Prólogo
—Gloxinia, tienes que estar bromeando.
—Lamento decir que no, Meliodas. Mael pidió esto.
—¿Qué se supone que desarrolle? —preguntó Meliodas, sin estar seguro de haber entendido bien—. Soy un redactor publicitario. No voy a escribir cuántos impuestos se pagan en el año con mi salario.
El rubio soltó un quejido y se movió en su asiento, cruzando una pierna sobre la otra. La oficina en la que estaba desde hacía veinte minutos se había vuelto un verdadero infierno debido a la conversación. Los ojos de Meliodas siguieron encontrando su camino hacia el póster pegado a la pared detrás del escritorio de su jefe.
—«Revista Stigma. Este año, con una nueva perspectiva» —leyó en voz alta, sin humor—. Esa frase de seguro hizo que alguien llorara.
—Meliodas, no es momento para tus bromas —Gloxinia Fatum, su jefe, repitió lentamente. Le dio a su empleado una mirada como si fuera un completo idiota mientras le entregaba una carpeta—. Sé que la acabarás tirando como las otras, pero Mael insiste en que tengas la documentación con los nuevos lineamientos.
—¿Qué tiene que ver esto con un proyecto autobiográfico? —dijo Meliodas echando un vistazo a los papeles que le habían entregado.
Gloxinia le dirigió una mirada severa.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Hay cosas más importantes para hacer y que me ayudarán a lidiar con el nuevo dueño —argumentó el rubio—. ¿No lo oíste cantar? Ya veo porqué continúa soltero.
—También escuché el horrible canto, Meliodas, pero el hecho es que no hago las reglas, es la nueva dirección de Mael. Como parte de la nueva visión de la revista, cada empleado debe presentar un proyecto autobiográfico por el décimo aniversario.
Meliodas se reclinó en su silla con un suspiro.
—Alguien de tu trayectoria no tendrá problemas con este proyecto.
El rubio soltó otro quejido y parpadeó como si estuviera tratando de aclarar su cabeza. Sus ojos estaban un poco nublados por el aburrimiento. Su jefe no entendía que no escribiría.
—¿Y qué sentido tiene que escriba algo personal? Si somos sinceros, lo mío es solo dar información actualizada sobre alguna temática.
Gloxinia levantó la vista de lo que estaba revisando en su cuaderno para encontrar a su empleado dándole una mirada aburrida. Soltando aire, lo miró de una forma que hizo a Meliodas tensarse un poco.
—Y solamente ser bueno en algo te ha estancado durante los últimos cinco años —comentó mientras lo veía ponerme rígido y acomodarse más en su asiento—. ¿De verdad piensas seguir en esta rutina toda tu vida?
Meliodas no respondió.
—Está bien venir al mundo a cumplir tu ciclo de vida. Pero si simplemente lo cumples, ¿se le puede llamar vida?
Justo en ese momento sonó el celular de Gloxinia y Meliodas se dio cuenta de que quería responder a quien estuviera del otro lado. No lo culpaba, su situación era una tontería. Se levantó del asiento y lo saludó a medias antes de salir.
Una vez en el pasillo, podía escuchar los murmullos del resto de los trabajadores mientras regresaba a su oficina. Los ojos de Meliodas recorrieron la habitación para encontrar al nuevo dueño y enemigo jurado, Mael Sunshine, mirándolo con seriedad.
—Supongo que en esta ocasión no encontraré nada hecho un bollo en mi maletín, ¿verdad?
Meliodas pudo escuchar que alguien dijo la palabra "perdedor" y luego soltó una risita. Mael se estaba aprovechando para exponer su intento de rebeldía.
—Dicen que la tercera es la vencida —le respondió con sencillez.
—Eso espero, Meliodas —contestó Mael con cierta arrogancia y se volteó—. Regresa a tu trabajo y espero un borrador del proyecto pronto.
El resto de la habitación soltó una risa y Meliodas nada más puso los ojos en blanco, antes de volver a su oficina. Una vez que estuvo ahí, lanzó un respingo y se centró en lo que tenía entre manos. Echó un vistazo para ver de qué manera podía quitárselo de encima y fastidiar más a Mael.
—Veo que todavía no hiciste amistad con el nuevo dueño.
—Es un fastidio, Elaine —ofreció Meliodas como explicación tomando el lugar en el escritorio de junto. Arrojó los papeles sobre la superficie—. Me dejo como un tonto allá afuera.
—¿Frente a los novatos que te piden consejos? Espero que luego él atienda sus dudas.
Meliodas soltó una carcajada y regresó su atención al trabajo. Con veintisiete años, se había convertido en un redactor publicitario reconocido dentro de la revista digital Stigma. Mano derecha de Gloxinia Fatum desde que ingresó, se había encargado de contar una temática específica en tendencias y explotarla en las ediciones mensuales durante los últimos años. Debido a su gran habilidad de redacción y composición, tenía reconocimiento.
Sin embargo, su vida era muy contraria a lo que escribía.
—Necesito programar una reunión con el viejo Gowther —comentó Meliodas asintiendo con la cabeza hacia Elaine, su asistente personal. Una rubia tan pequeña con él y de un carácter bastante especial. Junto con Gloxinia, los podía considerar como sus únicos amigos—. ¿Estará ocupado? La última vez ni siquiera respondió mi correo electrónico.
Elaine se encogió de hombros mientras daba un sorbo a su café.
—La última vez que mi hermano vio a Gowther, dijo que estaba bien.
—¿Y por qué no me responde? —se quejó Meliodas dándole una mirada suplicante a su asistente.
—Sabe lo que quieres de él —enfatizó Elaine.
Meliodas hizo todo lo posible por ignorar que Elaine tenía razón y se inclinó sobre su computadora para teclear. Luego, le dio un gesto de agradecimiento cuando le entregó un café.
—Muchas gracias. Lo necesitaba —dijo mirando que era su preferido. Café negro.
—De nada —expresó Elaine, mirándolo por el rabillo del ojo. Se acomodó en su asiento y lo estudió con intriga—. ¿El proyecto autobiográfico es complicado?
—No quiero arriesgarme a que salga un poco mal y Mael me despida. Por eso siempre me he mantenido en este puesto —explicó Meliodas—. De este modo no correría ningún riesgo ni acabaría odiándome más a mí mismo.
Elaine parpadeó con sorpresa. Se sintió aliviada al ver que no se sentía mal de trabajar en ese proyecto. Sin embargo, encontró un exceso que dijera que era un riesgo cambiar su rutina. Sabía que su jefe era estructurado, pero eso rozaba lo obsesivo.
—No veo eso como algo malo. Incluso yo tendré que hacerlo y solo soy una simple asistente.
Meliodas se movió inquieto en su asiento, preguntándose qué había querido decir su empleada.
—¿Una simple asistente? Eres una excelente correctora, Elaine —enfatizó el rubio. Los ojos de la pequeña mujer corrieron a su jefe con asombro—. Mis trabajos serían un desastre si no fuera por ti. Lo agradezco.
Elaine se subió las gafas por la nariz y lanzó una mirada agradecida en dirección a Meliodas.
—Aprecio tus palabras —soltó con poco humor—. A veces me gustaría hacer otra cosa que no sea algo en lo que soy buena.
Sin que el rubio pudiera responder, Elaine se colocó los auriculares y decidió atender una llamada. Meliodas nada más la observó, sintiendo la necesidad de lanzar un suspiro cansado, por una razón diferente. Estaba seguro de que su asistente era de aquellas personas que creían que los sueños se podían cumplir con esfuerzo y trabajo. Pero la realidad era otra.
«Hasta ahora he vivido pensando que si paso la vida sin probar cosas nuevas no tendré que arrepentirme de nada. Permanecer donde estoy para no correr ningún riesgo está bien» opinó para sí.
Su infancia y parte de su adolescencia habían sido un alboroto. Su madre murió cuando tenía diez años, su padre fue un sujeto controlador y violento desde ese momento. Y sin mencionar a su hermano menor, Zeldris.
Todos esos factores se detuvieron cuando su padre decidió conducir alcoholizado y morir en un accidente cuando apenas tenía dieciséis. A partir de eso, la vida de su hermano y la de él pasó a manos de Gowther. El viejo Gowther para los más cercanos.
El hombre con barba de cabra y mirada cansada explotó las habilidades de cada uno. Zeldris se fue a una rama creativa y acabó como un profesor de Arte de escuela primaria. Él tomó el camino editorial con orientación en la redacción publicitaria. Se esforzó por tener un buen promedio en preparatoria y asistir a la mejor universidad con Diseño Editorial de Britannia. Después, fue cuestión de esfuerzo para que su tutor viera potencial y le diera un trabajo en su revista.
Todo había funcionado desde entonces. Era un equilibrio perfecto. ¿Por qué debía venir alguien como Mael a cambiarlo?
—Nada se ha salido del lugar hasta ahora. Tiene que permanecer así —murmuró Meliodas acabando de redactar un breve artículo. Justo cuando estaba por añadir su nombre, el teléfono sonó—. ¿Zeldris?
—¿Meliodas? —dijo Zeldris con un tono que sacó al rubio de su sitio—. ¿Estás ocupado?
—Estoy en el trabajo, Zel —anunció él—. Es extraño que me llames. ¿Está todo en orden?
Hubo un suspiro del otro lado de la línea antes de responder.
—Es Melascula. Ella me engaña —escupió Zeldris causando que su hermano soltara un quejido nada disimulado. Incluso Elaine detuvo lo que estaba haciendo—. Es con nuestro vecino, Galand. Ella dijo que solo eran amigos.
A Meliodas se le hizo un nudo en el estómago.
—Se enojó cuando le pedí una explicación, Mel. Se enfadó mucho —continuó el joven con un tono bajo—. Estoy afuera con todas mis cosas, bueno, las que pude salvar.
—Espérame y no te muevas. Iré de inmediato por ti —ordenó Meliodas con un tono serio. Su hermano murmuró un agradecimiento y cortó la llamada—. Tengo que irme, Elaine. Zeldris está en una cosa complicada —añadió viendo a su asistente—. Date el día libre. No pienso volver.
La rubia pidió explicaciones y Meliodas fue directo al respecto. Elaine se sintió triste por Zeldris y le deseó suerte.
—Sí, hay que golpear a alguien, no olvides invitarme —señaló ella a modo de broma.
Meliodas agradeció el comentario y se fue. Incluso si Mael lo miró cuando bajaba por el ascensor, no le importó. Zeldris era su prioridad en ese momento. Sin saber que, a partir de eso, todo cambiaría.
