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Pero mientras… muchas gracias a todos los que os molestasteis en leer el prólogo.
Un besito y cuidaos. Espero que os guste! Nos vemos al final del fic!
CAPITULO 1: DESPEDIDAS…
Contemplaba por última vez aquel rincón de Ahsvaldry. Recostado en la baranda del templete, casi al borde del precipicio, el muchacho observaba con sus ojos todo lo que le rodeaba, grabando en su mente y su memoria el color del cielo, el tacto de la hierba, el silbar del viento y el mecer de las ramas de los altos árboles y sus copas.
Le gustaba aquel lugar; lo había encontrado durante una de sus excursiones en los primeros días de su entrenamiento en aquel mundo. A sus espaldas, el espeso Bosque Azul cubría grandes hectáreas, separando aquel rincón de la ciudad de Ahsvaldry, ciudad de los dioses. Desde allí, podía ver el cielo infinito extendiéndose ante sus ojos y el viento golpeándole en la cara de forma suave, casi como una caricia amistosa en señal de apoyo. Libre. Así era como se sentía en aquel rincón de Ahsvaldry; completamente libre… era el único sitio que parecía poder suplir la necesidad que él tenía de volar.
Nadie que lo viese en aquel lugar con la mirada perdida en el cielo y dejando sus pensamientos libres hubiese dicho que era la misma persona que había llegado a Ahsvaldry hacía dos años y medio. Su mente había cambiado; había llegado allí vencido y derrotado, dispuesto a dejar de ser la persona que siempre había sido y lo había conseguido casi sin darse cuenta; había cambiado la inocencia y la credulidad por la desconfianza y la discreción; la muerte de Sirius le había enseñado de la peor de las maneras que estaba solo en el mundo y que no podía confiar en nadie… una lección que le había costado mucho asimilar pero que ya había aprendido. Había madurado, quizá demasiado pero después de todo, él nunca había sido como un chico de su edad; su carácter alegre y extrovertido se había vuelto introvertido y algo frío y distante.
No sólo su mente había cambiado, también su cuerpo había sufrido los cambios físicos propios de todo adolescente; su cuerpo había crecido y con el entrenamiento al que había sido sometido, tanto físico como mágico y mental, se había desarrollado de forma completa; los músculos de su cuerpo eran ágiles y su complexión delgada y fibrosa le hacían parecer más adulto de lo que en realidad era. El cabello lo llevaba más largo que cuando llegó a Ahsvaldry, y parte del flequillo ocultaba de vez en cuando sus ojos verdes, los cuales habían sido desprovistos de las gafas, dado que ya no las necesitaba gracias a la magia elemental que se había desarrollado en su cuerpo.
Su mirada mostraba la frialdad y la decisión y determinación que pocas veces una persona adulta llegaba a alcanzar nunca… él, por desgracia o por fortuna, había tenido que alcanzarla hacía mucho tiempo.
Sólo una pequeña cicatriz en forma de rayo seguía allí, en su frente, oculta por el cabello rebelde y negro, una señal de quién era, una señal de lo que siempre sería. Sólo esa pequeña característica indicaba que aquel joven muchacho era Harry Potter.
Cómo había llegado hasta allí era algo que siempre estaría en su memoria… había sido él de nuevo quien había acudido a su vida dándole una salida para que pudiera vivir, aunque fuera por poco tiempo, feliz. Recordaba exactamente qué había ocurrido la noche de su décimo sexto cumpleaños, cuando cansado del mundo, sumido en su desesperación y pensando en la traición y la red de mentiras que Dumbledore había trazado a su alrededor, cuando la luz de una esperanza, una pequeñita esperanza, había aparecido con aquella carta, aquella noche, en cuanto el reloj había marcado las doce.
(flashback)
Dejó la ventana abierta. No quería que tío Vernon le gritase porque las lechuzas que le iban a entregar el correo y sus regalos esa noche picoteasen el cristal. No le importaba. Ni las cartas… ni los regalos… absolutamente nada merecía la pena. Todos le habían estado engañando durante años. Dumbledore conocía la profecía desde antes que naciera y no había hecho nada para evitar que aquello ocurriera; le había dejado en una casa donde no le habían dado ni amor, ni cariño ni una infancia… luego le había vuelto a engañar acogiéndolo a los once años en Hogwarts, ganándose la confianza que un niño de once años sin padres y sin amor estaba deseando entregar a alguien…
Confianza… No volvería a caer en la misma trampa, no volvería a confiar en Albus Dumbledore ni en nadie en quien una vez hubiese podido confiar.
Incluso sus amigos habían sacado su peor lado el año pasado, Hermione acusándolo de tener una predisposición especial para hacerse el héroe… Tenía gracia. Él que siempre quería pasar desapercibido y que odiaba que las miradas se posaran en él era acusado por Hermione Granger, la chica capaz de memorizar todos los libros para conseguir que los profesores la tuvieran en cuenta, de tener una predisposición especial para hacerse el héroe…
Y Ron… El único amigo que había tenido en su vida, el primera amigo, la primera persona a quien había podido contar como un hermano… había dejado sacar sus celos y su envidia y lo había apartado de su lado, momentáneamente, sí, pero lo había hecho…
¿Cómo podía confiar en ellos? ¿Cómo había sido tan inocente de creer que alguien quería ayudar a Harry? Todos querían ayudar, conocer, salvar y preocuparse por Harry Potter… pero nadie quería conocer a… simplemente Harry. Y la única persona que se había molestado en hacerlo estaba ahora muerta… Muerto por su imprudencia, muerto por su culpa, igual que Cedric… igual que sus padres… igual que todas las personas víctimas de Voldemort… Sólo la muerte y la desesperación le rodeaba… nada más que eso…
El reloj dio las doce de la noche y como si hubiese sido una señal que hubiesen estado esperando, cinco lechuzas entraron en su cuarto revoloteando alegres. Pero Harry ignoró a la pequeña Pig que parecía llevar un regalo demasiado pesado para ella, y también ignoró al pobre y viejo Errol, y desestimó las dos lechuzas grises que contenían, con toda seguridad, las cartas y los regalos de Hermione y Remus Lupin, quizá la única persona en la que aún podía confiar. Sus ojos verdes se posaron sobre la flamante lechuza negra que se había posado en la cabecera de la cama y parecía mirarlo a través de aquellos ojos azules como si quisiera escrutar su alma.
Quizá fue por el suave pelaje de sus plumas, o quizá por aquella mirada intensa que le estaba dedicando… no lo sabía, pero antes de darse cuenta, sus manos estaban tomando el sobre medianamente grande que la lechuza negra portaba en su pico. Antes siquiera de poder preguntarse de quién podía ser esa lechuza tan hermosa, el ave batió sus alas y salió de la habitación tan silenciosamente como había entrado.
El sobre tembló en sus manos al ver el sello que lo lacraba. Como si ardiera al contacto con su piel, lo soltó y el sobre fue a caer sobre la cama. Harry se quitó las gafas, incrédulo de haber visto lo que había visto; las limpió repetidamente y se las volvió a poner respirando hondo, creyendo que todo había sido una mala jugada de sus propios pensamientos.
Pero con las manos aún temblando, recogió de nuevo el sobre, ignorando a las demás lechuzas que después de estar ululando de forma insistente ganándose una mirada de advertencia por parte del joven Potter, decidieron callar y esperar a que el chico terminase de leer aquella carta antes de ofrecer las suyas y los regalos que llevaban, aunque eso sí, ninguna de ellas dejó de mirar a las demás con aire de suficiencia únicamente para ser la próxima elegida.
Pero Harry no estaba para prestar atención a lo que ocurría a su alrededor. Sus ojos estaban clavados en el sello lacrado de los Black que, orgulloso, estaba marcado en el centro del sobre. Giró y miró el reverso donde estaba su nombre y su dirección escrita. Antes de pensar nada más, se apresuró a romper el sello y abrir el sobre, sacando de él una carta doblada cuidadosamente y escrita en pergamino y tinta y algunos folios muggles que parecían ser oficiales, por el emblema del Ministerio muggle y Mágico en la parte superior izquierda de todas y cada una de las hojas. Harry frunció el ceño cuando leyó el encabezado de los documentos en los que ponía :
"Solicitud Póstuma de Emancipación e Independización de un Menor"
-¿Qué significa…-Abrió el pergamino doblado cuidadosamente y sus ojos volvieron a abrirse al descubrir la caligrafía de Sirius Black plasmada con tinta negra sobre el pergamino. –No puede ser… esto es irreal…
Pero no lo era y allí estaba; cada palabra, cada letra, cara oración… era la caligrafía pulcra de su padrino, al que había perdido hacía poco más de un mes. Cómo había llegado esa carta a sus manos lo ignoraba, pero algo en su interior le decía que debía leerla, que no era ninguna trampa, que era su letra de verdad, que era Sirius Black quien la había escrito.
Respiró profundamente y se acomodó en la cama con una pierna doblada bajo la otra, se recostó contra la cabecera colocando bien las almohadas y dejando a un lado los documentos oficiales que se prometió leerlos en cuanto terminase la carta, tomó aire de nuevo antes de enfrentarse a aquella carta que parecía haber sido enviada desde el otro lado del velo.
"Querido Harry:
Hola. Ya, no es un buen modo de empezar una carta, pero ¿acaso hay algún buen modo de empezar una carta póstuma? Espero que el testamento que realicé en cuanto salí de Azkaban haya resultado y esta carta llegue el día de tu cumpleaños, aunque no sé si serán tus catorce, quince o dieciséis años… quizá incluso sean diecisiete o quizá sean más… supongo que nunca lo sabré, ¿cierto?
Antes que nada, sí, Harry; estoy muerto. Si has recibido esta carta es porque mi cuerpo ha fallecido y no volveré más a verte… cosa que lamento en lo más profundo de mi corazón. Le prometí a Lily y James que cuidaría de ti… y no he podido hacerlo… has pasado una infancia terrible por culpa de los errores que otros cometieron y ahora que habías empezado una adolescencia normal, debo de despedirme de ti de esta forma, ni siquiera puedo mirarte o abrazarte… tengo que despedirme a través de estas líneas de papel.
Harry, te pareces más a tus padres de lo que piensas; tienes ese don para meterte en problemas aún sin buscarlos, la inocencia de Lily, la rebeldía de James y el corazón puro y noble que ambos compartían, por lo que me es difícil saber de quien de los dos has heredado eso… Pero sobretodo, tienes el valor de un gryffindor, la determinación de un Potter y la cabezonería de un Evans… Y me gustaría poder decir que también posees la fuerza suficiente para enfrentarte a cualquier cosa, como mi muerte.
Sé que tu vida nunca ha sido fácil; perdiste a tus padres aún sin haberlos conocido, pasaste tu infancia con tus tíos quienes te han despreciado siempre por ser quien eres y quienes eran tus padres y te han arrebatado la felicidad que podrías haber tenido en tu adolescencia… Por eso, por eso espero que mi regalo sea el apropiado para ti, Harry, te regalo tu libertad. Te regalo tu propia vida.
He adjuntado unos documentos oficiales, espero que en cuanto termines esta carta, los leas detenidamente. Todos y cada uno de los papeles han estado firmados por mí, sin olvidar uno, sin dejar nada al azar.
En el mundo mágico, hay ciertos compromisos y clausulas que tú desconoces, porque no son muy frecuentes. En especial, en lo que se trata de adopción y acogida de un menor. Según las leyes mágicas del Ministerio, un menor está protegido por sus padres y por su padrino en el caso de que algo les ocurra a los primeros; y en el caso de que algo le ocurra al padrino, como es tu caso, los parientes más cercanos del menor deberán ocuparse de él, en tu caso, los Dursley, por ser tu tía Petunia la única pariente viva que te queda relacionada con tus padres.
Pero esta ley tiene una cláusula que es a la que me he acogido para poder darte tu regalo que espero que sea de tu agrado.
Según la cláusula, un menor que pierde a sus padres y a su tutor, puede recurrir a la emancipación adulta aún siendo menor de edad, únicamente necesita cumplir varios requisitos que te explico a continuación.
En primer lugar, el menor, es decir, tú, debe de demostrar que puede valerse por sí mismo, y qué mejor demostración que ser el niño que sobrevivió a Voldemort.
En segundo lugar, el menor, debe de demostrar poseer la suficiente solvencia económica para mantenerse hasta que alcance la mayoría de edad y pueda ponerse a trabajar; tema resuelto dado que cuentas con tu cámara en Gringgots, las dos cámaras de tus padres, y las cuatro cámaras de la fortuna Black, además de las mansiones Black, Grimmauld Place y el terreno donde una vez estuvo la casa de tus padres, por cierto, podrías construir tu propia casa allí, el Valle de Godric es el más seguro.
Y en tercer lugar, el menor, necesita la firma del padrino y de sus tutores legales en el mundo no mágico o mágico, que marca la conformidad de su emancipación. Mi firma ya la tienes, sólo necesitas que tus tíos firmen los documentos, eres un chico listo, igual que una vez lo fue tu padre, así que estoy seguro de que lo conseguirás.
Un par de cosas más. La primera, debes recordar que es la sangre de tu madre lo que te mantiene a salvo de Voldemort hasta que cumplas la mayoría, por tanto, te recomiendo que elabores una poción con una gota de la sangre de tu tía para que la protección que una vez instauró Dumbledore, haga efecto cuando te vayas de casa.
Otra cosa muy importante: recuerdo haber visto en el cuello de tu tía Petunia un colgante, un colgante que no se quita nunca, es tuyo; es tu herencia, ese colgante pertenecía a tu madre Harry, así que no te vayas de casa sin llevártelo contigo. No puedo decirte nada al respecto porque no hay nada que sepa… sólo que en cuanto el colgante esté en tu poder, alguien irá a recogerte… Confía en ellos porque tu madre lo hizo en su momento y posiblemente por ello, pudo salvarte la vida.
Y ocurra lo que ocurra Harry, recuerda que siempre tendrás a Remus a tu lado y de tu parte… Quizá pienses que todo el mundo está en tu contra y tengas la necesidad de alejarte de todos… no te culparé en ningún momento si lo haces… pero nunca le des la espalda a Remus… Los Merodeadores teníamos un código de honor entre nosotros y nuestras familias; cuidar siempre los unos de los otros. Por desgracia, tus padres ya no están y Peter se ganó a conciencia nuestro desprecio… ahora yo tampoco estoy… Remus necesitará a alguien a quien querer y a quien cuidar y tú necesitas alguien en quien confiar. Sinceramente, no se me ocurre otra persona más conveniente para que confíes en él que Moony…
Bueno, creo que eso es todo, mi pequeño ahijado.
Este es el final de la carta, las últimas palabras que te escribo. Así que este es mi regalo, Harry, tu libertad, y la posibilidad de vivir una vida como la que deberías haber vivido, como la que James y Lily hubieran deseado que vivieras.
Te quiero Harry, allí donde esté, mi alma estará con la de tus padres, los tres te vigilaremos y nos sentiremos orgullosos de ti siempre; no olvides que nunca estarás solo si piensas en nosotros.
Tu padrino y amigo,
Sirius Orion Black; íntimo amigo de James y Lily Potter; guardián de tu alma."
Harry parpadeó varias veces para asegurarse de que la carta era real, de que las palabras eran reales y de que la información que creía haber leído la había leído de verdad.
Todo estaba correcto. De alguna forma, Sirius había dejado en su testamento dicho que con su muerte esa carta debería llegar a sus manos el día de su cumpleaños… Harry entristeció ante el pensamiento; seguramente Sirius había pensado en que iba a morir y había escrito aquello para él. Sabía lo difícil que le habría resultado a Sirius escribir aquello, quizá igual de difícil que le resultaba a él leerlo.
Tomó los papeles oficiales y los revisó; efectivamente la firma de Sirius acompañada por el sello de los Black estaba al final de cada una de las hojas y cuando Harry estudió los papeles de forma minuciosa pudo notar que donde debían estar los datos del menor que hacía la solicitud para emanciparse, Sirius ya había puesto su nombre completo: Harold James Potter.
Se había sorprendido. Todo el mundo lo había llamado siempre Harry; bueno, bien, sabía que James era su segundo nombre y se sentía orgulloso de llevar el nombre de su padre como propio, pero no estaba acostumbrado a Harold; es decir, era evidente que Harry era el diminutivo de algún nombre, pero por algún motivo, nunca pensó en Harold, aunque tenía sentido; según lo que había sabido, Harold había sido el nombre de su abuelo paterno. Ese echo lo llenó de orgullo aún más si podía ser posible; llevaba el nombre de su abuelo y de su padre… Quizá no estaba tan solo como pensaba.
Las lechuzas ulularon y Harry tomó las cartas y paquetes de todas con un gesto de impaciencia que las aves notaron antes de colocar una carta de agradecimiento en la que ponía cosas triviales como que estaba bien y que se verían pronto… Aún seguía sin querer confiar en ellos… no podía hacerlo.
En cuanto las cartas salieron con las lechuzas, cerró la ventana, acarició a Hedwig que parecía molesta por no haber sido requerida para nada y tomando los papeles bajó a la cocina donde sabía que sus tíos seguirían despiertos, tío Vernon tomando el aperitivo de media noche y tía Petunia, seguramente, cocinando algún pastel para darle una sorpresa la mañana siguiente a Duddley.
No se equivocó. Allí estaban.
Puso los papeles sobre la mesa, dejó un bolígrafo al lado y miró a su tío directamente a los ojos antes de que tía Petunia lo mirase con desconfianza. Harry pudo ver un hermoso colgante en el cuello de la mujer, recordaba haberlo visto allí siempre pero nunca había preguntado, ahora que sabía que era de su madre, sintió como la sangre le hirvió por dentro al haberle ocultado incluso eso.
-¿Quieres librarte de mí? Firma esos documentos –dijo tajante.
Tío Vernon lo miró escéptico.
(fin flashback)
Sí, definitivamente había sido todo un poema ver la cara de tío Vernon y tía Petunia. Y tal y como le había dicho Sirius en su carta, en cuanto el último documento estuvo firmado, él se había sentido libre… por primera vez, había sentido que su vida era suya y que sólo le pertenecía a él; no a sus tíos, no a Voldemort, no a la profecía, no a Hogwarts y por supuesto, no a Dumbledore y su preciada Órden.
-Así que es aquí donde te escondes…
Sonrió sin darse la vuelta. No era necesario hacerlo para saber quien había dicho aquello. Había estado escuchando aquella voz durante dos años y medio prácticamente casi cada hora del día; no necesitaba girarse para saber quien era.
-No me escondo –le contestó aún sonriendo-. Sólo intento recordar un sitio agradable para saber que tengo que regresar a verlo… -añadió. Erebor se dejó caer a su lado sobre la baranda, cruzando los brazos sobre la misma y girando su cabeza a la derecha para mirar al chico que tenía allí-. ¿Cómo sabías dónde estaba?
-Soy tu guardián –le contestó él casi ofendido por una pregunta semejante-. Se supone que debo saber en todo momento dónde y cómo estás, ¿recuerdas?-Harry sonrió-. ¿Estás seguro de esto, Ainur? No quiero que vuelvan a hacerte daño… no quiero que cuando volvamos a vernos vuelvas a ser el mismo muchacho que cuando llegó a Ahsvaldry.
-No podría volver a ser el mismo Erebor –le contestó Harry-. Todo el tiempo que he estado aquí me ha hecho abrir los ojos y ver las cosas desde una perspectiva diferente.
-Pero ellos…
-Ellos creyeron que era lo mejor para mí –espetó Harry-. Se equivocaron y pagarán por haberlo hecho; Harry murió con Sirius aquella noche en el Ministerio y ahora deberán conocer a Harry Potter –le dijo el muchacho mirando a quien había sido su mentor y maestro, además de guardián y un verdadero amigo.
-¿Podrás hacerlo? –preguntó Erebor con una falsa sonrisa-. ¿Podrás darle la espalda a los que una vez les abriste tus brazos y tu corazón?
Erebor tenía razón. Harry lo sabía. Erebor lo sabía. Sería muy difícil mirar a los ojos de aquellos en los que una vez hubo puesto toda su confianza y que le habían pagado con mentiras, manipulaciones y traiciones. Pero la vida de Harry nunca había sido fácil y nadie había dicho que tuviera que serlo a partir de aquel momento. Se limitó a encogerse de hombros ante la pregunta del dios que tenía delante.
-Siempre que cuente con una sola persona a mi lado, podré hacerlo –le dijo-. Tal y como tú me dijiste, puedo mostrarme frío, fuerte y capaz siempre que haya alguien que me preste un abrazo cuando lo necesite o un consejo cuando lo pida.
-¿Y estás seguro de encontrar a ese alguien allí? –Harry sonrió.
-Lo encontré hace mucho Erebor; creo que es la única persona en la que puedo confiar plenamente y estoy seguro que no me decepcionará.
Erebor se limitó a asentir en silencio. No había nada que decir, puesto que las palabras se agolpaban en sus gargantas incapaces de expresar lo que en esos momentos ambos sentían. Erebor había encontrado en su protegido alguien a quien aconsejar, enseñar y guiar en el camino; Harry había encontrado un amigo fiel en quien sabía que siempre iba a confiar y no únicamente porque el juramento que Erebor había hecho lo unía a él de se modo, sino porque era la primera persona que le había dado a elegir en lugar de dirigir su vida a su antojo como habían hecho todos los demás hasta el momento.
-Te echaré de menos –dijo el guardián de repente.
-Yo también a vosotros –contestó Harry con sinceridad.
Un suave canto acompañado de la melodía de un arpa se dejó escuchar a través del bosque confundiéndose con el viento y perdiéndose en el abismo. Harry y Erebor se miraron unos segundos antes de sonreír levemente.
-Giliath… -dijeron al mismo tiempo. Erebor retomó la palabra-. ¿Te has despedido ya de ella?
Negó suavemente.
-Aún no; no sé cómo despedirme de ella…
Erebor asintió en silencio. Comprendía bien lo que el chico quería decir. Giliath era su guardiana y protectora, pero la relación que la unía a Harry iba más allá que todas las reglas impuestas entre guardianes y protegidos; del mismo modo que él había encontrado en Harry alguien a quien enseñar, Giliath había encontrado alguien en quien volcar su instinto maternal; protegía a Harry con uñas y dientes, como si de una loba se tratase al defender a sus lobeznos. Harry había encontrado en ella el amor de una hermana, el cariño y la comprensión de una madre, y la ternura de una amiga.
-No quiero despedirme de ella –confesó el chico-. Es lo más cercano a una madre que he tenido en mi vida… -sonrió con cierto pesar-… no quiero perderla…
Erebor no dijo nada. Se quedaron en silencio escuchando la melodía de Giliath cantada en la antigua lengua de los dioses, conocida únicamente por unos cuantos privilegiados. Pero Harry tenía que admitir que, incluso si él desconociese la lengua, la simple melodía armoniosa y la dulce voz del canto de Giliath hubiese sido suficiente para comprender que se trataba de una canción de despedida.
-Supongo que es mejor que empiece a marcharme… -suspiró.
-¿Cuándo te vas? –preguntó Erebor.
-En tres horas –anunció Harry -. Iré a ver primero a Giliath. Además, debo hablar con Stell antes de irme, y supongo que Derin también querrá verme –añadió con un brillo malvado en los ojos.
Erebor sonrió al ver la mirada de Ainur. Después de todo, desde que Derin había sido nombrado capitán del escuadrón de los Lobos Grises, hacía más de trescientos años, nadie había sido capaz de derrotarle en un duelo completo, eso incluía combate cuerpo a cuerpo, combate mágico, y combate elemental; y entonces había llegado Harry y después de siete meses de entrenamiento había sido el primero en vencer a Derin, ganándose así el derecho a pertenecer a los Lobos Grises y formar parte del ejército shygard que protegía Ahsvaldry desde tiempos inmemorables. Derin aún no se lo había perdonado y Ainur aprovechaba eso para bromear con el capitán; sus peleas verbales eran épicas, pero si alguien los veía atentamente, podían darse cuenta de que en cierto modo, era su forma de estar unidos; después de todo, no por nada Derin y Ainur habían realizado el Pacto de Sangre, convirtiéndose así en hermanos de batalla.
-¿Vas a torturarlo hasta el último minuto de tu partida? –preguntó burlón Erebor.
-¿Hay algo de malo en eso? –preguntó Harry divertido. Erebor hizo una mueca y por un segundo el muchacho pensó que Erebor se lo iba a prohibir.
-Sólo que a mí también me gustaría verlo pero no puedo… tengo que atender unos asuntos con Giliath –comentó Erebor con pesadumbre. Harry no pudo evitar reír abiertamente ante el comportamiento de su guardián y protector-. Será mejor que te vayas, estoy seguro de que Stell querrá comentarte algunas cosas antes de irte.
Harry asintió en silencio pero no se movió. Sus ojos permanecieron fijos en los ojos de Erebor como si quisiera decirle algo pero no se atreviese a hacerlo. ¿Cómo hacerlo? No le habían enseñado nunca a amar ni a ser amado, así que no tenía ni idea de cómo despedirse de alguien que significaba prácticamente un hermano para él. Erebor intuyó la indecisión de Harry porque antes de que el mortal dijera nada, se adelantó a él y juntando las manos a la altura de su pecho, inclinó la cabeza levemente en un mudo reconocimiento de respeto hacia él.
-Que tu destino sea propicio, Ainur –le dijo formalmente-. Como guardián y protector de tu linaje, estaré contigo cuando me necesites.
-Que nos volvamos a encontrar en nuestros caminos, Erebor –añadió Harry repitiendo el mismo gesto.
Una sonrisa. Una sonrisa para despedirse de aquel hombre que le había enseñado tantas cosas; una sonrisa para despedirse de aquel hermano que nunca había tenido; una sonrisa para que él le recordara. Simplemente una sonrisa.
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Albus Dumbledore se dejó caer en su silla pesadamente. Parecía haber envejecido en los últimos quince días más de lo que lo había hecho en los últimos veinte años y Minerva McGonagall que había estado siempre a su lado, se había dado cuenta de esto, igual que también se había dado cuenta de la extraña mirada profunda y culpable que el hombre poseía desde que Harry Potter había desaparecido. Una nota. Una nota y el aviso de revisar unos papeles que le habían llegado ese mismo día por el Ministerio y que aún no había tenido el valor de abrir el sobre.
Recordaba el modo en que aquella noche Fawkes se había presentado en su domicilio particular, portando una nota de su amigo, colega y director; un mensaje que no había sido para nada tranquilizador y que había movilizado a toda la Orden del Fénix, así como al bando de la Oscuridad bajo el mando de Voldemort, quien en una ocasión había sido su alumno Tom Riddle: "Reunión Urgente: Harry Potter ha desaparecido"
-¿Deseas otra taza de té, Albus? –preguntó solícita.
-No, Minerva… pero gracias –suspiró profundamente-. ¿Se sabe algo?
-Tonks y Moody siguen buscando por los alrededores de Privet Drive; Arabella no deja de vigilar la casa de los Dursley ni un solo segundo y Remus ha marchado a casa de la señorita Granger para saber si ella sabe algo más o tiene noticias de él. Molly y Arthur se pondrán en contacto conmigo si a Harry le da por aparecer por La Madriguera –contestó-. Severus estará a punto de llegar –consultó su impecable reloj-. ¿Crees que estará bien?
-No lo sé, Minerva… -sonrió con nostalgia-… su padre también me hacía preocuparme mucho… nunca sabía donde estaba ese muchacho…
-Pero Harry no es como James, Albus. El chico no tiene a nadie a quien recurrir ni donde ir.
-Eso es precisamente lo que me preocupa –contestó Albus.
Fawkes emitió un leve gorjeo desde su percha. Minerva no dijo nada. Albus entendió perfectamente a su fénix y le extrañó que no estuviera preocupado por el paradero desconocido de Harry Potter, después de todo, Fawkes parecía que era de Harry más veces de las que parecía que lo era de Albus.
-¿Dónde estás Harry?-murmuró el hombre. Minerva lo miró-. ¿Qué he hecho? –la mujer frunció el ceño. Hasta donde ella sabía, Albus no había hecho nada más que acogerlo e intentar protegerlo. Entonces, ¿por qué tenía aquella mirada de culpabilidad? ¿Por qué se hacía esas preguntas?
Suspirando dejó el despacho de Dumbledore deseando y rogando a todos los magos que Potter apareciera pronto, al parecer, él era el único que tenía respuestas a sus preguntas.
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Derin estaba en el patio de armas del castillo. Solo. Era extraño, demasiado extraño. Desde que había llegado a Ahsvaldry había visto a Derin siempre rodeados de los soldados más jóvenes que lo admiraban continuamente y no tenían reparo en pulular a su alrededor para recibir una indicación o una muestra de que les prestaba atención; Harry sabía el motivo; Derin era uno de los Lobos Grises más ágiles en la batalla y entrenar bajo su mando suponía un gran honor y un privilegio del que pocos gozaban.
Sin embargo, Derin estaba solo. El cabello rubio recogido en una media coleta que se ataba en la nuca; el torso descubierto y el pecho agitado que subía una y otra vez debido a la respiración entrecortada del hombre. Sus músculos en tensión, su mirada clavada en la espada que tenía en las manos, ágil, simple, efectivo; cada giro y cada golpe dado al aire era certero y preciso, realizando prácticamente un baile que llevaba años perfeccionando y que demostraba la energía y la magia que el dios tenía.
Harry fijó su mirada en la espada de Derin y concentró su magia en ella. Muy útil la magia elemental si sabías utilizarla; no precisaba de varita, pero sí de precisión y control, cosa que poca gente llegaba a alcanzar. En realidad Giliath se había mostrado bastante orgullosa de él cuando había conseguido demostrar su habilidad por controlar a los cuatro elementos de forma correcta y sorprendentemente rápida.
Derin sonrió imperceptiblemente para todo aquel que no lo conociese; pero no para Harry. El muchacho había visto claramente como la pequeña energía de Derin cubría la espada que él había calentado con su poder al tiempo que emitía una débil sonrisa.
-Creía que ya te habías marchado y nos habías dejado tranquilos –dijo Derin sin soltar su espada.
-¿Y dejar de molestarte con lo divertido que es? Jamás haría algo así.
-¿No te vas entonces? –preguntó Derin dando un giro sobre sí mismo al tiempo que cortaba el aire.
-En un rato –se encogió de hombros-, creí que te gustaría saberlo personalmente por mí.
Derin giró de nuevo haciendo que sus ojos se encontrasen con los de Harry. Ambos sonrieron pero ninguno cambió su actitud desafiante.
-No deberías haberte molestado Ainur –dijo Derin sonriente sabiendo cuánto le molestaba al menor que lo llamase de aquel modo, pues le estaba dando un tratamiento demasiado formal y sabía que el mortal no quería llamar la atención de aquella manera.
-Supuse que querrías saberlo… más que nada para saber que ahora que me voy, vuelves a ser invencible –añadió con cierto sarcasmo.
El brillo en los ojos de Derin le hizo sonreír. El capitán de los Lobos Grises no hizo ningún comentario al respecto.
La campana de alerta que tantas veces los había llamado a ambos a combatir volvió a sonar fuera de los muros de palacio, desde algún lugar del reino. Los soldados empezaron a entrar y salir por las puertas cargando armas, escudos y armaduras; Harry tuvo la tentación de saltar sobre el lomo de Feamor y unirse a la reciente batalla. Había pasado mucho tiempo con Derin peleando junto a él y estaba seguro de que eso sería algo que definitivamente echaría en falta. La mirada de Derin le hizo pensar que él también iba a extrañar su presencia en las batallas, notar su energía cerca, buscar de forma inconsciente su aura para asegurarse de que estaba bien, revisarlo de forma minuciosa con una simple mirada una vez terminada la pelea para asegurarse de que no estaba herido aún sabiendo que jamás lo herirían.
Sonrió con cierta pesadumbrez cuando varios de los lobos pasaron por su lado y apretaron su hombro en señal de despedida o palmearon su espalda deseándole suerte, aunque Harry estuvo seguro que más de uno lo estaba haciendo para darle a entender que lo echarían en falta en la batalla.
Harry sonrió cuando Andrómeda, la yegua de Derin se detuvo ante el capitán y éste la montó de un salto ágil. Desde su montura, Derin le sonrió, él también lo hizo en silencio.; no hacía falta decir nada. Dio la media vuelta y con paso decidido empezó a marchar hacia el interior del palacio donde, sin ninguna duda, Stell lo estaba esperando.
-¡Ainur! –detuvo sus pasos pero no se giró -. Que los espíritus guíen tu camino en la manada… Quédate con esto.
Harry se giró a tiempo para tomar en el aire la espada que Derin había tenido en las manos hasta ese momento. La sopesó y sus ojos se abrieron al darse cuenta de qué espada se trataba; era la suya, era la espada de Derin, la que lo había acompañado durante siglos en batallas y había sesgado vidas incontables en el fuego de la lucha. Hermosa, fina, delicada y ligera, pero del material más resistente capaz de destrozar cualquier material o persona que se pusiera al alcance de su hoja.
La había visto varias veces pero jamás tan de cerca como la tenía en aquellos momentos; la empuñadura plateada tenía en el centro de la cruz una piedra verde engarzada que a Harry se le hizo especialmente conocida aunque no sabía de dónde; símbolos de protección y runas mortales grabadas a fuego en el filo de la hoja indicaban su magia y su fuerza.
Derin nunca se había deshecho de esa espada. Alzó la vista hasta alcanzar los ojos de quien había sido su maestro, su mentor y era su capitán. Derin se encogió de hombros.
-Devuélvemela cuando nos volvamos a ver –se encogió de hombros-, así me aseguro que seguirás con vida hasta que llegue el momento; sé que un Potter nunca falta a su promesa ¿verdad?
Harry asintió en silencio y le sonrió. Derin le devolvió el gesto antes de que el muchacho reanudara sus pasos.
-¡Que los espíritus guíen a la manada en el camino correcto! –gritó sin volverse. No le hacía falta hacerlo para saber que Derin estaría sonriendo en aquellos momentos de forma abierta. Derin era a veces demasiado predecible…
Caminaba hacia el interior del castillo con la cabeza baja; aún resonaban en sus oídos los cascos de los caballos que se alejaban y el silencio que caracterizaba al mejor escuadrón de Ahsvaldry, los Lobos Grises; sonrió al recordar las numerosas ocasiones en que Derin y él habían compartido el frente, dirigiendo a todo el escuadrón hacia el lugar de la batalla; únicamente él había sido merecedor, según Derin, de cabalgar a su lado antes de una batalla y después de la misma.
-Si caminas mirando al suelo, te perderás todo lo que el mundo tiene que ofrecerte, Ainur.
Levantó la cabeza sonriendo. Giliath estaba sentada cerca del palacio, en las escaleras, en uno de los hermosos bancos de mármol blanco que había. Con una leve inclinación de cabeza se sentó a su lado.
-Gracias por la canción, Giliath –rompió el silencio el joven muchacho-. Fue muy hermosa, pero no la reconocí.
La diosa sonrió de manera afable y sus ojos azules brillaron divertidos y emocionados.
-Es algo que mi madre solía cantarme cuando era pequeña –Harry la miró-. Ella era una guerrera, no es algo que no te haya dicho ya –él asintió-, cada noche antes de partir a una misión, entraba en mi cuarto y me cantaba la canción de despedida… de ese modo, yo sabía que ella volvería a cantarla otro día –se encogió de hombros mientras Harry recordaba haber oído en la canción la frase "y mañana cuando despiertes no estaré, pero antes de dormir, volveré a cantarte esta canción"-. Supongo que era su manera de asegurarme que siempre volvería…
-Giliath… -el chico había comprendido las palabras de su guardiana-… volveremos a vernos, te lo prometo… -le aseguró.
-Lo sé… pero te echaré de menos, pequeño… -le sonrió con dulzura-… llegaste a Ahsvaldry cuando más necesitaba de alguien –rió levemente-. Se suponía que yo era tu guardiana y resultó ser que fuiste tú quien me protegió a mí y me cuidó… -Harry rió levemente-… supongo que no he sido muy buena guardiana, ¿verdad? –añadió con un deje de tristeza.
-¿Bromeas? –la mujer lo miró-. Giliath… has sido para mí más que una guardiana o una protectora… has sido mi amiga, mi hermana y mi madre. Sabes que mi madre murió cuando yo tenía un año… y a pesar de que ahora puedo verla en sueños y visualizar todas y cada una de las imágenes de mis padres cuando yo era tan pequeño, no es lo mismo… -la mujer le pasó una mano por la mejilla-. Jamás recibí el cariño y el amor que todo niño merece… pero tú me has dado en estos dos años más amor y cariño del que podría haber imaginado nunca que pudiera caber en una persona… -la miró y levantándose del banco se colocó en cuclillas delante de la mujer, tomándola de ambas manos y apoyando sus brazos sobre las piernas de Giliath-. Quiero a mi madre, siempre la querré… pero definitivamente, estoy seguro que a ella no le importaría que tú ocuparas su lugar mientras yo viva…
-Ainur…
Incapaz de decir nada, la mujer soltó sus manos y tomándolo con cariño por las mejillas acercó su rostro a la cabeza del chico, donde depositó un dulce beso en su frente, cerca de la cicatriz.
-Tu madre estará muy orgullosa de ti, desde donde quiera que te vea… -Harry sonrió queriendo que aquello fuera cierto-. Ahora ve, el Príncipe debe estar esperándote y ya sabes que odio que me vean llorar –añadió mientras se limpiaba una lágrima furtiva.
-Que la luz guíe tu camino, Giliath –le dijo él en tono respetuoso.
-Que mi luz sirva para protegerte y guiarte en el tuyo Ainur.
Harry no miró atrás cuando se levantó. Sentía que si lo hacía, sentiría el impulso de retroceder y quedarse con Giliath y Erebor y Derin… Sentía que si lo hacía, no volvería a su mundo mortal.
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Hermione dejó escapar otro suspiro. Era la décima carta que escribía a Harry en los últimos cuatro días y era la décima carta que Hedwig le regresaba sin contestar. La lechuza de su amigo se colocó en la mesa del escritorio a esperar; Hermione sonrió; ella siempre le daba agua y un poco de comida para el regreso antes de enviarla de vuelta a Privet Drive. De alguna extraña manera, el ave parecía saber siempre cuando debía aparecerse por su casa.
-¿Tú sabes donde está? –le preguntó de forma ausente.
Pero la lechuza no hizo ningún gesto. Hermione suspiró resignada. Miró el reloj. En hora y media había otra reunión de la orden. Tomó su capa y salió de la habitación.
Hedwig permaneció en silencio.
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Encontró a Stell en los jardines del palacio. Se le antojó demasiado joven pese a que era el mayor de los dioses y su edad superaba los tres mil quinientos años… Casi parecía un muchacho vistiendo ropas formales y manejándose de forma juguetona con la delgada corona de plata sobre su cabeza. Harry sonrió cuando lo vio alzar la cabeza de las flores que estaba observando mientras que le hacía un gesto para que se acercara. No importaba lo cuidadoso que fuera, Stell siempre sabía cuándo estaba cerca y cuando no.
-Alteza… -dijo el chico al llegar junto a él y hacer una reverencia formal.
-Ainur… ¿crees que podrías tratarme como un abuelo y no como el Príncipe por unos minutos? Es con Harry con quien quiero hablar, no con el descendiente de Lahntra…
El muchacho asintió sonriendo. Stell… bueno, no era exactamente su abuelo; generaciones enteras habían pasado por delante de él en el árbol genealógico de Stell y Lahntra antes de llegar a él, pero Harry había encontrado en aquel dios alguien que se había preocupado por él cuando nadie más lo había hecho.
-¿Has visto las rosas negras? –preguntó el hombre mirando el jardín que estaba mirando hasta que Harry había aparecido-. Este invierno han muerto muchas… -murmuró apenado.
-¿Por qué no utilizas la magia? –preguntó Harry.
Stell sonrió, colocó su mano sobre una de las rosas negras marchitas y una columna de luz dorada la alumbró mientras recuperaba su vida y se estiraba hacia el cielo. Harry sonrió y Stell le habló.
-¿No notas nada diferente en esta rosa?
Harry miró la flor y entonces lo notó. Sonrió y con su propio poder volvió a marchitar la rosa.
-No se puede alterar el curso de la vida –se limitó a decir Stell-. Podría revivir todo el jardín si me lo propusiera, pero ¿de qué serviría si la rosa perdería sus propiedades y su magia?
Harry sonrió.
-Siempre dándome lecciones hasta mi partida, ¿verdad? –Stell le sonrió y Harry negó con la cabeza-. Gracias por todo, Stell…
-¿Por qué, Ainur? Yo no he hecho nada… hubieras llegado a ser quién eres con un poco más de tiempo… aunque te hubiese costado más –admitió risueño.
-Sabes que no me refiero a eso, Stell –lo miró seriamente-; me enseñaste muchas cosas de mi pasado, de mi destino, de mi verdad… De mi madre… -sonrió.
-Ella también fue una buena discípula… aunque era un poco impulsiva… -sonrió-, su guardián pasó con ella un mes mortal completo antes de que aprendiera a controlar el fuego, su elemento, creo que ya te lo había dicho en alguna ocasión… -Harry asintió mientras sonreía levemente-. Pero finalmente… aprendió a controlar su temperamento y sus emociones… -miró a Harry directamente a los ojos y el chico resopló.
-No te confundas Stell, te agradezco lo que has hecho, lo que me has enseñado, en lo que me has convertido… -añadió tocándose el hombro izquierdo-… pero no puedo cambiar mi mentalidad. Ellos me traicionaron… sabían la verdad y no me dijeron nada, me lo ocultaron todo… Me utilizaron cuando les convino y cuando dejé de hacerles falta, me acusaron indirectamente –añadió al ver la mirada reprendedora de su abuelo-, pero me acusaron después de todo… de la muerte de Sírius… la única persona que podría haberme hecho la vida feliz…
-Ainur…
-No, Stell… ellos jugaron a su juego… yo jugaré al mío ahora.
Stell asintió levemente. Sabía perfectamente por lo que había pasado aquel muchacho; cuando había llegado a Ahsvaldry su espíritu estaba roto y su alma perdida… sus ojos clamaban venganza y su mirada destilaba odio. Le había enseñado a cubrir con una máscara esas emociones, a dejar que los demás viesen lo que él quería mostrar, nada más… Pero siempre había sabido, en el fondo de su ser, que Harry Potter no podría olvidar y perdonar tan fácilmente a los que le habían mantenido en la ignorancia para acusarlo después de algo en lo que no tenía ninguna culpa.
-No perderás el contacto con nosotros completamente… -le indicó Stell a pesar de que sabía que se lo había dicho ya varias veces. Harry asintió y el hombre sonrió afablemente; estaba seguro de que la contestación de Harry dos años atrás hubiese sido un resoplido y una mirada airada-… Erebor y Giliath acudirán a tu llamada cuando los necesites; y Derin… -suspiró-… ya sabes cómo es.
-No te preocupes, estaré bien.
-Espero que Feamor esté ya listo… nunca le ha gustado viajar por portales… -añadió.
-¿Feamor? –Harry arrugó la frente-. ¿Feamor mi montura? ¿Voy a llevarme a Feamor?
Stell sonrió divertido.
-Evidentemente que vas a llevarte a Feamor; él te eligió, no deja que nadie más se acerque a él y sería una lástima mantenerlo en los establos del palacio un año mortal entero hasta que tú regreses, ¿no te parece?
Los ojos de Harry brillaron y dirigiendo sus manos a la boca emitió un silbido silencioso para el oído humano. Una cortina de luz blanca apareció ante ellos y cuando ésta se hubo difuminado, un hermoso corcel negro inclinó su cabeza ante el dios y el mortal. Harry le sonrió y se acercó para palmear su cuello, con lo que el animal relinchó.
-Hola… -le habló con dulzura acariciándole el cuello y mirándolo a los ojos-… ¿vendrás conmigo?
El animal relinchó de nuevo y Harry rió.
-Es la hora Ainur –anunció Stell con una triste sonrisa. Un movimiento de su mano fue lo que hizo falta para crear un portal en el tiempo y el espacio y aunque Feamor pareció disgustado ante la perspectiva de tener que pasar por allí, Harry lo convenció cuando lo montó y le susurró unas palabras al oído-. Que tu camino sea guiado por los espíritus y los dioses.
-Que tus guardianes protejan tu reinado –contestó Harry-. Nos veremos ponto, abuelo…
-Así lo espero Ainur… Así lo espero…
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"Y con la primera traición de los dioses que propició la muerte de Lahntra a manos de su hermana Elea, el mal y la codicia, la avaricia y el odio nació en los corazones de los dioses, corrompiendo su perfección.
Y aquellos que defendieron la traición, corrieron la misma suerte que Elea y fueron desterrados de la tierra de los dioses. Y su corazón, corrompido por la maldad y la crueldad de aquella a la que siguieron, convirtió sus almas en almas perdidas y errantes capaces de matar sólo por el echo de matar y servir a su señora Elea.
Y sus actos no cayeron impíos. Pues la belleza que los dioses mostraban hasta ese momento era porque sus corazones eran puros; la primera vez que un vasallo de Elea mató, un poco de su belleza decayó, pues su corazón, también lo hizo.
Y lo que en una ocasión había sido hermoso y puro, se convirtió en cenizas y carbón oscuro; y donde antes hubo cabellos brillantes rubios, rojizos y negros, pasó a haber cabellos espesos y negros como la noche, como su crueldad. Y lo que una vez fueron miradas claras y llenas de vida y amor, se convirtió en miradas negras llenas de oscuridad y odio hacia todo aquello que naciese, pues todo les hacía recordar la belleza que una vez hubieron tenido y que dejaron escapar por su codicia.
Si bien Elea les concedió la fortaleza de diez hombres y una altura de dos metros, incluso a veces tres, nada pudo hacer para corregir la fealdad que sus vasallos propiciaban; sus ojos pasaron a ser cuencas oscuras, sus mandíbulas se ensancharon y sus bocas también, grandes colmillos en ambas filas de dientes sobresalían entre los que una vez fueron perlas perfectas y se habían convertido en dientes amarillentos y negros capaces de devorar carne antes de que la víctima hubiera fallecido del todo.
Y sus manos antes delicadas y perfectas, se convirtieron en garras envenenadas. Y el cuerpo atlético y ágil que una vez mostraron y poseyeron, lo hubieron de ocultar tras armaduras y escudos, pues aunque sus corazones estaban corruptos, la vergüenza de mostrar en público sus cuerpos desgarrados y rojizos aún gobernaba en ellos.
Y fueron llamados Naryns, aquellos que sirven a la diosa Elea, y fueron encomendados a su servicio y a su vida y muerte si así ella lo deseaba.
Y se convirtieron en todo lo que una vez hubieron odiado; seres capaces de matar y destruir porque todo lo bello les recordaba que ellos ya no lo eran. Y su deseo de venganza contra los Lobos Grises, los más perfectos dioses que aún existían, se convirtió en su doctrina; pues además de todo, los Lobos Grises protegían y juraban fidelidad a Lahntra, aún a pesar de estar ya en la tierra de las almas"
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No había nadie en casa. Harry sonrió. No le sorprendía. Quizá era lo mejor; había ido a ellos con la intención de recoger a Hedwig, nada más; no quería nada con sus tíos. Los odiaba, pero ni siquiera ellos merecían morir, y Harry sabía por experiencia, que todo aquel que se acercara mucho a él, terminaba muriendo tarde o temprano.
La casa estaba tal y como la recordaba. Era extraño estar allí; hacía sólo un mes que se había marchado, pero para él habían pasado dos años. Las mismas paredes, el mismo papel pintado, la misma vieja alfombra, las mismas fotografías de Dudley enmarcadas en las paredes. No pudo evitar sonreír al pasar una mano por la pequeña alacena de debajo de las escaleras donde había vivido hasta los once años. Demasiado tiempo…
Con una sonrisa digna de un Slytherin se preguntó si ya le habría llegado al director de Hogwarts la carta con las notas escolares de los exámenes que había rendido en el Ministerio el día anterior; por una vez se había aprovechado de ser quien era y de su apellido y le habían asegurado que sus notas saldrían inmediatamente; así que para esas horas ya deberían estar en manos de Dumbledore.
No resistió la tentación de subir al piso superior. Su antigua habitación había sido ocupada nuevamente por los trastos y cachivaches de Duddley; la televisión, la consola de videojuegos, libros de lucha y de comida, fotografías de él y tía Petunia.
Abrió la ventana y una hermosa lechuza blanca entró revoloteando dando varios giros sobre su cabeza antes de posarse en su hombro. Harry alargó su mano y le acarició el pico y la cabeza sonriendo; la había echado de menos.
-¿Cómo estás preciosa? –preguntó en un susurro-. Siento que no hayas podido venir… pero ahora ya está todo bien… ya está todo arreglado… -Hedwig le picoteó la oreja con cariño y él rió suavemente-. Te presentaré a un nuevo amigo cuando estemos en Hogwarts, su nombre es Feamor ¿entendido? –Hedwig ululó dulcemente y Harry sonrió de nuevo. -Llegó la hora preciosa.
Si hubiera sido humana, Harry podría haber dicho que Hedwig había sonreído divertida por lo que se avecinaba; sus ojos, al menos, lo habían hecho.
CONTINUARÁ…
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¿Qué tal el primer capítulo?
Os ha gustado? Es para enviarme howlers, maleficios, hechizos y maldiciones?
Espero vuestros comentarios y vuestras opiniones, quejas y sugerencias.
Aps! Acepto ideas para hacer escenas en el fic, así como parejas que os gustarían que quedasen juntas o cosas que os gustaría que pasaran… Si puedo incluirlas, lo haré.
Pues nada, nos vemos en el próximo capítulo… un besito a todos y seguid leyendo!
Nos leemos!
