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Disclaimer: Ni Harry Potter ni Naruto me pertenecen, de lo contrario el Dramione y el NejiTen serían oficiales.

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Disfruten la lectura.


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Capítulo 2. Magia

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Escuchó atenta las instrucciones del profesor respecto a lo que tenían que hacer en esa clase, haciendo incluso un par de anotaciones en la página del libro para no olvidar nada. La clase de pociones no era su fuerte y por eso mismo trataba de esforzarse, empezó a poner los ingredientes necesarios en la mesa y al ver de reojo al salón notó que era la única que no tenía su caldero en el fuego para ese momento. Inhaló profundo, estaba en su sexto año y desde su primer año esa materia había mostrado que sería su némesis personal.

Vio que le faltaban ingredientes, por lo cual se dirigió hacia el armario en el que reposaban los grandes frascos con lo que requirieran, repitiéndose a cada paso cuál era el ingrediente que necesitaba. Abrió las puertas y fue a la zona en la que estaban los hongos, notando que los frascos no estaban rotulados y por lo tanto no podía diferenciar a simple vista cuál era el frasco que contenía los hongos saltarines y cuál el del hongo de la muerte, siempre los confundía. Estiró la mano dubitativa hacia uno de ellos y se arrepintió, tentada de morder la uña de su dedo pulgar mientras trataba de recordar lo que sabía sobre su aspecto y cuál era cuál.

Podía sentir la mirada del profesor de esa clase clavada en ella, claramente esperando que ella eligiera el hongo correcto. De nuevo, estaba en su sexto año y para esas alturas ella ya debería saber diferenciarlos sin ningún problema. Se mordió el labio tratando de lucir segura, iba a estirar la mano de nuevo cuando le pareció ver que dentro de uno de los frascos algo se movía, por lo que ese fue el que tomó. Sonrió al ver de reojo que el profesor asentía, lo que significaba que había elegido bien y esos eran los que necesitaba para la poción que le había sido asignada.

Feliz por a ver acertado abrió el frasco, y fue entonces cuando todos los hongos que estaban allí guardados empezaron a saltar, saliendo del frasco y esparciéndose por todo el suelo. Ella maldijo en su mente poniendo rápidamente la tapa para evitar que los pocos que quedaban adentro se escaparan, había olvidado por completo que los hongos saltarines debían su nombre precisamente a eso, que saltaban. El profesor rodó los ojos mientras las risas de varios de sus compañeros de clase se escuchaba, incluyendo los ya conocidos siseos de las víboras recordándole que ella no debía estar en ese lugar, que no era donde pertenecía y que jamás lograría encajar completamente en ese mundo.

- Señorita Ama, espero deje todo recogido antes de abandonar el aula — ella asintió resignada mientras hacía oídos sordos a las risas que continuaban.

Tal y como lo había pensado antes, pociones no era una materia que se le diera bien. Llevaba exactamente el mismo tiempo de saber que era una bruja como de estar en ese colegio, por lo cual había ido de a pocos en descubrir qué cosas del mundo mágico se le daban bien y cuáles no. Era la primera bruja de su familia y la realidad era que al principio había encontrado imposible de creer todo lo que el hombre que había ido a su casa le había explicado. Por eso mismo no había sido tan sencillo adaptarse a su nuevo colegio y las extrañas materias que le dictaban.

Recordaba perfectamente el día que toda su vida había cambiado, era casi como si hubiera dado un giro de 180 grados, empezando por el extraño hombre que se había presentado a la puerta de su casa y pedido hablar con sus padres. Maito Gai, ese era el nombre del profesor que con un tono de voz animado y excesivos levantamientos de su pulgar les había explicado a todos lo relativo al mundo mágico y que ella era una bruja. No lo había podido creer al principio, ella era una niña normal y corriente, pero había una carta con su nombre y el sello de un colegio del que nunca había escuchado hablar en su vida pero al que debía ir para su nuevo año escolar.

Sus padres estaban tan estupefactos como ella mientras el hombre solo recalcaba que no había ningún error, había magia en su sangre, era una bruja y su lugar era en el mundo mágico. Su padre había pedido que hablaran a solas, diciendo que debía tratarse de algún tipo de broma de mal gusto o un intento de estafa, pero que le seguirían la corriente al hombre que claramente no iba a irse de buenas a primeras. Con ese plan habían aceptado ser guiados a un lugar llamado callejón Diagon en el que deberían hacer las compras de todos los implementos que iba a necesitar en el nuevo lugar. La lista era extensa y extraña, probablemente eso era, le clonarían la tarjeta de crédito en cuanto la pasara.

Todos los pensamientos sobre tratarse de una broma desaparecieron en cuanto estuvieron en el lugar y todo a su alrededor era completamente extraño, no solamente las vestimentas sino el ver diferentes criaturas, y magia por doquier ¡realmente existía la magia! La primera parada fue el banco en el que había unas personas de pequeño tamaño que luego escuchó se llamaban duendes, pasando luego a las tiendas para ir comprando los nuevos libros. Dentro de la lista se mencionaba el tener un compañero mágico, una mascota o algo así, lo que podrían encontrar en la tienda de fieras mágicas.

Una parte de sí misma decía que era casi como entrar a una tienda de mascotas, excepto que los animales que veía allí no eran simples gatos y perros, muchos animales ni siquiera sabía que existían. Estuvo pasando por varias de las jaulas hasta que una hermosa lechuza captó su atención. Su cara era blanca con algunas plumas amarillas y todo el plumaje de su cuerpo era de color café, también con algunos visos amarillos. Lo mejor es que además de tenerla de compañera también podría usarla para enviarle mensajes a sus padres pues le habían dicho que los celulares no servirían en el colegio. Jidanda, ese sería el nombre de su lechuza.

En la tienda de varitas había escuchado al tendero explicar muchas cosas respecto a las diferencias entre los diferentes núcleos que existían, así como todos los tipos de madera posibles. Personalmente sentía que le estaba hablando en algún lenguaje que ella no comprendía, por lo que solo había sonreído y asentido cuando le fue entregada una varita para probarla. Ese fue su primer hechizo, si podía llamarse así a haber movido la varita y que una ráfaga de aire saliera de la punta, sin poder creer todavía nada de lo que pasaba le creyó al hombre cuando le dijo que la ideal para ella era una varita era de olmo y pelo de cola de unicornio.

Esa noche cuando habían regresado a la casa después de una ajetreada tarde de compras todavía se sentía sumergida en algún tipo de ensoñación, tal vez una alucinación o un sueño vívido del que iba a despertar en cualquier momento solamente para darse cuenta que nada había sido real, que ella era una muggle nada más y que toda la magia de la que había sido testigo no existía, tampoco la palabra muggle.

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El día que tuvo que ir a la estación de tren vio a todas partes sin poder creer la cantidad de estudiantes que había allí, como había algunos ya mayores que actuaban con total naturalidad y otros que como ella veían a su alrededor algo sorprendidos por lo que les rodeaba. Se subió temerosa al tren, era la primera vez que se iría lejos de su casa sola. Alguna vez había llegado a pensar que la idea de estudiar en un internado campestre sonaba interesante, peros solo como una idea, no como la realidad que ahora la rodeaba. Lo que sí es que jamás había llegado a considerar que de irse a estudiar lejos sería en una escuela de magia.

Cuando llegaron al enorme castillo que era el colegio se quedó sin palabras, estaba solamente con otros niños de su edad que llegaban al primer año y muchos de ellos se veían tan deslumbrados como ella. A medida que avanzaban podía ver pinturas que se movían y los saludaban, incluso a lo lejos algo que parecía un fantasma, sin saber si debía gritar asustada. Entre sus compañeros también había unos que parecían hastiados, mostrando cierta petulancia en su mirada hacia los que como ella estaban fascinados por todo.

En el Gran Comedor, que era un lugar enorme que hacía honor a su nombre, los hicieron esperar frente a un sombrero que los clasificaría por casas. No lo entendía, de por sí no entendía mucho de lo que pasaba, pero cuando pasó el primer estudiante y le pusieron dicho sombreo este habló ¡era un sombrero que hablaba! No, no era solamente un sombrero parlanchín, al parecer también era uno que podía leer la mente o algo parecido y por eso era el encargado de hacer esa clasificación inicial.

Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin, esas eran las opciones que daba el sombrero y de acuerdo a eso cada estudiante debía ir a alguna de las 4 largas mesas que había y que se caracterizaban por un color. Escuchaba a donde enviaban a cada uno y los aplausos correspondientes de la mesa elegida, notando con curiosidad que todos los que tenían la mirada engreída y se veían antipáticos eran enviados a Slytherin, que eran los de la mesa verde. Cuando finalmente llegó su turno se acercó lentamente a la silla, sentándose mientras se concentraba en tratar de no dejar que su miedo fuera percibido y ocultar cualquier posible pensamiento que no quisiera que fuera leído por el sombrero, solo por si acaso.

- Interesante, muy interesante — lo escuchó pronunciar todavía asustada, era raro tener un objeto que hablaba en su cabeza por lo que subió los ojos como si de esa forma pudiera verlo — hay muchas cosas en ti, realmente no hay un lugar completamente definido por lo que podrías encajar en Hufllepuff o Gryffindor — a pesar de haber visto cuales eran las mesas que mencionaba, la verdad es que ella seguía en la fase que le hablaban en otro idioma y no sabía la diferencia entre una y otra — no tienes idea de lo que te hablo

- Lo siento — se excusó de una vez apenada

- Oh no, no te disculpes. Solamente los valientes son capaces de aceptar lo que no saben — ella sintió que se sonrojaba ante el cumplido — ¡Gryffindor! — la mesa en la que todos tenían bufandas rojas con dorado estalló en aplausos y tal y como habían hecho los estudiantes antes que ella se dirigió hacia ese lugar, siendo recibida con sonrisas y palabras de bienvenida.

"Valentía, coraje y caballerosidad", esas eran las cualidades que caracterizaban a los Gryffindor y pronto se dio cuenta que le gustaba su casa, encontrando que el compañerismo también era algo que abundaba, siendo gracias a ellos que poco a poco se empezó a familiarizar con todas las cosas extrañas que tenía el castillo. No se refería solamente a las escaleras que cambiaban de lugar, las pinturas que hablaban o que fuera precisamente una pintura quien le diera el acceso a la sala común al pronunciar la contraseña. Se refería a las materias completamente diferentes, no ver lenguaje o matemáticas sino transformaciones y pociones, también la hora de comer era fascinante, todos parecían encontrar normal que la comida apareciera sola en la mesa, a nadie le sorprendía eso ni el hecho que siempre fuera deliciosa y estuviera en la temperatura ideal.

La clase de pociones había demostrado desde el principio ser algo complejo para ella, y fue en esa clase en donde escuchó por primera vez una palabra dirigida hacia ella que no entendió al principio. Recordaba que de su mesa se había caído su cuchara y en lugar de usar su varita para hacerlo flotar como había aprendido en otra clase, se agachó. Ahí fue cuando ese siseó apareció de la boca de una de las serpientes, sabía que no era algo bueno porque eran ellos quienes lo pronunciaron y por el tono que usaron. Todavía desde el suelo había levantado la cabeza para ver las 3 miradas clavadas en ella.

Una mirada era de color muy claro casi blanco, la otra era negra como el carbón y la tercera era de un extraño color violeta, todos tenían el mismo dejo de superioridad pero había algo parecido al odio en el chico de cabello color plata y ojos de extraño color, siendo él quien escupió las palabras. Sangresucia, era algo despectivo a lo que sus compañeros de casa salieron de una vez en su defensa y el profesor tuvo que intervenir antes que la situación se resolviera de otra forma. Ella tan solo levantó su cuchara y regresó al caldero sin entender qué era exactamente el insulto que acababa de recibir.

Sabía que no debía dejarse afectar por la situación, nada bueno podía salir jamás de la boca de un Slytherin, mucho menos cuando se encontraba en grupo. Porque se decían a sí mismos serpientes cuando en realidad solamente eran un nido de cobardes que tenían que andar acompañados para todas partes y se valían de esto para protegerse entre ellos. En las únicas ocasiones que una víbora era vista sola rara vez abría la boca, solamente hacían sus ataques verbales en montón.

Sin poder librarse de la incomodidad por lo ocurrido y sabiendo que le dolía un poco aunque no lo hubiera entendido, decidió buscar a Gai. Él era el profesor que le había dicho que era una bruja y quien cuando lo veía en los pasillos le sonreía dándole ánimos mientras levantaba el pulgar, a él le preguntó qué significaba esa palabra. Lo vio fruncir sus enormes cejas y por una vez desde que lo conocía borrar su característica sonrisa, cambiándola por un gesto molesto al pedirle que le dijera en dónde había escuchado tal expresión. Ella negó con la cabeza y Gai insistió, por lo que inventó que lo había leído por ahí.

La tercera vez que Gai insistió que le diera los nombres exactos de los alumnos que se habían referido a ella de esa forma volvió a negarse, no iba a acusar a nadie, lo único que quería era poder entender cuál era el significado de lo que le habían dicho y ya. El hombre frunció sus enormes cejas una vez más antes de exhalar pesadamente y cambiar su expresión, le explicó que en el mundo mágico existían algunos magos que creían en la pureza de la sangre y no mezclarse con muggles, por lo que rechazaban a los mestizos o a los hijos de muggles.

Ella era una hija de muggles, eso no significaba que en su sangre hubiera nada malo, solamente que en el pasado alguno de sus ancestros había tenido magia y esta se había saltado un par de generaciones hasta reaparecer en ella, eso era todo. La característica sonrisa del hombre regresó y levantó el pulgar en su dirección, no debía prestarle atención a ese tipo de comentarios ni sentirse menos, la sangre no era un indicador sobre el tipo de mago que era alguien.

Había muchos sangrepura que no eran más que magos arcaicos que no aportaban nada al mundo mágico más que tratar de perpetuar un sistema clasista y retrógrado. Y había grandes magos que habían cambiado la historia de la magia sin tener un linaje, creando el propio. Cada quien se hacía su propio camino y definía qué clase de mago o bruja quería ser, independientemente de la sangra o su familia, eso era lo que ella debería considerar siempre.

A través de sus años en el colegio había comprobado que esas palabras eran completamente ciertas, por lo tanto ahora que estaba en su sexto año no se dejaba amilanar cuando alguna de las serpientes se refería a ella despectivamente queriendo burlarse de su origen. Ella era una buena bruja, era una buena estudiante que no se avergonzaba porque sus padres fueran muggles, además era una orgullosa Gryffindor y el sombrero la había enviado al lugar correcto ese primer día.

Mientras perseguía a los últimos hongos que todavía saltaban de lado a lado en el aula seguía pensando en ese tema, en cómo algunos se creían superiores sin tener ningún mérito más allá de su sangre que se respaldaba en un apellido antiguo. En cómo al haber estado rodeados toda su vida de magia habían hecho que algo que para ella seguía siendo algo espectacular y que nunca dejaba de sorprenderla, algo mundano y casi aburrido.

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Att: Sally K