Hola a todo el mundo una semana más. Espero que hayais estado bien y que todos los que empezamos las clases pronto, así como los que lo han hecho, no os deprimais, que las vacaciones de Navidad están a la vuelta de la esquina.

Muchas gracias por sus comentarios a:

Laia Bourne Black, Clawy, blackmoonlady, HeiDi-Lu, SerenitaKou, Flor89, The angel of the dreams, pedro, JuLiA-GrInT, Chii Tomoyo, ayleen, Pastorets Rock

Aps, si, se me olvidaba: dos cositas.

La primera. Tenéis razón. Puse en el anterior capítulo a un personaje que debería estar muerto (me encojo de hombros), supongo que me colé y me equivoqué, pero no pasa nada del otro mundo, ¿verdad que no me vais a mandar un avada por semejante error tan pequeñito? (carita de niña buena)

La segunda. Me han preguntado si no pienso hacer una continuación de La lágrima cuando la termine… la verdad es que no creo que lo haga. Cuando termino un fic lo doy por conluido, soy de las que opinan que segundas partes no son buenas y si el fic ha salido bien, ¿para qué estropearlo tocándolo o creando una segunda parte?

En fin… no va a haber continuación, así que venga, a leer, que esto se acaba ya pronto.

Nos leemos abajo!

CAPITULO 44. Reacciones en el campo de batalla.

"-¿Estás seguro de esto?-preguntó la chica.

Harry rodó los ojos antes de asentir. Verónica desvió sus ojos hacia el acantilado a su lado y tuvo la sensación de que podría caer en cualquier momento y pasarse años enteros cayendo sin poder hacer nada más que gritar, aunque como bien le había dicho Harry en lo que pretendía ser un tono bromista, moriría de la impresión a los dos minutos, comentario que no le había hecho mucha gracia para ser sinceros.

-¿Te sentirías más segura si llamara a Feamor?

-La verdad es que sí –dijo la chica sin bromear en absoluto.

-Y esa es, señores y señoras, la confianza que tiene en su novio –dijo teatralmente el chico rodeando la cintura de Verónica con suavidad.

-Confío en ti, Harry, pero no me hace gracia estar flotando en el aire sobre un acantilado que sólo de verlo me mareo –le contestó ella rodando los ojos.

Y es que Harry, aprovechando que Giliath le había dado un poco de tiempo libre a Verónica en su entrenamiento para controlar el poder de la Espada Blanca, la había llevado a volar, literalmente, y llevaba diez minutos intentando convencerla de que volar en un torbellino de viento no era algo tan terrible como ella creía. Se encogió de hombros mentalmente mientras invocaba su poder en silencio y aferraba la cintura de ella diciéndose a sí mismo que valía la pena que le mataran por ver la cara de Verónica cuando viera Ahsvaldry desde las alturas.

La besó. Suavemente. Dulcemente. Con cariño. Con ternura. Con tranquilidad… Como si tuvieran todo el tiempo de la eternidad y en parte era cierto… podrían besarse durante días en Ahsvaldry y en el mundo mortal sólo pasarían horas… Era perfecto. Era increíblemente perfecto como sus labios sabían encontrar el camino a los labios de ella, como se amoldaban a la boca de Verónica como si simplemente hubieran nacido para estar juntos; el sabor a manzana del brillo labial que ella llevaba, el olor a vainilla que emanaba de su cabello recogido en dos trenzas despeinadas… y la suavidad de su piel… todo era perfecto.

-Si crees que besándome vas a conseguir que cambie de opinión, déjame decirte que no besas tan bien –le dijo la chica cuando se separaron. Harry enarcó una ceja-… Y no me pongas esa cara porque si algo no…

-Cariño… -la interrumpió Harry entonces.

-¿Qué? –preguntó ella mirándolo-. Y deja de poner esa cara, no me gusta que te rías de mí.

-Estamos levitando –dijo él.

-¿¿Qué?

El grito de la chica debió escucharse hasta el palacio, o eso fue lo que pensó Harry cuando la voz de Derin en su cabeza le preguntó si estaba bien.

Con risa contenida, comprobó como ella miraba a su alrededor, cerrando sus manos de forma instintiva alrededor de su cuello y mirándolo con los ojos entrecerrados.

-¿Y bien? –preguntó él-¿Quieres matarme?

Claro que quería matarlo; la había engañado, estaban flotando sobre un remolino de viento a unos mil metros de altura de la tierra, con el acantilado debajo de ellos y sin nada en lo que poder apoyarse o agarrarse en caso de que fuera completamente necesario.

-¿Estás…

-Espera un segundo, agárrate fuerte –le dijo mientras aumentaba su poder y su aura para hacer que la chica se sintiera protegida.

Harry la elevó aún más arriba, sintiendo como ella en cualquier momento iba a gritarle o a pegarle, lo primero que se le ocurriera, aunque se decantaba más por la primera opción porque a juzgar por el modo en que se había aferrado a la parte de la camisa de Harry que ocultaba su nuca, Verónica no parecía tener ninguna intención de soltarse.

-Ya puedes mirar… -susurró cálidamente Harry en su oído haciendo que ella abriese los ojos-… espera, confía en mí… no te dejaré caer…

Antes de que la chica pudiera protestar, él la había girado, obligándola a quedar de espaldas a él y con la vista hacia delante, admirando lo mismo que admiraba él… Ahsvaldry.

Un lugar inmenso, lleno de verde, agua y luz, grandes bosques frondosos y enormes lagos de agua cristalina que eran creados por riachuelos que se veían como delgadas líneas azules desde donde estaban ellos; el palacio de Ahsvaldry se alzaba como una casita de muñecas de las que Verónica siempre quiso de pequeña y siempre le fue negada… Sólo había paz, tranquilidad y reposo en aquel lugar… sólo había quietud… y el silencio era interrumpido por el canto de los pájaros, el ulular de los fénix y el susurro del viento. Aquel lugar era perfecto…

Cuando sus pies hubieron tocado el suelo de nuevo, aún abrazados, Verónica miró a Harry y le sonrió.

-Ahora lo entiendo… -dijo la chica.

-¿Qué?

-Dijiste que Ahsvaldry era el lugar donde te habías sentido feliz… y ahora lo entiendo… -el chico sonrió-. Aquí eres lo que quieres ser… eres Harry…

-También soy Ainur –comentó él pero ella negó sin perder la sonrisa.

-Eres Harry… -sin completo aviso lo abrazó. Sentía que debía hacerlo, era algo superior a sus fuerzas, como si algo dentro de ella le dijera que podía ser uno de los últimos abrazos que le diera al chico-. Estemos donde estemos… -le susurró ella-… para mí siempre serás Harry…

Y por primera vez desde hacía mucho tiempo, las orbes verdes de Harry se humedecieron ligeramente porque había entendido el significado de las palabras de Verónica sin ningún tipo de problema, sabiendo lo que aquella declaración conllevaba. No tener que elegir un lugar donde vivir"

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Casi hubiera reído divertido al ver la escena de no ser por lo serio de la situación. Tres grupos marcados se hallaban sobre la colina cuando Harry apareció en un remolino de viento sujetando a Verónica firmemente. A nadie le pasó por alto el gesto que tuvo el chico de mirarla para preguntarle si estaba bien, consciente de que aún no estaba habituada a los elementos, antes de girarse hacia ellos; pero a nadie la importó… los adultos sabían que Potter haría lo que quisiera, los que le conocían como Derin o Erebor o incluso Snape sabían que Harry estaba preocupado por la chica y por lo que suponía que ella estuviese allí, y los shyggards que permanecían a un lado de ellos, ataviados con sus uniformes rojos y blancos y portando sus armas con orgullo y decisión, pulcramente alineados en perfecto orden habían conocido a la chica en Ahsvaldry y habían visto como los ojos de Ainur se iluminaban cuando ella estaba cerca.

Consciente de que Harry tenía que dar las instrucciones, se mantuvo al margen, pero sin soltar su mano, cuando algunos de los presentes se arremolinaron alrededor del adolescente, sintiendo el miedo a cada segundo que pasaba crecer en su interior. Apenas escuchó como Harry le decía secamente a Dumbledore y Ojoloco que se limitaran a los mortífagos, amenazándolos con que si se ocupaban de algo más que de los caballeros de la muerte de Voldemort, él mismo los sacaría de allí con un hechizo que no sería agradable precisamente.

-¿Y si…

-No tenéis que preocuparos por nada –cortó Harry a Ojoloco sin ganas de tener una discusión allí-. Sólo de los mortífagos, estaréis cubiertos por… -suspiró mientras pensaba en cómo explicar la presencia de los shyggards allí cuando se suponía que no debía hablar con nadie sobre la existencia de Ahsvaldry-… estaréis cubiertos –resolvió ganándose una mirada desconfiada del hombre que pensó muchas cosas pero no se atrevió a decir ninguna de ellas en voz alta.

Verónica tampoco prestó atención cuando Dumbledore y Ron asentían, conscientes ambos de que quien en realidad organizaba las defensas y el ataque entre la Orden y los alumnos eran el joven pelirrojo que, por primera vez, parecía ser consciente de lo que aquello implicaba y había dejado a un lado el miedo y la inseguridad para enfrentarse a lo que tenía que hacer con responsabilidad y sin ningún tipo de duda.

Ni tampoco estuvo atenta a la conversación entre los dioses y Harry, y por supuesto se perdió el modo en que Malfoy y Snape lo miraban, sin un deje de superioridad y sin la arrogancia que durante años los habían convertido en enemigo no declarados verbalmente del adolescente moreno. Su mente estaba en otro lugar… en cualquier otro lugar menos allí… Ni siquiera cuando su padrino Remus la miró preguntándole si estaba bien fue capaz de articular palabra alguna y únicamente regreso a la realidad de lo que la rodeaba y de lo que estaba a punto de ocurrir cuando la mano de Harry tocó suavemente su mejilla, haciendo que ésta le ardiera por unos segundos, como un gesto de advertencia.

-Quédate con Derin… -le pidió Harry en un susurro que no admitía réplica-… Si ocurre algo y no puedes controlar el poder de la Espada… él es el único que puede bloquearte, ¿lo entiendes? –ella asintió pero no satisfecho con ello Harry alzó el rostro de la chica y examinó sus ojos para leer en ellos que ella sí había entendido-. Te quiero… -añadió juntando su frente con la de ella y dejándola reposar allí unos segundos.

-Te quiero… -contestó ella del mismo modo sintiendo como parte de la energía de Harry le era transferida-… no hagas eso… -le pidió la chica-… no me des parte de tu magia como si te estuvieras despidiendo de mí…

-Harry, es el momento –la voz de Erebor les llegó clara a los dos, sabiendo que tenían que separarse, pero sintiéndose reacios a hacerlo. Erebor odiaba insistir-. Ainur… -apeló esta vez a su nombre divino.

Apenas se hubieron separado, Derin tomó con gentileza el brazo de Verónica, quitándole así toda posibilidad de que se arrepintieran de haberse soltado y volvieran a abrazarse. Cuando Derin giró la cabeza de la chica para que lo mirara, los ojos grises de Derin la atraparon.

-Estará bien –le prometió Derin-. No dejaré que nada le pase, ni a él ni a ti… ¿de acuerdo? Tienes que confiar en mí.

Verónica asintió.

-Confío en ti –Derin asintió a modo de respuesta y la guió hacia el grupo de shyggards que esperaban instrucciones; ella resistiéndose a girar la cabeza para toparse con la verde miraba que sentía en su nuca, consciente de que si se giraba, sería imposible separarla de él.

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Voldemort acarició a Nagini frente a los ojos de sus hombres, de los cuales, algunos aún no habían entendido cómo podía un hombre estar agraciado con una serpiente venenosa y peligrosa como lo era Nagini. Pero Voldemort podía hacerlo sin ningún tipo de problema ni miramientos… a sus ojos la serpiente era el animal más bello y estilizado que habitaba sobre la faz de la tierra… sin escrúpulos se tragaba a su víctima de un solo bocado después de envenenarla, disfrutando de la agonía de la presa, sabiendo que la persona o animal sabía que iba a morir y regocijándose en el dolor y la angustia que aquello provocaba; un animal silencioso, perfecto para espiar, desconfiado incluso de los de su propia especie, resbaladizo e imposible de atrapar a no ser que él quisiera ser atrapado. El animal perfecto.

El Señor Oscuro era plenamente consciente del temor y miedo que sus nuevos poderes causaban sobre sus vasallos, no importaba; después de todo, el miedo era la base de su reinado y mandato, un mandato que empezaría tan pronto eliminase a Harry Potter de una vez por todas, tanto en el mundo mortal como en el mundo divino. Durante años había perseguido aquel sueño y durante años, una vez tras otra, el único que se había interpuesto en su camino era aquel mocoso de grandes poderes y una magia interna superior a la de muchos magos, incluyendo al mismo Dumbledore, el único mago que había conseguido plantarle cara en más de una ocasión y que había salido vivo de ello.

Sus ojos rojizos, deseosos de sangre y de venganza, de muerte y destrucción recorrieron la colina que tenía frente a él; sus hombres pesraban detrás de él, los naryns delante, serían la primera línea, matando a los que quisieran llegar hasta él. Incluso Potter tendría que pasar sobre los naryns convocados para llegar a él, pero lo haría; oh, sí… estaba plenamente convencido de que Potter tendría tanta suerte, tanta maldita suerte, que conseguiría llegar hasta él, y eso era precisamente lo que esperaba.

Podía sentir el furor de la batalla en sus hombres, armadas con sus varitas, ataviados con sus túnicas y capas negras y sus máscaras blancas que ocultaban sus rostros, consciente de quién era cada uno, de quién era cada una e incluso consciente de quién sobreviviría a la batalla y de quién moriría.

Y entonces lo notó. La magia de Potter estaba presente, no sólo la de Potter, no sólo la de Evans, sino la magia de Lahntra, el poder de Lahntra, la fuerza de los dioses irradiando del cuerpo menudo de un adolescente de dieciséis años. Y sintió el poder de Harry, el mismo poder que había sentido aquella noche en el cementerio cuando su sangre se mezcló con la del muchacho, el mismo poder que había sentido la noche de su regreso y un año después, la noche en que Black murió en el departamento de Misterio y él consiguió rechazar no sólo su imperius sino también su posesión. Había estado en el cuerpo de Harry durante unos breves momentos, tiempo más que suficiente para notar la fuerza y la magia, el aura pura del chico; y había sido esa misma magia pura interna y el amor que sentía hacia sus padres muertos lo que le habían obligado a salir del cuerpo de Harry Potter.

Potter… En silencio se preguntó qué ocurriría con toda la gente que creía en ese niño como el Salvador del Mundo Mágico… qué ocurriría con ellos cuando al terminar la batalla, Dumbledore tuviera que informar de su muerte a manos de él, el único mago más poderoso de todos los tiempos desde el mismo Salazar Slytherin. Qué ocurriría cuando se dieran cuenta de que se habían equivocado, de que todas sus esperanzas depositadas durante años en un niño, morían con él… qué ocurriría cuando se dieran cuenta de que todo estaba perdido y que él había ganado, como tenía que ser, como siempre había tenido que ser.

Y lo sintió. Sintió una mirada verde en algún lugar clavándose en él; rodeando los mortífagos y naryns que lo envolvían, esquivando miradas, arbustos y rocas, mirándole directamente a pesar de los obstáculos que se interponían entre ambos. Y supo que Potter presentaría batalla. Dentro de él, el poder de Elea, su antecesora, su antepasada divina se manifestó; el estómago le ardió súbitamente y un calor helado inundó su cuerpo, quemándole cada poro de la piel y haciendo que su sangre hirviera. Su herencia divina reaccionó ante la presencia de Potter como siempre lo hacía, como siempre lo había hecho. Y la idea de matar a Potter fue lo único que ocupó su mente.

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De pie frente a ella no era difícil saber que estaba pensando el muchacho, y ni siquiera era necesario utilizar la mente para leer lo que por la del chico estaba pasando en aquellos momentos. Quizá temía por Verónica, por Remus e incluso por los profesores y adultos que conformaban el cuadro de la Orden del Fénix y que parecían no entender la mayor parte de las cosas que ocurrían; incluso estaba segura que temía por Dumbledore que en aquellos momentos se encontraba intentando acceder a la mente de algún shygard sin darse cuenta de lo peligroso que aquello podría resultar.

Porque Harry era así, porque Ainur era así… Estaba en su naturaleza preocuparse por todos y por todo… lo había entendido casi al conocerlo, cuando él se había acercado a ella al verla triste aquella tarde, casi sin conocerla aún, y se había ofrecido a escuchar sus problemas encogiéndose de hombros y diciendo simplemente que "quizá no puedo ayudarte a resolverlos, pero seguro que decirlos en voz alta te hará ver que no son tan terribles como tú puedes creer".

Había gritado, llorado y explotado; le había visto despotricar contra Hogwarts, la Orden, Dumbledore, Weasley y Granger, contra los muggles, los magros, las brujas y todo aquello que había aparecido en su vida; le había visto explotar enfadándose con su madre por morir, por su padre por no poder protegerles, con Sirius por ser tan estúpido como para caer detrás del velo… pero también le había visto recordar su pasado, recordar quién era, quién había sido y lo que había vivido en su corta edad.

Y le conocía, le conocía casi o incluso más de lo que él se conocía a sí mismo… sabía que pese a que despotricara y pese a que dijera lo contrario, estaba preocupado por todos los que estaban sobre aquella colina, incluyendo a sus enemigos… no estaba en la naturaleza de Harry matar a nadie… ni siquiera a Voldemort aunque su propia vida estuviera en peligro.

Era precisamente eso lo que le impulsaba a estar allí…el sentido de la protección hacia los demás. Sonrió casi sin darse cuenta. Sí, seguramente temía por la vida de todos los que se encontraban detrás de él en aquellos momentos, como estaba ella misma… pero también estaba segura de algo, y era que Harry Potter no tenía miedo.

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Hermione miró a su alrededor; pese a estar reunida con la Orden del Fénix no se sentía segura… Sabía que bien podría estar rodeada por ellos y por el mismo Dumbledore a quien consideraba el mago más poderoso de todos los tiempos, pero aún así nunca se sentiría segura si ellos no estaban a su lado. Porque había sido con ellos con quien se había sentido segura aquella noche en los baños cuando el troll la atacó y había sido con ellos cuando se sintió protegida en aquel gran ajedrez mágico y había sido estando con ellos en el campeonato de quiddich de tercero que había sentido que estaba a salvo de los mortífagos y había sido estando con ellos que no le había tenido miedo al Ministerio de magia aquella noche.

Siempre había sido con ellos… Siempre… Ser la única mujer del trío de amigos había tenido sus desventajas como no poder hablar sobre problemas femeninos que a ellos dos seguramente no les había importado hablar pero que ella se sentía incómoda haciéndolo, pero también había tenido sus recompensas y ventajas… siempre la habían protegido, a veces demasiado como era el caso de Ron, siempre posesivo y celoso hasta de una sombra… pero siempre la habían cuidado, siempre habían estado con ella…

Miró hacia donde Harry estaba. Junto a los profesores Erebor y Giliath que parecían extrañamente calmados, como si estuvieran esperando aquella batalla desde hacía mucho tiempo, como si ellos ya supieran que aquello iba a ocurrir. Apenas habían sido unas palabras las que había visto mantener a Harry con Ron, pero había sido la extraña sonrisa de después y la mirada cómplice y preocupada lo que le había hecho darse cuenta de que al menos ellos dos, podían recuperar la confianza y la amistad que los había unido durante tantos años. Y se había sentido sola y alejada de ellos, triste y rota por dentro. En aquel momento, ni siquiera la presencia de Dumbledore a su lado y su palabras de "es lo correcto" o "todo estará bien" habían podido consolarla.

Ella les necesitaba. A ambos. La testarudez y los celos de Ron. La comprensión y la gentileza de Harry. Les necesitaba a los dos… no a la Orden, no a Dumbledore… sólo a ellos. El bullicio de los nervios empezaron a florecer en aquellos que estaban cerca de ella, Tonks le sugirió que sacara su varita y estuviera preparada. Hermione no tuvo más remedio que obedecer, sabiendo que la única forma de disculparse con ellos e intentar volver a ser como todo era antes era sobreviviendo a aquella batalla. Y dentro del campo de batalla, los sentimientos quedaban a un lado.

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Se relamió la sangre que había quedado en sus labios y sonrió con suficiencia y altivez cuando vio el cadáver de su guardián a sus pies, muerto, desmembrado y con el cuello roto. Ese era su destino. Esa era su obligación; el guardián l aprotegía, por supuesto, velaba para que nadie hiciera nada mientras ella no podía defenderse, evidentemente, pero su papel principal era ser el primer alimento de la diosa cuando despertara y eso era exactamente lo que había ocurrido.

Y lo notó. Notó la fuerza de su descendiente pidiéndole ayuda, notó la magia de Lahntra acechando como siempre, aura blanca, pura… Sonrió con desdén; el descendiente de Lahntra era poderoso, pero también lo era el suyo. La oscuridad y la sangre cubrían el corazón de su descendiente, la sed de venganza, la ira… no había lugar para la compasión o el amor… conceptos que su hermana Lahntra siempre había predicado. Se concentró en él; la magia negra que llegaba desde algún lugar del mundo mortal, no tenía duda… magia fuerte, oscura y negra, sin un atisbo de pureza ni de nada parecido… sólo maldad y venganza… Perfecto… Sería perfecto…Si había alguien capaz de destruir al descendiente de Lahntra era su propio descendiente.

Estiró sus manos hacia el techo de la bóveda que la cubría, notó como la magia de todo lo que la rodeaba la envolvía, sintió el poder recorriendo sus venas, su cuerpo, cada fibra de su ser y convocó el poder más oscuro que nadie jamás habría podido imaginar. La oscuridad se cernió sobre Okkorton y Ahsvaldry, las nubes se tiñeron de negro y lágrimas de ceniza empezaron a cubrir los suaves pasos y mantos verdes de Ahsvaldry y la tierra infértil y árida de Okkorton. Y un rayo cayó del cielo con las primeras palabras de Elea, y el estruendo fue tanto que los animales se cobijaron bajo las tierras y los dioses se ocultaron en sus casas; y el rayo impactó en Elea, atravesando el techo del lugar, dejando un gran agujero y piedras y escombros que cayeron sobre la diosa que ni siquiera se inmutó. Y la luz del rayo, oscura y de un color violeta la rodeó por completo, atravesando su escudo natural y haciendo que ella sintiese la rabia, la ira y la sed de venganza y de muerte que había anhelado y esperado durante siglos.

Y en Ahsvaldry, Stell miró al cielo y únicamente hizo un ruego.

-Protégele, Lahntra…

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Lucius Malfoy se aseguró de tener sus varitas aferradas, varitas en plural; todo mortífago que se preciara tenía al menos una varita ilegal que siempre iba camuflada, en su caso, dentro del bastón de roble que siempre llevaba con él. Su mirada fija en el frente, como si a tanta distancia pudiera ser capaz de encontrar a su hijo y lanzarle una maldición imperdonable. Tanteó en un gesto careciente de nerviosismo el interior de la túnica negra que llevaba y bajo la máscara blanca sonrió al notar que aún estaba allí el anillo de Narcisa.

(flashback)

Cuando apareció frente a la pequeña casa cerca de los Pirineos, en Europa, sonrió. ¿Cómo no lo había pensado antes? Aquella casa pertenecía a la familia Black desde incontables generaciones; una pequeña casa que pasaba desapercibida y donde Narcisa se había ocultado con Draco en más de una ocasión siendo un bebé cuando los mortífagos tenían necesidad de ocultarse.

Casi se sintió estúpido al no haber pensado en aquella casa como posible escondite, aunque la palabra clave era "casi"; después de todo, un Malfoy nunca se sentía estúpido, eso era algo que estaba muy por debajo de su nivel.

Narcisa siempre hablaba de aquel lugar como el sitio donde había pasado los mejores veranos de su vida siendo una niña, cuando su hermana Bella aún estaba a su lado y ella era una niña que no sabía nada de compromisos, matrimonio ni nada por el estilo; había jurado cientos de veces haber corrido en camisón por el jardín que tenía el lugar, sintiendo el fresco rocío de la mañana mojar sus pies desnudos y otras tantas veces juraba haberse tumbado sobre la hierba a observar las estrellas, momento en que Bella aprovechaba siempre para señalar todas y cada una de las constelaciones que se veían en el cielo alegando que saber todo aquello formaba parte de la familia Black.

Lucius siempre se había sentido admirado del modo en que Narcisa tenía de hablar de aquel lugar… sus ojos azules brillaban ante la mención de la casa y pese a que siempre había insistido en que debían de hacer unas cortas vacaciones a aquel lugar, él siempre se había rehusado alegando que eso era parte del pasado y que en el presente, como señora Malfoy no debía de ir a ningún sitio en el que no fuera debidamente atendida. Deliberadamente había ignorado la mirada de tristeza de su esposa cada vez que se tocaba aquel tema.

Una de las veces en que su esposa había afirmado ir a París en compañía de un pequeño Draco de siete años, aquel brillo de la exaltación de quien esconde un secreto había aparecido en los ojos de Narcisa. Y aunque no había dicho nada y había mantenido una conversación superficial con ella al regresar de su viaje en el cual la mujer le había comentado los pormenores de París en aquella época del año, ambos sabían que Lucius se había enterado que había estado en la casa.

Al día siguiente, había ido él mismo y había incendiado la casa. Sólo había dejado sus cimientos y viéndola ahora, era evidente que alguien había utilizado magia para restaurarla; sonrió; el color negro de los cimientos nunca desaparecería, era algo de lo que se había encargado personalmente. Sonrió. La chimenea estaba encendida.

(fin flashback)

Lo que había ocurrido después había sido predecible… demasiado. Narcisa ni siquiera había intentado defenderse… sólo había sonreído y le había dicho "al menos ahora sé que él está a salvo… de ti… de él… y de ella"

Ni siquiera lo había pensado cuando apuntó a su cabeza con la varita pronunciando un Avada kedavra con voz sonora y fuerte… jurando que segundos antes de que el rayo verde de la maldición asesina impactara contra el cuerpo de Narcisa, ésta había sonreído con dulzura.

Había tomado la mano de la mujer inerte y sin pensarlo, había cortado uno de sus dedos para poder tomar el anillo que Narcisa siempre llevaba. Sería el regalo perfecto para darle a Draco antes de matarlo definitivamente. Iba a destruir a Draco… y sabía que Narcisa era su punto débil, punto que no iba a desaprovechar.

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Remus lo miró desde el montículo donde estaba oculto junto a otros licántropos, esperando el momento adecuado para dar la señal de salida, su señal. Sabía que no era James, pero no podía evitar pensar que quizá era James quien tendría que estar en aquella situación; un hombre, y no un niño.

Había tenido esa conversación con Giliath, antes de salir de Howgarts y la conclusión había sido que aquel era el destino de Harry, no el de James.

(flashback)

-No puedes impedirlo, está escrito en el destino desde hace mucho tiempo –repitió por tercera vez la diosa.

-¿También estaba en el destino que o me convirtiera en un maldito hombre lobo? –preguntó el hombre sarcástico y enfadado-. La muerte de Sirius, la traición de Peter, la muerte de James y Lily… ¿todo estaba malditamente escrito en el destino?

Arrojó con furia uno de los botes de cristal que tenía en la mano y éste estalló contra el suelo después de hacerle un corte en la palma de la mano. Giliath le observó. El brillo de sus ojos dorados denotaba que el lobo estaba tomando control del cuerpo; era lógico, después de todo, estaban hablando de Harry, un cachorro de la camada a ojos del lobo, alguien a quien había que proteger y cuidar. No dijo nada, se acercó despacio hasta Remus y tomando su mano con suavidad, pasó la yema de sus dedos por encima de la herida, cerrándola en su camino. Cuando la herida estuvo cicatrizada completamente, sus ojos se reunieron con los de Remus que, pese a que aún brillaban, parecían haber perdido la fuerza inicial y la falta de control.

-Lo siento… -se disculpó el hombre.

Ella negó con la cabeza.

-Esto no es nada comparado con lo que hizo Derin cuando se enteró de según qué cosas que conferían a Harry –rodó los ojos sonriendo levemente al recordar como medio bosque había quedado enterrado bajo una montaña de lodo.

-Es sólo que…

-Lo sé –dijo la diosa.

-No quiero decir que no…

-Lo sé –repitió Giliath.

-Y además Verónica…

-También lo sé –dijo de nuevo la diosa.

Por supuesto que lo sabía. Sabía que tan sólo estaba preocupado por Harry y encontraba injusto la profecía que tenía que cumplir, y sabía que ello no quería decir que no estuviera seguro de él; Remus confiaba en Harry para aquello, sabía que podía hacerlo y no se le había pasado por la cabeza que Voldemort fuera quien ganara aquella batalla y por supuesto que sabía que también le preocupaba Verónica.

-no estará solo, Remus… -le dijo ella-… nunca estará solo.

-Pero al final tendrá que enfrentarse con él solo –replicó el hombre lobo.

-Sí, pero hasta entonces, yo me despegaré de su lado.

-Eso no me consuela mucho –añadió mordaz el licántropo sabiendo que eso significaba que Giliath no dudaría en dar su vida por la de Harry. Los ojos de la diosa le miraron con cierta reprobación pero no dijo nada-. Lo siento –se disculpó.

Ella sonrió.

-¿Por qué? –preguntó-. ¿Qué es lo que sientes? Jamás pidas disculpas por querer a alguien hasta el punto de enfadarte por creer que se está poniendo en peligro Remus… es algo que me enseñó Ainur.

-Sigue sin ser justo –repitió Remus.

-Nadie dijo que fuera a serlo –contestó Giliath-. Vamos, tenemos que marcharnos ya.

-Prométemelo –le pidió Remus antes de que una corriente de agua los engullera.

-Te lo prometo, Remus… volveremos los dos…

(fin flashback)

Pero no. La profecía hablaba de Harry, no de James. Y era Harry quien debía enfrentarse a Voldemort y era Harry quien debía vencer. Y él estaría a su lado en nombre de los merodeadores y de Lily, velando por él y dando su vida por el único miembro heredero de los merodeadores.

-Lily… James… Canuto… todo estará bien –prometió en un susurro acariciando con su mano parte de aquella cicatriz que le recordaba a sus amigos-… Cuidaré de él.

Casi hubiera jurado en aquel momento que una brisa cálida y envolvente lo arropó y que un dulce beso fue depositado en su mejilla, del mismo modo en que Lily solía besarlo a veces. Sonrió. Los nervios de la batalla empezaban a hacer que estuviera paranoico.

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Dumbledore desistió. Era imposible acceder a la mente de aquellos hombres y mujeres que permanecían con Ollivers y el profesor Derin a un lado de donde se encontraban ellos. Y no le gustaba, no le gustaba en absoluto. Había perdido el control… Sobre Harry, sobre Ronald, y tenía el presentimiento de que estaba perdiendo el de Hermione Granger… incluso Fawkes rehusaba a estar con él como si su fénix supiera algo que él desconocía.

Todo lo que había hecho había sido por salvar al mundo mágico. Era algo que se había repetido a sí mismo hasta la saciedad, durante los últimos veinte años… cuando supo de aquella profecía. Y si bien en un principio creyó que hablaba de Frank y Alice Longbotton, pronto se dio cuenta de que estaba equivocado y que también había una pareja de quien podía hablar con total tranquilidad: los Potter. Y es que aunque por aquel entonces James y Lily aún no sabían que estaban enamorados, él sí lo sabía; él sí lo había visto. Suspiró mientras miraba a Harry. Jamás había visto un amor como el que Lily y James se profesaban aún entre sus insultos, peleas y gritos cotidianos que se habían convertido en algo diario a ver en los pasillos de Hogwarts, en las aulas, en el Gran Comedor o en los terrenos…

Y cuando aquella noche los Potter murieron, una idea se formó en su mente: Harry era la clave para destruir a Voldemort, en cuanto vio la cicatriz que lo marcaba como a un igual lo tuvo claro: Harry era el niño de quién hablaba la profecía.

Pero para que lo que él quería surtiera efecto tenía que alejar a Harry del mundo mágico, tenía que crecer en un lugar donde nadie le conociera, donde nadie pudiera contarle nada… y aunque Minerva le había dejado ver muchas veces la necesidad de que el niño se criara con ellos, el tema había quedado zanjado cuando Albus había dicho que era necesario un hechizo de sangre para impedir que Voldemort pudiera acercarse al niño, la protección que sólo la sangre de su tía podía darle.

Luego llegó a Hogwarts, desvalido, temeroso, inocente y sin saber nada de sus padres o del mundo que empezaba a conocer, había sido fácil ganarse la confianza de Harry… dejarle ver el espejo de los deseos, hablarle de Voldemort, dejar la espada de Gryffindor, ayudarle a rescatar a Sirius… Sirius… Había sido tan fácil controlar a Harry hasta aquel momento. Pero cuando Sirius entró en la vida de Harry de nuevo, fue como un huracán de viento fresco; con él llegaron recuerdos, historias, sonrisas, bromas y el amor de alguien ajeno a él, alguien en quien Harry quiso y pudo confiar. Sirius tenía que desaparecer… y aquella noche en el Ministerio fue perfecta, al menos para él.

Con la muerte de Sirius todo empezó a salir de control. La depresión de Harry le hizo temer por su vida y la tristeza en sus ojos denotaba que la fuerza del amor que lo había resguardado siempre podía terminar. Y luego había desaparecido durante el verano y nadie había sabido nada de él.

Poco después, antes de empezar, apareció de la nada, con los tres extraños, exigiendo y demostrando que no era el niño que todos creían poder dominar, sino un hombre que quería dominar.

El mismo hombre que tenía delante, a unos metros y que no le iba a escuchar, el mismo que había determinado ir a buscar a Voldemort y empezar la batalla final, el mismo que había planeado una ofensiva, y el mismo que parecía determinado a no morir aquel día.

Durante años se había repetido a sí mismo que todo lo había hecho por Harry, que todo lo había hecho por salvar al mundo mágico… pero desde que todo aquello había empezado, Albus se había empezado a preguntar si lo había hecho por el mundo mágico y por Harry o por él mismo, después de todo, él era quien siempre había ayudado al niño y cuando todo terminara, también él se llevaría parte de la admiración pública.

Daba gracias porque ni James ni Lily estuvieran vivos porque de ser así, ellos mismos se encargarían de hacerle pagar todo lo que le había hecho a Harry, de eso estaba seguro.

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Lo miró en silencio, rodeándolo con su magia y su aura, en un gesto tan habitual que sonrió al recordar que la primera vez que lo había hecho, Ainur había desplegado un escudo por reflejo y el dios había terminado a veinte metros de él, rechazado por la magia de Lahntra que protegía a Harry de todos los que él creía peligrosos o extraños. Y no era de extrañar que lo hiciera, cuando aquello había ocurrido, Harry no confiaba en nadie, ni siquiera, y Erebor estaba seguro de ello, en sí mismo.

Se había sorprendido gratamente la primera vez que había notado el aura de Harry rodeándolo, invitándole a protegerle y a rodearle a él… era un aura cálida y extraña, algo que nunca había sentido… seguramente por la magia mortal de su padre que influía en la vena inmortal de Lilian… Pero era un aura cálida, protectora, valiente y atrevida, aventurera… casi como él… Tímida al principio, tanteando el cuerpo a rodear para asegurarse que no sería rechazado… Igual que hacía Harry… como un cachorro temeroso de hacer o decir algo por miedo a que le rechacen o le critiquen por ello.

Le costaba trabajo creer que el hombre que estaba frente a él, dándole la espalda fuera el mismo niño que había llegado a Ahsvaldry asustado, temeroso y desconfiado. Pero lo era, y él había sido testigo del cambio que había dado el chico, no solo en su crecimiento mágico y físico, sino también en su crecimiento particular. Había dejado de lado el odio, el resentimiento y la culpabilidad impuesta por él mismo a lo largo de todos los años que había creído que todo aquel que se acercara a él moriría en poco tiempo; había aprendido a controlar su mundo y todo lo que tenía a su alrededor. Aún le sorprendía el modo en que Harry había aceptado ser quien era y lo que ello conllevaba, seguro como estaba de que él no habría podido aceptarla nunca por lo que ellos implicaba. Pero Harry lo había hecho y estaba orgulloso de él como estaba seguro que su padre lo estaría.

Había sentido ira hacia los que le habían criado; era más que evidente que el sentido de la culpa y la baja autoestima era producto de sus años de infancia; había sentido impotencia por los que le habían engañado y traicionado… pero el sentimiento no había sido nada comparado con la furia y la rabia que lo habían embargado en el momento en que Harry les abrió la mente a él y a Giliath, dejándoles ver todos sus recuerdos. Desde aquel momento, Erebor se había hecho la firme promesa silenciosa de cuidarle, pasara lo que pasara, incluyendo aquella batalla.

No como Ainur, no como Harry Potter, sino como el niño que le había ofrecido su manzana aquel día en Ahsvaldry y como el hombre que le había enseñado a ver el mundo desde otra perspectiva, sobre todo el mundo mortal.

Y cuando miró a Giliath supo que por la mente de la diosa estaban pasando las mismas palabras e intenciones que por la suya: protegerían a Ainur hasta la muerte si era necesario.

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Draco resopló, exhalando el aire contenido en sus pulmones como si hacer aquello le costara horrores. La mano amiga de Blaise sobre su hombro derecho le hizo sonreír sin siquiera girarse.

-¿Estás bien? –le preguntó.

-Es difícil saber que vas a enfrentarte contra aquellos que defendiste una vez… -contestó Draco sin prestarle atención a su pregunta-… con más de uno de ellos hemos estado entrenando en el campo de quiddich compartiendo la cena y las habitaciones…

-Y también están nuestros padres –añadió el chico.

-Mi padre… -los ojos del rubio centellearon-… Si ocurre algo, Blaise, déjamelo a mí –le pidió.

-¿Podrás? –Draco le miró-. Es tu padre.

-Dejó de serlo hace mucho Blaise, tú deberías saberlo mejor que nadie.

Blaise no dijo nada, se limitó a señalar con la mirada a los shyggards que permanecían a un lado.

-¿Quiénes crees que son?

Draco se encogió de hombros.

-Amigos –se limitó a contestar el rubio-. Y créeme, les necesitaremos –añadió.

Un largo silencio se hizo entre los dos.

-¿Estás bien? –volvió a preguntar Blaise.

Esta vez, Draco apartó sus ojos del campo abierto que se extendía entre ellos y sonrió de lado a su amigo mientras se pasaba una mano por el cabello echándolo hacia atrás.

-Lo estaré si estás a mi lado –le dijo extendiendo la mano hacia delante.

Blaise no dudó ni un segundo en aceptarla y estrecharla fuertemente antes de rodear al rubio en un abrazo que fue correspondido.

-Siempre, Draco.

-Siempre, Blaise.

-Muy bonito –interrumpió Pansy acercándose a ellos con las manos en las caderas una de las cuales sujetaba la varita con fuerza y elegancia como toda una Slytherin-, y a mí que me coma un thestral, ¿no? –ironizó.

Blaise movió la cabeza mientras la chica se aferraba al brazo del rubio y Draco simplemente sonrió.

-Jamás dejaríamos que te comiese un thestral, Pansy –le dijo el rubio sinceramente.

-¿De verdad?

-Cierto –añadió Blaise-, en todo caso te dejaríamos con algún basilisco… es más propio de nuestra casa –comentó con aire casual como quien no quiere la cosa.

-Yo también te quiero –contestó ella nada enfadada por el comentario de su novio-. ¿Estás bien? –le preguntó a Draco intentando ignorar el abrazo de Blaise que se había acercado y la tenía sujeta desde detrás de la cintura.

-Todo lo bien que pudo estar, ¿tú? –preguntó de vuelta.

-¿Bromeas? Vieron como mataron a mi padre y ninguno hizo nada… -dijo con el brillo de los Slytherins que clamaban venganza-, estoy en perfectas condiciones –añadió mirando al frente.

-No es un juego, Pansy –le dijo el chico-. Lo sabes, ¿verdad? No es uno de nuestros juegos de niños… podemos mor…

Pansy colocó una mano sobre la boca del rubio.

-No lo digas –le dijo la chica-. Sé que no es un juego Draco, sé que siempre se ha esperado que estuviéramos en aquel lado y no en este –sonrió-, Longbotton me ha dado unas hierbas para comerlas en caso de que un hechizo fuerte esté a punto de darme, eso me dará unos segundos de tiempo para poder esquivarlo y es difícil aceptar algo de quien ha sido tu objetivo de humillación número uno durante tanto tiempo –Zabinni y Draco sonrieron-, pero si voy a morir… me alegro de que sea en este lado del campo y me alegro de que vosotros estéis conmigo –añadió.

Draco miró un segundo a Blaise, tiempo suficiente para que el chico asintiera de forma imperceptible; el rubio sonrió y se inclinó sobre el rostro de Pansy, besándola suavemente en los labios. Pansy le miró cuando él se separó y Draco se encogió de hombros.

-Si voy a morir quiero que seas la última chica que bese… eres una amiga, Pansy –se limitó a decir.

La chica sonrió de vuelta.

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Snape miró la escena. Potter. Era curioso como había odiado a Potter desde el primer día de clases. Le había bastado con ver su rostro y sus ojos para saber quién era; sólo eso, ni siquiera había visto su cicatriz escondida detrás del cabello alborotado mientras esperaba su turno para que el sombrero lo seleccionara; eso había sido después. Sólo había tenido que ver sus ojos para saber que Lily Evans había sido su madre.

Lo había odiado. Lo había odiado del mismo modo que había odiado a los merodeadores en sus años de estudiante. Les había odiado en un principio por ser como eran, por ser alegres, bromistas, por tener problemas y pese a ello ser felices… no había que ser un genio para saber quiénes eran… Lupin con su problema de luna llena, Black siendo la oveja negra de la familia, Potter siendo un niño engreído y mimado y Pettigrew, cobarde y temeroso siempre ocultándose a los ojos de los demás detrás de las faldas de los otros tres. Les había odiado a los cuatro; por ser como eran, por ser quienes eran, por conseguir siempre lo que se proponían, por no rendirse nunca, por apoyarse mutuamente y sobre todo, sobre todas las cosas les había odiado por tenerse los unos a los otros, por tener amigos. Y luego porque le quitaron a Cathy.

Y había prometido que sería respetuoso con la muerte de Potter y Evans, pero que su hijo pagaría todo lo que él había tenido que soportar siendo estudiante y lo había cumplido. Ni una sola palabra en contra de los Potter se había pronunciado estando él delante, pero a cambio, todo su enojo y su odio había recaído sobre el muchacho.

Y cuando aquel día de verano todo había salido a la luz, cuando Potter había desaparecido y reaparecido mostrándose tan diferente, tan distinto… lo había entendido. Lo había entendido todo… Albus no había querido decirle nada sobre aquello, consciente de que hablarlo sólo le metería en problemas. Siempre había sabido que el director era un experto manipulando a la gente pero nunca se hubiera imaginado que llegaría al extremo de utilizar a un bebé para salirse con la suya… No le dejó hacer la poción de sangre alegando que sería más ventajoso para el chico vivir con sus parientes y lo cierto era que él tampoco había puesto mucha objeción, después de todo, lo que menos le apetecía era ser el niñero del hijo de James Potter.

Pero lo había entendido…El chico tenía razones para odiar a Albus, el chico tenía razones para odiar al mundo entero, tenía derecho a odiar a quienes le habían quitado a sus padres, a quienes le condenaron a una infancia horrible que él mismo se había visto en la obligación de recordarle durante sus clases de oclumancia, tenía derecho a odiar la vida, la magia y la muerte, tenía derecho a crecer odiando a todos y todo lo que se pusiera en su camino. Él lo había hecho. Él había crecido odiándolo todo, absolutamente todo, y en ese todo se incluí a James Potter y sus amigos.

Potter también podría haber hecho como él, tenía todo el derecho del mundo a odiarles a todos… pero no lo había hecho… había preferido odiarse a sí mismo, creer que él era la razón de tanta muerte y sufrimiento… Había preferido callar y soportar en silencio lo que le atormentaba, creyendo que todo aquel que se acercaba a él terminaba muerto…

Y allí estaba. De pie. Solo. Resguardado por sus guardianes y dispuesto a enfrentarse con el Señor Tenebroso y sin un ápice de miedo.

Sonrió a medias intentando que nadie le viese. Quizá no era tan arrogante como Black ni tan egocéntrico como James Potter… pero sin duda alguna, tenía el valor que sus padres habían tenido y todo un batallón detrás de él protegiéndole. Y entonces, se dio cuenta de que hacía mucho que el odio que sentía por el chico había cambiado y se había convertido en admiración, aunque claro, eso era algo que el chico no tendría que saber nunca.

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Bueno chicos, esto es todo por hoy, que tal?

Sé que no ha pasado gran cosa, soy consciente de ello, pero necesitaba escribir las reacciones que estaban teniendo dentro del campo de batalla, los minutos antes de que todo empezara… Espero haberlo transmitido bien. Y en compensación porque sé que no ha pasado gran cosa, si os portais bien y me dejais reviews, prometo actualizar el miércoles o jueves que viene… Y por si no os decidís, os dejo un adelanto de lo que ocurrirá de acuerdo? Ya sabeis está en vuestras manos si lo subo el miércoles o si esperáis hasta el sábado ok?

Un besito, sed felices, nos leemos!

En el próximo capítulo…

"-Ainur –lo llamó.

-¿Sí? –preguntó el chico en su mente sin apartar su vista de donde la mantenía fija.

-Ten cuidado, ¿de acuerdo?

-¿Estás preocupado? –preguntó con cierta burla el chico-. ¿Quién lo diría?

Supo que Derin había esbozado una sonrisa sin siquiera mirarle.

-Si sabes la respuesta, ¿para qué preguntas?

Esta vez fue Harry quién sonrió.

-¿Cuidarás de ella?

-Lo haré –prometió Derin. Silencio entre los dos-. Estaré a tu lado cuando la batalla termine y resultes vencedor, que los dioses guíen tu camino…

-… y que la manada te guíe a la luz –añadió el chico-. Derin –lo llamó-. Ten cuidado.

-¿Preocupado?-preguntó el dios mordaz-. ¿Quién lo diría?"

La mirada de Verónica se posó en la suya y sonrió a medias.

-Estará bien –le prometió a la chica.

-Lo sé, pero no puedo evitar preocuparme –contestó Verónica con una sonrisa nerviosa.

Derin se acercó hasta ella y se aseguró de que la chica tuviera un buen hechizo protector; no le sorprendió cuando notó la magia de Harry, Giliath y Erebor a su alrededor; con un gesto de la mano hizo que su aura se sumara a la de los otros dioses, y esbozando una sonrisa llena de confianza le dio una daga.

-Si estás en problemas, sólo lánzala al aire –le dijo. Verónica le miró enarcando una ceja-. Sólo hazlo.

-De acuerdo.

-Bien… Prepárate, está a punto de empezar.

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-¿Ainur? –preguntó Erebor llamando su atención.

Pero Harry no le escuchó y si lo hizo no dio muestras de haberlo hecho.

El guardián se giró hacia Giliath en busca de una explicación, pero la diosa se limitó a encogerse de hombros, dándole a entender que ella tampoco tenía ni idea de lo que pasaba.

-¿Harry? –lo intentó de nuevo el dios.

Pero Harry tampoco contestó; la lágrima de Lahntra helaba contra su piel. Frío. Peligro. Sólo reaccionaba de aquel modo cuando estaba lo suficientemente cerca de Okkorton para notar la presencia de Elea a su alrededor. Helaba. Helaba tanto que le quemaba la piel; concentró su poder de fuego en sí mismo, intentando controlar la temperatura de su cuerpo para habituarla a la sensación de frío que en aquel momento lo cubría. Pronto la calidez lo envolvió, pero el colgante seguía helando y sabía el motivo.

-Ha llegado –se limitó a decir Harry.

Giliath y Erebor se miraron, ambos conscientes de lo que aquello significaba. No se refería a Voldemort, hacía ya un buen rato que los tres habían notado la presencia del mago cerca de allí, y por si aquello hubiera sido poco, el hecho de que Harry hubiera estado mirando fijamente hacia un lugar determinado al otro lado de la colina, tras las rocas y árboles que formaban el frondoso bosque, había sido más que significativo; sólo podía mirar a Voldemort con aquella irreal tempestuosidad e ira. No. No se refería a Voldemort, sino a otra presencia, algo que sólo él podía detectar, algo que habían estado esperando.

Elea estaba en el cuerpo de Voldemort.

-Y con ello… ha sellado su muerte… -añadió el chico siguiendo la línea de pensamientos de ambos dioses.

Y el primer ataque sucedió. Y el primer naryn lanzó una esfera de magia; y antes de que esta hiriese a nadie, Tatsui elevó un escudo protector de color verdoso que hizo que la esfera negra se desintegrase. Y luego un grito de guerra, una voz de alarma, pasos corriendo, rostros gritando, varitas alzadas, armas preparadas. Y Harry fue consciente plenamente de que aquello era el principio del fin.

-Adelante –susurró mientras sacaba sus propias dagas y daba el primer paso.

Sin tener que decir nada, los shyggards rodearon a Harry, Tatsui junto a Eirin dominaban el grupo, Derin junto a Verónica. Y como un solo hombre avanzaron, ninguno de ellos titubeó.

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"-¡Tatsui, al suelo!

-¿Cómo va todo por ahí?

-¿Necesitas que vaya?"

"-¿No se supone que deberías estar liderando la estrategia?

-Decidí venir a salvarte el culo cuando te vi aquí, ¿te ayudo?

-¿Hasta el final?

-Ese es el lema de las serpientes

-Creía que era "arruínale la vida a un Gryffindor y serás feliz"

-Esa también"

"-Has cambiado

-¿Acaso eso importa?

-Supongo que no. Espero no enfrentarme a ti, Draco."

"-¿Por qué me has ayudado?

-Porque en algún momento fuiste amiga de Harry…"

"-¿Qué haces aquí?

-Me salvaste la vida una vez Harry. Mi deuda queda saldada ahora"

"-Es un placer volver a verte, hijo"

"-¡Maldita sea, Derin, deja que lo haga!

-Tendré que bloquear mis estados anímicos…"

"-Tu hermana está bien

-¿Y se puede saber qué hace allí?

-No puedes ir a buscarla"

"-Hacía mucho que no nos encontrábamos, cachorro…

-No soy tu cachorro. Pienso por mí mismo, Greyback

-Tengo mi propia manada

-Vaya… yo creía que tu manada estaba muerta

-No era a mí a quien iba a pasarle…

-¿Y qué te hubiera pasado a ti después de matarle?

-Porque le prometí hace mucho a Ainur que no iba a dejar que te pasara nada, Remus"

"-Es una lástima que estéis aquí conmigo cuando Malfoy debe estar en apuros…

-¿Qué quieres decir con eso?

-Lucius Malfoy no dejará que su hijo se burle de él…"

"-¡Melian!

-Sé que estás preocupada , pero morir no le servirá de nada a Ainur

-Si está en peligro, me lo dirás ¿verdad?

-Lo haré"

"-Es una suerte que tu madre haya muerto finalmente

-Estás mintiendo…

-¿Por qué habría de hacerlo?

-¿Sabes? Ella nunca te amó… jamás podría haber querido a alguien como tú

-¡Cállate!

-No merece que te conviertas en un asesino, Draco…

-No soy como él…"

"Y cuando Voldemort y Harry Potter encontraron sus miradas, olvidaron el resto de lo que había a su alrededor y con pasos seguros se acercaron el uno al otro, sabiendo, ambos, que aquella sería la última vez que se verían."