3. REVELACIONES
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Saber por qué, sí importa...
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Severus no se presentó en el Gran Comedor a la hora del almuerzo. El resto de los profesores supusieron que el ojinegro estaría en medio de alguna preparación de una poción, y como de costumbre, se habría olvidado de comer. Pero no podían estar más equivocados...
El pocionista, se encontraba todavía en la misma butaca en la que se había sentado horas atrás para leer la carta enviada por Harry Potter. La había leído más de un centenar de veces, pero todavía no podía asimilar las palabras escritas por el ojiverde.
Finalmente se levantó, con la carta todavía en sus manos, y empezó a pasear nerviosamente por su despacho. Su mente, como le había pasado a Harry tras escuchar la conversación la noche anterior, iba a mil por ahora.
Había supuesto equivocadamente, ahora se daba cuenta, que Harry sería un mimado arrogante como su padre. Pero no, el niño parecía haber llevado un a vida más parecida a la de él que a la de su propio padre.
El pelinegro estaba furioso. ¿Cómo se le había ocurrido al director dejar un niño mágico a cargo de Petunia? Jamás se le había pasado por la mente que Dumbledore fuese tan idiota como para cometer semejante error. Lily debía estar retorciéndose en su tumba. Ella jamás habría dejado que su hermana estuviese en la misma habitación que su adorado hijo sin supervisión, de eso estaba muy seguro.
El niño no lo decía claramente en su carta, pero Severus sabía leer entre líneas, y estaba seguro de que había recibido abuso psicológico por parte de sus tíos, además de físico por parte de su primo.
¿Qué hacía ahora? ¿Cómo procedía con la información que ahora tenía? ¡Minerva! Ella era su jefa de casa, tenía que saber algo. Ella era la encargada de visitar a los nacidos de muggle, y desgraciadamente, Harry Potter, a pesar de ser mestizo, había sido criado como uno.
Hizo un tempus con su varita para saber qué hora era. La hora del almuerzo había pasado así que Minerva estaría en su despacho corrigiendo ensayos.
Salió de su despacho y caminó por las mazmorras hacia la Torre del Gryffindor, donde estaba situado el despacho de la subdirectora. Todavía no sabía cómo podía encaminar la conversación hacia Harry Potter, pero esperaba que en el camino se le ocurriese algo.
Cuando llegó al despacho de la Gryffindor, ignorando a los insolentes leones que lo miraban aterrorizados, llamó a la puerta. Esperó a que le dieran permiso y entró, no sin antes dejar escapar un suspiro frustrado, no se le había ocurrido ninguna excusa para hablar de Potter así que tendría que mostrar más de lo que quería.
— ¡Severus! ¿Va todo bien? — preguntó, preocupada, la profesora de Transformaciones.
— ¿Por qué no iba ser así? — le devolvió el pocionista con cara de póker.
— Bueno, no has aparecido para el almuerzo y ahora estás aquí — respondió Minerva, acostumbrada a las maneras de su colega.
— Si te molesto puedo venir en otro momento — ofreció Severus, agarrando el pomo de la puerta.
— ¡Claro que no! Eres más que bienvenido — replicó la profesora, haciéndole un gesto para que se sentase — ¿Quieres un té?
— Prefiero un poco de whisky. Tú también deberías optar por algo más fuerte que el té — aconsejó el pelinegro con una media sonrisa.
— ¿Debería preocuparme? — preguntó la leona, mirándolo fijamente.
— No, no creo que me vuelva un alcohólico — se burló el pocionista.
— No seas insolente, jovencito — lo amonestó Minerva, dándole un golpecito cariñoso en el brazo.
— No me trates como si todavía fuese un alumno — protestó el ojinegro, frunciendo el ceño.
— Entonces no te comportes como uno — replicó, con una sonrisa de superioridad, su antigua profesora.
— ¿Podemos ir al grano? — preguntó Snape, enderezándose en la silla.
— Cuando quieras — asintió la jefa de Gryffindor, haciéndole un gesto con la mano para que comenzase a hablar.
— Harry Potter.
— ¿Qué pasa con él? ¿No se habrá metido en problemas?
— No, no se ha metido en problemas. Al menos que yo sepa.
— ¿Entonces?
— ¿No te has dado cuenta de lo pequeño qué es? — preguntó el pelinegro, en un intento de hacerle ver lo más obvio.
— Sí, es el más bajo de todo su año — admitió McGonagall, a ella también le había llamado la atención.
— ¿Y no te parece eso extraño? Lily y Potter no eran tan bajos cuando vinieron a Hogwarts por primera vez — le recordó el pocionista, esperando que viese lo mismo que él.
— ¿A dónde quieres llegar con eso, Severus?
— Solo tengo curiosidad. No olvides que es el hijo de mi mejor amiga.
— Claro que no lo olvido, y me alegra que tú tampoco lo hagas. Tenía la impresión...
— ¿Cómo fue tu visita? — interrumpió Severus, no tenía ganas de que le recordaran las injustas palabras que había dicho sobre el niño en la última reunión del profesorado.
— ¿Visita? — preguntó la leona sin entender.
— Cuando le entregaste su carta — respondió, con impaciencia, el pelinegro.
— Yo no se la entregue. Albus envió a Hagrid — informó Minerva, haciendo una mueca, eso la había molestado.
— ¿A Hagrid? ¿Por qué? ¿Desde cuando el guardián de las llaves entrega las cartas a los nacidos de muggle?
— Harry no es un nacido de muggle— le recordó la profesora, apabullada ante tanta pregunta.
— Pero por lo que sé ha sido criado como uno — replicó el más joven.
— Así es, por desgracia.
— ¿Por desgracia? ¿Qué me estás ocultando? — interrogó el pocionista, mirándola con sospecha.
— Está bien. La noche en que los Potter... Bueno, ya sabes — se interrumpió Minerva, incapaz de hablar de la muerte de sus ex alumnos — Albus dejó a Harry con la hermana de Lily y su familia.
— Entiendo por tu cara que no estabas de acuerdo con su decisión — adivinó Snape, enarcando una ceja.
— Estuve horas observándolos. Eran gente horrible, y ese niño que tienen...
— ¿El primo de Potter?
— Sí, tienen la misma edad. ¿Por qué me estás haciendo todas estas preguntas? — preguntó, con sospecha, Minerva.
— Ya te lo he dicho, solo tengo curiosidad — mintió el ojinegro, todavía no estaba seguro de las lealtades de su colega.
— Quiero la verdad, Severus — exigió la leona sin creerle.
— Conocí a Petunia Dursley cuando era un niño. Ella odia la magia. Acostumbraba a llamarnos monstruos o fenómenos a Lily y a mí — relató, sin muchas ganas, Severus.
— ¿Crees que ella...? — preguntó, horrorizada, McGonagall.
— Sí, lo creo. Albus sabía los problemas de Lily con su hermana. Petunia le escribió una carta para que le admitiera en Hogwarts, por supuesto él, amablemente, se lo negó. Desde ese momento, Petunia se convirtió en una pequeña arpía envidiosa y se dedicó a hacernos la vida imposible — confesó el profesor de Pociones, apretando los puños con ira.
— ¿Albus sabe eso?
— Por supuesto que lo sabe — escupió el pelinegro con rabia.
— Entonces... ¿Por qué lo dejó en esa casa?
— Esa es una buena pregunta, pero por supuesto él no la contestará.
— ¿Qué piensas hacer?
— Por ahora nada — mintió el ojinegro, por supuesto que iba a hacer algo.
— Severus... ¿Me dirás si averiguas algo? — conocía demasiado bien a su antiguo alumno, sabía que no se quedaría de brazos cruzados ante un caso de abuso.
— Te avisaré cuando tenga las respuestas que busco — y lo haría, pero solo cuando no hubiese ninguna duda de que Harry no volvería a esa casa.
— Muy bien. Si vas a torturar a alguien que no te pillen, ¿de acuerdo? — aconsejó la leona, dándole una sonrisa benevolente.
— Habrías sido una buena Slytherin — asintió, con reconocimiento, el ojinegro.
— Tú tambien podrías ser un excelente Gryffindor. No conozco a nadie más valiente que tú.
— Buenas tardes, Minerva — se despidió el pocionista, saliendo ya por la puerta.
De vuelta en su despacho, sacó la carta de Harry de su bolsillo. Se sentó en su butaca favorita, y mientras acariciaba el pergamino entre sus dedos, pensó cuales serían los siguientes pasos a seguir. Quizás el primero debería ser enseñarle al mocoso un poco de caligrafía, pensó mirando la letra irregular y los manchurrones de tinta. No quería pasar siete años intentando descifrar ensayos con esa letra tan espantosas.
Sacudiendo su cabeza, detuvo sus pensamientos, se estaba desviando de lo importante...
Tenía que hablar con Harry, lograr que el niño confiase en él. Sabía que no sería fácil, los niños abusados no confiaban en los adultos, formaba parte de su instinto de protección. Pero él mismo había pasado por eso, así que esperaba que su experiencia lo ayudase a llegar al ojiverde. Aunque por supuesto no pensaba revelarle su pasado abusivo al niño, claro que no. Eso sería darle un ventaja sobre él, y no era algo que un espía pudiese permitirse.
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Gracias por leer...
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