Capítulo III: Legado.
Pero llega un momento en que ya no se puede "pasar por alto".
El mundo no se tomó bien la noticia, en general. Que la hermana del Lord Admiral de la flota de la Alianza, la hija del mar, estuviera embarazada de un orco, provocó hasta marchas contra la confraternización y manifestaciones violentas, en algunos casos, armadas. Nada nuevo, ya habían marchado por lo mismo cuando se fundó Guardian's Mash, y la gente que se mudó a la ciudad simplemente hizo oídos sordos. No había otra cosa que hacer.
La mayoría de sus conocidos, sin embargo, se mostraron al menos aceptantes. Aunque, tras visitarlos, se retiraban con una expresión confundida.
Los Proudmoore celebraron todo un día con ellos en Guardian's Mash. Katherine aconsejó a su hija hasta el aburrimiento mientras Tandred, Thrall y Derek escuchaban desde el otro lado de la mesa el monólogo, cada uno con una jarra de cerveza en la mano, borrachos, cantando canciones de cuna, muy para la distracción de Jaina, aunque seguía escuchando las palabras de su madre.
Cuando se retiraron, sin embargo, lo hicieron confusos, habiendo escuchado el nombre que pensaban darle a su descendencia, si fuese varón.
La visita sorpresa que ninguno de los dos esperaba fue el antaño mentor de Thrall, Drek'Thar, que apareció en la torre del mago sin más, semanas más tarde. Arrastró solo su silla de ruedas, siguiendo la guía de los elementos, hasta la puerta de su aprendiz, y llamando a la misma. Pacientemente esperó a que le abrieran, y, cuando se encontró cara a cara con Jaina, aunque no podía verla por su ceguera, lanzó su mano hacia ella, que, por instinto, retrocedió y casi levantó una barrera en su camino. Afortunadamente, entendió a tiempo lo que quería, y no lo hizo. Volvió a dar un paso adelante, tomó la mano del orco y la guió a su abdomen, permitiéndole tocarla.
No habría imaginado nunca que este chamán viejo y gruñón pudiera formar en su cara tal expresión.
Drek'Thar fue el único que se retiró sin una mueca de confusión. Entendía perfectamente por qué habían decidido eso. Y le dio su visto bueno a la decisión, agregando que estaba seguro de que el crío podría con el desafío.
Anduin los visitó en secreto una noche, cuando ya el abdomen de la maga era bastante grande, aunque su presencia fue efímera. Les ofreció felicitaciones, reafirmó el compromiso de la Alianza con la ciudad, y le preguntó a Jaina con cierta vergüenza si le permitiría tocarle el vientre.
Como si la nueva vida dentro de ella supiera que esperaba sentir una patada, eso fue lo que le dio al rey, sacándole una sonrisa muy grande al joven, que acarició en respuesta un momento antes de volver a ponerse el guante que se había quitado.
Y Anduin también, después de preguntar cómo pensaban nombrar al nuevo integrante de la familia, se fue sorprendido.
El otro que se retiró preguntándose si les gustaba tentar al destino fue Rokhan, que hizo acto de presencia por Thrall, junto a Baine, que, al escuchar, apretó la mandíbula.
Thalyssra, por su parte, que en la actualidad tenía algo más de relación con Jaina, también pasó de visita una tarde, junto a Shandris, Tyrande y Malfurion, curiosamente. Los dos últimos ofrecieron bendiciones del bosque, mientras la joven adoptada observaba el vientre de la hechicera como si nunca hubiera visto algo como eso, y la nightborne les explicaba que, finalmente, su raza y los kaldorei comenzaban a dirigirse la palabra de nuevo. Aunque los segundos seguían rechazando a los sin'dorei.
Cuando se fueron, Thalyssra no entendía muy bien por qué el nombre que habían elegido evocaba tales expresiones en los otros visitantes, pero no quiso preguntar, asumiendo que sería sacudir un nido de víboras.
Acercándose el final de este período, no mucho después de la visita de los elfos, Aggra apareció en la puerta de la casa, junto a sus dos hijos. Alegó que suponía que el día se aproximaba y quería que sus hijos estuvieran cerca para conocer a su hermano o hermana. Se agenció un cuarto en el centro de hospedaje más cercano y se pasó los días aprendiendo de memoria la ciudad, dejando a sus hijos con su padre.
Jaina mentiría si dijera que no estuvo agradecida de tener un doctor brujo troll en la ciudad.
Porque Thrall se puso tan nervioso el día que la familia creció que apenas logró llevar agua tibia a la habitación sin hacer un desastre, con Aggra detrás casi empujándolo porque iba demasiado lento.
Cuando horas más tarde, y con agua desparramada por el suelo, porque cada vez que el doctor demandaba más, su incapacidad para controlarse crecía, Jaina dejó de apretar su mano, Thrall tuvo que sacudirla un poco. Con lo pequeña que era la mano de la hechicera, con lo flaco que era todo su brazo, había logrado apretar tan fuerte que le habían crujido los huesos. Y estaba pálida.
Demasiado pálida.
El orco cuestionó al doctor con la mirada, que en silencio le respondió moviendo los labios sin voz. Debió saber que para una humana, más con la contextura de Jaina, tener un medio orco era extremadamente agotador.
- Fero estará bien. - agregó, viendo la expresión de él. - Tú no preocupar, humana recuperarse. Sólo estar muy, muy, cansada. - miró a Jaina, que en silencio tenía la vista clavada en su hijo en sus brazos. Se volvió a Thrall. - Mientras seguir mis indicaciones, asistirse sola con magia. Mí estar admirado. -
El orco sólo pudo sonreír ante el cumplido. Sonaba a ella, ciertamente. Le lanzó a Aggra una mirada, que lo miraba desde el comedor, y la vio salir de la habitación a buscar a Durak y Rehze, que estaban jugando en la calle.
- Gracias, doctor. - le agradeció al troll mientras se retiraba, su trabajo estando hecho.
- No problema, boss mon. - contestó el aludido. - Tú saber donde encontrarme si necesitar algo. Mí estar atento. Dejar humana descansar, ¿tú entender? -
Thrall asintió mirándolo, mientras delicadamente le apartaba los cabellos de la frente a Jaina, pegados por el sudor. Cuando el doctor se hubo ido, se giró hacia ella.
- Entonces… - puso su otra mano sobre la de ella que sostenía al niño. - ¿Todavía quieres ponerle ese nombre? -
La discusión sobre qué nombre darle al niño había sido larga, agotadora, colmada de peleas, lágrimas y almohadones lanzados a la cara de Thrall. En parte, Jaina sólo había estado descargándose, podía entenderlo. Y ninguno de sus lanzamientos había ido cargado con magia.
Thrall había intentado disuadirla. Le parecía que la propuesta era demasiado. Hasta que oyó todo el razonamiento que ella no quería compartir inicialmente. Todos los motivos detrás de la curiosa elección.
¿Porque quién en su sano juicio nombraría a su hijo así?
Pero había sólo una Jaina Proudmoore.
- Sigo decidida. - confirmó, sin quitarle la mirada de encima al niño. Con un cuidado que nunca había tenido con nada, sorprendiéndose incluso a sí misma, le acarició la mejilla. - Thrall… - lo llamó. - Me aterra hacer todo mal. - confesó. - Me aterra de maneras que no… Puedo explicar. - lo miró por un momento. - ¿Cómo se supone que proteja esta vida con… Estas manos? ¿Mis manos? - las manos de una asesina, fue el detalle que no exteriorizó.
Él apoyó la frente en la de ella y le frotó lentamente la espalda, captando el significado no dicho.
- Tus manos también pueden construir. Esta casa, esta ciudad, y él, son la prueba. Y estoy aquí contigo, Jaina. Cualquier error, lo cometemos los dos. Y lo arreglamos los dos. - intentando sacarla de su ensimismamiento, giró ligeramente la cabeza, mirando a su hijo. - Nunca supero lo delicados que se ven apenas nacen. Ni cómo me hacen querer protegerlos de todo. -
La hechicera puso una sonrisa complicada.
- Sí sabes que vamos a tener que cuidarlo casi del mundo entero, ¿cierto? -
Thrall asintió mientras pasaba un dedo despacio por la mejilla del niño. Con sumo cuidado le bajó el labio inferior, encontrando las encías características de un orco.
- Va a tener un interesante par de colmillos. - observó. - Aunque me da curiosidad cómo se van a ver. No tiene los labios de mi raza. -
- ¿Puedes dejar de estudiarlo? - pidió Jaina en una vocecita. - No es una cosa, es tu hijo. -
- Lo siento, no… - la miró a los ojos y halló que no se lo decía en serio.
- Deberías ver tu cara. - sonrió, esta vez, de verdad.
La expresión se mantuvo en su rostro cuando oyó la puerta del frente y Durak y Rehze aparecieron en la entrada al dormitorio. Aggra se puso entre ellos poco después, habiendo cerrado la puerta.
Los dos niños miraban a los brazos de Jaina con una mezcla de curiosidad y ansiedad, hasta que Thrall les indicó con la mano que se aproximen. Se subieron a la cama a toda prisa y se detuvieron delante del brazo extendido de su padre, que les impidió atropellar a la humana. Cuando se detuvieron, quitó su extremidad de en medio y les dejó ver.
Los dos se quedaron viendo a su pequeño hermano. Pasaban los ojos de entre ellos a él de nuevo, y finalmente ambos miraron a la mujer en la cama.
- No te preocupes, mamá Jaina. - le aseguró Rehze con total certeza. - Lo voy a cuidar mejor que papá o Durak. -
Jaina le sonrió dulcemente, mientras que su hermano le lanzó una mirada furibunda, indignado con el comentario.
- No, yo lo haré mejor, ¡yo soy el fuer…! -
- Silencio. - demandó Aggra desde la puerta, siseando, por un instante, con cara de pocos amigos, antes de relajar sus rasgos. - ¿No ven que su hermanito está dormido? - se acercó y puso una mano sobre cada uno de sus hijos. - Hagan silencio. O hablen en susurros. Así. - dijo mientras disminuía el volumen de su voz.
- Yo lo haré mejor. - insistió Durak en un murmullo, mientras su hermana sacudía el hombro en desinterés por su queja.
- ¿Va a tener colmillos? - preguntó la niña momentos después.
- Tu padre dice que sí. - contestó Jaina, todavía pareciéndole irreal que Aggra y estos dos chicos la tratasen así. - Mira. - con tanto cuidado como Thrall antes, le bajó el labio a su hijo, ofreciéndole una vista de su encía.
No estaba segura de que Rehze supiera notar nada, pero igual se sintió alegre viendo sus ojos tan atentos. Su hermano también tenía la misma mirada. Hasta la orca en el marco de la puerta se acercó a ver, e hizo una mueca mientras se tocaba sus propios colmillos.
- Eso se ve como un par enorme. - dijo en voz baja.
- Empiezan a asustarme. - dijo Jaina, no pudiendo resistirlo más. - ¿Será un problema? -
- Puede que para un mestizo sí. - no le ocultó Thrall. - Pero no es nada que un doctor brujo no pueda atender. - agregó ante la mirada que le lanzó. - Imagina que serán algo más cortos y finos que los míos. Lo problemático, considerado eso, es que estarían en una boca como la tuya. Y van a estar algo torcidos hacia afuera. -
Soltando un suspiro, la mujer se forzó a relajarse.
- Problema para el futuro. - observó.
- ¿Y cómo se llama? - preguntó Rehze de la nada.
Una vez más, los padres del bebé se miraron. Ella asintió, y él también, aunque todavía asimilando los motivos.
Jaina entonces se volvió hacia la niña y le respondió.
- Garrosh Daelin Proudmoore. -
Pasaron una semana "en paz", con Thrall durmiendo cada vez que tenía una hora disponible, más aclimatado a la odisea de cuidar de un bebé, de a ratos enseñándole a Jaina, porque era su primera vez, o intentando hacerle ver que no estaba haciendo nada mal.
El sueño de ella, que había gradualmente regresado a la etapa en que lograba dormir unas tres horas antes de despertar sudando y agitada, para luego volver a dormir y repetir la experiencia, volvió a desbaratarse.
Otra vez dormía unas dos horas por noche en total.
Pero esta vez, al menos, por algo que nada tenía que ver con pesadillas. Habían empezado a no ser tan frecuentes, incluso, y desde hacía una semana simplemente no las tenía. Ya fuera porque estaba demasiado ocupada pendiente de su hijo o porque no llegaba a dormir lo suficiente para tener una. Pero eso no evitaba que se sintiera frustrada.
Lo que más la ponía así era la poca, o, más bien, prácticamente nula, capacidad que tenía para hacer dormir al niño.
Cuando la despertaba el llanto de la criatura, iba enseguida a tomarlo, porque quería hacerlo, le nacía intentarlo, y comenzaba a probar una cosa tras otra para darle lo que necesitara, pero, a excepción de cuando amamantarlo era la solución, difícilmente lograba calmarlo, y casi siempre Thrall acababa haciéndolo por ella.
Sentía la situación muy injusta para el orco, pero él siempre la miraba de manera que le dejaba ver que no le molestaba en absoluto. Jaina no pegaba ojo hasta que él volvía a su lado en la cama, habiendo dejado a Garrosh otra vez dormido. Le acariciaba la mejilla hasta que se dormía y sólo entonces cerraba los ojos él.
Una noche, frustrada fuera de sí, le preguntó a Thrall casi llorando si el crío sentía que lo mecía una asesina. Sabía que era totalmente irracional e injustificado, pero así se sentía. Y por toda respuesta, su compañero, una vez dejó descansando al niño de nuevo, la sostuvo entre sus brazos.
Thrall conocía tres canciones orcas que iba rotando para adormecer a Garrosh. Lok'tra, acerca de una batalla. Lok'vadnod, acerca de la vida de un héroe. Y Lok'amon, acerca de formar una familia. Después de unas semanas de no poder cerrar los ojos cuando él acababa por tomar al niño para hacerlo dormir, Jaina había tomado como costumbre sentarse a la mesa del living, donde lo mecía, y dibujar lo que veía. Y escuchar las canciones.
Esa misma noche, mientras lloraba frustrada apretada entre los brazos del orco, Thrall comenzó a cantarle suavemente a ella también, a petición suya. Y por elección propia, cambió levemente la letra de las canciones. Reemplazó al orco protagonista de la letra por ella.
Le cantó sobre cómo ella había librado una gran batalla. Sobre cómo la suya era la vida de un héroe. Sobre cómo ella había empezado una familia.
Replicando lo que él hizo, Jaina decidió cantarle a Garrosh la siguiente vez que intentara ponerlo a dormir, y, días más tarde, después de escabullirse a tomarlo antes que Thrall, se dispuso a hacerlo, pero entonces se dio cuenta de que sólo conocía de memoria una canción.
La hija del mar.
Se rehusó totalmente a cantarle eso a su hijo. Podía ser que hubiera permanecido en ella un mórbido gusto por cantarla para sí misma, pero no cantaría eso en voz alta delante de nadie. Mucho menos, de nuevo, de su hijo. ¿Qué pasaba si un día le preguntaba de dónde había salido esa letra tan deprimente? ¿Y por qué sonaba tan personal?
Pero como no sabía otra canción, siguió el ejemplo de Thrall y cambió la letra.
- Esperen, esperen, a la hija del mar, al orco oyó decir. - comenzó, intentando controlar los temblores que le provocaba en la voz pensar en la última vez que había cantado esto entre las tumbas de Theramore. - La voz viajó con la espuma y la sal, y en el mar perduró. Esfuerzo y sudor en su hogar, una ciudad allí fundó. - halló que, superada la dificultad inicial, los temblores se fueron. No necesitaba estar consciente de su voz. - Y en ese lugar, al fin pudo vivir. ¿Cómo fue, cómo fue? Dinos, hija del mar, ¿cómo fue que pudiste volver? Rota en pedazos estabas, pero encontraste a quien solías ser. - cerró los ojos, frunció el ceño, hallando más palabras que reemplazar. Palabras de aceptación. Más dirigidas a sí misma que a su hijo, pero que esperaba que lo adormecieran de todos modos. - Cuando perdida estaba, al orco buscó, porque antaño en su abrazo refugio halló. - notó que Garrosh ya no lloraba, pero necesitaba terminar. - Y al llegar de vuelta a su hogar, bienvenida se halló. Y con eso, la esperanza que supo tener volvió. - estoy llorando mucho estos días, pensó mientras se le iban algunas lágrimas. Sus ojos debían estar rojos como los de un Venthyr. - Y feliz con su nueva verdad, de vuelta en su hogar, a su manada con fuerza anunció: "esperen a la hija del mar". - por esta parte, aquella vez, había pensado "Apenas ahora te escucho, padre.", pero, esta vez, se aferró a su hijo ya dormido, mientras pensaba otra cosa muy diferente: menos mal que me hallaron. - Su voz, su voz, la brisa me acercó, y claramente oí: "bienvenida de vuelta, hija del mar", - respiró profundamente. - "bienvenida de vuelta, de vuelta a mí." -
Después de permitirse unos cuantos segundos para calmarse, despacio llevó a su hijo a su cuna y lo bajó cuidadosamente. Conforme consigo misma, y sintiéndose verdaderamente tranquila por primera vez en mucho tiempo, finalmente logrando pasar una página, aunque no la última, después de dejar un cálido beso en su frente, que Garrosh reconoció dándole un inconsciente manotazo en el mentón, salió de la habitación tocándose donde sus dedos habían hecho contacto con ella, con una sonrisa tanto de satisfacción como de felicidad, y los ojos llenos de lágrimas que se le caían descontroladamente, encontró a Thrall sentado a la mesa del living, mirándola con orgullo.
Supo entonces que había presenciado todo. O casi todo. Intentando no sentirse abochornada en sus cuarenta años, tomó las manos del orco y se lo llevó a dormir, a lo cual no recibió ninguna resistencia.
He escuchado gente decir que los hijos arreglan familias. Que son la solución a problemas propios o de pareja. Pero no me parece cierto. Yo no soy mejor hoy, en sí, porque tenga un hijo, sino porque si no puedo ayudarme a mí misma, tampoco puedo ayudarlo a él. No es realmente lo mismo.
- Lo siento, Lady Proudmoore, no sabía que era suyo. -
En los oídos de Jaina, por supuesto, no sonó como una disculpa. Sonó como un insulto.
- Repite eso. - le ordenó al soldado, que dejó de verse a medias divertido y pasó a verse aterrado, más aún cuando vio los dedos de la hechicera chispear y proyectar una llama que enseguida le calentó el rostro.
Thrall, Garrosh y ella habían visitado Stormwind, y, mientras iban por las calles hablando con Anduin sobre cargamentos de Azerite, plantas y otros bienes, el ahora casi adolescente mestizo, ya con un buen par de colmillos saliendo de su boca mayormente humana, aburrido de las conversaciones pesadas que sus padres solían mantener con figuras importantes como el rey humano, había empezado a observar de pasada puestos que tenía a la vista.
Y cuando se acercó a uno, atraído por un anillo con un sello muy similar al que usaba su abuela Katherine, fue increpado por un guardia.
Intentó salir de la situación por su cuenta, pero el humano estaba siendo muy insistente. Y miraba mucho sus colmillos.
Así fue como su madre terminó discutiendo con ese hombre mientras Thrall y Anduin permanecían a un costado, dejándola lidiar con el asunto.
- Lad… -
- Lady nada. - estaba harta de que la gente se quedara mirando a su hijo como si fuera una aberración. Si querían una, ella lo sería. - Te ordené que repitas lo que dijiste. -
El soldado, entendiendo la gravedad de lo que había hecho, miró al rey, que se encogió de hombros.
- Jaina habla con mi autoridad. - le dijo. - Lidia con ello. Hace ya diez años que se permite a la Horda visitar la capital, tensiones de por medio o no, incluso nos ayudaron a reconstruir después del terremoto de la espada. La vista de un mestizo no debería causar esto. -
- Lo lamento, Lad… - una gruesa capa de hielo le tapó la boca.
- ¿No me entiendes? - pidió Jaina. - ¿Es que no estoy hablando tu idioma? ¿Debería probar a decírtelo en eredun? - estaba a punto de repetir su orden en esa lengua, tan mal como la pronunciaba, cuando el hombre agitó las manos desesperado.
Entonces le quitó el hielo de los labios.
- No sabía que era suyo. - obedeció, humillado.
- No sabía que era suyo. - repitió Jaina, indignada. - Hablas de una persona como si fuera una cosa sólo porque no es totalmente de tu especie. - apagó las llamas en su mano. Nunca las habría lanzado, de todos modos. Eran puramente para hacer teatro. - Lárgate. No pretendo humillarte más. - lo tomó del borde del peto y lo acercó peligrosamente a su rostro, mirándolo fijo a los ojos. - Y que no te encuentre cerca de mi familia o mi ciudad. ¿Nos entendemos? - después de que apresuradamente asintió, lo soltó sin empujarlo.
No tenía que hacer más. La condena social haría el resto.
No era que disfrutara lo que acababa de hacer, pero había tenido suficiente. Llevaba doce años sin matar a nadie, y así iba a seguir, pero había ocasiones en que realmente probaban su paciencia.
Como aquella vez, cuando Garrosh tenía tres años, en que habían intentado secuestrarlo y Rexxar tomó al perpetrador por el cuello cuando se había alejado veinte metros de la escena y Thrall estaba a punto de hacerlo tropezarse con elementales. O cuando tenía siete, trataron de matarlo frente a ellos y un paladín enano lo escudó con Luz antes de noquear al responsable. O días atrás, cuando cumplió diez, y Durak y Rehze apalearon a un pequeño grupo que intentó golpearlo pura y exclusivamente porque su piel era de un verde demasiado claro.
Todo esto había llevado al chico a cuestionar a sus padres respecto a sus colmillos. ¿Era un pecado tenerlos? Su piel. ¿Debía ser de otro color, por algún motivo? Él mismo. ¿Había algo mal con él? ¿Era un error? Sus hermanos le habían dicho que no, que no escuchara las idioteces que dijeran. Mamá Aggra, por otro lado, había objetado a esto, diciéndole que aunque debía intentar no sentirse mal por tener colmillos, piel verde claro, o una boca pequeña para el estándar de un orco, o por ser mitad orco y mitad humano, tampoco debía no escuchar.
Así que Thrall y Jaina agregaron a las palabras de su segunda madre que cuando tuviera unos años más, le explicarían una serie de cosas. "Cuando tengas dieciséis", le habían dicho, específicamente.
Garrosh se había prometido ser paciente.
El resto de la visita transcurrió sin problemas, y pronto se hallaron en Orgrimmar.
El joven disfrutaba mucho más este lugar. No por el ruido que había, porque prefería la menos ruidosa Guardian's Mash, sino porque aquí nadie, absolutamente nadie, lo miraba raro por tener colmillos. Y el tío Rokhan siempre hacía un esfuerzo por subirlo a sus hombros y pararse recto, elevándolo bien alto.
Aunque una vez se había caído desde allá arriba y habían tenido que coserle la cabeza. Sin más consecuencias, por suerte.
Pero donde realmente prefería estar, por curioso que sonara, era en Kul Tiras, la tierra natal de su madre.
Aunque siempre que estaban fuera del castillo notaba que ella estaba incómoda. Había gente, en ocasiones, que se la quedaba viendo, como si no la entendieran. Pero eso era todo. A él, particularmente, lo peor que le hacían era mirarlo de esa misma forma un momento, antes de encogerse de hombros y ofrecerle una bebida rara, que alguno de sus padres velozmente interceptaba. Por lo demás, siempre le acercaban cosas dulces, o aperitivos salados, como mariscos o pequeños peces fritos.
Lo que Garrosh no sabía, era que este buen trato venía del hecho de que mucha gente de la isla le debía la vida a su padre. Porque durante un tornado que amenazaba con llevarse todo el puerto, aunque no lograría despedazar las edificaciones de piedra, Thrall saltó de la torre más alta del castillo, de saliente en saliente, ignorando los gritos de Jaina de que ella se ocuparía, y disipó el tornado antes de que provocara cualquier desastre.
Había sido una escena digna de los libros de historia. Un orco saltando del techo de la oficina de aduanas, con un martillo brillante y electrizado que, luego supieron, era ni más ni menos que el Doomhammer que los había aterrorizado décadas atrás, calmando la marea, disipando la tormenta, y amainando los vientos.
Se lo habían llevado en brazos de vuelta al castillo entre vítores, sólo para en ese preciso instante darse cuenta de quién era.
Y entonces, en lugar de tomar cualquier cosa filosa o con punta que tuvieran a mano, y las había, recordaron las palabras que Jaina les había dedicado antes de marcharse de Boralus, y reanudaron los aplausos, poco a poco.
Garrosh, por su parte, era demasiado pequeño en ese entonces para recordar los acontecimientos y no tenía recolección de los mismos.
Así fue como acabó paseando por Orgrimmar en los hombros de Rokhan, mientras tiraba de sus cabellos para sostenerse, ignorante, por lo pronto, de la realidad del mundo, con el troll manteniendo su agarre en sus piernas todo el rato, porque se había quedado horrorizado de cuando se le cayó.
Como última parada del día antes de volver a casa, se dirigieron a Dalaran.
Esa ciudad siempre lo dejaba sin aliento. Pero lo que lo dejó preguntándose qué habría pasado fue ver a su madre salir de su reunión con el mago que dirigía la ciudad flotante, Khadgar, consternada.
- Así que… - Thrall señaló el libro sobre la mesa del comedor. - ¿Te dio eso? -
Jaina estaba en la silla de la punta, sentada más recta que nunca, con las manos sobre las piernas y los puños fuertemente cerrados. Asintió con la cabeza.
- Creía que estos secretos estaban perdidos para siempre. Khadgar había dicho haber quemado el último de estos. - tragó saliva. - Temo incluso abrirlo. -
El orco la miró por un momento, a punto de soltar un comentario como "dudo que te muerda", pero se mordió la lengua cuando vio su expresión.
- Y dices que con esto… ¿Se podría dar a alguien la fuerza de Medivh? -
- No la de Medivh. - negó Jaina. - Sería más como multiplicar muchísimo las capacidades mágicas del receptáculo. - le lanzó una mirada llena de miedo. - ¿Recuerdas cómo estaba después de detener aquel tsunami, hace doce años? - volvió la vista al libro tras verlo asentir.
- Nunca lo voy a olvidar. -
- Bueno… Digamos que si hubiese sido Guardiana entonces, el esfuerzo que habría requerido detenerlo sería equivalente a pinchar una burbuja para que explote. O menor. Lo habría frenado sin verlo ni mover las manos, de espaldas, mientras distraída seguía hablando con ustedes. -
- ¿Y por qué…? - recordó el resto de la historia. - Entiendo. Ser el Guardián, o Guardiana, te convierte en un objetivo. No quieres serlo ni tener esto porque te vuelve extremadamente peligrosa, y eso, en consecuencia, pone en peligro a quienes aprecias. -
- Siempre fuiste intuitivo, grandote. - seguía con la vista clavada en el libro. - Ya sin tener esto somos un objetivo, los tres. Imagina si se corriera la voz. - bufó. - Me lo dio a mí porque dice no confiar en nadie más para no abusar de él. - dejó escapar una risita nerviosa. - Me pregunto si ahora, además de viejo, está señil. -
Thrall le tomó la mano.
- No está equivocado. No vas a usar esto para el mal, Jaina. Yo lo sé. El mundo lo sabe. Has trabajado más que nadie para dejar las fricciones. Para cerrar el pozo de la espada. Para ayudar al mundo a recuperarse. - comenzó a contar con los dedos. - Ashenvale ha crecido. Las zonas que la Horda había talado están replantándose, en unos años estarán recuperadas. Áreas que durante el Cataclismo se inundaron o se partieron han sido restauradas. ¡Incluso Felwood está comenzando a recuperarse por fin del ataque que sufrió hace más de treinta años! ¡Eso último en particular es de locos! ¡Felwood! ¡Podrido hasta la raíz de magia fel, y se está recuperando! Y tenemos muchos más proyectos. Incluso, por la magnitud de lo que esta ciudad hace por Azeroth, los tauren pasan por alto que se hace con magia o ingeniería goblin o gnoma. - gesticuló con las manos. - Especies animales que se habían retirado de todos estos lugares han regresado. Les devolvimos sus biomas, la magnitud de eso es increíble. -
- Puede ser. - cedió Jaina. - Pero aun así, no. Piénsalo, quien posea este poder, podría potencialmente enfrentar a un titán. - señaló al libro como si fuera una aberración. - Esa cosa le permitió a Aegwynn plantarle cara a Sargeras. ¿Qué pasa si el próximo Guardián de hecho pudiera matar a uno de esos seres por su cuenta? - tragó saliva. - ¿Qué pasa si hay más Argus? Puede causar problemas que amenacen la realidad como la conocemos, Thrall, y ya tuvimos que pagar por eso una vez hace doce años. - se abrazó a sí misma, recordando Torghast, con un escalofrío subiéndose por su columna. La inquietud sobre si la realidad se acabaría. - No quiero volver a pasar eso. No quiero que Garrosh pase por eso. -
- Jaina. - quiso calmarla el orco. - No te digo que te conviertas en Guardiana, sólo que no veas este libro como si fuera una maldición. Es un legado. - puso su gran mano sobre la tapa del objeto en cuestión. - Khadgar… -
- Está muriendo. - dejó caer la hechicera de la nada, viendo el habla de su ahora esposo detenerse en seco. - Y quiere soltar sobre mí todo lo que no llegó a terminar. El agujero a medio cerrar, Karazhan, el báculo de Medivh, este libro, todo, todo quiere tirármelo a mí. ¡A mí! - se señaló, exasperada. - ¡Que más de una vez lo desafié, que más de una vez me volví contra mis propios compañeros, que fui ciega, que…! -
- Que volviste a encontrar tu camino. - remarcó Thrall, recuperando el control de sus cuerdas vocales. - Por tu cuenta. Que fuiste a la sede del Kirin Tor a disculparte en persona y ofreciendo ser juzgada. Que te sometiste al juicio de los loa y fuiste hallada no sólo perdonada sino también digna. ¿Tienes idea de lo que eso dice de ti, Jaina? Hace trece años, estabas atacando Zandalar y matando a su rey, después de masacrar cuanto se te cruzara que no fuese miembro de la Alianza. Hoy, eres una buena amiga de la reina Talanji. Los zandalari te respetan. - respiró hondo. - No te digo que mágicamente vuelvas con él y le digas "oh, Khadgar, he cambiado de idea", pero quizás podrías cuidar de todo lo que quiere darte hasta que se lo pases a alguien más. - palmeó el libro. - Tener esto no quiere decir que debas usarlo. No quiere decir que vayas a ser Guardiana. Sólo dice que, si llegara el caso, podrías crear uno. Y luego deshacerlo. - se estiró en su dirección sobre la mesa. - Dice que podrías revisar la inmensa biblioteca de Medivh y anticiparte a potenciales eventos, tal y como él se adelantó a la invasión de la Legion e intentó avisarnos. - se puso de pie y fue hasta ella, tomando sus, en comparación, pequeñas manos. - Jaina. - reafirmó, tirando de ella para ponerla de pie, y la mujer se permitió perderse en su mirada azulada. - En todo caso, siempre puedo traerte a un costado un momento. - la llevó a la esquina del living. - Como ahora. - le acarició la cara y la vio sonreír cálidamente, buscando permanecer en contacto con su palma. - Para que puedas pensar. Cuanto lo necesites. -
- Si encontré mi camino de vuelta fue porque quería poder pararme a tu lado como la primera vez. - confesó la mujer, permitiéndose por primera vez en doce años darle voz a sus pensamientos. - Thrall, había llegado al punto donde tras recuperar a Anduin, no sabía qué más hacer. Permitiéndome un respiro a tu lado, hallé nuevo propósito. Volví a ser quien realmente quería ser. - bufó. - Algunos llamarían mi cambio una reversión. Para mí fue un alivio. - suspiró. - ¿Puedo contar con tu vigilancia, entonces? - preguntó en voz calma y clara. - ¿Le digo a Khadgar que ambos nos ocuparemos de sus cosas? -
El orco presionó apenas sus manos.
- Tomar estas obligaciones no amerita desentendernos de la ciudad. Pero como todo… Lo haremos juntos. Si fallamos, fallaremos juntos. Y si triunfamos, también triunfaremos juntos. No lo dudes. - queriendo sacarla de la conversación, ya que habían decidido algo, la abrazó con la fuerza justa para despegarla del suelo. - Y si quieres que te regule, entonces te regularé. - le dijo al oído mientras recibía golpes en los hombros.
- ¿¡Cuántas veces te tengo que decir que no me levantes!? - se quejó, pero sonó muy débil. Ya hacía años que ni siquiera le congelaba las manos cuando hacía estas cosas. El maldito orco era muy insistente con cargarla a dormir cuando la hallaba muy cansada en el living o cuando quería molestarla, lo cual sucedía muy seguido. - ¡Que me bajes! - riéndose de ella, por fin la dejó caer, y los pies de Jaina volvieron al suelo. Lanzó un sonoro "humph" mientras se volteaba, pero en seguida su expresión se suavizó. - Nadie dijo nada acerca de regularme, pero si sientes que me estoy descarriando… Haz lo que acabas de hacer. - lo miró por encima del hombro. - Llévame a un rincón y distráeme. -
- ¿De cualquier manera? - se burló él.
- De cualquier manera. - confirmó la maga mientras lo sentaba en el suelo estrepitosamente con un hechizo. - Así también. - tomó el libro que contenía el ritual secreto para la creación de un Guardián y abrió un portal a su biblioteca privada en el Salón del Guardián, en un ala físicamente inaccesible y de la que nadie excepto uno de los campeones mago de la Alianza sabía, protegida por toneladas de hechizos entrelazados uno con otro y a la que solamente podía acceder ella.
Por el momento, lo dejaría allí. No quería ni conocer por anticipado los secretos de ese tomo.
Seis años más tarde, cuando Garrosh cumplió dieciséis, comenzando a dejar atrás la discriminación que sufría de más chico, porque, de hecho, había empezado a haber más mestizos, se quedó en la mesa en su casa después de la cena y miró a sus padres demandante.
Pidió otra vez la explicación acerca de sus colmillos y su piel. De cómo lo miraba alguna gente aún hoy cuando decía que su nombre era Garrosh Daelin.
Y le explicaron.
Le contaron todo acerca de su primera cooperación en Mount Hyjal, cómo su abuelo, el marido de su abuela Katherine, había llegado a Kalimdor, cómo todo se había torcido, cómo luego entró en escena el Garrosh original, lo que hizo, dónde lo hizo, lo que fue para cada uno de ellos, cómo terminó la situación y, finalmente, el motivo detrás de darle esos nombres.
Su madre había querido llamarlo así porque estaba poniendo en él toda su esperanza de que el futuro que se aproximaba fuera una antítesis de los hechos pasados. Los hombros del adolescente cedieron cuando logró dimensionar lo que esperaban de él. Rectificar tantos hechos… Aun teniendo dieciséis años, se preguntó si le alcanzaría la vida.
Cuando expresó esta pesadumbre en su voz, su padre le aclaró que ese no era su trabajo. Lo que tenía que hacer era simplemente ser quien le saliera ser. Forzar un carácter acabaría en nada más que comportamiento aprendido, o una réplica de aquellos cuyos nombres llevaba. Jaina apoyó la moción, agregando que fuera quien fuera, ellos lo querrían. Y sus hermanos Durak y Rehze también, por más que actualmente estuvieran distanciados porque estaban pendientes de asuntos políticos en Orgrimmar.
No tenía por qué lograr lo que ellos deseaban que pasara.
Pero Garrosh insistió, alegando que su primer nombre significaba corazón de guerrero, y que el segundo, de entre sus varios significados, remarcaba el de "contento", y eso quería ser. Alguien que, como su madre, luchara por lo correcto, aunque todo el mundo le dijera que estaba equivocado. Alguien que, como su padre, pudiera discernir lo que era correcto y realista de lo que era correcto pero ficticio.
Como creer que viviría para ver el fin del racismo.
Pero eso no significaba que no debiera enfrentarlo. Orgulloso, desde ese día, explicaba, cuando le preguntaban por sus colmillos, aunque actualmente no pasaba tanto, que era hijo de un orco y una humana. Y no, su madre no había sido violada, de hecho amaba a su padre, aunque fuera una miedosa incapaz de decirlo. Y viceversa.
Le dejaba en claro a la gente con total certeza que él no era un error ni era el Garrosh que conocían. Ese Garrosh, decía, aunque había tenido los rasgos de un guerrero, no había luchado por los motivos por los que él lo hacía, y esa era la diferencia entre ellos. Además, ambos Garrosh habían tenido a Thrall como referencia, pero sólo él tenía también a Jaina Proudmoore, algo que lamentaba que su tocayo no hubiera tenido, o no hubiera querido tener, lo que fuera que hubiera realmente pasado.
Y a continuación ofrecía su ayuda para cualquier cosa que hiciera falta.
Lentamente, aunque en Guardian's Mash nunca había tenido problemas, logró que la gente lo llamara para muchas actividades. Trabajar, beber, cantar borrachos, lo que fuera. Mientras no fuese una actividad que le hiciera mal a su corazón.
Para cuando llegó a los veinte, comenzaba a ganar renombre por todas partes, ya fuera para bien o para mal.
Ser un mestizo ya no era algo que generalmente fuera mal visto. Había tantos, y de tantos tipos, que apenas eran notorios. Se habían vuelto una visión recurrente. "El crisol de Azeroth", como llamaban algunos a la ciudad que los padres de Garrosh habían fundado hacía tiempo, se había convertido en lo que habían imaginado cuando se embarcaron en el proyecto: una amalgama de todas las razas habidas y por haber que caminaran sobre el mundo.
Pero eso no quería decir que todo estuviera bien.
Casos como el de la troll de hacía veinte años en Guardian's Mash, aunque no eran normales, tampoco hacían que la gente se sorprendiera mucho. Y la mayoría seguían estando conectados a esa secta. Habían sobrevivido, aunque en menores números y divididos. Siempre había el ocasional ataque contra alguna célula aislada que se descubría, pero dudaban que fueran a simplemente dejar de existir. Eso sería ser demasiado positivo.
Además, seguía sin haber otra ciudad como esa. Para algunos era un pozo lleno de basura que algún día les explotaría en la cara, para otros una maravilla impensable a ser preservada costara lo que costara. Las masas dejaban de regirse por si había que echar a la Horda de Azeroth o no, y más bien se moldeaban alrededor de preguntarse si la ciudad costera de Guardian's Mash debía existir o no, pero nadie en su sano juicio se atrevería a enfrentar a Thrall y Jaina. Ni a las armadas de la Alianza y la Horda que los respaldaban. Ni al Kirin Tor, de vuelta en toda su gloria, cuyo cuartel general, Dalaran, pasaba mucho tiempo flotando sobre ellos.
Su madre había crecido en un entorno donde le permitieron independizarse, y desde ahí se formó como pudo y siguió esa guía la mayor parte de su vida. Su padre, completamente opuesto, creció anhelando esa libertad, y, cuando la encontró, la sostuvo tan fuerte que nunca se le volvió a escapar, pero no pudo desprenderse totalmente de su comportamiento pasivo, que, en ocasiones, afloraba.
Garrosh, por su parte, había crecido en un entorno de aceptación, entre esas dos personas.
No tenía el orgullo de princesa de su madre, ni la disposición de su padre para permanecer dócil y, o, inactivo, como el esclavo que había sido. Él había desarrollado algo más de humildad y de rebeldía, como contraposición parcial a cada uno de ellos.
Pero coincidían en su deseo de un mundo mejor.
Y él, Garrosh Daelin Proudmoore, tenía mucho trabajo que hacer.
El año siguiente, con veintiuno, salió a conocer todo Azeroth en compañía de quien se le cruzara en el camino, decidido a plantar en los corazones de la Horda y la Alianza, como mínimo, la duda.
Cuando se disponía a partir, sin embargo, después de devorar el inmenso desayuno que sus padres pusieron en la mesa del comedor esa mañana, la pequeña mano de su madre le tomó el hombro cuando, después de abrazarlos a ambos y despedirse, estaba dando el décimo paso alejándose de la casa.
- Un momento, jovencito. -
Se volteó, preguntándose si olvidaba algo. No pasaba a menudo, pero, a lo largo de sus veintiún años, su madre le había echado varias broncas por olvidarse cosas.
- ¿Olvido algo? - preguntó, un poco inseguro.
- No. - negó Jaina entre una risita, divertida, viéndolo temer eso. Debía haberse excedido en sus retos para que usara ese tono. - Pero quiero darte algo antes de que te vayas. - sacó de debajo de su camiseta el collar con la runa de Cairne, casi tan viejo como su hijo, y miró un momento el tallado. - Tu padre me dio esto hace mucho. - dijo, mirando alrededor. Thrall había desaparecido hacia el almacén de la casa. - Esta runa se lee "curación". Me la obsequió durante… Un momento oscuro en mi vida. Antes de que nacieras. - se la quitó del cuello y la sostuvo en su mano, con el puño cerrado. - No es un hilo entrelazado, son nuestros cabellos. Uno mío y uno de tu padre. Están hechizados, congelados en el tiempo. Aislados del resto del entorno. - una expresión soñadora que Garrosh nunca había visto en su madre se subió a su rostro. - Más o menos como nosotros del mundo aquí en Guardian's Mash. Hasta cierto punto. - suspiró, y volvió a su mueca inquisidora habitual. - Tiene mucho peso para mí, ¿sabes? Cuando me puse esto por primera vez, estaba apenas empezando a recuperarme de mi… Pobre elección de acciones posterior a tu tocayo, digamos. - acercó la mano a su hijo y la abrió. - Me ayudó a recuperarme. Ahora que sales a conocer el mundo, y decidido a hacerte un lugar en el corazón de tanta gente como puedas, quiero que lleves esto contigo. Lleva Guardian's Mash a la gente, hijo. Tu padre y yo no pudimos hacerlo. -
Garrosh tomó el collar. Lo miró un momento, y luego llevó sus ojos a los de su madre, dejándole ver su determinación de acero, heredada de ella, y su tranquilidad heredada de su padre.
- Lo haré. Te lo prometo. - tomó la runa, y notó que Jaina estaba muy tensa. - ¿Estás bien, mamá? - la agarró del brazo, y ella instintivamente llevó su mano sobre la de él.
- Si te soy honesta, me preguntaba si debería detenerte. - confesó. - El mundo es un lugar peligroso para ti ahora mismo. - bufó y cerró los ojos. - Pero también lo era en mi juventud, y tu padre y yo cruzamos el océano con entre dieciséis y veinte años, así que, qué más da. - se apartó del tema. - Eso a un lado, estoy bien, sí. - palmeó sus dedos antes de desprender su mano de su brazo. - Hace años que trabajo en ello, pero creo… Creo que por fin estoy llegando al final del camino. Gracias. - tragó saliva. - Suerte, hijo. Sé mejor que nosotros. - ofreció una sonrisa honesta y orgullosa. - Como sé que puedes. Dale saludos a Anduin cuando pases por Stormwind, a tu tíos en Boralus, y a Rokhan y Baine en Orgrimmar y Thunder Bluff. -
Vio a su hijo darle la espalda después de estrujarla en otro abrazo y ponerse el collar.
Demuéstrale al mundo, como Thrall y yo descubrimos que se puede, que Horda y Alianza pueden coexistir. Tú eres la prueba. Nosotros no pudimos.
Cuando alcanzó la esquina, antes de doblar y salir de la visión de su madre, se giró y levantó la mano. La mujer le devolvió el saludo.
- ¡Te amo, Garrosh! - le gritó, por impulso, temiendo perder la oportunidad de decirlo, como la perdió con su madre. - ¡Ten cuidado! -
No tienes la más mínima idea de lo que representas, hijo mío, ni de lo que te propusiste hacer. Confío, aunque partas en parte ignorante de la magnitud de tus objetivos, en que guiarás al mundo hacia un mejor futuro. Uno donde la distinción entre mestizo, humano y orco siga desvaneciéndose. Y lo mismo para las demás razas. Ya es hora de dejar de llamarnos de esas maneras y pasar a ser, simplemente, azerothians.
Suspiró.
Pero creo que ni Thrall ni yo vamos a vivir para verlo. Los menos de cuarenta años que me quedan no pueden ser suficientes para llegar a eso.
Días después de la partida de su hijo, y tras rendir homenaje al fallecido Khadgar, en un acto aniversario en su honor, donde rememoraron junto a la ciudad entera todas sus acciones, Jaina y Thrall revisaron el ático de su casa, buscando hacer lugar para cosas que guardar, cuando ella tropezó con una caja que pescó su atención. Estaba en un rincón, llena de polvo y cerrada con magia.
Recordó instantáneamente qué había dejado dentro, y fue ligeramente consciente de que ya no sentía que una mano le apretara la tráquea pensando en ello. La hizo a un lado para revisarla y continuó con lo que estaban haciendo.
Cuando terminaron, horas más tarde, bajó del ático con la caja que había dejado a un costado y fue a sentarse en la mecedora que su esposo le había regalado hacía algunos años, sólo para ella, ya que la había obligado a no reforzarla con magia después de ganar una apuesta entre ellos, delante de la chimenea de su cuarto, mientras él salía a buscar cosas para el almuerzo.
En cuanto la abrió, la recibió un pequeño cuadro que alguien había pintado alguna vez, de Arthas Menethil persiguiéndola. El arte seguía resultándole precioso, pero la vista ya no movía nada dentro de ella.
Ni para bien ni para mal.
Aunque, en retrospectiva, a lo largo de su vida hasta ese día, le había dado más punzadas de dolor que alegrías. Lo apartó, dejándolo en la mesita al lado de la cama, y halló aquel objeto que, en su momento, le había quitado tantas lágrimas.
El guardapelo que los campeones hallaron en el cadáver del Lich King.
Esa vez, Jaina había llorado preguntándose si habría habido alguna manera de salvarlo. Pero ahora ya no la afectaba en absoluto. Seguía molesta por que Varian no la hubiera dejado subir a la cima, eso sí, aunque, por otro lado, sentía que, de haber subido, probablemente habría hecho alguna estupidez que le habría costado la vida a alguien.
Sí. Seguramente a Varian. O Thrall… Nadie más se habría sacrificado por "la puta de la Horda".
Con sumo cuidado tomó lo siguiente que había dentro de la caja.
Un fragmento de Frostmourne. Originalmente, lo había confiscado de Dalaran, no de la cima de Ice Crown, mientras lideró el Kirin Tor, con la esperanza de entender si efectivamente no había habido nada que hacer, pero nada había logrado aprender de ese mísero pedacito. Habiendo liberado a Anduin de la misma influencia, supo que sí podría haber intentado algunas cosas para recuperar a Arthas.
Pero no lo sabía en ese momento. Nada que hacer.
Y en todo caso, no estaba segura de que hubiera quedado algo de Arthas. Hasta donde su conocimiento llegaba, él mismo había roto su propia alma por anhelar más poder.
La Jaina de hacía veintitrés años seguramente habría empezado a reprocharse una y mil cosas. Pero ya no era esa persona. Había llegado a aceptar que había cosas que simplemente escapaban a su control, o sobre las que no podía actuar adecuadamente por falta de información.
"Jaina Frou… Proudmoore, mismo caso", había dicho Vol'jin.
Sonriendo ante el recuerdo de las palabras del troll que la habían marcado hacía veintitrés años, dejó el fragmento sobre la mesa y siguió escarbando. La última vez que vieron a Vol'jin fue seis meses atrás, cuando lo convocaron por otro caso como el que inició la guerra fría contra la logia.
Frunció el ceño, preguntándose si Horda y Alianza sólo se mantendrían unidos tanto como este enemigo perdurara, pero entonces se relajó, sugiriéndose a sí misma que, quizás, con suerte, para cuando realmente fuera erradicada, ya no sabrían ni por qué se odiaban originalmente.
Más o menos por lo mismo que ya no había tanto rechazo contra los mestizos. No se trataba de que todo el mundo los hubiera aceptado, sino de que había tantos que seguir practicándoles un apartheid significaba, en negocios, perder ganancias, en política, perder votos o apoyo, y, militarmente, perder tropas.
La cruda realidad del mundo, se dijo, pero eso no cambiaba el hecho de que ella y Thrall lo seguían intentando. Y de que si se había llegado a la situación donde no se podía ignorar a los mestizos, en parte, por más pequeña que fuera, era por ellos.
Simplemente porque eso era lo que eran. Dos idiotas dando manotazos de ahogado hacia un objetivo inalcanzable. No por eso no lo intentarían.
Lo siguiente que halló le quitó una mirada acomplejada y un ceño fruncido.
Una bufanda. Un regalo de Arthas. Nunca le había gustado, sinceramente. Pero como se la había dado nervioso, con las palabras pisándose unas con otras, no había podido simplemente decirle que no era de su gusto e ignorar lo que le había causado en el estómago. Resolviendo enviársela a Calia la próxima vez que Derek visitara, porque estas cosas ya no significaban nada para ella, tomó el último objeto en la caja.
El libro con palabras sagradas del antaño príncipe de Lordaeron.
Se pasó un rato leyendo las palabras que tantas veces le había escuchado recitar al rubio en el pasado antes de cerrarlo y dejarlo sobre la mesa junto a lo demás. También se lo daría a Calia.
Fuiste una etapa importante de mi vida.
Tomó el fragmento de Frostmourne. Con sumo cuidado abrió un portal a la necrópolis que los Death Knights usaban como cuartel general, delante de una de las forjas para runas que tenían allí, y lo tiró al fuego que ardía en ella antes de cerrarlo.
Ya no me hace daño pensar en ti, Arthas.
Tomó el pequeño cuadro y le dio una última mirada. Ni siquiera se preguntó qué podría haber sido. ¿Qué sentido tenía? Se permitió acariciar la pintura con los dedos un momento antes de dejar una expresión de certeza subirse a su rostro y tirarlo al fuego de la chimenea.
Me basta con recordar. Vivirás en mis recuerdos.
Tomó entonces el guardapelo, y lo abrió. Una imagen de ella misma con aproximadamente dieciocho o diecisiete años le devolvía la mirada fijamente.
Suspirando, apoyó el mentón en su mano abierta, preguntándose, por un instante, qué habría estado pensando cuando la capturaron así. No lo recordaba. Probablemente estaba ansiosa por algún otro examen con Antonidas y por irse de vacaciones a Lordaeron. Seguramente así fue como la imagen llegó a manos de Arthas.
Oyó entonces la puerta del frente. Thrall debía haber regresado. Miró distraída en dirección al sonido, y, efectivamente, el orco entró, con una enorme bolsa al hombro.
Por un momento, Jaina intentó imaginarse a Arthas en su lugar, pero se halló riéndose de sí misma casi al instante.
Tantas cosas habrían sido diferentes. Ella misma habría sido tan distinta. Era inimaginable.
Reafirmó una última vez su creencia de que así era como las cosas debían ser. De que no podrían ser mejores para su persona. Afectó el metal del guardapelo con magia, para que se derritiera y evaporara con mucha menos temperatura de la necesaria, y lo tiró al fuego también.
Nunca te deseé ningún mal. Incluso te amé, más de lo que podría decir en voz alta.
Miró divertida al orco mientras le quitaba la bolsa del hombro con energía arcana y movía una breve brisa helada por su cuello.
Pero desde hace más de veintitrés años, todo lo que necesito ha estado al alcance de mi mano. Simplemente estuve distraída, cegada, negada… Temerosa.
- Bienvenido de vuelta. - le dijo en tono burlón, mientras llevaba las compras flotando a su lado al almacén del fondo del pasillo.
Ya no más. Lamento cómo terminó todo para ti. Pero no cómo dirigí mi vida. Adiós, Arthas. Uther tenía razón. Lo mejor que podemos hacer es dejarte atrás.
Thrall, sorprendido de hallar la chimenea encendida, porque usualmente o la prendía él o no lo hacía nadie, ya que Garrosh había desarrollado el gusto por el frío de su madre, llevó sus ojos hacia allá, y vio la caja abierta sobre la mesita. No necesitó preguntar qué era ese libro o qué era esa bufanda. Simplemente juntó un poco sus pobladas cejas blancas con tonos grises y negros intercalados.
- ¿Estás bien, Jaina? - preguntó, preocupado.
La vio salir del almacén sin la bolsa y ponerse las manos en la cintura.
- ¿Por qué no lo estaría? - inquirió, y reparó en el cabeceo que hizo hacia la mesita en el dormitorio. - Oh, eso. - caminó hasta él y lo empujó suavemente poniendo una mano en su pecho, apartándolo del hueco de la puerta para pasar. - Me estaba deshaciendo de algunas cosas. Estas dos se las daré a Calia. -
Oliendo metal quemado, el orco frunció más el entrecejo.
- ¿Qué quemas? -
- Un cuadro. - respondió Jaina mirando las llamas. - Un guardapelo. También tiré un fragmento de Frostmourne en las forjas de runas de los Death Knights. - se volvió hacia su esposo. - Había olvidado que tenía estas cosas guardadas. - explicó. - Verlas... Solía dolerme, pero no podía deshacerme de ellas. - se metió entre los brazos de Thrall, suspirando, rodeándolo con los suyos, todavía apenas pudiendo tocarse los dedos en su espalda, y enterró la cara en su cuello, mientras él la estrechaba también. - Sin embargo, esta vez hallé que no me hicieron nada. Bueno, - bufó, y decidió sincerarse. - reafirmaron algunas de mis creencias, en realidad. Pero decidí tirarlas. Ya no significan nada para mí. - se encogió de hombros. - Están los recuerdos, y eso es todo. - cerró los ojos. - Tengo sesenta años ya. - se quejó en voz alta, cambiando totalmente de tema. - Nunca pude decirle a mi madre que la amaba, a pesar de todo, ¿sabes? - se mordió el labio, y Thrall levantó las cejas ante la mención de ese verbo que nunca habían usado uno con otro. Oyó a Jaina aspirar fuertemente por la nariz y soltar un suspiro tembloroso, distinto al anterior. - Se fue sin que lo lograra. - se apartó sólo lo necesario para mirarlo, y halló en sus ojos la misma ardiente devoción que hacía veintitrés años en su cuarto en Kul Tiras. - Pero tú sigues aquí, estoico como siempre. Y te prometí que lo lograría, ¿no? - se secó los ojos, que se le estaban llenando de lágrimas, comenzando a hacerla ver borroso, con la manga de la camiseta, y dejó la mano en su hombro. - Eres verde. Y tienes el pelo más grasiento que haya visto en mi vida. Y colmillos. Y una boca que podría comerse una pata de cerdo entera de un solo bocado. Y diablos, si te echas encima mío podrías dejarme plana como un papiro. - subió la mano a su rostro. - Pero, sin duda, Thrall, Go'el, como sea que te llames, tú… - tomó aire y lo soltó tan despacio como pudo, relajando su respiración. - Una vez te dije que, sin ti, mi naturaleza no estaba completa… -
- Jaina, no tienes… - empezó él, pero ella le habló encima.
- Te mentí. - declaró, frunciendo el ceño, y el orco, por un momento la miró confuso. - Te mentí terriblemente. No es que completes mi naturaleza, la mejoras. - se rió de su propia falta de control emocional. - La última persona a la que le dije de verdad, totalmente en serio, lo que voy a decirte a ti se convirtió en la peor de mis pesadillas. Nunca más tuve la fuerza de desafiar el miedo de que pasara de nuevo. Pero aquí estoy, esperando que no vayas a ser un monstruo desde ahora, ¿entendiste, orco grande y feo? -
Thrall sólo pudo reírse.
- Ya te dije que eras maravillosa. Lo sostengo. -
- No soy maravillosa, - adoptó su falso tono altanero. - soy nada más la hechicera humana más poderosa de este mundo. - remarcó, recuperando cierto mando sobre su voz, y finalmente se le cayó una lágrima de la comisura del ojo derecho. - Pero una hechicera humana que te adora, Thrall. - se animó finalmente a decir con absoluta certeza. - Que te ama. -
El orco cerró los ojos mientras la sentía esconderse en su cuello de nuevo. No pasó por alto que no había dicho la oración en primera persona sino en tercera. Pero no le importaba para nada.
- Sabía que lo lograrías. - le respondió.
No "por fin", no "te tomaste unas dos décadas y media", no "¿tenías que esperar a que fuéramos viejos?" Sólo eso. "Sabía que lo lograrías."
- Lamento que me tomara veintitrés años casi decirlo. - dijo, mientras se reprendía mentalmente. - Seguiré trabajando en ello. -
- Lo que te haga sentir bien. - le aseguró, estrujándola hasta que la oyó quejarse.
- Cuidado, bruto, mis huesos ya no son lo que solían ser. -
- No finjas que no los reforzaste con magia. - habló contra su oído. - Lo noté. -
Jaina chasqueó la lengua.
- Maldito chamán. -
Se rieron juntos.
- Yo también creo que tu presencia me hace mejor. Lo pensaba entonces y lo sostengo hoy. - observó Thrall sin miramientos. - Y creo que podría decirse que ese orco grande y feo del que hablas a veces, no sé quién sea, te adora también. - suspiró. - Y te ama. - se tomó un momento para recolectar sus ideas, como si la palabra le hubiera sabido muy rara en la lengua. - Jaina, hemos desafiado cada pretexto, cada preconcepción, cada regla cultural de nuestras razas… Y nada ha cambiado realmente. Sé que por lo general no hago esta pregunta, y que fui yo el que te aseguró que sí, pero… -
- Thrall. - lo detuvo ella, poniendo su mano sobre el pecho del orco. - Hubo mucha gente que siguió nuestro ejemplo de aceptación. El mundo no ha cambiado, cierto, pero ya no pueden ignorar la situación o tacharla de caso aislado. Con el tiempo, he aprendido eso. No se trata de que todos entendamos algo, porque eso es simplemente imposible, sino de que lo que la mayoría quiere ignorar no pueda ser ignorado. - lo miró a los ojos. - Eso es… Una nota agria. Saber que aunque hayamos fundado esta ciudad y prosperara, aunque cada día tenga nuevos habitantes, aunque el pozo que dejó la espada esté a medio camino de cerrarse porque Alianza y Horda llevan décadas cooperando con los cargamentos de Azerite, amén de la ocasional escaramuza, aunque la vista de mestizos no sea algo tan raro, aunque se los trate como personas en lugar de cosas… Que siga habiendo organizaciones como la logia… Me duele. - se reafirmó una vez más a sí misma. - Pero… No todo es malo. - puso una honesta sonrisa en sus labios. - Suceda lo que suceda, lazos se han estrechado. Puentes que se habían quemado se han vuelto a tender. Y no, nada es perfecto, esos lazos ahora mismo son de papiro, y los puentes de madera balza… Pero están allí de nuevo. Y… - le acarició la mejilla con el dedo gordo. - Ya no somos la única pareja interracial. Ya no somos el caso aislado. Ni tampoco Garrosh. - su mirada se ablandó. - Así que sí. Valió la pena. Nuestro esfuerzo no fue, es, ni será nunca, en vano. -
El orco se tomó un momento para considerarlo.
- Siempre fuiste capaz de ofrecerme puntos de vista que no había considerado. Incluso, como prometiste una noche hace veintitrés años, - la vio agrandar los ojos y tensarse, como si siempre hubiera creído que no la había escuchado decir esas palabras. - encontraste una forma de ayudarme a liberarme del peso de haber errado tanto con el otro Garrosh. Tuve la oportunidad de ser mejor guía para nuestro hijo que para él. - por primera vez después de tres décadas y media desde aquella inesperada reunión en Northrend donde el kor'kron fuera de su tienda no quería dejarla entrar, y de muchísimas muestras de afecto, fue él el que buscó sus labios para dejar un beso en ellos. - Y no hay nadie más capaz de despertar en mí el deseo de hacer cosas de humano. Aun cuando ni de broma puedo hacerlo como te gustaría. -
Ella se rió, mostrando una serie de emociones en secuencia. Sorpresa, bochorno, vergüenza y, al final, alegría, pura y radiante como pocas veces le había visto.
- No sabía que habías escuchado eso. Pensé que estabas dormido. En todo caso, ¿quién te dijo cómo me gustan las cosas? - preguntó, y agregó, sugestiva, guiñándole un ojo. - Quizás me gustan raras. - frunció el ceño. - Y no son cosas de humano. - negó. - Ni decir que estoy por encima de tu honor es cosa de orco. -
- ¿No? - preguntó Thrall. - ¿Y qué dirías que es? -
Jaina lo pensó por un momento, frunciendo los labios a un costado, mirando hacia el lado opuesto y levantando la cabeza un poco hacia arriba mientras hacía un ruido con la garganta.
- Algo que tú y yo hacemos. - decidió, enderezando la cabeza. - Es nuestra propia cultura. Por definición, inculto, - bromeó. - la cultura es el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época… Pero, bajarlo a un nivel personal… ¿No abriría un mundo de posibilidades? ¿De apreciación individual? - imitó a Krag'wa. - Sólo dejo la pregunta en tu cabeza. - dijo, riéndose. - Aunque, como todo, tendría pros y contras. -
El orco no se sorprendió.
Como había dicho, ellos, mayormente ella, llevaban mucho tiempo desafiando casi todo lo preestablecido y haciendo simplemente lo que sentían correcto. Esta definición de cultura le resultaría problemática a muchísima gente.
- El mundo no está listo para ti, Jaina Proudmoore. - le dijo divertido. - Nunca lo estará. Pero es bueno que existas. Es precisamente la gente como tú la que hace una diferencia. -
- Oh, pero recuerda. - comentó la mujer, volteándose y guiándolo hacia la cocina. - Lo que sea que hagamos, lo haremos juntos, ¿eh? Así que ven acá, deja de estar babeando por mí, y preparemos el almuerzo. Y no te vayas a olvidar que mañana por fin va a visitar el Profeta Velen. Los draenei finalmente están bajando la guardia. Si ellos comienzan a mostrarse más tranquilos respecto a los orcos, aunque sea solamente en relación a los que viven aquí, vamos a estar dando un paso gigante. -
Thrall no hizo ademán de oponerse. Hacer la comida con ella era una de las varias actividades hogareñas que disfrutaba cada día.
Porque, al final, no era Guardian's Mash lo que le daba propósito. No era la Horda, como en su juventud. No era servir al mundo y cuidarlo.
Sino los pequeños momentos con Jaina, Garrosh, Durak y Rehze, no necesariamente en ese orden, que anhelaba mientras se ocupaba de todo eso.
Viendo a la humana burlarse de él.
O entretener a sus hijos con magia, mientras lo provocaba por no usar los elementos para hacer lo mismo.
O tirarle a la cara con algo que tuviera a mano.
Ni hablar de cuando intentaba pegarle, frustrada, porque la alzaba.
Treinta y tres años le había tomado recuperarse totalmente de la bomba de maná. Un tercio de su esperanza de vida. Bien podría ser la definición de una vida destruida. Daría todo de sí para asegurarse de que lo que le quedara, o cuanto le quedara a él, calma fuera lo único que los rondara.
Ya habían hecho suficiente. Podían dedicarse a ellos.
- Jaina. - la llamó, y ella lo miró brevemente mientras calentaba agua y cortaba cebollas con un cuchillo movido por magia antes de volver su atención al agua. - ¿Estamos bien? -
Contrario a lo que hubiera podido hacer veintitrés años atrás, la mujer, siguiendo la costumbre, le tiró un pedazo de grasa a la barba y respondió, con una tranquila y hermosa sonrisa.
- Totalmente, lacayo Go'el. -
Thrall negó con la cabeza. Sabía que lo lograría algún día, le tomara lo que le tomara. Que lograría dejar todo atrás y vivir para ella.
Aunque todavía falta una cosa.
- Hoy quiero pedirte que me acompañes a la montaña. - carraspeó. - Hay algo que quiero que veas. Importante. -
La vio levantar una ceja.
- ¿Buscas un cambio de escenario? - se rió. - No hay necesidad de… -
- No es por eso. - le dio una mirada a medias seria. - Sólo sígueme después del almuerzo, por favor. -
Jaina dejó a un lado el jugueteo.
- Está bien. - le quitó la grasa de la barba. - Sólo no me des una mala noticia, ¿de acuerdo? -
Él le apretó apenas la mano.
- No es una mala noticia. Pero puede ser un trago amargo. -
