Capítulo 2
Diez años atrás.
Meliodas no esperaba recibir su cumpleaños número diecisiete con el funeral de su padre.
Observando el ataúd descender a la tierra, el instinto del adolescente ignoraba las palabras del reverendo, dando un último adiós a Reginald Daemon, hombre más odiado que amado. Levantando su mirada, dio un ligero apretón a su hermano menor que lloraba en silencio, sintiendo lástima. Para el rubio, no había nada bueno que pudiera decir.
Incluso si sonaba cruel, se sentía aliviado.
La noche anterior se había reunido para esperar la medianoche junto con unos amigos. Algo simple porque Meliodas no quería otra cosa, y porque tampoco podía hacer grandes celebraciones, inclusive si su padre estaba ausente por trabajo.
Cuan equivocado estaba con eso último.
Un par de horas antes de la medianoche, Reginald había ingresado por la puerta como un huracán. La presencia de los amigos de su hijo mayor fue la primera excusa que tuvo para sujetar a Meliodas y empujarlo contra la pared por el cuello.
—Estás borracho —habría dicho Meliodas luego de sentir el aroma. La respuesta de su padre fue apretar su cuello y hacer que tosiera—. Idiota, ¿quieres matarme?
—¡Suéltalo, padre! Eres mejor que esto —gritó Zeldris mientras levantaba un puño en el aire, incapaz de procesar la situación—. ¡Padre!
—¡Cállate! —gruñó Reginald cuando movió el intento de golpe de su hijo menor, y luego otra vez apretó el cuello de Meliodas—. ¡Aprenderán a respetarme!
—A la mierda, viejo —explotó el adolescente de cabello oscuro y se volvió para darle a su hermano una mirada cautelosa. El rubio lo miró con vacilación y contempló cómo iba directo a sus piernas para hacerlo caer.
Estando sobrio, alguien de la contextura física de Reginald Daemon hubiera soportado el golpe de Zeldris, pero su alcohol en sangre no le dio fuerza para esquivar. Su cuerpo cayó hacia atrás cuando sus piernas flaquearon y el agarre alrededor del cuello de Meliodas se aflojó. El rubio fue socorrido mientras su hermano menor terminaba de lanzar a su padre fuera de la casa.
La tormenta comenzó a explotar en el exterior, pero ni eso hizo vacilar la determinación de Zeldris. Reginald ni siquiera parecía notar que estaba cubierto por la lluvia cuando observó a su hijo con los ojos inyectados en un profundo odio.
—Zeldris, tú…
—¿Recuerdas que de niño me tratabas como alguien débil y torpe? —Reginald miró a su hijo con el ceño fruncido. Él sonrió con suficiencia—. Por supuesto, no esperé que cambiaras de esa idea, así que...
El hombre rugió y arremetió contra Zeldris, pero la lluvia y el piso poco uniforme lo hicieron caer de nuevo. Ya no era aquel sujeto al que dos hermanos le tenían miedo. Solo una persona intentando someter con miedo a quienes lo habían superado hacía tiempo.
—¡Zeldris! —dijo Meliodas llegando a su lado. Intercambió una mirada preocupada con su hermano—. ¡Entra ya! No dejes que se recupere.
El rubio soltó resoplido, intentando que su hermano dejará de observar con arrepentimiento. Si hubiera tenido la misma empatía, le habría echado una mano a su padre. Pero era un año mayor y estaba cansado de los maltratos, así que sentía orgullo y satisfacción. No tendría lógica sentir pena por alguien que había querido ahorcarlo.
Meliodas sentía que era libre, pero una parte de él estaba tratando de ignorar que estaba aterrorizado. Zeldris y él eran huérfanos, menores de edad. Y no había que ser muy inteligente para darse cuenta de que acabarían en hogares de acogida. No estaba seguro de recuperarse si la única familia que le quedaba era apartada de su lado.
Sabía que debía estar para Zeldris, y sabía que siempre lo haría, incluso si no pudiera decírselo. Entonces puso una expresión comprensiva en su rostro mirando la tumba de su padre cubierta.
Era la conclusión de una etapa y el comienzo de otra.
—Estaremos bien, Zeldris. No importa qué.
—Eso espero, Meliodas.
—Me alegra escuchar esas palabras.
Un extraño arrastre se escuchó detrás de los hermanos, y Meliodas se olvidó de toda esa cosa de respirar. Gowther Goat, el jefe de su padre se presentaba con una sonrisa en su rostro, y entrecerró los ojos ante la brillante luz del sol.
—Señor Gowther —reconoció Zeldris—. Creí que se había retirado.
—He tomado el día libre —dijo corriendo un poco su cabello. Era rubio y caía sobre su cara desde el costado derecho—. La muerte de Reginald es un hecho lamentable, pero reconozco que sus acciones no lo hacían la mejor persona. De hecho, agregó y espero que me perdonen, era una basura.
Meliodas vio al hombre y se carcajeó entre dientes.
—Seamos honestos, todos pensaban igual.
—Me alegro de que puedas tener un humor así en esta situación. Hubiera tomado un tiempo si fuera mii padre.
—Tu padre era alguien que valía la pena —lanzó el rubio mientras soltaba una risa. Sin embargo, se cruzó de brazos y echó un vistazo a Gowther con seriedad—. ¿Por qué estás aquí?
El hombre frunció el ceño e hizo una seña a su hijo, también llamado Gowther, para que le entregara una carpeta que llevaba entre manos. En su regazo, la abrió y dejó explícito sus intenciones.
—Meliodas, Zeldris. A partir de ahora, estarán bajo mi cuidado —relevó con seguridad. La sorpresa salpicó el rostro de los adolescentes—. Sé que parece repentino, pero tiene su tiempo.
La boca de Meliodas se cerró por la sorpresa. Nada dentro de su mente le hubiera hecho ver que podría acabar bajo la custodia del jefe de su padre. Nunca se habría imaginado enfrentarse a esa situación. Bajó los ojos a su regazo.
—Claro, sí —expresó el Gowther adulto en voz baja—. Su madre no les dijo nada.
Meliodas todavía estaba confundido y no creía en nada, pero asintió.
—Fui gran amigo de Eirena desde la universidad. Sin ella no hubiera conocido a mi querida Glarissa —comenzó el hombre. Miró hacia arriba para ver a su hijo sonriendo—. Reginald se fue tornando oscuro y ella hizo lo posible a su alcance para prevenir que ustedes cayeran en sus redes.
—¿Hace cuánto?
La visión de Gowther se movió y pudo registrar la expresión de asombro en el rostro de Zeldris.
—Un par de años antes de su muerte.
Zeldris maldijo y se revolvió los cabellos con frustración.
—Lo siento —murmuró el hombre—. Ojalá pudiera haber hecho más, sin embargo, su madre era una mujer terca —añadió y dejó caer la cabeza entre las manos, riendo—. Muy peligrosa.
—Era un dolor de cabeza —Meliodas tropezó con sus palabras, pero al final de la oración salió—. Y así la queríamos.
El hermano menor resopló. Les tomaría un tiempo acostumbrarse. Costaría cambiar de ambiente y quien estaría bajo su cuidado. Pero siempre estarían el uno para el otro. Zeldris miró hacia el costado y vio a Meliodas mirándolo con expresión perdida.
—¿Qué te parece? —se atrevió a preguntarle.
Meliodas no estaba seguro de si tenía que decir algo coherente o si estaba a punto de parlotear. Tomó aire por la nariz y lo soltó, pero el estómago se le encogió. Incluso si Gowther era una persona que desprendía confianza y era amigo de su madre, no podía sentirse tranquilo. Su estómago se calmó y luego volvió a caer, no obstante, la necesidad de saber que sucedería se fue incrementando.
Todo lo que quería hacer ahora era estar en paz, sea con quien sea.
—No lo sé. Es inesperado —fue todo lo que pudo decir—. Solo quiero estar tranquilo, ¿sabes?
Sonaba como un idiota, no obstante, era la verdad.
—Meliodas —llamó el hombre para volverlo a la realidad—. Sabes que tu madre los quería mucho, ¿verdad?
—Sí, lo sé —respondió Meliodas y dio un brinco en su paso de bajada de la colina, uno que reservaba para cualquier otro escenario, pero que, sin embargo, lo hizo sentirse mejor. No le duró mucho—. Señor Gowther, es solo que…
—Oh, por favor, de cierta forma ahora soy su padre. Díganme viejo Gowther.
El rubio parpadeó. Incluso Zeldris. Sí, no esperaba eso y, honestamente, no sabía qué decir.
—Claro —afirmó el mayor de los hermanos. Sacudió la cabeza un poco—. Viejo Gowther, quisiera estar tranquilo. Esta vida ha sido demasiado —se detuvo mirando a Zeldris—. Demasiado caótica.
El viejo Gowther se acomodó en su silla de ruedas, acostándose contra el respaldo.
—¿Qué piensas? —lanzó la pregunta mirando a su primogénito. El adolescente era una calca exacta de Glarissa, salvo algunos rasgos como un tono de cabello más claro y actitud introvertida—. ¿Estaremos tranquilos?
—Sí, supongo. Gowther Goat no es un alcohólico violento como Reginald Daemon.
El hombre soltó un bufido con diversión.
—Lee el ambiente, hijo.
Los hermanos ni siquiera trataron de defender la memoria de su padre. Se quedaron callados todo el tiempo. En realidad, no sabían lo que había sucedido. Era el hecho de que aquel hombre parecía estar con ellos hacía tanto tiempo que olvidaron que su progenitor había sido enterrado.
—Olvidar. Creo que es lo que importa ahora —murmuró Meliodas y le dio a su hermano un vistazo—. Considero que olvidar estará bien ahora. Estaremos tranquilos, Zel.
Zeldris estudió la mirada de su hermano. Había algo que se estaba formando en sus ojos que le hizo sentir una opresión en su pecho. No sabía el motivo, pero no intuía nada bueno de su nueva determinación.
—Sí, supongo —le dijo como simple respuesta.
Rezó para que Meliodas estuviera bien. Aunque lo dudaba.
