7. CONFESIONES EN HALLOWEEN

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La lluvia me contagia con su llanto

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Las semanas fueron pasando, y empezaron los preparativos y las decoraciones de Halloween.

Harry pasaba casi todas las tardes en los aposentos de Severus haciendo su tarea, estudiando o leyendo, además de practicar cada día su ortografía. Ésta había mejorado mucho, tanto que solo habían sido necesarias un par de clases de fin de semana. El ojinegro lo había animado a divertirse el fin de semana, pero el ojiverde seguía volviendo a su laboratorio. El niño, para satisfacción del pocionista, consideraba preparar pociones como algo divertido para hacer en su tiempo libre.

Le habían hecho falta un par de semanas para darse cuenta que el chico había invadido su salón privado y su laboratorio, pero le llevo mucho menos darse cuenta de que, extrañamente, no le importaba la compañía del curioso y tranquilo ojiverde. Es más, le gustaba su compañía. Y le gustaba mucho más que el niño eligiese pasar su tiempo con él. Los dos se habían acostumbrado a trabajar en un cómodo silencio, a veces hablaban de las tareas de Harry y de los ensayos que Severus corregía, otros hablaban de Lily o de libros. Fuera lo fuera lo que hicieran en su tiempo juntos, el profesor de Pociones disfrutaba inmensamente de cada momento. Y aunque él no lo sabía, su alumno estaría de acuerdo con él, no importa lo que hicieran con tal de hacerlo juntos.

Incluso había dado el paso de hablarle de su pasado, aunque había planeado dejarlo para más adelante. Pero Harry había empezado a tener pesadillas, asi que decidió hablarle de cómo hacía él para superar el miedo y las pesadillas.
El niño no lo había juzgado cuando le habló de su pasado como mortífago, y más tarde como espía. Simplemente se le quedó mirando con sus enormes ojos esmeralda, sonriéndole tontamente, y tomando su mano para darle su apoyo.
Severus durmió esa noche, como no había dormido en años. Siempre había pensado que su insomnio era causado por la culpa de haberle fallado a Lily, pero fue el perdón de Harry lo que lo curó de su insomnio.

Por otra parte, Harry y Neville se habían ido acercando cada vez más y se habían hecho amigos. Ambos disfrutaban y se sentían cómodos con el carácter tranquilo y pacífico del otro.

La mañana del día más odiado de Severus, Halloween, Harry se despertó con una sensación extraña en su cuerpo que lo siguió hasta la hora del almuerzo.

Neville estaba preocupado por su amigo, pero no sabía qué hacer para ayudarlo. Finalmente, con una decisión y autoridad que nunca habría imaginado tener, agarró a Harry del brazo y lo sacó del Gran Comedor.

Neville llevó a Harry a un aula en desuso, que había sido rebajada a sala de almacenamiento, y le aseguró que podía confiar en él. Añadió, al ver la mirada confusa del ojiverde, que podía contarle lo que fuese que guardaría sus secretos como si fuesen suyos.

El azabache le sonrió, y en un gesto impulsivo abrazó a su amigo.

— Estoy bien, Neville. Gracias por ser tan buen amigo, aunque no quería preocuparte. Lo siento por eso...

— No tienes nada por lo que pedir disculpas. ¿Seguro que estás bien?

— Bueno...

— Puedes confiar en mí, Harry. Jamás te traicionaría.

— Lo sé. Confío en ti, Nev.

— ¿Entonces me contarás por qué has estado tan distraído todo el día?

— No es nada serio en realidad. Es solo que me he levantado con una sensación extraña y todavía no se ha ido.

— Bueno, eso no es extraño en un día como hoy — lo tranquilizó el castaño, habiendo sido criado en las viejas tradiciones, para él, eso era de lo más normal.

— ¿Qué quieres decir? ¿Es por Halloween?

— No, esa es una festividad muggle. La mágica es Samhain, y es la noche donde el velo entre la vida y la muerte es más fino — explicó Neville pacientemente.

— ¿Puedes contarme más?

— Claro que sí, amigo.

Neville le habló de Samhain y los diferentes rituales que los magos realizaban esa noche del año. Harry quería hacer uno de los rituales, deseaba sentir a su madre. Pero no podían hacerlo en su cuarto, y tampoco podían salir de la torre y usar un aula en desuso, porque entonces romperían el toque de queda. La sala común también estaba descartada, los leones tardaban demasiado en irse a dormir.

Ambos volvieron a sus clases de la tarde, mientras Harry trataba de entender por qué se celebraba Halloween en Hogwarts. ¿Acaso no entendían lo que Halloween representaba?

Tras su clase de Encantamientos, los chicos se dirigieron al despacho de su jefa de casa para pedirle un permiso especial para quedarse en su torre y no asistir al banquete. Minerva los miró con duda, no quería que los dos leones de primer año se quedasen solos en la torre, pero no podía ignorar que este sería un día complicado para ambos. Finalmente les concedió el permiso, y los chicos, tras agradecerle, se dirigieron a la torre, cruzándose por el camino con cientos de estudiantes, que acudían presurosos hacia el banquete en el Gran Comedor.

Harry y Neville subieron a su cuarto y decidieron hacer el ritual allí, mientras el resto de sus compañeros estaban en el banquete.

Dibujaron un círculo rúnico con una tiza que Hagrid le había prestado a Harry, y ambos encendieron las velas que habían elegido, sentándose el uno frente al otro.

En el Gran Comedor reinaba la alegría, los estudiantes se desvivían por los dulces que reinaban en todas las mesas. Algunos de ellos tendrían una visita obligada a la enfermería, si continuaban comiendo a esa velocidad.

De pronto la puerta del Gran Comedor se abrió con fuerza, causando un gran estruendo al chocar contra las paredes. El profesor Quirrell entró balbuceando algo sobre un trol en las mazmorras, e inmediatamente después, se desmayó.

Los estudiantes no tardaron mucho en entrar en pánico. Severus buscaba desesperado a Harry, entre los bulliciosos leones, pero no lo encontraba. Se sintió como un idiota por no haber comprobado antes donde estaba sentado el ojiverde, pero había llegado tarde a la cena, y el director rápidamente había captado su atención, lo que le impidió mirar a la mesa de Gryffindor, no quería que el viejo entrometido descubriese su interés por el chico.

Sin poder encontrarlo, acudió a Minerva informándole de la falta de sus dos leones. Tampoco había visto a Neville, y esos dos se habían vuelto inseparables, así que lo más seguro es que estuviesen juntos.

La profesora le informó que los niños le habían pedido permiso para quedarse en la torre, y ella se lo había permitido. Esa información tranquilizó el asustado corazón del pocionista, pero no lo suficiente para aplacar su miedo.

Mientras el resto de los profesores decidían enviar a los estudiantes a sus salas comunes, Severus salió, sin que nadie lo viera, por la puerta de los profesores, y corrió hasta la torre de Gryffindor.

Por motivos de seguridad, los jefes de casa tenían una clave maestra para abrir cualquier sala común.
El ojinegro escupió la contraseña a la Dama Gorda, e irrumpió en una desierta sala común. Subió las escaleras para comprobar si Harry estaba en su dormitorio, y para advertirle que no saliera. Abrió la puerta del dormitorio de primer Año despacio, no quería despertarlos si éstes habían decidido irse a dormir.

Severus se sorprendió con la imagen que lo recibió cuando abrió completamente la puerta. Ambos niños estaban arrodillados en el suelo, cada uno sosteniendo una vela y recitando un viejo ritual de respeto y gratitud a tu magia familiar. Escuchó en silencio, notando que el ritual estaba a punto de terminar.

Unos minutos después, los chicos abrieron los ojos con una enorme sonrisa en sus rostros.

— Veo que el ritual ha ido bien — habló el ojinegro, haciendo que los dos leones dieran un bote por el susto.

— ¡Profesor! — gritaron a la vez.

— Buenas noches, muchachos. Lamento informaros que un trol ha entrado al castillo. Os quedaréis aquí mientras los profesores lo resolvemos, ¿queda claro? — fue al grano el ojinegro, mirando fijamente a Harry a los ojos. No quería que al chico le entrara el complejo de Gryffindor valiente e impulsivo.

— Como el agua, profesor — asintió Harry, prometiéndole con su mirada que él y su amigo cumplirían las reglas.

— Bien, permaneced aquí hasta que vuestra jefa de casa os comunique que ya podéis salir — añadió el pocionista, un poco más aliviado tras la mirada de su pupilo, el chico no tenía ningunas ganas de buscar una aventura con un trol.

Los leones asintieron obedientes y comenzaron a recoger los restos de su ritual. Severus se apiadó de ellos cuando vio a Harry fregando con un pañuelo las runas que habían dibujado con tiza en el suelo, y con un movimiento de su varita todo estaba recogido y limpio. Ambos chicos lo miraron agradecidos antes de que saliese del dormitorio para buscar al trol.

Los dos amigos decidieron bajar a la sala común, y esperar por el resto de sus compañeros de casa. Poco después el retrato volvió a abrirse, y decenas de estudiantes pasaron apresurados por el agujero. Cuando el retrato volvió a cerrarse, los prefectos los mandaron sentarse y seguir con la fiesta como había dicho el director. Los elfos habían llenado de comida la enorme mesa en la que los leones hacían sus tareas.

Harry miró a su alrededor, contabilizando a sus compañeros de año y a la gente que conocía de años superiores.
Faltaba alguien, notó después de un minuto. Se levantó y se dirigió a un prefecto.

— Disculpa, prefecto Weasley — murmuró avergonzado Harry, no se sentía bien molestando a un prefecto.

— ¿Qué necesitas?— preguntó Percy, reemplazando su tono mandón habitual por uno mucho más suave.

— No soy yo... Es Granger, no está aquí — informó el niño.

El pelirrojo miró alrededor y no encontró a la niña, tampoco recordaba haberla visto en el camino del Gran Comedor a la torre.

— Gracias por avisarme, pequeño. Informaré al resto de los prefectos y avisaremos a los profesores para que la busquen — lo despidió Percy, alborotándole el cabello con cariño.

Tras reunirse, los prefectos dieron la fiesta por terminada y mandaron a todos los estudiantes a sus dormitorios. La idea es que algunos se quedasen para proteger la guarida, y otros saliesen a buscar a algún profesor. Justo antes de que saliesen, el retrato se abrió y la jefa de Gryffindor entró luciendo cansada. Solicitó que reunieran a todos los leones, de inmediato, en la sala común.

Poco después, la profesora Mc Gonagall explicó a sus leones que Hermione había sido atacada esa noche por el trol. No sabían como había entrado al castillo, ni por qué Hermione no estaba en el banquete. Los tranquilizó asegurando que la niña estaba bien, aunque tendría que pasar unos días en la enfermería para recuperarse por completo de sus heridas.

Cuando su jefa de casa terminó su discurso, el ojiverde se acercó tímidamente para preguntarle si algún profesor había resultado herido. La profesora se sintió confusa por la pregunta, pero le informó que Hermione había sido la única damnificada.

Cuando la animaga abandonó la sala común, Harry todavía estaba preocupado, no sabía si podía creerle o no.

De vuelta en la enfermería, Minerva y Severus observaban como Poppy curaba algunas de las heridas de menor gravedad en el cuerpo de Hermione.

Minerva, todavía intrigada por la extraña pregunta de su pequeño león, le comentó a Severus su pequeña interacción con Harry antes de regresar a la enfermería.

Severus sonrió con satisfacción, Harry se preocupaba por él. Por su puesto no le diría nada a su colega, a ver si podía descubrirlo por ella misma. Tras unos instantes saboreando su éxito, una idea le golpeó la mente. Por muy orgulloso que se sintiera por la manifestación de sincera preocupación de su pupilo, no quería causarle angustia alguna.
Sin más dilación, hizo una floritura con su varita y le envió un mensaje al niño para que supiera que estaba bien.

Harry saltó asustado cuando un trozo de pergamino apareció en su cama. Tras leerlo, suspiró aliviado, su profesor estaba bien. Se recostó en su cama, y se durmió antes de que su cabeza tocara la almohada.

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Y hasta aquí por hoy...

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