Hola a todo el mundo! Qué tal la semana?

Muchas gracias por vuestros reviews a:

Karla Gilmore, bronwyn bm, Niña Lila, pedro, carolagd, Kathy, lala-potter, Natalia, mikelodeon, Clawy, Arwenej, Maní-Saga ex Ignis, caspianundecimo,Heidi-Lu, D. Alatristre, Alteia, Elias, Anaelisa, Terry Moon, katia.a

Y sed felices! Espero que os guste el capítulo… un besito para todos, nos leemos abajo!

CAPITULO 35. ¡Vuelve a latir!

"Cualquier que hubiera estado aquel día en el templete del acantilado hubiera visto una simple reunión de Ainur, sus guardianes y Derin, el comandante de los shygards. Y nadie hubiera preguntado nada porque todo el mundo sabía la relación tan estrecha que siempre mantenían los cuatro. Era cierto que entre los guardianes y su protegido se establecía una relación de confianza y respeto mutuo, llegando incluso a veces a la amistad, pero la relación que había entre Erebor, Giliath y Ainur, rozaba aquellos límites para convertirse en algo casi fraternal.

-¿Y bien? –preguntó Erebor.

Harry se permitió esbozar una sonrisa bastante Slytherin por cierto, y algo socarrona cuando contestó a la pregunta de Erebor.

-Los cuatro –se limitó a decir.

-¿Qué quieres decir con los cuatro? –preguntó Giliath frunciendo el ceño, imaginándose qué quería decir su protegido.

-Es el número que va entre el tres y el cinco, Giliath –ofreció Erebor claramente divertido y consiguiendo que Harry esbozara una sonrisa que fue disuelta inmediatamente cuando Giliath lo miró.

-No es gracioso, Erebor –le regañó la diosa.

-Siento predilección por el aire, si os sirve de algo –añadió Harry que parecía haber quedado olvidado fuera de la conversación-. Pero domino los otros tres.

Derin sonrió; él ya había esperado algo así.

-El fuego… -empezó a decir el chico estirando su mano hacia una de las columnas del templete y haciendo que una cadena de finos eslabones de fuego surgieran directamente de su mano y rodease la columna blanca-; la tierra –añadió cerrando su mano y colocándola hacia la otra columna haciendo que varias raíces y hojas trepasen por toda la columna como si se tratase de una enredadera -, y el agua –un torrente de agua en forma de cascada envolvió con suavidad la tercera columna; un gesto por parte de Harry y el agua se convirtió en hielo, dándole una tumba eterna a la blanca columna.

-Esto es… -empezó a decir Erebor.

-… peligroso… -terminó Giliath la frase.

Harry frunció el ceño y Derin se dio cuenta del gesto de confusión y amargura que había aparecido en el rostro del adolescente; comprendía los pensamientos de Harry mejor que los suyos propios.

-No estamos diciendo que tú seas peligroso Harry –le tranquilizó el dios guerrero-. Pero la última persona que dominaba los cuatro elementos, fue la misma diosa Lahntra.

-Si soy su descendiente y el Elegido para terminar con la vida de Elea –dijo Harry-, no debería de ser tan extraño que pueda dominar los cuatro elementos, ¿no?

Giliath movió la cabeza suavemente mientras se sentaba a su lado.

-No lo entiendes Ainur. Controlamos el elemento a través de nuestra magia, por eso sólo poseemos un elemento, porque es el único compatible con nosotros, el único del que nos podemos alimentar y el único que podemos ofrecer.

-Controlar un elemento ya es difícil –añadió Erebor con el ceño ligeramente fruncido-, a veces llegas a creer que el elemento te domina a ti y no al contrario; tienes que poseer la suficiente fuerza mágica y física para mantener tu elemento controlado.

-¿Qué pasaría si no pudieras controlarlo? –preguntó Harry.

-En mi caso… podría hacer arder cualquier cosa, incluso los cimientos más fuertes –dijo Erebor sin estar demasiado orgulloso de ello.

-Tu elemento puede legar a consumirte si no sabes y aprendes a dominarlo Harry –intervino Derin-. Es difícil controlar uno, más aún controlar cuatro. Es peligroso para tu magia y tu estado físico.

-¿Estáis hablando de los niveles? –preguntó Harry con el ceño fruncido.

-Sabes como va; a mayor poder, más nivel necesitas –el chico asintió.

-Eso sin contar que necesitas los doce niveles para enfrentarte a Elea; ella controla el fuego y el agua.

Si todos esperaban que Harry se sintiera asustado e intimidado por lo que le acababan de decir, se equivocaron. Sí, podía ser que se hubiese asustado al darse cuenta del poder que tendría que aprender a controlar, pero eso no le iba a impedir ser la persona que había aprendido a ser en Ahsvaldry. Sonrió.

-Pero vosotros me ayudaréis a conseguirlo, ¿verdad? –no necesitaba ninguna respuesta, todos lo sabían-. Además, ¿sabéis que es lo mejor? –preguntó sonriendo Harry.

Derin sonrió de lado, sabía lo que Harry iba a hacer. Erebor lo miró de forma suspicaz y Giliath entrecerró los ojos.

-¿Qué? –preguntó la diosa finalmente.

Harry se levantó, movió su mano y una pequeña corriente de aire formó un remolino a su alrededor, elevándolo un par de metros por encima de las cabezas de los tres dioses, hasta que llegó al techo del templete; desde allí arriba, les sonrió y les saludó con un gesto de cabeza.

-Que puedo volver a sentirme libre…

Los tres dioses sonrieron. Nunca habían visto aquella mirada en los ojos de su protegido y firmemente se prometieron a si mismos, no permitir que esa sonrisa se borrara nunca."

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La noche estaba clara y después de ser el centro de atención en el gran comedor, Verónica agradecía un poco de silencio e intimidad. Por eso había salido al pequeño patio interior aunque empezaba a arrepentirse de no haber sacado una capa, el aire era fresco y la piel de los hombros se le empezaba a erizar. Respiró profundamente.

Le había costado bastante que Harry se relajara un poco; había sido testigo de cómo desde que había entrado al gran comedor con él del brazo, Harry había buscado con la mirada a los tres dioses y los había encontrado aún sin sentarse, Remus sostenía el brazo de la profesora Giliath a vista de todos; Erebor y Derin se mantenían cerca de ellos, permitiéndoles una pequeña distancia de privacidad mientras que ellos dos comentaban en susurros y de vez en cuando miraban a su alrededor observándolo todo. Verónica había notado como Harry les había hecho un gesto con la cabeza y desde aquel momento, pese a que la había guiado con tranquilidad hacia la mesa en la que se sentarían junto a los tres profesores y Remus, la mirada de Harry había estado recorriendo el lugar con la mirada, buscando posibles puntos débiles de fácil destrucción y al mismo tiempo, queriendo asegurarse de que las personas que quería proteger estuviesen bien.

Ella misma había visto como Neville y Ginny estaban sentados en una mesa y hablaban ligeramente bajo la atenta mirada de Weasley que se había sentado junto a ellos sin pareja, aunque no le parecía importar demasiado. En el otro extremo del lugar, Draco mantenía una conversación en voz baja con Zabinni y Parkinson, que de vez en cuando miraban a los lados para asegurarse que ningún Slytherin les veía hablar con el rubio mientras iban asintiendo a lo que el chico les decía.

Hermione Granger estaba sentada en una de las mesas de los Ravenclaw, miraba hacia la mesa de los profesores donde la subdirectora, el profesor de pociones y la profesora de herbología brillaban por su ausencia, pero el director estaba allí, sonriente, como si nada fuera a pasar, como si todo estuviera bien.

Habían cenado en un ambiente bastante tenso pese a que intentaban no aparentarlo, pero la tensión del momento era casi palpable. Durante la cena había sido consciente de las continúas miradas que se dedicaban Harry y el director y de las rápidas miradas que los dioses echaban a su alrededor, controlando las puertas laterales, las frontales y las ventanas del Gran Comedor. Derin, de vez en cuando, la miraba antes de regresar a su plato o retomar una conversación absurda con Erebor.

Cuando Draco Malfoy se había llevado a Harry con la excusa de que tenía que decirle algo, ella se había disculpado con los profesores diciendo que necesitaba un poco de aire, y pese a que Derin había insistido en acompañarla, ella había declinado su oferta.

La calidez de un cuerpo detrás del suyo le hizo dar un respingo.

-No deberías estar aquí sola –le reprendió Harry.

-Y tú no deberías darme esos sustos –le replicó ella. El cuerpo de Harry estaba tenso-. ¿Estás bien?

-Preocupado. He hablado con Malfoy –Verónica giró la cabeza para mirarle-. La mayoría de los Slytherin han recibido la orden de quedarse en las mazmorras esta noche.

-Eso da mayor credibilidad a un ataque a Hogwarts –él asintió. Verónica se estremeció-. Me asusta… -confesó ella.

-No te va a pasar nada –le aseguró Harry-. Derin se quedará contigo ¿de acuerdo?

-Me estás ocultando algo ¿verdad? Derin iría contigo a Hogsmeade si no fuera porque os preocupa que me ocurra algo, y sólo puede preocuparos que me ocurra algo si el ataque a Hogwarts está relacionado conmigo –sonrió triunfal.

Harry la besó en la cabeza.

-Siempre he dicho que eres muy lista, aunque me gustaría que no lo fueras tanto… -añadió.

-¿Me lo vas a contar?-Pero Harry no le contestó de forma inmediata.. Abrazado al cuerpo de Verónica, la chica no se había fijado en que sus ojos estaban fijos en el cielo-. ¿Harry? –lo llamó.

-Este no es el mejor momento –le contestó Harry. Miró al cielo; sus ojos se agrandaron y Verónica no pudo evitar dirigir la mirada hacia donde él la tenía puesta.

A través de los terrenos, sobre el pedazo de cielo que gobernaba Hogsmeade, la marca de los mortífagos había aparecido. La chica se giró hacia Harry.

-Vamos, tenemos que avisar a los demás.

Ajenos a lo que ocurría, los estudiantes seguían bailando y riendo. Una mirada por parte de Harry a Draco fue suficiente para que éste comprendiera; despacio y poco a poco, algunos estudiantes se fueron retirando del gran comedor; Neville, Luna, Blaise y Parkinson, Adams, Ron y Ginny fueron los primeros.

Harry se acercó hacia Dumbledore; la mano firme atrapando la de Verónica, sus ojos fijos en los ojos del director, sus pasos seguros y su cabeza en alto; nada quedaba ya del tímido muchacho que siempre se había mostrado, y todo aquel que lo viera, se podría dar cuenta de ello.

-Hay problemas en Hogsmeade –le dijo al anciano director cuando estuvo lo suficientemente cerca de él para hablar sin que los demás le escucharan-. Quédese aquí y guíe a todos hacia el bosque, allí estarán a salvo –aseguró el chico.

-Calma, Harry, ¿qué quieres decir con que hay problemas en Hogsmeade? Varios miembros de la orden ya han sido enviados hacia allí y en cuanto a los alumnos… creo que estarán más seguros en el castillo que en el bosque Oscuro, ¿no te parece?

Harry le dedicó una mirada desdeñosa.

-No le he preguntado su opinión; los chicos no le conocen como yo y por eso le respetan como yo le respetaba –le dijo mirándolo fijamente-, le seguirán si le dice que tienen que ir al bosque; debe quedarse aquí, Hogwarts va a ser atacado.

-Hogwarts no va a ser atacado –insistió Dumbledore-. Sé que piensas que…

-Usted no sabe lo que pienso. Si quiere proteger este castillo y a sus alumnos, le recomiendo que se quede con ellos. En Hogsmeade, no hará nada más que molestar –aseguró.

Antes de que el director le contestase, Harry giró sobre sus talones aún llevando a Verónica de la mano.

-Idiota… al menos espero que me haga caso por una maldita vez en su vida. ¡Derin! –gritó Harry en su mente. Antes de que Verónica pudiera saber qué estaba ocurriendo, el dios guerrero apareció raudo ante Harry y Verónica; la chica miró a Harry confundida como si él pudiese resolverle todas las dudas que tenía en aquellos momentos y pudiese hacer que el miedo se disipase-. No te separes de él –le indicó a la chica-. Hazle caso en todo lo que te diga, incluso si te pide que te tires desde la torre de astronomía –añadió con una media sonrisa que no fue para nada tranquilizadora.

-Harry…

-Prométemelo Verónica… -le pidió-. Por favor…

-Te lo prometo, ¿Dónde vas? –le preguntó ella.

-Tengo que ir a Hogsmeade; no te preocupes, con Derin estarás a salvo –le dijo. Miró al dios que esperaba instrucciones-. Cuídala con tu vida Derin –le pidió.

-Lo haré hasta que vengas tú mismo –le contestó el dios con una media sonrisa que Harry correspondió-. Tened cuidado.

-Tú también; sigo creyendo que sólo es una distracción –se giró hacia ella-. Siento que la noche haya terminado así… -le susurró a medias. Verónica se encogió de hombros.

-No importa… sabíamos que iba a terminar así…

-Hay algo que tengo que hacer antes de irme –le anunció muy serio Harry. Verónica frunció el ceño.

-¿Qué quie…

No pudo terminar su pregunta. Los labios de Harry estaban sobre los suyos, besándola con dedicación y ternura, una ternura infinita que nunca antes había sentido. Las manos de Harry se movieron sobre su ancha cintura rodeándola con una mano mientras que la otra buscaba a tientas la mano de ella y una vez encontrada, entrelazó los dedos con los de ella en un movimiento íntimo y personal. No supo cuantos segundos duró aquel beso, ni cuanto tiempo Harry estuvo besándola ni acariciándola sobre el vestido blanco; sólo supo que se sentía bien, se sentía muy bien.

-Tengo que irme… -susurró Harry cuando se apartó de ella unos milímetros para respirar. Verónica asintió.

-Lo sé… Ten cuidado Harry… -le pidió.

El chico sonrió y le dio un beso más, esta vez algo fugaz y quizá demasiado rápido para el gusto de ambos.

-Lo tendré Melian… -le guiñó un ojo antes de separarse de ella y salir del Gran Comedor.

Verónica miró a su alrededor cuando la sombra de Harry desapareció por la puerta. Derin estaba a su lado, pero dándole la espalda, era más que obvio que el dios se había girado cuando Harry había optado por besarla antes de irse, y se sintió aliviada en cierta manera de que el dios les hubiera concedido aquel pequeño espacio privado.

-Estará bien –le aseguró Derin cuando vio al chico salir del gran comedor seguido por Giliath y Erebor y poco después al director-. Ainur va a matarlo… -murmuró entre dientes.

-Eso espero –comentó Verónica con una sonrisa nerviosa que no había escuchado el último comentario del dios guerrero.

-Vamos, volvamos a las habitaciones, Severus debe de estar a punto de despertarse y creo que…

-¿Puedo ir con vosotros? –preguntó una voz.

Draco Malfoy los miraba. Derin lo miró evaluando la propuesta del chico, pero fue Verónica quien asintió en silencio.

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El frío de la noche era oscuro, como si en el aire se pudiera sentir la presencia de la magia negra que amenazaba con vencer aquella noche. Los rayos y maldiciones ya atravesaban el aire cuando ellos tres aparecieron en Hogsmeade a través de sus elementos; Harry reconoció a varios miembros de la Orden intentando contener a los mortífagos, pero les superaban en número y en destreza y agilidad. Era normal; la Orden del Fénix no aceptaba nuevos miembros, Voldemort en cambio, reclutaba varios jóvenes cada año; la agilidad de un chico de veinte años no podía ser comparada con la de un adulto de cuarenta años. Chicos que eran entrenados para matar, asesinar a sangre fría, torturar y destruir; chicos que eran entrenados bajo la presión de morir o matar, chicos que utilizaban las maldiciones imperdonables como si estuvieran haciendo prácticas en Hogwarts de simples hechizos de desarme o de absurdos hechizos que hacían que tu oponente se echara a reír sin ningún motivo aparente, bajo una cascada de cosquillas. La Orden tenía escrúpulos, la Orden sabía que sólo eran niños, la Orden no mataba, sólo desarmaba, hacía perder el conocimiento o los ataba, pero no mataban a nadie. Voldemort lo sabía y durante años se había valido de aquello.

-¿Ainur? –preguntó Erebor.

-Desapareced –ordenó Harry-. Echad un vistazo, quiero saber a qué me enfrento antes de hacerlo, ¿podréis hacerlo sin tener problemas?

-¡Ainur! –le reprochó Giliath falsamente ofendida-. Por supuesto que podemos hacerlo… -Harry sonrió-. Si tienes algún problema…

-Lo sé, lo sé… tened cuidado y no hagáis tonterías –añadió mirando a Erebor y Giliath.

Ambos dioses sonrieron de forma encantadoramente dulce, demasiado para ser sincera, antes de envolverse en una columna de humo. Harry negó con la cabeza. Esperaba de verdad que no los viesen, no quería que empezaran a sospechar que él también estaba allí.

Echó un rápido vistazo desde el lugar en el que estaba; el estrecho y oscuro callejón le asegura una visibilidad fiable y bastante lograda y al mismo tiempo lo mantenía fuera de los ojos enemigos. Las tiendas y comercios parecían estar abandonados y el chico se alegró por ello, definitivamente ver como las ventas estallaban, las puertas volaban y los techos y terrazas se incendiaban no debía ser muy grato.

Unos cincuenta, quizá sesenta, no estaba seguro, sus auras se confundían y se mezclaban las unas con las otras. Sonrió casi sin darse cuenta cuando vio a Moody lidiando con uno de los vasallos de Voldemort; estaba claro que no importaba la edad que tuviera, Moody siempre iba a ser Moody, y al juzgar por los movimientos del mortífago que empezaban a ser pesados y lentos de reflejos, empezaba a tener problemas para vencer al auror.

Notaba la magia de Erebor y Giliath fluyendo con tranquilidad; no parecían alterados y Harry no sabía si aquello era bueno o malo; era cierto que eran guardianes y que habían sido entrenados como tal; era cierto que pondría su vida en sus manos si se lo pidiesen porque confiaba en ellos como en los padres que nunca había conocido en vida y que estaba aprendiendo a conocer en muerte, pero estaba preocupado por ellos; Derin era el guerrero; Derin era el que sabía pelear en una batalla, era quién dominaba el arco y las espadas, los hechizos de defensa y ataque, era él quien le había enseñado todo lo que sabía sobre combate muggle y mágico. Giliath y Erebor dominaban la magia, de eso no había ninguna duda; y definitivamente si tuviese que atacar mágicamente a alguien, llevaría a Giliath y Erebor con él sin ninguna duda, pero ninguno de los dos guardianes estaba acostumbrado a enfrentarse cuerpo a cuerpo en una batalla. Aquel era trabajo de Derin y suyo.

Escuchó una explosión a unos metros de donde estaba él; el aura de Gilliath parecía haber incrementado; el resplandor azul que su escudo protector siempre desprendía cuando atacaba a alguien con magia, brilló detrás de unas viejas casas del pueblo y por si aquello no hubiera sido suficiente señal, los comentarios que escuchó a continuación fueron más que reveladores.

-¡Detenedla!

-¿Qué diablos ha sido eso?

-¡Era la profesora de Historia!

-¿Dónde se ha metido?

Harry sonrió, agradecido de que se hubiera equivocado. Giliath sabía defenderse perfectamente; y aunque pareciera que era una tontería, aquello le quitó un gran peso de encima.

-¡Harry! –el chico se giró.

Los gemelos Weasley con quiénes no había hablado desde el inicio del curso, avanzaban hacia él protegiéndose mutuamente y mirando al lado contrario de su hermano para protegerle.

-¿Qué hacéis vosotros aquí? –preguntó Harry aún contrariado por encontrarlos allí.

-Nuestro negocio… -empezó a decir Fred.

-… está aquí, ¿creías que lo íbamos a dejar en manos de mortífagos? –terminó George la oración de su hermano-. No creo que tuvieran demasiados clientes –añadió con un deje de ironía acompañado de una mueca de desagrado.

-Además queríamos decirte que cuentas con nuestro apoyo, la Orden y Dumbledore se han vuelto locos –sentenció Fred.

-Y con ello incluimos a nuestra familia, Ron y Hermione –dijo George-. ¡Creer que te habías pasado al lado de Voldemort sólo porque puedes hacer magia negra! –añadió escandalizado George. Ambos hermanos se miraron.

-¡Eso es absurdo! –dijeron al mismo tiempo.

-¡Cuidado!

En un gesto instintivo, Harry estiró su mano hacia el rayo rojo que atacaba por la espalda a ambos pelirrojos; un escudo brillante absorbió la maldición. Los ojos de Harry buscaron en la oscuridad y consiguieron ver el último destello de la maldición de una varita. Extendió su mano derecha y una esfera blanca salió disparada hacia su enemigo; un grito agudo, un resplandor y Harry comprendió que acababa de matar a uno de los aliados de Voldemort.

-Vaya, eso ha sido…

-… impresionante –terminó Fred.

-Gracias por salvarnos la vida –dijo George con una sonrisa.

-Sí, estos mortífagos… siempre atacan por la espalda, por eso nosotros –pasó un brazo por los hombros de su hermano-. Siempre vamos juntos.

Harry movió la cabeza; empezaba a recordar por qué los ámelos le daban dolor de cabeza en algunas ocasiones.

-De acuerdo, ¿podéis poneros serios por una vez en la vida? –preguntó impaciente-. No creo que este sea el mejor momento para mantener una conversación –añadió mientras estiraba su mano izquierda hacia un lado sin mirar, golpeando con una esfera de fuego a un mortífago que murió abrasado en segundos.

-¿Serios? –George se sujetó el pecho con una mano como si hubiera dicho algo que le hubiera ofendido realmente-. Nosotros siempre somos serios.

-Cierto. Cuidado –dirigió su varita hacia el tejado bajo el cual estaban resguardados apagando el fuego que amenazaba con caer sobre ellos-. Al menos siempre que no estamos bromeando.

-Chicos, estoy hablando en serio –les cortó Harry. Se agachó e hizo que los gemelos le imitasen agarrándolos por las túnicas. Un tercer rayo verde cruzó por el lugar donde segundos antes estaban las cabezas de los gemelos-. ¡Ya me he cansado! –dijo el chico sacando sus pequeñas dagas y tirándolas hacia la oscuridad; dos leves siseos y un grito ahogado le hicieron comprender que había dado en el blanco de un tercer mortífago.

-Los tenderos están en nuestra tienda –comunicó George. Harry le miró con una ceja enarcada y el chico se encogió de hombros-. No querían abandonar sus tiendas, así que les dijimos que en la nuestra estarían seguros, es la más segura; Bill y Charlie se aseguraron de ello.

-Explícame eso –pidió Harry mientras echaba una ojeada y veía como los mortífagos y los miembros de la Orden seguían con una batalla aunque parecía que ninguno de los dos bandos estaba luchando en serio.

-Es un hechizo de camuflaje; de ilusión, los que miren la tienda sólo verán una vieja casa abandonada, un simple golpe de nuestra varita y se transforma en una nueva tienda –le dijo Fred-. Creímos que allí estarían seguros.

-No lo creo –les dijo Harry-. Supongo que tenéis puerta trasera o un túnel –dijo mirándolos de forma que dejaba evidente que no era algo que creyera, si no que sabía a ciencia cierta.

-Claro que sí, ¿qué clase de personas crees que somos? –preguntaron ambos gemelos.

-Sacadlos de allí y llevadlos a Hogwarts –dijo el chico moreno-. No quiero protestas, no quiero que os quedéis aquí ¿de acuerdo? Llevadlos al bosque Oscuro, allí estaréis bien –les pidió a ambos chicos.

-¿Estás seguro de lo que… -empezó a protestar Fred.

-Pero si es el pequeño Potter… -Una voz dura y fría, una voz que reconocería en cualquier lugar-. ¿Acaso te estás escondiendo porque temes que te hagamos algo? No te preocupes, esta vez no eres tú.

Harry entrecerró los ojos. ¿Qué quería decir con eso?

-McNair –lo saludó el chico mirándolo fijamente a través de la oscuridad. Los gemelos se miraron; ellos no veían nada más que oscuridad y sombra, y en cambio, Harry parecía estar sabiendo exactamente donde se encontraba el mortífago sin ningún problema. Claro que ellos dos desconocían que el aura de McNair era de un color rojo vivo tan intenso y tan claramente definido, que Harry lo podía localizar sin ningún tipo de problema.

-Iros –les dijo a los dos pelirrojos-. Haced lo que os he dicho y quedaos allí.

-¿Qué te hace pensar que los voy a dejar escapar? –preguntó la voz de McNair lanzando un par de maldiciones que hubiesen alcanzado a los dos gemelos de no ser porque Harry creó un escudo con su mano.

-Que no les buscas a ellos, sino comprobar si lo que Bellatrix te dijo es cierto –le contestó el chico de forma arrogante. Silencio. George y Fred se miraron-. Marchaos –volvió a decirles a los chicos. Esta vez, ninguna maldición intentó detenerlos.

-¿Y bien? –preguntó la voz hosca de McNair- ¿Lo es?

Harry sonrió en medio de la oscuridad, consciente de que la luz de las maldiciones y del fuego que habían creado en la calle principal a sus espaldas, le daba a McNair la ventaja de saber dónde estaba.

-¿Por qué no vienes a comprobarlo? –le incitó sabiendo lo orgulloso que podían llegar a ser los vasallos del Lord Oscuro.

McNair no necesitó nada más. Demasiado previsible. Sus movimientos eran pesados y torpes, al menos para Harry, que sabía qué hacía en cada momento; justo cuando la varita de McNair iba a rozar su cuello, Harry se apartó hacia un lado al tiempo que le golpeaba en la nuca levemente con la mano, sólo un pequeño aviso.

-¿Cómo puedes…

-… ver en la oscuridad? –preguntó Harry sonriente. Iba a jugar un poco -¿Es que vuestro señor oscuro no os ha enseñado a hacerlo? Es algo muy fácil y muy útil, la verdad –sonrió divertido-. ¿Quién te ha hecho ese corte en la mejilla?

McNair se puso rojo de la furia y Harry sonrió. Nada era más predecible que un mortífago enfadado; era algo que había aprendido. El siguiente movimiento de McNair fue una maldición directa al rostro de Harry, mala elección; un escudo blanco lo protegió.

Harry estiró una mano y una espera azulada salió de su palma abierta, colocándose sobre el pecho de McNair, agarrándose a la ropa como si fuera una lapa.

-Etnaleda… -susurró Harry.

Obedeciendo a su voz, la pequeña esfera empezó a emitir un leve destello azulado a la vez que unas pequeñas descargas se encargaban de transmitir al cuerpo de McNair, electricidad.

-Etneted… -volvió a susurrar Harry. McNair intentaba recuperar la respiración normal después de las pequeñas descargas que había recibido su cuerpo-. Supongo que se sienten como tres cruciatus juntos ¿verdad? –preguntó sin demasiado interés-. La verdad es que nunca he llegado a utilizarlo en todo su esplendor –sonrió-. ¿Alguna vez has resistido cincuenta cruciatus juntos? –preguntó de forma casual.

McNair le miró pero no dijo nada, pese a que la perspectiva de volver a sentir aquello contra los nervios de su cuerpo le aterraba.

-Supongo que lo que Bella te dijo fue esto, ¿verdad? –abrió la mano para mostrar una esfera negra que cambiaba a su dominio y placer-. Es curioso. ¿Sabes que con eso que tienes en el pecho –señaló con la mirada verde la esfera azul-, puedo hacer que te quedes quieto?

McNair intentó moverse, pero eso sólo le produjo otra corriente de electricidad que le arrancó, esta vez sí, un gemido involuntario y a juzgar por el sudor que caía por su frente, no precisamente era de placer. Harry sonrió con falsa disculpa.

-Oh, perdona, se me olvidó mencionar que si intentas moverte sin mi consentimiento, la esfera actúa sola –le dijo aún moviendo la esfera negra en su mano. McNair le miró con odio, pero no dijo nada-. Bien, ahora, veamos, ¿en qué estábamos?

Una explosión provocó el grito de varias personas; el resplandor de llamas y pequeñas esferas anaranjadas hizo que Harry sonriera. Al parecer Erebor también se había visto obligado a entrar en juego.

-¿Sabes qué ocurre cuando una esfera oscura entra en contacto con la electricidad? –preguntó de forma sugerente y amenazante Harry estirando su mano hacia el pecho del hombre-. Estaré encantado de ilustrarte.

-¿Desde cuándo dominas la magia negra, Potter? –preguntó McNair intentando que su voz sonase neutral pero fracasando estrepitosamente.

-¿Acaso te importa, McNair? –preguntó el chico amenazando con la esfera negra el corazón del hombre-. ¿Qué habéis venido a hacer aquí?

McNair sonrió socarrón.

-¿Qué te hace pensar…

-Vamos, MacNair, no he aprendido sólo a manejar la magia negra –la esfera oscura creció haciendo presión en el pecho del hombre de negro-. También he aprendido a observar; sólo estáis utilizando hechizos de paralización, de confusión, atacáis árboles y provocáis más daños en los objetos que en las personas, ese no es vuestro estilo, sólo es una distracción y quiero saber qué es lo que buscáis, ahora –añadió apretando un poco más.

McNair tragó saliva con cierta dificultad. Bellatrix tenía razón. Ella le había dicho que Potter había cambiado, que sus ojos habían camiado, que ya no era el niño inocente que todos habían visto cientos de veces, que algo dentro de él había cambiado, no sólo su poder y magia había aumentado, era algo más, algo más personal. No le había mentido. Los ojos verdes de Potter brillaban con la misma fuerza que los de Lilian Evans la noche en que acompañó a su señor a casa de los Potter; la misma decisión, la misma fuerza, la misma seguridad y energía, nada de temor, nada de miedo… sólo un deseo de venganza y de protección hacia alguien.

-Nuestro Señor está buscando… -empezó a decir McNair consciente de que no tenía escapatoria.

-¡Desmaius! –gritó una voz a espaldas de McNair.

Un rayo azulado atravesó el aire impactando directamente en la espalda del mortífago que cayó a los pies de Harry.

-¿Estás bien? –preguntó Dumbledore mirando a Harry y al cuerpo de McNair tirado en el suelo.

Si el director esperaba un agradecimiento, se equivocó. Frustrado; estaba a punto de saber qué iban a hacer y Albus había vuelto a intervenir.

-¿Ha dejado el colegio solo? –preguntó escéptico e irritado-¡Le dije que no lo hiciera!

-El colegio no corre ningún peligro –le indicó el anciano director mirando el cuerpo desmayado del mortífago que estaba a los pies de Harry-. Y al parecer tú sí –añadió con aquella sonrisa que a Harry tanto desquiciaba.

-No necesitaba su ayuda –aseguró el adolescente que no estaba dispuesto a darle tregua al director.

-Pues yo diría que…

Harry resopló cansado, hastiado e indignado; dirigió una mano con la palma abierta hacia el suelo donde el mortífago aún seguía desmayado y ante la mirada del director, sus ojos verdes brillaron con intensidad antes de emitir una leve luz cristalizada que rodeó el cuerpo del hombre caído hasta helarlo por completo.

-No necesito su ayuda, ya no –dijo Harry alto y claro para que al hombre no le cupiera la menor duda al respecto.

-¡Harry! –interrumpieron Erebor y Giliath salidos de la nada-. Deberías ir a ver la parte sur –le indicó la diosa con los ojos entrecerrados reparando en la presencia de Dumbledore -¿Qué hace aquí?

-No hacerme caso, por supuesto –contestó Harry con fingida sorpresa-. No creerías de verdad que iba a quedarse en el colegio protegiendo a sus alumnos ¿cierto? Por cierto, ¿qué ha sido esa explosión de antes? –preguntó con cierto sarcasmo mirando a la diosa.

-Te dije que lo notaría –susurró Erebor con una sonrisa.

-¿Pensabas que no lo iba a notar? –miró a Giliath.

-Colmaron mi paciencia, eso es todo –contestó la diosa mientras alisaba unas imaginarias arrugas en su túnica. Harry la miró escéptico-. ¿Qué? ¡Derribaron un par de árboles sólo por el placer de hacerlo! –añadió como si aquello fuera toda la explicación que Harry necesitaba. El chico rodó los ojos.

-¿Qué está… -empezó a decir Dumbledore.

-Tres –dijo Erebor interrumpiendo al hombre.

-¿Tres? –Harry frunció el ceño-. Va a ser más difícil de lo que creíamos… -susurró a medias. Se giró hacia Dumbledore-. Quizá sea mejor que esté aquí… al menos podrá comprobar con sus propios ojos que las quimeras sí existen –añadió con falsa dulzura.

-¿Duda de su existencia? –Harry asintió y Erebor soltó una risita sarcástica-… Magos… dadles una varita y creerán que lo saben todo… -Harry carraspeó-. Tú no cuentas, eres más que un mago –añadió haciendo un gesto con la mano para desechar cualquier otro comentario que estuviera a punto de hacer Harry.

-¿Qué quieres que hagamos? –preguntó Giliath. Harry frunció el ceño.

-Aquí no podemos controlarlas, tenemos que enviarlas a Ahsvaldry –dijo. Erebor asintió-. ¿Crees que puedas crear un portal tú solo? –le preguntó mirando al guardián.

-Puedo hacerlo –aseguró Erebor.

-Bien, porque necesito que tú las enfríes el tiempo suficiente para que pueda rematarlas –dijo mirando a Giliath.

-¿Estás seguro de qué podrás hacerlo? –preguntó Erebor.

Harry se llevó una mano al pecho.

-Me ofendes… -dijo sonriendo.

-No creo que sea el momento de bromear Harry; si esas criaturas existen de verdad, tú no vas a poder…

Pero Harry no dijo nada; se limitó a mirarle.

-¿Y usted sí? –preguntó con tono burlón-. Ocúpese de que los de la Orden se mantengan fuera de esto –le avisó-. Haría bien en llevárselos a todos al castillo, estoy seguro de que van a ir a atacarlo, pero como sé que no lo hará –añadió al ver que el hombre abría la boca para replicar-, manténgalos a salvo, ¿quiere?

Albus iba a decir algo pero se calló; la magia de Harry aumentó en aquel momento; casi podía sentirla a su alrededor, incluso podía ver su aura, blanca y dorada, con aquel tinte rosado que tantas veces había visto en Lily cuando era una adolescente. Harry Potter estaba demostrando ser mucho más poderoso de lo que él jamás hubiese sospechado; quizá incluso más poderoso de lo que el mismo Godric Gryffindor lo había sido alguna vez. Suspiró. Empezaba a tenerle a Harry el mismo respeto y miedo que había tenido una vez a un joven llamado Tom Riddle.

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Caminaban deprisa. A Verónica no se le había pasado por alto el echo de que el profesor Derin iba muy callado, demasiado callado. No había intentado replicar ninguno de los comentarios mordaces que Malfoy había estado lanzando al aire, miraba a todos lados como si quisiera asegurarse de algo, y desde hacía cosa de unos tres pasillos atrás, había notado la presencia del dios a su lado, protegiéndola y rodeándole, pese a que Derin permanecía delante de ella, guiando el camino.

Estaba a punto de preguntarle cuando la voz aristocrática y tan conocida de Malfoy se volvió a escuchar, rompiendo el silencio de la noche y el ruidito de los pasos al golpear las frías piedras.

-Espero que Potter sepa lo que se hace, si a Blaise o Pansy les ocurre algo estando en el bosque…

-Harry sabe lo que hace –le interrumpió Verónica.

-Entonces ¿por qué vamos nosotros a vuestras habitaciones? –preguntó el Slytherin que no parecía tenerlas todas consigo.

-Obvio, Malfoy –le dijo ella sin irritarse, cosa que sacaba de sus casillas al rubio que quería verla enfadada-, no todos los alumnos caben en las habitaciones de Harry –le señaló con una sonrisa mordaz-. Además, no querrás dejar al profesor Snape solo ¿verdad? –miró la posición de la luna al pasar por uno de los corredores, a través de la ventana-, debe quedar poco para que despierte.

Snape. Por unos segundos, Draco se había olvidado de su padrino. Un nudo le sobrecogió la garganta cuando recordó la imagen de su padrino, un hombre adulto, severo, rígido y firme, fuerte y orgulloso; abatido, dolorido, cansado y agotado.

-Estará bien –dijo Verónica que había notado que el chico se había callado. Tocó con una mano el hombro de él. ¿Cuándo se había colocado a su lado?

-Potter siempre sale… -pero ella negó con la cabeza.

-Snape –dijo ella-. Estará bien –le aseguró.

-Verónica –interrumpió Derin la conversación. Ella le miró-. ¿Recuerdas cómo utilizarla? –le preguntó dándole una daga corta –la chica asintió-, perfecto, sólo no lo hagas de no ser imprescindible; mantente detrás de mí.

-¿Qué quieres…

No había terminado de hacer la pregunta cuando lo volvió a sentir. Frío. Un frío gélido y helado que se colaba a través de la fina tela del vestido y se filtraba por cada poro de su piel. Durante la conversación con el joven Slytherin no se había dado cuenta de ello, pero ahora que prestaba más atención, podía sentir la presión del frío casi queriendo congelarle cada parte del cuerpo; incluso cuando respiraba, una nube de vaho escapaba por sus labios entreabiertos.

-¿Qué…

-Dementores –se limitó a decir Draco retrasándose a propósito para que la chica quedara en medio del profesor y de él, en un acto tan inconsciente como mecánico-. ¿Podrás volver a realizar aquel patronus? –preguntó. Ella asintió-. Bien, es lo único que los mantiene alejados.

-No son sólo dementores –informó Derin con una sonrisa amarga-. ¿Has aprendido algo de clase? –le preguntó mirando a Draco.

-Espada –se encogió de hombros. Era cierto; había terminado gustándole aquella arma de hoja afilada y empuñadura rústica que parecía haberse hecho para su mano.

-Dejad las varitas –les dijo el profesor-, estáis protegidos contra los dementores, pero vigilad con ellos –advirtió mientras le lanzaba una espada a Draco.

-¿De dónde… -empezó a preguntar el rubio.

Pero no hubo tiempo para más; un segundo después, en aquel pasillo del cuarto piso, en medio de la oscuridad y el silencio, quince encapuchados de máscaras blancas surgieron de las sombras, tapices y puertas ocultas; Verónica los encaró de frente, la pared a sus espaldas, a sus lados, Draco mirando hacia la izquierda y Derin a la derecha, a una distancia de dos metros el uno del otro.

-Queremos a la muchacha –dijo una de las voces.

-Y a Malfoy también –añadió otra voz con cierto tono desdeñoso.

"Zabinni" –fue el pensamiento de Draco.

Sólo tenía que escucharlos hablar para saber quién era quién; había pasado mucho tiempo con esas personas, asistido a sus reuniones y hablado con ellos, e incluso bromeado, jugado con sus hijos y escuchado sus consejos para ser el perfecto vasallo. Los reconocería en cualquier lugar.

-Lo lamento, pero eso no podrá ser –aseguró Derin mientras empezaba a blandir su espada.

Jamás pondría en duda la capacidad de Derin para dar clases. Draco Malfoy se lo había prometido a sí mismo después de ver como en menos de diez minutos, siete de los mortífagos habían caído heridos y golpeados al suelo por el mango de las dagas de Derin. Aunque él seguía prefiriendo la varita; era un excelente duelista y Verónica tenía que admitirlo. Con simples hechizos de desarme, aturdimiento y alguna que otra maldición, había logrado eliminar a un grupo de cuatro mortífagos.

Pero no pudo seguir viendo como Malfoy apuntaba con su varita a un quinto atacante ni como Derin golpeaba con el puño de su espada y un par de golpes a otro mortífago; delante de ella, una varita se situó cerca de su cuello, demasiado cerca.

-Acompáñanos, ahora –ordenó la voz de una mujer.

Verónica no perdió la calma. Derin se lo había enseñado en muchas ocasiones; respirar y concentrarse en el ataque de tu oponente; podía escuchar los chasquidos que producían los hechizos enfrentados entre Malfoy y su mortífago y el ruido de Derin al golpear con el filo de la espada a su oponente mientras sus pasos se movía de forma rápida y segura, esquivando los hechizos que el mortífago insistía en dirigirle; pero no podía distraerse, lo sabía.

En un arco perfecto y en un solo movimiento, tomó la daga con su mano derecha en perfecta posición, adelantó su pie izquierdo y atrasó el derecho para una mayor estabilidad; hizo un arco en el aire perfecto y consiguió cortar la varita de la mortífaga en dos, haciendo que un leve ruido se escuchara cuando una de las mitades golpeó el suelo.

-¡Agáchate, Ollivers! –se escuchó la voz de Malfoy.

Verónica obedeció; un rayo violeta golpeó a Bellatrix directamente en el pecho haciéndola trastabillar, caer y golpearse en la cabeza con el suelo, perdiendo el conocimiento.

Derin también había terminado con su oponente y ahora miraba a Verónica para asegurarse de que la chica estaba bien; ella asintió y el dios se giró hacia el único encapuchado que quedaba de pie.

-Esto será divertido… -añadió una tercera voz. Draco se estremeció al reconocerla. Lucius.

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-¡Maldita sea! –gritó Erebor creando un escudo-¡Creí que les habías dicho que se mantuvieran alejados!

Harry sacó su espada y de forma ágil la empezó a mover entre sus dedos creando una especie de ventilar delante de él, de forma que cuando la bola de fuego que la quimera le había lanzado se dirigía a él, ésta se estrelló contra el remolino de aire provocado que el chico creaba con su espada.

-¡Y lo hice! –gritó para que Erebor le escuchara por encima del rugir de las quimeras.

Echó un vistazo hacia la izquierda, donde Dumbledore había ignorado su orden por completo y se dedicaba en aquellos momentos a desarmar y atacar a tres mortífagos que parecían demasiado idiotas o demasiado inexpertos para no saber que nadie quería enfrentarse a Dumbledore. Harry tenía que admitir que se defendía bastante bien y que bien podía ser cierto que era el mejor mago de todos los tiempos, después de todo, el que fuera un manipulador no le restaba importancia a su magia y su poder.

-¡Cuidado Ainur! –gritó la voz de Giliath.

Harry se movió pero no con la rapidez y agilidad necesaria para evitarlo, y la onda expansiva de una de las quimeras lo alcanzó, derribándolo y haciendo que se cayese sobre el frío suelo de la calle.

-¡Maldita bestia! –masculló Harry levantándose de un salto y moviendo el brazo con el que había parado su caída-. ¡Estoy bien! –aseguró mirando a los dioses que lo miraban con preocupación.

Había caído a unos metros de donde estaban Erebor y Giliath, que pese a tener controladas a sus quimeras, parecían tener ciertas dificultades; no le extrañaba; no podían pelear con ellas y al mismo tiempo abrir un portal para llevarlas a Ahsvaldry; y pese a que no eran más que simples vasallos de la quimera primera, a la cual, maldita suerte la suya, se estaba enfrentando él de nuevo. Algunos de los mortífagos se habían dado cuenta de la desventaja ante la cual se encontraba Harry y algunos de ellos fueron lo bastante estúpidos para creer que podrían vencerle y entregarlo en bandeja de oro a su Señor Oscuro. Ninguno de ellos contaba con que Harry los hubiera visto y adivinado sus intenciones.

-¡Hielo abrasador! – Decenas de diminutas esferas azuladas salieron disparadas de sus manos y fueron a parar a los ojos de la quimera que rugió ante el ataque directo de su oponente. Harry cruzó una mano sobre su rostro- ¡Protego! –el muro invisible impidió que las maldiciones rojas y violetas le alcanzaran-¡Estoy cansado de esto! –gritó.

Aprovechando el aturdimiento y la ceguera de su oponente, Harry sacó sus tres dagas y en un movimiento ágil y preciso, las tres armas pequeñas se clavaron en los mortífagos; la primera en el cuello, la segunda en el corazón y la tercera perforó un pulmón.

-¡¿También queréis morir! –preguntó a los tres mortífagos que parecían haber perdido la confianza en ellos. La quimera se removió incómoda y Harry supo que no tenía mucho tiempo-¡Lazo del diablo! –pequeñas raíces de la planta empezaron a agrietar las empedradas calles de Hogsmeade, justo donde los pies de los mortífagos parecían haberse quedado clavados; la planta que él había conocido durante su primer año empezó a trepar por las piernas de los mortífagos. Harry, se alejó de ellos saltando de forma ágil y esquivando las maldiciones que aún intentaban alcanzarle-. Idiotas… -murmuró el chico.

-¿Ainur?

-¡Estoy bien Erebor! –aseguró Harry retomando su lugar frente a la quimera-. ¿Por dónde íbamos?

Miró a su derecha; Giliath parecía estar lo suficientemente concentrada abriendo un portal; cerca de ella, dentro de una jaula de hielo que dejaba escapar pequeñas nubes de vapor a medida que se deshacía y que el viento de la noche chocaba contra ella, una quimera permanecía encerrada, debilitada seguramente por el agua y hielo que la rodeaba. Erebor parecía tenerlo más complicado que Giliath, después de todo, el agua no era su elemento, y Derin le había dicho que las quimeras sólo resultaban afectadas al frío, así que Erebor tenía que pelear contra ella sin utilizar el fuego que era su mejor aliado. Chasqueó la lengua; no le hacía ninguna gracia.

-¡Frío del Antártico, ayúdame!

Un pequeño remolino empezó a surgir de sus propias manos; sentía el frío intacto y puro de la noche contenido entre sus manos; a medida que separaba sus palmas, el remolino iba creciendo a su antojo. Cuando Harry consideró que era lo suficientemente grande, lo dejó escapar, dirigiéndolo con su propio elemento y su aura hacia la quimera que era su oponente; una columna de frío la envolvió y Harry supo que tenía unos minutos para ayudar a Erebor.

-¡Ainur! –Harry reaccionó frente al grito de Giliath que parecía haber visto como Erebor había caído hacía atrás con una ola expansiva de las alas de la quimera y estaba a punto de volver a ser atacado.

Harry hizo aparecer un escudo de hielo y frío frente a Erebor antes de que una ola de electricidad lo tocara. Erebor no pudo evitar sonreír.

-Creí que yo era tu guardián –le dijo socarrón y de forma burlesca.

-Antes que guardián eres amigo y hermano –le dijo el chico-. Ayuda a Giliath a enviar esa quimera Ahsvaldry, yo me ocupo de esta mientras la mía está distraída.

-¿Estás seguro de que…

-¡Ve! –ordenó esta vez Harry.

El adolescente miró a la quimera que tenía delante. La imagen de Verónica estaba en la cabeza de la quimera. La imagen de Verónica sonriendo dulcemente, como si aquel fuera el único objetivo de la bestia. Los ojos de Harry llamearon como un fuego reavivado ante aquel descubrimiento; la tan conocida corriente de energía que le atravesaba cuando su poder aumentaba, recorrió su cuerpo y su mente en el momento en que la mente de la quimera conectó con la suya. Durante una fracción de segundo, la sensación fue extraña, pero después, un sentimiento de familiaridad le alcanzó, como si la puerta de su yo más profundo hubiera sido abierta para descubrirlo. Sus ojos verdes se tornaron de un verde más pálido, casi blanco, y llamearon al tiempo que algo enorme y mágico estallaba dentro de su conciencia mientras se concentraba.

La quimera estalló en una cortina de fuego verde azulado. Una luz cegadora llegó a rodear a los presentes, inundando todo a su paso al tiempo que un rugido de aguas precipitándose al vacío hacía temblar las casas y tiendas de alrededor. Erebor y Giliath se cubrieron los ojos pero no giraron la cabeza; sabían que en cualquier momento aquello podía atraer consecuencias graves para Harry.

El adolescente notó como el aire lo rodeaba y sonrió; siempre fiel… tal y como Derin le había dicho en una ocasión; su elemento siempre le sería fiel. Estiró sus manos hacia la quimera que quedaba y se concentró en la magia que fluía por su cuerpo, sintiendo el nuevo poder que emanaba de él, alcanzado debido a su nuevo nivel y que aún no había puesto en práctica nunca; su magia se fundió con su aura y el viento remolinó a su alrededor, dándole la confianza que el chico necesitaba; desde donde estaban, mortífagos y auror cesaron sus luchas particulares para observar como se condensaba un rayo de energía tempestuoso y la quimera lanzó un aullido aterrador en el instante mismo en que una bola de hielo condensado estallaba en su rostro. Las lenguas de hielo lamieron el cuerpo de la quimera, imposibilitándola. Consciente de que no podrían enviar esa quimera a Ahsvaldry, Harry tomó una decisión. Aumentó su poder dos grados más, sintiendo como sus ojos cambiaban de color y como el poder estallaba con rabia en su interior; el hielo que había rodeado a la quimera se volvió fuego; fuego blanco; fuego que se ciñó al cuerpo de la bestia, a sus ojos, su piel, su pelaje y a sus garras que se desintegraron al instante, con el ruido del aire al ser consumido; el grito que la quimera lanzó desgarró el alma de Albus Dumbledore y de Harry Potter; un aullido agudo, horrísono, que no cesó hasta que la carne y los huesos de la quimera se vieron reducidos a un simple cúmulo de cenizas que se perdieron en el aire de la noche.

Harry controlaba su poder y su cuerpo, si alguna vez alguien lo había dudado, aquella noche había quedado demostrado que no era así; el viento acarició suavemente el rostro del muchacho que lejos de parecer cansado o agotado, mostraba la sonrisa satisfecha de quién se sabe que ha hecho un buen trabajo; una mezcla de culpabilidad y frustración por haber tenido que destruir a esa quimera se podía ver en sus ojos, de nuevo verdes, que pocas personas podían comprender.

Un leve rugido se escuchó a sus espaldas; tanto él como Giliath se giraron para enfrentar a la tercera quimera; la reina de las quimeras. La Única, la primera. Estaban a punto de prepararse para una nueva lucha cuando la bestia miró a los ojos de Harry y lo que pareció una desagradable mueca que parecía querer ser una sonrisa, atravesó el rostro de la bestia. Sus alas se desplegaron y se alejó en medio de la noche.

-¿Dónde diablos…

Pero Harry no les escuchaba. Había sido capaz de leer en los ojos de aquella bestia el camino que iba a tomar.

-Hogwarts –se limitó a decir. Un remolino de aire lo engulló. Erebor y Giliath le imitaron.

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Había utilizado la magia con Malfoy. Había tenido que hacerlo. Era bueno, y parecía que le iba la vida en obtener lo que quería; pero él había prometido proteger a Verónica con su vida y era lo que estaba haciendo, era lo que había hecho.

Después de más de media hora esquivando hechizos, protegiéndose a sí mismo y a Verónica y Draco, atacando y golpeando a cualquier mortífago que parecía que volvía en sí, había lanzad un certero hechizo electrificante a Malfoy y el mortífago había caído al suelo, la máscara, desprendida de su rostro aristocrático.

-Id al bosque –ordenó el dios mirando a los dos chicos y dándole la espalda a Malfoy.

Mala opción. Si había algo que Draco había aprendido era que nunca se le puede dar la espalda a un Malfoy y mucho menos si es un mortífago. Casi a cámara lenta, observó como la mano de su padre se movía despacio y tomando la varita, apuntaba al profesor Derin.

-¡Sectumsempra! –se escuchó la voz de Lucius Malfoy.

Draco abrió los ojos. Derin se giró.

-¡No, esa maldición no!

Verónica viró su rostro hacia el profesor ante el grito aterrador de Malfoy, a tiempo para ver como un rayo negro rebotaba contra el pecho del dios, abriéndole una herida que atravesaba su abdomen en una línea vertical de la cual empezó a emanar sangre.

-¡Derin! –gritó Verónica.

Pero el dios no había caído; sujetándose la herida con una mano y blandiendo la espada con la otra; sin apartar los ojos del encapuchado que tenía delante y que empezaba a levantarse, habló con voz clara.

-¡Corred! –les gritó el dios. La chica balbuceó haciendo un ademán de avanzar hacia él-. ¡Id al bosque! –les ordenó.

Cuando la chica quiso reaccionar, Draco ya la había tomado de la mano y la obligaba a correr a su paso, a través de los atajos que todo Slytherin debía conocer. Cuándo habían salido del castillo, la chica no sabría decirlo, cómo lo habían hecho, tampoco. Pero la falta de oxígeno hizo que se soltara de la mano de Malfoy para intentar recuperar un poco de aire. El bosque estaba a unos setecientos metros y a juzgar por las luces doradas, rojas, azules y verdes que se veían a través de la espesura negra, parecía que los mortífagos también habían empezado a atacar aquella zona.

Draco la apremió.

-¿Qué diablos… -escuchó como el pecho de Verónica sonaba y vió como intentaba respirar profundamente-… asmática… -dijo el chico.

Verónica le dirigió una sonrisa sarcástica.

-Vamos… tenemos que llegar… -ella empezó a correr de nuevo.

Recordaba la última vez que había corrido tanto y tan deprisa sin llevar su inhalador encima. La falta de oxígeno y el calor en su cuerpo habían hecho que se desmayara. Lo recordaba porque al caer se había golpeado con una piedra en el cuello, a escasos centímetros de la nuca; el médico le había dicho que había tenido suerte, unos centímetros más a la derecha y no lo habría contado. Por aquel entonces, Verónica había pensado que con un poco de suerte no lo habría contado.

Y como ocurrió aquella vez, distinguió una silueta borrosa cerca de ella; la voz de Draco sonaba lejana; el bosque desapareció de su vista, sus ojos se cerraron y esperó que su cuerpo golpeara el suelo; no ocurrió eso; aún con los ojos cerrados sintió como algo la aferraba de la cintura y poco después, el viento en su cara. No le importó. Estaba demasiado cansada para responder a nada.

Pero Draco sí había sido consciente de ello, había visto aquella bestia dirigirse hacia Verónica con rapidez y agilidad, había visto como desplegaba sus alas y alargaba sus garras para sujetarla y agarrarla justo cuando parecía que ella iba a caer desmayada al suelo.

Y aunque no supo qué le obligaba a ello, no pudo evitar saltar y sujetarse a la serpenteante cola de la bestia y sujetarte son uñas y dientes al animal. El cuerpo flácido de Verónica colgaba de una de las garras de la quimera, su túnica flotando al viento desgarrador y helado de la noche, un grito resonó en sus oídos y cuando se giró para ver quién era, sólo pudo distinguir el castillo de Hogwarts como una miniatura, como esas diminutas casas muggles de juguete. No necesitó ver quién había gritado; reconocería esa voz en cualquier sitio; mientras se alejaban a la intemperie, el grito de Potter resonaba en su cabeza. Una sola palabra. Un solo nombre. Demasiados sentimientos.

-¡VERÓNICA!

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-¡VERÓNICA!

El grito de Harry se perdió en la noche mientras aquella oscura criatura batía sus alas con fuerza alejándose en medio de la espesa bruma negra que había cubierto el bosque, el castillo, el lago y sus terrenos, con cierto pesar y cierta sensación sombría.

-Harry, Derin está herido –lo llamó Giliath.

El chico reaccionó ante aquellas palabras y se giró hacia la diosa para seguirla. Ya se ocuparía de Verónica luego; ella iba a estar bien, estaría bien, tenía que estar bien. El pasillo se encontraba aglomerado de gente; ante la presencia de Giliath y Harry, un estrecho pasillo se abrió entre la multitud para permitirle llegar hasta donde Derin estaba, tendido en el suelo, una herida en su pecho descubierto y un gran charco de sangre a sus espaldas que se había formado con el río rojo que resbalaba por su costado derecho hasta la fría piedra. Erebor permanecía a su lado intentando que la sangre se detuviera.

-Erebor, déjame a mí –le pidió el chico. Erebor obedeció y se hizo a un lado, dejándole a Harry el espacio suficiente para arrodillarse junto al cuerpo tendido de Derin.

Harry colocó sus manos sobre la herida abierta de Derin; los ojos grises del dios guerrero perdían fuerza y brillo y su rostro cada vez se veía más cansado y pálido. Harry emitió un leve chasquido con la lengua y colocó una de sus manos alrededor de la lágrima de Lahntra.

-Mantenlos alejados de él –le indicó a Erebor.

El dios asintió y empezó a despejar el pasillo de los alumnos y profesores que empezaban a sentir cierta curiosidad por lo que Harry Potter podría estar haciendo.

-Invoco el poder de Lahntra para salvar la vida de este dios… -varios susurros se escucharon a su alrededor-… invoco el poder de Lahntra para que vuelva a respirar…

Era consciente de lo que estaba pidiendo. Ni siquiera la Lágrima de Lahntra podía hacer regresar a los muertos a la vida, y sólo funcionaba en el caso de que la petición fuera noble y desinteresada y estuviera dirigida a salvar la vida de un guardián; Harry, sabía perfectamente que Derin no lo era.

"-No podemos cumplir tu petición, Ainur, descendiente de Lahntra…"

Aquella voz dulce resonó en su cabeza siendo portadora de malas noticias.

Notó como el corazón de Derin empezaba a ir más despacio, más lento y desacompasado. No iba a permitirlo, no iba a dejarlo morir, Derin no podía morir.

La voz de Dumbledore se escuchó cerca, demasiado cerca para el gusto del chico.

-Lo estamos perdiendo Harry… deberías…

-¡No lo estamos perdiendo! –le gritó Harry-¡No pienso perder a nadie más! –clavó sus ojos en las orbes azules de Dumbledore-. No voy a perder a nadie más… -volvió a repetir.

Colocó ambas manos de nuevo sobre la herida y emitió un leve movimiento creando un halo de luz que envolvió el pecho de Derin.

-No está en condiciones de darle parte de su energía… -le susurró Giliath a Erebor quien asintió.

-Pero no podemos dejarle morir –comentó el dios con una sonrisa que la diosa interpretó correctamente antes de asentir con suavidad.

Ambos extendieron sus manos hacia los lados e invocaron a su propio poder para proteger a Harry; mientras él diera su energía para restaurar la perdida por Derin, ellos se encargarían de darle la suya a Harry. El adolescente notó la presencia de ambas auras entrando dentro de él y sonrió dedicándoles una mirada de agradecimiento.

Pasaron minutos que a Harry se le antojaron horas. No sólo estaba preocupado por el estado de salud de Draco y Remus, también la desaparición de Verónica lo tenía con los nervios a flor de piel y el hecho de tener que estar salvándole la vida a Derin en aquellos momentos, no lo tranquilizaba demasiado.

Sintió el frío de las manos invisibles de la muerte que intentaban arrastrar el alma de Derin a través del muro que separaba ambos mundos, el terrestre y el celestial; sintió como todo se helaba a su alrededor y como el cuerpo del dios empezaba a sufrir los primeros grados de descenso y por un minuto, sólo por un minuto, creyó que le perdía, que le iba a perder para siempre.

Pero entonces, algo ocurrió; el colgante que había permanecido ajeno a todo aquello desde que había negado la petición de Harry empezó a brillar y palpitar contra su pecho, llenándolo de una magia repentina que hizo que el adolescente aumentara su propia energía intentando por todos los medios no soltar el cuerpo del dios casi inerte. Ni siquiera Harry fue consciente de lo que ocurría, demasiado pendiente en alcanzar con su magia la magia de Derin para impedir que éste se marchara, pero los que sí los vieron, comentarían después que una extraña cadena de plata y oro deslumbrando en un hilo de luz blanca y rosada, unió los colgantes que llevaban los profesores Erebor y Giliath con el que Harry llevaba en su propio cuello y, como al formarse una cadena de tres eslabones, aún más fuerte que la primera, ésta se enrolló alrededor de las caderas y pecho del profesor Derin, haciendo que su cuerpo brillara con una fuerza inusual, provocando una ola de calor y paz a los que estaban alrededor de Harry Potter y los tres profesores.

Harry tembló cuando la magia de Lahntra lo abandonó; demasiado poderoso para intentar retenerlo; sabía que había sobrepasado su límite y ni siquiera se preguntó cómo lo había logrado o cómo la lágrima había decidido aceptar su petición de ayudar a Derin, lo único que sabía era que todavía no había acabado.

Habían conseguido que no traspasara el fino muro que separaba la vida de la muerte, había conseguido atraerlo de nuevo, pero la herida seguía abierta; y una herida como aquella estaba destinada a ser la causante de su muerte. Resopló. Estaba cansado, aún sentía los músculos agarrotados de la anterior batalla y no se había recuperado de la energía que había utilizado para lograr derribar a aquella quimera de nuevo, él sólo.

-Si Fawkes no fuera un bebé… -empezó a escuchar la voz de Ron cerca de él.

Harry abrió los ojos. Fawkes. Eso era; quizá Fawkes no podía hacer nada, pero él sí podía. Odiaba tener que hacerlo, odiaba tener que rebelar aquello pero no estaba dispuesto a perder a nadie más, por mucho que pareciera que esa idea agradaría al viejo director.

Una milésima de segundo; eso fue lo que tardón en que una columna de viento y agua lo envolviese con cuidado, proyectando una luz blanca tan intensa que los que estaban cerca de él, tuvieron que protegerse los ojos. Cuando la luz cesó y los mirones pudieron volver a ver qué ocurría, se sorprendieron y varios gritos de impresión se dejaron escuchar en el lugar; porque donde antes estaba el chico moreno, ahora había un precioso fénix de plumaje blanco y de intensos ojos verdes que extendió sus alas como si estuviera dispuesto a ser observado por cualquier que estuviera allí. Ron observó el animal con gran estupor; un fénix… un fénix blanco… el color más puro de todos; sonrió; ahora comprendía todo lo equivocado que había estado al creer que Harry podría pasarse algún día a la magia negra, después de todo, el corazón de Harry, siempre sería blanco. Erebor sonrió.

-Ya que tiene que hacerlo, lo hace bien –le susurró a Giliath.

La diosa le correspondió la sonrisa antes de ver como el majestuoso animal batía sus alas a escasos centímetros de la herida de Derin, y como de sus ojos verdes, un par de lágrimas cayeron sobre el corte que seguía poniendo en peligro la vida de Derin.

Ante la vista de todos, incluso la de un anonadado Dumbledore que no acababa de comprender qué estaba pasando allí ni desde cuando Harry podía transformarse en fénix, lo cual lo convertía en un poderoso animago, la herida empezó a cicatrizar apenas la primera lágrima cayó sobre la herida suavemente, casi como si el mismo fénix quisiera que cayera con suavidad.

Aún no había caído la segundo, cuando una nueva columna de agua y viento envolvió al fénix dejando de nuevo en lugar del animal, a Harry Potter, quién sin decir nada a nadie, ni prestar atención a los comentarios que hacían a su alrededor, demasiado acostumbrado a ser por desgracia, el centro de atención, se agachó de nuevo junto a Derin asegurándose que la herida estaba cerrando bien; sonrió mientras miraba de nuevo agradecido a sus dos guardianes.

Ambos lo entendieron. El corazón de Derin latía más fuerte que nunca.

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Hola a todo el mundo!

Bueno, que tal el capítulo? En fin, espero que los que estáis ya de vacaciones paseis un buen verano y los que no estéis de vacaciones, paséis una buena semana; espero ver vuestros nombres en los reviews y como siempre digo: disfrutad de la vida sin meteros en problemas y aprovechad el tiempo, como decía mi profesora de literatura: "Carpe Diem"

Nos vemos en el próximo capítulo ok? Os dejo un adelanto.

Un besito, nos leemos pronto!

En el próximo capítulo…

"-No sabía que en Gryffindor las chicas hablase así

-Ni yo que los Slytherin tuviesen complejo de héroes

-¿Qué se supone que tienes? Tú eres la guardiana de la daga"

"-No te preocupes por mí.

-Quiero preocuparme por ti

-Uno de los vuestros murió defendiendo a unos niños de los pequeños

-¿Quién?

-Atienda a los heridos Madame Pomfray. Las preguntas luego.

-¡Maldita sea, se lo dije!

-No había pruebas para…

-¡Yo le di la prueba!

-¡No puedes seguir dirigiendo las vidas de las personas como si fueran marionetas!

-Si les ha pasado algo a Verónica o a Malfoy, le aseguro que lo que ha visto esta noche en Hogsmeade no será nada comparado con lo que verá de primera mano."

"-¡Es la mano derecha del Príncipe!

-¿Y quién mejor que él para poder moverse sin que le cuestionen?

-Es una locura, Eirin

-Renunciaré a mis privilegios de shygard y de Lobo Gris si me equivoco

-¿Y qué vas a hacer?"

"-¿Crees que ellos saben quién eres?

-Si mi padre lo hubiera sabido estoy seguro de que no estaría aquí en estos momentos

-¿Por qué haces esto?

-¿Y por qué no? No suelo juzgar a las personas por los errores que cometen.

-Él siempre tiene suerte ¿verdad?

-Yo tengo suerte…

-¿Y ahora qué hacemos?

-Esperar"

"-Deberíamos hacer un hechizo de rastreo

-¿Y hacia donde quieres que… -

-¡No lo sé!

-¿Qué te hace pensar que me va a creer?

-Dile a mi abuelo que el destino de Ahsvaldry depende que nos crea a nosotros"

"-Podría intentarlo yo

-Más de la mitad de Hogwarts estaría deseando hacer lo que tú vas a hacer ahora

-¿Qué?

-Causarme una herida para que me desangre

-Que esta sangre sirva para mostrarte el camino hasta donde estoy"

"-Sangre…

-¿Estás bien?

-Lo estaré cuando la encontremos

-Esto va a ser divertido

-¿Dónde está mi novia?

-Odio que hagas eso sin avisarme

-¿Por qué no discutís eso después?

-Me he cansado de jugar

-No les matéis, quiero llevarlos a Azkaban"