Hola a todo el mundo, que tal?
Bueno, una semana más que cumplo con mi correspondiente capítulo que espero sea del agrado de todos.
Antes de continuar hablando y soltándoos toda la parrafada que suelo soltar y escribir y antes de agradecer a todos y pasar lista de aquellos que me han dejado review, me gustaría dar un aviso.
Hace un par de días, una amiga mía buscó el nombre "nikachan123" en internet y por casualidad le surgió una página donde alguien llamado Slayersephirot, si no recuerdo mal, anunciada en el foro de la página de Harry Argentino, que alguien estaba plagiando este fic. No he podido ponerme en contacto con Slayersephirot y no he sido capaz de encontrar dicho fic en ninguna parte, por eso quiero pedir que si alguien ha leído algo similar a este fic o alguien cree que estoy siendo plagiada, por favor, que me lo comunique enseguida para poder hacer lo que tenga que hacer en caso de considerar que es cierto el plagio. Es muy importante que no dejemos que nadie se apodere de lo que han escrito los demás, por eso pido vuestra ayuda en este asunto, ¿de acuerdo?
Bueno, dicho esto, quiero agradecer a los incondicionales
Bronwyn bm, Kaito Seishiro, Alteia, Elias, Utena-puchiko-nyu, fabiana, HeiDi-Lu, Clawy, pedro, carolagd, D.Alatriste, Anaelisa y Terry Moon por leerme siempre y dejarme review en casi todos los capítulos o en todos como es el caso de algunos (vosotros sabéis quiénes sois) Y también agradecer a D.L.A., giosseppe y Lizbeth, sus comentarios y reviews, porque aunque no siempre dejen reviews, sé que me leen ¿verdad?
Un besito para todos, y ya os aviso que el capítulo de hoy es más corto…tenía un mal día… ¿qué pasa? Yo también puedo tener días malos ¿no? Y eso, pues claro, se refleja… os prometo compensar en el próximo capítulo.
Disfrutad de la lectura, nos vemos abajo!
CAPITULO 30. ¿Eso es un sí?
"Pues él no le encontraba nada de especial a aquel trozo de hierba que tenía en las manos en aquel momento. Miró de reojo a Erebor y no se sorprendió cuando encontró al dios observando detenidamente el talle de una flor rojiza y casi escaseando los pétalos rugosos y duros que la flor producía.
-Tiempo… -susurró Erebor mirando a Harry-. ¿Qué has aprendido de esa hierba?
Harry miró a Erebor y se encogió de hombros.
-Que es una hierba –empezó a decir-, negra.
Erebor lo miró impaciente y enarcando una ceja mientras se cruzaba de brazos. ¿Era posible que hubiera alguien tan poco observador como Harry Potter?
-¿Y…
Harry se encogió de hombros.
-¿Qué más quieres que te diga? –el dios lo miró enarcando esta vez ambas cejas. Harry conocía esa mirada demasiado bien para no saber que estaba hablando de forma impertinente-. Vamos, Erebor… No tengo ni idea de lo que quieres que vea.
El dios suspiró y estiró una mano hacia él invitándolo a acercarse.
-Ven aquí –Harry lo miró-. Vamos, ven aquí, Ainur, quiero mostrarte algo.
Harry obedeció y se acercó al rincón del bosque que Erebor le indicaba.
-Mira esta planta –le dijo el dios-. Dime que ves.
-Una planta roja –dijo Harry sin demasiado entusiasmo-. Ya te dije que no era bueno en estas cosas –añadió al ver la exasperación en el rostro de Erebor.
-¿Sabes qué veo yo? –Harry negó-. Es una planta de invierno, se nota por el tacto de sus pétalos rojos, además, huele a frío… -le acercó la planta al chico. Era cierto-. Los colores dicen mucho de las plantas, Harry, rojo… rojo sangre… podemos utilizarla para pociones recuperadoras –analizó fríamente-, y tal vez como componenete para crear un bálsamo o un ungüento para las heridas abiertas, ¿no crees?
-¿Cómo sabes todo eso? –preguntó Harry-. Quiero decir, sólo la has…
-La he estado mirando tres minutos, el mismo tiempo que tú has tenido esa planta en sus manos –le señaló la planta negra que Harry había dejado-. No te esfuerzas –le reprendió el dios con suavidad.
-No, claro, perdona, es que eso de que un mago oscuro ande detrás de mí, tener que cumplir con dos profecías, enterarme de que desciendo de los dioses y que debo enfrentarme a una diosa y a lo que ello conlleva me tiene un poco despistado –dijo el chico con sarcasmo evidente.
-No me hables en ese tono, Ainur –le dijo Erebor firmemente-. Siento mucho que tengas ese destino, pero yo no tengo la culpa.
Harry se sintió culpable. Erebor tenía razón. Cerró los ojos dejando que el aire llenase sus pulmones.
-Perdona Erebor… hoy no estoy muy bien…
-¿Nervioso? –preguntó el dios. Harry asintió-. Giliath me contó que esta tarde te llevará a ver a Lily. ¿has hablado con Stell de esto? –el chico asintió-. Bien, el Príncipe es bueno en estas cosas.
-¿Tú conociste a mi madre?
-Un poco, pero si vas a preguntarme que si le di clases alguna vez, no, no lo hice –le contestó el dios antes de que Harry pudiese decirle nada-. Sé que tienes muchas cosas en la cabeza Harry, pero esto es importante, es muy importante… A veces, en plena batalla, no puedes preparar una poción, conocer las hierbas y plantas que hay a tu alrededor, te puede servir no sólo para salvar tu vida, sino para salvar la vida de alguien…
-Es demasiado complicado Erebor… no podré…
-Harry… sólo piensa, ¿de acuerdo? Piensa en lo que te he dicho de esta flor y ahora piensa en la planta que has tenido en tus manos… ¿A qué olía, ¿Cómo era, ¿a qué se asocia su color?
-A invierno –contestó Harry-, olía igual que esta flor… -señaló.
-¿Y eso qué te dice?
-Que es una planta que puede combinarse con esta flor o puede menguar el poder curativo que pueda llegar a tener cualquier otra planta de verano.
-Bien, ¿y qué me puedes decir de su color?
-Negro… -el chico frunció el ceño-… oscuridad, muerte…
-De acuerdo, ahora piensa un poco más, ¿cómo se podrían relacionar las dos plantas?
-Se pueden combinar porque ambas son de invierno, la una refuerza a la otra y potencia sus habilidades curativas –contestó el chico. El dios asintió satisfecho-. Una mezcla de ambas hierbas puede potenciar y alargar la vida de alguien que tenga una herida abierta… la planta roja le restaura la sangre y la negra que debería causar la muerte, colocada sobre la roja, potencia el poder curativo de la flor…
-… salvando la vida de alguien… -terminó el dios por él. Asintió-. A veces, las respuestas no son sencillas, Harry, pero siempre están ahí; sólo tienes que mirar a tu alrededor y tomarlas de lo que te ofrecen.
El muchacho asintió.
-Vamos, en el centro del bosque hay unas plantas muy curiosas que me gustaría enseñarte… quizá ahora que estás más despierto consiga algo de tu atención.
Harry le sonrió burlón pero no contestó. Le gustaba la compañía de Erebor y al parecer, al dios también le gustaba la suya"
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
Suspiró. Era increíble la rivalidad que había entre Gryffindor y Slytherin, hasta los cuadros estaban con esa guerra entre casas, guerra que, en opinión de Verónica, Dumbledore potenciaba con los puntos que se daban y se quitaban durante todo el curso para ver quien se quedaba con la copa de las casas. Y es que cuando había querido entrar en la torre de Gryffindor, la señora gorda la había mirado mal por llevar una capa de Slytherin puesta sobre su ropa manchada de poción invisible que empezaba a hacer efecto bastante rápido, demasiado para el gusto de Verónica. Por suerte, el cuadro se había tenido que apartar cuando ella dijo la contraseña, eso sí, sin dejar de murmurar cosas como "dónde iremos a parar, capas de serpientes en Gryffindor" o "¿a quién se la habrá quitado?"
Se había cambiado de ropa y había llamado a uno de los elfos domésticos para pedirle que lavara y devolviera la capa a Blaise Zabinni de Slytherin. Al salir de la torre la señora gorda la miró de reojo pero se contuvo de decir nada al ver que la chica la miraba fijamente. Finalmente la mujer del cuadro se giró hacia el caballero que dormía placidamente bajo un árbol en el cuadro de al lado y le dijo "los chicos de hoy en día ya no tienen respeto por nada ni por nadie".
Verónica resopló pero no dijo nada. Bajó las escaleras y se perdió por uno de los pasillos del castillo en el que apenas había luz y los cuadros estaban oscuros y eran sombras en lugar de fantasmas los que vagaban por allí entre susurros y murmullos. No era un buen lugar para pasear, desde luego, pero era el camino más directo para ir a las habitaciones de Harry
-Señorita Ollivers, ¿podría hablar con usted un momento?
La chica se llevó una mano al pecho para asegurarse que su corazón seguía latiendo después de que la voz del director Dumbledore la sobresaltase.
-Profesor Dumbledore… -dijo recuperando su respiración-, me ha asustado.
-Lo lamento, no era mi intención, ¿se encuentra bien? –preguntó con su habitual tono agradable. Verónica consiguió asentir mientras su mano derecha soltaba un poco el agarre sobre la varita que había agarrado de forma inconsciente, casi por impulso.
-¿Quería algo profesor, o sólo le gusta asustar a los alumnos en pasillos oscuros? –le preguntó ella con una sonrisa.
El hombre le sonrió de vuelta y se mesó la barba pensativo, como si tuviera que meditar lo que iba a decir a continuación.
-¿A dónde iba por este pasillo? –preguntó.
-Estaba buscando a Harry, señor –contestó ella-, tenía que consultarle algunas cosas.
-Sí, ya me dijo el profesor Snape que ambos le están ayudando en la elaboración de pociones, ¿verdad?
-En realidad señor, lo que nosotros hacemos es ayudarle con los ingredientes, nada más –mintió ella sin saber si debía decir que verificaba pociones o no.
Albus sonrió por encima de sus gafas de media luna.
-Tenía ganas de hablar con usted, señorita Ollivers desde hace unos días.
-¿Conmigo, señor? –preguntó ella-. ¿Respecto a qué?
-Bueno, me han dicho que fue usted quién calmó a un pegaso negro durante una clase… ¿me equivoco?
Verónica se puso tensa. No le gustaba el matiz que la conversación estaba teniendo. Siempre había visto en Dumbledor a una persona poderosa, capaz de conseguir lo que quisiera y cuando lo quisiera, preocupado por todo lo que le rodeaba y con los pies en la tierra, un buen mago, sí, excelente, incluso, pero no estaba segura de que la figura que representaba al mago fuera la misma que representara al hombre.
-Se me dan bien los animales –contestó ella sin inmutarse.
-Ya veo… -el hombre se bajó las gafas de media luna y la miró a los ojos directamente con una media sonrisa-. Dígame, ¿sabía que ese pegaso era de Harry?
Verónica retrocedió un paso involuntariamente; algo le había golpeado en la cabeza, bueno, no en la cabeza, sino dentro de la cabeza; era difícil de explicar, era como un leve martilleo… como si alguien estuviera haciendo un agujero en su cabeza para querer ver qué había en ella. Sus sentidos se pusieron en alerta; había leído sobre ello aunque nunca lo había experimentado y sabía que el hombre que tenía delante era un experto en aquella materia, legeremancia.
Intentó concentrarse en aquel martilleo e intentó elevar una pared con su mente mientras mantenía una sonrisa inocente; no creía que fuese muy buena idea que el director conociera todo lo que sabía sobre la daga, Harry y Ahsvaldry.
¿Dónde estaba Harry cuando se le necesitaba?
----------------------------------------------------------------------------------------------------------
-¿Por qué querría matarme si ya no poseo el colgante? –preguntó.
Erebor miró a Giliath y la diosa asintió. Tenía derecho a saberlo.
-Si Voldemort hubiera tenido ese colgante desde un principio, hubiera conseguido sus propósitos desde hace mucho tiempo, Malfoy –fue Harry quién le contestó-. Con él no sólo hubiera podido matar a mis padres como hizo, sino que podría haber encontrado la daga oscura y podría haberme matado a mí también ¿lo entiendes? Voldemort te verá como el culpable de que yo haya arruinado todos sus planes de alzarse con el poder del mundo muggle, mágico e inmortal y querrá descargar en ti toda la furia que no pudo descargar en el pasado contra sus antecesores.
-No le tengo miedo a Voldemort –aseguró Draco.
Derin sonrió a medias.
-¿Y a una diosa que sería capaz de hundir sus manos limpias y suaves en tu pecho para arrancarte el corazón y que aún así te permitiría seguir vivo con su magia para obligarte a comerte tu propio corazón? –le preguntó frío-. ¿A eso tampoco le tienes miedo?
-¿Qué quiere decir? –preguntó Severus.
-Elea lo reconocerá como el reflejo y la sombra del naryn que quiso traicionarla desobedeciéndola y que en lugar de ocultar su colgante y con él, su poder, quiso apoderarse de su magia; lo mirará y lo reconocerá como el traidor, no como un mago, no como un niño, no como un mortal –dijo sin apartar sus ojos grises de los plateados de Draco.
-Si Elea consigue encontrarte, tendrás que enfrentarte a ella –sentenció Giliath sin un asomo de burla o broma en sus labios, sólo comprensión y ternura, casi lástima.
-¿Enfrentarse al poder de una diosa? –preguntó Snape alzando la voz de forma fría e indiferente- ¿Quién estaría tan loco para hacer algo así? –añadió antes de que Draco dijera nada.
Derin esbozó una sonrisa cuando Harry alzó su mano al aire, retando con la mirada verde al profesor de pociones de que volviera a repetir lo que había dicho. Severus le miró.
-Yo no tengo otra opción más que esa, profesor –le contestó el chico-. Y le aseguro que no estoy loco.
Erebor miró el aplomo del muchacho. Ellos sabían por qué Harry tenía que enfrentarse a Elea, no era sólo por la profecía o porque la sangre que corría por sus venas formaba parte de la que una vez había sido derramada del cuerpo de Lahntra y ahora clamaba venganza, era algo más; si no derrotaba a Elea, las almas de Lily y James nunca podrían estar juntas. Harry le había prometido a su madre que lograría reunirla de nuevo con James Potter y Harry Potter nunca rompía sus promesas.
-Y tú también estarás en peligro, Snape –le dijo Derin-. Al ser el guardián de Malfoy, el colgante pasará a tus manos, tendrás que mantenerlo bajo tu tutela, asegurándote de que no llegue a las manos indebidas.
-Comprendo…. ¿hay algún modo de que el Lord descubra que yo soy el guardián de Malfoy?
-El colgante de Elea lo atraerá para reclamar su atención… el rastro lo llevará directamente a las manos de quien lo tenga –le indicó Giliath.
Severus asintió.
-Los dos estaréis en peligro –le aseguró Harry a Draco mirándolo fijamente-. Tienes que pensar si vale la pena hacerlo.
-¡Harry! Necesitamos que lo haga –le dijo Derin asombrado.
-Lo sé –se limitó a contestar el chico-, pero también sé lo que significa que Voldemort quiera asesinarte a toda costa y sé lo que significa perder a tu madre y sé lo que significa poner en peligro a la única persona que se ha preocupado por ti simplemente porque quería hacerlo –a Giliath no le cupo ninguna duda de que estaba hablando de Sirius y de la muerte del mismo-. Por eso te digo que tienes que pensar si vale la pena hacerlo, Malfoy.
El aura de Verónica sufrió un leve temblor. Lo percibió claro. El hechizo que le había puesto para saber cuando estaba en peligro funcionaba perfectamente; sonrió satisfecho de sí mismo y se concentró para saber donde estaba la chica. Su sonrisa se borró en cuanto descubrió el aura que estaba junto a Verónica; ni siquiera tenía que concentrarse para notarla; esa fuerza sólo la podía irradiar una persona dentro de Hogwarts.
-Si me disculpáis, tengo que salir un momento –aseguró.
-¿Dónde vas? –intervino Derin sus pasos.
-A rescatar a alguien de Dumbledore –se limitó a decir el chico tranquilamente. Demasiado tranquilo para Derin que había visto el brillo de fuerza en los ojos del chico.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------
Tomó una bocanada de aire antes de inclinarse hacia delante y hundir la cabeza en la fuente del manantial; agua fresca, pura, dulce… no recordaba ya lo que era el sabor de algo así; el agua que subía de los infiernos de la tierra de Okkortton traía el sabor de la desesperanza y el olor a azufre y sales que le dejaban la garganta seca y con cierto regusto áspero que le hacía recordar a cada segundo quién era y a quién servía, a quién debía servir hasta su muerte.
El silencio de la sala era sepulcral; ese era uno de los motivos por los que había tenido que salir de allí y atravesar el angosto pasillo oscuro y lúgubre que comunicaba la sala de la diosa con el lugar en el que se encontraba él.
No dejaba de ser irónico que una diosa condenada, esperase dormida a despertar para recuperar su poder en una iglesia; oculta y opuesta a todo lo que los dioses de Ahsvaldry propugnaban, sí, pero una iglesia después de todo.
Había oído leyendas, leyendas que su propio padre le contaba cuando era niño, leyendas que él algún día debería contar a su propio hijo cuando el dolor del cuerpo le avisara de que se acercaban sus últimos suspiros y que era su primogénito quien debía ocupar su lugar junto al cuerpo durmiente de la diosa. Leyendas que hablaban de naryns que habían erigido aquel edificio y lo habían pintado y decorado con gestos y visiones repugnantes, en una continua burla hacia las creencias del amor y el perdón y la bondad que los shyggards y el reino de Ahsvaldry propagaban.
Leyendas que hablaban de los misterios y de la magia oscura que había en aquel lugar considerado una vez sacro y santo y que en aquellos momentos sólo proyectaba las sombras de los naryns que habían muerto y habían enterrado sus almas entre aquellas paredes, a la espera del despertar de su diosa, siempre vigilantes, siempre atentos.
Poca gente iba a aquel lugar, y los pocos incautos que se perdían o iban a parar allí de algún modo, terminaban siendo víctimas del ritual que los naryns llevaban a cabo para tomar la sangre y entregar vida y sangre al poder de Elea.
Era el silencio, el silencio sepulcral lo que lo había obligado a abandonar la cripta luminosa en la que se encontraba el ataud de cristal de la diosa para salir a la antesala. Demasiado tiempo conversando consigo mismo, demasiado tiempo en aquel lugar, solo, con la durmiente diosa como única compañía y el único consuelo de esperar la muerte.
Estaba siendo una noche tranquila, en Okkorton siempre parecía que fuera de noche, incluso cuando era de día las nubes oscuras se encargaban de oscurecerlo todo y el clima áspero y húmedo evocaban nieblas y neblinas que cubrían siempre la superficie terrestre. Por eso se había permitido el abandonar su lugar, sólo por eso; hacía tres días completos que ningún naryn pasaba por allí; no desde la última ofrenda de corazones y sangre que le habían hecho a Elea.
Por eso el guardián se sobresaltó sin poder remediarlo cuando de la nada, vio a través de las brumas de la puerta una silueta alada que se movía con gran rapidez hacia el santuario en el que él se encontraba.
Sus ojos se abrieron de forma irreal, su boca balbuceó palabras incomprensibles para el intelecto humano e incluso tuvo la sensación de las sombras se retraían a los rincones para no ser descubiertas por aquel animal que planeaba correctamente utilizando las corrientes de aire. Utilizando esas mismas corrientes llegó pronto al umbral del edificio donde aterrizó posando sus patas y clavando sus garras en lo más profundo de la tierra estéril.
Había escuchado hablar de ellas pero jamás había visto una; y quizá fuera porque la oscuridad a sus espaldas presagiaba muerte y proclamaba miedo, quizá fuera porque la niebla recortaba su figura enorme y grotesca o quizá fuera porque aquel trueno y aquel rayo iluminaron el lugar en el momento en que sus ojos se centraron en él; fuera por lo que fuera, el guardián de la diosa Elea trastabilló en un intento de apartarse de aquella bestia y cayó al suelo, quedando sentado sobre sus posaderas, con los ojos aún clavados en aquella quimera.
La bestia lo miró sin decir nada, sin hacer nada; el hombre juraría más tarde que una de las cabezas le había sonreído a modo de disculpa por haber perturbado su tranquilidad; la quimera entró en el recinto y atravesó la estancia en la que el hombre aún permanecía sentado en silencio, balbuceando y temblando de miedo. A cada paso agigantado que el animal daba las paredes del edifico temblaban amenazando en silencio con caer y sepultar todo lo que había allí.
Silencio. Sólo los pasos de la quimera alejándose en la oscuridad del pasillo hacia la cámara donde descansaba el cuerpo durmiente de la diosa.
Y por segunda vez, mientras miraba la gran figura desaparecer entre las sombras, le pareció que una de las cabezas giraba y le sonreía, esta vez, de forma muy diferente a la primera. Y por segunda vez en aquella noche, el hombre tembló.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------
El dolor en su cabeza era cada vez más fuerte. Dumbledore parecía haber fruncido el ceño pero seguía mirándola de forma insistente con aquella sonrisa que tantas veces la chica había observado en silencio y que ahora entendía por qué la tenía; aplicaba legeremancia sobre los alumnos, por eso siempre sabía quién había hecho qué o quién estaba pensando en hacer qué.
-Así que Harry te contó que tenía un pegaso negro en el bosque y te llevó a verlo… -repitió el hombre-… por eso lo pudiste calmar aquel día… -suspiró-. No debió hacerlo, un animal así es muy peligroso.
-Feamor no es peligroso –le contestó ella-… irradia una fuerza y una luz propia… No tiene nada que ver con la imagen de animal frío y despiadado que los libros se empeñan en hacernos creer –lo defendió Verónica.
-Aún así… debiste habérmelo dicho, ¿no te parece?
-No veo por qué; el pegaso no es mío –le contestó ella intentando sonar indiferente y dulce.
-Ya veo… Dime… ¿has pasado mucho tiempo con Harry últimamente? –le preguntó el anciano de nuevo. Verónica lo miró-. Bueno… estas paredes parecen de papel y cuando yo era joven los rumores se colaban con las hendiduras de las piedras… aún siguen haciéndolo…
-¿Qué es lo que ha escuchado, director Dumbledore? –preguntó ella solícita.
-Se rumorea que le has quitado el puesto a la señorita Granger y al señor Weasley y que han pasado de ser un trío a ser un dueto… -la miró de nuevo y el martilleo empezó de nuevo otra vez.
-Si tiene alguna pregunta sobre con quién hablo y con quién ando, le sugiero que me la haga a mí, señor –la voz de Harry sonaba fría y distante, gélida, como si estuviera reteniendo su propia voz para no gritar en medio de aquel pasillo oscuro.
-Harry… -la voz de Verónica fue un suspiro de alivio que no pasó desapercibido para el hombre adulto que había allí.
-Sólo estábamos conversando, Harry –dijo a modo de saludo Dumbledore que se había dado cuenta en el tono frío e impersonal de la voz del chico.
-¿Sobre Feamor? –Harry enarcó una ceja y se colocó junto a Verónica a quién sonrió con ternura-. Feamor es mi pegaso, señor; si tiene alguna pregunta sobre él debería hacérsela a su dueño, ¿no le parece?
Dumbledore sonrió.
-Dado que la señorita Ollivers fue capaz de calmar a su pegaso, pensé que ella podría decirme cómo se encontraba el animal, nada más.
-Verónica puede calmarlo porque Feamor lee el alma de las personas, señor –le indicó Harry-. Y ahora si me permite, venía a buscar a Verónica para ayudarla con un trabajo de historia de la magia.
-Por supuesto, ya nos veremos, señorita Ollivers –dijo el anciano llevándose las manos a los bolsillos y echando a andar.
-No si yo puedo evitarlo… -murmuró Harry lo bastante alto para que Dumbledore le escuchara.
Pudo notar los ojos entrecerrados de Verónica pese a que el pasillo estaba casi a oscuras. Movió su mano un par de veces y dos esferas blancas salieron de ella y giraron un par de veces sobre él como si le estuviesen saludando; Harry sonrió. Incluso en la oscuridad ella sabía cuando él sonreía… ¿hasta ese grado llegaba la complicidad entre ambos o sólo era producto de su imaginación?
Las esferas se expandieron sobre ellos creando un campo de luz tenue, suficiente para que los ojos de Harry buscasen los de ella con rapidez; ojos verdes que brillaban con fuerza.
-Vamos, tienes que contarme qué ha pasado –sin decir nada más Harry tomó de la mano a Verónica y empezó a caminar por pasillos, subiendo y bajando las escaleras.
Ella no le prestó atención a por donde caminaba; se sentía demasiado bien con su mano aferrada a la de él como para fijarse en esas tonterías; se sentía segura, bien, llena de vida y de fuerza… No entendía por qué Harry le hacía sentir todo aquello… bueno, sí lo sabía… sabía que se había enamorado de él, ya no era un "creo" o un "quizá" ni siquiera un "seguramente", ahora era un "me he enamorado". Sabía que lo iba a pasar francamente mal y sonrió mientras era llevada por el chico de un lado a otro del castillo en silencio, sin decir nada, después de todo, uno nunca puede elegir de quién se enamora.
Verónica le miró de soslayo; uno no tenía por qué ser un genio para saber que el chico que caminaba a su lado estaba enfadado, muy enfadado si se tenía en cuenta su frente arrugada y la manera en que tenía los puños cerrados alrededor de las caderas. Murmuraba palabras que Verónica ni siquiera sabía que existían o que no pensaba que alguien pudiera tener el valor de decirlas, al menos, no delante de alguien.
Y aunque sabía que no era el mejor momento para darse cuenta de ello y fijar toda su atención allí, no podía apartar la mirada de su mano que seguía oculta firmemente y con suavidad por la mano de Harry mientras este seguía caminando a pasos rápidos y apurados. Un escalofrío y una ola de calor recorría la mano de la chica provocándole espasmos de una sensación que nunca antes había experimentado con nadie, en todo su ser. Tenías ganas de gritar, de reír, de saltar, de respirar, de llorar y lo quería hacer todo a la vez. Se preguntó en silencio si él se había dado cuenta de que aún la seguía teniendo cogida de la mano y aunque hubiese deseado seguir así durante un buen rato más, era consciente de que se estaría aprovechando de la ofuscación de Harry si no le hacía ver que seguían tomados de la mano.
Ella incluso podría afirmar que el chico no se percató cuando Blaise Zabinni y Pansi Parkinson se cruzaron con ellos en el pasillo y el chico enarcó una ceja después de mirar las manos de ambos y antes de dedicarle una mirada divertida y burlona a Verónica quien la correspondió rodando los ojos y con un resoplido.
-Necesito mi capa –le dijo Blaise divertido.
Verónica no le contestó, seguía a Harry a través del pasillo.
-Harry… -lo llamó suavemente.
El chico no le prestó atención. De acuerdo, estaba muy enfadado. Verónica carraspeó levemente.
-Harry –volvió a insistir un poco más firme.
Pero el chico tampoco le prestó atención en esa ocasión.
-¡Harry! –el chico se detuvo en seco y la miró. Verónica le sonrió algo avergonzada.-Perdona, no quería gritarte, pero si sigues apretando así mi mano me quedaré sin ella ¿lo sabías? –preguntó con cierto sarcasmo y una media sonrisa.
-Lo siento –el chico apartó su mano rápidamente-. No me di cuenta y…
Ella negó suavemente con la cabeza.
-He dicho que no aprietes tanto… no que me sueltes… -añadió a media voz bajando la mirada hacia el suelo que en aquellos momentos parecía ser lo más interesante del mundo para ella.
Harry le sonrió y volvió a tomar su mano, esta vez con más suavidad que la anterior. Verónica aún podía notar la fuerza a través de sus músculos, y podía observar como sus hombros y sus brazos estaban cargados, y como la vena de su cuello palpitaba ligeramente como muestra y señal de que su enfado seguía allí; pero esta vez su mano, estaba siendo tratada con suavidad y aquello le agradó.
Harry abrió la puerta de un aula vacía y entró en ella aún con Verónica agarrada a su mano.
-¿Estás bien? –le preguntó girándose para mirarla.
Verónica se fijó en sus ojos. Verdes; pero eran distinto, en el centro del iris, donde debería estar la pupila negra, se distinguía un foco blanco electrizante, atrayente que la obligaba a no separar su vista de allí. Harry parpadeó y cuando volvió a abrir sus ojos, el fulgor blanco había desaparecido.
-Sí… ¿cómo…
-He seguido tu aura –se limitó a decir él antes de que ella le preguntara por el color de sus ojos-. ¿Qué ha pasado? –ella lo miró extrañada-. Tu aura se ha tambaleado, estaba inquieta…
-Creo que… -Harry la miró. Allí estaba otra vez. Blanco, blanco como la nieve, era un punto, solo eso, pero era suficiente para atraer la atención de ella-. ¿Qué diablos le ocurre a tus ojos?
Harry resopló.
-Forma parte de la descendencia de los dioses –le dijo el chico-. Cuando mi magia quiere salir fuera tengo que controlar mi poder para evitar que cause un caos –le sonrió a medias-. A veces cuando alguien me desborda me ocurre, pero no te asustes, lo puedo controlar.
Ella le sonrió.
-No me asusto –le prometió con una sonrisa-. Sé que nunca me harías daño.
-No es lo que piensa la mayoría de la gente de este castillo últimamente –contestó él. Verónica se encogió de hombros con sencillez.
-Nunca me ha importado la gente, sólo aquellos a los que quiero –le contestó la chica.
-Deja mis ojos –él volvió a parpadear al ver que ella seguía mirándolos fijamente-. Odio el poder de atracción que provoca. Bueno…¿Vas a contestarme?
-Ah… bueno… prométeme que no te enfadarás –le pidió ella. Harry la miró receloso.
-¿Qué?
-Que me prometas que no te enfadarás –le repitió ella jugando nerviosamente con sus manos.
-¿Por qué habría de enfadarme? –preguntó el chico.
-Harry…
-Verónica, no voy a prometer algo que no sé si voy a poder cumplir, así que primero contéstame y dime que ha ocurrido y yo te diré si me enfado o no.
Ella respiró.
-Creo que intentó utilizar la legeremancia conmigo –dijo de carrerilla y cerrando los ojos.
Lo notó. Pese a tener los ojos cerrados pudo notar como la magia de Harry aumentaba a su alrededor. Nunca había notado algo así, ni siquiera en el director Dumbledore. Había leído que sólo los magos más poderosos podían dejar que su aura flotase alrededor de ellos permitiendo que los demás pudiesen verla y sentirla sin tener ningún conocimiento previo de magia; pero nunca había encontrado a nadie con esa capacidad mágica.
Intrigada, abrió los ojos y supo que nunca podría ver algo más fuerte y poderoso que lo que tenía en aquellos momentos delante.
Un aura dorada y blanca rodeaba a Harry que levitaba a tres centímetros del suelo como si un remolino de aire lo estuviera impulsando hacia arriba. Su cabello negro flotaba ligeramente en el aire elevando su flequillo rebelde y dejando entrever la cicatriz de vez de vez en cuando; sus puños estaba fuertemente cerrados alrededor de las caderas. Pero fueron sus ojos. Fueron sus ojos los que llamaron la atención de la chica; los ojos verdes de Harry habían desaparecido y una orbe de color blanca se veía donde antes había verde. Electrizante, magnético, atrayente. Sus ojos miraban hacia la puerta, fijamente, y parecía que el chico había olvidado que ella estaba allí.
-Ya sabía yo que no tenía que habérselo dicho… -murmuró Verónica para sí misma. Suspiró.
-¿Harry? –preguntó con suavidad-. ¿Estás bien?
El chico asintió y cerró los ojos intentando controlar la magia y el poder que querían salir y enfrentar al viejo director. ¿Cómo se atrevía a utilizar legeremancia con ella? Era una alumna por todos los magos y brujas… Se suponía que él debe proteger a los alumnos, no utilizar su magia con ellos.
No supo por qué lo hacía, y si alguien le hubiese preguntado, seguramente hubiera contestado que simplemente era intuición. Verónica acercó sus manos a los puños cerrados de él y con cierto titubeo rodeó las manos de Harry con las suyas, quedándose frente a él, mirándole a los ojos, ahora blancos, que seguían fijos en la puerta como si en cualquier momento fuera a salir por ella, como si la magia de Harry pudiese controlarlo a él.
Harry sintió la calidez que emanaba de las manos de Verónica, pero había algo más. No era sólo calidez, era dulzura, cariño, preocupación… era sentir mariposas en el estómago y una corriente eléctrica recorriendo su espalda; era el querer abrazarla y tener miedo de cómo reaccionaría ella, era todo eso junto y era mucho más.
-Respira hondo… -le susurró ella respirando también.
Harry la siguió un par de veces hasta que pudo hacerlo solo. Respirar. Notar como los pulmones se llenaban de aire, notar como los de ella también se hinchaban. Inspirar. Vaciar el aire de los pulmones exhalándolo, intentando encontrar un ritmo y un control que en aquellos momentos estaba perdiendo; ver como ella los vaciaba también cerrando los ojos y entreabriendo los labios, como si con aquel gesto pudiese controlar lo que Harry no sabía si podría. Respirar. Intentar consumir todo el aire posible mientras intentaba no explotar; saber que ella estaba haciéndolo también. Inspirar. Notar como las manos de ella relajadas y suaves se mantenían sobre las suyas que empezaban a aflojarse.
Se mantuvo frente a él respirando con tranquilidad, controlando su pulso y su corazón, escuchando el latir del corazón de Harry, notando como volvía a la normalidad. Sus ojos blancos empezaron a recuperar su color verde habitual; sus pies bajaron para tocar el suelo, el viento dejó tranquilo y en desorden su ya desordenado cabello y su flequillo volvió a cubrir la cicatriz del chico. Los brazos se destensaron y los puños cerrados con fuerza se aflojaron dejando que las manos encontrase el camino para tomar las de ella en silencio, simplemente en silencio, sin necesidad de hacer o decir nada.
Harry suspiró y respiró por última vez antes de mirarla fijamente. Creía que ella le reprocharía lo que había pasado, que le soltaría las manos, que le diría que le daba miedo que pudiese llegar a perder el control de aquella forma. Creía que la había perdido incluso antes de tenerla. Una vez más, se equivocó con aquella chica. Verónica sólo le miró y con una sonrisa le hizo una pregunta.
-¿Estás mejor? -Harry asintió en silencio-. Bien… Por mucho que deteste que intenten meterse en mi cabeza, no quiero que vayas a Azkaban por matar al director de Hogwarts –bromeó ella intentando quitarle hierro al asunto.
Harry le sonrió de vuelta.
-La próxima vez que le veas dile que te debe la vida –ella lo miró confusa-. Cuando pierdo el control, sólo Derin puede ayudarme a recuperarlo… Nadie había podido hacerlo nunca… hasta ahora –le sonrió-. ¿Cómo lo has hecho?
Verónica se encogió de hombros.
-Cuando me pongo nerviosa porque me falta el oxígeno y empiezo a perder el control sobre mi cuerpo, respiro profundamente hasta que me doy cuenta de que puedo hacerlo… es sólo cuestión de control –le explicó ella.
-¿Cuándo te falta el oxígeno? –le preguntó él. Verónica asintió.
-Soy asmática –le indicó.
-No lo sabía, ¿por qué no me lo has dicho antes?
-¿Por qué no me habías dicho tú que te podía pasar esto? –le preguntó de vuelta.
Harry le sonrió.
-Es algo de mí que no me gusta… -le confesó el chico.
Verónica le dio un ligero apretón en las manos.
-A mí tampoco me gusta… -le contestó ella.
-Tampoco me gusta que me dejen en plena declaración… -añadió él con tono divertido pero que no admitía réplica.
-Harry, yo no….
El chico colocó una de sus manos sobre la boca de ella impidiéndole hablar y la miró a los ojos.
-Primero déjame hablar ¿de acuerdo? –ella lo miró recelosa-. ¿De acuerdo? –repitió él la pregunta con un tinte divertido en la voz. Verónica masculló algo debajo de su mano; el aliento de ella chocó contra la piel de su mano y él sonrió quitándosela -¿Qué has dicho?
-He dicho: ¿te importaría dejarme respirar o es que quieres intentar resucitarme con tus poderes de dios? –repitió ella ligeramente enfadada-. Casi me ahogas…
-Perdona… no era mi intención; pero sé que si empiezas a hablar me convencerás para que yo no diga nada y no estoy dispuesto a callarme ni un segundo más –le contestó el chico-. No te estoy pidiendo que te cases conmigo Verónica, sólo te estoy diciendo que me gusta estar contigo, me gusta tu compañía, me gusta poder ser simplemente Harry cuando estoy contigo y me gustas tú. me estoy enamorando de ti por no decir que ya lo estoy y aunque sé que parece que soy un egoísta por enamorarme de ti y pedirte que me correspondas cuando posiblemente dentro de poco tiempo puedo morir por una batalla que está escrita desde antes de mi nacimiento, no puedo evitar quererte –ella abrió la boca-. Piensa bien lo que vas a decir antes de hablar ¿quieres?
-No puedo gustarte… no puedes quererme… -dijo ella.
-¿Por qué no? –preguntó Harry. Verónica le miró como si fuera lo más obvio del mundo pero él no entendía qué quería decir.
-Mi padre dice que nadie me puede querer porque estoy gorda –dijo la chica.
Harry arrugó la frente y la chica supo que aquel comentario no le había gustado nada.
-Siento decírtelo, pero tu padre es idiota –le comunicó Harry con una sonrisa-. Y tú también lo eres si te crees lo que tu padre te dice, y sé que no lo eres, así que dime a qué le tienes miedo –le pidió. Una luz se encendió en su cabeza; una conversación pasada, una respuesta a una pregunta; sonrió-. Te da miedo enamorarte…
-Harry tú… -se alejó de él un par de metros mientras se pasaba la mano por el cabello a medio recoger-. No lo entiendes…
-Pues explícamelo.
-Nunca he tenido nada… nunca he aspirado a nada… me han gustado dos o tres chicos pero siempre he sabido que no podía hacer nada para que ellos me quisieran a mí; me he pasado noches enteras llorando preguntándome qué es lo que tengo de malo para ser siempre la amiga perfecta pero nada más… Sufrí mucho… he sufrido tanto que decidí construirme un muro y encerrarme dentro de él para evitar que nadie se acercara a mí lo suficiente para evitar enamorarme…
-¿Y qué ha pasado? –preguntó él sin acercarse a ella.
-Que llegaste tú… -contestó Verónica son una media sonrisa-… eso pasó… Llegaste con tu sonrisa, con tus palabras, con tu mirada y antes de que me diera cuenta… hiciste un agujero enorme en mi muro Harry… Y eso me asusta terriblemente porque no quiero volver a pasarme las horas llorando en mi cama, sola y sin nadie a quien recurrir…
-Espera, ¿me estás diciendo que… -empezó a decir el chico.
-Sí, te estoy diciendo que no me da miedo enamorarme, sino que me da miedo haberme enamorado de ti… -una sonrisa. Una sonrisa medio nostálgica, medio nerviosa. Eso fue suficiente.
Harry no la dejó que dijera nada más; no necesitaba escuchar nada más. Antes de que Verónica supiera lo que estaba ocurriendo, Harry Potter, el niño que vivió, Ainur, el elegido de Ahsvaldry, la estaba besando.
Fue un beso dulce, cálido y tierno. Los labios de Harry se movían con cierta maestría sobre los de ella pese a su inexperiencia; como si supiera de antemano lo que tenía que hacer, lo que tenía que sentir… Y aunque al principio el temblor en los de Verónica eran más que evidentes, Harry colocó una mano en la cintura de la chica y la guió hasta su espalda donde empezó a darle un suave masaje en forma de círculos haciendo que ella se relajase y olvidase todo lo que fuera que estaba pensando en aquellos momentos.
El chico jugueteó con el labio inferior de ella mordiéndolo ligeramente y se sorprendió gratamente cuando notó que ella sonreía dentro del beso; y cuando el chico en un instinto puramente humano pidió en silencio que le dejara profundizar el beso, ella se lo permitió, abriendo ligeramente su boca y dejando que su lengua buscara la de él, enzarzándose en una batalla donde ambos eran ganadores.
Las manos de ella se entrelazaron en la nuca, rodeando el cuello de Harry que se estremeció al sentir las uñas de Verónica jugar con esa zona tan sensible de su cuerpo y Verónica sonrió aún más al darse cuenta de lo que podía llegar a hacerle sentir a ese chico perfecto que tenía delante.
Harry se separó de ella un segundo para cambiar de posición antes de volver a besarla, esta vez más dulce, menos pasional, menos profundo; simplemente necesitaba sentirse a su lado, necesitaba transmitirle a ella todo lo que en aquellos momentos estaba sintiendo con un simple beso; tranquilidad, cariño, ternura, dulzura, pasión, amor… una nube de sensaciones a cuál más poderosa que la anterior pero con la misma cualidad y era que quería experimentar todo aquello con ella.
Un beso, otro, y otro más antes de que el chico se separara de ella definitivamente más por necesidad de respirar que por voluntad. Ambos respiraban entrecortadamente; ella por la falta de experiencia y de aire, él por el deseo controlado de haber podido besarla de una vez.
Harry dejó que su mano descendiera hasta la cadera de ella y colocó la otra en la otra cadera sin dejar de mirarla fijamente, con aquella sonrisa tonta que no sabía ni siquiera que pudiera existir en su rostro; Verónica desentrelazó sus manos y las bajó suavemente hasta los hombros y desde allí hasta un poco más abajo, hasta el pecho del chico, donde las dejó mientras sus dedos acariciaban la ropa del chico.
-Hola… -le susurró él a medias.
-Hola… -consciente de la cercanía y de lo que había ocurrido, Verónica se sonrojo suavemente y Harry tuvo la sensación de que estaba más bonita que nunca.
-¿Estás bien? –le preguntó él dulcemente antes de besarla en la frente.
-Mejor que nunca… -le contestó ella-… Esto… -Harry la miró interrogante y ella carraspeó-… Esto ¿ha ocurrido de verdad?
Harry soltó una risita suave.
-Si te refieres a que me he declarado y nos hemos besado, sí, ha ocurrido –le concedió.
-Vaya… -Harry miró a la chica.
-¿Qué? –quiso saber el chico.
-Nada, sólo que… ¿qué ocurrirá ahora? –le preguntó temerosa.
Harry sonrió e inclinando un poco su cabeza volvió a besarla con suavidad una vez.
-¿Tú qué quieres que ocurra? –le preguntó él. Verónica no contestó y el chico sonrió; comprendía el miedo de ella y sabía perfectamente lo que la chica había querido decir con su pregunta-. ¿Quieres salir conmigo como mi pareja? –le pidió el chico.
Ella no se lo pensó y a modo de respuesta, se puso de puntillas y utilizándolo a él como soporte se elevó hasta su rostro y lo besó dulcemente.
-Tomaré eso como un sí –dijo el chico cuando ella se retiró aún con las mejillas rosadas.
-¿Estamos saliendo? –preguntó ella.
-Sí –le contestó el chico sonriente.
-Vale, entonces ahora puedo decirte algo… -Harry la miró-… odio que me llames Ica.
El chico rió suavemente, una risa ronca y profunda que hizo que Verónica riera con él antes de que él la besara con suavidad una vez más.
Se apartó de Verónica.
-De acuerdo, encontraré otra forma de llamarte –aseguró aún divertido. De repente frunció el ceño -¿Nos hemos cruzado con Zabinni?
-Sí –contestó ella divertida.
-¿Te ha pedido su capa? –ella asintió-. ¿por qué tienes la capa de Zabinni?
Verónica rió suavemente y soltó una de las manos de él para tirar de la otra hacia fuera de la habitación.
-Si crees que voy a decírtelo, estás equivocado… anda, vamos –le apremió saliendo de la habitación.
-¿Dónde vamos?
-A ver al profesor Derin –le contestó ella. Harry enarcó una ceja divertido-. Quiero asegurarme que ya estás bien antes de decirte por qué tengo la capa de Zabinni.
Harry no pudo evitar reír.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------
La decisión ya había sido tomada. Ambos lo sabían; no hacía falta decirse nada. Cuando salieron de la habitación, Draco Malfoy distinguió el asomo de una sonrisa en los labios de su padrino, una mueca, una sombra de lo que hacía mucho tiempo que su padrino no hacía por propia voluntad y con sinceridad. Caminó a su lado durante pocos minutos, en silencio, observando de reojo el rostro del severo profesor vestido de negro que hacía ondear su túnica a su paso, del mismo modo que lo hacía él y Draco se descubrió pensando si aquella costumbre la había adquirido de ver a su padre hacerlo o si, era lo más probable, que la hubiera adquirido de ver a su padrino.
-¿Por qué sonríes? –le preguntó.
-Cuando el Lord se entere de que ha tenido al depositario del colgante en sus manos y que su mano derecha Lucius Malfoy –dijo pronunciando el nombre con cierto desdén y rodando los ojos-, lo ha condenado y rechazado, tu padre tendrá una entretenida charla con él.
Ahora comprendía la sonrisa de su padrino y, muy a su pesar, lo que en otros días le hubiese producido escalofríos sólo de pensarlo, en aquella ocasión, le hicieron sonreír.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------
No entendía qué había ocurrido. Verónica Ollivers siempre había sido una alumna aventajada, incluso se atrevería a decir que era más inteligente de lo que nunca sería Hermione Granger. Era despierta, tenaz y constante y varias veces había pensado en pasarla de curso después de hacerle hacer los exámenes pertinentes para ello, por supuesto, exámenes que, estaba convencido de que sería capaz de pasarlos sin ningún tipo de problema.
Pero Albus Dumbledore era incapaz de entender y comprender cómo lo había hecho para bloquear su mente; estaba convencido de que no había sido de forma voluntaria, sino más bien se había tratado de un acto reflejo. Había notado una fuerza bastante poderosa alrededor de la chica, como si un escudo la protegiera, y había notado que era la magia de Harry lo que la protegía; pero no había sido aquello lo que le había impedido entrar en la mente de ella; había encontrado una barrera muy fuerte y poderosa, casi tan poderosa como la que había notado cuando lo había intentado con Harry a principios del curso en Grimmauld Place, pero sin llegar a aquellos niveles de protección y seguridad.
Miró hacia la mesa donde Harry comía tranquilamente sonriendo, como si todos los problemas que una vez hubo tenido se hubiesen disuelto completamente. Era realmente increíble el cambio que el chico había sufrido; había pasado de tímido e ingenuo a impersonal e indiferente con todos salvo con aquellos que habían tenido la suerte de conformar su círculo.
Mientras lo miraba, una mirada verde se cruzó en su camino; Harry se había sentido observado y había decidido enviarle una clara advertencia para que, en caso de que lo hubiese estado pensando hacer, no se atreviera a entrar en su mente. A modo de respuesta, Dumbledore alzó su copa en su dirección tal y como había hecho aquella primera noche hacía cinco años cuando Harry fue seleccionado para la mesa de los leones, tal y como sus padres lo habían sido anteriormente a él. Pero esta vez, Harry no asintió en señal de gratitud, ni lo miró con respeto; una mirada de desdén llena de ira contenida y una sonrisa amarga fue todo lo que recibió del joven muchacho; incluso él sabía que se merecía aquello.
-¿Estás bien, Albus? –preguntó solícita Minerva a su lado.
-Sí, sólo pensaba en algo… -le contestó el hombre sonriendo-. Dime algo, Minerva, ¿qué opinas de la señorita Ollivers?
-Que estamos desaprovechando su inteligencia manteniéndola en el curso en el que está ahora –aseguró la mujer frunciendo el ceño-. Esa chica es más inteligente que la misma Hermione Granger.
-Eso pensaba yo también…-una idea empezó a surgir en su cabeza. ¿Puedes convocar una reunión de profesores para esta noche después de la cena, por favor?
-Claro Albus.
Quizá si le diera un poco de confianza a la chica, ella haría lo que él le pidiera. No perdía nada por intentarlo y tenía mucho que ganar si lo hacía.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------
Hola a todos!
Bueno, ahí tenéis la respuesta de Verónica, ¿creiais que no iba a juntarlos? Si no llego a hacerlo me hubiera topado con más de una maldición :p
Bueno, espero que sea de vuestro agrado y que me dejéis reviews en compensación por haber escrito el capítulo; ya sabéis, sugerencias, críticas, preguntas… sé que últimamente no contesto reviews, pero si alguien tiene alguna pregunta importante, os prometo intentar contestarla de acuerdo? Como el caso de HeiDi-Lu que me ha preguntado si tengo msn, sí lo tengo; mi dirección de corre aparece en mi profile, así que ya sabes dónde dirigirte ¿vale? Estaré esperándote para hablar :D
Bueno, eso es todo por hoy, ok? Un besito para todos y disfrutad de la semana, ya sabéis, nada de drogas, sexo y alcohol (… vale, y entonces cómo vais a disfrutar? Eso sí, nada de drogas! Y alcohol sólo si no vas a conducir y sabes que no te van a dejar solo!; de lo otro… en fin… todo lo que queráis :p)
Un besito para todos, portaos bien, nos leemos pronto!
En el próximo capítulo…
"-No estarás haciendo el tonto con esa nueva poción que quieres inventar ¿verdad?
-No estoy haciendo el tonto con ninguna poción
-Bien, mejor así; me gusta tal y como eres, así tengo mucho más de ti para besar y abrazar"
"-Yo sí sé hacer un patronus corpóreo
-¡Ollivers, no vamos a estar esperándote todo el día!
-Ella se queda conmigo Granger
-¿Ha sido idea de Erebor?
-¿Tú que crees?
-Creo que me consientes demasiado
-Hazme caso, cierra los ojos, no voy a comerte…
-Qué pena…
-Tú sólo debes pensar en tu madre, yo me ocuparé de bloquear lo malo
-Te pareces mucho a ella…
-Es sólo que no sabía que los animales podían reconocer a los humanos…
-Inténtalo una vez más, Verónica
-Un tigre blanco…"
"-¿A qué viene esta reunión, Albus?
-Se supone que debería saberlo
-Se trata de Verónica Ollivers, cuarto curso, Gryffindor. Pido que la subamos un curso
-Quiero saber qué opinan los demás profesores al respecto ¿Queréis ayudarme?
-Ainur, yo me encargo de las mujeres de la mesa
-Esto te resulta divertido ¿verdad?
-Sí, mucho"
