Capítulo 2: Uróboro.

Porque algunos acontecimientos siempre acaban por repetirse… Pero no por eso el resto del viaje fue en vano.


El día siguiente, los Proudmoore estuvieron de visita. Katherine, Derek y Tandred.

Primero, los pasearon por el lugar. Los llevaron por todo lo que se había construido, relatando anécdotas tanto de cada construcción como de la inauguración. A algunos habitantes les había hecho tanta gracia lo que habían hecho Gazlowe y Mekkatorque, que habían colgado un pasacalles delante de la taberna que rezaba "Gaz apesta; Mekka 3; Gaz x Mekka?". No había necesidad de aclarar que tanto el gnomo como el goblin quemaban el pasacalles cada vez que personalmente llevaban un cargamento de Azerite. Hasta ahora, lo habían quemado una vez cada uno, así que el que vieron los Proudmoore fue el tercero.

En cuanto visitaron todos los lugares, incluido el cementerio de espadas en las afueras, y Jaina le obsequió a Tandred el colgante con el ancla que alguna vez perteneció a su padre, volvieron a la casa de la pareja a almorzar.

Fue entonces que el menor de los tres hermanos desafió a Thrall, como hacía siempre que lo veía, a echar un pulso. Se sentaba a la mesa, tomaba algo de alcohol y comenzaba a mirarlo con una ardiente determinación.

Y siempre pasaba lo mismo.

Primero, el orco educadamente rechazaba cada proposición. Luego, cuando Katherine ya no aguantaba los desafíos, le lanzaba a su nuero, eso lo consideraba, una mirada de "por favor, dale el gusto", sabiendo que no le rompería el brazo. Entonces, ponía su codo sobre la mesa y se limitaba a mantenerse firme mientras Tandred se dejaba las articulaciones intentando derrotarlo.

Últimamente, como no quería frustrarlo por siempre, después de ver que no paraba de buscar este momento, lo dejaba empujarle un poco la mano antes de derrotarlo despiadada pero lentamente, cuidando no lastimarlo.

Y Jaina siempre le lanzaba un "gracias" sólo moviendo los labios.

Durante la tarde, se fueron los cinco a pescar en un bote que Thrall había armado simplemente para pasear con Jaina, pero en el que cómodamente cabían diez personas, y se podía hasta dormir a bordo si fuera necesario.

Como sus hermanos no paraban de pelear por ver quién sacaba el pez más grande, la maga, con el único propósito de que se callaran, lanzó una serie de hechizos al agua, ubicó dos peces enormes y otro aun más grande. Hizo que los dos primeros mordieran sus anzuelos y luego arrancó del agua al tercero con magia, mirándolos con cara de superioridad, todo mientras su madre y Thrall se reían de ellos en un rincón.

Entrada la noche, mientras el orco y los dos hombres Proudmoore discutían acerca de viejas recetas orcas de Draenor y Thrall les daba a probar un poco de un aderezo que había hecho hacía unos días, Jaina y su madre estaban sentadas a la mesa jugando con cartas.

Cuando ganó por quinta vez consecutiva, Katherine reunió el mazo y comenzó a mezclar, ansiosa de derrotar a su hija otra vez.

- ¿Cómo puedes adivinar todo el tiempo? - se quejó la más joven de las dos. - No hice ninguna mueca. -

- Ese fue el problema. - repuso la mayor. - Habrías ganado contra cualquier otra persona, imagino. Pero nadie te conoce como tu madre, niña. - le lanzó una fugaz sonrisa. - Aunque, - continuó. - no es como que adivine absolutamente siempre todo. -

- ¿Qué quieres decir? - preguntó Jaina, incierta.

- Bueno, - la mujer le ofreció la pila de cartas y ella las separó en tres montones antes de reordenarlos. - no habría adivinado qué tan bueno era este orco, por ejemplo. - cabeceó hacia Thrall, que, junto a Derek, se estaba burlando de Tandred, vaya uno a saber por qué. - Se la pasa encuerado, es enorme, verde, tiene los pelos más grasientos que haya visto nunca, y eso que el joven Menethil aparecía por Kul Tiras a menudo, tiene colmillos muy grandes y una boca que se tragaría una pata de cerdo de un bocado. - se detuvo allí, aunque claramente podía seguir señalando diferencias, y volvió a barajar. Jaina no había dicho nada porque notó que no estaba siendo hostil, sino simplemente listando cómo difería de un humano. - Y aun así, pudo hacerte más bien que cualquier humano. O que yo. - admitió. - Y por eso, lo adoro. Aunque sea un orco. - decidió no mencionar a su marido fallecido. Sabía que era Thrall quien lo había sentenciado a morir, aunque no hubiera sido el ejecutor.

- Mamá… - susurró Jaina. - Gracias. No me habías dejado saber que pensabas así. -

Katherine permitió que la sonrisa volviera a sus labios.

- Pienso así desde que vi tus cabellos crecer rubios de nuevo. Por algo lo dejé quedarse en la torre con nosotras. - repartió las cartas. - Si me hubieran dicho cuando te fuiste a Dalaran que esa vida te llevaría aquí, probablemente me habría reído mucho. No lo hubiera creído. Pero ahora… - bajó una carta a la mesa, boca arriba. Luego otra. - Igual me estoy riendo. Y sí lo creo. Y lo acepto. - dejó boca abajo las demás cartas. - Y también creo que ya volviste a perder, querida hija. -

- Maldición. - farfulló derrotada, sin energía, viendo la combinación de cartas más alta posible. - Sabes, me molestaste tanto con los chistes de mestizos que… -

- Oh, Jaina, es… No sé. Debe ser mi edad. Sólo bromeaba. - intentó restarle importancia.

- No me engañas. - se pasó los cabellos de un lado detrás de la oreja. Se inclinó un poco, y sus ojeras se marcaron mucho más de lo que ya se notaban. - Hablamos al respecto. -

Katherine se acercó, con las cejas alzadas, queriendo agitar el avispero.

- ¿Y? -

- Thrall dice que le gustaría. - bajó la mirada. - Pero yo… No sé. De la misma forma que dudo haber enmendado mis errores con lo que hice hasta ahora, temo ser una madre horrible. Además… ¿Yo, madre? - se señaló a sí misma. - ¿Qué haría? Tengo una ciudad que mantener andando. Negocios que cerrar, tratados que firmar, espías que encontrar, y eso es sólo la punta del iceberg. - tragó ruidosamente. - Él está en las mismas condiciones. Y luego está el que estamos hablando de lo que la gente llama un medio orco. No un medio humano. Un medio orco. Y sabes lo que les hacen. -

- Ah. - dijo Katherine. - Entiendo lo que te aqueja. No es que no quieras un niño, temes el escenario al que lo traerías. - palpó la mano de su hija. - Eso lo puedo entender. Yo también temí por ti cuando naciste y vi que eras una niña. En una ciudad portuaria. - bufó. - Pero verte crecer, luchar, formarte, enamorarte, desilusionarte, caerte y volverte a levantar… Qué equivocada estaba. Mira en lo que te has convertido. Desafías miles de ideas preconcebidas a diario, Jaina. Y sí, has sufrido muchísimo por eso, pero, ¿te arrepientes de estar viva? -

- No. - negó sin pensar. - En absoluto. Pero, en mi caso concreto, ¿no te parece una irresponsabilidad, madre? -

Katherine Proudmoore levantó una ceja.

- ¿Cómo es irresponsable intentar vivir a tu antojo sin pisotear a los demás? - preguntó, retóricamente. - Hija, creo que más que una pregunta, estás compartiéndome un hecho. Como dije, no estás preguntándome si no pasa nada por dar a luz a un mestizo, estás haciéndome saber que tienes miedo de hacerlo. - la tomó del brazo. - Está bien temer. Sólo un idiota no tendría miedo nunca. ¿No tenías miedo cuando paraste ese tsunami? Y ese orco de allá, ¿no temía cuando detuvo los temblores ocurriendo en todo el mundo? Además, no sé si lo notaste, pero la gente que vive aquí, humana o no, tiene por ustedes dos un profundo respeto, se les nota en la mirada. Casi raya el fanatismo. Por ejemplo, ¿recuerdas que cuando pasamos por la taberna hoy, me ausenté un momento para usar el baño cuando nos íbamos? - Jaina asintió. - Cuando volví a entrar, el tabernero me preguntó si yo era Katherine Proudmoore. Me dijo que su hermano solía vivir en Theramore. -

- Nunca me lo dijo a mí en estos meses. - se desanimó la joven.

- No. - coincidió Katherine. - Porque no quería verte desanimada. Eso me dijo. Hubo más que cabecearon en afirmación al escucharlo. Ellos, por mucho tiempo, querían de vuelta a la Jaina que intentaba estrechar la distancia entre la Alianza y la Horda, pero permanecieron apartados porque ya no lo hacías. Ahora que arremetiste de nuevo, vinieron a darte su apoyo. - soltó su brazo. - Adoran a Thrall también. -

Jaina quiso protestar, argumentar algo entre las líneas de "la ciudad tiene días de vida, no es prueba de nada" pero encontró que su madre podría seguir contestando lo mismo.

Igual que ella.

No tenía sentido. Permaneció en silencio mordiéndose el labio mientras masticaba la conversación. Y cuando habló de nuevo, algo había cambiado en su voz.

- ¿Y cómo lo tomarías tú? -

Ahora fue el turno de Katherine de no contestar por un rato, mirando hacia sus otros dos hijos y su yerno.

- Ya tenemos un Forsaken en la familia. Y un orco. ¿Qué más da un mestizo? - comentó sin mirarla.

Jaina tenía que reconocer que por más dura que hubiera sonado su voz, su madre estaba haciendo un esfuerzo que nadie más haría.

- Mamá. - la llamó, mirando también al trío de hombres, que se divertían juntos. - Los Proudmoore no somos muy expresivos. Pero, por una vez, quiero que me escuches decirte que te aprecio mucho. -

Katherine la miró de soslayo un momento antes de bajar los ojos a la mesa.

- No somos expresivos. Ciertamente. - suspiró. - Yo también te quiero, hija. Muchísimo. Y querré a cualquier nieto mío, sea de la raza que sea. -

Esa noche, por primera vez en años, la hechicera durmió relativamente tranquila. No fue un sueño ideal, estuvo lejos de ello.

Pero despertarse dos veces en la noche en lugar de no dormir en absoluto… Era una mejora gigante.


Dos días después, fue el turno de Aggra de visitar la ciudad, llevando a sus hijos con ella. Contrario a lo que Jaina esperaba, no hubo ninguna mala interacción entre ellas, aunque tampoco entablaron ninguna conversación particularmente larga.

Todo el día, la humana intentó mantenerse al margen de la familia, sintiendo que no tenía nada que hacer entre ellos, limitándose a dibujar en un cuaderno que cargó consigo todo el tiempo, o a averiguar algunas incógnitas que tenía sobre acontecimientos en la ciudad.

Y todo el día, mientras les daban el mismo recorrido que a los Proudmoore, Durak y Rehze la miraban raro. Como preguntándose qué hacía ahí. Jaina intentaba no dejar sus ojos en ellos mucho tiempo, pero, de a ratos, no podía.

Seguía dándole vueltas a la conversación con su madre.

No es que no quieras un niño, temes el escenario al que lo traerías.

No estaba convencida de que fuese totalmente el caso. No es que no fuera cierto, pero tampoco era toda la extensión de su realidad.

Cuando llegaba el final del día, mientras dibujaba con magia para pasar el rato, la bola de cuero que los hijos de Thrall estaban usando para jugar aterrizó cerca de ella. No queriendo inmiscuirse, lo buscó con la mirada, pero lo halló ya con los ojos clavados en los suyos, cruzado de brazos, expectante, y vio que los dos niños orcos iban en su dirección.

Mordiéndose el labio, y dejando a un lado el cuaderno, tomó la bola y la giró en sus dedos mientras con algo de miedo los esperaba, incierta acerca de cómo dirigirse a ellos.

Cuando la alcanzaron, los dos niños se miraron un momento y luego se volvieron hacia ella.

- ¿Nos das la bola, mamá Jaina? - pidió Rehze.

Thrall dejó caer sus brazos, cruzados sobre su pecho, y se giró sorprendido a mirar a Aggra, que se encogió de hombros fingiendo una cara de no saber qué pasaba. La humana, por su parte, apenas fue consciente de que estiraba la mano hacia ella y dejaba que tomara la bola de cuero. Mantuvo su mano abierta como si no hubiera entendido que ya podía cerrarla, y casi no se percató de que Durak seguía parado allí, y de que tenía algo en su mano, mientras veía a su hermana alejarse saltando, hasta que el niño lo soltó en su palma.

Todavía sin recuperarse de la sorpresa, Jaina se miró la mano para ver un pergamino enrollado. Al abrirlo, mirando un momento al pequeño orco, se halló observando un dibujo, claramente de un infante, donde había dos pequeños orcos. A uno de sus lados había una hembra, según la figura, de su raza, mientras que, del otro, había un macho, a juzgar por el tamaño de su cuerpo, sosteniendo la mano de una humana con una capa morada.

Su primer reacción fue taparse los ojos de la vista del niño, porque no podría aguantar las lágrimas más que unos segundos, la segunda fue apartar un poco el pergamino, porque no quería mojarlo, y la tercera fue sorprenderse aún más cuando un par de pequeños brazos le abrazaron el cuello.

- No llores. - oyó que le decían cerca del oído. - Perdón, no estés triste. Eh… Quería… Agradecerte por proteger nuestra ciudad. Pero nunca venías a jugar cuando papá visitaba. -

Jaina hizo lo que pudo por ahogar su llanto, tratando de guardarlo para más tarde.

- No es… - tragó sonoramente. - No es lo que crees, Durak. - se atrevió a palmearle suavemente la espalda. - Sólo… No tenía idea… - miró el dibujo una vez más, entendiendo que no la habían estado mirando raro porque se preguntaran qué hacía entre su familia, sino porque no los trataba como tal. - No sabía qué pensaban de mí. - miró el dibujo una vez más antes de apartar definitivamente la vista. - Gracias. Muchas gracias. - forzó una expresión más alegre en su rostro y despacio apartó al chico. - Ya estoy bien. Tu abrazo hizo que todo esté bien. - le revolvió los pelos y, segundos después, el niño se fue sin decir nada más.

En el instante en que le dio la espalda, las ganas de llorar volvieron, pero esta vez se giró para esconderse. Metió el dibujo al final de su cuaderno y lo apretó contra su pecho como si en ello le fuera la vida.

En cuanto se hubo calmado, se levantó, dejó sus cosas donde había estado sentada y se dirigió a la familia. Le lanzó a Aggra una mirada como pidiendo permiso, a la que la mag'har respondió asintiendo.

Porque entiendo eso es que no te desprecio ni te odio. Ni sembraré en mis hijos odio hacia ti.

Uniéndose al juego, y dispuesta a forzar a Thrall a usar elementales contra su magia, porque iba a emplearla, Jaina le agradeció con los ojos.

En el fondo, sabía que aunque pareciera que esto le dijera que el mundo estaba mejor, no eran más que casos aislados.

Como ella misma le había dicho a Draka.

Pero quizás… Comenzaba a atreverse a pensar que cada día habría más casos aislados… Hasta que ya no pudiera decirse que lo eran, fueran totalmente aceptados alguna vez o no.


La semana siguiente, Tyrande y Malfurion aparecieron por la ciudad para discutir fuentes de madera.

No fue una conversación pacífica. Hubo gritos, susurros, alcohol, incluso golpes a la mesa. Pero, al final, por todo el pasado que compartían, llegaron a un acuerdo. Por cada árbol que se talara, se habrían de plantar cinco. Habría druidas vigilando que esto se hiciera.

Con el tiempo, los kaldorei habían llegado a aceptar esta práctica, aunque seguían renuentes a implementarla. Pero entre eso y constante pelea, habían tomado el mal menor.

Porque durante la guerra, por lo general los árboles ardían, y no para convertirse en calidez del hogar de alguien.

Con suministros de madera asegurados, los guiaron por el lugar, dejándoles ver en qué habían convertido los esfuerzos por limpiar los restos de magia.

Los días siguieron pasando, y finalmente Khadgar apareció para llevarse el Azerite acumulado. Al parecer, el agujero en Silithus se estaba recuperando, tal y como habían estimado. No estaba seguro de si lo verían tapado en vida, pero confiaba en que, cuando llegara el momento, Jaina continuaría esa tarea, y todas las demás que él supervisaba.

Sin embargo, ella rechazó la insinuación.

No volvería a dirigir el Kirin Tor. No era para ella, lo había entendido cuando la Legion fue repelida y lo seguía entendiendo ahora. No era su llamamiento. Pero sí podía comprometerse a vigilar el agujero y asegurarse de que se trabajara en cerrarlo. Magni no iba a morir como ellos, de todos modos. Siempre habría alguien mirando.

Las semanas dieron lugar a los meses, y rápidamente pasó otro año. Guardian's Mash ya era el doble de grande de lo que supo ser Theramore. Al principio, la gente buscaba mantenerse entre los de su raza, por lo que la zona céntrica, o "vieja", como ya le decían algunos, estaba mayormente dividida por la raza que ocupaba cada grupo de casas, mientras que en la periferia, o "zona nueva", eso ya no era la norma. Había una familia de trolls viviendo entre humanos y un peculiar par de gnomos. Un solitario tauren que había hallado amigos en una familia de enanos vecinos. Incluso, los pocos kaldorei que vivían en la ciudad no habían armado un escándalo por tener vecinos sin'dorei o nightborne.

Incluso, Rexxar apareció llamando a la puerta de su casa, desarmado, con Misha a su lado.

Le dijo a Jaina que podía dar por olvidado el que se enfrentarían a muerte. Ella ya no era la persona que él había querido matar. Al menos, no a sus ojos. Esta era nuevamente la hechicera de Theramore, la que había sacrificado todo por los motivos correctos. Y contra esa persona no tenía nada.

Lo que es más, comentó sobre la ciudad, aunque no directamente.

Expresó algo entre las líneas de que, cuando conoció a Thrall y a Jaina, eran dos gobernantes intentando mantener una tregua que habría sido una locura impensable incluso medio año hacia el pasado, pero ese balance que habían explorado había sido destrozado. Y ellos habían sido forzados por la circunstancia a distanciarse. Y realmente creía que ahí era donde todo se había torcido. Porque en cuanto se vieron distanciados, dejaron de encontrar calma el uno en el otro y las cosas empezaron a empeorar lentamente, tanto para la Horda como para Theramore. Se dieron la espalda, hasta cierto punto, ocupándose cada uno de lo suyo y ya no colaborando.

Y eso se reflejó en ambos.

Pero también expresó, y aquí fue donde los sorprendió a los dos, que era bueno ver que habían encontrado su norte otra vez. Rexxar había pasado meses viéndolos limpiar la zona, hacer mediciones, levantar edificios y recibir ayuda de gente de varias razas… Sin pedirla.

Porque eso era lo que ellos dos juntos inspiraban. Separados, no eran más que simples buenos gobernantes, pero, en equipo, eran una de los mayores poderes de Azeroth, no sólo porque ambos poseyeran cantidades de poder inmensas, sino también porque traían advenimientos para los que el mundo no estaba listo. Para los que, probablemente, nunca estaría listo. Tenían que simplemente pasar y dejar una marca.

En el mundo en el que Thrall y Jaina creían, y comenzaban a intentar formar, él tenía un lugar. Todos los mok'nathal tenían un lugar. Ya no sólo en la Horda, sino también en Guardian's Mash.

Había estado a punto de agregar que, si la veía ponerse como durante la Cuarta Guerra, iría por ella, pero, como si supiera lo que iba a decir, Misha puso una de sus patas delanteras sobre el pie izquierdo de su amo, llamándole la atención. Pareció haber un entendimiento silencioso en la mirada que compartieron y, así de aleatoriamente como había aparecido, se despidió, con el último comentario de que él también daría todo de sí para cuidar de esta ciudad.

Pero no todo era amor y paz.

Hacia el final del año que transcurrió, alguien había asesinado a una troll. La habían hallado en su cuarto, muerta. Sin marcas de tortura ni ultraje ni nada, simplemente estaba muerta. Pero claramente no por causas naturales. Thrall y Jaina no lo tomaron bien. Durante los doce días que duró la investigación inicial, se pasaron las noches discutiendo sospechosos y coartadas, hasta que finalmente dieron con el responsable.

O eso creyeron.

Porque la evidencia, tanto física como mágica, en realidad llevaba a varias personas, de múltiples razas. Tardaron más tiempo aún en convencerse de que la verdad de los hechos se salía totalmente de lo que habían dimensionado.

Con ayuda de Vol'jin, loa de la verdad, convocado en la embajada zandalari, pudieron hacer progreso definitorio, pudiendo ubicar a las múltiples personas que habían colaborado en el asesinato.

Y lo que era peor, la troll muerta, en realidad, era parte de este grupo, cuyo objetivo era ni más ni menos que desestabilizar la imagen de aceptación de la ciudad.

Por suerte, aunque no se podría hablar de suerte realmente habiendo muertos de por medio, este delito los había expuesto.

Lo que exactamente había acontecido fue que la víctima había intentado abandonar el grupo, al que originalmente se había unido sólo por apoyar a dos amigos suyos, estos sospecharon que iba a denunciarlos con las autoridades, eso es, Jaina y Thrall, y por si acaso fueron a silenciarla.

El juicio se llevó a cabo, para todo el que quisiera estar presente, en la sala principal de la torre del mago, a puertas abiertas. Se le permitió a cada acusado presentar su caso, o tener un representante, e intentar convencer al chamán y la hechicera de que eran inocentes.

Pero era condenadamente difícil cuando las pruebas en tu contra las proveía alguien tan diestra en magia como lo era Jaina Proudmoore, un chamán con tanta afinidad con los espíritus como Thrall, y el loa de la verdad estaba presente, sabía que no estabas diciéndolo todo y refutaba cualquier evidencia circunstancial presentada con facilidad.

Así fue como dos humanos, un orco, dos trolls, un enano y un pandaren fueron los primeros exiliados de Guardian's Mash.

Pero no acabó ahí.

Jaina, lejos de creer que con eso el problema estaba solucionado, dejó en ellos un hechizo de rastreo. Thrall y ella los siguieron durante tres semanas, hasta que descubrieron aún más detrás del caso.

Los exiliados pertenecían a una sociedad secreta, llamada simplemente "la logia" por lo que les oían decir, cuyo objetivo era mantener tensión alta entre Horda y Alianza. Entre ellos se contaba gente de todas las razas. Y ningún resquicio de la Legion. Absolutamente ninguno. Ni siquiera había magia fel involucrada.

El asunto culminó en una reunión entre Thrall, Jaina, los miembros del Consejo de la Horda y los altos mandos de la Alianza, con la única excepción de Yrel, a quien no se le avisó nada.

Allí, la hechicera y el chamán expusieron sus descubrimientos, cómo se habían originado, cómo habían procedido, todo, cada detalle. Cuando empezaron a listar a los miembros de la logia, los rostros de los presentes, uno por uno, se fueron contorsionando, ya fuera en sorpresa, ira, incredulidad o expresiones del tipo "sabía que me espiaban". Pero lo que irritó a todos por igual, aunque más a la Horda, en particular a Geya'rah, fue que esa única miembro líder de la Alianza que no había sido llamada, era parte de esta logia.

Gallywix también era miembro, pero eso no le sorprendió a nadie.

Se decidió no hacer nada público por el momento.

En su lugar, se tomó un aproximamiento más frío y calculador, propuesto por Rokhan. Él y Genn, que eran conocidos por ser de los que más animosidad poseían, se infiltrarían, fingiendo desear más guerra.

El worgen no estaba muy seguro, no le convencía y no quería cooperar con un troll, incluso si no estaban en guerra. Pero Anduin insistió, se pronunció a favor de Rokhan, señaló que ambos tenían una posición muy ventajosa políticamente para esta sociedad secreta, y que su perfil público encajaba. Nadie más podía hacerlo.

Y creía que era una buena oportunidad de trabajar juntos. De entenderse.

Así que Genn Greymane aceptó a regañadientes.

Pasaron cerca de seis meses sin noticias ni mucho progreso, y, para ponerle la guinda a toda la situación, finalmente sucedió.

Después de vomitar un día, sin haber hecho nada que no hiciera el resto del tiempo, Jaina se revisó con magia, preguntándose si estaba enferma, y, en lugar de eso, notó vida dentro de ella, pero guardó el más absoluto silencio y se volvió excesivamente precavida. Andaba por la calle mayormente invisible, sólo dejándose ver si debía comprar algo o hablar con alguien, apartándose de todo el mundo.

Y cada nuevo día que pasaba sin mencionarle nada a Thrall, una espina más se le clavaba en el corazón.


Dos meses después, ahogada de mantener el secreto, se halló en la necesidad de contárselo a alguien. No podía decirle a nadie del entorno usual de Thrall, y eso de por sí reducía muchísimo la lista de gente.

Así que, recordando que no había vuelto a visitar a Lorewalker Cho para continuar su conversación, porque siempre había estado ocupada con algo, decidió decírselo a él.

En cuanto puso un pie en la Terraza de la Primavera Eterna, lo oyó tarareando una canción que no reconoció. Debía ser local. Vio que la mayoría de los pozos ya no estaban y sólo quedaban unos pocos, lo cual la alegró ligeramente.

- Lorewalker. Buenas tardes. - saludó, después de caminar hasta él.

Cho, que había estado muy concentrado en su trabajo hasta el momento, la miró por encima del hombro.

- Bienvenida, Señorita Proud… ¡Oh! - se desentendió casi de inmediato de lo que estaba haciendo y se giró del todo. - ¡Qué maravilla! -

Jaina se había quitado el hechizo que llevaba sobre el abdomen. Aunque apenas llevara dos meses embarazada, no quería ni la más mínima sospecha, ni siquiera en su casa. Khadgar la había mirado raro una o dos veces, cuando se habían cruzado por casualidad en Dalaran, pero no había dicho nada al respecto.

- Necesitaba que alguien lo supiera. Y usted es el único que confío que guardará el secreto. - tragó saliva. - Lo siento si eso lo hace sentir usado. -

Cho hizo un gesto disuasivo con la mano.

- Para nada, jovencita, lo entiendo. Toda esta situación con esa logia debe tenerla con los nervios a flor de piel. - acomodó los utensilios que estaba usando y se puso a su lado. - ¿Gustaría una caminata? Quiero mostrarle mi progreso restaurando el lugar. - ofreció, dándole el codo y haciendo una seña abarcativa con la otra mano.

Jaina tuvo que reír.

- La caballerosidad no ha muerto, ¿eh? - enganchó su brazo del de Cho. - Ya no es lo mío, la verdad. Me parece una falsedad. Pero quizás necesito un poco de fantasía por un rato. -

- Oh, nada de eso. - repuso el pandaren comenzando a caminar. - Estoy viejo y quería que fuera mi soporte. -

La curiosa elección de palabras hizo que, primero, la mujer se quedara tiesa. ¿Soporte? ¿Ella? Pero entonces recordó las palabras que había susurrado para un dormido Thrall hace tiempo.

Tú sólo espera. Encontraré una forma de ayudarte.

Por el momento, no lo había logrado. Quizás era verdad que antes de poder ayudar a otro, tenía que ayudarse a sí misma.

- Puedo intentarlo. - decidió decir, siguiéndole el paso. Le gustaba caminar rápido, al parecer. - Lorewalker, la última vez que vine, hace algo de un año, me habló de unos ejercicios que hizo con los campeones. Me preguntaba si podría hacerlos conmigo. -

- ¿Cómo? - pidió. - ¿Quién dijo que no estaba sólo usándola para sostenerme? - se rió después de verla quedarse quieta unos instantes, y le lanzó una mirada que a todas luces decía que había estado esperando el día. - Por supuesto. En cuanto le muestre cómo se ha ido recuperando el valle. -

Llegaron entonces al borde del templo, desde donde se podía ver, muy por debajo de ellos, el Valle de las Flores Eternas, ya casi sin pozos ni cráteres. La misma Terraza se hallaba casi del todo restaurada.

- Está… Casi de vuelta como supo ser. - comentó, con una media sonrisa. - Incluso pudo traer de vuelta el resplandor del lugar. - lo miró, bajando la cabeza un poco.

- Nos esforzamos bastante, sí. Muchos de nosotros. La paciencia es una de nuestras características, en todo caso, siendo monjes, pero… La velocidad, en este caso, fue el resultado de un acto grupal, no individual. ¿Cómo le ha ido a usted? -

Jaina puso una sonrisa avergonzada.

- Niños de menos de diez años tuvieron que consolarme. - bufó. - Soy un fiasco. -

El pandaren sonrió mientras negaba con la cabeza.

- Los niños también pueden darnos lecciones. Ser padre, o madre, no se trata nada más de enseñar, también de aprender. - estiró la mano libre hacia el valle. - Como nosotros aprendemos de la armonía, usted de las corrientes de magia, y todos de la experiencia. - la miró. - ¿Qué aprendió de esos niños? -

No contestó enseguida.

- Que puedo ser bienvenida en los más inusuales lugares y momentos. - respondió, cerrando los ojos, sintiendo la brisa y respirando profundamente aire puro. - Fueron los hijos de Thrall y Aggra, ¿sabe? - no retuvo la lágrima que se asomó por el lado derecho de su cara. Volvió a mirar al valle, y luego a las nubes. - Me hicieron sentir bienvenida. Creía que sólo tenía eso con mi familia, Anduin y Thrall. Nadie más. -

Cho asintió, pensativo.

- ¿Y qué planea hacer con eso? -

- No lo he pensado todavía. - se limpió la humedad de la mejilla con el guante. - Pero no se quedará en nada. Me llamaron "mamá", ¿puede creerlo? "Mamá Jaina." - él no pudo evitar sonreír frente a la expresión feliz de la mujer. - Mi hijo tendrá dos madres también, supongo. -

- Creo que ya tiene la respuesta a mi pregunta. - observó, mirando momentáneamente su vientre. - Está aquí. - apoyó un instante la punta de una de sus garras donde había estado viendo, y luego clavó sus ojos en los de Jaina. - Es demasiado tarde para nosotros. Pero la próxima generación puede que sea capaz de actuar distinto. Todo lo que tiene que hacer es preparar el terreno. - le palmeó la mano. - Lo cual ya hizo. Puede dedicarse a vivir su vida, Señorita Proudmoore. No tiene por qué creerlo sin evidencia palpable, pero espero que no tarde mucho más en convencerse. -

La hechicera suspiró.

Puede que fuera cierto. Ella nunca llegaría a ver la unión con la que había soñado alguna vez. Pero, ¿podía simplemente tirar la toalla? Eso nunca había sido parte de ella.

No. Mantendré lo que tenemos. La ciudad. Cualquier medida de paz vale la pena cuidar.

El Lorewalker sonrió por dentro. Esta mujer nunca dejaba de enseñarle cosas. Veía en ella todas las cualidades que le gustaría que toda la gente tuviera. Llena de incertidumbre, pero también de curiosidad. Hasta el borde de orgullo, pero no falta de autocrítica. No sin temor de las consecuencias, pero dispuesta a actuar.

- Necesito convencerme. - declaró ella. - Pero estoy inclinada a creerlo. Después de todo, no puedo cuidar a nadie si no me cuido yo misma primero, ¿cierto? - tiró ligeramente del brazo de Cho. - Vamos, sométeme a tus terribles pruebas de podar, pintar y alimentar. -

Jaina se aterrorizó, al principio, por lo que hizo. Le dio a la planta una forma de pirámide muy estirada verticalmente, con magia, por supuesto. Pintó un campo de batalla con pocos sobrevivientes, uno de ellos lloroso. Y no todas las aves que intentó alimentar comieron de lo que les ofreció.

Pero el Lorewalker tuvo comentarios respecto a todo.

La pirámide era un símbolo de control, y relacionó el hecho de que podara el árbol así con retomar el mando de su vida, el cual no había tenido del todo desde Theramore.

El campo de batalla, aunque era un escenario que decía que su autora era violenta, también indicaba que el combate había terminado. Sugirió que Jaina había terminado su lucha, fuera cual fuera el resultado, y, tras su duelo, porque una de las figuras que pintó estaba llorando, haciendo catarsis, podría enfocarse en otras cosas. Señaló que estaba seguro de que, de haberla puesto a pintar un año atrás, habría pintado todavía fuego en el horizonte y gente aún peleando.

Finalmente, respecto a las aves, le sugirió una aproximación diferente.

Jaina había intentado que comieran de su mano, creyendo que confiarían en ella, pero no fue el caso. Por el contrario, Cho sugirió que dejara la comida en el suelo y se apartara. Cuando lo intentó, las aves comieron, después de que ella se alejó lo suficiente. Primero, con cautela, como intentando discernir si volvería por ellas. Pero como se mantuvo apartada, se permitieron algo más de atrevimiento y comieron ávidamente. Cuando volvió a intentar alimentarlas, una de ellas sí comió de su mano. Y tras eso, todas las demás lo hicieron.

Entonces, el Lorewalker comentó que así como se había ganado "despacio" la confianza de las aves, el mundo volvería a verla como lo que intentaba volver a ser, eventualmente. Más y más creerían en Guardian's Mash, lisa y llanamente porque la gente no podía sino cansarse de la guerra, con el paso del tiempo.

Lo cual no descartaba que, quizás inevitablemente, volvieran a tenerla, pero entonces ya no sería una guerra racial, seguramente. O, bueno, eso creía un simple pandaren.

Cuando Jaina se retiró, llegando al final del día, lo hizo bastante conforme consigo misma. Echó una última mirada a los pozos tapados que, recordaba, habían estado allí y, diciéndose a sí misma que ella ya no tenía tantos agujeros tampoco, y estaba mucho más compuesta, volvió a hechizar su abdomen para esconder la ligera curva que tenía en él. Todavía no quería revelar la situación. No hasta que pasara lo de la logia, o se viera obligada a dar a luz.


Otros dos meses más tarde, la situación por fin llegó a su fin.

Cuando Rokhan y Genn fueron dignos confiables miembros de la logia, se hizo una reunión masiva para declarar el comienzo de una nueva guerra, pero fue interrumpida.

Y esta vez no hubo ningún juicio.

Ninguno de los mandatarios tenía ánimos de soltar un discurso de rectitud. Se sometió el tema a votación y ganó la masacre por mayoría.

Pero nadie objetó el resultado ni hizo demandas. No se podían permitir grupos como esta logia.

Así que aquel día, Stonetalon Peak, el lugar de reunión, se tiñó de muchos colores de sangre. Unos cuantos miembros de la logia lograron salir de la cueva, sólo para encontrar a un mok'nathal, con una osa a su lado, esperándolos al lado de la salida, con dos desiguales hachas en sus manos.

Ninguno de los que acudió a la reunión escapó con vida, ni siquiera Yrel, que logró agregarle cicatrices a Rokhan, a Genn, a Ji y a Rexxar antes de caer fatalmente lastimada y morir en un charco de su propia sangre. Su muerte fue particularmente violenta, ya que los cuatro, que la habían enfrentado juntos, tuvieron que lastimarla severamente varias veces antes de que cayera, puesto que seguía siendo asistida por la Luz.

Al final, había sido Ji el que había logrado parar su corazón de un golpe, con la palma de su mano, tan fuerte en su pecho que le quebró todas las costillas.

Y Rokhan, por fin, se permitió el placer no tan culposo de empalar a Gallywix con su lanza.

¿Por qué estaban allí en Stonetalon Peak?

Porque ahí habían empezado a colaborar por primera vez Horda y Alianza.

Por Thrall. Y por Jaina.

Por ellos existía la logia.

Por suerte, ninguno de los demás líderes de Azeroth los culpó por nada. Ni siquiera por no asistir en el ataque. Ninguno de ellos supo, sin embargo, que tanto el orco como la humana, esa noche, se quedaron viendo el fuego de la chimenea, terriblemente malhumorados, incapaces de dormir.

- ¿Qué se supone que aprenda de esto? - preguntó al aire, entre molesta, indignada y abatida, y lo oyó rechinar los dientes. Estando a unos cincuenta centímetros de él. - Quiero decir, si me alío con la Horda, es un problema para algunos, si me enemisto con ellos, es un problema para mí, si intento ser aliada de ambos bandos, aun así es un problema para muchos, ¡¿qué debería hacer?! - tiró al fuego un envoltorio de caramelo con el que había estado intentando distraerse, en vano. - No sé qué hacer. -

- No tenemos nada que hacer. - observó Thrall. - Sólo… -

- ¿Cómo que nada? ¿No crees que…? - empezó Jaina enderezándose de su postura encorvada, pero el orco le habló encima.

- Piénsalo. Ya te lo dije una vez. Horda, Alianza, llegan al mismo cruce de caminos todo el tiempo. - se giró a mirarla. - La última vez, me dijiste que tú y yo éramos distintos. - relajó su mirada. - Lo somos. Nos apartamos de todo eso y ahora tenemos una comunidad que ya no quiere guerras. - volvió a mirar el crepitar del fuego y suspiró. - Y, al final, creo que es mejor que no sepas, Jaina. Si no, no estaríamos aquí ahora. -

Ella lo miró sin entender. ¿Cómo estaba bien no saber qué hacer? ¿Se refería a que si lo supiera, entonces tendría la misma forma de pensar que esos…? Inconscientemente, se llevó la mano al abdomen. Para su suerte, el fuego tenía toda la atención de él.

- Vol'jin dice que de todo hay algo que aprender. - explicó su hilo de pensamiento, apartando su mano de donde su acción inconsciente la había puesto. - Si hay algo que aprender de esto, quiere decir que puedo usarlo para remediar la... -

- No necesariamente. - negó Thrall. - A veces, sólo aprendes cosas que te lastiman. O sobre las cuales no puedes hacer nada inmediato ni sencillo. ¿Recuerdas cuando se nos dijo que la Legion venía? No fue fácil resistir en Mount Hyjal. Y desde luego no salimos todos ilesos. - tragó saliva. - Y en cuanto a lo que decía antes… No comprendo, personalmente, los motivos que pueda tener esta gente. Ni quiero entenderlos. Pero el tiempo me ha enseñado que la tolerancia tiene límites. - sus hombros se cayeron. - No quería enfrentar a tu padre, Jaina. Aquella vez. Te juro que no quería, pero no podía hacer otra cosa. -

- No te… Sientas así. - eligió decir. - Lo entiendo. - le dio un suave apretón en el hombro. - Tú no podías quedarte de brazos cruzados. Pero creo… Que esta vez podemos hacer eso. - sus labios se fruncieron ligeramente, comenzando a entender. - Es decir, no siempre uno puede no tomar medidas… Pero tampoco hay que explorar los límites de nuestra paciencia todo el tiempo. - como vio la cara que le ofreció Thrall, se explicó. - Antes dijiste que no teníamos qué hacer, pero suenas muy frustrado al respecto. Yo también lo estoy. - reconoció, llevándose una mano al pecho. - Sin embargo, quizás, eso es precisamente lo que tenemos que hacer, como dijiste. Nada. Seguir siendo nosotros mismos. - dejó caer la mano a su regazo. - Empiezo a preguntarme si todo esto vale la pena. - ahogó un sollozo, aunque no pudo evitar una expresión triste. - No nosotros estando juntos, no dudo de eso, dudo de… La ciudad. De intentar tender puentes. Me pregunto si no hubiera sido mejor dejar todo como estaba. A veces… En estos meses… He llegado a sentir que esto es culpa mía. - su voz se quebró.

Él, delicadamente, le tomó el mentón y la obligó a mirarlo. Negó con la cabeza.

- No podemos controlar las acciones ajenas. - le dijo, viéndola a los ojos. - Puede que esta logia exista porque tú y yo comenzamos un ciclo distinto alguna vez, y que ahora estén más activos porque nosotros lo estamos, pero no pierdas de vista que nuestras acciones también trajeron cosas buenas, como esta ciudad. - la soltó. - Acción y reacción, Jaina. Las tienes bien estudiadas. La misma acción en ambientes diferentes va a tener reacciones distintas. - suspiró. - La realidad es que esos ambientes son las personas. Y hay tantas que… Es caótico. Siempre habrá alguien disconforme. Y tiene derecho a quejarse. Los demás pueden simplemente elegir no escuchar, hasta que el bullicio sea tan grande que alguien vaya a investigar. Lo cual, irónicamente, es lo mismo de lo que nos quejamos. - bufó.

Ella se quedó pensativa un rato. Finalmente, aceptó sus palabras.

- Es gracioso, cuando lo piensas. - observó, cruzándose de piernas. - Son… En esencia… Un grupo multirracial con la intención de evitar una unión del mismo tipo. - soltó una carcajada. - ¿Cómo funciona eso? -

- Y yo qué sé. - soltó sin ganas el orco. - Supongo que el odio une tanto como la aceptación. -

- ¿No se dan cuenta de que simplemente existiendo nos prueban que se puede convivir? Se están soportando por un motivo común, ¡igual que nosotros! -

- Si sólo la mayoría lo viera de esa forma. - apretó los labios. - Ni así. Debería decir: si sólo la mayoría quisiera verlo. -

Se hizo el silencio.

Por un rato, ninguno de los dos dijo nada más, sólo despacio se fueron acercando hasta estar inclinados uno sobre otro, Jaina con su cabeza en el hombro de Thrall y él con la suya sobre la de ella.

- Ey. - la oyó llamarlo, a lo que movió un poco la cabeza en respuesta. - Esto me enferma. Tanto la dualidad de su objetivo con el nuestro como lo intolerantes que son. Y que nosotros estamos siendo. - él no contestó. Se limitó a acariciarle el hombro, habiéndola rodeado con un brazo. - O quizás… Nadie está, per say, siendo intolerante, sino simplemente… Defendiendo lo que conoce. Ellos, por no poder, o querer, adaptarse, y nosotros, por querer un cambio. - estiró los brazos alrededor del gran cuerpo de Thrall y se aferró a él. - Quizás… Tanto ellos como nosotros sólo estamos defendiendo nuestras propias ideas y formas de vida. - algo hizo click en su cabeza. - Quizás… Simplemente no pudieron dar el primer paso. No pudieron proponerse lo que tú y yo nos propusimos en Oribos. -

- Me molesta. - reconoció, apesadumbrado, el orco. - Quiero poder hacerles entender de un martillazo. Preferiría que fuera tan fácil como decir que son malvados. Que es culpa de la Legion, o algo así, pero, por supuesto, no lo es. - se agarró la frente con la mano y allí se quedó, visiblemente molesto.

- Para algunos no había tanta complejidad. - observó Jaina, antes de permanecer en silencio. - Yrel es una fanática, y Gallywix una basura aprovechadora. Pero no eran los únicos allí. -

El silencio de nuevo tomó control de la situación.


Cuando les avisaron, al final de la tarde siguiente, a través de un corredor de Orgrimmar, que la situación se había resuelto, Jaina finalmente soltó el aire que venía aguantando por dos meses.

Hasta ahora, para ella, aunque estaba pendiente de los cuidados que debía tener, quizás demasiado pendiente, el estar embarazada había sido una ilusión. Había fingido que no era real, en su cabeza. Pero mientras empujaba la puerta a la habitación que compartía con Thrall, soltó cualquier pretensión y deshizo el hechizo que mantenía sobre su abdomen para hacerlo ver plano.

El orco estaba ya echado en la cama, leyendo a la luz de una vela uno de los libros de historia de Jaina. Ese, en particular, relataba historias anteriores al Dark Portal.

La mujer, conociendo la habitación de memoria, por molestarlo, y, en parte, por confort propio para lo que iba a decirle, apagó la vela agitando la mano.

- Tenías mi atención sin quitarme la única fuente de luz. - comentó él mientras dejaba el libro sobre la mesita a su lado, marcando con un pedazo de cuero la página donde había sido interrumpido.

- Lo sé. - fue todo lo que ofreció en respuesta mientras se quitaba las botas y las tiraba a ciegas hacia la puerta para después, con magia, dejarlas de pie al costado de la misma, fuera del camino. - ¿Se te ocurre que quizás no me gusta que me mires? -

Thrall bostezó.

- Seguro. - dijo con un dejo de burla. - No te gusta, es obvio. -

- Para nada. - fingió Jaina mientras se metía bajo las sábanas y se acurrucaba contra él. - Me asquea cuando me miras. -

El orco se rió.

- Es tan simple, pero lo disfruto tanto. - totalmente acostumbrado al contacto que esta mujer solía querer, la rodeó con un brazo. - Hoy también estuviste todo el día por tu cuenta. - señaló. - ¿Cómo van tus tareas? -

Ella suspiró.

- No eran mis tareas. - se sinceró. - No he estado haciendo ninguna, las relegué. Lamento haberte mentido, sólo… Esperaba a que se terminara lo de la logia. - carraspeó. - Yo… Este… -

- No te preocupes. - trazó dibujos al azar en su hombro con los dedos a modo de caricia. - Hace rato sé que te sucede algo. Confiaba en que lo dirías cuando estuvieses lista. -

- Gracias. - susurró Jaina. - No conozco a nadie que confiara tanto en mí. Que creyera tanto en mí. Es… En serio. - como por respuesta él acercó su cabeza a la suya, continuó. - Vamos a tener que agregarle una habitación a la casa. -

- ¿Quieres un estudio? - preguntó, cuidando de no pincharla con su colmillo.

- No. ¿Por qué siempre me preguntas por un estudio? - negó la hechicera tras morderse el labio. - Con el living estoy bien. Sería por otro motivo. -

- ¿Almacén? ¿El que tenemos resulta pequeño? Puede ser que si comienzo a visitar Outland de nuevo quede chico. -

- Tampoco. - volvió a negar, subiendo una de sus manos frías por el cálido torso de Thrall.

- ¿Entonces? - pidió el orco. - ¿Por qué? - ella, probándose nuevamente incapaz de decir algunas cosas en voz alta, comenzó a pasar su mano por el abdomen de su compañero, que, al principio, no lo tomó como señal de nada. Luego, por instinto, se enderezó un poco, llevando su propia mano al torso de la mujer a su lado, encontrando una curvatura en su abdomen normalmente plano. - ¿Estás…? - aun en la penumbra, le parecía poder ver su expresión entre avergonzada e insegura. Y le parecía que ella veía la suya de sorpresa. - ¿Jaina? -

- Sí. - confirmó. - Creo que unos cuatro meses. -