15. LA NUEVA CASA
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Los monstruos no saben hacer cosquillas...
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El sábado antes de la semana de vacaciones de Pascua; Severus, Harry y Vincent acudieron a visitar una de las propiedades Prince en Louisiana. Esperaban que fuese lo suficiente habitable para poder instalarse en ella la semana próxima, cuando el inefable "secuestrara" al niño.
La casa de estilo colonial, parecía una pequeña mansión por su tamaño. Había sido construida por un matrimonio francés que se había instalado en Louisiana dos siglos atrás. Había sido comprada por Augusto Prince hacía más de ochenta años para ser usada como una residencia familiar de verano.
No había casas cerca, y estaba rodeada por un inmenso bosque, lo que les daría mucha privacidad a la nueva familia. Y eso les gustó a los tres, aunque fuese por diferentes motivos.
Harry, estaba encantado ya que podría volar en su escoba, sin que ningún vecino o muggle lo viera.
Severus pensaba poner barreras de sangre a través del bosque, además de un Fidelius con Augusta de guardiana. Todo eso mantendría la casa invisible para cualquiera que no fuera incluido por Lord Prince.
Vincent, por su parte, estaba feliz de poder ayudar a criar a su sobrino en un ambiente de naturaleza y privacidad para poder ser ellos mismos, sin máscaras.
Los tres entraron a la mansión, mirando alrededor con una sonrisa en sus rostros. Hasta ahora, les gustaba mucho lo que veían de su futuro hogar. Fueron recibidos por Tibus, el jefe elfo de la propiedad. Después de presentar al resto de los elfos encargados de la cocina, la limpieza, el jardín, los establos y demás; Tibus les mostró, con orgullo, la mansión.
Para deleite de los tres magos, su hogar contenía dos enormes bibliotecas, una mágica y una muggle. Recorrieron los pasillos admirando las altas estanterías que contenían miles y miles de libros, aprovechando la ocasión para hacer algunas próximas citas con alguno de los libros que iban ojeando mientras paseaban.
Por si fuera poco, el sótano constaba de un enorme y muy preparado laboratorio de pociones, que logró que a Severus se le cayera su máscara al verlo, dejando a un pocionista babeando en estado hipnótico, mirando al frente desde la puerta.
Pero lo que más entusiasmó a Vincent fue la amplia sala de entrenamiento situada en el primer piso. Estaba muy equipada con maniquís, espadas, bastones y otras muchas armas de combate. El suelo y las paredes tenían un hechizo de amortiguación, lo que la hacía aún más perfecta.
Los tres abandonaron la mansión Prince un par de horas después, habiendo elegido sus dormitorios y los elfos que se encargarían de cuidar sus necesidades. Y eso fue algo que le costó un mundo al ojiverde, él no podía elegir uno si todos lo miraban como si quisiesen ser elegidos. Severus se había apiadado de él y había elegido en su lugar a un elfo pequeño y algo nervioso. El diminuto elfo se había presentado entonces como Luppy, y le había prometido al niño satisfacer sus necesidades además de cuidarlo con su vida. Harry lo había abrazado tras prometerle que serían grandes amigos, lo que logró hacer llorar a todos los elfos. Severus había tenido que despedirse precipitadamente y aparecerse en la habitación alquilada en el Caldero Chorreante. En cuanto aterrizaron, Vincent se había dejado caer en una butaca en medio de un ataque de risa, mientras Harry lo miraba confuso y le preguntaba a su padre de qué se reía su tío.
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Había llegado el día en que Harry se iría con el resto de estudiantes en el tren de Hogwarts para las vacaciones de Pascua. El día en que Harry sería secuestrado, y también, para pesar del ojiverde, el día en el que tendría que despedirse de su nuevo padre por dos largos meses.
La noche anterior; el niño, con cara de cachorro apaleado, apareció ante la puerta del pocionista después del toque de queda. El ojinegro lo había invitado a entrar, y le obsequió con un chocolate caliente y un abrazo, antes de que ambos se acostaran en la cama del slytherin.
La mañana siguiente, Severus se despertó por falta de aire. Harry lo estaba abrazando con tanta fuerza que no lo dejaba respirar.
— Todo irá bien — le susurró suavemente, mientras acariciaba su, ahora sedoso, cabello. Aunque en realidad, no sabía si trataba de convencer a Harry o a si mismo.
— ¿Me escribirás? — preguntó el ojiverde, levantando la cabeza para mirarlo con sus enormes ojos verdes.
— Todos los días — asintió el pocionista
— ¿Vendrás a casa cuando renuncies? — volvió a preguntar, esta vez con más miedo, el niño.
— En cuanto suba a mis Slytherin al tren por última vez — prometió el ojinegro
— ¿Te mantendrás alejado de Dumbledore? — quiso asegurarse Harry, le preocupaba que el director lastimase a su papá.
— Lo más lejos que pueda. Estaré bien, pequeño. Te lo prometo — lo tranquilizó Severus
— Es solo que... — dudó el niño, sin atreverse a decir la verdad.
— Lo sé. Yo también te echaré de menos — susurró el pocionista, adivinando la verdadera razón por la que estaba ansioso y triste su hijo. ¿Cómo no hacerlo, si él se sentía de la misma manera?
Harry volvió a su posición anterior, con la cabeza apoyada sobre el corazón del ojinegro
— Quiero agradecerte por todo lo que... — habló sin levantar la cabeza, se sentía tan feliz escuchando el corazón de su padre.
— No tienes que agradecerme nada — lo interrumpió el pelilargo.
— Déjame hablar, por favor — pidió el niño, levantando la cabeza para mirarlo con ojos suplicantes.
— Adelante — asintió el ojinegro, sin poder negarle nada a su niño, y mucho menos cuando lo miraba con esos ojos de cachorro.
— Quiero agradecerte por todo lo que has hecho por mí desde que nos conocimos de verdad en tu despacho aquella noche. Y también quiero darte las gracias por cumplir tus promesas. Me prometiste que no tendría que volver y lo has cumplido. Antes de conocerte, no sabía nada. No sabía lo que era una promesa, no sabía comer, no sabía cómo averiguar si un libro merecía ser leído o no en la página nueve. Y por supuesto no sabía nada de familias o amor — finalizó el ojiverde, enrojeciendo con las últimas palabras.
— De nada, hijo. Yo también quiero agradecerte por la inmensa luz que has traído a mi vida. Antes de entraras en mi vida, no tenía ilusiones ni esperanzas. En realidad, me daba igual morir o vivir — admitió Severus, acariciando la espalda del menor, mientras enterraba su nariz en su pelo — Pero llegaste tú, y llenaste todo de luz. Y ahora, estoy muy seguro de querer vivir, y también de darte todo lo que te mereces.
— Yo solo quiero estar contigo para siempre. No necesito nada más — se encogió de hombros el niño, no se lo podía ocurrir nada más necesario que estar con su padre.
— A mí me tendrás mientras viva — aseguró el pocionista, besando su cabeza.
Por desgracia, se acercaba la hora de que los estudiantes abandonaran el castillo.
Severus, abrazó a Harry una vez más, y ambos se levantaron y se vistieron. Desayunaron en silencio, enviándose sonrisas cuando cruzaban las miradas.
Un largo abrazo después, el pequeño Gryffindor regresó a la torre. Tras revisar que había empacado todas sus pertenencias, despertó a Neville y ambos bajaron a desayunar.
Harry se aseguró de que Neville y él pudieran ser los únicos ocupantes de su compartimento con un hechizo que Severus le había enseñado. Los dos leoncitos necesitaban despedirse en privado.
— Ojalá yo también pudiera desaparecer — deseó el heredero Longbotom, haciendo una mueca de fastidio, el castillo sería un lugar horrible sin su mejor amigo.
— Lo harás en muy poco tiempo — intentó consolarlo su mejor amigo, aunque él mismo también compartía su deseo
— Sí, pero por ahora tendré que volver a Hogwarts sin ti, y nada será lo mismo sin ti — gimió, lastimeramente, el castaño.
— Pero pronto daremos clases juntos, y solo nosotros dos — le recordó Harry.
— Sí, será genial. Mucho mejor que Hogwarts, en realidad. Tendremos que estudiar mucho con nuestros profesores, pero al menos, no serán un profesor tartamudo que tiene miedo de si mismo o un fantasma que solo habla de guerras de gobblins — asintió Neville, sonriendo por primera vez desde que se había levantado.
— Nosotros somos muy afortunados, Nev. Tendremos al mejor profesor de Pociones, a un inefable y a tu abuela, que como es tan mayor, seguro sabe mucho de magia. Sé que aún te da miedo mi padre, pero te prometo que solo es una máscara que debía mantener por Dumbledore. En privado él es realmente genial explicando — aseguró el azabache, mirándolo con ojos convincentes.
— Te creo, tú nunca mientes — asintió el castaño, antes de hacerle una recomendación — Harry, un consejo, nunca le digas a la abuelita que es tan mayor, ¿vale?
— ¡Oh! Lo siento, tienes razón... — se disculpó el ojiverde, haciendo una mueca para admitir avergonzado — Aveces, no tengo filtro.
— Está bien, amigo. Conmigo no tienes que activar tu filtro. Además... ¡La abuelita es realmente mayor! Es solo que no quiere que se lo recuerden.
— Se ha ganado ese derecho — asintió Harry con gravedad, provocando que ambos muchachos estallaran en carcajadas.
El camino de regreso a King Cross continuó con planes sobre su nueva vida juntos, después del cumpleaños de Neville y Harry.
Se despidieron con un abrazo, y una sonrisa de "nos volveremos a ver", los leoncitos se despidieron antes de abandonar el tren.
Cada uno tomó el camino que debían tomar. Neville se dirigió a su abuela, que lo llevaría a la mansión Longbotom, donde ayudaría a empacar sus cosas para la nueva casa. Harry, por su parte, se dirigió a la barrera, dónde cruzó al mundo muggle. Vincent lo esperaba allí, por supuesto en la versión multijugos de Vernon Dursley. El niño se acercó a él y ambos salieron de la estación.
Esa sería la última vez que alguien vería a Harry Potter.
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Y hasta aquí por hoy...
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