El día de San Valentín, Roy Mustang obtuvo muchos, muchos chocolates. Por no mencionar una mirada fulminante de parte del teniente Havoc, un suspiro (y cuatro balas de calibre 4mm) de la teniente Hawkeye, y mucha envidia de los demás oficiales.
Nada de eso fue inesperado. No hasta que, saliendo del cuartel general, por la noche, después de haber terminado 'todo ese maldito papeleo', se encontró con el mayor de los Elric esperándolo.
Cuando una bonita bolsa azul asomó de la espalda del sonrojado alquimista, Mustang solo tenía algo en mente.
Besar al alquimista de acero.
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Al día siguiente, nadie pudo explicar la expresión de felicidad del coronel, a pesar de su inflada mejilla, y sus profundas ojeras.
No hubo ninguna explicación, tampoco, para el permanente sonrojo de Edward.
Y el por qué el también tenía ojeras.
Y cojeaba ligeramente.
