Todos los días escuchaba su programa. "El reino de las hadas", un programa de radio con múltiples segmentos que trataban de todo. Ponía música agradable, contaba experiencias de los oyentes y lo más importante: leía cuentos y novelas. La mayoría era de autores locales o clásicos de la literatura, pero emocionantes a partes iguales.

Kakashi hacia todo para mantenerse despierto hasta las dos de la mañana que ella terminaba el programa y cerraba con una historia. La bella voz de la mujer le colmaba las noches y lo ayudaba a dormir a diario, salvo el fin de semana cuando el programa no se transmitía.

—Debería estar todos los días —se decía siempre. Había un vacío de dos horas cuando ella no estaba. En cambio, había un programa de futbol y deportes que a él no le interesaba ni un poco. Sin embargo, de lunes a viernes era imposible no tener la radio encendida.

Hinata Hyuuga era la mujer de la voz adorable y relajante que no podía faltar en su día a día.

Él era profesor en un instituto. Trabaja con adolescentes, lo que a veces era un duro calvario. Sin embargo, siempre tenía sus libros y un pequeño descanso en las noches que se llenaban de exámenes y trabajos prácticos por corregir. No tenía muchos más pasatiempos después de eso, lo que era considerado por sus amigos "de un tipo aburrido". Pero él era rápido para ignorar comentarios que no le cayeran bien y seguir con su vida como si nada pasara.

Salió de su trabajo y fue a una cafetería que quedaba cerca. No quería regresar a su casa todavía y estaba bajando la temperatura, así que quería tomar algo caliente en un ambiente diferente.

Se sentó cerca de la ventana y sacó de su mochila un libro. Movió el marcador de páginas y lo dejó en la mesa, una simple tarjetita que había comprado en el colectivo, y se puso a leer mientras esperaba su café.

Estaba concentrado en su lectura, hasta que escuchó la voz de una mujer. Una voz dulce, con un tono místico que él reconocía en cualquier sitio. Dejó el libro dado vuelta sobre la mesa y miró a su alrededor buscando con la mirada de donde provenía y fue ahí que se encontró con ella. una joven de melena oscura y mirada cálida, hablando por teléfono. Ella sonreía y miraba la mesa siguiendo las betas de la madera con la yema del dedo, como si estuviera aburrida de la conversación.

Kakashi se quedó mirándola sin que ella se diera cuenta, hasta ahora, no había mirado hacia él. Su café llegó, pero él estaba sopesando los pros y los contras de estar ahí con la mujer que había admirado y seguido por más de tres años.

Se bajó el barbijo, dio un sorbo largo al café amargo y guardó la tarjetita en el libro de nuevo, marcando la página que apenas había llegado a leer. Entonces, se puso de pie y se acercó hasta su mesa. Era lo más loco que iba a hacer en toda su vida, ya le diría a Gai que por fin había juntado una anécdota que contar en el asilo, tal y como él le decía siempre.

—Hola —saludó amable, con una sonrisa que no se podía ver por la tela del barbijo, pero no reparaba en eso. Él era tan expresivo que sólo con sus ojos podría mostrar todos sus sentimientos sin necesidad de más— he escuchado tu programa cada noche desde que ha salido al aire.

Hinata no llegó a saludar, apenas supo que era un oyente, quedó muda, con las mejillas teñidas por la vergüenza. Nadie se acercaba a ella por algo tan simple como su programa nocturno.

—¿Escuchas mi programa?

—Cada noche. No duermo sin él —dijo y señaló la silla. Hinata sólo asintió con la cabeza y él se sentó en la mesa.

—¿C-cómo me reconociste? —preguntó ella con duda y sorpresa. Ni siquiera salía en algún periódico o revista. Precisamente, por eso amaba la radio: era sólo su voz y un mundo de oyentes desconocidos que podrían disfrutar de lo que ella contaba.

—Tu voz es única. Aunque pareces más confiada en la radio ¿o es porque he sido imprudente?

Ella quitó el teléfono de la mesa, estaba nerviosa.

—Un poco de ambos. En la radio nadie me ve, es fácil —contó ella sin saber cómo mantener la mirada. La radio era un lugar perfecto para ella porque no había nadie, estaba sola en un cubículo con el micrófono y sólo escuchaba una voz de vez en cuando que le decía cuando iban a una pausa comercial o cuando terminaba la música, cosas sencillas que no afectaban su labor.

—Ya veo —él volvió con aquella expresión amable, levantándose de la mesa— ha sido un placer conocerte.

Ella apretó los labios, tardó un segundo en detenerlo de que se fuera, pues, aunque era extraño, no la estaba pasando mal.

—Podemos tomar un café —dijo ella bajito y por esa vez, sostuvo la mirada con la de él. Los ojos malvas claros destellaron con un brillo intenso. Él se imagino que ese mismo brillo debían tener cuando hablaba con tanta pasión en la radio.

—Hatake Kakashi —se presentó y volvió a sentarse. Entonces, ella reparó en el libro que tenía en su mano.

—Es el que yo…

—Sí ¿quisieras firmarlo? —le ofreció y ella se echó rápido hacia atrás en la silla.

—Pero yo no lo escribí.

—No lo habría conocido de no ser por ti —le ofreció una lapicera. Y aunque fue con duda, finalmente aceptó dejarle una nota en el libro, agradeciéndole por escucharla siempre.

Bebieron un café y se quedaron largo rato conversando después de eso. Sobre libros, música y gustos en común. Coincidían bastante y eso sólo los hizo entrar más en confianza a los dos. Sin darse cuenta, la noche cayó al igual que el momento de marcharse.

El momento de despedirse había llegado y había un sentimiento agridulce por eso. Kakashi, tomó la iniciativa, sacó el marcapáginas del libro, a riesgo de perder el punto de lectura y escribió rápido su teléfono en él.

—Por si alguna vez quieres volver a charlar —le entregó la tarjeta y se levantó primero, despidiéndose de ella. Y de nuevo, escuchó su voz cuando se estaba yendo.

—Quizá puedas ir alguna vez al programa. Sería lindo —susurró lo último atesorando el marcapáginas.

—Llámame —hizo un gesto del teléfono con sus dedos y saludó con la mano después.

Él salió y hubo un momento donde las miradas de ambos se encontraron a través de la ventana. Con una sonrisa en el rostro, ella también se marchó a casa, con la sensación de que su programa acababa de darle algo mucho más grande que la confianza.


¡Hola, gente linda! ¿Cómo están? Espero que de maravillas. Traigo un regalito para Karen que pedía una historia donde los protas se conozcan por la radio ¡y aquí está! Espero que te guste, que me he jugado con una pareja que si bien me gusta, nunca había escrito al respecto.

¡Un abrazo!