Epílogo


Porque siempre llega la hora del cierre.

- Dame un momento. - pidió el orco, que iba apenas por delante de ella. - Te avisaré cuando esté todo listo. -

Jaina, con un poco de esfuerzo, empujó su figura por encima de la última piedra y llegó a la cima del monte. Ligeramente agitada por la caminata, se giró para ver hacia Guardian's Mash.

Thrall y ella solían subir seguido a este monte muchos años atrás para algunos de sus encuentros a escondidas antes del Cataclismo. Solían pasar parte de la noche desnudos discutiendo lo que sea que estuviera pasando, después de relajarse de las tensiones del día.

- Qué lejos están esos días. - susurró la humana, sólo para sí misma. Miró por encima de su hombro brevemente, viendo cómo su marido realizaba uno de sus rituales chamanísticos, aunque este en particular Jaina no lo conocía. Volvió su mirada al paisaje de la ciudad en la pequeña isla golfo, a los puentes que la conectaban con los demás barrios en la costa, y pudo ver realmente cuánto había crecido.

Se sentó en el borde, como solía hacer en sus recuerdos, sólo que esta vez no podía apoyarse en el hombro del orco, y respiró hondo.

Su ciudad era más grande que Stormwind ahora mismo. Más grande que Orgrimmar. Esperaba que eso le dijera algo a los que no querían aceptar su objetivo. Y que siguiera creciendo. Hasta ser la ciudad más grande de Azeroth. No porque quisiera ganarle en números a nadie, sino simplemente porque querría decir que había más gente a favor de parar las guerras sin sentido que de continuarlas.

Algo repentinamente le erizó los pelos de la nuca, pero no se volteó.

¿Qué estará haciendo?

Cuando iban ahí en el pasado, Thrall solía pagar sus respetos a su padre cada vez cuando estaba por amanecer, justo antes de que empezaran a despedirse para volver cada uno a su ciudad.

Oh, no. ¿Y si esto tiene que ver con papá?

Se giró justo a tiempo de ver el fantasma formarse. Desde las botas hasta el sombrero pasando por el sobretodo, el chaleco y las decenas de medallas que llevaba en vida en el pecho.

- Jaina. - le oyó decir secamente.

Entre sorprendida, molesta e irracionalmente atemorizada, se puso de pie velozmente y dio unos pasos hacia él.

- ¿Qué es esto, Thrall? - pidió, controlando sus emociones. Quería creer que, como aquella vez en que le propuso reconstruir Theramore, había un motivo para esto. - ¿Por qué llamas al espíritu de mi… de Daelin Proudmoore? -

El aludido le dio una mirada al fantasma como pidiendo un momento, y recibió un asentimiento como respuesta. Sólo eso bastó para darle a Jaina una idea aproximada de lo que sucedía y dejarla aturdida.

¿Su padre… Su padre acababa de asentir hacia un orco?

- He estado… - empezó el chamán, sus brazos colgando a sus lados. - Hablando con él por un tiempo ya. - decidió decir. - Siempre creí que no podía convocar más que relativos cercanos, de sangre, pero quise salir de la duda, y realmente quería… - tragó saliva. - Disculpa mi intromisión… - aclaró, acercándose a Jaina, alargando una mano hacia ella. - Mi única intención era que… -

- Tuviera la oportunidad de hacer paz con lo único con lo que no he podido. - terminó por él. Miró brevemente a su padre y volvió los ojos a Thrall. - No me sale agradecerte ahora mismo, pero… Probablemente más tarde sí. - volvió a respirar hondo. - Bueno. No contaba con que mi día tomara este rumbo, pero lo está haciendo, así que… - enfrentó a su padre, pero no supo qué decirle. ¿Qué se suponía que dijera? - ¿Cuánto tiempo tiene? - aunque no lo miraba, Thrall sabía que la pregunta era para él.

- Tanto como él quiera. - respondió.

Ella cabeceó. Por supuesto que no contaría con que el tiempo estuviera de su lado. Después de un largo silencio, volvió a hablar.

- Hola. - comenzó, y el fantasma la saludó con el sombrero como un marinero cualquiera. - Ha pasado mucho desde la última vez que nos vimos. -

- Lo sé. - miró alrededor. - Para empezar, eso no es Theramore. - apuntó hacia la ciudad.

- Estoy segura de que conoces todos los acontecimientos que transcurrieron en Azeroth. Sabes que Theramore explotó, que soy la única sobreviviente, que enloquecí de rabia y me convertí en lo que querías que fuera… Y que, eventualmente, volví a alejarme de eso, simplemente porque no es lo que soy. - apretó las manos en puños inconscientemente, pero las relajó. - Has de saber que tienes un nieto. Que tengo, no, tenemos, - señaló a Thrall y luego a sí misma. - un hijo al que... -

- Al que le pusiste el nombre de tus dos mayores heridas. - terminó su padre no sin una mirada de dolor.

- No. - negó Jaina. - Lo llamé Garrosh Daelin por dos de los cuatro hombres que más marcaron mi vida, para bien o para mal. Porque fueron importantes. Tú siempre te viste como un carcelero para mí, nunca supe si me querías o si era simplemente tu pieza de ajedrez más valiosa, ¿sabes? Y Garrosh me sometió a la parte más oscura de mi vida. Quizás estuvo mal, no lo sé, pero puse en mi hijo toda mi esperanza de que cosas como las que me pasaron no le sucedan a nadie más. De que el mundo deje de asociar tu nombre y el de él con ustedes y lo asocien con mi hijo. De eliminar esos malos recuerdos. - dio un paso más hacia él. - ¿Y sabes qué? Este orco, el que te convocó, el que quisiste matar sin escuchar ni una sola vez a pesar de que intentó hablarte, envió emisarios, no levantó la mano contra mí ni una sola vez en su vida, ni siquiera cuando yo intenté matarlo, el que ordenó tu muerte… Es mi marido. - tragó saliva. - Lo amo. Amo a este orco. - se permitió un respiro. - Quería que lo supieras. - se volteó. - Cómo son las cosas. Nada más. - apuntó a la ciudad. - Se llama Guardian's Mash. Nosotros la fundamos. Fue su idea. Yo me hallaba rendida. - se giró hacia su padre otra vez. - Y Thrall me tendió la mano cuando nadie más lo hizo. Como aquella vez en que intentaste llevarme a la rastra y te detuvo. Al menos, así se vio para mí. Comprendo que tenía apenas veinte años, pero ni siquiera intentaste escuchar. Llegaste, levantaste un escándalo, sublevaste a los que me siguieron y lanzaste un ataque. - se cruzó de brazos. - Lo entiendo, no podías saber que Thrall era distinto, que la Horda estaba cambiando, pero, ¿no levantó en ti la más mínima de las dudas ver que después de tanto tiempo Theramore no tenía ni mella en sus murallas? ¡¿Quién carajo te dio el derecho?! -

Como se quedó expectante, Daelin asumió que era su turno de hablar.

- No, Jaina. Ni la más mínima duda, y el derecho me lo auto otorgué, porque sé que tenía razón. Los orcos que conocí… Eras demasiado pequeña para dimensionar las atrocidades que cometían. El sur de Eastern Kingdoms no era más que ceniza y tierra chamuscada y humeante. La mitad de Lordaeron sufrió eso mismo, e incluso amenazaron la costa de Kul Tiras. - argumentó. - En el proceso mataron a Derek… -

- No, tú mataste a Derek. Tú lo mandaste a morir. - lo acusó Jaina sin odio ni desprecio, apuntándolo con el dedo antes de señalarse a sí misma. - Y yo hice lo mismo con Tandred, que, por suerte, no sufrió el mismo destino, así que no te estoy culpando realmente. Entiendo que una mente nublada toma malas decisiones. Tú lo hiciste, y yo lo hice. Volviendo a los orcos, ellos golpearon primero, sí. Ellos eran los monstruos del clóset, sí. Pero, - preguntándose sí esto le importaría siquiera, cuestionó. - ¿supiste alguna vez que eran títeres? -

El Almirante frunció el ceño.

- ¿Títeres? - pidió. - ¿Cómo puede semejante fuerza destructiva ser un títere? - miró a Thrall. - Tú no me dijiste esto, no me hablaste de… -

- Lo eran. - intervino Jaina. - Él, puntualmente, nunca lo fue, nació por fuera de la maldición e intentó enseñarle a su gente a combatirla. No todos lo escucharon, pero eso pasa en todas las civilizaciones. - miró hacia el océano un momento antes de a su padre otra vez, habiendo tomado un respiro. - Sabes tantas cosas de lo que pasó en estas décadas, pero no sabías eso. Veo que la memoria selectiva es cosa de familia. -

- Jaina, no… -

- No es auto desprecio, Thrall. - lo detuvo con una sonrisita, levantando la mano. - Me estoy burlando de mí misma, eso es todo. -

- ¿Títeres de quién? - quiso saber Daelin.

- De la Burning Legion, a través de Gul'dan y Ner'zhul, dos orcos sedientos de poder. Blackhand también estaba muy conforme con las masacres. Pero otros, como Durotan, el padre de Thrall, o su madre, Draka, no estaban precisamente contentos con las acciones de esos tres. - repasó su conocimiento. - Y quiero refrescarte la memoria. Lordaeron no recibió el mismo trato que el sur. Durante aproximadamente tres cuartos de la Primera Guerra, el que dirigía la Horda era Blackhand. Mi marido, aquí presente, había expulsado a su clan cuando apareciste en Kalimdor. Blackhand quería destrucción para probar su fuerza, Orgrim Doomhammer quería un lugar para la Horda. Sus métodos no habrán sido los mejores, pero era un conquistador, no un destructor. Y Thrall, aquí, era, y sigue siendo, un pacifista. Ni una sola vez enfrentó a Uther mientras se llevaba a la Horda de Lordaeron, y créeme que hacia el final del éxodo bien podría haberlo enfrentado y prevalecer. - suspiró. - Ustedes dos - dijo, refiriéndose a su padre y su marido. - se habrían llevado muy bien, ¿saben? Son iguales en cuanto a preocuparse por su gente. - se rió. - Pero supongo que la guerra hace esto. - hubo un silencio de minutos, roto por Thrall.

- Eso puedo creerlo. -

Daelin no opinó al respecto.

- Jaina, no vine a reprenderte. Sólo a decir que me… - midió bien sus palabras. Quizás no tenía derecho a decir lo que quería decir, entendía.

- Habla. - le dijo la mujer. - No puedo prometerte que te daré la reacción que esperas, pero lo que sea que quieras decir, dilo. No está bien callar. Y siempre uno tiene derecho a decir lo que siente. -

Ha crecido muchísimo. Tiene sesenta años, después de todo. Es tan distinta a mí a esa edad. Tan distinta. Tanto… Mejor.

- Hija, quiero que sepas que aunque sigo siendo incapaz de ver a los orcos, o a cualquier raza de la Horda, como iguales, he entendido que fallé como padre. Por décadas estuve furioso contigo por enfrentarme, por permanecer del lado de… Un orco, en vez del mío. Tu marido lleva desde que volvieron a esta zona intentando reunirme contigo, y yo jamás respondí su llamado. -

- ¿Qué cambió? - preguntó ella por curiosidad. - ¿Qué hizo que aparecieras y pidieras hablar conmigo? -

Daelin Proudmoore se mostró avergonzado.

- Él me… Habló de ti cada vez que vino aquí. Habló de lo que hacías. De lo que intentabas. De que eras feliz por primera vez en mucho, mucho tiempo. Cómo nombraron a su hijo y por qué. Y me pregunté si habías sido infeliz por mí. - suspiró. - No pude ser lo que necesitabas que fuera. Y tú sí pudiste ser lo que tu hijo necesitaba. Así que quiero pedirte disculpas por ser un pésimo padre. -

Jaina se rió.

- Y esperaste veinte años para dirigirme la palabra. - suspiró. Como su padre no ofreció nada como explicación, continuó. - Hace mucho que te perdoné. - explicó. - Puede que algo de lo que dije lo haya dicho con rencor o ira, y, si fue así, me disculpo, pero hace tiempo que no me persiguen tus acciones. - su mirada se aflojó. - Me sirve saber, sin embargo, aun a esta edad, que no fui sólo una pieza en tu tablero. -

- Nunca. - le aseguró. - No me disculparé por lo demás, pero admitiré, considerando lo que veo… - miró hacia Guardian's Mash. - Que quizás hacía falta que me enfrentaras. Que te pararas firme y defendieras tus creencias. - miró al suelo. - Eso no debió costar la vida de tu padre, fue injusto para ti, hija. Pero soy lo que soy. Todo este rato hablaste como si lo que viví fuera historia. - cabeceó varias veces en afirmación, más para sí mismo que otra cosa. - Y probablemente ya sea historia. Ya fuera historia, en aquel entonces. -

Jaina se encogió de hombros.

- Todo lo que sé es que fue un camino muy pedregoso. - cedió. - Sigue siéndolo. Hay una logia que intenta desestabilizarnos. Poner a Horda y Alianza a guerrear de nuevo. Irónicamente, ellos tienen miembros de las dos facciones. - sonrió de medio lado. - Es casi gracioso. -

- Estoy seguro de que no podrán con ustedes. - carraspeó. - Quiero decir una última cosa. No apruebo para nada que te casaras con un orco. Pero… - apretó los ojos y se forzó a continuar. - Si es lo que pone una sonrisa en tu rostro, Jaina… Haz lo que sea. Los Proudmoore hemos tenido suficientes tragedias. -

- Tienes un nieto mestizo. - replicó la mujer con un dejo de diversión en la voz. - Es un poco tarde para "darme permiso". - hizo comillas con los dedos para enfatizar su burla.

- Oh, tengo bien sabido que nunca pediste permiso para nada. - el Almirante se permitió una corta risa y luego se volvió solemne otra vez. - Estoy seguro de que a la edad que tienes ahora, Jaina, entiendes que la gente no es sino el resultado de sus experiencias. Tú misma dijiste entender mis acciones. -

Ella miró a un costado sin mover la cabeza.

- Puede ser una sorpresa para ti, padre, pero no. No creo eso. Personalmente, me parece que esa perspectiva es la de alguien que justifica sus acciones como algo que no es su culpa, meramente para convencerse a sí mismo de que la culpabilidad que siente está fuera de lugar. Cada quien elige cuál de sus experiencias lo va a moldear. Algunas son más difíciles de ignorar que otras, cierto, lo sufrí en carne propia, pero, al final… Todo era tan simple como buscar más motivos para ser como quería ser, y no como los acontecimientos intentaban decirme que fuera. - en una perfecta imitación de Lorewalker Cho estos días, procedió a reírse tapándose la boca con la mano izquierda mientras con la derecha hacía una seña de desestimación. - Pero qué digo, ya soy vieja y desvarío, no me hagas caso. -

Thrall, fuera de la visión de Daelin Proudmoore, negó lentamente con la cabeza mientras sonreía.

Los manerismos que ha adquirido, la forma de pensar… Esta es, sin duda, Jaina Proudmoore. La hija del mar ya no está. No queda nada de ella.

- Quizás no estés equivocada, hija. - cedió el fantasma. - Y aunque me gustaría continuar la conversación, creo que es hora de que me vaya. - miró al orco. Unos largos segundos. - … Gracias... Por la oportunidad. - volvió los ojos a la mujer. - Que sigas bien, Jaina. -

Ella entonces recordó algo.

- Oh, espera, no puedes irte sin que haga alguna maldad. - reclamó, llevándose las manos a la cintura. Puso la mejor cara de ángel inocente de la que fue capaz y juntó las manos tras la espalda. - Sí supiste que hicieron una canción acerca de mi "traición" y regreso, ¿cierto? ¿La hija del mar? - vio a su padre asentir. - La convertí en canción de cuna. - confesó, fingiendo que le apenaba. - Acerca de más bien cómo volví a ser quien quería ser. - puso una radiante sonrisa. - ¿Estuvo mal? -

Daelin Proudmoore la miró por encima del hombro tras darle la espalda, con una sonrisa a medias divertida y a medias socarrona, confundiéndola.

- Jaina, Jaina. Pareces no recordar que originalmente era una canción de cuna. Para ti, además. - bufó, no viendo la cara de sorpresa de la receptora de sus palabras. - Está bien que la devolvieras a su origen. Como hiciste contigo misma. - miró al frente. - Por última vez… No creo haber estado equivocado respecto a la Horda. Pruébame que cometí un error garrafal. - se rió. - Nada me sentaría mejor que ser probado equivocado por mi propia hija. -

- O su nieto. - aventuró Thrall. - Nosotros más bien ya estamos… Viviendo nuestra vida. - Jaina asintió con la cabeza en concordancia.

El fantasma levantó la cabeza al cielo.

- Eso también está bien, orco. - lo miró de reojo.

Jaina se agarró la frente con la mano.

- ¿Vamos a repetir la historia? - preguntó, frustrada, mientras su padre desaparecía. Miró hacia Thrall mientras dejaba caer su mano. - Esa fue su mirada de "cuidado, o iré a buscarte." En este instante, no sé si quiero agradecerte o golpearte, si soy honesta. Pero estoy segura de que esta conversación, aunque sí fue un trago amargo, no fue algo que me derrumbara, ni mucho menos. -

- Bueno, - dijo, despreocupado. - hagas lo que hagas respecto a mí, no se va a repetir nada. -

- Eso espero. - se volteó hacia la costa, hacia la muralla y las torres que salían detrás. - ¿Cuándo fue la última vez que vinimos aquí? - preguntó, soñadora. - Era nuestro… O, bueno, el mío, al menos… Lugar favorito hace cuarenta años. - se sentó como antes de hablar con el fantasma de su padre. - Me sentaba exactamente aquí, me acuerdo. - el orco, en silencio, se sentó detrás de ella y pasó sus piernas a los lados de las de ella, esperando a que se recostara contra su pecho, lo cual hizo sin dilación. La encerró entre sus brazos. - Esto es nuevo. - observó Jaina, juguetona. - No me abrazabas en ese entonces. -

- Y tú te quejabas por horas porque no lo hacía. - se rió Thrall. - Acerca de cómo te podías caer si no te atajaba. - bufó. - ¿Sabías que eso me tensaba? -

- ¿Pensar que me caería? - lo miró torciendo la cabeza hacia atrás, con un dejo de burla. - Pero señor orco, si sabe que puedo volar, ¿qué…? - soltó una carcajada, llevando su vista al frente otra vez. - ¡No me digas que en serio tenías miedo de que me cayera! -

- Sí. - fue todo lo que le respondió.

- Oh, vamos. - buscó su cara a tientas con la mano y le palmeó la mejilla. - No iba a pasarme nada. Hacía lío al respecto nada más por molestarte. - guardó silencio unos instantes. - Thrall, ¿he estado muy enfocada en mí todos estos años o… ? E-Es decir… ¿Sólo he tomado de ti o te he ofrecido algo también? -

Su primer instinto fue mentirle por diversión, pero se mordió la lengua y decidió decir la verdad.

- Tranquila. - apoyó la cabeza en el hombro de la hechicera y entrelazó los dedos de sus enormes manos sobre el abdomen de la mujer, mirando a la ciudad, a medias perdido en sus recuerdos - Ni tomaste nada sin permiso ni te quedaste todo para ti. - se apartó un poco, porque notó que le frotaba el colmillo contra la mejilla, pero Jaina lo siguió en el movimiento, sin perder el contacto.

- Quieto, orco. Con los años, le he tomado gusto a esos colmillos tuyos. -

- Quizás debas crecer un par, te quedarían bien. - se burló.

- No, gracias, mi dentadura está bien así. - respondió, también con mofa. - Estoy segura, además, de que aunque se verían bien en mí, porque todo se ve bien en mí, no quieres que tenga colmillos. -

El ligero cambio en su tono de voz, acompañado de la mirada que le lanzó, mandó un escalofrío por la espalda del orco.

- No puedo sino hallarme de acuerdo con tus palabras. - cedió, con los ojos cerrados. Carraspeó. - Me has dado muchas cosas, Jaina. Oportunidades, mayormente, que me sirvieron para ser mejor. Mejor gobernante, mejor mentor, mejor padre, mejor persona… - se quedó callado, mirándola, hasta que ella se giró hacia él y pudo verla a los ojos. - Mejor marido. - terminó. - Hoy tienes la misma mirada que hace cuarenta años. - observó. - Con bastante blanco en los pelos, pero tu mirada ha vuelto a ser la misma. - se rieron.

- Me pregunto por qué. - susurró Jaina mirándolo fijo también. - ¿Me estás copiando? - reclamó, frunciendo el ceño, actuando. - Primero vuelves al peinado de aquellos días y ahora también tienes esperanza en los ojos de nuevo. - chasqueó la lengua. - Nunca vas a aprender, ¿cierto? -

- ¿Cómo voy a aprender contigo cerca? -

La humana levantó las cejas. Parpadeó. Ni en sueños lo hubiera escuchado comportarse así.

- Te has vuelto todo un seductor, orco. - subió sus piernas del borde del acantilado y las pasó por encima de una de las de él. - Supongo que sí nos arreglamos el uno al otro, Thrall. - volvió a ponerse seria. - Lo único que lamento estos días es no haberle prestado la correcta atención antes a lo que sentía. - apretó los labios. - Pero, al mismo tiempo, no cambiaría nada de lo que me pasó. - cerró los ojos y se relajó. - Estoy feliz con el camino que tuve. Tanto sola como a tu lado. -

- Lo mismo digo. Tanto lo malo como lo bueno. No estoy seguro de si diría que cuando muera no tendré absolutamente ningún arrepentimiento, pero… Desde luego me agrada lo que pude hacer. - le dio un apretón a Jaina. - Lo que pude tener. -

Ella se rió sin abrir los ojos.

- Grandote. - llamó, despacio. - ¿Podemos quedarnos aquí, así, por un rato? -

Thrall asintió.

- Todo lo que quieras. -

- Una cosa más. - pidió. - ¿Qué tal si salimos de viaje? Pasado mañana, después de la visita del Profeta. La ciudad se ve como que puede manejarse sola por un tiempo. - respiró hondo. - Quizás podemos hacer ese viaje del que hablamos hace tanto, ¿te parece? -

El orco miró hacia las edificaciones. Lo que decía era verdad.

- ¿Por todo el mundo? - asintió un par de veces. - Podría ser. Hemos vivido en esta burbuja mucho tiempo. Nos haría bien ver qué ha sido del resto de Azeroth. -

- Revisitemos todo como lo fuimos viviendo. El norte de Eastern Kingdoms, luego el centro y norte de Kalimdor, entonces los lugares donde hubo grandes acontecimientos, Molten Core, Blackwing Lair, Ahn'qiraj… Y así. ¿Suena bien? -

- Me pregunto qué estarán haciendo allá en el sur. Lo último que supe fue que habíamos podido limpiar el chiquero que dejó N'Zoth. -

- Veremos. - Jaina miró hacia el horizonte, tras la ciudad. - Diría que logramos lo que nos propusimos. Puedo creer, efectivamente, que es tiempo de disfrutar lo que nos queda de vida. - cerró los ojos y se permitió descansar contra el cuerpo de Thrall.

Él sonrió.

- Estás mejor. No hay duda. - le apretó apenas. - Me alegro. -

- No te vayas a sonrojar. - se burló la maga en un susurro, y luego reflexionó sobre algo. - ¿Te acuerdas de consolarme en Northrend? Poco antes de asaltar Icecrown. - quiso saber.

- ¿Cómo olvidarlo? - preguntó. - Precisamente pensaba en eso antes, cuando te besé en casa. -

- Es gracioso. - explicó. - Acabo de acordarme de eso viendo el paisaje, pensando en que estoy aquí contigo. - tragó saliva. - Solía creer, por aquel entonces, que nunca podríamos tener nada así. - confesó. - Que siempre seríamos prisioneros de la circunstancia. Me alegro de que nos hayamos liberado. -

Lo vio asentir.

- Lo siento por mentirte en esos días. - declaró el orco. - Por no hablar del tema. Ni dejarte sacarlo a flote. No quería… - se sinceró completamente. - No quería hablar de eso porque no podía enfrentar el hecho de que lo que teníamos no iba a durar. - se rascó la frente. - Fui un cobarde. -

Jaina asintió en concordancia.

- Los dos lo fuimos. - le quitó la mitad de la culpa. - Pero estamos aquí ahora. - le sonrió, y después bufó. - Luz, hasta me dijiste que me veía bien aunque estaba hecha un desastre, a medio vestir y con el maquillaje arrastrado por mi cara por las lágrimas. - le pegó suavemente en el pecho.

- Eso no fue una mentira. - objetó él, indignado. - No tienes idea de cómo te ves recién despierta y llorosa. -

- ¿Oh? - lo provocó, burlona. - ¿Cómo me veo? Por favor, ilumíname. - pidió en voz baja. - ¿O es que aún con cincuenta y seis no puedes darme dos cumplidos en menos de quince minutos? -

Se mordió la lengua. ¿La molestaba o le daba el gusto?

Decidió ir por la primera opción.

- Creo que no tienes la menor idea de cómo te veías. Pequeña y atemorizada en busca de la compañía de un monstruo enorme. - se rió cuando la vio poner los ojos en blanco, y entonces fue por la segunda opción. - Te lo dije aquella vez. Que te veías encantadora. Si soy honesto, las manchas negras del maquillaje parecían pintura de guerra. No puedo decir que eso no me haya afectado. -

Jaina no aguantó, lanzó otra carcajada.

- No puedo creerlo, ¿pintura de guerra? ¿En serio? - se tapó la cara con las manos un momento. - Voy a hacer un desastre con el maquillaje desde ahora. - comentó en tono coqueto, y luego se cruzó de brazos, echándose contra Thrall de nuevo. - Solía creer, también, que nunca tendría un hogar permanente. - miró a los ojos del orco. - Nunca me detuve a pensar que desde que ganamos en Mount Hyjal, ya lo tenía. No era Kul Tiras, o Lordaeron, o Stormwind, ni siquiera Theramore. - se preguntó cómo era posible perderse tanto sólo en la mirada de alguien. Lo que veía en los ojos de Thrall, décadas atrás, supo asustarla. Demasiado grande para ella, primero limitada por el resto del mundo, y luego perdida en su rencor y pesar. Pero hoy, libre de todo eso… Nada le resultaba más agradable. - Eras tú. Tú eras aquello a lo que podía volver, sin importar lo que hubiera hecho o dicho. - su cara se estrujó un poco. - Siento muchísimo no haberte dado el mismo trato todo el tiempo. -

- No te preocupes. - le dijo, completamente seguro de sus palabras. - No necesito que Chromie me muestre tiempos alternos para saber que nunca, jamás, bajo ningún concepto, tú, Jaina Proudmoore, me habrías hecho daño a propósito. -

Jaina se regodeó en su fe.

- Me alegro de que todo saliera como salió. De estar en mi hogar, de ver mi horizonte, de haber perseguido mi objetivo de vuelta. Gracias por acompañarme y ayudarme. -

- No tienes que agradecerme. - dijo suavemente. - Date el debido crédito. Si hubiera dependido sólo de mí, quizás no hubiera dado el primer paso allá en Oribos. Me enseñaste muchísimo a lo largo de mi vida. - le tomó las manos, miró los dos anillos que hacía años descansaban en sus anulares izquierdos. - Ciertamente me has sometido a muchos acontecimientos que no creía ver en vida. - bufó. - O vivir en carne propia. -

- Ya somos dos. - se sumó a la declaración. - ¿Sabes de qué no me había dado cuenta? - preguntó retóricamente. - Son dos cosas, en realidad. La primera es que me señalaron muchas cosas a lo largo de estos veintitrés años, pero nadie me dijo… - lo pensó mejor. - No es que tuvieran que hacerlo, y probablemente no habría escuchado, ni lo habría entendido, así que es mejor así… - volvió a lo que iba a decir. - Nadie me dijo que como parte de salir del pozo en el que estaba debía volver a quererme a mí misma. - recostada en el brazo del orco, ahogó un bostezo. - En mis pesadillas, revivía mayormente sucesos que parecían decirme que no tenía salvación, que no importaba lo que hiciera, cuánto me esforzara, siempre sería una abominación por lo que había hecho. - parpadeó. - Hasta que dije en voz alta lo que una vez me dijo Cho. Que cada santo tiene un pasado y cada pecador un futuro. Supongo que… quizás, al principio, mi peor enemigo fue Garrosh, pero… - miró al sol a lo lejos. - En realidad, todo el tiempo lo fui yo misma. -

- Como el problema que tenía con los espíritus. - observó él.

- Así mismo. - tragó saliva. - Pero alguien me quiso, ¿sabes? Me apoyó. Me mostró que aunque yo no me quisiera, él me quería. Incondicionalmente. - no miró a Thrall. - Y me enseñó que quedaban cosas buenas en mí si las buscaba. - guardó silencio unos instantes. - La segunda es que... Cuando veía a Uther… O a Varian. O a ti, incluso. Con las vidas que tuvieron. Cuando los veía aun así intentar mejorar, alguno más capaz o con más avance que otro, pero todos lo intentaban… No podía evitar preguntarme de dónde sacaban la fuerza. - se rió suavemente. - Ahora lo entiendo. No podía verlo porque era una princesa mimada. -

- Puede que no lo supieras de forma consciente, Jaina, pero lo que yo al principio tenía que analizar, razonar, intentar poner en práctica, pensar en frío, tú lo hiciste siempre de corazón. - le apartó unos mechones del rostro. - Como si fuera un instinto. -

La hechicera le sonrió.

- Parece que alguien desarrolló fe ciega. - lo retó.

- No es fe ciega. Tengo pruebas. -

- ¿Oh? ¿Como cuál? - Jaina creyó era un juego nada más, hasta que Thrall se quitó la piel de lobo de los hombros y buscó a tientas hasta tocar la cicatriz que hacía años le había dolido a ella ver. - ¿Cómo es eso prueba? -

- Siempre dijiste que intentaste matarme ese día. - respondió, echándose la piel sobre los hombros de nuevo. - Pero yo no lo creo. -

- Thrall, intenté explotarte, quemarte, ¿cómo que… ? -

- Pudiste haber intentado encerrarme en hielo y congelarme hasta que dejara de respirar, o usar una de tus peligrosas lanzas de hielo. - ofreció. - Y esas son sólo dos de las muchas muertes que podías haberme dado. - la tomó de los hombros. - Pero no lo hiciste. Lanzaste ataques que dejaban espacio a ser esquivados. Querías que te detuvieran, en el fondo. - bajó las manos por sus brazos hasta sus muñecas. - Por eso esa cicatriz es la prueba de que nunca perdiste tu corazón. -

Jaina permaneció callada por un rato, mirando a sus ojos, incrédula, pero, finalmente, convenciéndose de que él sinceramente creía lo que decía.

- Ahí estás. - observó felizmente. - Has vuelto a ser totalmente el tonto esperanzado de hace cuarenta años. - ágilmente juntó las manos en un único aplauso sonoro. - Mañana después de recibir al Profeta Velen empezamos los preparativos. Lo vamos a hacer a pie, por supuesto, barco, etcétera, para ver qué hay de nuevo en el mundo, - tomó un respiro. - pero obviamente nos voy a teletransportar si pasa algo, así que estate siempre listo para un posible… - notó cómo la miraba el orco. - ¿Qué es lo divertido? -

- Divertido no. - convino sin esconder su sonrisa. - Gratificante. De verte curiosa y animada de nuevo, después de tanto. -

La mujer tuvo que pararse a pensarlo por un momento.

- No me había dado cuenta. - dijo, sin perder la felicidad. - ¡Es cierto! Tengo ganas de salir, tengo ganas de hacer ese viaje, y sí, ¡mi curiosidad volvió! - se miró las manos un momento y se abrazó a sí misma. - Amada curiosidad, ¡cuánto te extrañé sin saberlo! - se lanzó sobre Thrall y lo estranguló en un abrazo. - Antes dije supongo, pero ahora es un hecho. Pudimos ayudarnos mutuamente. - soltó una risilla tonta, y luego se quedó rígida, dándose cuenta de que estaba actuando como si tuviera diez años.

- ¿En serio acabas de hacer eso? -

- … -

- ¿Jaina? -

- … Sí. -

Hubo unos momentos donde ambos guardaron silencio.

- Puedo morir en paz. -


N/A: bueno, este es el fin. Originalmente estaba apuntando por 17k palabras, como en varios de mis demás fics, pero, a medida que escribía, como dije en el principio, siguió creciendo y creciendo hasta ser lo que acaba de terminar en este capítulo. Espero que lo disfrutaran, y si no, bueno, uno hace lo que puede. No me explayo en temas que tengan que ver con el resto de las afterlives, porque, una vez más, no es el foco que persigo. No las menciono tampoco simplemente porque no iba a ponerme a imaginar o desarrollar qué problemas podrían tener lugar. Todo lo que quería era escribir algo de Thraina, y lo hice, aprovechando para darle unos cambios a Jaina que me gustaría que tuviera.

Saludos.