2. LA CARTA
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Decían que de ésta saldríamos mejores, pero yo aún sigo siendo testigo de la arrogancia, el egoísmo o la mala educación. Supongo que por eso todavía no hemos salido...
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Los leones de primer año habían esperado ansiosos la llegada del fin de semana. Tras una semana de madrugones deseaban poder dormir hasta tarde. En realidad, ese no era solo el deseo de los leones, sino de todos los estudiantes, y más siendo el primer fin de semana del curso.
Harry, como de costumbre, era la excepción a la norma. El ojiverde se había levantado antes de que el sol hubiera salido por completo. En realidad, apenas había dormido tras las revelaciones del día anterior. Se había pasado más de la mitad de la noche dando vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño. Teas una larga ducha caliente, algo a lo que no estaba acostumbrado, se vistió y salió del cuarto donde sus compañeros todavía dormían a pierna suelta.
La sala común estaba desierta, lo que le venía muy bien para lo que había decidido hacer. Se sentó en la mesa, donde los leones acostumbraban a hacer sus tareas, y sacando un pergamino y sus útiles de escritura de su mochila se dispuso a escribir una carta de disculpa para el profesor Snape.
No estaba siendo fácil poner sus emociones en palabras, pero el Gryffindor estaba decidido a escribir esa carta y no se iba a rendir.
Había conseguido escribir casi la mitad de la carta cuando escuchó ruido en las escaleras. Levantó con desgana su cabeza, no quería ser interrumpido, y vio a la niña que había conocido en el espreso de Hogwarts. La castaña había irrumpido en el compartimiento en el que se encontraban Ron y él, y de inmediato, se había puesto a dar órdenes y consejos no solicitados. Pero lo que realmente había ofendido al ojiverde, pese a no haber dicho nada, fue que había asegurado, y presumido, saber todo de él. Harry estuvo a punto de preguntarle si ella sabía que su familia lo despreciaba y lo trataba como un exclavo, pero finalmente se mordió la lengua, no quería empezar con mal pie en su nuevo colegio.
— ¿Qué haces aquí? Todos están durmiendo — interrogó Granger con el ceño fruncido.
— Todos no — la corrigió el azabache.
— ¿Qué estás haciendo? — siguió con su interrogatorio la castaña, acercándose para cotillear el contenido del pergamino.
— Nada — contestó Harry, recogiendo todo al verse privado de intimidad.
— Deberías estar haciendo el ensayo de Pociones o el profesor Snape volverá a quitarle puntos a Gryffindor — reprochó Hermione, molesta por no haber podido ver en que estaba trabajando su compañero.
— Ya lo he hecho — replicó el ojiverde, mientras guardaba todo en su mochila.
— Déjamelo, lo corregiré — exigió la castaña, extendiendo su mano hacia él, con sus aires de "yo sé más que tú".
— No, gracias. Son los profesores los que se encargan de corregir los ensayos — negó el azabache, levantándose y saliendo de la sala común.
La castaña pisó el suelo molesta y frunció aún más el ceño viendo salir al ojiverde por el retrato de la Dama Gorda.
No estaba satisfecha con los resultados de su conversación. Ella siempre había sido la más inteligente de su curso y estaba segura de que podía corregir los ensayos de sus compañeros aunque no fuese un profesor. Además, ella ya había leído todos los libros de primer año y se los sabía de memoria.
Mientras tanto, Harry se encaminó al Gran Comedor, suponiendo que ningún Gryffindor estaría en la mesa y podría tener intimidad para terminar su carta. Antes de entrar, vio que las puertas del castillo estaban abiertas así que decidió salir, no fuera a ser que Granger decidiera seguir acosándolo. En serio, no sabía cuál era el problema de esa chica. Se había pasado toda la semana levantando la mano en clase, mientras daba saltitos en su asiento, y gritando las respuestas si no le daban la palabra con la suficiente rapidez. Algunos podían pensar que era porque era nacida de muggles, pero él sabía que eso no tenía nada que ver. Él también había ido a una escuela muggle y ese tipo de actitud no estaba permitida. Quizás la niña quisiese demostrar algo, pero no era la única nacida de muggles en su año, aunque sí la única que se comportaba así. Esperaba que los profesores se diesen cuenta y hablasen con la niña, porque si no terminaría por hacerse daño a si misma.
Una vez fuera del castillo, se dirigió al lago y sentándose bajo un árbol continuó con la difícil tarea de escribir una disculpa a su profesor.
Casi media hora más tarde terminó la carta y se fue en busca de su amada lechuza para pedirle que se la entregase al profesor Snape.
Caminó hasta la torre oeste, donde se encontraba la lechucería. Las lechuzas lo saludaron con una sinfonía de alborotados aleteos. Una de ellas, una preciosa nival, voló hasta él mirando con arrogancia al resto.
— Hola bonita, ¿cómo te va? — saludó Harry, sonriendo por primera vez desde que había escuchado la conversación entre el director y su profesor.
La lechuza se posó en su hombro y picoteó su oreja con cariño.
— Te gusta estar aquí, ¿verdad? Claro, aquí puedes volar todo lo que quieres — sonrió el azabache, acariciando sus alas.
Hedwig revoloteó alrededor del azabache, como dándole la razón.
— Te envidio un poco, ¿sabes? Debe ser genial poder ser libre sin preocupaciones — confesó el leoncito, dejando caer una lágrima.
La lechuza parecía entender el dolor del niño, y se acercó un poco más a él, limpiando con las pequeñas y suaves plumas de su cabeza la lágrima que corría por su mejilla.
— Pensé que aquí podría ser feliz, pero me equivoqué. Puede que no esté destinado a la felicidad — continuó el ojiverde, acariciando a su primera y única amiga.
Harry sacudió su cabeza tan solo unos segundos después, no pensaba seguir auto compadeciéndose. Aprendería magia y escaparía del infierno en la casa de sus tíos. Pero lo primero era enviar esa carta, así que se la entregó a Hedwig, quién la agarró con su pico, y le pidió que la entregase cuanto antes.
Mientras, en el Gran Comedor, algunos alumnos habían empezado a hacer acto de presencia. Los profesores, por su parte, se encontraban todos desayunando cuando una bandada de lechuzas entró para hacer entrega del correo matutino.
Hedwig dejó caer la carta en el regazo de Severus, sin que nadie más que el profesor lo advirtiera, y voló hasta Hadgrid para saludarlo.
— Buenos días, Hedwig — saludó el semigigante, dándole un poco de su tocino antes de mirar a la mesa de Gryffindor — Parece que Harry todavía no se ha levantado.
Severus casi se atraganta al escuchar quien era el dueño de la lechuza. ¿Por qué le mandaba Potter una carta? ¿Acaso lo amenazaba con contarle al director la pérdida de puntos? ¿O quizás le escribía para hacerle saber cuánto lo odiaba?
Sin poder aguantar más la intriga, el profesor se levantó y se fue, sin ni siquiera despedirse de sus colegas.
Su orgullo le impedía correr hasta su despacho, pero no impidió que fuese a un paso mucho más ligero del que solía ir.
Sus experiencia como espía le había enseñado a comprobar su correo en busca de hechizos y maldiciones. Y eso mismo hizo con la misteriosa e inesperada misiva, no importaba si el remitente era un mocoso de once años.
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Hola profesor:
Sé que lo último que quiere es recibir una carta de mi parte, bastante tiene con aguantar mi presencia en sus clases, pero tenía que hacerlo.
Toda mi vida pensé que mi padre era un borracho irresponsable, ahora sé que la realidad es mucho peor: mi padre era un matón.
Sé que fue malvado con usted, por eso entiendo que me odie, y que no quiera tenerme en su clase. Yo tampoco querría tener al hijo de mi primo en mi clase. Sí, mi primo también es un matón como lo fue mi padre. Su juego favorito es "la caza de Harry", él y sus amigos juegan muy a menudo a eso, aunque cada vez les es más difícil pillarme.
Me gustaría hacerle las cosas más fáciles e irme de Hogwarts, así mi presencia no le recordaría a mi padre. Pero no puedo hacerlo, los Dursley no me quieren en su casa y no me dejarán volver hasta el verano.
Lo siento, de verdad siento lo que le hizo mi padre, y también siento no poder librarlo de mi presencia.
Le prometo molestarlo lo menos posible. Estoy acostumbrado a ser invisible, así que creo que eso al menos puedo hacerlo bien.
Harry
*—*— o —*—*
Severus se dejó caer en su butaca, sin poder creerse lo que acababa de leer.
Él sabía perfectamente quien era el matrimonio Dursley: la amargada y envidiosa hermana de Lily y su desagradable marido.
¿Dumbledore se había atrevido a dejar al hijo de Lily con la odiosa Petunia? ¿En qué demonios estaba pensando ese viejo? ¿Acaso las gotas de limón le habían podrido el cerebro? ¿Y todavía se atrevía a decir que el niño había sido criado como un príncipe? ¿Petunia mimando al hijo de Lily? ¡Ja!
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Gracias por leer...
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