Hola a todo el mundo!
No tenía pensado actualizar, pero como mañana es Nochevieja y empieza un año nuevo, he pensado que os daría esto como regalo para todos los que me esteis leyendo y siguiendo en esta historia:D
Os prometo que contestaré los reviews que me dejasteis tan pronto pueda.
Y nada más, espero que os guste este capítulo porque lo he hecho deprisa y corriendo para que podais leerlo antes de empezar el año :p
Un besito para todos!
CAPITULO 6: NO TE CULPES NUNCA
"Erebor suspiró por décima vez apartando a un lado las diferentes tipos de raíces que estaban estudiando en aquellos momentos antes de mirar a su protegido una vez más.
-De acuerdo, no me estás prestando la más mínima atención, ¿se puede saber qué diablos te ocurre hoy?
-Perdona Erebor… no dormí muy bien… ¿podemos dejar la clase para mañana?
El guardián exhaló aire contenido en sus pulmones mientras lo miraba. En cualquier otro momento, estaba seguro de que Ainur hubiese dicho que no le ocurría nada y hubiese simulado que todo estaba bien para poder seguir con su clase. Realmente debía estar mal si lo admitía de aquel modo.
-Si me dices qué te ocurre, lo dejamos ara mañana –concedió de forma tranquila.
-Eso se llama chantaje –comentó Harry sonriendo a medias.
-Llámalo como quieras, pero funciona –le sonrió de vuelta y el chico no pudo evitar volver a hacerlo correspondiendo a su gesto-. ¿Qué ocurre?
-Llevo aquí cuatro días mortales…
-Lo que equivale a cuatro meses, sí, ¿por qué? –se cruzó de brazos esperando una respuesta.
-En una noche de Halloween fue cuando mis padres… -empezó a decir Harry-… bueno, Voldemort… él…
-Shhhh… tranquilo Harry, siéntate… -le dijo con suavidad mientras lo empujaba suavemente para que se sentara en el pequeño banco de piedra del templete.
Habían escogido aquel lugar para realizar sus clases, al menos todas aquellas que se pudieran realizar allí. Era un lugar tranquilo y Harry parecía concentrarse más cuando estaba allí y a él no le suponía ningún problema por lo que se lo había sugerido al chico quien había estado completamente de acuerdo con él y así se lo había hecho saber mientras sus ojos brillaban.
Harry se sentó, apoyó sus codos en las rodillas y sus manos sujetaron su cabeza ligeramente inclinada hacia delante. Sus dedos se enteraron en el cabello y sus gafas se llenaron de lágrimas casi antes de que se pudiera dar cuenta.
-Tranquilízate Harry… -le pidió Erebor conservando la calma-… Necesitas desahogarte… creo que lo necesitas desde hace demasiado tiempo –añadió con una sonrisa.
-No… yo… -respiró profundamente intentando controlar su propia respiración-. Yo estoy bien, de verdad… uffff –dejó escapar un suspiro de alivio.
-No es cierto, no lo estás Harry –le dijo Erebor serio-. Tienes demasiadas cosas guardadas dentro y ya me estaba preocupando –Harry lo miró-. Temí no estar contigo cuando terminaras explotando –añadió con una sonrisa cómplice.
-Es que es… es todo… -intentó explicar el chico-… Voldemort, mis padres, Sirius, Dumbledore, mis tíos… todo lo que me ha ocurrido… Luego Stell, mi madre, Lahntra y… -respiró de nuevo.
Cualquier persona con las responsabilidades y contratiempos que había tenido Harry se hubiesen derrumbado hacía mucho tiempo. Pero el chico había aguantado demasiado… quizá se debía en parte a que nunca había podido sujetarse a nadie y siempre había dependido de él mismo. No le hacía falta entrar en s u mente para saberlo y él jamás traicionaría a nadie de semejante forma. Sólo había que escuchar sus palabras para darse cuenta de lo mucho que había sufrido en el pasado.
Quizá había sido por eso por lo que se había ofrecido de inmediato a ser su guardián. No únicamente porque su familia siempre había protegido al linaje de Lahntra, sino porque había sentido dentro de él la llamada de auxilio en silencio que el chico le había enviado con aquella simple mirada verde el primer día en que lo había visto perdido en los pasillos, buscando la sala de reuniones y de forma inmediata había sabido que no sólo estaba perdido físicamente, sino también espiritualmente.
Y por fin había ocurrido. El chico se había derrumbado. Y aunque le destrozaba verlo de aquella forma, sabía que era lo mejor, pues él necesitaba saber que no estaba solo y únicamente podía saberlo cuando alguien lo ayudara a levantarse cuando se caía.
-Demasiado para un chico de tu edad, ¿verdad?
-No soy débil –se defendió Harry endureciendo la mirada de repente. Erebor negó con la cabeza.
-Nadie ha dicho que lo seas Harry. Todo el mundo puede caer de vez en cuando… -le sonrió-. Pero sólo los valientes son los que se levantan y siguen con su vida sin dejar que nadie les maneje a su antojo.
-Yo… yo no lo soy… ni siquiera sé que hago aquí… -miró a su alrededor-… No merezco estar aquí…
-Nunca Harry –le dijo el adulto serio-. Nunca más vuelvas a decir algo semejante a lo que acabas de sugerir. Eres el descendiente de Lahntra, el depositario de la lágrima de Lahntra y el único con el poder suficiente para que el alma de ella descanse en paz de una vez… -le sonrió-… eres el único descendiente varón desde hace generaciones y en ti reside todo el poder de tus ancestros.
-Pero yo… -se subió las mangas de la túnica y dejó al descubierto sus muñecas. Dos marcas rojizas atravesaban sus muñecas, cicatrizadas, sí, pero marcadas en una constante e imperturbable señal de lo que había querido hacer, un recuerdo que le acompañaría siempre-… nadie poderoso hubiese deseado quitarse la vida…
-Harry… -Erebor acarició las marcas levemente. No tenía idea de que el dolor de su protegido hubiese llegado a tanto-… Nadie poderoso hubiese curado sus heridas y hubiese seguido viviendo –le corrigió él-. Hay que ser muy valiente para intentar acabar con tu vida, pero aún más para seguir con ella.
-Pero… yo no…
-Sí, Harry, tú sí –le sonrió-. Has estado demasiado tiempo creyendo que no eres lo suficientemente poderoso para enfrentarte a lo que tú desees y no es cierto… Quizá ahora que te has derrumbado, podamos cambiar esa mentalidad de chico débil que tienes de ti mismo –Harry le devolvió la sonrisa-. Eso está mucho mejor. Vamos… será mejor que vayamos a buscar a Giliath.
-¿Para qué?
-¿Bromeas? Debe de haber sentido tu angustia y seguro que ahora está preocupada… además, planeo anular tus clases para hoy así que iremos a descansar cerca del lago, ¿crees que nos lo perdonaría si llega a enterarse de que fuimos sin avisarla?
-No, creo que no –sonrió recordando el mal genio que la diosa podía tener cuando se la mantenía a un margen de las cosas que concernían a Harry. Se quitó las gafas, estaban mojadas.
-Además tenemos que arreglar tu vista, evidentemente y necesito su ayuda.
-¿Mi vista? –preguntó el chico volviéndose a poner las gafas.
-Por supuesto. Sería un gran inconveniente que en medio de una batalla perdieras tus gafas, ¿no te parece?"
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-¿Habéis escuchado esa sarta de tonterías? –Giliath parecía realmente enfadada cuando habían salido de la reunión-. "Mantener un ojo siempre sobre el señor Potter" –imitó con voz chillona mientras sus compañeros se reían disimuladamente-. ¡Idiotas! Siguen vivos porque Harry está vivo ¿cuándo se van a meter eso en la cabeza? ¡Los mortales son realmente idiotas!
-Calma, Giliath –le aconsejó Erebor que también estaba enojado.
Era increíble como el carácter de la diosa cambiaba cuando se refería a Harry. Giliath podía ser tranquila y calmada; pero tan pronto mencionaban el nombre de Harry, Giliath no podía evitar sentir cierta predisposición a ayudarle y protegerle. Erebor había bromeado con Stell en varias ocasiones afirmando que aunque Giliath no hubiese sido la guardiana de Ainur, lo hubiese seguido protegiendo del mismo modo.
Derin permanecía callado y en silencio. Parecía demasiado metido en sus pensamientos. Ninguno de los dos dioses podía culparlo de ello; Derin siempre mostraba una actitud fría y gélida, quizá era de él de donde Ainur había aprendido a controlar sus emociones y a no dejar que fueran visibles, pero lo cierto era que Derin apreciaba a Harry como un hermano. Cualquiera que se atreviera a hacerle daño al muchacho, tendría que pasar por la ira de su espada. Eso si Giliath dejaba algo, por supuesto.
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"Hey, Moony, ¿qué tal?
No sé cuándo recibirás esta carta, pero tengo la sensación de que no será cuando tengas sesenta años. Si estás leyendo esto ahora es porque me ha ocurrido algo y he muerto; espero que haya sido haciendo lo que más deseo: batiéndome en duelo con algún mortífago o defendiendo a mi ahijado. Si eso ha ocurrido, déjame decirte que eres el único merodeador que sigue vivo; no sé si felicitarte o darte el pésame; deberás llevar con orgullo el ser un merodeador.
Siempre fuiste el más fuerte de nosotros, Remus. Yo era el alocado, demasiado impulsivo, James era el dirigente de los merodeadores, el líder, si es que quieres llamarlo de alguna manera; era mi mejor amigo y eso es algo que tú siempre supiste. Pero lejos de sentirte aislado, hiciste lo que mejor sabías hacer: ser tú mismo.
Llevabas una carga muy pesada sobre tus hombros y jamás diste muestras de cansarte de ello; es más, la llevaste con orgullo. Eres un licántropo, pero también eres un humano; que eso no se te olvide nunca; eres lobo una vez al mes, pero eres humano treinta días mensuales.
James y yo te admirábamos en silencio. Sí, en serio. Cuando uno de nosotros dos estaba mal, tú siempre estabas allí para indicarnos qué hacíamos mal o qué era lo que nos pasaba y como podíamos solucionarlo aún incluso antes de que nosotros nos diéramos cuenta de que nos pasaba algo.
Si uno de los dos necesitábamos ayuda en clase, tú nos la prestabas; si uno tenía un problema, tú lo solucionabas; si uno estaba enfadado y decía estupideces, tú las escuchabas y nos abrías los ojos aún cuando nosotros no queríamos escucharte.
Incluso cuando te nombraron prefecto con la idea de que nos controlaras un poco y que las bromas de los merodeadores se aplacaran, tú seguiste estando de nuestro lado; James proponía el plan, tú lo elaborabas corrigiendo los fallos y yo lo ejecutaba…
Y cuando nos pillaban a los dos y ninguno de nosotros decía tu nombre, tú solo te presentabas en el despacho del director para inculparte de haber participado; y es que como decías tú: "¿de qué sirve hacer una broma si nadie sabe que has sido tú?"
Hiciste que te castigaran junto a nosotros casi tantas veces como las que nos salvaste de ser castigados…Siempre fuiste el pilar central de los tres, Remus, pese a que no lo creas.
Te confío lo más preciado que tengo en estos momentos. Harry. Si tú estás leyendo estas líneas, significa que ha vuelto a perder a alguien que le quería como un padre y seguro que se encuentra alicaído y triste… No le dejes sumirse en los recuerdos de lo que podría haber sido, ni dejes que se culpabilice por algo que estoy seguro, él no ha tenido la culpa.
Cuídale como el hijo que siempre quisiste tener y protégele como un cachorro porque por mucho que crezca, siempre será eso a tus ojos… igual que a los míos… un cachorro… nuestro cachorro de Cornamenta y Lily.
Él te necesitará más que nunca Moony, si lo que pienso es cierto. Necesitará alguien en quien apoyarse, y alguien en quien confiar. Y quiero que ese alguien seas tú, Remus. No Dumbledore, y léeme bien, no quiero que ese alguien sea Dumbledore.
Nos ha estado manipulando a todos, manipuló a James y Lily, manipuló el juicio que nunca tuve, manipuló a la orden durante todos estos años… y todo eso lo puedo perdonar… pero ha manipulado a Harry desde que tenía un año de vida y eso es algo que jamás voy a perdonarle, pero no te preocupes, pronto verás el resultadote mi última broma a beneficio de alguien y estoy seguro de que te complacerá.
Cuídalo Remus. Cuídalo por Lily, por nuestro James, por mí… No lo dejes solo, tú no. Sé el padre que nunca pudo tener y que siempre deseó.
Y cuídate tú también, y en las noches de luna llena, recuerda que cierto ciervo y cierto perro nunca te dejarán solo, recuerda siempre su olor y estoy seguro que no te sentirás solo nunca más.
Y no estés triste, porque estaré con Cathy… mi dulce Cathy… Quizá morir sólo sea el inicio de una larga aventura, pero no te preocupes, porque los merodeadores de aquí arriba no se embarcarán en ninguna aventura sin que tú te reúnas con ellos.
Un abrazo, amigo mío, y ya me despido. Hasta que nos volvamos a ver; y cuando eso ocurra, James, Lily, Cathy y yo, te estaremos esperando para vivir en otro mundo.
Tu amigo y merodeador,
Sirius Orión Black, Padfoot."
Harry dobló de nuevo la carta. La humedad en su mejilla le hizo darse cuenta de que estaba llorando. Una lágrima Una única lágrima por aquel a quien había perdido. Sonrió mientras se la quitaba de la mejilla.
Sirius confiaba en Remus y él también iba a hacerlo.
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Los pasos resonaban en la oscuridad del pasadizo oculto. Las piedras del suelo y las paredes dejaban entrar pequeñas corrientes de aire entre sus grietas invitando al acurrucamiento de los pliegues de su capa. Se detuvo unos segundos para asegurarse de que nadie le seguía al llegar al final del oscuro pasadizo, iluminado únicamente por las antorchas que irradiaban una tenue luz azulada. Empujó la tercera piedra de la izquierda y esperó. El ruido de las piedras moviéndose se escuchaba ensordecedor en el retumbar del silencio. Una gran sala oscura apareció ante sus ojos.
Ninguna luz más que la que las antorchas del pasillo conferían a la entrada y el gran ojo de cristal en la cúpula de la sala que iluminaba un pedestal hasta el momento vacío. Aún temeroso se acercó hasta allí mientras sacaba de su propia capa un objeto envuelto en seda negra y roja.
Un pequeño cofre tallado en mármol blanco con betas negras que irradiaba una oscura magia de su interior. Tan pronto lo hubo colocado en el altar, un escudo de protección se activó a su alrededor, envolviéndolo en una luz violeta que resaltaba el color del cofre.
El naryn lo miró vacilante. Sus órdenes habían sido expresadas con total claridad. El cofre debía ser colocado en el pedestal y él debía marcharse de allí sin preguntar nada, sin hacer nada, sin tocar nada.
Pero los naryns siempre habían sido una raza demasiado curiosa para resistir la tentación; demasiado ambiciosa para no querer saber too lo que ocurre a su alrededor y poder utilizar ese conocimiento para obtener sus propios beneficios.
Alargó la mano vacilante hacia el cofre. Sus dedos rozaron el escudo. Sus ojos se abrieron al tiempo que su mandíbula se desencajaba. Su armadura se resquebrajó y la máscara de hierro que ocultaba su rostro cayó al suelo ardiendo.
El muro a su espalda se cerró y un grito se escuchó en las mazmorras del palacio. Dolor, angustia.
La única luz producida por el gran ojo en la cúpula se cernió sobre el cuerpo inmóvil del naryn. El cielo se tiñó de rojo. Aquella noche, un naryn murió.
Confusión. Una luz violeta inundó la sala. El cofre se abrió como si alguien hubiese tocado un resorte. Un colgante en forma de cuerno refulgió bajo la luz. Y bajo la luz misma, desapareció. Cuando la luz violeta desapareció, el colgante no estaba y con él, también había desaparecido el naryn.
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Miró a su alrededor. Quince chicos habían sido traídos desde que él había llegado a aquella mazmorra; y de esos quince, tres ya habían desaparecido cuando dos hombres encapuchados se lo habían llevado.
Dimbar suspiró cansado. No entendía nada de todo aquello. No entendía que hacía allí, que hacían todos allí y tampoco entendía por qué todos tenían las mismas características físicas.
En la oscuridad de la celda, un grito desgarrador se escuchó. Dimbar cerró los ojos cuando notó que la energía de uno de ellos se había apagado por completo.
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Despertó sobresaltado y de forma inconsciente se llevó una mano a la cicatriz; pero no era eso lo que le había despertado; la cicatriz no dolía, ni ardía… era otra cosa… un presentimiento… algo malo acababa de ocurrir.
Se levantó de la cama casi con el corazón en un puño y vestido únicamente con los pantalones del pijama blanco salió a la pequeña sala. Justo cuando lo hacía, Derin lo imitaba.
-¿Lo has notado? –el dios asintió-. ¿Qué crees que puede ser?
-Mi brazalete no ha mostrado ningún cambio –dijo el dios tocándose el brazal de hierro que siempre llevaba en el antebrazo izquierdo-. Stell está bien. ¿Tu medallón?-Harry lo rozó por encima y la lágrima del colgante brilló a su tacto. Calor. Todo estaba bien. Frunció el ceño-. ¿Qué ocurre?
-Stell está nervioso –informó el chico.-¿Crees que debamos ir?
Derin se pasó una mano por el cabello rubio y resopló meditando la pregunta y la posible respuesta.
-No creo que sea necesario; la lágrima de Lahntra habría tenido alguna reacción inesperada.-Se giraron hacia la puerta de Erebor donde un dios ligeramente molesto por haber sido despertado los miraba frunciendo el ceño-. ¿No tenéis nada mejor que hacer a estas horas que despertar a todo el mundo?
-¿Todo el mundo? –preguntó Derin irónico-. Si mal no recuerdo sólo estamos los tres, y no creo que Giliath despierte, después de todo ella duerme en el plano espiritual, no en este… y en cuanto a Lupin…
-No os preocupéis por él –contestó Harry por Remus-, tiene el sueño muy pesado; únicamente despertaría si alguien le dijera que estoy en peligro… -sonrió-… creo que tiene un sexto sentido para eso, igual que lo tenía Sirius…
-¿Estás bien, Ainur? –preguntó Erebor viendo el cambio de actitud de su protegido y después de haber intercambiado miradas con Derin.
Harry sacudió la cabeza y asintió.
-Sí, tranquilo… sólo… -suspiró-… estar aquí me recuerda a Sirius mucho más de lo que creí.
-Siempre podemos volver a Ahsvaldry –propuso Derin.
-No puedo hacerlo Derin –frunció el ceño-, lo sabes.
El chico frunció el ceño y soltó un gruñido en modo de respuesta que sonó a algo similar a "no me refería a permanentemente", lo que le valió la sonrisa de Erebor y Harry.
-Supongo que es mejor que vayamos a dormir –sugirió el chico-. Mañana empezáis las clases.
-Quería hablarte de eso –dijeron los dos hombres al mismo tiempo. Harry sonrió.
-Ya habéis tardado demasiado…. –comentó el chico-. Erebor, en esa estantería están los veinte libros más importantes sobre defensa contra las artes oscuras, es solo superficial, si quieres algún tema en cuestión deberías buscar en otros libros, los he seleccionado para que te hagas una idea general de lo que nos enseñan aquí.
-¿A qué te refieres?
-¿Recuerdas cómo llegué a Ahsvaldry que no tenía ni idea de nada? –Erebor asintió-. Todo salió de esos libros… -Erebor frunció el ceño. Definitivamente tendría que hacer algo provechable con el poco material del que disponía-. Derin, como es la primera vez que se hace una clase así, tienes carta blanca –vio el brillo divertido en los ojos de Derin y sonrió a medias-, pero sin pasarte, deben seguir vivos y conscientes para la siguiente hora, ¿entendido?
La carcajada de Erebor hubiese despertado a cualquiera.
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Abrió los ojos despertando antes que las ocupantes de su habitación. Antes no era así; antes era capaz de dormir hasta el mediodía si no fuera porque la despertaban, y únicamente entonces, después de remolonear, gruñir y maldecir con los ojos cerrados a cualquier que quisiera despertarla era cuando se levantaba de la cama emergiendo de las mantas y sábanas. Pero ya no.
Desde que su madre había muerto, por causas, oficialmente extrañas, aunque a ella la mirada de su padre le indicaba otra cosa, le era imposible conciliar el sueño. Dormía apenas cuatro o cinco horas como mucho, solía tener pesadillas constantes y sueños en los que su madre se le aparecía y aunque en un principio eran sueños agradables, después de volvían crueles y horribles, sueños en los que ella se sentía frustrada y culpable de la muerte de ella.
Por eso ya no dormía como antes; ahora solía despertarse dos horas antes de que el sol despuntase y podía quedarse hasta altas horas de la madrugada leyendo, estudiando, o simplemente, cuando nadie la veía, sentada frente a la chimenea de la sala común o junto la ventana.
Se desperezó y observó el reloj mágico de su mesita. Las cinco y media de la mañana. Una hora como cualquier otra para despertarse. Pudo tumbarse de nuevo y remolonear un poco más pero no quería, sabía que de todas formas en diez minutos más estaría despierta de nuevo. Apartó las mantas que la cubrían y miró a su alrededor asegurándose de que nadie la veía. Sus compañeras seguían dormidas, mejor. No se llevaba bien con ellas y no era que no lo intentara, simplemente no era como ellas.
Mientras que las chicas de cuarto de Gryffindor se preocupaban de su aspecto, maquillaje, ropa y chicos, ella estaba demasiado ocupada con sus libros y sus estudios. Era capaz de estar leyendo durante horas enteras sin ningún tipo de interrupción. Tenía el don de adentrarse tanto en un libro para formar parte de sus personajes. No, definitivamente no era igual que sus compañeras de cuarto y no le importaba… al menos, no demasiado.
Sentía la imperiosa necesidad de saber que seguía allí. Alzó la almohada y extrajo el pañuelo de seda de color azulado que envolvía la pequeña daga de hoja negra. Siempre la guardaba allí. Su madre le había dicho en alguna ocasión que esa daga formaba parte de su legado, de su historia, de su pasado, presente y futuro y debía cuidarla como tal.
Sentía cierta atracción por esa arma pequeña que su madre había tenido guardada desde hacía años; siete años. Esa era la edad que tenía la primera vez que le permitieron guardarla, y desde entonces, no se había separado de ella.
(flashback)
-Siete años es una edad muy importante en nuestra familia, Verónica –le dijo sonriente su madre-. Es el momento de que nuestro legado pase a manos de nuestra hija… en este caso, yo soy la encargada de ofrecerte esto y tú tienes la opción de decidir si la deseas guardar o no.
-¿Qué es mami?
La niña siempre había sido curiosa. Siempre pregunta la razón de todo, el motivo por el que el cielo era azul, la razón por la que la luna influía en las mareas, el porqué de todo lo que tenía una pregunta era investigado a fondo por aquella niña. Verónica nunca había sido una niña como las de su edad; cuando las demás jugaban con muñecas ella ya pensaba en su futuro; siempre había tenido muy claro que quería enseñar a los demás todo lo que sabía y todo lo que podían llegar a saber en los libros. Una niña solitaria; evidentemente tenía amigos, sí, pero su madre sabía que ninguno de ellos sabía los más secretos anhelos y deseos de su hija… después de todo, Verónica era muy reservada e introvertida. Demasiado madura para su edad y demasiado infantil para los que eran mayores que ella nunca había encontrado su lugar, su sitio, y a veces solía bromear diciendo que había nacido en una época que no le tocaba vivir. Lo más gracioso, era que su madre sentía que Verónica tenía razón.
-Verás preciosa –se sentó con un pañuelo azul en su regazo e invitó a la niña a que hiciera lo mismo a su lado en el sofá-. Hubo un tiempo en que una diosa, por envidia y maldad, mató a su hermana –Verónica abrió los ojos pero no dijo nada-. La espada con la que lo hizo era demasiado pesada para ella y la encantó para que encogiera hasta tener el tamaño perfecto para transportarla, una daga –descubrió una parte del pañuelo-. Pero algo extraño ocurrió. Cierta profecía le había puesto en aviso: esa daga sería la única capaz de derrotar a los descendientes de su hermana que buscarían venganza en los suyos propios hasta conseguir la justicia que ella había propiciado. Sabiendo eso, quiso tomar la daga para que pasara de generación en generación, pero tan pronto la daga manchada con la sangre de su hermana hizo contacto con su piel, ésta la rechazó abrasándole la mano derecha. La diosa, huyó dejando en el olvido la daga y jurando regresar por ella.
-¿Qué pasó luego mami?
-Una de las doncellas que habían trabajado al servicio de la diosa fallecida tenía una hija, siete años, esa era su edad.
-¿Cómo yo? –su madre le acarició el cabello.
-Sí, cielo, como tú. La niña, habiendo visto aquello, tomó la daga y la envolvió con el pañuelo que llevaba en el bolsillo. Cuando Elea regresó a por su daga, ésta ya no estaba y tampoco la niña. Desde ese momento, todas las mujeres que descienden de Leriel, a la edad de siete años, aceptan o muestran su desacuerdo en su destino al aceptar tomar la daga y guardarla para que los descendientes de Elea no la encuentren, jurando así lealtad a los descendientes de Lahntra.
-¿Y si no la tomo, mami?
-Entonces, la daga seguirá en mi poder hasta que conciba otra hija que acepte llevar la daga.
-La acepto –dijo de inmediato la pequeña niña. La madre no se sorprendió-. Tú ya has llevado esa carga durante mucho tiempo… si puedo ayudarte, lo haré.
La mujer sonrió y abrió el pañuelo del todo, dejando por primera vez expuesta a los ojos de Verónica la daga. Una hoja negra, delgada, ligera pero afilada y eficaz. La empuñadura de plata con una piedra verde engarzada en el cruce.
-La daga es tuya, como descendiente de Leriel, ahora, pequeña, eres la guardiana de la daga oscura de Elea y tu misión es evitar que la daga vuelva a manos de aquella que traicionó a su propia sangre.
(fin flashback)
Jamás lo había hablado con nadie porque no podía hablarlo con nadie. Desde que su madre le había entregado la daga, se había dedicado a buscar todo lo que pudiese encontrar sobre Elea y su daga oscura… pero no había encontrado nunca nada más allá de lo que su madre le había contado en aquella ocasión.
Cuando ingresó en Hogwarts tuvo la esperanza de encontrar allí algo, un indicio, una pista, algo, cualquier cosa que la llevara a saber quién era el descendiente de la hermana de Elea, porque ni siquiera sabía el nombre de la diosa fallecida… únicamente el de Elea. Pero sus esperanzas habían caído en saco roto, pues tampoco allí había encontrado nada.
Emily Brestons empezó a moverse dentro de la intimidad de los doseles de su cama. Verónica guardó la daga nuevamente en el pañuelo azul y lo colocó bajo la almohada, asegurándose de lanzarle un hechizo desilusorio. Luego se deslizó al baño antes de que Emily terminara de levantarse, pues no tenía ganas de que le diera una lección de maquillaje y aspecto físico a aquellas horas.
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Remus no pudo evitar sobresaltarse cuando salió de su cuarto y se encontró con una daga que se dirigía a gran velocidad hacia él; únicamente gracias a los reflejos de hombre lobo pudo desviarse a tiempo. La daga quedó clavada en la puerta, justo donde antes había estado su cabeza.
-¡Remus! ¿Estás bien?
Harry llegó a su lado jadeando ligeramente. El hombre lobo sonrió mientras intentaba recuperar el color que había perdido y asentía ligeramente.
-Sí, bien… ¿se puede saber qué estabais haciendo?
-Entrenar –se encogió de hombros mientras Derin lo miraba desde el otro extremo de la sala-. Hace… ¿un par de horas? –preguntó a Derin quien le confirmó el espacio de tiempo con un ligero asentimiento de cabeza-. No podíamos dormir.
Remus observó que los muebles habían sido movidos hacia las paredes excepto una butaca y la mesa baja que en aquellos momentos estaba cerca de la chimenea ocupada por un sinfín de libros que parecía estar leyendo por encima pasando las hojas y frunciendo el ceño de vez en cuando.
-¿Y habéis estado entrenando todo este tiempo? –preguntó el licántropo-. ¿Y a ti no te han molestado?
-No, ya estoy acostumbrado –contestó Erebor sabiendo que era a él a quien le estaba hablando.
-Bueno, deberíais ir arreglándoos –replicó la voz de Giliath saliendo de su habitación perfectamente vestida-. Dentro de media hora se sirve el desayuno. Buenos días Remus.
-Buenos días –contestó el hombre sonriendo. Harry rodó los ojos mientras que Erebor sonreía teatralmente.
-Buenos días, Giliath –contestó Harry con una sonrisa.
Como era su costumbre, la mujer se acercó hasta el más pequeño de los varones y lo besó en la frente en un acto que a Remus le recordó tiempos pasados en los que Lily besaba de igual manera a James. Una punzada de dolor se apoderó de la nuca de Giliath y al recorrer la habitación con sus ojos, su mirada se topó con la de Remus.
-¿Por qué no vas a ducharte? –le indicó a Harry -. Y vosotros dos también –ordenó en un tono que no admitía réplica.
En cuanto se hubieron marchado, Giliath se giró hacia Remus con una sonrisa dulce y comprensiva en el rostro. Remus interpretó perfectamente lo que la mujer quería plantearle aún antes de que lo mirara directamente a los ojos y consiguió sonreír un poco forzado.
-Perdona… aún veo a James en él… -dijo a modo de explicación.
-No tienes que disculparte Remus, ¿se lo has contado a Harry? –el hombre la miró sin saber a qué se refería-. Me refiero a tus sueños, al sentimiento de culpa que tienes cada vez que lo miras.
-¿Cómo sabes…
Giliath se encogió de hombros.
-Es el sexto sentido de las mujeres –bromeó. Remus sonrió-. Tengo una ligera empatía con aquellos a los que aprecio en cierto grado y teniendo en cuenta que tú eres muy importante para Ainur, te aprecio –le explicó.
-¿Y qué quieres que le diga? "Harry, te aprecio mucho, pero quizá sería mejor que me alejara de tu vida porque me recuerdas mucho a tu padre y cada vez que te miro me siento culpable por no haber hecho nada para salvarle la vida a él y a tu madre y de paso también por no haber podido ayudar a Sirius" –dijo de un tirón y casi sin respirar el licántropo.
-Bueno, si eso es lo que piensas, sí, deberías decírmelo, aunque te advierto que no te voy a dejar salir de mi vida tan fácilmente, así que tendrás que darme una excusa mucho mejor que esa Remus.
-¡Harry! –el hombre se giró asustado hacia la puerta de Harry, donde el chico completamente duchado y vestido lo miraba sonriendo. Se giró hacia Giliath-. ¿Tú sabías que estaba ahí?
-Claro que no –dijo con fingido enojo la mujer-. ¿Por quién me tomas? –le guiñó un ojo a Harry-. Iré a preparar mis clases, creo que tenéis algo de lo que hablar.
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Por fin lo había conseguido. Había encontrado el hechizo que abriría el cofre de una buena vez. Había estado leyendo el libro una y otra vez sin hallar ninguna pista más que la leyenda escrita sobre Elea y Lahntra y cuando parecía que todo terminaba allí y que el poder naryn permanecería oculto para siempre en las sombras sin que él pudiese hacer nada por retener ese poder bajo su mando y conseguir así derrotar a Potter de una maldita vez, intentó un último hechizo.
Un conjuro hablado en un idioma tan antiguo como mortal, pues hacía siglos que nadie utilizaba el idioma del inframundo para decir nada; incluso las criaturas oscuras habían renunciado a esa lengua tan mordaz como aterradora, capaz de destruir el corazón más puro y noble.
Sabía lo que aquel cofre guardaba. El medallón de Elea que le conferiría el poder necesario para tener a sus órdenes a los naryns. Durante años había investigado todo aquello, partiendo únicamente de una carta manuscrita que había encontrado entre los archivos perdidos de la mansión Riddle y nunca había encontrado nada.
Ahora, tenía en su poder el texto que conseguiría abrir el cofre que guardaba el medallón de Elea y con él, se revelarían los depositarios de la lágrima de Lahntra y la daga oscura.
Alzó su varita sobre el cofre y su mano derecha. Hizo un corte en la palma de la misma con la punta de la varita y dejó que una gota de su sangre cayese sobre el cofre que emitió un leve resplandor negro.
-Zala ut turipies saodi Elea; y lavedes le riotemis euq dasargu ne ut riortein, tocepa le volere ed im ciarenhe y moclare im derpo. ¡CEDEBEO! (1)
(1. Alza tu espiritu diosa Elea, y desvela el misterio que guardas en tu interior. Acepto el relevo de mi herencia y reclamo mi poder. ¡Obedece!)
Un fuerte resplandor oscuro inundó la sala y Voldemort cerró sus ojos con fuerza.
La voz resonó en la penumbra de la habitación; el cofre que llevaba horas girando se destruyó de forma rápida, desperdigando sus añicos por todo el suelo frente a la mirada asustadiza de algunos de los vasallos. Se sentó en su butaca negra y se envolvió en su capa mientras se sumía en sus propios pensamientos.
-¡Maldita sea! –bramó-¡Está vacío! Estaba a punto de conseguirlo, casi la tengo y se me escapó de las manos… ¡Nott! –el encapuchado avanzó hacia su Señor y se inclinó ante él en un señal de respeto y sumisión-. No me importa lo que prometas ni lo que ordenes, quiero saber donde está ese medallón ¿entiendes? Quiero la daga oscura, quiero el medallón de Elea ¡y lo quiero ya!
-Sí, mi Señor –hizo una reverencia y salió de la estancia a toda prisa.
-Estoy rodeado de idiotas… -murmuró en su solitaria existencia. Hizo un gesto con la mano y los pedazos de la esfera se arremolinaron a su alrededor-¡Desaparece!
Un rayo de energía salió disparado de su varita y se estrelló contra todos y cada uno de los pedacitos; sonrió para sí; aún conservaba su poder y se alegraba de ello, estaba seguro de que lo iba a necesitar y pronto.
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-Llegarás tarde a tu clase –le dijo Remus en tono reprobatorio viendo como el chico incitaba a los tres profesores a salir de la sala común argumentando que él iría en un momento.
-Los dos sabemos que no necesito esas clases, Remus, así que no lo pongas como excusa ¿de acuerdo? –Harry silenció la estancia para asegurarse de que nadie les oía. Remus lo miró con los ojos abiertos al darse cuenta de que no había utilizado varita-. ¿Qué?
-No me acostumbro a verte hacer magia sin varita… ¿qué harás cuando estés en clase?
-No es tan complicado, quizá debería ponerlo en práctica –contestó Harry sonriendo recordando cómo había logrado controlar la magia mediante su propio cuerpo; Remus lo miró enarcando una ceja-. No necesito varita, aunque tengo una falsa pero será una molestia utilizarla ahora que me he acostumbrado a no hacerlo… -se despeinó pasándose la mano por el cabello y Remus lo miró con ojos soñadores-. ¿Qué?
-¿Sabes cuántas veces hacía tu padre ese mismo gesto que acabas de hacer tú de forma inconsciente?- Harry sonrió.
-Remus… eres consciente de que no soy mi padre, ¿verdad?
-Todos los días desde que tus padres murieron Harry –contestó el hombre con voz dolida.
-Y todos los días te culpas de ello ¿me equivoco? –el hombre abrió la boca para decir algo pero Harry se le adelantó-. Escúchame bien Remus, no tienes la culpa ¿de acuerdo? Tú no sabías que Sirius y Pettigrew habían intercambiado los papeles de guardián, tú no pudiste hacer nada más de lo que hiciste, que fue estar al lado de mis padres mientras crecían y se conocían ¿lo entiendes?
-Harry… yo… no debí desconfiar de Sirius… él… debí suponer nunca…
-Todas las pruebas lo culpaban y lo señalaban como el autor de la traición a mis padres Remus. No tienes la culpa de que él pasara doce años en Azkaban –el hombre lobo cerró los ojos intentando retener el dolor al recordar que su mejor amigo se había pasado doce años en Azkaban por algo que no había cometido-. Dumbledore pudo querer hacer un juicio justo y no lo hizo… él envió a Sirius a la prisión, no tú.
-¿Estás culpando a Albus de…
-No lo estoy culpando de nada más que de los errores que cometió Remus. Errores de los que yo me hice responsable durante mucho tiempo hasta comprender que yo no podía hacer nada… errores que te carcomen la cabeza a ti desde hace diecisiete años… y de los que no tienes la culpa.
-Harry yo no… -suspiró-… yo no soy tan fuerte como creían Sirius y James…
-Yo tampoco lo soy, por eso te necesito a mi lado –le confesó el chico-. Fuiste el mejor amigo de mis padres y de Sirius… y quiero que estés a mi lado. No voy a decirte que no preferiría que mis padres o Sirius estuviesen conmigo, pero no es posible. No se puede alterar el pasado y si se pudiera no lo haría. Todo pasa por un motivo y si tú estás aquí, hoy, conmigo, es por algo. Así que no vuelvas a decir estupideces de que yo estaría mejor sin ti… Remus… -el hombre lo miró-… ¿no te das cuenta de que tú eres todo lo que me queda de ellos? ¿no te das cuenta de que eres el único al que ahora puedo querer como un padre?
-Harry… -no, no se había dado cuenta de que si era cierto que él sufría con la muerte de sus amigos, Harry también debía de hacerlo. Eran sus amigos, sí, pero después de todo, eran sus padres los que habían muerto-… ¿sabes? Te pareces más a ellos de lo que imaginas…
-Eso ya me lo habías dicho antes –le contestó Harry divertido.
-Cierto –el hombre dejó escapar una leve sonrisa-. Supongo que me hago viejo y empiezo a repetirme.
-No vuelvas a decir ninguna tontería más, ¿entendido? –le preguntó el chico mirándolo seriamente.
-De acuerdo Harry –aceptó el hombre-. Pero sólo con la condición de que si tienes algún problema o necesitas algo, acudirás a mí…
Harry le sonrió.
-No acudiría a nadie más.
El licántropo sonrió y un destello de alegría brilló por unos segundos en sus ojos dorados. Harry le correspondió con un abrazo.
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Despertó en una celda fría y oscura; le dolía fuertemente la cabeza y tenía dificultades para respirar; alguien le había tapado una herida en el abdomen con un trozo de túnica de lo que parecía haber sido en un principio color dorado y que ahora quedaba reducida únicamente a rojo sangre, su sangre.
Intentó moverse pero una mano suave empujó su hombro hasta obligarlo a acostarse de nuevo sobre el suelo. Abrió sus ojos claros y se acostumbró a la poca luz que había en el lugar. Una figura alta y casi majestuosa permanecía a su lado, su mano, firmemente sobre su hombro.
-¿Qué…
-Tranquilo, no debes moverte; llevas tres días inconsciente –habló con voz tranquila y sosegada, cansada-. Mi nombre es Serest.
-Yo soy Dimbar –dijo el joven dios intentando sentarse. Serest lo miró con reprobración al ver su gesto de dolor-. Necesito levantarme, me estoy mareando –afirmó.
Serest lo ayudó a incorporarse y se aseguró que su espalda quedaba debidamente colocada contra la pared. A la poca luz del lugar, Dimbar pudo reconocer un rostro delgado y aristócrata que pese al cansancio y a la suciedad, parecía permanecer sereno; debido, seguramente, a la edad que el dios debería tener.
-¿Dónde estamos? –preguntó el joven dios.
-En algún punto entre Okkorton y Ahsvaldry –le comunicó Serest-. Perdí el conocimiento antes de poder saberlo con exactitud.
-¿Los seres que me atacaron…
-Quimeras –contestó el anciano. Dimbar abrió los ojos.
-¿Quimeras? Las quimeras fueron desterradas… Jamás vi ninguna durante mi infancia.
-Entonces tuviste suerte –le dijo Serest con voz calmada-. Duerme un poco, le sentará bien a tu cabeza. Luego hablaremos todo lo que quieras.
Dimbar asintió aún cansado para contestar. La oscuridad se volvió a cernir sobre él cuando cerró los ojos. Por algún motivo, la presencia de Serest lo tranquilizaba. Debía dormir, cuando despertara ya hablaría con él.
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Abrió la puerta de las mazmorras sabiendo de antemano que llegaba diez minutos tardes, aunque conociendo a Snape tan bien como lo conocía, sabía que el hombre aún estaría explicando la poción que iban a realizar ese día; siempre tardaba trece minutos exactos en explicarla, ni uno más ni uno menos, trece minutos exactos.
Respiró profundamente y después de llamar a la puerta entró. Algunos gryffindors se le quedaron mirando mientras cuchicheaban y es que algunos de ellos, al no verle en la sala común aquella mañana y afirmar que no había dormido en su dormitorio, habían empezado a lanzar rumores sobre un posible secuestro por parte de quien no debe ser nombrado. Los Slytherins lo observaron sin poder reprimir una sonrisa de superioridad al pensar en la humillación y el sarcasmo que el chico dorado iba a tener que soportar en breves, tan pronto como Snape abriera la boca. La explosión no se hizo esperar mucho.
-Por fin aparece, señor Potter, ¿tan importante se cree que es para llegar a la hora que le convenga?
-Perdone profesor, pero estaba ocupado en algunos asuntos, el director Dumbledore me dio permiso, ¿recuerda que usted también estaba presente? –le retó el alumno sonriendo y enarcando una ceja.
-Fuera Potter. No permito la entrada a clase después de que haya empezado a hablar –le ordenó el profesor mirando al chico.
-Hagamos un trato, si soy capaz de averiguar qué poción quiere realizar leyendo únicamente la lista de ingredientes, me quedo, si no, no aparezco por clase en todo el curso.
Varios gemidos ahogados se escucharon por parte de los leones mientras que la casa de las serpientes miraban sonrientes a su profesor y jefe de casa. Excepto uno. Draco Malfoy no le había quitado los ojos de encima a Harry desde que había entrado por la puerta.
-De acuerdo –aceptó el profesor-. Ahí tiene la lista –hizo una floritura con la varita y los ingredientes aparecieron sobre la mesa del profesor-. Dígame qué poción vamos a realizar.
-200 gramos de hueso triturado de dragón, 20 escamas de sirena, dos gotas de sangre de llellowith…-un escalofrío pasó por el cuerpo del chico sin poder remediarlo, los llellowith eran animales encantadores, pero cuando estaban en época de apareamiento podían devorarte si te acercabas a menos de veinte metros de sus nidos-… cuatro pelos de unicornio, tres pares de patas de ranas y un ojo de tritón diluido en aceite extraído de la albimah… -recordaba la planta como una de las medicinales que Erebor le había enseñado-… y esencia de basilisco… -sonrió. No necesitaba leer nada más-. Si no me equivoco, quiere preparar un elixir de protección contra las acromántulas y si me lo permite –añadió-, le diré que si aumenta en cuatro gramos la esencia de basilisco, se podría prescindir de las escamas de sirena.
Los leones y serpientes buscaron a Hermione con la mirada como si la chica pudiera contestar a sus mudas preguntas. Ella, después de mirar el libro asintió a los de su casa. Harry había acertado con la poción únicamente con leer la lista. Si no hubiesen estado tan atentos a la chica castaña hubiesen visto lo que vio Harry, una pequeña sonrisa casi imperceptible en el rostro de Severus Snape que sorprendió al muchacho.
-Entre y no haga alboroto –le indicó el profesor. En lugar de dirigirse al sitio habitual junto a Ron y Hermione, Harry caminó hacia las primeras filas, donde un tembloroso Neville miraba su caldero aún vacío como si un dementor pudiera surgir de allí en algún momento. Los comentarios de las serpientes fueron creciendo mientras los leones se sorprendían al ver como el trío dorado no se sentaban juntos, acrecentando así los rumores de que una pelea entre ellos había roto con su amistad de forma definitiva, rumor que nadie había querido creer pero que estaban empezando a hacerlo en aquellos momentos-. Ah, señor Potter –Harry lo miró-. Cinco puntos para usted –añadió.
Aquello sí que fue una sorpresa.
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-Escuchaste a Dumbledore, Hermione, tenemos que volver a hacerlo –insistió Ron sentado en la mesa más alejada de la biblioteca. La chica levantó la mirada del libro que tenía delante para mirar a Ron largamente antes de volver a mirar el libro mientras negaba con la cabeza-. Es lo mejor para él, Hermione.
-Ron, hace menos de dos días estabas arrepentido por haber estado espiando a Harry el curso pasado y ahora ¿quieres volver a hacerlo? –arrugó la frente-. Yo no estoy segura de querer volver a hacer algo así, se supone que intentamos recuperar su confianza y su amistad, no pretendemos que nos retire su palabra de por vida, ¿recuerdas?
-Hermione… has visto como ha actuado en clase de pociones –le recordó el chico. La chica alzó la cabeza de inmediato-. Terminará volviéndose un presuntuoso si nadie la para los pies y Dumbledore es el único que puedo controlarlo un poco –insistió Ron.
-Ron… no creo que…
-Sólo será una recaudación de información básica –insistió el chico. Hermione lo miró enarcando una ceja mientras esperaba escuchar que era lo que Ron entendía por "recaudación de información básica"-. Escucha; nos ganamos su confianza, esperamos que nos cuente cosas y únicamente le contamos a Dumbledore las cosas estrictamente necesarias e indispensables.
Hermione se mordió el labio de forma pensativa. Lo cierto era que desde que el director los había llamado esa misma mañana para pedirles que siguieran espiando a Harry, no le había hecho ninguna gracia y mucho menos si tenían en cuenta que ella había decidido ganarse de nuevo la amistad de Harry. Pero Ron parecía tan seguro de sí mismo y de Dumbledore que no podía negarse y mucho menos si era por el bien de Harry.
-De acuerdo –dijo ella-. Pero clasificaremos muy bien lo que decir y no decir al director –insistió. Ron afirmó con la cabeza-. Vamos…llegaremos tarde a Herbología.
Ron se levantó y asegurándose de que nadie les hubiese escuchado o visto salieron de la biblioteca.
Si alguno de los dos se hubiera fijado un poco más, podrían haber visto que unos ojos marrones los miraba y escuchaba desde detrás de unas pequeñas gafas ovaladas, escondida entre las estanterías.
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No tenéis ni idea de lo mucho que me ha costado escribir este capítulo!
No habia forma de que me gustar como me quedaba y aún ahora no me gusta, pero creo que si no lo dejo tal cual y me dedico a escribir el siguiente, nunca lo haré y me quedaré atascada en este capitulo de por vida!
Sabeis lo frustrante que puede ser eso?
Bueno, dejad vuestros mensajes y reviews y esta vez, por haber escrito un capitulo tan malo, os dejo que envieis también howlers, maleficios, maldiciones, conjuros y todo lo que querais…
Ahora sí, a todos vosotros… FELIZ AÑO NUEVO y que todos vuestros deseos se os cumplan!
Un besito a todos y disfrutad leyendo!
En el próximo capitulo…
-Podrías haberle hecho daño a alguien Harry –reprendió Hermione siempre tan práctica a sus obligaciones-. No deberías de ir jugando con armas si no…
-No juego con armas Hermione, las cuido, las evalúo, las trabajo y las utilizo para después limpiarlas y devolverlas a su lugar –la miró fríamente-. Pero nunca juego y aún cuando lo hiciera, no es asunto tuyo.
Y dos almas encerradas estarán conectadas entre sí y la oscuridad buscará la luz para terminar con ella; y la lágrima de Lahntra sólo podrá ser arrebatada de su depositario si él muere o la ofrece voluntariamente a su descendiente
-¿Quién te ha escrito?
"Harry Potter: escuché una conversación entre Ron Weasley y Hermione Granger. Quieren recuperar tu amistad para poder pasarle información al director Dumbledore. Ten cuidado con ellos, no le confíes demasiadas cosas que no desees que el director sepa.
Un león"
-Cazar al cazador –respondió-. Si quieren información, la tendrán –se encogió de hombros.
-¿Espiar a tus espías? –dijo Derin sonriendo-. Me gusta.
Durante siglos sus antepasados, guardianes de Elea, se habían dedicado a buscar al ladrón y por más hechizos que habían intentado utilizar, el resultado siempre era el mismo; parecía que se hubiese evaporado. Debía servir a Elea, la Señora del Mal.
