia el oeste? -

El tauren bajó la cabeza.

- La Madre Tierra ha dejado de sufrir. Y la espada fue quitada. Mira. - donde antes había podido verse la espada de Sargeras a medias enterrada en el mundo, ahora se veía una colosal figura horripilante suspendida horizontalmente, en toda su longitud.

Fuera de Azeroth.

Debería haber sido motivo de júbilo. Sin embargo, no se sentía para nada como tal.

- ¿Pero? - cuestionó.

- Pero fuimos tontos. Creímos que ya todo había pasado. El precio, al parecer, es nuestra muerte. - señaló al frente. - Viene otro. - le informó. - Peor que el anterior. Y ya casi llega. No hay tiempo. -

Jaina sintió que el alma se le caía a los pies cuando sondeó el océano con magia y halló que efectivamente otra masa de agua se aproximaba. Apenas habían frenado el último entre dos de las hechiceras más fuertes que había.

Ahora estaba sola.

- No creo poder parar eso sola. - dijo ella en un hilo de voz. - Y todavía no puedo ir a buscar a Khadgar, o cualquiera de los que está allí con la espada. Sigue habiendo muchísima magia. Moriría en el intento. Tampoco sé si Thrall terminó en Stormwind. - tragó saliva. - Y ni junto a Thalyssra podría teletransportar a toda la gente de la ciudad. -

- Escapa. - ofreció el tauren. - Todos sabemos que lo intentaste. No tienes que ser nuestra matrona. - probó a dejarla pararse sola, y, como vio que resistía, se apartó un poco. - Vuelve con Thrall. Continúen sin nosotros. Así lo ha decidido la naturaleza. -

No podía creer lo que escuchaba.

Su cara se contorsionó, y de verdad intentó aguantarse las lágrimas, pero no lo logró. El llanto la asaltó por completo, mezclándose con la lluvia.

- Íbamos a ir a visitarte. - le dijo, temblorosa. - Thrall y yo. Estoy… Mejorando. - inspiró violentamente por la nariz. - Mira, me están saliendo mechones rubios otra vez. - se apartó los cabellos para dejarle ver las raíces. No supo si Baine logró notarlas o no. Miró entonces al océano, mientras sus manos caían a sus lados, y los rayos saltaron desde las nubes hacia el agua, como diciéndole que se rinda. - Y quería… Dejar de tener este aspecto demacrado. Él propuso el sol de Thunder Bluff. ¿¡Cómo voy a hacerlo si te mueres, maldito tauren estúpido!? - intentó sonar hostil, pero todo lo que salió de su garganta fue súplica.

Baine, afligido, suspiró, y se dejó caer, sentándose en la muralla, viendo el segundo tsunami a lo lejos.

- Yo no puedo hacer nada, Jaina. - dijo en voz apenas audible. - Soy un simple tauren. No tengo ni el conocimiento ni la afinidad con la naturaleza que tenía mi padre. Ni los poderes chamanísticos que supo tener Thrall. O que tiene Drek'Thar. Que de todos modos apenas puede moverse. - suspiró pesadamente. - Si la naturaleza ha dictado que debemos morir, no me opondré. He sido juzgado. -

La hechicera miró hacia la ciudad, con los ojos anegados y respirando por la boca entrecortadamente.

Orcos, trolls, taurens, muertos vivos, vulperas, pandarens, blood elves y nightbornes estaban reunidos allí. Pero no la miraban a ella.

Los que tenían familia, intentaban calmar a sus hijos. Los que no, estaban o sentados viendo a la nada o desesperados más allá de la cordura.

La Jaina de la última guerra se hubiera reído de los acontecimientos, quizás hasta los hubiera llamado karma. Se habría visto divertida, probablemente, por la retribución de la naturaleza contra la Horda.

Mientras cerraba los ojos, avergonzada de sí misma, intentando controlar su respiración, sintió asco contra su persona.

¿Qué culpa tienen realmente estas personas de las acciones de su líder? Algunos lo seguían con intención, pero otros… Sólo por no conocer otra cosa. O por miedo.

"Garrosh no es la Horda.", había dicho durante su juicio en Pandaria. Pero, ¿había creído siquiera esas palabras?

Todos fuimos enjuiciados ese día. No sólo él.

Y el resultado que primero creyeron que era nada más para el entonces ex warchief, en realidad había sido para todos ellos.

Fuimos sentenciados a seguir viviendo. A aprender de nuestros errores y ser mejores.

¿Por qué le había costado tanto tiempo?

No. Creer que con esto termina mi juicio es necio. Inspiró lentamente por la nariz. Por el contrario...

Sabía que no le iría bien.

Manipular un barco no le había costado gran cosa. Lanzar ella misma un tsunami con el Iris había sido fácil.

Pero detener uno… Ella no era Thrall. Y no sabía si podía contar con que apareciera. Quizás el problema en Stormwind no se había solucionado todavía.

Resuelta, apretando sus puños con fuerza, dio la espalda a la ciudad.

Con esto, apenas comienzo mi purgatorio.

Este tsunami estaba bloqueando su horizonte.

No más.

Cualquiera fuera el precio, lo despejaría.

No lo perdería de vista.

Protegería a Azeroth y a tantos de sus habitantes como pudiera.

Protegería a su manada.

Era hora de poner en práctica sus palabras.

Y ya fuera que viviera o no, finalmente estrechar manos.

- Baine. - lo llamó con voz temblorosa, y el tauren la miró sobre el hombro. - Ha sido un honor. -

- ¿Qué? - susurró, entendiendo sólo un segundo después sus palabras, lanzándose a agarrarla. - ¡Jaina, no! -

Pero era tarde.

Sólo quedó de ella en la muralla una especie de imagen residual, y su mano, en lugar de cerrarse alrededor del brazo de la maga, atrapó aire. Cuando miró al frente, la vio caminando hacia la costa. Desesperado, comenzó a bajar la muralla por el lado exterior, agarrándose de cuanto saliente pudiera ver.

Este es mi momento.

Clavó el báculo de Antonidas en la tierra húmeda sin dejar de caminar. No iba a usarlo para esto. Ese báculo había solamente matado desde que se creó.

No puedo seguir dudando. Ni dejando todo en palabras huecas.

Se soltó la correa que sostenía su manto y dejó que el viento se lo lleve.

Solía entender esto.

Cortó los hilos del corsé y se lo quitó, junto con el sobretodo anexo, quedándose sólo en la camiseta, los pantalones y las botas. Como si estuviera deshaciéndose de una piel que ya no era suya y tenía que irse.

Es momento de probarme.

Deshizo el hechizo de invisibilidad que traía sobre la capa que había usado esa mañana. La que solía usar cuando junto a Thrall y los elfos de la noche enfrentó a la Legión por vez primera.

En un fluido movimiento, se subió la capucha, de una manera tan familiar que le dio una punzada en el pecho.

Antonidas. Arthas. Uther. Padre.

Se detuvo. Cerró los ojos, sólo sintiendo la agitación del agua. Respiró profundamente.

Aegwynn. Rhonin. Varian.

- ¡Jaina! - la alcanzó el grito desesperado de Baine, pero no se volteó.

Lanzó sin mirar una oleada de magia que lo mandó a rodar por el suelo, mientras se le caían las lágrimas y le temblaba el mentón, y levantó un enorme medio domo, con centro en sí misma, destinado a negarle el paso.

Y a intentar reducir la fuerza del tsunami si fallara.

No, cuando fallara.

Vol'jin. Loas de los zandalari.

Levantó las manos, lanzando un suspiro tembloroso. Probablemente su último suspiro.

Thrall.

Abrió los ojos, despejada de cualquier duda, pero no por eso sintiéndose libre de miedo.

Mírenme. Esto es lo que soy.

Levantó tantas barreras como pudo entre ella y la masa de agua en movimiento, pero apenas alcanzó a erigir cinco.

Dos estallaron casi al instante. La tercera, logró reforzarla.

En el momento en que atajó el tsunami, sintió que todas las articulaciones de su cuerpo cedían, y sólo eso bastó para que la asaltaran un dolor y un terror que la habrían hecho abdicar en cualquier otra situación.

La capa se le soltó y salió volando, perdiéndose en el vendaval que se originaba de su magia, mezclado con el de la tormenta, e incluso fue arrastrada por el barro dos o tres metros por oponerse al choque. La lluvia pareció intensificarse.

Paró lo que estaba haciendo por una milésima de segundo y volvió a arremeter, dejando que se rompiera la tercera barrera y reforzando la cuarta, intentando amortiguar lentamente la ola, siendo arrastrada de nuevo, perdiendo concentración en el proceso.

Le pareció que lloraba aún más fuerte cuando rehizo sus hechizos otra vez, incluso gritó de dolor al principio, antes de lograr apretar los dientes, mientras se hacía consciente de que todos sus huesos probablemente estaban frotándose unos con otros, de maneras nada gentiles.

Vio cómo de sus uñas brotaba sangre, cómo su dedo meñique derecho empezaba a temblar violentamente por el estreñimiento. Lo oyó, y sintió, quebrarse en múltiples puntos. Se le disparó desde allí un dolor que ignoró cuanto pudo, aunque no fue capaz de retener un grito, que soltó sin separar los dientes. Su respiración se hacía más corta, se aceleraba y se agitaba más a cada fracción de segundo que pasaba. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.

La cuarta barrera se resquebrajó en múltiples lugares. Demasiados. No aguantaría mucho más. Comenzó a reforzar la quinta. Tenía que resistir. Obligó a su dedo roto a retomar su posición forzándolo con magia.

Quiso rendirse allí mismo, mientras oía a Baine seguir gritando su nombre, aporreando la barrera arcana que había levantado con toda su fuerza.

No. No hay vuelta atrás.

Haciendo un esfuerzo descomunal, intentó dar un paso adelante después de soltar y rehacer su magia otra vez, pero no pudo ni levantar el pie. Sin embargo, ya no fue arrastrada más que unos pocos centímetros. La quinta barrera parecía servir. Decidió elastizarla y desplazarla lentamente hacia atrás, intentando moverla junto con ella, dejándose arrastrar con cuidado.

Entonces, su pulgar izquierdo se movió involuntariamente, y supo que era su fin. La barrera se partió y se vio cara a cara con el agua, por un momento.

No. No lo he dado todo todavía.

Controló su pulgar.

Levantó tan rápido como pudo una sexta y una séptima barrera, separando el agua en dos grupos, a centímetros de ella. La sexta barrera se desarmó enseguida, pero había cumplido su propósito. La séptima no recibió tanta fuerza como las anteriores.

La masa de agua se había acumulado verticalmente. Cada segundo que pasó desde que la enfrentó, había tenido que sostener una superficie cada vez más grande con el mismo volumen. La fuerza de su magia comenzaba a flaquear. Estaba demasiado esparcida. Quizás si el primer tsunami no hubiera ocurrido...

Oyó su barrera trasera quebrarse. Probablemente la había descuidado.

- ¡Baine, no! - le gritó aterrorizada. - ¡No vengas! ¡No puedo resistir! ¡Morirás! - se ahogó en su propio llanto y acabó tosiendo. - ¡Si… Si Anduin no te… ! -

- ¡Al diablo con tu ego! - le gritó, fuera de sí. - ¡Mira que lo que te estás haciendo! ¡Las catástrofes ocurren, lárgate y vive! - hizo ademán de querer agarrarla, pero recibió una débil explosión arcana en el pecho que lo hizo retroceder apenas.

Jaina se retorció en anticipación cuando vio una piedra del tamaño de una catapulta ser arrastrada por el viento hacia ella, pero no podía moverse de donde estaba sin que el agua la matara. Justo cuando se preparaba para morir aplastada, habiendo cerrado los ojos, incapaz de desviarla con algún hechizo, oyó madera quebrarse, y, cuando miró, halló el tótem de Cairne destruido en el suelo a su lado, y a Baine con sólo la base en las manos. Había desviado la piedra de un golpe.

El tauren soltó el poco tronco que había quedado ileso y se volvió hacia ella, hallándola siendo arrastrada una vez más, esta vez continuamente, incapaz de frenarse a sí misma.

- Ancestros perdónenme. - dijo mientras se dirigía a la humana.

Por un momento, Jaina pensó que volvería a intentar forzarla a irse, y esta vez no sería capaz de detenerlo. Pero, en lugar de eso, se posicionó detrás suyo, dándole la espalda, hundió sus pezuñas en el barro y detuvo su arrastre. Forzando sus músculos al punto de que se agarrotaron y comenzaron a hacerlo gruñir por el esfuerzo, Baine impidió que siguiera retrocediendo, intentando aliviarla cuanto pudiera.

Amortiguó una vez más, elastizando la barrera y rápidamente dándole algo de rigidez. Estaba ganando, pero no aguantaría mucho más. El agua atravesaba la pared arcana delante de ella, lo sabía aunque no pudiera verlo por la lluvia. Su magia estaba fracturada y desbordaba por encima.

Una mesa llegó volando de quién sabe dónde, y el tauren la interceptó, destrozándola con el codo. Las astillas arañaron la cara de la humana, pero no le hicieron más que unos pocos cortes superficiales.

Ya no sentía los brazos, y veía que algunas de sus uñas estaban casi saliéndose, empujadas por la sangre, y aun así volvió a amortiguar la ola. El agua ya casi no tenía fuerza, igual que ella.

Pero estuvo feliz. Incluso si el esfuerzo la mataba, habría vuelto a ser lo que quería ser.

Jaina Proudmoore, la protectora de Azeroth.

No la hija del mar, no la figura vengativa que habían conocido durante la cuarta guerra, no el cuento de terror para los niños orcos y trolls.

Sino la idiota que se sacrificaría por gente que no era de su mundo.

Contenta de haber comenzado a recuperar quien era, y aún más con estar disfrutándolo, hizo un último esfuerzo por aplacar una vez más el agua.

- No… aguanto más. - oyó decir a Baine forzosamente, que momentos después se desplomó detrás de ella.

No se atrevió a mirar. No podía dejar caer el agua contra la muralla.

Con un último grito lleno de desesperación sin el cual no habría podido inclinar sólo un poco la pared de agua de casi un kilómetro y medio de altura, se cayó de rodillas sobre sus manos adoloridas y lastimadas como si la hubieran estado torturando.

De alguna forma, logró ignorar las uñas que le colgaban de los dedos, partidas y cubiertas de sangre. También las que no estaban. El dolor del meñique derecho. Y el hecho de que sentía que se le desprenderían las manos por las muñecas.

Se había terminado.

Tomó una gran bocanada de aire y se rio frenética, temblando de pies a cabeza con violencia, incluso teniendo pequeños movimientos involuntarios.

- Mira… Baine… - logró decir. - Lo… Lo logramos… Lo… Detuvimos… - se giró lentamente mientras hablaba, volviendo a llamarlo, y tuvo que aguantar el pánico.

Alguna pata de la mesa que había roto con el codo debía haberle pegado en el costado, a juzgar por el moretón.

Y no se veía como algo que no hubiera roto costillas.

Aun con esas heridas, la había sostenido todo el tiempo sin flaquear más que al desmayarse.

Su lucha contra el tsunami había, sin querer, deshecho la tormenta, y algunos rayos de luz se colaban entre las nubes.

Desesperada, y luchando por mantener la consciencia, Jaina palpó su costado y no halló sangre en la superficie, pero, al inspeccionarlo con magia, encontró hemorragia interna. La costilla rota debía haberle perforado un pulmón.

Ella no entendía de sanación. Toda su vida, sólo había aprendido trucos y cómo dañar. No tenía idea de cómo curar.

- ¡Ayuda! - gritó, pero pronto entendió que no tendría sentido, no la escucharían.

Así que mientras se le ennegrecía la vista, intentó abrir un portal a Stormwind, pensando en que Anduin o Thrall podrían intentar curarlo. Al diablo el potencial terremoto. Tampoco sabía si Baine, o ella, sobrevivirán desplazarse hasta Orgrimmar por un chamán, y desde luego no tenía la fuerza para teletransportarse ni siquiera a sí misma, o mover más que las manos, no hablemos ya de desplazar a alguien más.

Falló.

Maldiciendo por lo bajo, volvió a intentar con el mismo resultado.

Dándole un último intento, intentó abrir uno como si fuera una novata. Con todo el cántico previo y los movimientos de manos innecesarios, otra vez manteniendo firme su dedo roto con magia, esperando que, del otro lado, no hubiera un desastre mágico como lo había de este.

Esta vez lo logró, aunque el portal parpadeaba, probablemente debido a su debilidad actual. Era inestable.

No estaba en su habitación. Pero no parecía haber temblores tampoco.

Cerró el portal y abrió otro, repitiendo todo el proceso.

No había nadie en la plaza central. Ni delante del castillo. Finalmente, pensó en Lion's Rest, y allí halló un conglomerado de gente alabando a Anduin y un orco. Thrall. Con el Doomhammer brillando en su mano.

A pesar de la situación, no pudo evitar una sonrisa.

- ¡Anduin! - gritó, tan fuerte como le permitió su garganta irritada por sus gritos anteriores. - ¡Thrall! ¡Ya pasó, pero vengan! -

Como si tuvieran un radar sólo para ella, ambos se giraron dos o tres veces hasta que divisaron el portal, al lado de la losa de Varian.

Algunos magos entre la muchedumbre ayudaron a estabilizar el pasaje, y cuando los dos que eran llamados vieron a Baine desmayado en sus brazos, saltaron por el anillo mágico y aparecieron a su lado.

Anduin de inmediato revisó al tauren y no tardó en hallar cuál era el problema. Jaina no pudo quitarle los ojos de encima mientras sus manos, brillantes al punto de enceguecer, iban por el torso de Baine, que seguía sin reaccionar.

Finalmente, logró ocuparse de la hemorragia y acomodar la costilla. Con algo más de tiempo, hizo desaparecer el moretón del torso del joven tauren, y los tres suspiraron de alivio.

Fue entonces que repararon en las heridas de Jaina, cuya visión era prácticamente nula a ese punto.

Pero no llegó a desmayarse.

Thrall adormeció sus sentidos para que no sintiera mucho dolor después de sentarse en el suelo con ella en su regazo y apoyada en uno de sus brazos. La revisó. Cerró las superficiales heridas de su cara, relajó sus músculos, aunque el cansancio no se fue sin más, y, aunque pudo salvar dos uñas de la mano izquierda, tuvo que quitarle las otras cuatro que le quedaban. Las demás no estaban a la vista. Dichas cuatro estaban apenas colgando de sus dedos, de los cuales el meñique derecho estaba roto en cuatro lugares.

- ¿Qué hiciste? - le preguntó, tembloroso, después de improvisar una tablilla para el pequeño dedo de su mano derecha, casi llorando, con los ojos brillantes. - ¿Qué te hiciste? -

Jaina ahogó una risita débil.

- No más de lo necesario, grandote. - susurró, cuidadosamente poniendo la mano izquierda en su mejilla. - Aunque sí, me duele todo. - reconoció.

Sólo entonces, cuando sus dos seres queridos estuvieron a salvo, Anduin miró alrededor y notó dónde estaba, y que había habido una catástrofe aquí también.

- ¿Qué pasó? - preguntó. - ¿Fue retirar la espada lo que causó esto? -

- Sí. Hubo dos tsunamis. - farfulló Jaina, visiblemente drenada de cualquier fuerza por el momento. - Thalyssra me ayudó con el primero, pero, por protegerme, recibió bastante de la fuerza del agua. - tragó saliva. - El segundo… Intenté detenerlo sola, y… Ya ves cómo me fue. Baine vino en mi auxilio. Es mi cul… -

- No es tu culpa. - intervino el tauren, quejumbrosamente sentándose. - Estabas haciendo algo noble. No pude dejarte sola. - tosió. - Pero dime, por favor, ¿en qué pensabas yendo contra un tsunami? -

Jaina ofreció una sonrisa a medias mediática y a medias burlona.

- ¿No fuiste tú el que me dijo que una vida que no es verdadera a su naturaleza no es una vida digna de ser vivida? -

Thrall se rió ante la cara de sorpresa de Baine.

- Dije una vez, hace mucho, que ustedes los tauren eran el alma de la Horda. Me alegro de ver que sigue siendo el caso. - con una cara más seria, se enfocó en la mujer que descansaba en parte en su regazo y en parte sobre su brazo, viendo sus manos temblorosas, sus venas hinchadas, sus ojos inyectados en sangre, su respiración irregular y entrecortada. - Siento mucho que pasaras por esto, Jaina. Es culpa mía. - confesó. - Provoqué movimientos en Deepholme para parar los terremotos en Azeroth, y eso causó el segundo tsunami. - la miró a los ojos con un orgullo que rayaba lo irracional. - Lo hice intencionadamente. Sabía que podrías enfrentarlo. - frunció el ceño con preocupación. - Pero viéndote así… - Jaina vio una lágrima salirse del ojo del orco, del lado de su cara que Anduin y Baine no veían. - Lo… -

Ella sólo le palmeó la mejilla cuidando no presionar los dedos. Quitando la lágrima.

- No lo sientas. - lo detuvo. - No te disculpes por creer en mí. Y todo… - se interrumpió para toser un poco. - Salió bien al final. Aunque seré honesta, pensé que moriría. - puso una sonrisa en su rostro demacrado. - Me alegra seguir viva. -

Una multitud empezaba a acumularse, sorprendida a partes iguales tanto por ver al rey humano ayudando a Baine como por ver la comprometedora situación entre Thrall y Jaina.

La humana entonces se forzó a ponerse de pie con magia, y el nuevamente chamán se lo permitió, cuidando de no herir su orgullo, por más débil que la veía en este instante.

- ¿Se acabó? - preguntó Gazlowe, que encabezaba la masa de gente.

- Sí. - confirmó Jaina, afirmando con la cabeza, cerrando las manos para que no se vieran sus dedos, y algo de costado para que no se vieran bien sus ojos, y la multitud vitoreó desenfrenada.

Algunos, entendió, incluso festejaron por ella.

Caminó lentamente hacia el báculo clavado en el barro, tratando de que no se notara lo mucho que le estaba costando moverse, apretando la mandíbula para no soltar un quejido. Finalmente lo alcanzó, y tiró un momento de él para quitarlo de allí.

Probablemente, si lo hubiera usado, no habría terminado tan malherida. Pero necesitó probarse a sí misma. Sin ayuda de algo que… No planeaba seguir usando. Dejaría esa reliquia en Dalaran.

Suspiró mientras observaba el horizonte.

Podía verlo de nuevo.

- Jaina Froudmoore. - la llamó Rokhan, aproximándose. - Mí creer que esto ser tuyo. - le ofreció su capa morada. Debía haberla encontrado mientras iban hacia ella. - Fero ser mucho tiemfo sin ver tú con esto. -

Ante la mirada confusa de Anduin, la mujer tomó la capa y se la colocó sobre la camiseta.

- Gracias, Rokhan. - miró la tela húmeda. - Demasiado tiempo, sí. -

No pudo, esta vez, esconder sus manos a tiempo. El troll vio sus uñas faltantes. Se percató de que le temblaban cuando tomó su manto. De que tenía un dedo roto. Y aunque encorvado tenía su misma altura, y Jaina permaneció cabizbaja, igual vio sus ojos. Pero, por respeto, no dijo nada. Simplemente le ofreció un saludo golpeándose el hombro con el puño y se apartó.

La humana caminó de vuelta al lado de Thrall y allí se quedó, preguntándose si se desmayaría, porque se estaba sintiendo mareada, y las articulaciones empezaban a dolerle de nuevo, pero se obligó a permanecer firme.

- ¡Horda! - llamó el orco a su lado, y todos los presentes dirigieron su atención a él. - ¡Todos vieron lo que pasó hoy! - empezó, gesticulando con las manos. - ¡La espada de Sargeras fue arrancada del mundo! ¡Suficiente Azerite fue reunido para deshacernos de la vista de esa aberración sobresaliendo de nuestra tierra! - hubo una oleada de aceptación y gritos de victoria. - ¡Pero el trabajo no termina con eso! - negó, levantando las manos. - ¡En el proceso, hubo terremotos, tsunamis, y puede que más catástrofes naturales de las que no nos hemos enterado aún! ¡Mientras Jaina y Thalyssra detenían el agua, yo detuve la tierra! - entre la muchedumbre, pudo ver a la nightborne, bastante lastimada, pero viva. Debía haberse cortado todo el costado del torso con algo cuando fue arrastrada por el agua, porque estaba de cintura a hombro vendada con manchas de sangre ensuciando la tela. - ¡Todos fueron testigos hoy de una victoria! ¡No dudo de que hubo muertos, tanto para nosotros como para la Alianza, pero prevalecimos! ¡Sin embargo, otros pueden no haber tenido tanta suerte, y es nuestra responsabilidad ayudarlos! - reforzó sus palabras indicando esto con las manos. - ¿¡Quién está conmigo!? -

Acompañado de otra oleada de concordancia, toda la muchedumbre levantó el puño a modo de compromiso.

- Thrall. - lo llamó Jaina suavemente. - Lo intento, pero creo que voy a caerme. Mis rodillas… -

- No digas más. - le susurró, y dobló el brazo como si estuviera levantando algo.

Siguiendo su petición a los elementos, la tierra se levantó en un asiento, y la maga se dejó caer sobre él sin dilación, soltando un suspiro de alivio.

Ante la mirada sorprendida de la Horda por lo que acababan de verle hacer, Thrall levantó el Doomhammer y lo hizo brillar fuertemente, incluso crepitar con electricidad.

La admiración que se subió a las caras de los presentes hacía mucho que no aparecía tan intensamente. Incluso los nuevos miembros de la Horda, que nunca habían visto ese martillo en manos del antaño Warchief, intuyeron que era un ícono para muchos de los presentes. Algunos orcos, mayormente los más viejos, incluso tuvieron que retener un aullido de felicidad.

Los líderes llegaron al frente de la montonera.

Fue entonces que Thrall bajó el brazo.

- Consejo. - llamó. - Quiero que sepan que, desde hoy, ya no formaré parte de este cuerpo político. - vio las miradas que le lanzaron, pero no se apresuró a explicar, dejando en claro que no estaba pidiendo una elección, sino que continuó al mismo ritmo. - Porque junto a Jaina - la miró un momento, y la halló con la cabeza en alto, esperando su declaración con orgullo en el rostro. - fundaré Guardian's Mash. - tragó saliva. - Ahora mismo, Azeroth está lo suficientemente estable para que se pudiera retirar la espada, pero dista mucho de estar completamente recuperado. Así que nosotros - se llevó una mano al pecho y dirigió la otra, abierta, hacia la humana, después de colgarse el martillo de la cintura. - decidimos levantar esta ciudad con el objetivo de acumular Azerite y lo que sea que el Kirin Tor y Magni Bronzebeard requieran para estabilizar este mundo. Nuestro mundo. - remarcó. - Y luego, vamos a hacer cuanto esté a nuestro alcance para ayudar a enmendar otras heridas. Destrucción del Cataclismo. El norte de los Reinos del Este. La zona donde supo estar Theramore. Felwood. Y mucho más. Son libres de elegir a quien quieran como mi reemplazo en el Consejo. -

- ¿Estás seguro? - cuestionó Ji. - No fue poco lo que peleaste por estos cambios. -

- Estoy seguro. - afirmó sin miramientos.

Viendo la expresión determinada en la mirada del orco, Ji dejó el tema. Compartió unas rápidas palabras con los demás, y, viendo que la mayoría cabeceó en afirmación, a excepción de Lillian y Geya'rah, que, en todo caso, tampoco negaron, asintió en dirección a Thrall, aunque no lo estuviese esperando.

Era bueno que lo aceptaran, por más que no les estuviera pidiendo permiso.

- Y esta ciudad… - aventuró Gazlowe, cruzándose de brazos. - ¿Qué postura tendrá respecto a Horda y Alianza? -

- No se le negará la entrada a ninguno de los dos. - contestó Jaina antes de que el orco abriera la boca. - Ambos pueden ir y venir como les plazca, pero no les permitiremos empezar una trifulca. - le lanzó al goblin una mirada cargada de cuestionamiento. - ¿Qué tanto te interesaría poder establecer puestos comerciales con nosotros, Gazlowe? - levantó las cejas. - Sabiendo que también habría puestos de gnomos. -

El pequeño ser verde chillón se rio, cerrando los ojos.

- ¡En ese estado y comerciando! ¿Cuándo dejó de caerme bien esta humana? - se cruzó de brazos, inclinado ligeramente hacia ella. - ¿Segura que el pequeño Mekka vendería sus cosas? Tengo mis dudas. - abrió sólo uno de sus ojos, mirándola de reojo. - Pero si fuese el caso… -

No dijo nada más. No hacía falta.

- Va a querer que ustedes también vendan. - negoció la peliblanca. - No puedes simplemente llevarte todo. -

- Mientras haya negocios. - Gazlowe se encogió de hombros. - ¿Tienen en mente un ingeniero? - le lanzó a Jaina y Thrall una de sus miradas de "¿cómo me veo?" mientras levantaba brevemente las cejas.

- Sólo si trabajaras codo a codo con Mekkatorque. -

El goblin apretó los labios, no muy emocionado con la idea.

- Quizás. - cedió. - Veremos. No prometo nada. -

- ¿Insinúas entonces - se metió Lor'themar. - que estarían aliados tanto con la Horda como con la Alianza? -

Thrall y Jaina se miraron, y sólo con eso les bastó para saber que pensaban lo mismo.

- Efectivamente. - confirmó el orco. - Quiero aclarar, de todos modos, que aunque acabo de anunciarlo, no va a pasar en el futuro próx… -

- Sí será pronto. - lo detuvo Jaina. - Corrígeme si no es así, pero creo que era yo la que quería aplazarlo. - el orco permaneció callado, como indicando que no se oponía. Su expresión casi radiaba orgullo, así que la humana hizo un esfuerzo considerable por ponerse de pie. - Muchos de ustedes me odian. - le dijo a los Horda, que tenían su atención en ella. - Lo entiendo. En el juicio de... - alcanzó a frenar su tos en su garganta, no la dejó salir, pero tuvo que agarrarse del hombro de Thrall, que, lejos de intentar mantener cualquier fachada, se mantuvo firme para la hechicera y se mostró orgulloso y decidido al respecto. Desde hoy se apoyarían el uno en el otro abiertamente y que cualquiera opine lo que se le antoje. Carraspeó. - En el juicio de Garrosh dije que él no representaba a toda la Horda, pero… Cierto o no, mis acciones no acompañaron mis palabras. Yo… Me crean o no, necesito decirles... -

- No hables más, Jaina Proudmoore. - la detuvo una voz femenina. - No hace falta más para creer en tu cambio. - una mano de tres dedos tomó el hombro del orco en la fila delantera de gente y la reina Talanji apareció a la vista después de hacerlo a un lado despacio. - ¡Dice la verdad! ¡Estuvo en Zandalar hace una semana, y se sometió al juicio de los loa! - los trolls presentes levantaron las cejas.

- Reina, no… - Jaina no quería decir lo que había estado haciendo. Que la gente se lo dijese una a otra era una cosa, pero que lo hablaran delante suyo…

Talanji, sin embargo, la ignoró monumentalmente.

- Si no van a creérselo a su antaño Warchief, - señaló a Thrall. - ¡créanme a mí! - se palpó el pecho con la mano mientras iba hacia Jaina. - ¡La hija del mar mató a mi padre, todos ustedes lo saben! ¡Pero esta mujer… - tomó el hombro de Jaina sin ningún cuidado, y disfrutó un poco de apretarla demás. - … esta mujer no es la hija del mar! ¡Es Jaina Proudmoore! - la soltó, satisfecha con la mueca que le había sacado. - ¡No es lo mismo! -

Como nadie decía nada, Rokhan tomó la palabra.

- Bueno, mí estar inclinado a creer. -

- No ser el único. - agregó Zekhan, también saliendo de entre la montonera de gente. - Saurfang hablar bien de Jaina Froudmoore alguna vez. Decir que ella ser primer aliada de la Horda. Mí haber visto eso hoy aquí. -

- Vino a disculparse por la masacre de los Sunreavers. No es que una disculpa lo sea todo, pero reconozco eso como el primer paso a un cambio de actitud. Aceptó que sus acciones estuvieron mal. - agregó Lor'themar.

- Confío en ella. - declaró Thalyssra. - Se paró conmigo contra el primer tsunami, y se enfrentó sola al segundo, sin dudarlo, dispuesta a morir por nosotros. ¡Diría que eso es más que encomiable! - empezó a haber asentimientos de cabeza entre los Horda que presenciaban las palabras de sus líderes.

- Me protegió aunque vino a ayudarla. - agregó Baine. - Quiso echarme y hacerlo sola. -

- ¡Mi familia vive porque se lanzó contra el tsunami! - gritó un orco, finalmente animándose a hablar, que Thrall reconoció como el que había frenado para preguntarle a dónde iba cuando empezaron los temblores.

Y no fue el único que gritó. Hubo otros que se unieron al coro de "Y a la mía". Algunos, conflictuados, porque Jaina también había, en el pasado, matado a sus padres, madres o hermanos, igualmente se vieron forzados por la ola de aliento a reconocer lo que había hecho.

Jaina no fue capaz de aguantarse. Acabó llorando sin cuartel frente a todo Orgrimmar, tapándose la cara con las manos lastimadas, lo cual, curiosamente, nadie se atrevió a tachar de debilidad.