Porque todo tiene su costo y consecuencia.

"¿Acacia? ¿Sophi? ¿están bien? ¿Qué ha ocurrido con ellas?"

Hubo un silencio incómodo, luego la diosa de la caza se sentó en el borde mi cama y comenzó a relatarme lo sucedido después de que el jabalí me llevase al borde del averno.

"Cuando tu madre se enteró de lo sucedido fue a buscar a todas las ninfas con las que interactuabas." Se puso a jugar con el bordado de las cobijas que tenían hilos dorados trenzados. "Tu madre en su estado de furia y desesperanza les pidió a las ninfas ayuda para encontrarte, y les concedió unas hermosas alas." Su rostro no reflejaba asombro, se veía sombrío, como que si lo que relatara no fuese algo hermoso de ver, para mis adentros pensé en lo bellas que se debían de haber visto con alas y poder recorrer con libertad el mundo. El silencio se volvió pesado y Artemisa volvió a hablar luego de un largo suspiro. "Pero todo venía con una moneda de cambio, al ver que ninguna de ellas volvía con noticias de tu paradero en su estado iracundo convirtió a toda ninfa que no le diera información relevante sobre tu ubicación." Su entrecejo la traicionaban y dejaba en evidencia que aquello le generaba sentimientos. Aunque su voz nunca sonó alterada.

"¿Convertirlas?"

"Sí." Respondió con pesar.

"¿En qué las convirtió?". Mi mente gritaba por no saber donde estaban mis amigas, ni en qué las había convertido, mis hermanas de juego no estarán en mi hogar, y es que esta era la señal que yo ya no pertenecía a ningún lugar, a donde fuese causaba estragos.

"Oh, Koré... tu madre estaba demasiado molesta, y las convirtió en Sirenas." La mire detenidamente, mi mente dejó de viajar a esos lugares tan oscuros a los cuales me estaba llevando sin un retorno, lo medité unos segundos y es que ser una sirena no sonaba tan mal, claro no estarían en el jardín, pero seguirían juntas y podrían viajar por los siete mares, así que en parte no entendía porque estaba tan triste además que eran muy bien tratadas por Poseidón, y estarían bien, al menos mi madre no podría poner sus manos sobre ellas nuevamente.

Respiré un poco más aliviada, pero Artemisa no dejó de estar tensa.

"Creo que no lo has entendido Koré, tu madre no las convirtió en las sirenas que viven en el mundo acuático cuidadas bajo el mando de Poseidón, las convirtió en las Sirenas-Ave, todo lo dulce y bueno que pudieron ser ahora se han vuelto en unos seres vengativos y malévolos." Me lleve las manos al rostro para cubrir mi asombro, mis manos temblorosas tocaron mi pecho donde sentía que mi inmortal corazón se rompía. Me levante, me faltaba aire, mis amigas... Miss... Mis hermanas fueron convertidas en esas bestias, solo porque se cruzaron conmigo y mi desdicha las arrastro pagando con lo más preciado que tenían... su libertad, las he hecho caer en el mismísimo abismo conmigo... Dí un grito ahogado donde sentía que parte de mi cuerpo se desgarraba.

"¿Es que acaso nunca seré libre?" Susurré a la ventana, como si la diosa Tique me pusiese escuchar y le pedí a ella que me brindara fortuna mientras me ahogaba en mis lagrimas que entrecortaban mi respiración.

"Koré... lamento darte las malas noticias..." Mis ojos estaban rojos e irritados porque las lágrimas brotaban sin parar, mis amigas y confidentes convertidas en algo que desconocía. Solo esperaba que sus almas fueran libres, ellas no debían ser castigadas, mi madre había llevado esto demasiado lejos.

"Acacia y Sophi... entonces son estas... Sirenas..."

""Así es."

"Rosa..." solloce, todos mis dulces recuerdos ahora estaban cargados de emociones negativas y envueltos en mi propia impotencia, me sentía completamente a la merced de mi madre, no había nada que yo pudiese hacer sin que nadie resultase herido.

"¿Dónde están? Necesito verlas, por favor Artemisa tengo que pedirles perdón, esto es mi culpa y quisiera poder ayudarlas."

"Te puedo llevar donde están anidando, pero no te puedes acercar son peligrosas y te pueden atacar, puede que tengan la cara de tus amigas, pero ya no son ellas." Me advirtió mientras abría las ventanas de par en par, y era necesario yo sentía que me estaba sofocando en la habitación necesitaba aire fresco.

"Quiero verlas."

"No es prudente que salgas hoy, con lo alterada que esta tu madre quien sabe si aguante otra de tus escapadas. Resiste unos días, prometo llevarte a verlas." Asentí en silencio, tenía razón no podía andar escabulléndome de mi madre mucho menos con la situación y ahora sabiendo con lo que es capaz de hacer.

Pasaron los días y seguíamos bajo una estricta vigilancia, mi madre había sido convencida por Hera que Artemisa era de confiar y que no cometería errores, ni me quitaría la vista de encima. Pero la verdad era que, aunque quisiera huir no podía, si tenia que volver al inframundo tendría que ser porque Zeus lo ha decidido así.

"Koré, he pedido permiso para que podamos ir a los jardines, y así puedas salir un poco para cambiar de aires." Mis ojos estaban enrojecidos de tanto llorar por mis amigas y por el desconocimiento de mi futuro.

Asentí mientras me secaba las lágrimas que rodaban por mis pómulos. Artemisa me dio un leve golpecito en el hombro, a pesar de todo su idea de salida era un poco más rápida, Artemisa siempre será la diosa de la caza y una rebelde. Escale la ventana y me arroje al follaje que amortiguo mi caída, esperaba que mi madre no se volviese loca en caso de ver esta escena, que parecía que me estaba escapando.

"Quizás sentir que sales te hará sentir mas libre." Comentó la diosa de cabellos claros.

"Nada me hará sentir libre Artemisa, vivo en una cárcel y con temor de que maten o conviertan a quien se le cruce a mi madre, ella es la diosa de la cosecha y de la catástrofe." Ella me miró y mordisqueo su labio como asegurándose de guardar consigo lo que sea que quisiera decir, no hubo comentarios y el silencio se apodero de nuestro camino.

El trayecto pasaba por un enorme laberinto, y atravesamos un enorme jardín, y dentro de unas jaulas doradas estaban las Sirenas, mis sirenas.

"Las he resguardado aquí para evitar que estén en el mundo de los mortales, pensé que querrías despedirte de ellas."

Las mire estaban dormitando en la rama de un árbol, Acacia se cubría la mitad del rostro con sus alas y Sophi estaba completamente escondida bajo sus plumas.

"Acacia." La llamé, intenté gritar, pero la voz no me salía, las lágrimas bajaban por mis mejillas. "Sophi..." Intente en vano, mi voz era débil sin embargo Acacia abrió un ojo y bajo volando. Sonreía y mostraba unas enormes garras, mientras planeaba cantando una dulce canción. "Perdónenme..." sollozaba mientras las observaba. Me acerque a la jaula, pero Artemisa se interpuso, no quería que me acercara demasiado porque ahora eran peligrosas. Los ojos de mi confidente se veían vacíos, su sonrisa no era de felicidad.

"Pequeña Kore." Se acercaba atenta Acacia que se movía nerviosa en la jaula. "Tu destino como el nuestro es el mismo, buscabas escapar y te atraparon, a nosotras nos han atrapado en estos cuerpos y sin poder volar." Canturreaba en una tonada desafinada pero sus palabras eran veneno. "Intentamos ayudarte, quisimos avisarte. Pero en tu capricho nos volvimos victimas de tu traición y nos hicieron esto." La ninfa extiende sus alas, sus cuerpos están deformados, no podía permitir eso. Y muy por sobre lo que no se debe hacer rompí una de las reglas más importantes.

"Koré, que intentas hacer."

"Como diosa menor no podía hacer mucho, pero ahora con la corona del inframundo haré lo que me parezca." No sabía si funcionaria, pero lo iba a intentar, mi despertar como diosa era algo que aún no exploraba, pero si podía sentir que parte de mi se alimentaba del inframundo. "Les intentaré devolverles el encanto que tenían, por mi culpa las convirtieron en esto." Me concentre unos segundos, no sabía si tenía que recitar algo, me imagine a mi madre que usualmente ella chasqueaba sus dedos. Imite esa imagen que tenía de ella mientras pensaba que quería devolverles la forma, al chasquear los dedos la figura de mis amigas no volvió, sus rasgos persistían eran mitad doncella mitad águila, sus ojos y su voz se veían algo más dulces, pero podía ser solo mi impresión. Mi cuerpo, por otro lado, cedió, y una punzada en mi estomago hizo que perdiera el aire. Artemisa se inclinó para darme ayuda, pero me recompuse.

No me había percatado, pero alguien había llegado.

"¡Imprudente!" gritó."Lo que has hecho no lo puedes volver a hacer, ahora por tu insensatez tienes a Hades retorciéndose en el inframundo. ¿Entiendes? No puedes volver a interferir con las maldiciones que ponen los dioses. Es algo que deberías saber cómo diosa. Por lo demás solo quien pone la maldición puede quitarla." Vociferó una diosa que jamás había visto, sus cabellos ocultos por un velo de tono blanquecino con hermosos bordados con forma de detallados pilares.

"Hay que llevarlas a un lugar donde puedan estar libres, Artemisa." Ordenó la diosa, mi compañera y amiga no lo dudo ni un segundo. Me llamó la atención el respeto que le inspiraba, sus ojos brillaban cuando la miraba, Artemisa estaba absorta mirando a la diosa. ¿Quién era?

Antes que Artemisa entrara a la jaula para buscar a mis ninfas le digo" Prométeme que las liberaras en un lugar donde nadie pueda hacerles daño. Donde los mortales no se puedan acercar a ellas y puedan vivir una vida tranquila" Le rogué a la diosa de cabellos plateados aun con el dolor en mi estómago.

Ella dudó un segundo, miro a la otra diosa que solo asintió. "Sí, no te preocupes me encargaré de llevarlas a un lugar seguro."