12. NAVIDADES EN LAS MAZMORRAS

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Aceptar un consejo no significa hacer lo que otros dicen

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Diciembre había llegado al castillo, y con él, el entusiasmo de los estudiantes por volver a casa, sobre todo los primeros años, que por primera vez en su vida había estado tres meses sin ver a sus familias.

En el dormitorio de los leones de primer año, no se hablaba de otra cosa que no fuera la Navidad y la vuelta a casa. Todos contaban emocionados cómo y con quién pasarían las vacaciones navideñas.

Una tarde, Harry no lo aguantó más y salió del dormitorio con una excusa bastante pobre, pero que pasó desapercibida para todos sus compañeros, excepto uno de ellos, que lo miró, salir por la puerta, con ojos preocupados.

Se dirigió a las mazmorras, aunque sabía que Severus estaría en su laboratorio y no quería que lo molestasen. Al menos podría sentarse a leer delante de la chimenea.

Y así lo encontró el pocionista una hora más tarde, cuando salió de su laboratorio. El niño estaba sentado, en unos cojines, delante de la chimenea. Su mirada, abstraída en el fuego, y las pequeñas arrugas en su frente le indicaron que el menor se sentía preocupado o frustrado.

— ¿Todo bien, Harry? — preguntó, haciendo saltar al ojiverde por el susto, ya que tan ensimismado como estaba, ni siquiera se había dado cuenta que Severus estaba de vuelta.

Harry lo miró, inseguro sobre decirle el motivo de su preocupación. Quizás debería contárselo, había comenzado a tener pesadillas, y su profesor siempre se preocupaba por sus pesadillas.
Pero él le había pedido que no contara a nadie sobre su tutela, y no pensaba traicionarlo, aunque el precio fuese tener que pasar las Navidades con los Dursley.

Nadie le había dicho al leoncito que podía quedarse en el castillo, por eso pensaba que tendría que regresar a Privet Drive.

— No quiero volver allí — susurró en voz baja, mirando hacia el suelo.

— ¿Volver a dónde? — preguntó el pocionista, acercándose a él.

— Con los Dursley.

— ¿Quien te ha dicho que tienes que volver? — volvió a preguntar el ojinegro, intentando mantener su temperamento bajo control. ¿Quién de atrevía a asustar a su chico con algo así? — Porque para tu información, esa persona te ha mentido.

— ¿De verdad no tengo que ir? ¿Y a dónde iré?

— Te quedarás en el castillo — respondió Severus, ahora sintiéndose confuso por la pregunta.

— ¿En mi dormitorio? ¿Yo solo? — se sorprendió el menor, nadie le había dicho que podía quedarse.

— ¿Todos tus compañeros se van? — interrogó el profesor de Pociones interesado, si eso era así podría cambiar un poco sus planes navideños.

— ¿Pueden elegir quedarse?

— Sí, Harry. Todos los estudiantes pueden elegir quedarse o volver a casa durante las vacaciones de Navidad y Pascua — explicó, con suavidad, el pocionista.

— ¡Ah! Pensé que nadie podía quedarse.

— ¿Y pensaste que te dejaría salir de castillo sin llevarte a un lugar seguro? — preguntó Severus, mirándolo con una ceja arqueada.

— Lo siento, estaba asustado — respondió, con labios temblorosos el menor, mirándolo con los ojos aguados.

— Ven aquí — ordenó Severus, abriendo sus brazos para que el ojiverde se acurrucase en su pecho.

Harry no lo dudó, y corrió hacia el profesor, fundiéndose con él en un abrazo.

— Te quedarás en Hogwarts, y ya que tus compañeros de cuarto se van, puedes quedarte aquí si quieres. Así no tendrás que pasear tanto entre la torre y las mazmorras — ofreció el pocionista, sonriendo cuando el niño asintió entusiasmado.

— ¿Podremos pasar aquí las Navidades los dos juntos? — preguntó el menor con interés.

— Tendremos que asistir a la comida en el Gran Comedor, pero el resto del día será para nosotros — informó el ojinegro, sonriéndole y acariciando su mejilla.

— Perfecto — murmuró el ojiverde con una gran sonrisa satisfecha, recostándose en el pecho de su profesor.

Tras tranquilizar a su pupilo, Severus se dispuso a revisar su tarea, en concreto el ensayo de Pociones que parecía que había terminado esa tarde. Unos minutos después, terminó el ensayo con una sonrisa orgullosa

— Excelente ensayo, pequeño. Parece que nunca dejarás de sorprenderme — lo felicitó, removiendo su pelo con cariño.

— Estoy aprendiendo del mejor — replicó un muy sonrojado leoncito.

Esa noche, tras asegurarle a Neville que todo estaba bien cuando volvían a la torre, después de la cena, Harry sonreía en su cama mientras pensaba en sus primeras Navidades en familia. Serían tan geniales...

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La mañana en que la mayoría de los estudiantes regresarían a sus casas, Harry acompañó a Neville hasta la entrada del castillo.

— ¿Estás seguro de que no quieres que me quede? — volvió a preguntar el castaño por milésima vez en los últimos días.

— No te preocupes tanto, Nev. Te prometo que estaré bien — lo tranquilizó el ojiverde

— Aún puedo hablar con la abuelita. Ella podría hablar con la profesora Mc Gonnagal y que te deje venir — ofreció, de nuevo, el heredero Longbotom.

— Neville, deja de preocuparte. Voy a estar bien, y tú vas a volver pronto.

— Te echaré de menos.

— Y yo a ti, pero podrás acordarte de mí en Navidad cuando abras mi regalo.

— ¿Entonces tú también te acordarás de mí cuando abras el mio?

— Quizás podamos abrirlos a la misma ahora, sería como abrirlos juntos — propuso Harry, esperando que su mejor amigo no lo considerara demasiado cursi.

— ¡Esa es una de las mejores ideas que has tenido en tu vida! — exclamó Neville, abrazándolo con alegría, antes de irse con el resto de estudiantes.

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La mañana de Navidad, Severus abrió los ojos y sonrió ante la imagen que vio. Harry, sentado a su lado en la cama, lo miraba con ojos ansiosos. Cualquier niño habría despertado, con sus gritos, a todos los adultos en un kilometro en la redonda. Pero su hijo se había quedado quieto, esperando que él mismo se despertara. Era un chico tan considerado y amable, pensó mirándolo con orgullo.

— ¿Listo para abrir tus regalos? — preguntó, revolviendo su cabello con cariño.

— En realidad, Neville y yo hemos quedado en que abriría su regalo a las once. Él tambien abrirá mi regalo a esa hora. Pero estoy ansioso por darte me regalo — informó muy sonriente el ojiverde. En realidad, él solo esperaba tener un regalo, el de su mejor amigo.

— ¿Por qué no vamos al salón? — propuso el pocionista con una media sonrisa.

Severus extendió sus brazos, y el niño automáticamente se echó a ellos, colgándose de su cuello. El pocionista los condujo al salón, con la cara del niño pegada a la curva de su cuello. Harry no se lo podía creer cuando su profesor lo dejó en el suelo, el árbol estaba rodeado de regalos, y en la mayoría ponía su nombre.

— ¿Por qué no empiezas por el mío? — aconsejó el ojinegro, viendo la confusión del menor.

Harry abrió, demasiado lento para el gusto de cierto slytherin, el regalo de su tutor y abrió los ojos y la boca por completo, sin poder creerse lo increible que era su regalo. Severus, viendo el amor de su chico por las pociones, y teniendo en cuenta que había sido nombrado su maestro, decidió regalarle un equipo completo de pociones, uno diseñado para un pocionista profesional. El ojinegro sabía que su futuro hijo aproveccharía muy bien el costoso regalo. Aunque ahora tuviera mucho oro tampoco quería mimarlo en exceso con el dinero.

Severus salió de sus pensamientos cuando Harry le tendió algo envuelto con esmero. El pocionista rompió el papel para encontrarse un libro con símbolos raros. Debía estar escrito en algún idioma antiguo del que él no tenía conocimiento alguno.

— ¿Te gusta? — preguntó Harry, mirando de él al libro — Tiene algunas pociones que no vi en tus libros.

— Harry, ¿puedes entenderlo? — pregunto el ojinegro mostrándole la primera página del libro.

— Claro, dice shasheishxhdsh — leyó el niño sin darse cuenta que se había puesto a sisear.

Severus se dejó caer en el sofá con el rostro completamente pálido. El chico hablaba pársel. ¿Cómo podía ser eso? No podía haberlo heredado de los Potter y mucho menos de Lily.

— ¿He hecho algo mal? ¿Hay algo mal con esa poción de Despertares? Lo siento, no lo sabía — se disculpó el ojiverde, horrorizado con la idea de haber fallado con el regalo más importante para él.

— ¿Ese es el nombre de la poción?

— Te lo dije antes, ¿no te acuerdas? — preguntó el niño, mirándolo confuso.

— Es que antes hablaste en otro idioma, por eso no pude entenderte — respondió el ojinegro con calma, por supuesto esa calma era totalmente fingida.

— Pero yo no aprendí otros idiomas. No lo entiendo, yo hablé normal — negó, con confusión, el ojiverde.

— Esta bien, Harry — lo tranquilizó Severus, poniéndolo en su regazo y acariciando su espalda — El idioma que hablaste se llama pársel, y no es un idioma que se aprenda, hay que nacer con el don.

— ¿Pársel?

— Sí, y también es conocido por el lenguaje de las serpientes — añadió el profesor de Pociones.

— ¿Serpientes como de Slytherin?

— En realidad, Salazar Slytherin era pársel. Pero lo que quería decir es que puedes hablar con las serpientes — informó Severus con una sonrisa divertida, causada por la ternura del leoncito.

— Genial, espera a que Nev regrese y le cuente...

— En realidad, prefiero que esto quede entre nosotros — lo interrumpió, en su entusiasmo, el pocionista.

— ¿Es para protegernos? — preguntó el menor, mirándolo con ojos confiados.

— Lo es — asintió el ojinegro, abrazando su chico de nuevo.

Tras la pequeña conversación y las asombrosas revelaciones, ambos magos continuaron abriendo sus regalos.

Harry había estado encantado con todos sus regalos, y le alivió saber que él también había enviado regalos a esas personas. Neville le había enseñado a pedir por lechuza, y le había ayudado con los catálogos hasta que se supo valer por él mismo.

La profesora Sprout le había regalado herramientas para jardinería. Neville y él le ayudaban todos los sábados por la mañana en el invernadero desde aquel primer sábado que habían trabajado con ella. Harry le había regalado algunas semillas exóticas que había comprado por uno de los catálogos de Nev.

Por su parte, Poppy le había regalado un ajedrez mágico. Harry nunca había tenido oportunidad de aprender a jugar, pero Severus prometió enseñarle. El niño había decidido regalarle a la medibruja un surtido de juegos, para así entretener a sus pacientes y que la molestaran menos.

El regalo del profesor Flitwick fue uno de sus favoritos, una foto de su madre sonriente con un Severus más joven a su lado. El ojiverde había corrido a ponerla en la mesilla de noche de su lado de la cama. El medio gobblin tambièn le había regalado una caja de ranas de chocolate. El leoncito le regaló a uno de sus profesores favoritos un libro sobre encantamientos muy avanzados.

Hagrid le había regalado una flauta de madera algo tosca, pero el menor la miró con cariño, agradeciendo el tiempo que el semi gigante se había tomado para hacerle algo. Él le había entregado unas golosinas para Fang y una caja de galletas para Hagrid.

También había recibido un extraño regalo con una nota sin firmar. Era una capa de invisibilidad, que habría entusiasmado al niño si no fuese porque en la nota ponía que había pertenecido a James Potter. Severus le dijo que podía guardarla en sus habitaciones privadas, cuando vio que el menor miraba a la capa con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados.

A las once en punto abrió el regalo de Neville, y no pudo evitar sonreír. Su mejor amigo le había regalado una planta muy cara que producía muchos ingredientes de Pociones. Harry había escogido para su mejor amigo un libro sobre Herbología y algunas semillas raras y difíciles de conseguir.

Pasaron el resto de la mañana juntos, hasta que llegó la hora de la comida en el Gran Comedor. Por la tarde, ambos se divirtieron haciendo pociones

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El día después de Navidad, Severus llevó a Harry, bajo la capa de invisibilidad, a Gringgots para el ritual de sanación.

El pocionista le presentó a Fireclaw y a Ironclaw, y tras charlar unos minutos, se dirigieron a la sala de rituales, que los gobblin ya tenían preparada.

El ojiverde se sometió a un complicado ritual gobblin que duró más de una hora, pero que lo dejó sintiéndose mejor de lo que se había sentido toda su vida.

Tras volver al despacho de Ironclaw, los gobblins les explicaron a ambos magos, que Harry estaba sano, y que en los próximos meses sufriría un estirón hasta alcanzar la estatura que debería haber tenido.

Fireclaw le sugirió a Severus, que el niño se hiciese una prueba de herencia, y aunque el mago adulto no veía la necesidad, estaba dispuesto a seguir los consejos de su gerente de cuentas, por lo que accedió.

Él mismo cortó la piel de la palma de Harry, dejando caer siete gotas en el pergamino. Tras eso lo curó, y se recostó de nuevo en la silla, esperando por los resultados.

Ironclaw miró los resultados, y con una sonrisa cómplice, se los pasó a su padre. Éste también sonrió, entregándole el pergamino al pocionista, que abrió los ojos asombrados al leerlo.

Harry James Potter

Nivel mágico: 97%

Dones mágicos:

*Artes mentales
*Pársel
*Pociones
*Encantamientos
*Runas
*Defensa/Duelo

Madre: Lily Potter (Adoptada Evans, nacida Rookwood)

Padre: James Charlus Potter

Padrino: Sirius Orion Black (legimitizado por sangre)

Maestro: Severus Tobías Snape

TÍTULOS

Lord Potter (Reclamable a los 17 años)

Lord Black (Reclamable a los 17 años)

Lord Peverell (Reclamable a los 15 años)

Lord Gryffindor (Reclamable a los 16 años)

Lord Slytherin (Reclamable a los 16 años)

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Gracias por leer...

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