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Para mi hermano.

Dejo en este libro la historia de mi vida y mi voluntad, donde mi familia y amigos me confiaron sus memorias y emociones para su creación. Donde espero que el pasado ayude a las nuevas generaciones a escoger su camino en el futuro junto con los nuevos lazos que formarán.

Ryo Kurogane.

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El sonido de la leña quemándose y quebrándose resonaba de manera incesante a mi alrededor… de pie delante de mi hogar completamente consumido por el fuego, solamente podía quedarme congelado, con el irritante calor de las llamas golpeando mi cara. Una mujer me cubría con sus brazos, intentaba ocultarme aquellas visiones, más era imposible, nada lo evitaría.

Decenas de personas intentaban entrar a lo que quedaba de la casa, buscando alguna manera de rescatar a quienes pudieran estar adentro… sus gritos, su desesperación, el llanto de la mujer que me rodeaba con sus brazos, la imagen imaginada de aquel par de cuerpos sufriendo y siendo calcinados por el imparable incendio, donde sus rugidos de dolor sofocaban todos los otros sonidos…

Fueron los que finalmente hicieron que abriera mis ojos con brusquedad, antes de despertarme y alzarme por el propio susto.

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Intentaba calmarme… no era una pesadilla nueva, más nunca estaría acostumbrado. Conforme me llevaba la mano a la cara con tal de limpiarme el sudor, solamente pude quejarme por el dolor leve al tocar el moretón en mi ojo.

El fastidio no tardó en dominar mi rostro… conforme volvía a dejarme caer de manera lenta a mi almohada, solamente pude mantenerme en silencio, ya sabía que sería incapaz de volver a quedarme dormido.

Las manecillas del reloj comenzaban a escucharse cada vez con mayor intensidad, aún faltaban minutos para que la alarma sonara; más no era la primera vez que me despertaba antes de escucharla. Sabía que tarde o temprano tendría que levantarme, más me negaba a dejar de sentir el suave contacto de mi magullada cara con la almohada.

Con cada leve movimiento el pinchazo de dolor emergía y con él, como una bofetada de realidad, el recuerdo de sus causas volvía.

Mi cabeza estrellándose contra el concreto fue lo primero. El silencio de mi hogar era reemplazado por gritos y ofensas enajenadas hacia mi persona en el centro de correos de mi pueblo; Hotaru. El crudo sonido de las patadas no tardó en volver a emerger de igual manera… mi trabajo no terminó de la mejor forma posible ese día si les soy honesto.

Mi mente volvía al presente a ratos; conforme me levantaba y sentaba en la cama, apenas y podía lanzar algunos quejidos por el pertinente dolor que era ya de por sí darlos, mientras que los moretones y heridas resaltaban ahora también en el resto de mi cuerpo vendado en algunas zonas, y con el dolor de estos, las memorias regresaban.

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Un nuevo cargamento de la capital había llegado; cartas, comida, medicinas u otro tipo de víveres, nada fuera de lo común. Nuestro pueblo, Hotaru, era muy pequeño y pobre, y la región era demasiado centralizada; los cargamentos llegaban en grandes camiones una vez cada inicio de semana, más a falta de vehículos o siquiera alguna forma de transportarlos de manera cómoda y efectiva, quedaba en las manos de algunos pocos jóvenes que aún quedaban en el pueblo para repartirlos durante el resto de los días, incluyéndome.

En Hotaru, o eras muy pequeño como para comenzar a estudiar en la escuela básica, o demasiado viejo como para apenas cuidar las tiendas y los precarios centros de salud, los adultos trabajaban en la capital con tal de así poder abastecer a sus padres e hijos en Hotaru; pero eran muy pocos los que lograban ganar lo suficiente como para llevarlos a la propia capital y huir de la mala calidad de vida del pueblo; solo un grupo muy selecto de adultos vivían en Hotaru, los que se mantenían en la falsa meritocracia por sus ingresos absurdos de un buen contacto o puesto en el pequeño centro municipal. El alcalde era un buen ejemplo; desconectado de todo lo que le ocurría a su pueblo, su buena posición y contactos lo volvían intocable ante un grupo de ancianos y niños que poco podían hacer; aún cuando los adultos podían mantenerlos… la costumbre a ese tipo de vida terminó por hacer olvidar a las personas la virtud de una mejor.

A los veintidós años alguien en mi posición ya se habría ido del pueblo… cualquier oportunidad, incluso sin recursos o contactos era mejor que pasar tu juventud en un lugar como Hotaru. Más sabía que mi vida estaría atada por voluntad hacia el amor que tenía por las personas que me cuidaron y me dieron su apoyo cuando más lo necesitaba… Hina y Yuta no se marcharían, ellos ya tenían su vida hecha en Hotaru, aún por cuanto pudiera encontrar mil razones para desechar la idea de vivir ahí, el amor hacia su propio hogar se convirtió en una obstinación que incluso he de admitir que terminó por influir en mí de cierta manera por el cariño que les tenía a ellos.

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—¡¿Por qué siempre me toca llevar los pedidos grandes?! —Mientras entraba una de las últimas cajas de mercadería a la bodega del centro de correos, solo podía exclamar con cansancio y una tenue muestra de risa sarcástica por la propia situación, correspondido por una que otra carcajada; Las cajas pasarían bastante tiempo guardadas antes de que la última fuera llevada a su dueño durante la semana.

A mi lado no habría una sola persona que tuviera menos de cincuenta; no los conocía a todos, pero ya los años trabajando hacían de los rostros algo cotidiano; incluso, familiar.

—¿Queda algo más, Yuta? —Conforme entraba con una de las mercaderías a la bodega, Yuta se encontraba con una libreta, contabilizando las cajas que ya habíamos guardado junto con otros compañeros, un anciano de cabellera castaña clara, delgado y serio, vestido en su mayoría con su clásica chaqueta de cuero blanco y pantalones de mezclilla azules.

—Creo que falta una caja en la segunda entrada, Ryo —Hablaba el anciano, más no pasó mucho antes de que elevara la mirada y me llamara la atención —Esa tiene alimentos —Señaló el hombre, a lo que yo le asiento para llevarla a la bodega correspondiente. A esas fechas, a inicios de invierno, no era tan complicado mantener la comida durante la semana en las bodegas; al menos el clima ayudaba en esas situaciones; sino ni siquiera se pensaría en guardarlas antes de repartirlas.

—Muy bien —Miré sonriente, con ceño fruncido y satisfecho por el trabajo, notando como finalmente había llenado considerablemente las bodegas que me correspondían; Yuta me observaba, más los segundos de silencio no tardaron en emerger conforme sabía que este lo hacía con preocupación.

—¿Has comido bien? —Yuta finalmente volvía a hablar, a la par que yo empezaba a ir a por la última caja.

—Sabes que puedo mantenerme con este trabajo, viejo… —Mi serio rostro se mantenía conforme decía aquello con normalidad, no me iba a andar con rodeos, sabía a lo que Yuta querría llegar con la pregunta —Además —Me giré hacia Yuta, con una pequeña sonrisa —Hina nunca me dejaría pasar hambre, aunque me niegue siempre me sigue dando comida cada que voy a dejarle sus pedidos —Reconocí con una tenue carcajada, no pasando mucho por ser correspondida por una similar por parte de Yuta, antes de salir del lugar.

El ambiente en la pequeña central estaba cada vez más tranquilo… eran más o menos las cinco de la tarde y para esas horas las personas no tardaban en retirarse a sus hogares. Conforme salía del lugar a por la última caja, únicamente estiraba mis brazos y elongaba mi espalda. No podía ignorar el peso de los cargamentos… y guardarlas era solo el principio; más al menos teníamos algunas carretas en buen estado que nos ayudaban a transportarlas.

Tras salir a la calle, una de las pocas que estaba pavimentada en el pueblo, solo existían dos entradas de vehículos en las que los camiones con cargamentos de la capital podían llegar para dejar los pedidos. Su apariencia descuidada y dañada junto con la propia oscuridad en el interior a falta de un cableado en condiciones o alguna entrada de luz natural solo daba una mayor imagen de rechazo hacia cualquiera en general, más la costumbre de unos pocos nos hacía inmunes, por así decirse.

Para esas horas ya casi ninguno de los trabajadores se encontraba, mis compañeros ya se habían ido, apenas Yuta y otros pocos ancianos se quedarían hasta que el último cargamento estuviera guardado.

No había nadie circulando en la acera, ya de por sí no era un pueblo activo, mucho menos a esas horas, más incluso yo notaba algo raro en el ambiente, conforme llegaba a la segunda entrada, solo un frío silencio fue el único resultado tras notar cómo la compuerta estaba un poco más cerrada que la última vez, la costumbre de hacer lo mismo desde adolescente me daban la razón.

Yo no te dejé así… —Susurré con extrañeza, más no pasó mucho cuando comencé a fruncir el ceño al pensar en lo peor.

No me precipitaría, había otro acceso por la primera entrada por lo que, tras adentrarme con lentitud y silencio, solamente podía mantenerme atento a cualquier cosa.

No era la primera vez que intentaban robarnos… en un pueblo donde en su mayoría son ancianos la débil seguridad era un punto a favor de aquellos que incluso recorrían distancias tan largas como desde la capital para tener la oportunidad de quitarles lo poco que ya de por sí tenían esas personas.

Una puerta al final de la primera entrada conectaba a la segunda, me mantenía agachado, intentando hacer el menor ruido posible; sin embargo, el sonido de botellas de vidrio sonando no tardaron en confirmar lo que temía.

Perder una caja de comida era lo de menos… debía ser precavido, no sabía cuántas personas eran, si solo era el típico adolescente inexperto y con aires de creer tener el mundo en la palma de su mano, no dudaría en detenerlo, Yuta ya me había enseñado lo suficiente como para tratar gente más peligrosa una vez que aceptó que trabajara con él.

Me detuve tan pronto llegué al borde de la puerta que daba a la segunda entrada, comencé a escuchar varios susurros de diferente tono, preocupándome así por la cantidad de personas. Asomé la mirada con cuidado; eran tres… la estatura y cuerpo de uno parecía más joven que yo mientras que los otros se veían mucho mayores, todos con sus rostros cubiertos, me mantenía estático y con recelo, obviamente no podía confiarme ante la clara desventaja.

Intentaba analizarlos un poco más con tal de reconocer sus rostros o algo por el estilo, sin embargo, no tardé en extrañarme conforme notaba lo que hurgaban en aquella caja. El sonido de las delicadas botellas de cristal volviendo a sonar no tardaron en llamar mi atención…

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Solo para así finalmente darme cuenta de que aquello no era comida… mi rostro se tensó y alarmó al máximo una vez que me percaté de qué eran las botellas que se dejaban a un lado. Eran medicamentos que solo se podían conseguir en la capital; el nombre, la cantidad, nadie más en Hotaru los adquiría, la farmacia del pueblo compraba en cantidades mayores y esa semana no habían pedido encargo.

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Esa caja era el pedido de Hina.

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Una mujer, ya a sus setenta y ocho años de una pequeña tienda en el pueblo, vendía medicamentos a un precio mucho más accesible, su proveedor no era el mismo que el de la farmacia local, el cual se enfocaba de producir remedios artesanales en base únicamente a hierbas, Hina compraba también algunos de los regulados, pero eran muy pocos y solo los que cuyos componentes eran de difícil preparación. Hina los complementaba con los que ella misma hacía con hierbas de un bosque aledaño al pueblo, pero la cantidad que ella producía apenas y era una pizca en comparación a lo que le demandaban; aquella era su mayor fuente de ingresos; de lo poco que podía sacarles ganancia más bien.

Había dejado de ser algo simple y reemplazable… sabía que Hina no tendría suficiente como para afrontar tal pérdida.

La rabia e impotencia me dominó. No debía… pero mentiría si dijese que pude controlar mi reacción a ese punto. Hina había sido la mujer que básicamente me cuidó y crio de niño, yo mejor que nadie sabía lo mucho que ella sufría con las cuentas que debía pagar y lo poco que ganaba.

—¡Oigan! —Grité… no supe de qué otra manera reaccionar, mi cuerpo se movió solo a ese punto, solo quería llamar su atención con tal de alarmarlos y mostrar la ira que era incapaz de suprimir.

Dejaron caer botellas hacia el suelo, su quebrar solo pudo colapsar lo poco de control que me quedaba, únicamente pude abalanzarme contra ellos. Su sorpresa fue obvia, no pudieron evitar que empujara y me llevara conmigo a uno de los mayores.

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El tiempo volvía al presente… aún sentado en mi cama, con la mirada puesta en el vacío; mi casa era pequeña, alejada del pueblo, en su interior apenas y eran tres habitaciones en total; tan pronto entrabas veías tanto la mesa donde comía como también la pequeña cama al fondo, una muy pequeña estufa a leña a la derecha, mientras que mi ropa la dejaba en un armario a un lado de la mesa, dejando espacio para dos puertas a la izquierda, las cuales daban a la cocina y a un pequeño baño respectivamente.

Mis lentos pasos fueron los primeros en escucharse, conforme iba al baño a limpiarme la cara, únicamente podía verme al espejo.

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Los puñetazos volvían a retumbar en mi cabeza, tan pronto había contenido al primero, alcancé a golpearlo una vez en la cara, antes de que uno de los demás me sostuviera por la espalda. No me detuve, incluso tras volver a levantarme, no dudé en patearlo aún en el suelo, más un nuevo golpe del más joven en mi ojo derecho fue lo siguiente.

De vuelta al baño de mi hogar, veía mi rostro y el moretón que había quedado de aquel golpe… intentando lavarme con agua helada con tal de atenuar el dolor que de vez en cuando regresaba, a la par que al ver mi cabello negro desteñido por la suciedad que aún quedaba en algunas partes de este solo hacían que las memorias siguieran.

No se detendría, veía su cuerpo, su postura, e incluso con su mera mirada asustadiza al descubierto entre aquella capucha no daba una impresión mayor que la de un mero joven de quince, conforme sacaba una pequeña cuchilla, solo alcancé a alarmarme antes de que, apoyándome en el propio sujetar del tercero, levantara mis piernas con tal de patear el estómago del chico.

Su cuerpo chocando abruptamente con la pared aledaña fue un alivio, no me contendría, pero no era suficiente contra tres, y más cuando, tras dar esa última patada, el tirar y ahorque del que me apresaba se tornaba cada vez peor.

El primero al que había atacado no tardaría en recomponerse. Ya no existía manera, el que me sujetaba era mucho más fuerte que yo, mientras que la asfixia no tardaría en aparecer. Había sido estúpido, nunca podría haberles hecho frente por mi cuenta, más ¿Qué podía hacer?, quedarme esperando a que alguien hiciera algo, esperando que todo terminara mejor a futuro. Hina había sido la mujer que me cuidó cuando mis padres fallecieron en ese incendio; la más cercana a mi familia junto con Yuta; ella me protegió y pagó miles de deudas con tal de darme qué comer y educarme, la vi sufrir todos los días, ocultándome sus problemas económicos, tan pronto su nieto nació no dudé en buscar un trabajo e independizarme, no podía soportar verla sufrir más… aquella explosión no había sido más que el desahogo de la impotencia que había llevado acumulada por tantos años.

Y la respuesta a dicha impotencia fue corta… el otro hombre ahora de pie nuevamente no dudó en abalanzarse hacia mí y golpearme sin contención hacia mi estómago, y como si la misma asfixia no fuera suficiente como para dificultarme siquiera escupir la saliva ante tal ataque, pronto volvería a tener permitido respirar una vez que diera el segundo golpe en mi cara, siendo tal que incluso fue capaz de sacarme de los brazos del otro, haciendo que mi cara ahora rebotara contra el muro, antes de caer de manera irremediable al suelo.

Perdía la consciencia, solo tengo recuerdos muy difusos de ese momento.

—Tampoco nos iba a servir esta mierda barata —Esas palabras las recuerdo tan bien… una ofensa envuelta en un ataque ahora emocional, menospreciando aquello que a Hina con tanto esfuerzo le costaba conseguir…

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Los ladrones no dudaron en lanzar todo el contenido de la caja hacia mí, rompiendo gran parte de los remedios con ello.

Sus patadas fueron lo siguiente, mi vista finalmente se volvió borrosa hasta desvanecerse tras las primeras…

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Lo siguiente que recuerdo fue despertar en mi cama, vendado; Yuta dijo que alcanzó a llegar junto con los otros ancianos que quedaban cuando aún seguían golpeándome, su número terminó por ahuyentarlos.

Mi mirada estaba puesta en el vacío tan pronto había despertado, mientras Yuta me explicaba lo que había pasado, solo pude ver como en el velador a un lado de mi cama había un pequeño frasco… reconocía su nombre, era un remedio untable que hacía Hina.

—Ya es tarde, ya te lo coloqué cuando estabas dormido, ella sabía que te ibas a negar si no lo hacía—Yuta dijo lo obvio tras deducir mi reacción tan pronto vi aquel remedio, más mi mirada no se inmutó tras esas palabras.

Aún en su peor situación, con sus deudas, con el cuidado de su propio nieto, y más encima tras haber perdido aquel valioso cargamento… Hina no dudó en darme de los remedios que aún le quedaban.

No dije una sola palabra… solamente giré mi rostro hacia el otro lado, sin querer que Yuta me mirara a la cara, este solo pudo lanzar un tenue suspiro, antes de apoyar su mano con gentileza y cuidado en mi hombro.

—Tómate unos días de descanso… —Empezó a decir Yuta —Si te atreves a asomarte mañana por la central te echaré a patadas —Dijo al final con un tono levemente encabronado; no mentía y tampoco es que no supusiera de por sí mi obstinada actitud, no le respondí, más pasaron pocos segundos de silencio antes de que volviera a hablar.

Cuídate hijo…—Fueron sus últimas palabras dichas en un susurro, antes de darme un par de palmadas tenues y retirarse de mi hogar, dejándolo así finalmente en el mismo silencio que continuó hasta que volví a despertar.

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No me iba a quedar en cama todo el día… Yuta me conocía lo suficientemente bien como para saber que volvería a levantarme, pero tampoco odiaba mi vida como para sufrir las consecuencias de ir a trabajar… más aún quedaba algo que necesitaba hacer.

Caminar no fue difícil una vez que mi cuerpo se acostumbró, colocarme la ropa había sido un martirio, pero no pasó mucho antes de que comenzara a buscar algo para desayunar. En el pequeño refrigerador de la cocina no encontrarías la comida más variada del mundo… usualmente podía comer todo lo que podía pagar, la avena, frutas, verduras y la leche era lo más barato, la carne era algo que solo podía permitirme algunas veces a la semana, y lujos como la mantequilla, la sal o el azúcar era algo difícil de encontrar, al menos en Hotaru.

Tras terminar, únicamente lancé un último suspiro con tal de tener así un poco más de ánimos para afrontar el dolor de volver a levantarme, di un par de pasos hacia la salida, notando como a un lado de la puerta, en un colgador donde dejaba mi bolso, de igual manera resaltaba una vieja chaqueta de cuero de color café oscuro. Posé mi mano sobre ella por un par de segundos, antes de finalmente fruncir el ceño y colocármela con rapidez, ignorando mis heridas. Salí de mi hogar con el mismo silencio con el que empecé el día, cerrando la puerta con un tenue toque de molestia.

Mi casa estaba bastante alejada del pueblo… por lo menos unas dos cuadras antes de que los caminos y el resto de las casas comenzaran a emerger. Los terrenos no eran demasiado caros en un pueblo donde nadie tiene interés en vivir, y eran aún más baratos cuanto más alejados estuvieran del centro. Tan pronto comencé a trabajar en el centro de repartos con Yuta, a los dieciocho pude ahorrar lo suficiente para comprarlo, el resto fue obra mía y del propio anciano junto con amigos suyos. A poca distancia del bosque que rodeaba a la propia Hotaru, los árboles eran accesibles y junto con su experiencia, construir mi pequeño hogar fue posible.

No me arrepentía del todo… ya de por sí era un pueblo tranquilo, pero a esa distancia el sonido del viento en las hojas de los arboles lejanos era audible y agradable.

Tan pronto salgo de mi casa, un aleteo llama mi atención, el sonido fue fuerte, más el escuchar del mismo alejándose me tranquiliza. Tan pronto alcé mis ojos hacia el cielo, la figura de una extraña ave huyendo hacia el bosque me da una especie de "identidad" de lo que había causado aquel ruido.

Fue una sorpresa leve… era raro ver pokémon fuera del bosque durante el día. No logré identificarlo, tampoco es que pudiera crecer viéndolos y estudiándolos, su odio hacia nosotros justificaba su lejanía y prácticamente no sabía nada de ellos.

Solo me pude quedar un poco absorto en el paisaje del bosque, el sonido del propio caos que existía a través de sus árboles y arbustos, sabiendo que dentro de este otro mundo se encontraba, era un poco hipnotizante. Pasaron pocos segundos antes de que simplemente desviara la mirada y volviera a caminar hacia Hotaru.

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Poca gente circulaba en las calles… la mayoría se quedaban en sus hogares o en las pequeñas tiendas que había exclusivamente en el centro.

La gente me conocía lo suficiente, no escondería mis heridas, más solo por estar lo suficientemente perdido en mis pensamientos como para avergonzarme; las miradas que iban y venían una vez que llegué al centro me eran indiferentes, mucho más cuando finalmente llegaba a mi destino.

Era una pequeña tienda de verde color, ubicada en medio de otras sin nombre, mientras que los pequeños adornos de flores la caracterizaban, su cuidado era notable incluso con el propio peso de los años que traía consigo en su pintura y en la propia entrada.

A esas horas recién el comercio empezaba, no había nadie en la pequeña farmacia de Hina. Una vez dentro, solo podías ver una repisa en el centro de la sala con algunos remedios, mientras que en los costados otra más resaltaba, junto con el espacio pertinente ante la falta de suministros que solo podían socavar aún más profundo en mi sentimiento de culpa.

En el mostrador una anciana con su cabello encanecido se encontraba, vestida con prendas de lana que le llegaban hasta las rodillas, el olor clásico de flores y nueces que siempre comía y llevaba en el bolsillo, detalles que aún hoy siguen estando en mi memoria.

La mirada impactada y asustada de la mujer al verme de pie y herido fue lo de menos. Hina no dudó en acercarse a mí, más esta solo pudo quedar congelada tan pronto yo, ignorando nuevamente el dolor, me arrodillaba.

—De verdad lamento todo lo que pasó —Mi voz intentaba mantenerse firme, quebrándose de manera muy leve en breves instantes, conforme alzaba mi mano, dejando ver en ella tan pronto abrí el puño, algunos billetes arrugados y un par de monedas —Sé que no es mucho pero por favor quédatelo por el remedio que me diste —Mi voz seguía rígida, mi rostro, aún oculto, permanecía congelado y tenso, no sentía digno doblegarme ante todo lo que había ocasionado mi impulso, no lo había hecho con Yuta, menos con Hina.

Más solo el tirar de la misma hacia arriba, fue lo suficientemente rápido como para ser incapaz de reaccionar a las heridas… antes de que Hina me abrazara junto con una brusca respiración ante el llanto que la propia mujer comenzaba a demostrar.

No lo negaré, Hina a su edad era alguien increíblemente fuerte, su abrazo dolía como un infierno, más este no era el que me afectaba. Con Yuta era diferente, yo sabía que él me quería, pero solo Hina era capaz de golpearme de esa manera, su aroma, su esencia, su tenue hipeo en su llanto me quebraba por dentro de una forma completamente distinta.

El dinero que había ahorrado finalmente caía… a Hina ni siquiera le había importado, a la par que las lágrimas finalmente empezaban a brotar de mis cansados ojos, antes de que mis antiguas frías facciones se doblegaran ante todos los sentimientos que creía ser capaz de soportar.

Eres… un tarado —fueron las únicas palabras dichas con pena por parte de Hina, antes de que yo solo pudiera resguardar mi rostro en su hombro, antes de dejar salir toda la pena que en mi interior se encontraba.