9. LA VISITA A LOS DURSLEY

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Como dijo Forrest, la vida es una caja de bombones, y nunca sabes cuál te va a tocar...

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Privet Drive recibió, un martes por la mañana, a un hombre dispuesto a todo.
Con su mejor traje muggle, Severus cruzó el camino de entrada del número cuatro y llamó al timbre.

La mujer que le abrió la puerta, fue una que había envejecido terriblemente mal. El ojinegro no pudo evitar evocar la imagen de una niña malhumorada, cruel y viciosa cuando, después de tantos años, la volvió a ver.

Petunia Dursley, que había abierto con una enorme y falsa sonrisa en su rostro, la había borrado rápidamente, sustituyéndola por un expresión llena de horror.

— ¿Qué haces aquí?¡No puedes estar aquí! — chilló Petunia, intentando cerrar la puerta

— ¿Y por qué no? — preguntó Severus, poniendo un pie para impedir que la mujer lograse su cometido.

— Él dijo que los fenómenos no pueden ver la casa — escupió, con asco, el híbrido de jirafa.

—¿Te refieres a los magos y brujas? — preguntó con burla Severus, Harry le había contado como los Dursley tenían un ataque con solo escuchar la palabra "magia". Vería si podía llevar a Petunia al límite — Ya sabes... Esa gente especial que hace... MAGIA.

— ¡No puedes estar aquí! — croó la mujer, intentando mantener el control, pero sus puños apretados indicaban que no le faltaba mucho para estallar.

— ¡Ah, es cierto! Él te lo dijo... Supongo que te refieres a Dumbledore.

— ¡No digas su nombre! — chilló horrorizada Petunia, mirando frenéticamente a su alrededor y detrás de ella.

Severus tuvo que darse la vuelta para evitar estallar en carcajadas, pero es que la respuesta de la jirafa al escuchar el nombre de Dumbledore fue de lo más hilarante. Pareciera ser que los magos temían decir el nombre de Voldemort, y a los muggles les pasaba lo mismo con el nombre de Dumbledore.

— ¿Por qué no hay fotos de tu sobrino? — preguntó el pocionista tras calmarse lo suficiente, por lo menos girarse le había dado la excusa para mirar el mural de fotos de la familia Dursley, en donde por supuesto Harry brillaba por su ausencia.

— Él no vive aquí... Por eso no hay fotos, se las llevó — mintió Petunia.

— ¿No lo recibirás este verano? — preguntó el ojinegro, observando atentamente la reacción de la mujer.

— ¿Tengo otra opción? — escupió con asco la hermana de Lily, demostrando que era una vergüenza como ser humano.

El Slytherin dentro de él pensó rápidamente en sus opciónes. La jirafa no sentía el más mínimo de amor por el niño. ¿Cómo podía ese hecho trabajar con unas barreras basadas en el amor familiar? ¿Cómo iba Harry a estar a salvo allí?

— Firma aquí — ordenó Severus, sacando los papeles para la cesión de la custodia de Harry.

Petunia leyó los papeles y lo miró con sospecha durante un rato, pero por fin agarró la pluma estilográfica y firmó.

— Está claro que los fenómenos flacuchos y raritos terminan juntos — escupió con burla la mujer, mientras el ojinegro guardaba los papeles en su maletín.

— Para tu información a los fenómenos flacuchos y raritos les va bien en la vida adulta. Mírame a mí si no me crees. Tengo una mansión y personal para encargarse de ella, una familia con la que volver, amigos verdaderos y una cuenta en el banco con la que podrían vivir sin trabajar mis hijos, nietos y seguramente alguna generación más — la corrigió el pocionista, esa información era falsa, pero la horrible mujer no tenía como verificarlo.

— Tú no puedes tener...

— Tengo todo eso y mucho más, pero tengo algo más importante y valioso aún: cuando me vaya de aquí, un niño curioso e inteligente estará esperándome, y créeme, él dormirá muy feliz hoy sabiendo que no tiene que volver a esta casa que solo lo ha visto sufrir.

— No sé lo que el chico te habrá contado, pero...

— Harry no ha tenido que decirme nada. ¿Has olvidado como crecí?

— Y-yo nooo... — tartamudeó la mujer, buscando una excusa.

— Tú eres incluso una basura más grande que él — aseguró el ojinegro, sabiendo lo que le dolería a Petunia ser comparada como algo peor que un borracho abusivo.

— ¡Retiralo! — gritó furiosa la mujer.

— No lo haré. Al menos mi padre era decente cuando estaba sobrio— fueron las últimas palabras de Severus, antes de abandonar el número cuatro con un chasquido.

El ojinegro paseaba por su habitación, minutos antes de la hora de la comida. La conversación con Petunia le había traído recuerdos que quería olvidar. Al mismo tiempo se sentía furioso por el desprecio de Petunia hacia un niño tan tierno e inteligente como lo era Harry.

Alternando entre nostalgia y furia, Severus caminó hacia el Gran Comedor y se sentó en la mesa de los profesores. Hasta ese año, aprovechaba ese momento para echar un vistazo a sus Slytherin. Pero ahora, desde el incidente con el trol, su mirada se dirigía hacia la mesa de los leones. La rutina era sencilla, comprobaba si Harry estaba bien, qué estaba comiendo, por último estudiaba sus gestos para saber de qué humor estaba.

Cuando terminó la comida todavía estaba de mal humor, asi que decidió regresar a su salón privado para corregir ensayos. Pobres de los estudiantes que no hubiese hecho un trabajo perfecto, pensó con una sonrisa torcida.

Menos mal que esa tarde la pasaría con Harry, el niño era la única cura para el mal humor del profesor. Conseguía suavizarlo con una caída de ojos, aunque en realidad ese era un dato del que, por ahora, ninguno de los dos tenía conocimiento. Lo único importante ahora es que Harry, salvaría a muchos estudiantes esa tarde de un profesor aquejado de un muy mal humor.

Harry entró a los aposentos privados del profesor del jefe de la casa Slytherin. Como ya tenía la costumbre de hacer cada vez que iba a hacer su tarea y el profesor estaba corrigiendo ensayos, se encaminó a la cocina a poner la tetera. Después sacó de su mochila: pergamino, los libros y la pluma que le había regalado su profesor, y lo acomodó todo sobre la mesa baja del salón.

Severus lo miraba pensativo, mientras el niño se movía silenciosamente preparando sus cosas.

La tetera sonó y Harry volvió a la cocina. Regresó con una taza de té para el pocionista, que le dejó en la mesa, tras ofrecerle una sonrisa, y otra para él, que se llevó a la mesa baja.

Se sentó en el suelo y apoyando la espalda en la parte inferior del sofá, comenzó a hacer su tarea. Severus no había dejado de observarlo desde que entró en la habitación, pero él no se había dado cuenta.

Severus se levantó, y se alejó de su mesa de trabajo, para dirigirse a su butaca favorita. Se sentó y miró a su pequeño león con nerviosismo, era el momento de decirle que ahora era su tutor legal.

— ¿Va todo bien? — preguntó Harry mirándolo con gesto preocupado. Su profesor estaba actuando muy extraño.

— Tengo que contarte algo... — comenzó el Slytherin.

— ¿Es algo malo? — lo interrumpió el menor, arrugando el ceño con preocupación.

— Espero que no — negó el ojinegro, entregándole los papeles de la tutela.

El pequeño Gryffindor leyó los papeles. Había algunas palabras complicadas, pero consiguió entender lo básico.

— ¿Eso significa que...? — preguntó Harry, dejando la pregunta en el aire.

— Eso significa que no volverás con esas escorias. A partir de hoy, eres mi pupilo — asintió Severus con la sonrisa más grande

— ¡Gracias! — gritó el ojiverde, saltando del sofá para ir a abrazarlo.

— No tienes nada que agradecerme pero si me gustaría pedirte un favor — murmuró el pocionista sobre el nido de pájaros que los Potter llamaban cabello.

— Claro, lo que quiera — asintió entusiasmado el ojiverde, sentándose de nuevo en su asiento, sintiendo que nada podría arruinar su felicidad.

— No puedes decirle a nadie de esto — le advirtió Severus con gesto serio.

— ¿Por qué? — preguntó Harry dolido, ¿acaso se avergonzaba de él?

— Porque no quiero arriesgarme a que el Ministerio se enteré e intervengan para conseguir ellos tu custodia — respondió el ojinegro, sorprendido por lo triste que se veía ahora su pupilo.

— Y entonces... ¿Cómo podrás ser mi tutor?

— Hablaré con los Gobblins, ellos también se encargan de tramitar cambios de custodias — explicó Severus, dejando aún más confuso al niño con su respuesta.

— ¿No te importa que ellos lo sepan?

— Los gobblins saben guardar secretos, eso no me preocupa.

— ¿Y qué te preocupa entonces?

— Como convencerlos de que archiven está información como confidencial — respondió el profesor de Pociones con un suspiro frustrado.

— No te preocupes, seguro que lo logras. Eres el mago más inteligente de todos — aseguró el niño, inclinado a pensar que no había nada que su héroe no pudiese lograr o resolver.

— Eso es muy amable por tu parte, pero los gobblins son los mejores negociadores que conocerás en tu vida, y si no consigo convencerlos, será cuestión de tiempo que traigan mi pasado a colación para salirse con la suya — informó el pocionista, no quería asustar al menor, pero tampoco podía mentirle.

— ¡Pero fuiste un espía genial! — protestó Harry con gesto indignado, saltando en el sofa.

— Pero fui un mortífago antes de eso — le recordó el ojinegro.

— ¿Y si me adoptas? — preguntó el niño con miedo de haber ido demasiado lejos, dejando a Severus en estado de shock.

— Ese es mi mayor deseo — confesó el pocionista, tras recomponerse, mirándolo con una pequeña, pero sincera, sonrisa.

— ¿De verdad?

— Sí, pero solo te adoptaré si ese también es tu deseo.

— ¡Lo es! ¡Es mi mayor deseo también! — exclamó entusiasmado el ojiverde. Su sueño se estaba haciendo realidad, podría estar siempre con su profesor.

— ¿Alguna vez habías pensado en tener hijos? — preguntó Harry, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos.

— La verdad es que no...

— Lo siento, por mi culpa has tenido que alterar tus planes — se disculpó el ojiverde, agachando la cabeza.

— No hay nada por lo que tengas que pedir disculpas. Ven aquí — ordenó Severus, haciéndole un gesto con la mano para que se acercara.

Harry se levantó y se acercó al ojinegro, éste lo empujó suavemente hacia él hasta que estuvo sentado en su regazo. El niño se relajó, de inmediato, y se recostó en el pecho del adulto.

— Verás el motivo por el que nunca pensé en tener hijos es porque pensaba que nunca podría ser un buen padre. Mi padre era un bastardo alcohólico que nos maltrataba a mi madre y a mí — confesó el Maestro de Pociones, acariciando el pelo del menor con su barbilla.

Harry solo se abrazó más a él, dándole ese consuelo que había buscado todo su vida, pero nadie había sido capaz de darle. Tuvo que esperar mucho, pero ahora, Severus sabía que había valido la pena.

— Ahora me doy cuenta que lo que tenía era miedo, miedo de ser como él — siguió hablando el pocionista con voz suave y melancólica — Cuando te conocí, supongo que mi instinto paternal se despertó. Lo que quiero decir es que me gusta ser tu padre.

— A mí también me gusta que seas mi padre — aseguró Harry, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos — Si hubiese tenido que elegir antes de nacer, te habría elegido a ti.

— ¿De verdad? — preguntó un Severus muy emocionado, esas palabras dichas por el niño, con tanta seriedad y sentimiento, le habían hecho estremecer.

— Siempre — asintió con gesto solemne el niño, antes de volver a apoyarse en su pecho.

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