Acto III: Liberación

Porque, por lo general, el resultado de la travesía es diferente de lo que se partió buscando.


Capítulo I: Reconocimiento.

Y, a veces, el esfuerzo es reconocido.


- Gente de Kul Tiras. - llamó Jaina desde lo altos de las dos escaleras, amplificando su voz con magia. - Me vieron convertirme en Almirante durante la Cuarta Guerra. Me vieron llevarlos a pelear contra los Zandalari. Me vieron enfrentar a Sylvanas Windrunner en las profundidades del océano, a Azshara, a N'Zoth en Ny'alotha. - tragó saliva, con los nervios amenazando con hacerle temblar el habla. - En ese entonces, les hablé como su líder. Hoy, quiero hablarles como una simple kul tirana, y nada más. - observó la muchedumbre de la ciudad en silencio. Las escaleras a su izquierda y derecha, que llevaban a una plaza debajo en las mismas condiciones, rebosaban de gente. Llenó sus pulmones de aire. - Cuando volví aquí, le hice una promesa a las tumbas de espadas en Theramore. Les dije que Kul Tiras no estaría sola. - no ocultó la amargura que sentía. - Pero no fue eso lo que hice. En lugar de cuidarlos y asegurarme de que no les pasara nada, de defenderlos, los guié a la guerra. Los convertí en la vanguardia. No importa si allá me mantuve por delante de ustedes y traté de allanar el camino, mis acciones no fueron las de alguien que cuidó de ustedes, sino las de un mal líder que los puso en peligro. - la gente protestó, algunos abiertamente intentando convencerla de que eso había estado bien, pero ella no escuchó. - Y porque los puse en peligro, es que deseo retribuirlos. No quiero ocultarles que me siento apesadumbrada por ello. Pero tampoco quiero que deban tenerme por líder otro segundo. Hay alguien a quien todos ustedes ya siguen, de todos modos, que sí intentó cuidarlos. Mantuvo los barcos a distancias seguras en todo posible momento. Los guió intentando minimizar bajas. Y todos ustedes lo aprecian. Hablo de mi hermano Tandred. - lo buscó entre la multitud abucheante, viéndolo permanecer callado, y lo apuntó con el dedo. - Ahí está, al lado de la fuente. Parado entre ustedes, en lugar de aquí en lo alto. Tal es la diferencia entre nosotros. - bajó la mano. - No les pido que entiendan este cambio, pero, desde hoy, él es su Almirante. Desde este momento, abdico oficialmente al cargo. Ya no soy Lady, ni Almirante, sino simplemente Jaina Proudmoore. - se calló por unos segundos, dejando que la gente se expresara. Casi le parecía escuchar que volvían a gritarle insultos de antaño, pero fue sólo su imaginación. No hubo tales palabras. Mantuvo la compostura. - Hoy empiezo otro proyecto. - informó. - He recuperado antiguas relaciones, y decidimos dejar a un lado las hostilidades. No somos una tercera facción, sólo no queremos tener nada que ver en guerras ni disputas territoriales. Queremos simplemente vivir en paz y cuidar del mundo. Se los cuento porque la relación en cuestión es la que supe tener con quien alguna vez condenó a mi padre, Daelin Proudmoore, a morir. Sin embargo, desde hoy, - amplificó más su voz para sobreponerse a la oleada de abucheos. - ni él ni yo volveremos a matar a nadie. Si todos nosotros seguimos vivos, en parte es por ese orco. Quiero invitarlos a recordar el final del Cataclismo. - los gritos de la gente se detuvieron. - No voy a pedirles que dejen de lado viejas heridas. Pero, al menos, no sigamos abriéndolas más. Dejémoslas ser, permitámosles tiempo. - pidió mientras se llevaba ambas manos al pecho, sobre su corazón. - Démonos la oportunidad de curarnos. Yo no estaba dándome esa oportunidad a mí misma, y ya vieron cómo me fue. - dejó caer los brazos. - El Rey Anduin y el Consejo de la Horda han aceptado nuestra iniciativa. - carraspeó, notando que la muchedumbre estaba muda de duda. - Eso es todo. Quería hablarles con el corazón, por una vez, antes de marcharme. Como solía hacer antes de la caída de Theramore. - tomó aire, apartándose del recuerdo. - Quiero dejarlos con un poco de sabiduría que me impartieron hace poco, que me afectó mucho: "todo santo tiene un pasado, y todo pecador tiene un futuro." Le cedo la palabra a mi hermano, su nuevo Almirante. Si alguien quisiera decirme algo, y lo escucharé, estaré donde supo estar Theramore. - y, sin esperar a escuchar una respuesta, se teletransportó al pasillo afuera de su cuarto.

- Excelente discurso. Un poco… Ominoso hacia el final, pero no es que hubiera una buena manera de decir eso. - carraspeó. - La gente de aquí adora a tu hermano. Lo van a seguir con predisposición. - la felicitó Thrall cuando Jaina entró por la puerta de su habitación para encontrarlo con los cabellos sueltos cayéndole por la espalda, unos pocos atados en una corta cola de caballo, y unos cuantos mechones metidos en sus adornos metálicos por el frente.

- ¿Estás imitándome, poniendo esas grasientas cuerdas que llamas pelos como hace quince años? - se burló ella, a propósito acomodándose sus propios cabellos también como hacía todo ese tiempo.

Aunque seguía siendo mayormente blanco, las raíces rubias ya tenían unos dos o tres centímetros de largo y eran bastante visibles.

Y le cubrían casi toda la cabeza.

El orco tomó sus manos.

- Hoy estás graciosa, ¿mm? - cuestionó, pero entonces le ofreció una sonrisa honesta. - Eso es bueno. - comentó mientras bajaba la mirada a sus dedos. - Tus uñas están creciendo bien. -

- Las miras cada vez que me pierdes de vista más de una hora. - espetó Jaina divertida. - No van a cambiar sólo por eso. - pero no apartó sus manos de su agarre. - ¿Qué tal tus hijos? -

- Están bien. - contestó mientras atendía su meñique derecho. - Pidieron mucho… Interactuar con los elementos. -

- Creo que la palabra que estás buscando es jugar. - corrigió ella, y el orco asintió.

- Los poderes chamanísticos no son para eso. - pasó dos gruesos dedos a lo largo del meñique roto de la mujer y chasqueó la lengua. - No se recuperó bien. - informó. - Vengo a darme cuenta apenas ahora. No debí apurarlo con elementales. -

- No, tú lo acomodaste correctamente. - quiso dejarle saber. - Yo lo torcí. Quería que fuera… Un recordatorio. - argumentó. - Del día en que lo di todo de mí otra vez. -

Thrall, primero, le lanzó una mirada desaprobatoria, pero enseguida cambió de parecer.

- Entiendo. - dijo, soltando sus manos. - Como mis cicatrices. O mi nombre humano. -

- ¿Querrías que te llamara Go'el? - ofreció Jaina. - Sé que casi no lo hago, pero es sólo costumbre, podría intentar… -

- No. - la detuvo. - Viniendo de ti, es un constante recordatorio de que hay buenos humanos allá afuera. Además, Thrall suena mejor de tu boca que de la de cualquier otra persona. Y me conociste con ese nombre, después de todo. - tomó a Dra'gora del rincón, se la cargó al hombro y con la mano libre levantó el Doomhammer. - ¿Nos vamos? -

- Claro... - agitó las manos en el familiar conjuro de teletransporte y los movió a ambos a las ruinas de Theramore. - … Thrall. - le lanzó una sonrisa.

Su piel empezaba a tomar color de nuevo. Las ojeras no habían tenido cambios. Seguían igual de grandes bajo sus fuertes ojos azules.

Pasaría mucho tiempo hasta que volviera a dormir como antes de la llegada del Azote a Lordaeron.

Si es que alguna vez volvía a poder dormir así.

Juntos se pasaron el día eliminando rastros de magia, regulando el terreno a lo que alguna vez había sido, moviendo las espadas que señalizaban tumbas.

Ninguna sería tirada. Todas serían sólo movidas a las afueras de la nueva ciudad.

El progreso era muy lento. Costaba horrores apartar el maná que poblaba la zona.

Khadgar le había dado a Jaina contenedores para almacenarlo y mandarlo a Dalaran para que intentaran darle otro uso. No era como que se pudiera deshacer esta magia. Solo podían convertirla en otra cosa.

Pasaron meses hasta que lograron revertir la pequeña isla de vuelta a lo que alguna vez fue. Incansablemente, sin faltar un solo día, sin pedirle ayuda a nadie realmente, habían trabajado día y noche para restaurar el lugar.

Y cuando por fin lo lograron, ya no eran sólo ellos. Tyrande y Malfurion se les habían unido por voluntad propia. Anduin enviaba paladines, sacerdotes y chamanes a ayudar, y dos veces incluso había ido él mismo.

La Horda colaboró también, con los elfos de sangre y los nightborne asistiendo con los asuntos mágicos, los goblins ayudando a Thrall con el terreno, y los orcos chamanes y los taurens intentando reinsertar flora.

Incluso, dos o tres veces, pescaron una figura más grande que Thrall acomodando cosas en la noche, las veces que se quedaron más horas de lo normal trabajando. Una figura que el orco no tardó en reconocer.

Rexxar.

Como no podían quedarse de brazos cruzados con Hordas allí, los gnomos y los enanos habían fabricado máquinas para, una vez que el lugar estuvo listo, acelerar la construcción. En cuestión de tres meses más, habían alzado edificaciones más altas que las murallas reparadas de la isla.

Una nueva taberna, un nuevo centro de hospedaje, un nuevo depósito, la vista podía considerarse una Theramore mejorada.

Y cuando los goblins empezaron a hacer sugerencias, primero, los gnomos se enojaron. Gazlowe y Mekkatorque casi se subieron a sus bots con intención de cerrar la discusión a los golpes, pero, ante la mirada reprochante tanto de Thrall como de Jaina, se fueron los cuatro a la taberna a emborracharse.

Tras una noche compartiendo bebidas hasta la inconsciencia, el líder de los gnomos y el "nuevo" príncipe de comercio acabaron notando que compartían las mismas preocupaciones, muy en el fondo.

Así que, al día siguiente, Gazlowe no hizo propuestas, y Mekkatorque, sin miramientos, implementó una de las sugerencias previas del goblin, que acabó en un quince por ciento de mejora.

'Suerte de principiante', lo había llamado el gnomo, pero, desde ese día, fue más propenso a escuchar a su contraparte de la Horda. No era insoportable como Jastor, al menos.

Y cuando finalmente consideraron que lo que habían hecho era suficiente para que la ciudad empezara a funcionar, Thrall y Jaina propusieron un banquete para todos los que habían prestado servicio.

Una vez más, Jaina cocinó para una muchedumbre multi racial, como hacía década y media. Y Thrall cocinó para ella, imitando aquella vez semanas después de Mount Hyjal, aunque llevaba casi un año preparando sus comidas.

La nueva torre que gobernaba la ciudad no era como la anterior. No estaba destinada a que el gobernante viviese allí. Era simplemente la torre del mago de Guardian's Mash, poblada de portales y con una amplia sala similar a Grommash Hold en su base, para las reuniones que se llevasen a cabo desde ese día en adelante.

En la ocasión del banquete de apertura, el almuerzo se hizo delante de la torre.

Y tal y como aquella vez, no hubo problemas entre los comensales.

Incluso algo los sorprendió.

Borracho, entrada la tarde, Gazlowe se robó el bot que Mekkatorque había estado usando para la construcción y lo usó para dejar en el cielo escrito con humo un "Mekka 3".

En respuesta, el gnomo tomó el del goblin y, al lado de ese mensaje, trazó un "Gaz apesta", para el deleite y abucheo de muchos.

Thrall y Jaina, en particular, se estuvieron mordiendo el labio todo el tiempo mientras esto sucedía, temiendo que provocara un encontronazo entre los líderes, pero todo lo que hicieron fue chocar puños con sus bots mientras se reían como locos y se bajaban para seguir tragando botellas enteras de alcohol.

Ninguno de los demás hizo una payasada tal, pero sí pudieron ver cómo Thalyssra, Lor'themar, Tyrande y Malfurion estaban metidos en una conversación bastante larga, y, muy en un rincón, Rokhan y Geya'rah discutían sin hostilidad con Anduin.

Genn no se veía muy conforme con toda la situación, pero no provocó ningún problema. Incluso se aguantó de comenzar una revuelta cuando Gazlowe hizo lo que hizo.

Hacia el final de la celebración, estaba lo suficientemente afectado por la bebida, incluso siendo un worgen, para correr junto a un par de jóvenes trolls que lo retaron a una carrera por los techos.

La primera noche en su nueva cama, en su nueva casa, en su nueva ciudad, Jaina no durmió. No fue capaz de pegar ojo siquiera, atormentada por todo lo que movía en su interior estar donde estaba.

Su único consuelo era pensar que esta vez no acabaría de la misma forma. Que esta vez, Thrall estaba a su lado. No quiso despertarlo, así que intentó hallar en el techo compañía, pero pasadas las dos de la madrugada, el orco le dejó saber que la había estado observando. Comenzó a acariciar su mano en silencio, y acabó sentándose, apoyado contra el respaldo, meciéndola junto con él lentamente.

Permanecieron así hasta el amanecer, cuando finalmente Jaina le agradeció, le dio un beso en la mejilla acompañado de un "lo siento por mantenerte despierto" y se dispuso a comenzar el día.

El orco no tardó en acompañarla, preparando un desayuno con ingredientes de Draenor que le había obsequiado Geya'rah durante el día anterior, esperando que levantara un poco el ánimo de su compañera.

El primer día activo de Guardian's Mash fue… Interesante, como mínimo.

Hubo algunas situaciones en la zona comercial, entre las que destacó que la administración del puerto recibió un cargamento de Azerite, tanto de la Horda como de la Alianza, y el depósito se llenó a la mitad del segundo barco, por lo que los tripulantes de una facción empezaron a culpar a los de la otra, asunto que se zanjó cuando Thrall, ligeramente irritado porque no hubieran tardado ni cinco minutos en empezar un problema, levantó otro depósito igual de grande, provisional, de roca, callándolos a todos, y que recibieron una visita de la reina Talanji, que llegó a pedir una embajada para Zandalar, así como la había para las otras dos facciones, ya que aunque estaban aliados con la Horda, no eran per say parte de la misma, y, por tanto, quería tener presencia propia, a lo cual Thrall, Jaina y ella buscaron una parcela adecuada, que los propios zandalari podrían edificar como les pareciera más representativo. No hay ni que aclarar que el resultado fue una pirámide.

Pero había empezado bien.

La segunda noche, la maga tampoco pudo conciliar el sueño, pero no quería agotar más a su compañero, así que le pidió que por favor durmiera esta vez. Él, siguiendo su deseo, lo hizo, pero la mantuvo entre sus brazos, por lo cual ella estuvo agradecida, ya que le permitió apartar un poco sus pensamientos.

Hacia el noveno día consecutivo despierta, empezó a dormirse en momentos aleatorios a lo largo del día, y los pobladores de la ciudad, tanto miembros de la Horda como de la Alianza que ya no tenían ningún interés en guerrear, comenzaron a mandarla a descansar.

Después del vigésimo octavo que la echó, tuvo suficiente.

Ligeramente molesta, pero consciente de que tenían razón, se retiró a la habitación de su casa y se desplomó en el colchón sin desvestirse, con capa y todo.

Cuando Thrall terminó sus tareas diarias y volvió a la residencia, halló a Jaina hundida en un sueño pacífico, al menos por el momento, así que echó sobre ella su piel de lobo y continuó las labores hogareñas por su cuenta, hallando unas cartas abiertas en la mesada de la cocina, con una nota a su lado, en escritura de Jaina, cursiva y prolija.

Thrall:

Aquí hay tres cartas. La de más arriba es del Profeta Velen. La siguiente es de Geya'rah. Vino dirigida a mí, pero no me importa si la lees. Puede resultarte tocante lo que escribió, considerando que es algo así como tu hermana. La última no la he abierto. Está dirigida a ti, y no quise husmear. Luego me cuentas qué dice, si quieres.

Jaina.

Dejando a un lado la nota, tomó la primera de las cartas, que ya estaba abierta.

Lady Proudmoore:

Es usted consciente de cómo se siente mi gente acerca de los orcos. Personalmente, he llegado a ver que, aunque no son los que nos aterrorizaron en Draenor, el impulso asesino permanece en ellos.

Suspiró.

Por supuesto que diría algo como eso. No es como si no fuera cierto, en todo caso. Pero, antes de desanimarse más, siguió leyendo.

Sin embargo, como bien usted ha dicho, a todos los demás no nos ha faltado mala disposición. Debo decir que me alegra el espíritu verla volver a ser la almenara que alguna vez fue. He oído historias, a lo largo de los años que llevo en Azeroth, acerca de sus actos. Al día de hoy, lamento profundamente que fuese un orco el que le quitó esos ideales tan encomiables.

Tenía que ser.

Es de mi entendimiento, de todos modos, que fue también un orco el que comenzó a sacarla de ese pozo sin fondo. Admito que me sorprende, tanto como no. Go'el es de los pocos con los que he tenido el impulso de iniciar una conversación larga y agotadora, pero la situación nunca ha estado a nuestro favor. Illidan, la Legion, el Scourge, Deathwing, Garrosh, el Draenor alternativo, Gul'dan, Sargeras, Sylvanas, el Jailer… No deseo ir a molestarlos ahora, que por fin tienen algo remotamente similar a calma en sus vidas.

Se apoyó en la mesada.

Oigo por aquí que la ciudad que fundaron es prometedora. Ciertamente, espero que funcione. Si no para el mundo, al menos para quienes se muden allí. Sepa que varios entre mi gente sopesan irse hacia allá. Quisiera pedirle, y le ruego perdone mi descaro, que, si lo hicieran, les de algún terreno lejos de orcos. Al menos, por el primer tiempo. Para intentar controlar las tensiones. Inevitablemente se van a cruzar en las calles, y se acostumbrarán a la vista.

Thrall se rió suavemente. El viejo Profeta tenía esperanza. Eso era decir mucho.

Quiero remarcar también su actitud. Muchos no se tomarán a bien que una humana, ni digamos ya particularmente usted, conviva con un orco. Al menos, triste como eso sea para usted, Varian Wrynn ya no ostenta el trono de Stormwind, porque, de hacerlo, seguramente montaría un escándalo.

Una mueca amarga se subió a su rostro, recordando su primer conversación con él en Theramore. Habían dado los primeros pasos en dirección a una alianza, sólo para, al salir de la reunión, verse bajo ataque por una orca. Lo peor del caso fue que, una vez aclarada toda la situación, y con los culpables ubicados, el humano igual se negó a parlamentar.

Ahora bien, quiero ser claro. Aunque no me hallo esperanzado, porque he sido decepcionado demasiadas veces a lo largo de mi extensa vida, sí me encuentro deseando que su ciudad prospere. Quiero envalentonarlos a usted y a su compañero orco a perseguir la paz tanto como sea posible. Estoy seguro de que el Rey Anduin le dio, o dará, su apoyo, y tiene el mío también. Lo que su ciudad necesite y el Exodar pueda ofrecer, está en la mesa. Puede contar con nosotros para proveerlos de necesidades. Es de mi entender que los alrededores de donde antaño estuvo Theramore no son exactamente hospitalarios. De nuevo, quiero felicitarlos por la labor que están tomando. Revitalizar una zona que fue destruída de tal manera no puede ser fácil, y supongo que va a tomar años. Puede que décadas. Rezo para que su trabajo dé frutos y renueve la flora y la fauna del lugar, y también la vida en este mundo en el que vivimos.

Giró la carta. Continuaba del otro lado.

Yendo al punto principal de su carta dirigida a mí, responderé, no sin cierto pesar, que no me es posible efectuar una visita. Habrá un emisario draenei en la embajada de la Alianza que estableció, sin embargo. No puedo, políticamente, mostrarme muy aceptante de algo que incluye orcos. Como mínimo, hasta que las cosas comiencen a calmarse. Pero como bien sabemos, eso puede tomar bastante tiempo.

Le prometo, sin embargo, que, cuando sea más tangible, iré.

Si recuerdo bien el lenguaje orco, y creo que lo hago, Corazón del Guardián suena a un lugar de esperanza. Parafraseando, espero que eso sea lo que vea, cuando sea que mi visita suceda.

Una vez más, mis más sinceras felicitaciones y disculpas.

Profeta Velen.

Dejó la carta al costado de donde la había hallado.

Aunque era una negativa, no era nada de lo que preocuparse. Era de esperarse que el líder de los draenei, de entre todos, no fuera a aparecerse por allí.

Tomó la siguiente, la de su "hermana".

Todavía había momentos en que le resultaba complicado pensar en ella de esa forma. Geya'rah era, de alguna manera, su sangre, siendo hija de Durotan y Draka, igual que él. Sólo que de otra dimensión.

La carta estaba completamente escrita en orco. No había una sola palabra en humano, pero sabía que Jaina había podido leerla.

No soy buena con las palabras, soy más de expresarme con acciones, pero, sin duda, y más vale que nadie vea esta carta, me has derrotado.

Thrall levantó una ceja. No había tratado mucho con Geya'rah, pero tenía por impresión que era muy orgullosa. Leerla admitir la derrota era simplemente raro.

Te creí otra Yrel. No tengo un particular aprecio por mi "hermano" Go'el, más allá de respeto por su fuerza y voluntad, pero no deja de ser un orco, y quería cuidarlo. Si Lor'themar no nos hubiera dicho de antemano lo que pensaban hacer, porque al parecer a él se lo habías dicho antes, te hubiera desafiado a un Mak'gora en la playa allí mismo. Por supuesto, me habría auto infligido tus mismas heridas para estar en igualdad de condiciones.

Tragó saliva. Eso debía haberlo aprendido del otro Grom, que en paz descanse.

Pero después de presenciar lo que han levantado juntos, y cómo aunque fuéramos de razas distintas, tu gente y la mía se soportó, y más aún cuando pude sostener una conversación con tu rey, me di cuenta de que me habías derrotado. No eres Yrel. Tus palabras no son falsas.

No sabía qué pensar. Al igual que él, Geya'rah no era precisamente como el grueso de los orcos. Cierto, antaño se había puesto del lado de Sylvanas, pero luego reconoció su error.

Eso es todo. Quería que lo supieras, humana. Me has hecho preguntarme, hablando con total honestidad, si lo único que me impide seguirte es que seas de otra raza.

Allí terminaba. No había más. Era una carta corta, pero muy impactante. Con el alma alegre, Thrall tomó la última carta, pero, viendo lo que quedaba de sol, decidió leerla luego. Primero haría todos los quehaceres mandatorios.

Horas más tarde, a unas dos horas de la medianoche, la mujer apareció en el living buscando comer algo, justo cuando él sacaba del fuego estofado fresco, y, tras cenar, juntos terminaron en el techo observando las estrellas, preguntándose si desde alguna de todas las que había, alguien les devolvía la mirada sin saberlo.

No mucho después, mientras en silencio disfrutaban de la calma, la humana se agarró del brazo del orco y descansó la cabeza en su hombro.

- ¿Thrall? - lo llamó con voz queda. Como signo de que la oía, palpó su rodilla con la mano. - ¿Cómo estás? - sin despegarse de él, levantó la cabeza para ver su perfil. - No has expresado nada acerca de cómo te sientes desde lo del tsunami. - él no respondió, pero, apoyada donde estaba, Jaina lo sintió tensarse. Como seguía guardando silencio, se soltó de su brazo y en su lugar lo abrazó. Sabía hacía muchos años que cuando permanecía callado, como ahora, era cuando peor estaba. - Está bien si no quieres decirlo. - le frotó la espalda con una mano delicadamente. - Pero no temas llorar delante de mí. No necesito que seas fuerte siempre. - miró a las estrellas de nuevo. - Puedes dejarme eso a mí cuando te haga falta. - sin quitar la mano de su espalda, puso la otra sobre la de él. - Por ejemplo, no has dicho nunca durante este año que, de hecho, disfrutas del contacto casual. - le dio un apretón en la mano, y sonrió, aunque no sabía si la estaba mirando. - Lo sé porque he notado que, ahora, a veces eres tú el que me busca. - su rostro se ensombreció. - No te pido nada que no quieras hacer. - le aseguró. - Sólo deseo que estés bien. -

Él había escuchado en silencio, sin decir ni pensar absolutamente nada.

- Leí las cartas que dejaste en la cocina. Temo… Que todo esté saliendo demasiado bien. - dijo, después de un largo rato sin hablar. - Usualmente, cuando las cosas van de esta forma, se tuercen terriblemente en un segundo, y… - se calló abruptamente.

- Lo entiendo. - susurró Jaina, viendo que no continuaba. - Me siento igual. - confesó. - Pero, ¿sabes qué, grandote? - se rió, sabiendo lo contradictorio que era lo que estaba por decir. - Al mismo tiempo, no me preocupa. - se estiró para dejar su mentón en el hombro verde. - Porque estás aquí conmigo. - vio que se giraba para mirarla, y trabó su mirada con la del orco.

- ¿Cómo lo haces? - pidió Thrall. - ¿Cómo… ? - masticó las palabras un poco y acabó forzándose a decirlas. - ¿Cómo eres tan maravillosa? -

La boca de la humana se abrió y se cerró, estupefacta, mientras parpadeba una y otra vez. Nunca se había referido a ella de esa forma. Y sólo le había costado un año juntos. Nada mal.

- No sé de qué hablas. - contestó, volviendo a ver a las estrellas. - Soy un pequeño monstruo. -

- Un pequeño monstruo que cada día encuentra una nueva forma de quitarme el aliento, entonces. - repuso Thrall apretándole apenas la rodilla antes de quitar la mano de ahí para rodearle el cuello con el brazo y acercarla más. - Creo que he desarrollado algo de gusto por estas… Costumbres humanas. -

Jaina ahogó una risita.

- Costumbres humanas, dice. Los elfos también lo hacen. ¿No has visto cómo Tyrande y Malfurion de vez en cuando se escabullen a pasar un rato a solas? -

- Probablemente sólo van a ver árboles crecer. - se burló estirando los labios.

La mujer le dio un débil manotazo en el pecho.

- ¡No seas así! - espetó, pero se aguantaba la risa. Se tentó más, por algún motivo que no alcanzaba a entender, y continuó ahogando las carcajadas por unos segundos, hasta que notó que él la observaba con una mueca alegre en el rostro. - ¿Qué? - preguntó, todavía intentando controlarse. - No sé por qué me causa tanto, puede ser la falta de sueño. - argumentó, tapándose la boca con la mano.

- Hacía mucho que no podías reír de esta forma. - remarcó el orco. - Eso es todo. Me alegra el alma verte así. -

Jaina ofreció una mueca entre complacida y halagada.

- Deberíamos volver adentro, empieza a hacer frí… ¡Ey! ¡Suéltame, puedo bajar sola! -

Thrall la ignoró, habiéndola tomado en brazos. Asegurándose de que la tenía bien por las rodillas y la espalda, saltó suavemente del techo hacia la calle, cayendo con un pequeño estruendo sobre la piedra. Sólo entonces la bajó.

- Disculpa, quería mover un poco las piernas. - argumentó en vano.

- ¡Te voy a convertir en oveja, ¿me oyes?! - se quejó la maga caminando detrás de él, que entraba a la casa como si nada.

- Por favor, no, la última vez estuve sacándome lana por días. -

Jaina le lanzó un almohadón del sofá al lado de la puerta, que cerró en cuanto entró, dándole al orco perfectamente en la nuca.

- ¡Entonces no me provoques! -

- No recuerdo que te molestara aquella vez en Oribos. - le lanzó una mirada divertida mientras entraba al dormitorio y ella lo seguía con una mueca de indignación.

- Me encontraba débil y deprimida. - dijo secamente, en un inútil intento de excusa. - No te lo habría permitido, de otra forma. -

- ¿No lo disfrutas en secreto? - preguntó Thrall, girándose tan rápido que sus trenzas se movieron junto con él. - ¿Te desagrada que te sostenga? - se ubicó a centímetros de ella, claramente provocándola. - ¿Por qué arrullas como un gato cuando te levanto entonces? -

La humana adoptó una expresión divertida en su rostro.

- ¿Arrullar? ¿Yo? Tú te lo buscaste. - mordió el anzuelo con ganas.


- Necesitaba esto. - farfulló Thrall un rato más tarde, sentándose en la cama contra el respaldo.

Jaina bufó bastante alto mientras, sentada en el colchón delante suyo, apoyaba la espalda desnuda sobre el pecho del orco, que de inmediato la encerró entre sus brazos.

- Necesitaba. - se mofó, con la única intención de molestar.

- Soy de gustos simples. - bromeó él.

- Desagradable. - se quejó la hechicera apagando la chimenea con un chasquido de los dedos. - Te golpearía si eso fuera en serio. - miró hacia arriba, regalándole una sonrisa, su ahora desaliñado y suelto cabello rubio cayéndose por ambos lados de su cabeza a partes iguales.

Permanecieron un rato callados, sólo disfrutando del contacto, hasta que Thrall volvió a hablar.

- Siendo honesto… No hubiera ni soñado que esta sería mi vida cuando te conocí en Stonetalon Peak. -

- Ni yo. - coincidió Jaina. - Venía de ser cortejada por un elfo y de tener una relación con un humano que acabó siendo el líder del Azote. - suspiró. - Pensaba que los elegía terriblemente mal. -

- Kalecgos no estaba mal. - observó el orco, usando sus pulgares para masajear las cervicales de la maga despacio. - Era un dragón muy apuesto. -

Ella suspiró exasperada.

- ¿En serio? ¿Siempre con ese detalle? Sí sabes que era el mismo tipo de relación que tengo contigo, ¿cierto? -

- Mí no tener idea de qué tú hablar, Jaina Froudmoore. - dijo, en una perfecta imitación de un troll.

- Malvado. - se quejó. - Disfrutas de enloquecerme. -

Thrall se rio.

Su humor había mejorado con el tiempo. Antes, solía no saber muy bien cómo hacer un chiste. Había aprendido de los humanos de Guardian's Mash en poco tiempo. Y Jaina era el objetivo principal de sus bromas.

Pero sólo cuando nadie más escuchaba. Como si las burlas mutuas que se lanzaban fueran únicamente para sus oídos. Si alguien le preguntara a algún habitante de la ciudad cómo era esa pareja del final de la calle principal, esa que dirigía la ciudad, dirían que eran gente muy seria.

No era como que eso fuera asunto de nadie, de todos modos. Simplemente mantenían las apariencias. Pero el interior de la casa, donde todavía no habían recibido invitados desde que la habían levantado, dos o tres meses atrás, siempre los tenía riéndose uno del otro, o gastándose bromas, o discutiendo el rumbo de la construcción y cosas tales.

- Jaina. - la llamó, cuidadosamente apretando sus dedos pulgar e índice en círculos a los lados del, en comparación, fino cuello de la hechicera.

- ¿Sí, Thrall? -

- Una vez, al poco de volver de las Shadowlands, me preguntaste si estábamos bien. En cuanto a… - ella asintió. - Me cuestionaba si estás conforme con el recorrido que hemos hecho hasta ahora. -

La mujer, habiendo disfrutado suficiente del masaje, se retorció un poco para mirarlo a los ojos.

- ¿Conforme? - inquirió, fingiendo indignación, y adoptó luego una mueca pensativa. - Para nada, me falta alguien haciendo mis uñas. - se las miró como sugiriendo que no podía prestarles atención en ningún momento del día.

- Puedo aprender. - aventuró el orco lanzándole una mirada seria.

Jaina, por toda respuesta, bufó y volvió a acomodarse sobre su pecho, todavía dándole la espalda, echando las sábanas sobre su cuerpo hasta su cuello.

- Un orco. Haciéndole las uñas a una humana. Por favor. - le palmeó la rodilla como consolándolo.

- ¿Por qué no? - cuestionó Thrall. - Acabo de darte un masaje, ¿cierto? -

- Bien. - lo condenó ella. - Intenta aprender si quieres. Te convertiré en oveja si lo haces mal. - buscó a tientas la mejilla del orco detrás de su cabeza. - Te dejaré saber que estaba bromeando. No necesito que alguien se ocupe de mis uñas. - puso una mueca entre maliciosa y de miedo. - ¿Quién sabe cuándo intentaré parar otro tsunami y las perderé? Tu trabajo se desperdiciaría. -

El rostro de él se ensombreció.

- Siento que no te he agradecido lo suficiente por proteger Orgrimmar ese día. -

Jaina apretó sus labios en una fina línea y se echó la cabellera hacia atrás, para luego atarla en un rodete como hacía su madre.

Su tez pálida también había cambiado, de vuelta en un tono levemente trigueño, como alguna vez había llegado a ser.

- No es necesario. - los arrastró a ambos con magia, deslizándolos por el colchón, y movió la almohada bajo la cabeza de Thrall. Se acomodó boca abajo todavía sobre él, mirándolo de frente ahora. El torso del orco se alargaba unos seis o siete centímetros más a cada lado del suyo. - Yo tampoco creo haberte retribuido adecuadamente por Stormwind. -

La enorme mano verde acarició la cabeza de la maga.

- Antes me preguntaste si estaba bien. - observó su perfil, siguiendo el contorno de su nariz y sus labios. - Lo estoy. Sostengo lo que dije hace un año, allá en Kul Tiras. -

- ¿Acerca de nuestras conversaciones valiendo lo que sea que pasara durante el día? - lanzó al aire ella buscando una confirmación.

Ya sabía que Thrall diría que sí. Pero nunca había permanecido segura de nada durante mucho tiempo. O más bien, así había aprendido a ser. Desconfiada. Solitaria. No quería seguir siendo así. Sin embargo, la verdad sea dicha, había llegado a un punto donde disfrutaba de tener unas horas, sin importar qué hiciera, donde estuviera por su cuenta.

La mano del orco subió por su torso hasta tomar la runa de Cairne, todavía colgando de su cuello por los cabellos arrancados, envueltos en magia para perdurar indefinidamente.

- Creo que ya no valen el día. - dijo sin pensarlo mucho, y, sin dejar el drama crecer, la retuvo contra él con el otro brazo cuando la sintió hacer el más mínimo movimiento. - No malinterpretes. Sé lo que estás pensando. - se aclaró la garganta. - No sé cómo explicártelo. ¿Me alcanza sólo con verte? ¿Tenerte a la vista cinco segundos me da suficiente ánimo para todo el día? - frustrado, soltó pesadamente todo el aire en sus pulmones. - No sé qué palabras usar. -

Jaina se rió, tan cálida por dentro como divertida por fuera.

- Vaya, te presto diccionarios y otros libros de magia con expresiones complejas todo el tiempo y no se te ocurre nada, ¿eh? - cerró los ojos y apoyó la frente en su barbilla mientras a escondidas se mordía el labio. - ¿Qué tal algo simple como "da lo mismo qué sea de nosotros, lo disfrutaré mientras lo seamos juntos"? -

Thrall levantó sus pobladas cejas y, un segundo después, llevó sus ojos a la esquina de la habitación, meditándolo. La oración era cierta, pero seguía sin describir realmente lo que sentía. Se le ocurría una palabra en orco que podía usar, pero antaño la había asociado a Aggra, y no quería lanzar esa palabra sobre Jaina. Eran sentimientos distintos.

En intensidad.

- Sabes cómo en la cultura de mi gente el honor lo es todo, ¿cierto? - preguntó, volviendo la mirada a la suya, y ella asintió enseguida. - Creo que podría decir que, para mí… Cha lok-tar bin gora. - y le dejó ver, una vez más, en sus ojos, realmente cuánto la apreciaba.

Jaina no entendió de inmediato lo que Thrall estaba diciendo. Captó "tú", "yo" y "honor" inmediatamente, pero ese lok-tar, que usualmente significaba "victoria", la hizo dudar unos momentos. Cuando, finalmente, segundos más tarde, se atrevió a extrapolar el significado, lo miró con los ojos ligeramente más abiertos, incierta acerca de si realmente estaba entendiendo.

- ¿Yo… Sobre tu honor? - preguntó en una vocecita, y lo vio asentir. - Thrall… - su cara, desbordante de sorpresa, se estrujó mientras involuntariamente se le escapaban algunas lágrimas. - ¿Es… ? - como si la hubiera anticipado, contestó sin que terminara de formular la pregunta.

- En serio. - tomándola del torso, la elevó para dejar su frente contra la de él y respiró hondo. - Este año conviviendo sólo reforzó ese pensamiento. Siempre valiste más que mi honor, simplemente… Me aterraba que fueran a perseguirte por eso. Lo que me hicieran a mí daba igual. Después de todo, llevo desde que tengo consciencia preguntándome si moriré mañana, pero… -

Jaina le dio un débil golpe con los dedos en la mandíbula.

- Estúpido. - le reprochó. - Tus hijos te necesitan. Anduin te extrañaría. Baine perdería a alguien importante también. Podría contar más gente. -

- ¿No te cuentas entre ellos? - la incitó, sabiendo la respuesta.

La rubia escondió su cara en el cuello de Thrall.

- Creo que… Me quebraría. - confesó. - Ahora mismo, mucho de mí se mantiene funcionando por tu presencia. -

Sintió que él pasaba su mano por su espalda, como intentando relajarla.

- No te preocupes. - le susurró al oído. - No pienso desaparecer sin más. Pelearé contra un dios si debo. -

- Nada nuevo en el horizonte. - comentó ella intentando apartarse del tema.

- Pero, Jaina, - siguió el orco. - aun así, quiero que puedas estar sobre tus propios pies. No que no vengas a mí cuando estés afligida, o triste, o que te tragues esos estados sola, no, no es eso. Sólo que… Seas consciente de tu propia fuerza. - tiró de ella para poder ver su cara y darle una mirada de firmeza. - ¿Me entiendes? -

Jaina ni negó ni afirmó de inmediato. Sólo se quedó anonadada por el deseo que acababa de oír expresado. Sintió, como pocas veces en su vida, que realmente la estaban apoyando.

- Yo… Eso es… Nadie me había dicho eso nunca. - explicó cómo se sentía. - Fui criada con la intención de ser una princesa obediente, ¿sabes? - se rió de eso. - Aunque siempre fui rebelde. Con mis propias ideas. Pero asumía que como debía casarme eventualmente, porque iba a pasar, no iba a poder consumar muchas de mis expectativas, ¿captas? - Thrall asintió. No era extraño tampoco en Draenor, había sabido, juntar hijos de líderes de clanes. - Pero resulté ser maga. - agitó la mano y la cubrió de escarcha, desde la punta de sus dedos hasta la muñeca, y luego la limpió con fuego para quitárselo. - Mamá discutió muy fuerte con mi padre para enviarme a Dalaran. Supongo que no quería perder a su única niña. Sea porque me quisiera o porque perdería su única ficha de negociación, nunca lo supe a ciencia cierta. En Dalaran, creo haber mencionado esto alguna vez, la mayoría envidiaba mis aptitudes. Entre los pocos que no… Estaba Kael'thas. Él y Arthas… No sé si eran conscientes de lo que hacían, pero querían que me apoyase en ellos para todo, como si creyeran que siempre necesitaba ayuda. Arthas eventualmente entendió que no, pero… Bueno, sabes cómo terminó eso. En el momento, no fui consciente de que eso, al margen de quizás una predisposición dulce, era condicionarme. - tragó saliva. - Me sigo preguntando, en realidad, si es, de hecho, algo malo. - miró a los ojos del orco. - De todos modos, si es realmente un problema o no, depende de cada individuo, de cómo se maneje… ¿No? - frunció los labios un momento. - Eso dicho… Hubo muchas cosas acerca de mí misma de las que no fui del todo consciente hasta que me llevé un grupo de gente a Kalimdor. No cosas que tuvieran que ver con liderar en sí, sino con las capacidades para hacerlo. - jugó con los dedos por el brazo de Thrall. - Me di cuenta de que podía. Y antes, por mi crianza y por la gente que me rodeaba, no lo había notado, pero, de nuevo, me pregunto… ¿Es culpa de esa gente? Porque culpa suena demasiado grave. Quizás… Todo lo que tenía que hacer era intentarlo, con cuidado. Porque había vidas dependiendo de mí. - puso sus manos en el colchón a los lados del torso sobre el que estaba echada y se alzó hasta estirar sus extremidades. - Y tú vienes y me alientas a ello. Para responder a tu pregunta, sí, te entiendo. Y deseo no ser tan dependiente de ti, Thrall. Pero, al mismo tiempo, quiero seguir pellizcándote todas las noches. - y acto seguido, lo pellizcó bajo la axila.

Era difícil, considerando la ridícula masa muscular que poseía, incluso siendo un orco, pero había hallado la perfecta posición de dedos y la precisa cantidad de magia para hacerlo retorcerse.

Fiel a los previos experimentos de Jaina, Thrall se arqueó, escapando de sus dedos y soltando un quejido.

- Ey, sin trampa. - balbuceó, frotándose. - Esa magia duele. -

- Por favor, como si no pudieras usar algún elemental para esto también. - se burló ella. - Oh, cierto. "Los poderes chamanísticos no son para eso." -

- No cambiaré de idea por tus burlas. - dijo, estoico, llevándose las manos tras la nuca. - Adelante, pellízcame. -

La mujer, entre divertida y tentada, sonrió mientras volvía a echarse sobre él y apoyaba el mentón en su mano, clavándole el codo en medio del pecho.

- No me tientes. - dijo, cubriendo sus dedos pulgar e índice con hielo.

El orco, por respuesta, aprovechó que estaba distraída para atacar sus costados con las manos. Si algo había descubierto cubriéndola de caricias, era dónde se retorcía por las cosquillas, incluso en situaciones en que no debería reírse precisamente.

Así que Jaina acabó quedándose sin aliento de la risa mientras daba manotazos como si se estuviera ahogando a la vez que Thrall, sin ninguna piedad, continuaba torturándola, hasta que se cayó de encima suyo a su lado. Sólo entonces se detuvo.

- ¿Suficiente, gran hechicera? - se mofó, casi maligno.

- Silencio, lacayo. - respondió la humana todavía riéndose. - ¡Venganza! - le pellizcó el músculo dorsal sin piedad, mandando una corriente de aire helado por su espalda como regalo cuando se arqueó. - Eso te enseñará. - dijo, con tono de autosuficiencia. - Ahora, dame mi almohada. - demandó, y Thrall, falsamente frotándose el último ataque, escondiendo una sonrisa, la dejó acomodarse estirando el brazo para permitirle usar su hombro. - Ya está, ya está, no llores, grandulón. - apartó su mano y comenzó a acariciar el pinchazo. - Lo siento si me excedí con el hielo. -

Por toda respuesta, él la estrujó contra su cuerpo unos momentos. Y entonces recordó la carta que no había leído. Buscó con la mano entre la pila de su "ropa" al lado de la cama, en el suelo, hasta que la encontró.

- ¿Encenderías la vela? -

- Claro. -

Bastó un chasquido de sus dedos para que hubiera luz. Cuando vio la carta en sus dedos, miró al orco sin entender del todo.

- No la leí. - explicó. - Revisé las otras dos, pero antes de tomar esta preferí hacer tareas hogareñas. En todo caso, - la giró en sus dedos. - no veo el daño en leerla junto a ti. -

Tenía su nombre después de un "Para:", pero no decía quién era el emisor. Desató el nudo que la sostenía plegada y se dispuso a leer.

Querido Go'el:

Gracias por hacer lo que haces por Jaina. Como otro que la adora, no debo sino agradecerte. Si para que esté bien debe estar con alguien más, lo entiendo perfectamente, y me da alegría que se haya encontrado a sí misma.

La última vez que la vi, se hallaba muy perdida. Y en toda honestidad, no pude alcanzarla. Se había ido a un lugar al que no podía estirar mi mano. La realidad es que nosotros los inmortales no entendemos todo lo que les pasa. Podía entender que estaba triste, en duelo, rota por dentro, pero me di cuenta de que no tenía idea de cómo sacarla de ese… Pozo.

Apretó los labios. Él mismo no estaba muy seguro de lo que le propuso tiempo atrás. Simplemente dio su mejor esfuerzo sin limitarse ni limitarla de ninguna manera, le entregó todo lo que tenía, y trató de acompañarla tanto como pudo. No hizo más que eso. No había habido ningún gran plan, simplemente habían sido ellos mismos.

Quizás ahí era donde la mortalidad era mejor que la inmortalidad. Un inmortal no sabría qué se sentía darlo todo. ¿Por qué habría de hacerlo? Tenía todo el tiempo que quisiera para hacer lo que se propusiera. Un mortal, por otro lado…

Si te digo la verdad, nunca creí que fuéramos a estar juntos por siempre. Supongo que es cosa de la incapacidad de envejecer. Creo que ella también lo sabía. Y te diré algo, pero no se lo digas a Jaina, por favor: cuando logré hacerla reaccionar aquella vez, cuando se enfrentaban, más tarde, cuando estuvimos solos, me miró de tal forma… Sus ojos decían a todas luces "gracias por no permitirme matar a Thrall." Pero nunca lo dijo en voz alta. Y siguió siendo mala contigo. Hasta que finalmente hicieron las pases cuando le dispararon. Sólo creí que debías saberlo, después de tanto tiempo de guardarle el secreto.

Eso a un lado, visité la ciudad hoy.

La oración lo sorprendió. Hubiera querido que él y Jaina hablasen. Se debían una reconciliación, no había necesidad de que no se dirigieran la palabra. Se propuso hacer algo al respecto.

Debo decir que han erigido un lugar precioso. Tiene el toque justo de verde, el toque justo de concreto, el toque justo de magia, el toque justo de luz… Todo parece en armonía allí. Excelente trabajo.

En una nota más agria, estoy seguro de que algo habrá que les de problemas. Cuando eso pase, por favor, no se desanimen. Lloren si hace falta, dense ánimos el uno al otro, y sigan adelante como sé que pueden.

Giró el papel.

Si te conozco al menos un poco, Go'el, ahora habrás de estar pensando que vas a buscarme para que Jaina y yo hablemos. Eres un alma muy noble, amigo mío. Siempre lo fuiste. Por eso mismo deseo pedirte que no lo hagas. Me mostraré ante ustedes algún día, para una última conversación, para ver a Jaina sonreír una última vez. Y luego me iré. Porque ustedes son mortales, y yo no. Debo aprovechar esta fractura para salir de sus vidas.

Eso dicho, si alguna vez necesitaran ayuda con algo pertinente a magia, te aseguro que Jaina sabe cómo contactarme. Que no lo haya hecho, significa sólo que entre ustedes dos hay suficiente como para que yo no tenga lugar.

Y me alegro por eso. De verdad. Sigue ayudándola a pararse sobre sus propios pies, Go'el. Yo intenté hacerlo, pero nunca me tomó realmente en serio. Supongo que nunca fui capaz de hacerla sentir tranquila del todo.

Contigo, sin embargo, se la ve casi distraída. Como si toda la tranquilidad que no tuvo por mucho tiempo le estuviera llegando toda junta. No me malinterpretes, estoy seguro de que se preocupa por lo que llevan adelante, lo que digo es que encuentra en ti una fuente de calma.

Por favor, cuídense. Asegúrense de que siguen sonriendo. Confío plenamente en su capacidad para ello. El mundo será un lugar mejor, incluso si sólo a una persona se le pega su forma de ser.

Kalecgos.

- No pensé que visitaría. - comentó él dejando la carta en la mesita al lado de la cama.

- Yo tampoco. No estaba segura de cómo se tomó que rompí lo que teníamos la última vez que le hablé. Tiene razón, ¿sabes? - dijo la mujer suavemente. - Quiero decir, toda su carta es cierta, pero esto en particular… Aquí... - señaló con el dedo el octavo párrafo. Levantó la cabeza para mirar al orco a los ojos, sin despegarse de su hombro.

Intentó darle a entender con la mirada lo que no era todavía capaz de decir en voz alta.

- Gracias por tus palabras, Jaina. Tanto por las de antes como por las de ahora. - le devolvió la mirada. - Significan mucho para mí. Cualquier cosa que digas. Y lo que no también. -

- No es más que la verdad. - respondió la hechicera pasando su mano por su pecho. - Gracias a ti por apoyarme más que nadie. - pensó en algo. - ¿Thrall? -

- ¿Mm? -

- Mi madre ha estado molestándome… Lanzando chistes acerca de mestizos. - tragó saliva. - No… Tengo una postura al respecto, pero… Quería saber si tú sí. -

No contestó por un rato.

Siguió jugando con los mechones rubios de la humana distraídamente mientras pensaba. Al cabo de un rato, cuando el labio de Jaina empezaba a cortarse por no parar de morderlo, abrió la boca.

- Por un lado, - empezó. - se halla lo que me gustaría. Por otro, lo que quiero. Y aún por otro, lo que creo que pasaría. - carraspeó. - Dices no tener una postura sobre esto, en cuyo caso supongo que lo estás dejando al azar. - reconsideró sus palabras. - No al azar como si no te importara en absoluto, sino que no estás prestándole especial atención. ¿Estoy en lo correcto? -

La sintió respirar profundamente por unos momentos.

- Sí. - confirmó. - No estoy teniendo sumo cuidado. No me estoy revisando con magia, para empezar. Hasta ahora, sin embargo, mi cuerpo ha seguido su curso sin cambios. -

- Entiendo. - volvió sobre la conversación. - Como habrás notado, no estoy especialmente atento a tener cuidado tampoco. Para cerrar el punto, a mí me gustaría que la familia crezca. - le tomó la mano. - Pero no tomes eso como una presión. No hay una necesidad de que ocurra pronto, muy en el futuro, o nunca, si no estuvieras dispuesta. En cuanto a lo que quiero… - le dio un apretón. - Pocas cosas deseo más que verte feliz, Jaina. Honestamente. Aun si eso algún día implicara que debo irme de esta casa. - la sintió removerse y suspirar frustrada, así que se arqueó un momento para dejarla pasar un brazo debajo suyo. Lo abrazaba mucho estos días. No que le molestara. Hacía mucho le había dado otro sentido a ese contacto humano. - Y si tu felicidad demandara no llevar a cabo el tema de esta conversación, bueno, no necesitamos niños para estar bien, ¿no crees? -

- Concuerdo. - dijo, más tranquila. - Continúa. Intuyo que ahora viene la parte fea. -

Él cabeceó en afirmación.

- Lo que puede provocar. - cerró los ojos, recordando a Aedelas Blackmoore dándole latigazos. - El mundo es cruel, Jaina. Tú lo sabes. Yo lo sé. De la misma forma que no merecías que soltaran una bomba en tu ciudad, yo no merecía ser un esclavo. Y aun así, las dos cosas tuvieron lugar. Temo que se considerara al niño, o niña, simplemente por ser mitad orco y mitad humano, un peligro. Un algo que no debería existir. Sin importar si fue deseado o no. O si fue dado en adopción o no. O si su padre violó a su madre o no. No que algo de lo que dije sea motivo para aislar a ninguna criatura viva. - respiró pesadamente. - Aunque esta ciudad haya sido un paso en la dirección correcta, apenas está empezando. Tiene una semana y media de actividad. Creo que ya se entiende el punto. - la miró fijo unos momentos. - Aun con todo eso, Jaina, si fuéramos a ser padres, orgulloso cuidaría de nuestro hijo, tanto como de los que ya tengo. -

La maga no supo cómo sentirse al respecto. Seguía indecisa. Pero, al menos, ahora sabía que pasara lo que pasara, contaba con su apoyo.

- Agradezco que compartieras tu postura. - dijo, mientras seguía masticando sus palabras. - Creo que… Podemos resumir esta conversación en: cruzaremos ese puente cuando lo alcancemos, si lo alcanzamos, ¿no? -

- Qué manera de mancillar todo lo que dije. - se quejó falsamente el orco. - Después de leer todos tus libros con expresiones complicadas. -

Jaina bufó.

- Gracioso. - espetó. - Oh, recuerda que mañana tendremos visitas. No creo necesario decirlo, pero, por si acaso, no sigas las bromas de mi madre sobre mestizos. Por favor. -

- No lo haré. - prometió, tomando la conversación anterior como respuesta implícita a su pregunta acerca de si estaba conforme. - Tienes mi palabra. -