18. EPÍLOGO
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Antes de empezar a señalar, asegúrate de tener tus manos limpias
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Había pasado un año entero desde que Harry, Vincent y Severus se reunieron de nuevo, tras la renuncia de último en Hogwarts. Poco antes de el cumpleaños de Harry y Neville, Augusta se había mudado con su nieto a su nueva casa a unos pocos kilómetros de la mansión Prince. Los dos niños estaban felices de poder permanecer cerca, además, al tomar sus clases juntos tenían la ventaja de poder verse todos los días.
Todos se habían ido en busca de una vida más feliz, y para su gran suerte, todos habían tenido éxito en su búsqueda.
Ahora todos se encontraban reflexionando sobre lo mucho que han cambiado sus vidas.
Augusta Longbotom estaba sentada en el jardín tmandose su té favorito, mientras vigilaba a los chicos.
La mujer siempre había tenido un fuerte carácter, pero tras lo ocurrido con su hijo y su nuera éste había empeorado notablemente.
Se enfermaba de rabia cada vez que pensaba la triste y vacía existencia a la que habían sido condenados.
Pero era mucho peor cuando pensaba en el peligro mortal en el que había estado su nieto, un ser puro e inocente.
Severus y Vincent le habían enseñado formas de combatir el dolor, y eso la había hecho permanecer de mucho mejor humor el resto del tiempo.
Las clases con los chicos eran esperadas con ansia, tanto por ella como por Neville y Harry. Eran estudiosos e inteligentes, además de que siempre estaban ansiosos por aprender, lo que los convertía en estudiantes modelos.
Augusta les daba clase a los niños sobre Historia de la Magia, Política, dónde a veces se unía Vincent, Protocolo y Winzegamot. También les enseñaba a todos, niños y adultos, como ser un buen Lord.
Observó a su nieto, mientras éste trabajaba feliz en su huerto. El niño tenía un don para las plantas, y era feliz trabajando en un invernadero. Recordó, con cariño, como su nieto le había prometido, muy solemnemente, días atrás llevar el apellido Longbottom a lo más alto. Ella sabía que sería así, puede que no lo hubiese creído dos años atrás, pero ahora estaba segura de ello.
Neville había cambiado mucho en esos dos años. En realidad, había sido algo más que un cambio. El castaño había adquirido seguridad y confianza y eso había ayudado a que saliera de su cascarón, dejándoles saber a todos los que lo rodeaban que era un chico maravilloso e inteligente, además de tierno y dulce.
Desvió su mirada hacia donde se encontraba volando Harry, su otro nieto. Ese niño era otra maravilla, tan dulce y educado cuando hablaba, y tan inteligente e inquisitivo cuándo hacía preguntas.
Neville y él se parecían en muchas cosas, como por ejemplo en su actitud tranquila o en su disgusto por los gritos y el alboroto; pero eran bastante diferentes en cuanto sus aficiones o clases favoritas. Pero aún con sus diferencias, ambos niños se complementaban a la perfección.
Mudarse a Louisiana había sido la mejor decisión que había tomado en su vida.
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Vincent Rookwood suspiró de satisfacción, por fin tenía la vida que siempre había deseado. Solo faltaba su hermana, pero se había acostumbrado a vivir sin ella desde niño.
Hacia unos meses, había borrado a su hermano de la familia Rookwood, despojándolo así de su apellido y de su magia familiar.
Augustus había muerto solo una semana más tarde, sin su magia, no había podido resistir en Azkaban. En lo que a Vincent respectaba le había hecho un favor, aunque fuera el último.
Su padre había muerto en la primera guerra así que por primera vez en su vida pudo sentirse libre.
Harry y él eran los últimos Rookwood, y conseguirían levantar el apellido a lo que antaño fue.
Severus y él habían acordado hablar con Harry, cuando éste tuviera la edad suficiente para tomar sus señorías, sobre la posibilidad de eliminar a la escoria de las familias que tomaría bajo su tutela.
Los primeros candidatos eran Bellatrix y Sirius. No los habían escogido por venganza, ellos solo lo veían como una forma de eliminar posibles amenazas para su niño por si Voldemort conseguía resurgir.
Su sobrino y él se habían convertido en grandes amigos. Había logrado que el niño confiase en él, lo que lo hacía sentirse orgulloso. Esos primeros meses sin Severus, habían sido duros para el ojiverde, y todavía no confiaba lo suficiente en él como para desahogarse, por lo que se lo había guardado todo dentro.
Vincent se había sentido como el peor padrino de todos los tiempos, pero la llegada de Severus, lejos de separarlos, los había unido mucho más.
La primera vez que Harry lo había abrazado, buscando consuelo y protección en él, casi había llorado de alegría.
Puede que el contexto no hubiera sido el mejor, el niño había tenido una pesadilla y estaba asustado, pero poder estar allí para él lo compensaba todo.
Atreverse a dejar atrás todo lo que conocía, para mudarse a vivir a un país desconocido, con un compañero de desgracia y un sobrino desconocido, que había sido víctima de abuso infantil, había sido la decisión acertada. No tenía ninguna duda de ello.
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Severus Prince vigilaba atentamente mientras Harry volaba en su escoba. Una sonrisa, apenas imperceptible, suavizaba su rostro serio.
Se sentía tan orgulloso de su hijo, éste lo sorprendía cada día con alguna virtud o don nuevo. Nunca había pensado que podría ser un buen padre, pero la necesidad de ayudar a ese niño lo habían hecho dejar atrás sus miedos.
Había leído muchos libros para padres, así que sabía lo suficiente para saber que era un tipo realmente afortunado. El trabajo más complicado de su vida, ser padre, era inmensamente fácil con Harry.
Sabía que esta vida fácil se acabaría cuando llegara la adolescencia del ojiverde, pero prefería disfrutar ahora y sufrir luego.
Lo único por lo que podía preocuparse ahora era por ser el padre que su hijo necesitaba. Uno que lo animara a ser independiente, mientras permanece allí para él cuando lo necesita. Uno al que no temiera nunca decirle cualquier cosa. Y sobre todo uno al que su hijo siempre quisiese volver.
Harry aún dormía con él algunas noches, pero eso no le preocupaba. Su hijo había tenido una infancia de mierda, y se estaba recuperando poco a poco, pero lo estaba haciendo.
Las pesadillas de Harry, esas primeras noches desde que se instaló en la mansión, no solo habían aterrorizado al niño. Severus se había sentido desbordado durante días, hasta que dio con la solución: Oclumancia.
Harry, como siempre, había sido un alumno rápido en comprensión. En sólo dos sesiones había comenzado a crear escudos mentales, y a los dos meses ya había creado su propio paisaje mental. El niño había invitado a su padre a recorrer su refugio mediante legimancia.
El "lugar especial de Harry", era sin duda especial. Había creado una especie de laboratorio gigante, donde había un espacio para las pociones, y otro para experimentar con magia, sin olvidar por supuesto una enorme biblioteca en las paredes, rodeando la habitación.
El ojiverde le mostró como había escondido algunos de sus recuerdos en viales para ingredientes de pociones, otros se escondían tras los libros o en las plantas.
Nicholas había estado realmente impresionado cuando se lo había contado. Nicholas, se había convertido en el abuelo Nick el verano pasado, así como su esposa había pasado a ser la abuela Nell. El matrimonio Flamel se habían enamorado rápidamente de su hijo, cuando los habían invitado a su casa de la playa en Francia.
Desde entonces, se veían con regularidad.
El alquimista había empezado a entrenar a Severus y Harry en las artes de la Alquimia.
Augusta y Perennelle habían hecho buenas migas rápidamente, y por supuesto se habían aliado, también rápidamente, para manejar a todos los hombres adultos y mimar a los más pequeños.
Sin quitar la vista de su hijo, siguió sonriendo mentalmente por lo maravillosa que era, ahora, su vida.
Su decisión de salvar a Harry había sido impulsiva, y también la mejor que había tomado en su vida.
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Neville cuidaba el huerto que él y Harry habían plantado en primavera, mientras su amigo se divertía volando. A él no le gustaba tanto volar como a Harry.
Nunca se había imaginado que se podía ser tan libre y feliz. Él pensaba que los huérfanos estaban condenados a estar siempre tristes y callados, pero no, los niños que perdían a sus padres, como Harry o él mismo, aún podían ser felices.
Neville se había sentido asustado de prácticamente todo lo que lo rodeaba, excepto las plantas, durante la mayor parte de su vida.
Su carta de Hogwarts había causado miles de pesadillas y ataques de ansiedad, hasta el momento que subió al espreso de Hogwarts.
Tras su primera noche allí, se había resignado a pasar siete años rodeado de gente, pero en la más absoluta soledad.
Pero esa soledad no duró ni una semana.
El primer fin de semana, el mismísimo Harry Potter había iniciado una conversación con él sobre su asignatura favorita: Herbología. Después de eso, había comenzado a sentarse con él en todas las clases, incluso lo ayudó a sentirse menos nervioso en Pociones.
Para cuando llegó la Navidad, Harry ya era su mejor amigo, y pasaban casi todo su tiempo juntos.
Por aquel entonces no sabía a dónde iba su amigo a hacer la tarea, pero, ahora, sabía que acudía cada tarde a los aposentos privados de Severus.
Había sido una sorpresa para él enterarse de que Harry había sido adoptado por su temible profesor de Pociones, pero su amigo lo había tranquilizado. Le había hablado del verdadero Severus, y como éste era el héroe que lo había salvado de una vida llena de dolor y lágrimas.
Él también tenía la suerte de conocer, ahora, a ese hombre, y ya no lo temía. Ahora lo admiraba y lo respetaba, además de quererlo como a un tío.
Miró a su abuelita, con su pequeño rostro lleno de admiración y amor infantil, y sonrió por lo mucho que había cambiado la mujer.
Su abuela parecía haber dejado en Londres su ceño fruncido y su fuerte temperamento.
Ahora, la temible bruja era una ancianita sonriente que los felicitaba a Harry y a él por casi todo.
Él nunca había esperado enorgullecer a su abuela, pero, ahora, ella le decía todos los días lo orgullosa que estaba de él.
Neville tampoco lo dudaba, "ahora" era mucho mejor que antes.
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Harrison Prince volaba libre y feliz, encima de su escoba, con los ojos cerrados, mientras sentía el viento en su cara.
El niño era poderoso, y lo sabía, pero no le importaba. Él solo quería un abrazo de su papá antes de dormir y cada mañana. Solo con eso era más que feliz.
Su único deseo era que todo permaneciera exactamente igual a como estaba; con su papá arropándolo por las noches, o las cosquillas de su padrino cada mañana, y también asistir a clases con su mejor amigo, sin olvidar por supuesto, las horas en el laboratorio con su padre. Había tantas cosas que quería que permanecerían en su vida para siempre.
A Harry realmente le gustaban las cosas como estaban, aunque le gustaría que el matrimonio Flamel los visitase más a menudo. Le encantaban sus clases con el abuelo Nick, y también los besos y los brazos de la abuela Nell.
Le gustaba mucho vivir con su papá y su padrino. Los tres eran geniales juntos, o eso decía su padrino.
Sabía que Voldemort volvería algún día, y sería su decisión luchar o no. Pero Harry sabía que no podía permanecer oculto si ese monstruo empezaba a matar gente, como le había dicho la abuelita Augusta que había hecho en la primera guerra.
Por eso tenía que entrenarse y estudiar mucho, no quería que hubiese algún otro niño huérfano por el mundo.
Él había sido afortunado al encontrar a su padre, pero no todos tendrían esa suerte.
Su padre y su padrino le habían dicho que empezarían a entrenarlo en duelo en un par de años. Y al ojiverde le parecía bien, por ahora prefería ser un niño al que le gustaban los abrazos e ir a la cama de su padre si se despertaba en medio de la noche. Él siempre lo recibía con un abrazo, y después lo colocaba en su pecho y acariciaba su espalda hasta que dormía. A Harry le gustaba eso, lo hacía sentirse feliz y protegido.
De todos modos, el niño solo se preocupaba por Voldemort a veces, el resto del tiempo disfrutaba de la vida que siempre quiso, pero nunca se atrevió a soñar.
FIN
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Y eso es todo, amigos. Espero que os haya gustado. Muchas gracias a todos los que llegasteis hasta el final.
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